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El Catoblepas, número 85, marzo 2009
  El Catoblepasnúmero 85 • marzo 2009 • página 17
Artículos

Alcance racional de la participación social en la construcción de la ciencia médica y en su aplicación tecnológica: el caso de Luigi di Bella

Darío Martínez

Se pretende reflexionar críticamente sobre la presunta necesidad científica de penetrar voluntariamente en el ámbito mundano con el fin de analizar abiertamente sus proyectos de investigación

Es en ocasiones cuestionable la virtualidad para el buen funcionamiento de la práctica científico médica, en la lucha contra el cáncer como es el caso, el situarse en el epicentro del foro público de debate. La complejidad de la información y la indudable pluralidad de propuestas interpretativas sujetas en ocasiones a intereses desconocidos, conducen a situaciones de confusión no deseadas. Es, en este terreno de discusión, alejado peligrosamente de la verdad y la razón, el que sirve de coartada a falsos saberes presididos por la ignorancia para ocupar un lugar que no les corresponde. Así, las propuestas del profesor Luigi Di Bella trituradas por el demoledor mito del diálogo encuentran su descrédito allí donde pretendían hallar su tabla de salvación.

1. Marco de la polémica

La polémica sobre la que desarrollaremos este artículo es extremadamente compleja. No hay cabida para fáciles respuestas e incluso algunas tímidas aproximaciones al esclarecimiento del asunto no serán ni mucho menos concluyentes. Así presentada la problemática sólo podemos estar convencidos de una cosa: el terreno resbaladizo sobre el que discurrirá nuestro trabajo sólo nos permite estar atentos, ser precavidos y poner a prueba la elogiosa virtud de la prudencia, en ocasiones tan denostada en los ambientes políticos, y desconfiar de señalizaciones a modo de afirmaciones definitivas, claras, distintas e indubitables que nos parezcan conducir a una resolución definitiva de la aporía que a continuación trataremos. Pero no todo son vicisitudes farragosas que sólo logran activar nuestro escepticismo más pasivo; nuestro discurrir lento puede verse notablemente favorecido con la introducción de un marco o contexto general que de algún modo comience a dar sentido a la labor que tenemos entre manos. Pero, ¿cuál es esa polémica que ha atraído y centrado nuestro interés reflexivo? En líneas generales y sólo atendiendo en principio a los contenidos más groseros de la labor dilucidadora que emprendemos cabría destacar: un investigador médico italiano, y más concretamente de Módena (aproximadamente a 100 kms de Milán, centro productivo del país mediterráneo y quizá también político; debemos subrayar con esta precisión geográfica que en Italia en el orden más próximo a lo mundano, al día a día, no es lo mismo ser del norte «rico, trabajador y responsable» que del sur «mafioso, subvencionado e irresponsable». A dichos estereotipos se recurre con muchísima frecuencia con el objetivo de resolver satisfactoriamente muchas cuestiones que en principio pueden resultar cuando menos confusas, la búsqueda de soluciones urgentes se satisface en la mayoría de las ocasiones acudiendo a automatismos estereotipados y asimilados por muchos italianos irreflexivamente), dice haber descubierto u= na auténtica, eficaz y revolucionaria cura contra el cáncer. Esta nueva esperanza de cura (desgraciadamente la enésima que se produce, si bien la novedad estriba en que viene confeccionada desde la prestigiosa esfera del mundo académico) cuenta con el escepticismo del gobierno marcado por el rigor que le brindan amplios sectores del mundo de la ciencia y de la administración médica y con el entusiasmo beneplácito de los enfermos, obviamente los principales afectados, parte de la clase política italiana, en este caso la oposición de centro derecha y derecha razón por la cual se hablará de ésta aún no ratificada cura como «cura de derechas» frente a la «cura de izquierdas» o la que tradicionalmente todos conocemos como quimioterapia, con el apoyo incondicional de sectores importantes de la ciencia y la administración (observemos que este gremio se encuentra dividido), la prensa casi en su conjunto salvo alguna rara excepción que manifiesta su disconformidad a título individual y en clara disensión con las líneas marcadas y hechas públicas en cada uno de sus editoriales, y sobre todo con el apoyo inicial de la magistratura; aunque sólo sea por el número de protagonistas ya se puede apreciar que la polémica está servida, entre otras razones porque una cuestión en principio científica rebasa notoriamente su estrecho marco categorial, o si queremos gnoseológico, y se amplía al terreno de la ética, de la moral, de la política e incluso del derecho.

Comencemos como hemos prometido por establecer puntos de referencia precisos. Se ha constituido casi en una frase hecha que puede introducirse en todas las políticas de los países comunitarios el manifestar: «la situación política es francamente difícil», pero tal vez el caso de Italia en los años finales de la última década del siglo pasado y del entorno de los quince países miembros por aquel entonces de la Comunidad Europea sea uno de los que más se ajusta a la realidad. A esto contribuyen eficazmente circunstancias estrechamente ligadas: el problema de la mafia y la brutal división (en parte derivada de la primera) entre el poder político y el poder judicial. Y para mostrar e incluso demostrar que no es una afirmación gratuita sólo basta recordar que la valiente y decidida intervención de la justicia en la asfixiante y habitual corrupción política acabó bruscamente y como consecuencia de un atentado perfectamente diseñado con la vida del máximo responsable, el juez Falcone, e hizo caer al gobierno de Andreotti (más tarde tendría que sentarse en el banquillo de los acusados por su presunta pertenencia a la mafia), finalizar con la I República instaurando la II y posteriormente provocó el adelanto de elecciones y la pérdida en las mismas del que había sido hasta entonces el ejecutivo encabezado por el primer ministro Silvio Berlusconi. Presentada así la atmósfera política y judicial en Italia es lógico extraer como primera apreciación que cualquier decisión de la judicatura que alcance el grado máximo de interés nacional sirva como dispositivo catártico para el aumento de una tensión ya existente pero que se incrementa hasta hacerse pública a través de las pantallas de televisión.

No puede por tanto sorprendernos que la polémica salte a las primeras páginas de la prensa italiana cuando la terapia del médico de Módena, el profesor Luigi Di Bella, llega a la justicia de este país con la intención de que ésta dé el visto bueno legal a la puesta en práctica de la que se autopresenta como eficaz cura contra el cáncer. La práctica médica y de investigación abandona los recintos propios de su actuación, los laboratorios o los centros hospitalarios adecuados a tal efecto y se interna por los difíciles vericuetos del derecho. El primer paso de su largo discurrir le va a ser francamente favorable, el poder que emana del derecho positivo otorga autorización legal para emprender todas las pruebas pertinentes que el equipo de investigación considere oportunas; la reacción del gobierno de D’Alema y líder de la formación socialdemócrata Olivo es la de acatar la decisión si bien no comparte tal resolución. No entraremos a analizar las causas de esta decisión de la magistratura, muchas de las cuales sin duda se nos escapan, ni tampoco examinaremos el cómo es que ha llegado hasta estas alturas la polémica que sólo acudiendo a la justicia, al derecho, tras haber superado los niveles éticos y morales del inicial conflicto, a petición de un recurso presentado por una asesorada asociación de enfermos de cáncer, se puede desbloquear la labor investigadora del equipo encabezado por Luigi Di Bella.

La división que más arriba mencionábamos no es exclusiva y etiqueta ajustada sólo para la relación entre los poderes judicial y político o ejecutivo. También se da y de forma preocupante dentro de la administración médica, y esto se hace ostensible a través de la prensa en sus niveles más divulgativos. No solamente la opinión sino también el modo de actuación de los directores de las diferentes administraciones regionales del estado italiano a la hora de afrontar el problema son todo menos homogéneos. Los cargos médico-administrativos son el resultado de una selección en la que la proximidad política a aquellos que evalúan el perfil más adecuado para las funciones que se han de desempeñar es obvia, hoy estamos familiarizados con este fenómeno que eufemísticamente se nos muestra a diario con el sobrenombre de «cargo de confianza». Es manifiesto, pues, que sobre estos cargos recaiga la justificada sospecha de que su actuación viene dirigida desde las altas esferas políticas abarrotadas de demiurgos cuyos proyectos aparecen ante el gran público diluidos y conformados por intenciones muchas veces ajenas a criterios racionales pero que se hallan en clara connivencia con otros más afines a las ideologías de los partidos que manejan las riendas del poder en las democracias actuales. Todo ello incide notablemente en el hecho de que diferentes personas ante casos semejantes tomen decisiones totalmente dispares convirtiendo, lo que en un principio parecía un problema al alcance de una posible y satisfactoria resolución, en una aporía irresoluble dado que los criterios argumentativos esgrimidos emanan de fuentes políticas o judiciales entre sí abiertamente enfrentadas como más arriba relatábamos. Sería, por tanto, importante subrayar el hecho de que en este asunto mucho depende de la carga ideológica de la observación (siguiendo en alguna medida el argumento de Norman Hanson, «Patrones de descubrimiento», en el asunto vinculado con la verdad de la ciencia y su crítica a la objetividad en la observación de los hechos que desde las filas positivistas se elevan al nivel de definitivos, concluyentes, e incluso se reconoce la experiencia observacional como indubitable criterio de demarcación entre lo que es ciencia y no es ciencia, entre el verdadero y único conocimiento y el no conocimiento o simplemente pseudosaber) con que se analice el problema.

2. La ciencia médica en el seno de lo mundano

Con esta aproximación al asunto ya podemos extraer algunas consecuencias, y eso que estamos en el inicio de la contienda, la ciencia, en este caso la médica, y la práctica (en infinidad de ocasiones netamente tecnológica) por ella diseñada tiene sin lugar a dudas implicaciones políticas, de hecho el parlamento italiano se encuentra dividido, judiciales, que valoran el problema y obligan a agentes externos a la investigación a no obstaculizar su tarea, económicas, que más adelante analizaremos, y sociales, baste señalar el interés mostrado por la ciudadanía italiana en su conjunto, desmitificándose de alguna manera la imagen de la ciencia y su praxis como actividades propias de un marco de construcción ajeno a los asuntos mundanos dominados por la opinión y la confusión lo que automáticamente las convertía en actividades consagradas a ocupar un lugar privilegiado en el selecto ámbito de la objetividad, neutralidad y trascendentalidad propias del mundo académico reivindicado por muchos filósofos de la ciencia o por los propios protagonistas de la actividad científica; su aparente neutralidad, su vindicada trascendentalidad, se desmorona ante el conjunto de acontecimientos que las van empujando a los bajos fondos de lo mundano donde se verán sometidos a las leyes propias de la supervivencia; en este eje pragmático y más concretamente dialógico, siguiendo los criterios de la Teoría del Cierre Categorial de Gustavo Bueno, la ciencia cederá el testigo de la verdad en favor de los intereses más variados de los grupos de poder del conjunto de la sociedad (Thomas. S. Kuhn en su famoso opúsculo La estructura de las revoluciones científicas trata esta peculiaridad científica si bien obvia los ejes sintácticos u operatorios entre signos y semánticos u operatorios entre signos y cosas capaces de alcanzar verdades esenciales en forma de cristalizaciones teóricas articuladas por leyes necesarias de la lógica, emanadas de referencias y fenómenos del mundo real en los que el sujeto gnoseológico queda neutralizado y con las que es capaz en su campo bien delimitado de actuación de reorganizar y resolver problemas reales que, o bien no eran tenidos en cuenta, o bien resultaban absolutamente irresolubles al nivel del conocimiento cotidiano). De este modo el contenido de la ciencia se verá fragmentado e infectado por colectivos organizados en torno a unos intereses muy concretos, ideológicos por tanto, que desvirtuarán y harán dudar de la verdad contenida en la racionalidad científica, dicho escepticismo acarreará una generalizada sospecha sobre sus resultados y provocará un descenso en su grado de credibilidad; el resultado no será otro que la aceptación generalizada de la existencia de un relativismo radical capaz de equiparar los resultados y las construcciones científicas con los resultados y construcciones mágicas o religiosas, el principio de respeto mutuo, el curso paralelo entre los diferentes tipos de saberes o pseudosaberes, el traslado de las cuestiones que resulten problemáticas de un plano gnoseológico y lógico consecuente con la verdad a un plano psicológico más afín con la tolerancia del respeto absoluto e incuestionable en sus fundamentos en el que todo tiene su sentido, su validez, o más radicalmente, siguiendo a Paul K. Feyerabend, «todo vale», derivará en una mayor grado de confusión provocando entre los interesados elecciones gobernadas por la intuición, la pasión, los sentimientos, más que por la coherencia o la racionalidad necesariamente vinculada con la verdad. En consecuencia, las ciencias de puras nada, y las médicas en un sistema de salud público, universal y gratuito en donde el paciente además de ser un enfermo que necesita ayuda es un cliente que puede como consumidor exigir sus derechos menos.

3. Tratamiento periodístico de la polémica científica

En el seno de esta encrucijada de puntos de vista merece una especial atención el papel que juega la prensa. Ahora bien, antes de entrar a fondo en el contenido que nos permita sacar a la luz el protagonismo que los medios de comunicación tienen en esta polémica, debemos introducir alguna indicación puramente cuantitativa de la documentación de la que nos hemos servido para sacar adelante tal labor; nos hemos ayudado de recortes de prensa de un diario de tirada nacional italiano como La Stampa y en concreto los correspondientes al periodo que transcurre entre los días 5 de Enero de 1998 y 20 del mismo mes, resultando que coincidió con el epicentro de la tormenta médica y oncológica; en el conjunto de este espacio de tiempo de 16 días fue titular en 13 ocasiones, en uno de los 3 días restantes en los que no lo fue el interés periodístico se decantó por atender otras obligaciones y demandas de los lectores, concretamente la celebración del sorteo de la Lotería Nacional correspondiente al 6 de Enero con lo que la noticia se trasladó a la necesidad de informar a la sociedad italiana de los números premiados y mostrar el nuevo estado de ánimo y bienestar de los pocos que habían sido agraciados con la azarosa fortuna, los dos últimos días, o sea: días 19 y 20 del mes de Enero, dejaba de ser noticia de portada pasando exclusivamente a las páginas centrales; después de este breve periodo de 16 días paulatinamente perdería todo el interés de los asiduos lectores apareciendo como noticia de forma esporádica. No es un abuso de la razón si afirmamos que en todo este embrollo periodístico subyace una estrategia de la prensa muy concreta: la obtención de sus vitales beneficios económicos. En pocas palabras: el círculo, el gremio, periodístico es perfectamente consciente de que la atención de sus fieles lectores, atención que se materializa en el gesto diario, matinal, de la compra del periódico, puede mantenerse con este tipo de noticia sobre la práctica médica en la lucha contra el cáncer a lo sumo 15 días, a partir de ahí la falta de novedades, las disquisiciones puramente técnicas, rigurosas, las poco claras disquisiciones éticas y morales, que en su conjunto requieren un esfuerzo de comprensión difícil de asumir por muchos de los lectores, conducen a un incremento generalizado del desinterés lo que automáticamente provoca el paso a un segundo plano de la noticia que hasta entonces había despertado la curiosidad del consumidor de la información recogida en la prensa. No obstante, quedan en el aire unas interrogantes importantísimas y que tendremos al menos que abordar en este artículo: ¿la prensa cuando trata con asuntos relacionados con la ciencia médica y su práctica qué transmite realmente a sus lectores?, ¿cómo lo transmite? Tomaremos como referencia dilucidadora del problema que planteamos el trabajo de Dorothy Nelkin que viene recogido en su libro La ciencia en el escaparate.

En el discurrir mismo de la contienda se puede observar una especie de doble vara de medir y valorar la actividad científica. Por un lado nos encontramos con una crítica sin paliativos hacia la disciplina científica en ejercicio fundamentada en muchas ocasiones en estereotipos y opiniones infundadas que ganan eficacia persuasiva en el orden más abstracto, diríamos mítico, de la ciencia. Pero siendo aún más precisos, la idea mito de ciencia, en singular como si todas las disciplinas o ramas científicas con sus consustanciales especializaciones fuesen idénticas, que aquí se pone sobre la mesa no es otra que la oficial, la institucionalizada, la que está en marcha en nuestro presente y que es heredera directa de una gran tradición disciplinar que se inicia en Grecia y se consolida como autónoma y objetivamente rigurosa tras la revolución industrial de los pasados siglos XVIII y XIX; esta ciencia es la que se desarrolla por especialistas acreditados en los laboratorios, es la que se consolida como verdadero conocimiento público con derecho a ocupar su lugar privilegiado en los ámbitos públicos del saber cotidiano, del saber de las aulas de nuestros sistemas educativos, es la ciencia que se populariza a través de las nuevas tecnologías y que forma ya parte de nuestra forma de entender el mundo. No es, pues, fútil detenerse a analizar las causas concretas del escepticismo que despierta su ejercicio estrictamente académico. Es obvio que ante una situación tan desesperada como es la derivada del padecimiento de la enfermedad del cáncer, en todas y cada una de las modalidades en la que se manifiesta, la esperanza entre quienes la padecen, el conatus o perseveración en el ser como diría Espinosa, aflora automáticamente y con aires renovados al ser informados, independientemente del rigor de dicha información si bien adquiere un elevado grado de confianza al comprobar que detrás de lo dicho está un representante de la ciencia médica, de que hay una cura real, definitiva y probada para acabar con sus padecimientos. Esta voluntad, repetimos, directamente orientada a la lucha por la vida es empleada por casi la totalidad de periodistas como fundamento o eje articulador de su discurso informativo, son sus firmes convicciones humanitarias en defensa de los más débiles, de los que padecen esta terrible enfermedad, de las que no dudamos que estén llenas de buenas intenciones, las que vertebran en última instancia los juicios de valor esgrimidos por escrito en los diarios; no sólo se informa asépticamente del asunto, sino que también se valora, se enjuicia. En muchos casos esta toma de postura a favor de aquellos que sufren les hace caer en sensacionalismos y en el uso desmesurado de metáforas cuya capacidad de atracción es inversa a su capacidad de recogida objetiva de la problemática planteada. Por otro lado, y en sintonía con lo que venimos diciendo, presentan una imagen, la otra cara de la moneda, de una ciencia capaz de adueñarse del presente, dar una respuesta definitiva a la cura del cáncer y diseñar un futuro de bienestar para muchos posibles enfermos, aún no real ni comprobada en cuya esencialidad se halla un proyecto que tan sólo necesita del impulso administrativo para presentarse como auténticamente eficaz. Esta nueva ciencia revolucionaria tan sólo necesita cristalizar, ser oficialmente reconocida y puesta en marcha salvando un último obstáculo: el protagonizado por los adalides de la administración médica erigidos en defensores de lo que Thomas S. Kuhn nos dio a conocer como paradigma de la ciencia normal, con sus creencias, métodos, conceptos y valores compartidos; no son pues los hechos o los resultados obtenidos con los pacientes los que importan sino las percepciones y convicciones de lo que es la verdadera práctica de investigación oncológica de la comunidad médica y su estatus lo que más interesa. Para avalar todo lo expuesto nos valdremos de algunas de las frases que hemos podido seleccionar del diario La Stampa durante el periodo central del desencuentro entre ambas comunidades científicas en defensa de sus paradigmas contrapuestos y en lucha abierta por hacerse con un hueco estable en el interior de la administración y academia médica. En referencia al uso de metáforas: «La peregrinación del dolor», «Los secretos de una palabra mágica: Somatostadina» (componente esencial en el desarrollo de la terapia de cura contra el cáncer y que debido a su elevado coste ha desatado tensiones y graves desencuentros entre la industria farmacéutica, apoyada por el CUF o Comisión de expertos que tiene la obligación de evaluar los resultados de la experimentación que está en marcha y el propio gobierno, y los pacientes y conjunto de profesionales que se han adherido al nuevo método de cura del profesor Di Bella), «La victoria del profesor héroe», el Sr. Madano, juez que dará vía libre a la terapia del médico modenés viene definido en términos russelianos por medio de una clarificadora y elocuente descripción definida: «el amigo de Di Bella». Y en la misma línea de captación del interés del potencial lector de la noticia y volcando el epicentro de la información en la nueva ciencia, en el nuevo paradigma científico que se encuentra aún falto de adhesiones firmes por parte del gremio de la comunidad médica, se puede leer: «la vía libre a la experimentación garantiza la esperanza de quien sufre» (esta frase hace suponer que hasta la fecha quien se sometía a otro tipo de terapia, a otro método de cura como es el caso de la quimioterapia, no sólo no sufre sino que además se enfrenta a un final de la vida inexorable y ausente racionalmente de cualquier esperanza con lo que el paciente se ve envuelto en una actitud de apatía que puede en el límite resultar perjudicial para su posible recuperación), y más contundente en su airada defensa con la propuesta de Di Bella y por lo tanto más beligerante con las autoridades médicas más escépticas y el gobierno personificado en este asunto por la Ministra Rosy Bindi, uno de los profesionales de la prensa escrita, desde posiciones netamente postmodernas próximas al delirio filosófico sobre la ciencia de P. K. Feyerabend donde las prácticas científicas más rigurosas con la verdad, la experimentación y el método, se equiparan con las prácticas mágicas más descaradamente caprichosas y sujetas a la voluntad del chamán de turno, afirma, tal vez desconociendo la obra del anarquista epistemológico más famoso del siglo XX:

«Aquí no se trata de salvar las reglas, la academia, el orden médico, la ciencia oficial. Se trata de probar si existe una nueva posibilidad de lucha contra una enfermedad mortal (...) A los enfermos les importa sólo saber si hay una esperanza. Que las reglas sean salvadas, no importa a nadie.»

El mensaje periodístico no se detiene aquí a la hora de valorar superficialmente lo que es la ciencia en general y la médica en particular, también se adentra en el perfil humano del investigador siguiendo la estela de las visiones heredadas y dominantes que se han ido fraguando en nuestra cultura a lo largo de más de tres siglos y que automáticamente todos identificamos con los nombres propios más relevantes de la historia de la ciencia: Galileo, Newton, Darwin, Einstein, &c. Tras tensas negociaciones y declaraciones salpicadas de polémica el punto de inflexión del turbio asunto se alcanza, el gobierno en boca de su Ministra de Sanidad y asesorada por expertos, aunque también evidencia la presión ejercida por la ciudadanía italiana en general y más activamente por los enfermos y sus familiares cuya voz tomaba cada vez más fuerza a través de los medios de comunicación afines a sus peticiones, decide dar vía libre a la experimentación del método Di Bella aceptando incluso varias de sus sugerencias encaminadas a despejar todo atisbo de duda sobre la nueva práctica curativa de los enfermos de cáncer. Pues bien, tras el ya citado titular: «La victoria del profesor héroe», leemos como subtítulo: «Ninguna emoción y sólo dos cafés azucarados». En líneas generales el mensaje es nítido: nos hallamos ante un científico natural calculador, frío, riguroso con su trabajo y comprometido con la objetividad propia de la verdad que persigue, seguro de sí mismo, serio y ajeno a intereses opuestos a la investigación, profesional en el sentido estricto de la palabra, honesto, sencillo, próximo con sus pacientes y sin mácula de soberbia, pero como el resto de seres humanos se muestra débil en la defensa de su voluntad inquebrantable y se somete dócilmente a pequeños hábitos placenteros como pueda ser el del consumo diario de dosis elevadas de café y además azucaradas con el riesgo que ello conlleva para su salud (¡si tuviera madre!). Se nos muestra, por tanto, a un profesional de la investigación médica que a su vez es un ser humano como los demás. En el médico modenese se fusionan en una misma persona las dos culturas científicas de las que nos hablaba Snow. Ésta hipóstasis casi divinizadora acontecida periodísticamente en la persona de Di Bella supera la infranqueable barrera de la que Snow nos hablaba en su famosa conferencia de 1959, es un científico que estudia la naturaleza última del origen y desarrollo de los tumores malignos humanos, pero además es un hombre de ciencia que reconoce que su labor requiere una especial atención con cada uno de sus pacientes a la vez sujetos de investigación, que duda cabe que su afabilidad, su cercanía a los demás es un punto a su favor. A todo ello se añade si cabe, y en modo alguno creemos que sea fatua esta precisión, su aspecto físico: baja estatura, gafas con cristales y molduras gruesas que muestran una despreocupación absoluta por las modas del momento, bata blanca acorde con su condición de científico que debe trabajar en el laboratorio, cabeza ligeramente inclinada hacia delante, rasgo que provoca en el lector o telespectador una automática empatía por su aparente debilidad, edad avanzada, y sobre todo cabellos largos, despeinados e intensamente encanecidos; en su conjunto es evidente que el aspecto físico descrito asemeja ostensiblemente con el del hombre de ciencia, genial y solitario, que todos nosotros en el transcurso de nuestro proceso de formación científica en la escuela hemos recibido a través de innumerables imágenes de texto o a través de escenas de películas en las que en mayor o menor medida se intenta divulgar el mensaje de la ciencia.

El enloquecido proceso de confusión generado por la excesiva información recibida por los lectores, o telespectadores, no se puede atribuir en exclusiva a los medios de información y sus técnicas para contar noticias. La perplejidad en el seno de la propia comunidad científica es palpable y su mensaje más que tranquilizador es cuando menos oscuro e incluso misterioso. El espectador percibe que se van transmitiendo medias verdades, dejándose entrever por parte del gremio de la medicina próximo al profesor modenese que lo realmente interesante está por llegar. Esa esperanza en la ciencia médica que todos ansían que llegue, en especial no olvidemos los enfermos terminales y sus familiares, está muy próxima; algo maravilloso, salvífico, escatológico, sólo vislumbrado y ratificado por mentes privilegiadas e intuido por el resto de los mortales está a las puertas de convertirse en una realidad capaz de ser puesta en práctica con aquellos enfermos de cáncer que se ven ya casi vencidos por la terrible enfermedad que padecen.

Tras lo expuesto es urgente esclarecer que gran parte de la información ofrecida en el fondo no tiene casi nada que ver con la práctica científica empeñada en la urdimbre de teorías y resultados volcados con la verdad. El interés gravita en torno a la captación del mayor número posible de lectores quienes en última instancia son los que pagan y sostienen el periódico, son las reglas del sistema de producción capitalista que encuentran su perfecto acomodo en un régimen político democrático. Como acertadamente Dorothy Nelkin recoge en su libro, «La ciencia en el escaparate» a todo ello contribuye las limitaciones propias de los profesionales de la prensa científica:

«La mayor parte de los periodistas (científicos) que trabajan para la prensa diaria están presionados por la competencia, los lazos, los presupuestos y la necesidad de informar de temas complejos dentro de un espacio y un tiempo limitados. Tienen que atrapar la atención de los lectores, y deben enfocar su artículo de modo que sea interesante como noticia. Estas limitaciones, tanto como la cultura del periodista, contribuyen a definir el carácter de la información científica contemporánea» (pág. 110).

4. Sobre el nuevo método

Tras una primera zambullida en la marejada de la polémica que nos ha permitido delimitar las líneas maestras sobre las cuales se asienta nos parece apropiado centrar la exposición sobre un tema de sumo interés: la especial naturaleza del método del profesor Di Bella en el tratamiento para la cura de la enfermedad del cáncer. Asumiendo ya de antemano las limitaciones lógicas impuestas como consecuencia de nuestra apuesta por recabar información de la prensa escrita, concretamente del diario La Stampa, nos aventuramos a intentar aclarar la naturaleza de su propuesta de cura. Espontáneamente y desde las mismas filas de los divulgadores de la prensa científica se califica a la nueva propuesta como «filosofía del método»; es una expresión de uso cada vez más frecuente, pero el concepto de «filosofía» así utilizado pone de manifiesto que la cuestión debatida encierra un sinfín de variables no del todo identificadas, o si queremos aclaradas, y en su primer intento de entretejimiento racional traspasa las barreras propias del ámbito científico y se inserta necesariamente en el discurrir de prácticas cotidianas, no por ello menos problemáticas, como puedan ser, y nuevamente lo volvemos a recordar, las de la ética, las de la moral, las de la política, las de la economía e incluso las del derecho positivo. Por ello la cuestión aparece tratada confusamente desde el orden de la opinión, se reconoce la envergadura del problema pero no se sistematiza discursiva y dialécticamente, no se resuelve, como diría el mismo esclavo liberado del mundo ininteligible de la caverna de Platón, en el orden de las Ideas, en el orden de la filosofía académica. Así podemos leer:

«La filosofía de su método: el principio de la quimioterapia es destruir las células tumorales, llegando no obstante a destruir aquellas que también son normales. Yo en cambio promuevo una condición de vida imposible a las células tumorales». Y continuamos leyendo: «Convivir con el tumor, no recurriendo a terapias tóxicas, pudiendo hacer una vida normal: ésta es la promesa».

Desde filas académicas abiertamente hostiles al saber filosófico la estructura interna de la naturaleza del método Di Bella sería resuelta en el seno mismo de las coordenadas de las disciplinas presentadas como auténticas ciencias humanas, caso de la sociología de la ciencia; de este modo, autores como Barry Barnes recelarían del tratamiento periodístico y zanjarían definitivamente la polémica introduciendo variables externas de corte estrictamente social, variables que en lo esencial serían, por otra parte, la causa determinante de la promesa propuesta; es decir, sería, pues, una solución a un problema social, del conjunto de la sociedad (¿italiana?,¿europea?,¿mundial?), y también analizando la raíz del problema, atendiendo a la perspectiva sociológica envolvente del quehacer científico, se da cuenta de las causas reales capaces de explicar objetivamente, evitando subterfugios filosóficos, la naturaleza del método Di Bella que en el fondo es una respuesta a una demanda social. Pero, ¿qué tiene de coherente, según el enfoque hasta ahora dado, el que sea tratado por los informadores como un problema complejo, novedoso, y aún inabarcable racionalmente en todas sus dimensiones? Siendo breves, su coherencia estriba, por un lado, en que la nueva relación médico paciente cambia radicalmente, la posibilidad de una cura que requiera una intervención quirúrgica, con los lógicos riesgos para el paciente, queda en principio anulada, su simplicidad en la ejecución del tratamiento facilita una disminución drástica en los días de hospitalización del enfermo sometido a dicho método con lo cual la masificación de las secciones hospitalarias del servicio de oncología se verían notablemente aliviadas, las desagradables sesiones de quimioterapia con los sufrimientos inherentes y el desánimo que alienta en los enfermos quedaría erradicado, además comportaría una mayor capacidad de intervención y decisión por parte del paciente y su entorno más próximo resultando así más firmemente garantizados sus derechos como cliente de un servicio público que demanda una buena atención y exige no ver mermada su capacidad de elección; por otro lado, al ser una terapia regeneradora, revitalizadora de las células sanas o no destructiva como sucedía con la quimioterapia, no acarrea riesgos en los pacientes que vayan voluntariamente a soportar por primera vez tal proceso de cura, al no ser nociva para el paciente, se puede directamente experimentar con enfermos humanos quedando anulado el protocolo de experimentación, exigente en extremo con el necesario paso de la investigación por los enfermos no humanos, primero roedores y finalmente con los seres más próximos a nuestra naturaleza animal humana, o sea, con los primates (hoy los fundamentalistas defensores del Proyecto Gran Simio encontrarían un motivo evidente de satisfacción y su adherencia al mecanismo de cura propuesto mostraría una impronta ideológica a favor prioritariamente de los protohumanos de nuestro presente, quedando en última instancia relegada a un segundo plano la cuestión central articulada en torno a los enfermos humanos). Todas estas peculiaridades extraídas del método de Di Bella favorecen el interés y la atracción de los enfermos del momento y de los ciudadanos italianos involucrados en el asunto en tanto que asumen su condición de potenciales enfermos de cáncer. Pero las supuestas ventajas apuntadas desde este novedoso método de cura no se agotan con este superficial análisis más arriba confeccionado. Otros autores ya han reconocido como cuestión de vital importancia la relación médico paciente; los propios periodistas científicos la erigen como centro de la noticia. «El médico no puede ser privado del derecho a la libertad terapéutica que está en la base de la relación médico-paciente». Esta cita recogida el 11 de enero de 1998 servirá de punto de partida para el análisis que a continuación abordaremos de la mano de Neil Postman en su libro intitulado Tecnópolis: la rendición de la cultura a la tecnología. Con la quimioterapia, y aquí nos vemos obligados a llevar a cabo un análisis comparativo, la relación entre médico paciente se enfría considerablemente a la vez que se mediatiza, vía tecnología, y se hace especialmente distante; es decir, las tradicionales relaciones éticas configuradas alrededor de relaciones próximas a la amistad, de equidad entre médico y paciente, se sustituyen por otras relaciones ahora enmarcadas dentro de un nuevo orden moral donde el encuentro viene definido por un médico cuya actividad ejerce como profesional y un paciente deseoso de hallar soluciones para sus problemas. Ahora la naturaleza de las relaciones vendrá definida por criterios de desigualdad apoyados a priori en el mayor o menor grado de conocimiento de cada uno de los miembros de la relación momentáneamente establecida. Con esta nueva propuesta de terapia parece garantizado un trato más humano, más próximo o ético, entre médico y paciente. Sin dejar de reconocer que la mediación tecnológica no deja de ser una eventualidad humana, ya que si bien es física no es física natural sino que realmente es física humana, el nuevo vínculo médico paciente introducido con la terapia del modenese repercute favorablemente en la consolidación por parte del paciente de su firmeza o perseveración activa en su lucha por el restablecimiento de la salud al quedar en él depositado un mayor compromiso de mejora. Declinará de esta manera la dominante y actual relación médico paciente subrayada por Neil Postman, Tecnópolis y en donde leemos:

«Al llegar el siglo XX, la medicina ya estaba definitivamente encaminada hacia una confianza casi total en la tecnología [parece inclinarse por el diagnóstico frankfurtiano sobre la tecnología entendida como razón instrumental al servicio de la verdad, de la objetividad, y en última instancia capaz de neutralizar al ser humano hasta convertirlo en cosa u objeto de experimentación], sobre todo después del desarrollo de los laboratorios de diagnóstico y el descubrimiento y uso de los antibióticos en la década de 1940. La práctica médica había entrado en una nueva fase. La primera se había caracterizado por la comunicación directa con las experiencias del paciente, basada en lo que el propio paciente contaba y en las preguntas y observaciones del médico. La segunda se definía por la comunicación directa con los cuerpos de los pacientes mediante el examen físico, incluyendo el uso de tecnologías cuidadosamente seleccionadas. La fase en la que estamos ahora está caracterizada por la comunicación indirecta con la experiencia del paciente y el cuerpo a través de maquinaria técnica. En esta fase presenciamos el surgimiento de especialistas –por ejemplo, patólogos, radiólogos– que interpretan el significado de la información técnica y no tienen absolutamente ninguna relación con el paciente, sólo con tejidos y fotografías. Ha de suponerse que, a medida que la práctica médica se iba desplazando de una fase a otra, los médicos tendían a perder las habilidades y aptitudes que predominan en la fase previa.» (págs. 133-134, la anotación entre corchetes es nuestra.)

La casi neutralización del paciente actual a su condición de mero objeto diseccionado en campos especializados de investigación y tratamiento médico repercute activamente en su deterioro ético personal al serle reducida a mínimos su capacidad de elección libre y de participación interesada en el proceso de cura. La fría relación descrita por Postman se ve superada con la propuesta de Di Bella al hacer recaer en el propio paciente la posibilidad real de doblegar la enfermedad. Este compromiso compartido por el paciente y el equipo médico protagonista del método de recuperación incidirá favorablemente en el resultado final al lograr sortear la participación obligada, y en ocasiones poco colaboradora, del enfermo con las decisiones asumidas exclusivamente por el oncólogo especialista. Pero los supuestos beneficios incorporados al nuevo método de cura no se agotan con lo ya descrito, nuestro modo de entender conceptos tan familiares y asumidos intuitivamente por todos como enfermedad y dolor darían un vuelco significativo. Por de pronto, cambiarían no sólo su contenido semántico sino también el modo de entender la parcela de realidad a la que hacen referencia. Para recoger con mayor rigor lo que venimos diciendo acudiremos a la obra de Iván Illich, Némesis médica. Inicialmente el cambio se nos mostraría como radical, al ser sustituida su visión conceptual ahistórica y perenne por otra histórica y evolutiva. Un recorrido histórico, filológico, permite encauzar el sentido del estudio de Iván Illich. Enfermedad y dolor son dos conceptos que han discurrido a lo largo de la historia con significados diversos y en ocasiones heterogéneos. Retomando la cita con la que iniciábamos este apartado, «convivir con el tumor», rescata una visión más humana de la enfermedad (quizá más cristiana si seguimos las líneas prefijadas por el autor), y por la misma razón del dolor, tratándola como una circunstancia que no necesariamente debemos exterminar; objetivo impuesto en el método médico ejercido a través de la quimioterapia si bien, en el caso satisfactorio del resultado final, aún media un camino de sufrimiento próximo a convertirse en auténtico infierno; como subraya sobre este asunto:

«La moderna civilización médica cosmopolita niega la necesidad de que el hombre acepte el dolor, la enfermedad y la muerte [Shelley llega incluso a novelar tal desafío en su famosa obra Frankenstein]. La civilización médica está planificada y organizada para matar el dolor [no es fatuo en este sentido recordar que el aumento del consumo de analgésicos en nuestra civilización occidental y en especial tras la segunda gran guerra va en continuo aumento, nuestro umbral del dolor disminuye a medida que nos percatamos de la posibilidad artificial de su eliminación].» (los añadidos entre corchetes son nuestros, pág. 115.)

Por lo que concluye:

«Cuando el ser humano se hace dependiente del manejo de su intimidad (experiencias del dolor, la enfermedad y la muerte), renuncia a su autonomía y su salud tiene que decaer. El verdadero milagro de la medicina moderna es diabólico. Consiste no sólo en hacer que individuos sino poblaciones enteras sobrevivan en niveles inhumanamente bajos de salud personal.» (pág. 218.)

Son otras las consecuencias fácilmente extraíbles de la nueva terapia de lucha contra el cáncer. Salpicaría inevitablemente a las firmemente asentadas estructuras médico-administrativas de los centros de salud. Los especialistas oncológicos de verse corroborada con éxito la propuesta de cura del profesor Di Bella y su equipo comprobarían que su presencia, en el conjunto del sistema sanitario, sufriría una drástica merma, sus necesarios servicios actuales, en ocasiones superados por la demanda cada vez mayor de enfermos de cáncer necesitados de atención, pasarían a ser obviamente reducidos, con menos personal se realizaría más tarea y con mayor eficacia lo que redundaría en beneficio de los pacientes y del conjunto de los ciudadanos italianos si se enfoca dicha posibilidad práctica desde criterios estrictamente económicos y concretamente impositivos. Bajo este prisma argumentativo deben sopesarse muchas de las pugnas expuestas por los medios de comunicación. Reconocer el origen gremial de cada uno de los protagonistas de la discusión sirve para despejar alguna duda respecto a los argumentos esgrimidos frente a otros. Se evidencia que el conocimiento científico puede introducir modificaciones sustanciales en un organigrama tan consolidado como el médico administrativo.

Los aparentemente beneficiosos resultados de la metodología médica del profesor Di Bella no se agotan todavía. Las ventajas también inciden a nivel de consumidor deseoso por adquirir un buen producto a un buen precio. Del llamado cóctel Di Bella que incorpora como ingrediente básico la somatostadina leemos en La Stampa:

«Si la combinación de fármacos llegara a ser eficaz, los medicamentos costarían muy poco porque el estudio ha sido prometido desde el Servicio Nacional de Salud y el precio final de los fármacos no tendría el añadido resultante de los costes de la investigación.»

Evidentemente la oportunidad de negocio de la industria farmacéutica se resentiría. Y si a ello sumamos que en el método de cura no se considera oportuna ningún tipo de intervención quirúrgica o agresiva los gastos en material sanitario, en muchos casos carísimos dada «su altísima y avanzada tecnología» como podemos leer en la prensa, correrían la misma suerte o una suerte aún peor a la de la poderosísima industria farmacéutica la cual quedaría excluida de la posibilidad de un atractivo y especialmente enriquecedor negocio.

La realidad es que desgraciadamente esta situación de estancamiento burocrático propicia un interés inusitado de sectores sociales insertados en la ilegalidad. Rápidamente se percatan del negocio habilitado en torno a los medicamentos requeridos para llevar adelante el nuevo método de cura. Alrededor de este foco de especulación farmacéutica halla cobijo seguro la mafia; comienza a controlar en forma de monopolio de distribución el componente básico del cóctel de Di Bella, es decir, la somatostadina. Hoy las farmacias, únicos centros autorizados por el estado italiano para la distribución de dichos medicamentos, comienzan a notar la escasez, la demanda crece a la vez que disminuye drásticamente el número de fármacos necesarios disponibles para someterse a la nueva cura. Lo más destacado del asunto estriba en la paulatina merma de productos farmacéuticos ocasionada por el control ilegal de la mafia de dicha mercancía sanitaria; esta práctica, a todas luces inmoral y en detrimento de los enfermos, repercute en el aumento desorbitado del precio de la somatostadina convirtiéndola en inaccesible para la mayoría de ciudadanos italianos, y es la causa directa del incremento de visitas a la vecina Hungría con el fin de adquirir en su mercado lo que en Italia ha pasado a ser económicamente prohibitivo. A estas alturas de la polémica es obligado señalar nuevamente que lo que comenzó en un laboratorio y que tenía como único objetivo la erradicación definitiva de una enfermedad como la del cáncer acaba transformándose en un asunto de interés nacional capaz de sacar a la luz problemas hasta la fecha casi olvidados o al menos canalizados dentro de los cauces normales de la noble disputa política. Es, pues, lógica por necesaria la intervención, aunque sólo sea testimonial, del Presidente de la República Italiana Oscar Luigi Scalfaro pidiendo un rápido esclarecimiento que redunde favorablemente en la resolución del conflicto.

5. Dos visiones de la práctica científica médica

Ahora bien, ¿a qué se debe esta encrucijada paralizante de intereses en un momento que como se recoge en la prensa diaria y en las diferentes cadenas de televisión el tiempo apremia y de forma especial para los diagnosticados oficialmente como «enfermos terminales»? Esta interrogante puede encontrar respuesta acudiendo a un examen sosegado de la ciencia médica en ejercicio, para unos diana de todo tipo de críticas, para otros esperanza real, no fantasiosa, de salvación. Ambas perspectivas, o visiones de la ciencia, se muestran, desde un punto de vista crítico y distante con cada una de las partes, como inconmensurables y son a su vez un fiel reflejo de una larga tradición teórica sobre la ciencia que se ha ido fraguando principalmente durante el siglo pasado. Desde ambas perspectivas antagónicas se acude a la ciencia para de algún modo resolver totalmente o parcialmente la confusión creada.

(A) Los defensores de la llamada, para entendernos, ciencia normal u oficial se adhieren a ella como refugio inquebrantable de coherencia y racionalidad ajena a cualquier atisbo de caprichoso interés particular. El gobierno, con la Ministra Rosy Bindi a la cabeza, entreteje su urdimbre discursiva entorno a la ciencia. Su objetivo obligado como miembro del ejecutivo no es otro que la persecución del mayor beneficio común articulado alrededor del buen orden social. Su desconfianza en las diferentes propuestas expuestas hasta el momento, muchas de ellas claramente determinadas ideológicamente, inciden en que su apuesta sea decididamente favorable a una resolución científica del conflicto público abierto por el profesor Di Bella. Su exigencia incide especialmente en las pruebas empíricas que acrediten la veracidad de los resultados defendidos por el modenese y su equipo. Su principal petición son las fichas que contienen presuntamente (según testimonio del profesor Di Bella, esto es, el interesado, lo que para la ministra hace que sea dudoso) los «datos» de las pruebas realizadas ya con pacientes de cáncer y que han resultado, según los protagonistas que han dirigido tal práctica investigadora, satisfactorios y concluyentes. El gobierno no está sólo en esta estrategia dilucidadora, cuenta con el apoyo inestimable de los «expertos» más prestigiosos de la ciencia italiana como el premio Nóbel de Fisiología o Medicina en 1975 Renato Dulbecco que, en la misma línea que la Ministra de Sanidad, reclama la realización de una experimentación fundamentalmente objetiva, hecho que necesariamente requiere al menos de las siguientes condiciones: un número considerable de pruebas, un examen detallado de los pacientes y su estado de salud previo a la realización de la experimentación, contrastación experimental de la eficacia del cóctel basado en la somatostadina haciendo especial énfasis en el efecto placebo o predisposición del enfermo a sentirse aliviado de su padecimiento al reconocer en la adecuación del tratamiento con sustancias inocuas que desconoce su mejoría, la exclusión de dichas pruebas del profesor Di Bella con el fin de garantizar la imparcialidad y neutralidad deseadas (no olvidar que de forma análoga utiliza el mismo argumento el médico modenese y su equipo pero esta vez contando con su presencia), requisitos estos últimos que podrían verse empañados por dudosas interpretaciones o por manipulaciones que violasen el código deontológico de todo profesional de la medicina. En este punto Dulbecco y el gobierno pretenden mostrarse prudentes, no dicen que su comportamiento sea deshonesto, simplemente quieren evitar la posibilidad de que pueda llegar a serlo y, por último, la espinosa cuestión del tiempo, es decir, hablamos de aproximadamente cinco o seis años como periodo mínimo exigido para cumplir con el protocolo médico investigativo; esta última afirmación choca frontalmente con las ilusiones de los enfermos terminales y no, como se transmite desde los diferentes medios de comunicación, con la incomprensión de los defensores de la ciencia oficial o empírica.

(B) Otro enfoque viene diseñado desde las filas afines al denominado movimiento CTS. La lectura que del asunto se realiza y el juicio que se emite es evidentemente diferente, lo que en un primer momento ya nos permite reconocer, desde nuestra atalaya de objetividad crítica que analiza la confusa situación, el carácter no concluyente de los hechos evaluados. Mientras que los miembros del gobierno italiano y científicos de reconocido prestigio como Dulbecco consideran el problema como un asunto permeable a una posible solución definitiva que aclare la anomalía, neutral o vacía de juicios de valor, y objetiva que repercuta favorablemente en la transmisión fiable de una información capaz de convencer al público en general y a los enfermos en particular, los miembros de la comunidad científica y otros allegados, caso de la mayoría de los miembros de la prensa, al profesor Di Bella lo consideran como un problema abierto, esto es: la decisión que se adopte no va a estar libre de valoraciones que trasciendan la misma práctica científica, los hechos o datos objeto de estudio inciden positivamente en la resolución del problema pero están lejos de ser definitivos, de ser el fundamento único que sirva de sustento a la decisión que se vaya a tomar. Por tanto, en contra de lo que manifiesta la Ministra de Sanidad Rosy Bindi, no es un problema que tenga única y exclusivamente una lectura y respuesta científica, aunque tal vez haya que decir en favor de la Ministra que su vuelta a los laboratorios sería bienvenida una vez demostrado que su puesta en la escena pública, especialmente vía televisión, ha resultado un auténtico fiasco. Es obvio que la ciencia médica puesta encima de la mesa soporta múltiples y heterogéneas interpretaciones paridas desde reconocidos grupos del saber científico y desde grupos de la práctica política muy diversos lo que hacen de dicha actividad investigadora un bien a la vez que preciado, peligroso. Por este motivo se mantiene por parte de los adeptos al movimiento CTS que su control requiere de la participación activa y legítima de todos a la hora de tomar decisiones; decisiones que no son puramente científicas o tecnológicas sino que también son, acudiendo a los planteamientos defendidos por Larry Winner, La ballena y el reactor: una búsqueda de los límites en la era de la alta tecnología, políticas.

Ya señalábamos más arriba el carácter abierto del problema. Y es que tras un somero análisis intersubjetivo y público las interrogantes que se pueden extraer son múltiples, entre otras: ¿cómo se podría experimentar, según los tradicionales mecanismos de investigación, un método que, hasta donde hemos podido entender, se basa en la extrema variabilidad? Si por algo reconocemos en la ciencia un compromiso con la verdad es por su interés en mostrarnos una ejecución gobernada por reglas necesarias dirigidas por criterios lógicos, por el seguimiento sin titubeos de un orden impuesto, de un método, de cada uno de los agentes científicos y que tiene la posibilidad de ser repetido satisfactoriamente por cualquier otro especialista en la materia. Así pues, no es que no se pueda efectuar una evaluación científica rigurosa (al menos siguiendo los métodos tradicionales) tras un examen minucioso de los datos aportados es que ya de antemano, a priori, se excluye tal posibilidad. Así dadas las cosas la cuestión es por poco frecuente notoriamente relevante, lo que nos lleva a preguntar: ¿el asunto del que tratamos se puede considerar científico o no? No sería estéril advertir que decantarse por una postura afirmativa o negativa nos conduce irremediablemente al planteamiento de otras cuestiones de no menos interés: si asumimos la existencia de un mínimo grado de verosimilitud en esta propuesta de erradicación de la enfermedad del cáncer, ¿en base a qué criterios podemos evaluar satisfactoriamente tal novedoso método de cura?, y si nuestra consideración es negativa, dudamos no sólo de la eficacia del método sino también de su misma coherencia asociada a la razón, ¿estamos entonces ante un caso de fraude pseudocientífico y simplemente nos enfrentamos ante un problema de naturaleza política con marcados intereses económicos de por medio? Las hipótesis que se pueden derivar como respuesta que permita salir de este callejón sin salida son innumerables y dadas las condiciones impuestas por el trabajo en marcha evitaremos entrar en este juego de posibles futuribles.

Tras señalar los puntos a favor de la propuesta de cura del profesor Di Bella y las confusas manifestaciones que sobre el método se saben a través de los medios de comunicación y que urge institucionalmente aclarar abordaremos brevemente otros asuntos. Las interrogantes que salpican a la propia opinión pública deben ser resueltas, en caso contrario sería inevitable la generación no deseada por nadie de nuevas anomalías que incrementarían más aún si cabe el malestar de la sociedad italiana. La denuncia pública de esos asuntos no aclarados, que en nuestro trabajo hemos simplemente señalado, es una obligación moral de la que pueden participar políticos, científicos, periodistas, empresarios farmacéuticos, sociólogos, filósofos, público en general que se reconozca preparado intelectualmente para enriquecer el debate y los protagonistas no voluntarios que sufren en sus carnes la enfermedad del cáncer. En este sentido y siguiendo la senda marcada por Bruno Latour, «La ciencia en acción» serían un gran número de personas las que con mayor o menor protagonismo, en diferentes órdenes de responsabilidad y por supuesto de conocimiento especializado, harían ciencia.

El argumento que mantiene en la cresta de la ola mediática y científica a Di Bella no es otro que su convicción, no sabemos realmente si apoyada o no en la ciencia, de que su tan discutido método es eficaz en la lucha contra la enfermedades oncológicas. Ahora bien, este discurso salpicado de intenciones necesita ser más preciso, abrigar una documentada y variada contrastación experimental y sobre todo: ser consciente y responsable de los riesgos que entraña la manifestación pública de dicho acontecimiento en el campo de la ciencia. Dejando de lado las valoraciones que los diferentes colectivos sociales, ya sean constituidos estos por expertos o no, han hecho del método (en muchos casos claramente interesadas y especialmente al trascender al ámbito de la ciudadanía la discusión), lo que no se puede desdeñar son interrogantes del tipo: ¿qué clase de cánceres realmente puede curar?, ¿en qué preciso estado de salud deben encontrarse los pacientes para que puedan obtener el visto bueno y someterse al novedoso proceso de cura?, ¿pueden realmente participar con garantías de cura los enfermos terminales? (sobre este particular cabe señalar que tras el consentimiento del Ministerio de Sanidad a la nueva práctica médica de investigación el número de enfermos terminales en la lista de seleccionados era especialmente reducido, muy por debajo de las expectativas creadas entre el público y en concreto entre los pacientes), ¿cómo afectará esta polémica a otros cursos de investigación en marcha en el área de la salud y que necesitan para ser desarrollados del apoyo financiero público o privado? (en esta línea argumentativa se dirigió algún artículo de Gianni Vattimo, por cierto no bien acogida por los lectores de La Stampa»; no tardaría el padre del «pensiero debole» en publicar otro artículo en el que rectificaba lo anteriormente escrito) ¿qué verdaderos criterios se explicitan para aconsejar con un mínimo de riesgo que un paciente que esté siendo tratado con quimioterapia abandone ésta para someterse a la nueva cura no probada del profesor Di Bella?, ¿esta elección es responsabilidad del paciente y/o del médico? En suma, las interrogantes abiertas parecen alejarse más todavía de una posible respuesta concluyente y con la información de la que disponemos no nos atrevemos a ser nosotros los que osemos aventurarnos en tal hazaña.

6. Conclusión

Resaltar en todo este embrollo que quizá sea un peculiar caso de ciencia médica para el cual la publicidad, el estar en boca de todos, haya resultado más perjudicial que beneficioso dada entre otras razones la alarmante escasez de datos que puedan dar luz verde y con un mínimo de garantías a cualquier atisbo de solución parcial, y no nos olvidamos de precisar que no estamos diciendo que los datos sean el quid de la cuestión sino que simplemente advertimos que estos son necesarios y escudarse en los pacientes y su libertad de cura y privacidad para no trasladar a las autoridades médicas los resultados obtenidos tras la fase de experimentación del método parece a todas luces una utilización abusiva y errónea de normas éticas hipostasiadas a un plano tan elevado que las trasforma en obstáculo para el esclarecimiento del problema, y en práctica inmoral por ausencia de generosidad que sólo con la aplicación efectiva del derecho se puede superar.

En conclusión, el modelo evaluativo recogido en la prensa no es reactivo, negativo, en tanto que abre la puerta en la toma de decisiones a la participación pública y no es utilitarista ya que no reduce el impacto de la investigación médica desarrollada por el profesor Di Bella a parámetros de análisis coste-beneficio, enfoque valorativo muy asiduo entre los representantes políticos asesorados por expertos. Con todo, este nuevo modelo quizá peque de ingenuidad en el análisis de la estructura social. Presupone una democracia no real, ideal, una democracia sin límites, accesible a todas la manifestaciones cotidianas como si éstas pudieran sólo ser racionalmente tratadas a través de la participación desinteresada y sin coacciones de todos los ciudadanos y no sólo eso, supone una dinámica tan perfecta que cada grupo social ya sea un grupo político, una comunidad médica, una asociación de enfermos de cáncer, una gran empresa farmacéutica, (que a su vez, no lo olvidemos, es en el fondo otro grupo tan legítimo como cualquier otro de trabajadores y accionistas), &c., dado que tiene el derecho para intervenir (otras asociaciones, caso de la mafia, participan sin ese derecho) tiene automáticamente la misma fuerza operativa y decisiva sobre el impacto científico y tecnológico de la práctica médica analizada. El modelo político de la democracia garantiza la participación ciudadana por igual, entendida en sentido distributivo, pero lo que no puede garantizar, de ahí que sea más correcto hablar en este marco de igualdad atributiva, es que halla diferentes potencialidades operativas humanas, que haya diferentes posibilidades de ejecución de planes, que haya diferentes grados de libertad según su fuerza para hacer efectivos sus proyectos. Además, es un error homogeneizar los modelos de evaluación participativos sin analizar previamente las sociedades particulares, los intereses concretos enfrentados, los objetivos buscados en cada caso, y es un error no percatarse de que en el orden político donde logra instalarse la polémica estudiada no se haya en su esencia una armonía que pueda conducir al entendimiento de todas las partes enfrentadas y al logro efectivo, político, del bienestar del conjunto de la sociedad italiana sino que lo que en realidad encierra es un equilibrio basado en una lucha por la vida a nivel de los diferentes grupos de poder, ya sean legalmente reconocidos ya sean, como en el caso de la mafia, ilegalmente reconocidos, un equilibrio en definitiva de supervivencia del más apto en el seno del estado italiano, que no es más que, valiéndonos de un concepto de naturaleza biológica ya utilizado en su teoría política por el profesor Gustavo Bueno, una biocenosis. Y es aquí donde la cura del profesor Di Bella sirve de coartada a los diferentes grupos sociales para llevar a cabo sus planes, sus intereses de grupo, desprestigiando en gran medida la labor científica, su compromiso con la razón y la verdad, y aupando a la gloria del reconocimiento público a pseudosaberes inmersos en las catacumbas de la sinrazón como los de los naturópatas, videntes, astrólogos, y otros muchos que en la marea de confusión instalada ven con inusitado interés la apertura a nuevas oportunidades de negocio.

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