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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 2
Rasguños

El camino de Santiago
como prototipo de la Idea de Camino

Gustavo Bueno

Conferencia pronunciada en 2002 y publicada en las Actas del Seminario José Antonio Cimadevilla Covelo de Estudios Jacobeos, Madrid 2008, págs. 62-67

El camino de Santiago como prototipo de la Idea de Camino

El objetivo de mi intervención en este Seminario, en el que participan ilustres historiadores y eruditos, no es, en modo alguno, histórico o erudito, sino estrictamente «conceptual», si bien los conceptos que intentan ser definidos tienen como referencia los materiales que los eruditos y los historiadores nos ponen ante los ojos. Por desgracia, yo sólo he podido manejar una mínima parte de ese material.

El enunciado titular de mi intervención, tal como figura en el programa, puede descomponerse en dos partes. La primera, destinada a la exposición de la idea general de

Camino; se ajustará, en lo posible, al «método geométrico» de la construcción de las Ideas. En la segunda parte de mi exposición ofreceré los motivos que, a mi juicio, justifican la consideración del Camino de Santiago como prototipo de la Idea de Camino.

La Idea de Camino

La Idea de Camino puede ser determinada a partir de la confluencia de otras tres Ideas: la Idea del «Andar», la Idea de «Posada» y la Idea de «Viaje».

Consideremos, ante todo, la conexión entre el camino y el andar. Esta conexión nos invita, desde luego, a recordar a Antonio Machado, que, sin embargo, entendió la conexión de un modo, a mi juicio, muy confuso: «El camino se hace al andar.» Pues, por de pronto, el andar, por sí solo, no hace el camino, sino, por ejemplo, el sendero. Y el sendero (que es, en principio, singular, y privado) no es el camino. Pues el camino es público, como testimonian Fray Luis de León en Los Nombres de Cristo, a propósito del nombre «Camino», Covarrubias en su Tesoro y otras muchas autoridades. Y tampoco puede afirmarse que el camino se haga al andar, salvo que se pida el principio, sobreentendiendo gratuitamente que andar es «andar por el camino».

Todo este embrollo se deriva de la confusión entre camino y calzada. La calzada (por ejemplo, la calzada de Santo Domingo de la Calzada) es el momento material del camino; no hay camino formal sin calzada (o camino material). Pero un camino abandonado, una calzada romana que hoy está perdida entre unos montes, no es un camino. Su relación con el camino es análoga a la que el cadáver tiene con el organismo viviente.

El camino vivo, el camino en sentido formal, implica el andar, pero no sólo eso: implica reandar por una calzada que ya haya sido trazada.

Y no puede concebirse el andar y el reandar (el caminar) al margen del tiempo. No cabe camino sin andar (aunque cabe el andar por senderos o incluso por campo abierto); no cabe hablar de un camino vivo reduciéndolo a su momento material, a la calzada, porque el camino implica el tiempo. Los caminos no se trazan en el espacio geográfico, sino en el espacio tiempo. Y además se trazan en el espacio tiempo no de un modo escalar, sino vectorial: el camino tiene un sentido; el camino se orienta hacia un destino, el camino es camino de ida. El camino de vuelta, de retorno, es ya otro camino, otro vector, sin perjuicio de que, a veces, se disponga en la misma calzada, es decir, sin necesidad de que el camino de retorno vaya referido a otra calzada. Pero aún cuando la calzada, y su dirección, sea la misma, los sentidos dados en esta dirección son opuestos. El camino, además, suele implicar sentidos a veces irreversibles: quod vitae sectabor iter?

Sin embargo el momento espacial del camino, la calzada, cuando está incorporada al camino viviente, es algo más que un mero componente material, puesto que la calzada encarna la norma misma del andar. Entre todas las rutas espacialmente posibles, la calzada se constituye en ruta victoriosa, es decir, en la norma. Sobre esta norma, «que nos conduce con seguridad y sin error al destino», se construyó la metáfora del método (hodos = camino) y la metáfora del «discurso del método».

Dos palabras acerca de la conexión entre camino y posada. No disponemos de espacio para ilustrar nuestras afirmaciones. Me limitaré a decir que no cabe propiamente concebir una Posada, real y efectiva, al margen de todo camino que conduce a ella. Una «posada sin camino» es una construcción que podría valernos para definir a la Utopía. Como señaló Ruyer es característico de las utopías literarias el describirnos ciudades maravillosas, pero sin revelamos cuales sean los caminos que conducen hacia ellas.

¿Y cabe concebir un camino sin posada? No, porque al menos el destino del camino ya sería una posada. ¿Quiere esto decir que quien emprende un camino debe tener presente su destino, como posada? Santo Tomás planteó esta cuestión y dictaminó que «no conviene que el que va por una vía esté pensando en cualquier paso sobre el fin de la vía». Al margen de esto, habría que suscitar aquí otras cuestiones. Por ejemplo, la de si las posadas de los caminos terrestres no habrán de interpretarse todas como posadas aparentes, al menos para quienes, con San Buenaventura, crean estar recorriendo el itinerarium mentis in Deo; la cuestión de, si acaso, no es mejor el camino que la posada, es decir, si la verdadera posada no habrá que situarla en el propio camino, como acaso quiso decir Don Quijote.

En cuanto al camino y al viaje, señalaremos principalmente el carácter revolucionario que hay que atribuir a los viajes perfectos, es decir, cuando el viaje no sólo consta de la fase de ida (de progressus) sino también de la fase de retorno (de regressus), tras la cual el viajero cuenta (o debiera contar, si obedecemos a Platón) a sus conciudadanos lo que ha visto en el viaje. El viaje es revolucionario en el sentido astronómico del concepto, debido a la estructura circular de su proceso. Por eso el periplo es un viaje, como también eran viajes los caminos recorridos por los periegetas (el periplo alrededor del mar, y los periegetas alrededor de la tierra). El viaje requiere el desplazamiento por un camino; y por eso el viajero no es un aventurero, porque el aventurero anda por «caminos no trillados». El viajero es extravagante respecto de los caminos que reanda el viajero.

El Camino de Santiago, prototipo de caminos

El Camino de Santiago es un prototipo, es decir, un modelo de caminos; pero no es un modelo meramente distributivo (como si fuese un paradigma), sino un modelo atributivo, por cuanto constituye la «columna vertebral» de una red de caminos que confluyen en él hacia Santiago, y de otros que retornan, ya sea por la misma calzada, ya sea por otras calzadas diferentes.

El Camino de Santiago, el camino vivo y primario, es el camino hacia Santiago, el que «desemboca» en la tumba del Apóstol. Esto quiere decir que el camino de vuelta ya no podría considerarse propiamente como «Camino de Santiago», y esto aún cuando refiramos estos caminos de vuelta a la misma calzada, y sin contar que también son caminos de retorno los que marchan por calzadas diferentes.

De aquí podría concluirse que el Camino de Santiago ha de considerarse a disposición de todos aquellos hombres que no vivan en Santiago y que, por tanto, no necesitan de ningún camino para ir a Santiago, puesto que ya están allí.

Oviedo, origen del Camino de Santiago

Se comprende, por tanto, que el origen del Camino de Santiago no está en Santiago, sino fuera de él. Santiago no es camino, como lo fue Cristo su hermano (si creemos a Fray Luis de León). El origen del Camino de Santiago está en Oviedo. Alfonso II fue el inventor del Sepulcro del Apóstol y del primer viaje hacia Santiago. El inventor: el que descubrió el Sepulcro a quienes no vivían en Santiago, y transformó la calzada hacia el poniente en camino hacia Santiago. Una calzada que se irá prolongando por la agregación de caminos cada vez más lejanos, que irán confluyendo con él.

El Camino de Santiago, cada vez más prolongado con nuevos ramales confluyentes, será durante siglos recorrido por miles y miles de viajeros que, desde las ciudades más lejanas, atraviesan los campos (como peregrinos –a través del campo–, no como «romeros», porque no van a Roma sino a Santiago) para acercarse una y otra vez a Santiago, en el Poniente, en el lugar en donde el Sol muere, que es el lugar del extremo occidente de Europa.

Pero los peregrinos, quienes viajan a Santiago, no van a Santiago para quedarse en Compostela. No cabrían en ella, la inundarían. Tampoco van allí a morir, con el Sol. Santiago es una ciudad y no un cementerio. Los peregrinos van a Santiago para volver después, en viaje revolucionario, a su propia patria, de la que salieron.

El milagro de Hugonel que tuvo lugar en Santo Domingo de la Calzada, por Pedro Antonio Mezzastris (1430-1506), Oratorio de los Peregrinos, Asís

Ellos se han alejado de su patria porque no se sentían en ella como personas vivientes del todo, porque estaban medio muertos, como lo estaba aquel joven peregrino que fue ahorcado en la calzada de Santo Domingo, por haber robado una copa a la mesonera. Cuando sus padres volvían de Santiago, camino hacia Colonia, lo encontraron vivo y por eso ellos también revivieron. Por eso el ahorcado es el mejor símbolo del Camino de Santiago: no hay por qué dar por supuesto que el ahorcado por el corregidor colgaba muerto de la horca; lo que hay que pensar es que estaba sólo medio muerto. El pasar de la situación de medio muerto a la situación de viviente pleno, este es el milagro de Santiago. El ahorcado no resucitó, por tanto; los que resucitaron, es decir, los que abandonaron su situación de muertos totales, fueron el gallo y la gallina que ya estaban asados. Pero este milagro no se debió a Santiago, sino a Santo Domingo de la Calzada.

El gallinero en la catedral de Santo Domingo de la Calzada

Y mientras veamos cómo marchan por el Camino de Santiago los peregrinos, los viajeros hacia Compostela, podremos asegurar que el Camino de Santiago es más que una calzada inerte, ofrecida a los arqueólogos y a los historiadores, o a los eruditos. Es cuando podremos decir que el Camino de Santiago no es un cadáver de camino, una mera calzada, sino que podemos asegurar que el camino está vivo.

Importa poco que los peregrinos busquen la salvación de su alma, el incremento de sus conocimientos o el enriquecimiento en nuevas «experiencias culturales» (¿no declaró el Consejo de Europa al Camino de Santiago –y él sabría lo que quería decir, porque nosotros no alcanzamos a entenderlo– como el primer itinerario cultural europeo?).

Lo importante es que nuevos y nuevos peregrinos puedan caminar con seguridad, y con un destino fijo, a Santiago, y después puedan volver a su patria por donde les parezca. Lo importante es que vuelvan otra vez a su patria, después de haberse reconciliado con la vida en Santiago. Es decir, que cumplan no necesariamente el itinerarium mentis in Deo, reservado para algunos privilegiados, que han sido «agraciados» por el Espíritu Santo, sino, ya es suficiente, el itinerarium corporis in Terra.

(Madrid, 10 diciembre 2002)

Escrito en diversos lugares 2001-2005, Actas del Seminario José Antonio Cimadevilla Covelo de Estudios Jacobeos, Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Madrid, Madrid 2008

 

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