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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 17
Artículos

El rectorado de Pedro Laín Entralgo en la Universidad de Madrid (1951-1956)

José Alsina Calvés

Con Joaquín Ruiz Giménez como ministro de Educación Nacional ocupa Pedro Laín Entralgo el rectorado de la Universidad de Madrid; junto a Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo y otros, los falangistas radicales libran su última batalla para reorientar al régimen desde dentro

El rectorado de Pedro Laín Entralgo en la Universidad de Madrid (1951-1956)

A principios de los años cincuenta, Franco había conseguido salvar los peores momentos por los que su régimen había pasado en la posguerra mundial. Su Estado había pasado por un cierto proceso de institucionalización, que, al margen del ya lejano Fuero del Trabajo (1938), de inspiración falangista, se había iniciado con la Ley de Cortes (1942), había seguido con el Fuero de los españoles y la Ley de Referéndum (ambas de 1945), y había culminado con la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, aprobada en referéndum en 1947.

Después de la defenestración de Serrano Súñer y de la purga de falangistas radicales, Franco había seguido con su política de «equilibrio» entre las familias y sectores del régimen, pero, aconsejado por Carrero Blanco, había reclutado la mayoría de los cuadros técnicos y políticos entre los católicos del Opus Dei y, en grado menor, entre los militantes de la Asociación Nacional Católica de Propagandistas (vinculados al diario Ya).

Lo que quedaba de la Falange (o mejor dicho del Movimiento) estaba convenientemente purgado y tuvo una participación mucho menor en el poder. Sus representantes fueron personajes absolutamente oportunistas, como Arrese o Fernández Cuesta, o bien personajes como Antonio Girón o Utrera Molina, sinceramente falangistas, pero cuya fidelidad personal a Franco les hacia políticamente seguros y dóciles.

La influencia de los sectores nacionalcatólicos y monárquicos se hace evidente en la citada Ley de Sucesión, donde el Estado español se define como un Estado católico, social y representativo, que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino. Todo ello se producía mientras se arrinconaban los elementos, especialmente simbólicos y de ritual, que más recordaban la pasada vinculación con las potencias del Eje.

Mientras tanto la diplomacia española trabajaba para romper el cero internacional al que el régimen estaba sometido, utilizando las excelentes relaciones con el Vaticano, y las nuevas realidades geopolíticas generadas por la guerra fría, que ofrecían una magnifica oportunidad de vender anticomunismo a americanos e ingleses, antiguos enemigos y nuevo e inesperados aliados.

A la altura de 1951 esta política había dado sus frutos, y la estabilidad de régimen no estaba amenazada por presión externa alguna. La situación económica, sin embargo, dejaba mucho que desear, y había crecientes tensiones de orden laboral y social, de las que se hacían eco los informes reservados de las Centrales Nacional–Sindicalistas (los sindicatos oficiales o CNS). Fruto de este malestar fue una importante oleada huelguista, que culmino con la jornada de boicot a los tranvías en Barcelona, provocada por una aumento en las tarifas de los mismos.

Esta conflictividad social fue una de las razones, aunque no la única, que movió a Franco al amplio cambio gubernamental en julio de 1951. En el nuevo gobierno los nacionalcatólicos siguen teniendo un peso significativo (con Martín Artajo en Exteriores), los militares vieron aumentada su cuota hasta los seis ministerios, y FET y de las JONS contó con tres ministerios: Trabajo, con Girón; Agricultura con Rafael Cavestany y la Secretaría General del Movimiento, con Fernández Cuesta.

Pero aquí nos interesa situar la figura de Joaquín Ruiz Giménez, el ministro de Educación Nacional, en cuyo equipo figurará Pedro Laín como rector de la Universidad de Madrid, y bajo cuyo liderazgo y junto a Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo y otros, los falangistas radicales libraran su última batalla para reorientar al régimen desde dentro.

Ruiz Giménez procedía de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y había sido discípulo de Ángel Herrera. Desde 1946 era catedrático de filosofía del derecho en la Universidad de Salamanca, y había sido, hasta poco antes de su nombramiento ministerial, embajador ante la Santa Sede.

Normalmente se define a Ruiz Giménez como católico o incluso como democristiano, cosa que tiene su fundamento. Pero era un católico en una línea bien diferente de su predecesor en el cargo, Ibáñez Martín, pues estaba muy lejos del integrismo de este, carecía de conexiones con el Opus Dei, y no había estado vinculado al grupo de Acción Española. Lo que no se acostumbra a decir es que Ruiz Giménez era también un militante de Falange por autentico convencimiento.

Desde joven se había sentido subyugado por la personalidad de José Antonio Primo de Rivera. En primer lugar por lo que entendía como «permanente elegancia» y que no se limitaba a la física y a la derivada de «la nobleza de una estirpe sino propia del espíritu, de la finura del alma, y, más en concreto, de la elegancia intelectual». De este modo intenta vincular su admiración joseantoniana con su idea de Universidad:

«Si José Antonio Primo de Rivera dijo un día que ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo, ante el espectáculo de su vida y de su muerte, de su pensamiento y de su voz, habría que decir que ser universitario es una de las formas más serias y auténticas de ser español. La universidad se quedó en él. El vigor intelectual y el sentido crítico, empezando por la crítica de si mismo, son dos rasgos fundamentales de su modo de ser y de su acción en la historia española de un tiempo decisivo.»{1}

Todavía en 1971 Ruiz Giménez seguía «creyendo en José Antonio». En la mesa redonda sobre Cataluña, organizada por Baltasar Porcel, cita a José Antonio como ejemplo de comprensión de la personalidad histórica y cultural de Cataluña{2}.

Esta doble condición de católico y falangista era lo que lo aproximaba a Pedro Laín Entralgo, así como a Dionisio Ridruejo y a Antonio Tovar, aunque estos sin duda tenían una concepción mucho más laicista de lo que debía ser un Estado inspirado en los principios de Falange.

Ruiz Giménez ofreció a Laín el cargo de subsecretario del Ministerio, que este rechazo, pero sí aceptó ser nombrado rector de la Universidad de Madrid. Los nombramientos de rectores eran un aspecto clave para el desarrollo de la política universitaria así que los nombres elegidos eran una indicación de por donde pensaba ir el ministro: para Salamanca nombró a Antonio Tovar, y para Oviedo a Torcuato Fernández Miranda, también falangista pero no vinculado al Grupo de Burgos{3}.

Otros cargos importantes del Ministerio fueron ocupados por falangistas: la Subsecretaría del Ministerio por el camisa vieja{4} Jesús Rubio García-Mina; la Dirección General de Enseñanza Universitaria por Joaquín Pérez Villanueva, amigo de Laín y Ridruejo; la de Enseñanzas Medias por José María Sánchez de Muniaín, un católico próximo al Ministro, que sería sustituido en 1954 por el falangista Fernández Miranda, y la de Enseñanzas Técnicas por el ex dirigente del SEU, Carlos María Rodríguez de Valcárcel.

Es evidente que nunca, ni en los años de Serrano Súñer, se había dado en el Ministerio de Educación una concentración tan grande de falangistas. De hecho este Ministerio había estado controlado desde la formación del primer gobierno de Burgos, por personas vinculadas a la escuela de Acción Española y al Opus Dei, es decir, por el integrismo católico y monárquico: Pedro Sainz Rodríguez y José Ibáñez Martín habían sido los dos ministros de Educación que habían precedido Ruiz Giménez.

Todo ello tiene el carácter evidente de una operación política de calado: los antiguos falangistas radicales{5} darán su ultima batalla para reorientar al régimen desde dentro. Intentarán controlar las instituciones educativas, así como al previsible y naciente movimiento estudiantil.

Se ha definido en ocasiones a la política de Ruiz Giménez de aperturista, y ciertamente lo fue si se compara con la de Ibáñez Martín, al que el propio Laín califica en sus memorias de mediocre, pero es mucho menos riguroso calificarla de liberal{6}. En realidad lo que Ruiz Giménez y su equipo (en el cual estaba Laín) pretendieron fue impulsar una reorientación del régimen en un sentido menos tradicional e integrista, dotándolo de nuevas bases de legitimidad más allá de la victoria armada, y una ampliación de sus apoyos sociales. Esto solamente podía conseguirse a través de la modernización económica, social y cultural, lo que no tenía que ir forzosamente acompañado de la democratización política, proyecto que no estaba muy lejos de los objetivos de la falange inicial, aunque presentado con otro «envoltorio».

Pretendieron crear una ambiente cultural más abierto, que supusiera, por ejemplo, la reivindicación de maestros intelectuales en otro tiempo denostados, como la generación del 98 o el mismo Ortega y Gasset{7}, o, incluso, la recuperación de ciertos intelectuales del exilio, tanto exterior como interior. Todo ello nos recuerda mucho al proyecto político-cultural de Escorial. Esta política suscitó una furibunda reacción por parte de otros sectores ideológicos del régimen que vieron amenazadas sus posiciones (de entrada la pérdida de un ministerio que habían controlado desde los orígenes del régimen), o que interpretaron todo aquello como el segundo asalto al poder del viejo falangismo radical, que unos años antes había apoyado la opción Serrano.

La oposición no partió solamente de los sectores integristas. La Falange «oficial», controlada por personajes oportunistas o próximos al legitimismo también vio con reticencia algunos aspectos de la política de Ruiz Giménez. Como veremos estos sectores tuvieron una importante participación en los incidentes universitarios que dieron al traste con el rectorado de Laín y con el proyecto Ruiz Giménez.

En sus memorias Laín no reconoce el carácter político de todo este proceso. Según su versión su aceptación del cargo de rector de la Universidad de Madrid estuvo movida solamente por su interés profesional por la universidad, y tuvo un carácter puramente individual. Como es frecuente en estas memorias Laín cuenta solamente una parte de la verdad: es evidente que Laín fue un gran profesor universitario, que amó a la institución y procuró siempre lo mejor para ella. Es indiscutible que su gestión del rectorado fue excelente desde el punto de vista profesional. Pero también es cierto que todo ello se enmarca en un contexto político de lucha ideológica y de pugna por el poder.

En sus mismas memorias Laín hace un lúcido análisis de la situación universitaria en el momento de su acceso al rectorado que contradice sus afirmaciones iniciales y nos muestra que esta involucrado en un proyecto político de gran calado. Describe la situación a partir de «cuatro envolventes círculos concéntricos», y añade que desde el rectorado de Salamanca su «homólogo» Antonio Tovar realizaba el mismo análisis, lo que demuestra que comparte una análisis político y estratégico con su antiguo amigo y camarada.

Después del propio rectorado (el primer círculo) está el Ministerio de Educación Nacional (el segundo círculo) regido por una persona noble, generosa, inteligente, delicada....y auxiliada por otro hombre también inteligente, Joaquín Pérez Villanueva, con el cual será fácil entenderse.

Solamente en este párrafo ya nos muestra Laín que su empresa como rector no parte de una iniciativa individual, sino que forma parte de un proyecto que involucra al menos a tres personas más; el propio ministro, Joaquín Pérez Villanueva y Antonio Tovar. Vale la pena que nos detengamos un poco en este último personaje, para que se nos revela con más nitidez el trasfondo ideológico que hay en el proyecto Ruiz Giménez.

Antonio Tovar, hijo de un notario vallisoletano, había estudiado filología clásica y había ampliado estudios en Alemania{8}. A su vocación intelectual sumaba la de hombre de acción; falangista de primera hora, había participado en refriegas callejeras. Amigo personal de Laín y de Ridruejo, fue uno de los miembros del Grupo de Burgos que había manifestado más abiertamente sus simpatías por el nacional socialismo alemán. Quizás su admiración por la universidad alemana le llevó a ello.

Catedrático de filología griega de la Universidad de Salamanca, fue designado rector de la misma por Ruiz Giménez en 1952, casi al mismo tiempo que Laín accedía al rectorado de la Universidad de Madrid. El 28 de febrero de 1953 pronunció una conferencia en la Tribuna José Antonio, en la sede de la Guardia de Franco de Madrid, con el título «Lo que a Falange debe el Estado».

La conferencia deja pocas dudas sobre la posición política de Tovar en aquellos momentos, cuando hace ya un año que es rector de Salamanca. Sigue siendo el falangismo radical de la primera hora, dispuesto a dar la batalla dentro del régimen para hacer valer sus postulados frente al nacional catolicismo. Para Tovar en la lista de débitos del Estado a Falange hay que citar:

Al final de la conferencia dice:

«Seguimos orgullosos de que para ir a los Estados Unidos se exija el juramento de no ser falangista [...] Vivimos en una época de restauración democrática, de vuelta al pasado [...]
Se sueña con la eficacia de los Parlamentos, como si estuviéramos en 1830.»

En esta mismo año 1953 Franco aceptó que FET y de las JONS celebrar en primer (y único) congreso de su historia. El congreso reafirmó el carácter fascista del partido (aunque el término no aparecía por ninguna parte), y su compromiso con un estado vertebrado por el Movimiento y liderado por Franco. El secretario general, Fernández Cuesta, en su discurso, lanzó un ataque directo y contundente contra los sectores monárquicos y opusdeistas. La implicación en el congreso del grupo que lideraba Ruiz Jiménez fue notable, como se desprende de la participación en el mismo de Pedro Laín, Antonio Tovar y Joaquín Pérez Villanueva.

Esta bastante claro que cuando Laín se refiere a este segundo «círculo concéntrico», el formado por el Ministerio de Educación Nacional, se está refiriendo a sus amigos y camaradas, que comparten un proyecto inspirado en el falangismo radical, y que van a actuar desde el liderazgo político del ministro Ruiz Giménez.

Los «círculos» tercer y cuarto son para Laín la propia Universidad como institución, y la sociedad y el establishment político respectivamente, y aquí no ahorra sus críticas. Laín describe de esta manera a la Universidad con la cual se encuentra:

«Mal dotada, más bien atónica, porque no podía ser ajena a la general desmoralización de nuestra vida civil. Apenas rehecha de la enorme sangría a la que la habían sometido el exilio y la depuración , y de buen o mal grado habituada –once años bajo el mismo gobierno– a los modos y prácticas del mediocre Ibáñez Martín.»{9}

Estos dos últimos «círculos concéntricos» son objeto de una crítica demoledora por parte de Laín. Sobre la Universidad dice que adolece de cuatro deficiencias principales: económica, porque es pobre, estructural, pues hace falta cambiar la ley que la regula; científica, porque muchos de sus profesores no dan la talla, y moral, porque en el estamento universitario predomina el desánimo y la atonía. Con la sociedad y el establishment político se muestra Laín igual de duro: dice que es poco sensible a la ciencia y receloso frente a ella, y que de la Universidad solo espera el suministro de títulos profesionales y la ausencia de disturbios estudiantiles.

La llegada de Ruiz Giménez y su equipo al MEN «coincidió» con el hecho de que los candidatos falangistas, especialmente los que procedían del SEU (Sindicato Español Universitario, sindicato oficial de los estudiantes controlado por los falangistas) empezaron a ganar cátedras universitarias en una proporción que hasta entonces nunca se había dado. También «coincidió» con una actividad frenética de las revistas universitarias falangistas, donde iniciaban sus actividades políticas una nueva generación de jóvenes militantes que dejaban ver el creciente descontento de quienes habían sido educados políticamente en la idea de una revolución nacional, que no veían plasmarse por ningún lado.

El descontento de estas nuevas generaciones les llevaba a volver los ojos hacia el falangismo original, a una interpretación purista del ideario de falange, y a agitar la idea de una revolución pendiente, que era más o menos lo mismo que pensaban Laín y sus amigos. Todo ello preocupaba mucho a importante sectores del régimen, lo que hizo que la política que intentó desplegar Ruiz Giménez encontrara grandes críticas y severos obstáculos.

Las escaramuzas empezaron enseguida. En la primera reunión de la junta de rectores, poco después de iniciado el curso 1951-52 Laín propuso la revisión del trío de disciplinas obligatorias, llamadas por los estudiantes las tres Marías: educación física, formación política y formación religiosa. Hay que aclarar que Laín nunca propuso la desaparición de estas asignaturas, sino su dignificación, pero desde la jerarquía eclesiástica se hizo otra lectura.

Pocos días más tarde de la reunión de rectores, el Boletín Oficial del Arzobispado de Sevilla publicaba una admonición pastoral del cardenal Segura (conocido por su integrismo) donde aludía a unos «rumores sumamente peligrosos» sobre la supresión del carácter obligatorio de la enseñanza de la religión en las universidades. Segura aludía a los «nuevos rectores», como una clara referencia a Laín, y proclamaba el derecho «sacrosanto» de la Iglesia de ensañar su doctrina en todos los centros del estado, a todos los estudiantes, aunque estos no fueran católicos.

Laín ofreció su dimisión a Ruiz Giménez, el cual la rechazó. El propio ministro contestó al cardenal desde las páginas del diario Ya, en un artículo en el que se afirmaba que ni él, ni ninguno de sus colaboradores tenían ninguna intención de conculcar los derechos de la Iglesia. En sus memorias afirma Laín que encontró la respuesta demasiado respetuosa y blanda.

Un enfrentamiento importante entre el equipo de MEN y la jerarquía eclesiástica y los sectores integristas se dio en el año 1953 con la aprobación de la Ley de Ordenación de la Enseñanza Media, que venía a mejorar sustancialmente la ley de 1938 de regulación del bachillerato. La jerarquía, secundada por los opusdeistas y por los jesuitas con su revista Razón y fe, inició una dura campaña contra esta ley, a la que consideraba excesivamente estatista. En cierto modo así era, pues pretendía aumentar el control del Estado sobre la enseñanza privada, mayoritariamente religiosa, aunque sin poner en peligro los privilegios de la Iglesia, obtenidos en la etapa de Sainz Rodríguez.

El largo y enconado debate que acompaño la gestación de la ley desgasto seriamente al equipo de Ruiz Giménez, y provoco la dimisión de Sánchez de Muniaín, máximo responsable de la misma.

Otros debates y enfrentamientos se dieron en el terreno cultural, como el suscitado en trono a la «Bienal Hispano-Americana de Arte», celebrada en Madrid el año 1951. En ella se expusieron obras decididamente modernas y avanzadas conceptual y estéticamente. No debe sorprendernos la simpatía de los falangistas radicales por las vanguardias artísticas: recordemos La Gaceta Literaria, revista dirigida por Ernesto Giménez Caballero, que introdujo las vanguardias literarias en España, o la proximidad de los futuristas y dadaistas por los fascismos nacientes.

Contra esta Bienal pusieron la proa los sectores más reaccionarios del régimen, abriendo fuego con una carta del pintor Álvarez de Sotomayor, director del Museo del Prado, en el diario Madrid. En la mencionada carta se tildaba de «locos» a los defensores del arte moderno. La respuesta a la carta fue una rueda de prensa del pintor Salvador Dalí en el teatro Maria Guerrero, lleno de gente, que se convirtió en un acto público. Detrás de Dalí estaban Pedro Laín y Dionisio Ridruejo.

Dalí, en su intervención, se refirió a Picasso, al cual elogió como pintor, para, acto seguido, condenar su militancia comunista. El banquete que siguió al acto, de homenaje a Dalí, se cerró con varios parlamentos, entre ellos uno de Laín en defensa del arte nuevo, y otro de Ridruejo, que volvió a referirse a Picasso en términos muy parecidos a los de Dalí: elogiarle como pintor, pero rechazar su militancia comunista. Los argumentos de Ridruejo se repetían en el artículo que el poeta publicó en Arriba (órgano oficial de FET y de las JONS), titulado «La campaña de los mediocres», donde se ridiculizaban las opiniones del diario Madrid en torno al arte nuevo.

Pero los incidentes más graves se produjeron en la Universidad de Madrid, y fueron los que acabaron no solamente con el rectorado de Laín sino con toda la experiencia Ruiz Giménez. Ya hemos comentado que el equipo ministerial en general, y Laín en particular dieron un gran impulso a las actividades del SEU, como medio de fomentar la participación estudiantil y la politización de los estudiantes. En estos años el SEU no solamente potenció su actividad asistencial (becas, comedores, seguros escolares), sino que algunas de sus revistas, como Alcalá, La Hora o Laye, empezaron a mostrarse más combativas, incorporando elementos que caracterizaban el discurso de los falangistas radicales, al mismo tiempo que las actividades culturales organizadas por el Sindicato se hacían más ambiciosa y, a la vez, más críticas con el orden establecido.

Pero en la agitación estudiantil intervinieron también otros factores. Respondía a un relevo generacional; los estudiantes de la primera mitad de los cincuenta, aunque socializados políticamente bajo el franquismo, y muchos de ellos por el falangismo radical, difícilmente podían sentirse atraídos por un discurso cuyas bases de elaboración respondían a cuestiones planteadas veinte años atrás y que estaban muy lejos de sus preocupaciones y de la realidad en que vivían.

Precisamente los que mostraban más inquietudes políticas se daban de bruces cada día con una realidad que desmentía punto por punto lo que los instructores del Frente de Juventudes o los dirigentes del SEU les habían enseñado. Todo ello empujaba a las tesis del radicalismo falangista, que para algunos fue solamente un paso intermedia hacia otras posiciones, comunistas o anarquistas. Alfonso Sastre, José Mª Castellet, Carlos París o Manuel Sacristán serían algunos ejemplos de este proceso que llevó a algunos intelectuales de Falange al PCE{10}.

En noviembre de 1955 Laín publicó un pequeño opúsculo titulado Reflexiones sobre la situación espiritual de la juventud universitaria, en el cual analizaba todos estos fenómenos y proponía sus soluciones. En su análisis Laín distingue entre una mayoría, preocupada solamente por su futura profesión y las diversiones, y una minoría verdaderamente inquieta, en la cual empezaban a perfilarse diversas tendencias ideológicas. Según Laín esta minoría

«...hallase profunda y diversamente inquieta. Tal inquietud es política , social, intelectual y religiosa [...] La inquietud política consiste ante todo en una viva desazón por el futuro de España y en una acuciosa crítica de la falta de brío de nuestro Estado para resolver con justicia y eficacia los problemas de la vida española [...] Un movimiento de opinión marxista no es todavía muy aparente, pero no seria extraño que fuese gestándose entre aquellos cuya conciencia social propenda al radicalismo.»

El análisis de Laín, por otra parte muy realista, está trufado de elementos ideológicos propios del falangismo radical:

Más adelante Laín entra en el análisis de las causas de esta situación. De nuevo se combina una análisis riguroso de la realidad con elementos ideológicos propios del falangismo radical. Laín aduce, entre otros factores, la estrechez del horizonte profesional de los jóvenes universitarios; su alejamiento psicológico del discurso oficial por el hecho de no haber vivido la guerra civil; la escasa ejemplaridad de muchos sectores de la vida española; el paternalismo meramente prohibitivo y condenatorio con el que actúa el Estado, y sobretodo el contraste entre el constante halago verbal que la juventud española viene recibiendo desde 1939 como símbolo viviente de la España nueva, y la falta de confianza en los jóvenes reales y concretos, que se ven relegados a la simple condición de continuadores y herederos. Entre sus recetas para encauzar la inquietud juvenil Laín propone:

«un riguroso y perspicaz examen de conciencia por parte de los estamentos rectores de la vida nacional, un acertado enlace entre la disciplina y el magisterio, y una inteligente y flexible apertura a todo lo importante que en el mundo intelectual, literario y artístico acontezca dentro y fuera de nuestras fronteras.»

Acaba con un admonición dedicada a los sectores integristas del régimen:

«La tesis de la censura a palo seco, tan cómoda para las mentes simplificadoras y perezosas, es insostenible y contraproducente en nuestro siglo.»

Laín fue recibido por Franco, en una audiencia que duro más de una hora, al que entregó personalmente el escrito. Cuenta en sus memorias que tanto Ruiz Giménez como Martín Artajo, cada uno por su cuenta, le relataron que en el curso de un consejo de ministros el propio Franco cito pensamientos y expresiones de su informe. Parece que el general no solamente lo había leído, sino que había incorporado elementos del mismo a su discurso «teórico». Sin embargo pronto iban a desencadenarse una serie de incidentes que cortarían por lo sano la influencia de Laín y sus camaradas sobre el Jefe del Estado.

El ambiente universitario empezó a caldearse en enero de 1954. El SEU convocó una manifestación de protesta contra la visita de la reina de Inglaterra a Gibraltar. La manifestación fue disuelta violentamente por la policía. Los estudiante movilizados por el SEU se enfrentaron a palos con los agentes, y se indignaron con la dirección del sindicato que les había llevado allí.

Realmente la situación era surrealista: el SEU era el sindicato oficial de los universitarios, y era de suponer que una manifestación convocada por el mismo no solamente era legal, sino que estaría bien vista por el régimen. De hecho mostraba las contradicciones internas de una organización que era (o pretendía ser) a la vez oficialista y revolucionaria, o, al menos, capaz de movilizar a la juventud universitaria. Pero mostraba también las contradicciones dentro del propio régimen, el enfrentamiento permanente entre los sectores falangistas e integristas, y, por encima de todo, el miedo de algunos sectores del mismo a cualquier movilización juvenil, aunque fuera de sigo no hostil.

Al día siguiente el dirigente del SEU Jordana de Pozas tuvo que ser rescatado por Laín de una asamblea estudiantil en la que los seuistas habían perdido completamente el control de la situación. Después de la asamblea se registraron incidentes callejeros y enfrentamientos con la policía. Laín pactó con Blas Pérez, ministro de gobernación, que la policía no entrase en los recintos universitarios, comprometiéndose a cambio a pacificar la situación, cosa que logro con su participación en una asamblea estudiantil multitudinaria, con más de dos mil estudiantes.

En estos incidentes empiezan ya a actuar los primeros núcleos de activistas comunistas, con Javier Pradera, Enrique Múgica, Ramón Tamames y Fernando Sánchez Dragó, que utilizaron lo sucedido para volver a los estudiantes contra el SEU y que a partir de entonces redoblaron su actividad política en la Universidad. Este grupo, especialmente Múgica, impulsó la celebración de una serie de encuentros universitarios sobre poesía, lo llamados «Encuentros entre la poesía y la Universidad» con el visto bueno de Laín y la colaboración de Dionisio Ridruejo. Entre los poetas que participaron encontramos a antiguos miembros del Grupo de Burgos, como Vivanco, Rosales y Panero (vinculados al falangismo radical) y otros como Gerardo Diego o José Hierro.

El SEU, que en realidad tenía el monopolio de la organización de actos culturales en las universidades no solamente no se opuso, sino que colaboró con los mismos, especialmente gracias a los buenos oficios de Laín. Para el grupo de Múgica estos Encuentros fueron el mecanismo para obtener un mínimo de infraestructura y organización, y así, bajo el amparo de actividades culturales, desarrollar su acción política. Además el grupo capitalizó rápidamente la idea de Julián Marcos y Jesús López Pacheco de realizar un Congreso Nacional Universitario de Escritores Jóvenes, que tuvo también el apoyo de Laín y de Ridruejo.

La prohibición de este Congreso por las autoridades, debida en parte a las presiones del propio SEU, cada vez más desbordado por las circunstancias, fueron el detonante del descontento estudiantil. El grupo de Múgica y Tamames planteo la convocatoria de un Congreso Nacional de Estudiantes. La iniciativa contó con el apoyo de intelectuales como Dionisio Ridruejo o Miguel Sánchez Mazas, así como de miembros del sector más crítico del SEU, como Gabriel Elorriaga.

El día 7 de febrero de 1956 se produjeron incidentes en la facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, durante las elecciones de representantes estudiantiles. En una asamblea realizada en la cámara sindical del SEU, estudiantes partidarios del Congreso Nacional exigieron un estatuto más democrático para la organización estudiantil. La asamblea acabo en golpes y refriegas, y en el curso de las misma alguien arrancó una flecha del emblema de Falange que se encontraba en una de las escaleras del edificio. Laín, en sus memorias, sostiene que le que arrancó la flecha no lo hizo con ánimo de profanar el emblema, sino para utilizarla como instrumento agresivo en la pelea.

La dirección del SEU hizo una lectura diferente a la de Laín, y preparó un escarmiento. La cúpula del sindicato, junto con la Secretaria General del Movimiento y de acuerdo con el ministro de la Gobernación, Blas Pérez, planeo una acción escuadrista contra la facultad de Derecho, la cual tenía que aparecer como una respuesta de los propios estudiantes, sin ninguna intervención de la policía. La iniciativa encontró viva oposición en algunos dirigentes del propio SEU, conscientes de que una operación de este tipo colocaría al sindicato de manera irreversible en contra de la mayoría de los estudiantes. Al final resultó que la mayoría de los participantes en la acción no eran universitarios.

La acción tuvo lugar el 8 de febrero y fue muy violenta. Los asaltantes llegaron a agredir al propio decano de la Facultad, el también falangista Manuel Torres López; en represalia, grupos de estudiantes destrozaron el local del SEU. Los incidentes continuaron el día 9, con enfrentamientos en la calle, en el curso de los cuales resulto herido de un disparo Miguel Ángel Álvarez Pérez, miembro de la Centuria «Enrique de Sotomayor» de las Falanges Juveniles de Franco. Nunca llegó a aclararse quien efectuó el disparo, pero por la procedencia parece que procedía de donde estaban los camarada del herido (es probable que fuera un disparo accidental) y es altamente improbable que los estudiantes movilizados por el grupo comunista llevaran armas.

Estos acontecimientos fueron utilizados por los enemigos de Laín y del proyecto Ruiz Giménez, entre los que estaban no solamente los integristas, sino sectores de la propia Falange. Llegó ha hablarse de listas negras de ejecutables si fallecía Ángel Álvarez, en las cuales se incluían falangistas como el propio Laín, Dionisio Ridruejo o Manuel Torres López. Según Laín el propio Javier Conde, director del Instituto de Estudios Políticos y amigo de Tomás Romojaro, vicesecretario general de FET y de las JONS le advirtió telefónicamente del peligro que corría, y le aconsejó que durmiera fuera de casa.

Los incidentes de febrero provocaron la dimisión de Laín y de Tovar. También provocaron la detención de Dionisio Ridruejo, juntamente con algunos de los miembros del grupo de estudiantes comunistas, como Múgica o Sánchez Dragó. Es muy probable que tanto Laín como Ridruejo desconocieran la militancia política de esto, como uno y otro han afirmado en sus memorias, pero esto no impidió que la versión oficial fuera la de una conspiración comunista, en la que Laín y Ridruejo aparecían como «cómplices».

Es curioso que entre los que entre los informes policiales sobre Ridruejo se cite el acto que tuvo lugar el 2 de febrero de 1956 en La Ballena Alegre, de homenaje a Pedro Mourlane Michelena, fallecido recientemente. Mourlane, escritor y periodista falangista, fue amigo personal de José Antonio Primo de Rivera{11}. En el transcurso del mismo Ridruejo había pronunciado un discurso muy crítico con el funcionamiento del Estado. Según el informe policial el acto los participantes en el homenaje eran «un grupo de personas ofendidas porque el actual Régimen no ha repartido entre ellas cargos ni prebendas».

Poco después era destituido Ruiz Giménez y sustituido por Jesús Rubio y García Mina. También cayó Fernández Cuesta de la Secretaria General del Movimiento y nombrado en su lugar el siempre dócil Arrese. La agitación estudiantil, sin embargo, no ceso. El curso 1956-57 se extendió a Barcelona. Curiosamente en la ciudad Condal las protestas estudiantiles empezaron con una protesta ¡por la intervención soviética en Hungría! El 6 de noviembre de 1956 unos 50 estudiante se concentraron en el patio de la Universidad y marcharon en manifestación hacia la calle Balmes gritando ¡Viva Hungría! ¡Viva la libertad! Es evidente que los promotores del acto no eran comunistas.{12}

La dimisión de Laín como rector de la Universidad de Madrid marcará un punto de no retorno en sus relaciones con el régimen, punto que no le afectará solamente a él, sino a muchos de sus amigos: Ridruejo, después de su detención, se pasará a la oposición democrática y fundara la Unión Socialdemócrata Española; Tovar se marchará a Estados Unidos, en una especie de autoexilio. Laín permanecerá es su cátedra de Historia de la Medicina, relegado, según nos cuenta en sus memorias, a la condición de «paria oficial». Con esta expresión se refiere a su rotura con el régimen, pero aclara que fue «paria oficial», pero no «paria social». Difícilmente podría admitirse esta condición de marginalidad para alguien que en el año 1956 era elegido miembro de la Real Academia Española.

La última intervención pública de Laín fue en el año 1984, como presidente del Congreso de Intelectuales montado en Salamanca por el Partido Socialista Obrero Español, ya en el poder desde hacía casi dos años. En el congreso también participo Antonio Tovar y Gonzalo Torrente Ballester. Es probable que también hubiera participado Ridruejo de haber estado vivo, pero había fallecido el año 1975. Aunque ninguno de los antiguos miembros del Grupo de Burgos militaba en el PSOE, su actitud crítica con el régimen les había aproximado a este partido. No olvidemos que en la UCD y en AP militaban, convenientemente reciclados de «demócratas», muchos de los integristas que habían sido siempre los enemigos naturales de los antiguos falangistas radicales. Quizá esto explica este aproximación al Partido Socialista.

Notas

{1} «Universidad y Pueblo en José Antonio», Del ser de España, Aguilar, Madrid 1963.

{2} Ver Cesar Alsonso de los Ríos, Yo tenía un camarada: El pasado franquista de los maestros de la izquierda, Altera, Barcelona 2005, pág. 177.

{3} Véase mi artículo «La disidencia falangista y el grupo de Burgos», El Catoblepas, nº 61, marzo 2007, pág. 11.

{4} Es decir, militante de falange desde antes de la guerra civil.

{5} Ver «Los valores morales del nacional-sindicalismo de Pedro Laín Entralgo: el manifiesto político del falangismo radical de los años cuarenta», El Catoblepas, nº 81, noviembre 2008, pág. 14.

{6} Entre otras cosas Ruiz Gimenez intentó aumentar el control del Estado sobre los centros docentes privados, lo cual de liberal tiene muy poco.

{7} No hay que olvidar que los escritores de la generación del 98 y Ortega y Gasset habían tenido una gran influencia intelectual sobre José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma Ramos, los fundadores de la Falange.

{8} Ver Cesar Alonso de los Rios, Yo tenía un camarada. El pasado franquista de los maestros de la izquierda, Altera, Barcelona 2005, págs. 131-136.

{9} Descargo de conciencia, pág. 358.

{10} Ver Cesar Alonso de los Rios, obra citada, págs. 211-225

{11} Ver Mónica Carabajosa y Pablo Carbajosa, La corte literaria de José Antonio: la primera generación cultural de la Falange, Crítica, Barcelona 2003.

{12} Cristina Gatell y Gloria Soler, Martí de Riquer; viure la lietaratura, La Magrana, Barcelona 2008.

 

El Catoblepas
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