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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 15
Artículos

De rollos, picotas y cruceiros

Iván Vélez

Ensayo de clasificación tomando como referencia
la teoría del espacio antropológico

Rollo picota de Berlanga de Duero, SoriaRollo picota de Tembleque, Toledo

Presentes todavía en entradas, salidas o plazas de numerosos pueblos españoles, los rollos o picotas permanecen como reliquias desposeídas del significado que un día sirvió para erigirlas en tan distinguidos lugares. El presente trabajo pretende llevar a cabo una reconstrucción de estos símbolos mediante el uso de las herramientas propias del materialismo filosófico.

El rollo o picota consiste en un conjunto escultórico de piedra formado por gradas, fuste, capitel y remate. El empleo indistinto de ambos vocablos para referirse a una misma institución, nos servirá para perfilar las diferencias que en su origen existieron entre picota y rollo. El rollo era un símbolo jurisdiccional que se levantaba por orden real en las villas, señalando no sólo el villazgo de la población, sino también el régimen al que se hallaba sometida (señorial, realengo o eclesiástico). En el caso de la picota, su función era la de servir para la exposición a la vergüenza pública de los reos, para azotarlos, e incluso para mutilar o ejecutar a los sentenciados y mostrar allí sus miembros amputados o sus cadáveres. Estos últimos usos, como es natural, no sólo eran menos habituales por ser los castigos de más graves y ocasionales delitos, sino también porque para la ejecución de la pena capital se usaba otra instrumento penal: la horca. Según Luis Miravalles Rodríguez, autor de la obra Los rollos jurisdiccionales{1}, las picotas, que en un principio fueron de madera, serían anteriores a los rollos, situándose el origen de aquéllas en el siglo XIII, mientras que el rollo, asociado a los señoríos, aparecería ya en el siglo XIV.

Hechas estas consideraciones, buscaremos precedentes de picotas y rollos atendiendo a características comunes con éstos y ensayaremos su clasificación tomando como referencia la teoría del espacio antropológico.

Comenzaremos por establecer una serie de características mínimas que podrían servirnos para fijar el punto de partida que nos permita llegar al objeto de nuestro estudio. Una línea, o mejor dicho, un conjunto de líneas, que se ordenarían según una estructura arborescente, algunas de cuyas ramas quedarán interrumpidas o agotadas.

Los atributos esenciales comunes podrían limitarse a los propios del hito vertical, sea éste, en lo que respecta a su material, leñoso o pétreo. Así tendríamos una serie heterogénea formada, por ejemplo, por monolitos, menhires, tótems, &c. que continuaría con mojones, hermai, miliarios, columnas… Un conjunto que necesitará de un criterio que permita la clasificación de sus elementos integrantes, pues si el grupo se establece en función de sus semejanzas comunes, las numerosas características que los diferencian serán las que permitan su ordenación en cada uno de los ejes del espacio antropológico.

En los primeros casos que hemos propuesto, propios de sociedades preestatales, tendrá un gran peso la componente angular, pues si bien nos hallamos ante elementos tomados del medio físico –por tanto del eje radial–, las referencias al mundo numinoso, especialmente en el caso del tótem, serán constantes. La presencia numinosa, núcleo de la religión en su fase primaria, permanecerá, a pesar de sus inevitables transformaciones, en sociedades más complejas, un ejemplo inmediato son los obeliscos egipcios, cubiertos por sus deidades secundarias. Será precisamente en estas sociedades estatales donde comiencen a cobrar protagonismo hitos referidos al eje radial y a su dominación y ordenación humana de la mano de la agrimensura. Los nuevos hitos no regularán asuntos religiosos sino físicos, aun sin desprenderse del todo de algunas reminiscencias angulares. Para ilustrar este conjunto nos serviremos de los hermai griegos, representaciones toscas del dios Hermes, a menudo con la forma de un busto sobre un prisma de piedra en el que destacaban representaciones fálicas, cuya función era santificar y marcar los límites, razón por la que se ubicaban en umbrales domésticos, cruces de caminos, &c. Mojones y miliarios continuarán esta línea de referencia al eje radial, si bien irán ligados a instituciones circulares tales como las magnitudes de longitud o el sistema de propiedad del suelo.

Rollo picota de Itero de la Vega, Palencia

Será en los aspectos circulares en los que centraremos a partir de ahora nuestra atención para progresar hacia los rollos. El circularismo de instituciones tales como los hermai vendrá asociado a la idea de ciudadanía desarrollada en el mundo griego, una ciudadanía restringida a un grupo de distinguidos individuos adscritos a la polis, estructura política que desborda ampliamente a las koinomías que las precedieron. Para la delimitación y ordenación de la polis, se dispondrán dichos hitos, tras los cuales se encuentra el ostracismo, o lo que es lo mismo, el extermino tal y como todavía lo recoge la tercera acepción del Diccionario de la R.A.E.:

«Exterminar: 3. tr. desus. Echar fuera de los términos, desterrar.»

Exterminio en el sentido de destierro constituirá, asimismo, una pena impuesta a los cristianos que cometen graves delitos, siendo la figura de El Cid quien mejor encarne tan humillante castigo. Como meros símbolos que nos remiten al mundo clásico, persisten en el actual escudo de España, y antes en el escudo de armas de Carlos I, las Columnas de Hércules junto al lema plus ultra. Estas míticas columnas cumplen una misión similar a la atribuida a los hermai, aunque en este caso el límite marcado era el del mundo conocido por los griegos, una frontera que será desbordada por España mediante el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, consecuencias del despliegue de su ortograma imperial. No obstante, tras el descubrimiento de América, las célebres columnas conservarían su carácter simbólico y limitativo. Cervantes, en su novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, las cita del siguiente modo:

«Esta, señores, que aquí veis pintada es la ciudad de Argel, gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, puerto universal de corsarios, y amparo y refugio de ladrones que deste pequeñuelo puerto que aquí va pintado, salen con sus bajeles a inquietar el mundo, pues se atreven a pasar el plus ultra de las colunas de Hércules y a acometer y robar las apartadas islas que por estar rodeadas del inmenso mar Océano, pensaban estar seguras a lo menos de los bajeles turquescos.»{2}

Por lo que respecta a los miliarios romanos antes citados, éstos representarán a los hitos vinculados tanto al eje radial, por cuanto van referidos al medio físico, como al circular, ya que al margen de servir para marcar los mil pasos o milla romana de una calzada, solían contener información, a menudo con clara intención propagandística, de importantes personalidades políticas.

Rollo picota de Jarandilla de la Vera, Cáceres

Tras este breve recorrido por instituciones precedentes del rollo, es el momento de abordar el análisis de éste. Rollo, del latín rotŭlus, significa cilindro, lo cual nos llevaría a pensar en un poste o tronco colocado en posición vertical, pues no nos hallamos ante ningún vocablo emparentado con el lenguaje clásico de la arquitectura. Rollo no tendrá conexión, en cuanto a su etimología, con la palabra latina columna o su correlato griego, stylos. La premura inicial con que se erigirían los rollos, probablemente en su mayoría de madera, los había alejado de la columna, que se percibiría más como un elemento integrante de un conjunto o canon arquitectónico que como un hito exento sin función estructural, aun cuando existan abundantes ejemplos romanos de columnas conmemorativas entre las que destaca sobremanera la Columna de Trajano, en cuyos tambores historiados se narra la conquista de la Dacia por parte del emperador de origen hispano Trajano.

Por lo que respecta a la picota, y según las indicaciones hechas por Miravalles en referencia a su antigüedad, podríamos establecer una relación directa con los postes de madera a los cuales se puede atar o arrollar un animal o en su caso un reo condenado a una pena. La incorporación al poste de argollas o cadenas, nos pondría en el camino de las picotas labradas en piedra, en las cuales se tallan animales fantásticos y signos religiosos terciarios, pero también armas, bien que incorporadas, a través de la heráldica, a escudos nobiliarios. La más antigua regulación de las picotas de que tenemos noticias se remonta al año 1283, cuando Alfonso X el Sabio, se refiere de este modo a ellas en sus Partidas:

«La setena es cuando condenan a alguno a que sea azotado o herido públicamente por yerro que hizo o lo ponen por deshonra de él en la picota, o lo desnudan haciéndole estar al sol untado de miel porque lo coman las moscas alguna hora del día.»{3}

Cruceiro de Culleredo, La Coruña

Como una variante o desarrollo local de picotas y rollos, aparecerían los cruceros o cruceiros, localizados mayoritariamente en Galicia y cuya aparición se fija en torno al siglo XIII, si bien el uso de cruces de piedra es muy anterior sobre todo en las islas británicas. La mayor peculiaridad formal del cruceiro es la presencia en su remate, no de una cruz, sino de un Cristo crucificado a cuya espalda se coloca una imagen de la Piedad. Es evidente que el cruceiro tiene una importante componente religiosa, mas no vendrá ésta –como muchos celtistas pretenderán ver– referida a la religión natural, sino a la cristiana. La época de erección de los cruceiros y la iconografía empleada nada tendrán que ver con prácticas paganas, y sí mucho, creemos, con una fuerte presencia del clero católico, afecto a dogmas teológicos e incompatible con rituales mágicos. Sin negar la especificidad del cruceiro, urge decir que en numerosos rollos, el remate lo forma asimismo una cruz, casi siempre metálica aunque sin la figura del crucificado.

La presencia de cruces en la cúspide de los rollos ha sido interpretada a menudo como un signo de afirmación cristiana frente a los moros, en unos tiempos de repoblación y fronteras cambiantes, sin embargo, creemos que en esta institución tendría mayor peso su componente jurídica que la meramente religiosa, aun cuando en las sociedades que los erigieron, ambos planos tenían importantes líneas de intersección. A favor de esta tesis actuaría el hecho de que durante la conquista de América, los españoles, ya sin musulmanes en el horizonte, continuaron empleando los rollos en las ciudades que se iban fundando, lo que demuestra que dicha institución estaba incorporada como un componente interno y propio del proceder imperialista hispano. Por otro lado, los ejemplos que veremos a continuación sirven para corroborar nuestra reconstrucción de la evolución del rollo, ya que éste comenzaría siendo un simple poste de madera clavado en la tierra –en ocasiones se denominará incluso árbol de justicia–, para después incorporar diversos elementos simbólicos tallados en la piedra. He aquí dos muestras de ceremonias fundacionales:

El escribano que acompañaba al adelantado del virrey del Perú, Jerónimo Luis de Cabrera, recoge así el acto de fundación de la ciudad argentina de Córdoba de la Nueva Andalucía, celebrado el 6 de julio de 1573:

«Como leal vasallo de Su Majestad y en señal de poblazón e fundación en el nombre de la Majestad Real del Rey don Felipe nuestro señor, mandó poner e puso un arbol sin rama ni hoja con tres gaxos por rollo o picota e dixo que mandava e señalava que ally fuese la placa de dicha ciudad de Córdoba e que en este lugar se execute la Real justicia públicamente en los malhechores, el cual rollo e picota quedó puesto e hincado donde el dicho señor gobernador mandó e señaló.»

Más tarde, en 1580, el vizcaíno Juan de Garay refunda Buenos Aires con una ceremonia idéntica que quedó reflejada de este modo en las crónicas:

«E luego, dice el acta, los dichos señores alcaldes e regidores se juntaron con su merced del dicho señor Xeneral para el dicho efecto, e todos juntos fueron a la plasa y allí pusieron y alsaron el dicho Rollo o Arbol de justicia é mandó el dicho señor Xeneral que ninguna persona sea osada a le quitar, vatir ny mudar so pena de muerte natural y asy lo proveyó y mandó.»

Rollo fundacional, Plaza de Armas de Santa Fe la Vieja, Río de la Plata

Elementos propios de la nación histórica, los rollos encontrarían su fin con el nacimiento de la nación política. Símbolos de una sociedad que se sustentaba en las relaciones de señorío y vasallaje, perderían todo su sentido con la transformación de ésta en un colectivo de ciudadanos teóricamente iguales ante la ley. No es casualidad que en España, tras la aparición de la nación de ciudadanos, que cristaliza legalmente en la Constitución de Cádiz de 1812, los rollos quedaran convertidos en reliquias del Antiguo Régimen. Será mediante el Decreto del 26 de mayo de 1813 cuando éstos encuentren el fin definitivo de su vigencia jurídica aun cuando muchos de ellos sobreviven en la actualidad. El decreto, que contiene argumentos que delatan la reaccionaria ideología de muchos españoles que, apelando a los derechos históricos, buscan neofeudales privilegios, dice lo que sigue:

«Accediendo a los deseos que han manifestado varios pueblos, es por lo que los Ayuntamientos procederán a demoler todos los signos de vasallaje que haya en sus entradas, puesto que los pueblos de la nación española no reconocen jamás otro señorío que el de la Nación misma, y que su noble orgullo sufriría tener a la vista un recuerdo continuo de su humillación.»

Notas

{1} Los rollos jurisdiccionales, Castilla Ediciones, Diputación de Valladolid, Valladolid 1996.

{2} Citado por Manuel Fernández Álvarez en su obra Cervantes visto por un historiador, Ed. Espasa Calpe, Madrid 2005, pág. 148

{3} Ley IV, Tít. XXXI, De las penas y de las naturalezas de ellas, Partida Séptima.

 

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