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El Catoblepas, número 77, julio 2008
  El Catoblepasnúmero 77 • julio 2008 • página 13
Artículos

Ideología y política teórica

Sigfrido Samet Letichevsky

La ciencia política debe prescindir de ideologías

«Cada ideología completa ha sido creada, continuada
y mejorada como arma política y no como una doctrina teórica.»
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo.

Las ideologías tienen funciones instrumentales: excitar y canalizar el odio y la envidia y cohesionar masas humanas en apoyo de la conquista del poder por las cúpulas de partidos o movimientos, a través de elecciones o mediante la violencia.

La ciencia política debe prescindir de ideologías y estudiar lo más objetivamente posible, las relaciones entre creencias, legislación y realidad social.

Móviles (de los políticos y de sus seguidores)

«¿Serán por ventura los dioses los que infunden este ardor
en mi espíritu, o tal vez cada cual convierte en un dios
su fiera ambición?», Publio Virgilio, Eneida.

El historiador alemán Götz Aly, autor de El Estado popular de Hitler. Robo, guerra racial y socialismo nacional, que causó conmoción en Alemania, fue entrevistado hace tres años por José Comas (ref. 1). Dijo que:

«La mayoría no se convirtieron en racistas desaforados, sino que se acomodaron a éste régimen que empleó métodos muy bien conocidos por el mundo actual. Son métodos del moderno Estado social redistribuidor». Y en cuanto a la ideología: «Si usted quiere expropiar a los judíos, no puede decir que los judíos son ciudadanos con los mismos derechos».

Lo mismo sucede si se quiere expropiar a los «burgueses». David Ricardo opinaba que el valor proviene del trabajo incorporado a los productos, de modo que el beneficio empresarial sería un excedente sustraído a los trabajadores por los capitalistas. Marx hizo suya esta teoría con gran entusiasmo. Era ideal para excitar el odio de los trabajadores contra los empresarios por sentirse robados. (Esto habría sido comprensible cuando el obrero transformaba las materias primas con su esfuerzo físico; dejó de serlo cuando la producción se automatiza y la energía proviene del carbón o del petróleo). Carl Menger y otros economistas demostraron que el trabajo no es la causa del valor y Eugen von Böhm- Bawerk (ref. 2) refutó en 1898 la teoría de la explotación de Marx. Pero la refutación académica no afecta su eficacia movilizadora y justificadora de la violencia.

Aparentemente es extraño que más de 60 años después, aparezcan nuevos enfoques del nazismo y del Holocausto, que ponen en evidencia, no la falsedad, pero sí la general pobreza de los enfoques habituales. Dijo Aly:

«Se actuó por móviles rastreros (…). Este soborno político, social, y lo fácil que es compensar determinadas cosas a costa de otros y hacerlo con los correspondientes medios del poder es más desagradable que pensar que fue un antisemitismo medieval, que hubo una propaganda abrumadora y que los alemanes estaban tan deslumbrados y creyeron a ese führer carismático que les prometió una y otra vez el oro y el moro (…). Esta es la clase de explicación habitual.»

Por eso «Aly expone como tanto el Gobierno socialdemócrata de Helmut Schmidt como el régimen comunista de la desaparecida RDA se esforzaron en borrar las huellas del expolio cometido por la Alemania nazi». Y en otro momento dice que «después enriquecieron lo aprendido con talento administrativo alemán y radicalismo narcisista y lo aplicaron a Europa, siempre con el sentimiento subjetivo de que se estaban vengando de algo que se les había hecho».

Ese radicalismo narcisista es típico de todos los nacionalismos, que inventan mitos que para ellos son Historia. Los cínicos eligieron el nazismo y apoyaron la expropiación de los judíos; la buena gente elige el «socialismo» y expropia a los «burgueses». Pero lo inquietante, lo difícil de aceptar, es la casi total similitud (no en las palabras, sino en los hechos) entre el comunismo y el nazismo.

Rosa Montero (ref. 4) mencionó las masacres ocasionadas por diversos regímenes comunistas y agregó:

«Creo sinceramente que en torno a todo esto hay un malentendido histórico, una confusión emocional que impide que la razón actúe. Los humanos ansiamos bellos ideales con los que superar la injusticia y las carencias de la vida, y el comunismo pregona esos ideales y obnubila el alma de las gentes, impidiendo calibrar la realidad, a saber, que es un totalitarismo paralelo al fascismo, un sistema aberrante que no puede sino crear dolor. Y así, los infiernos comunistas no serían la excepción, sino el producto natural del sistema.»

A mi parecer, «ansiamos bellos ideales» para sentirnos parte de los buenos, satisfaciendo nuestro narcisismo y permitiéndonos a la vez apoyar cualquier crueldad hacia los previamente designados como malvados, sean judíos, «burgueses» u otros, y a menudo, como dice Aly, no sólo por estos beneficios psíquicos, sino también materiales.

En 1926 Hitler dijo:

«Sobre todo, uno tiene que desechar la idea de que se puede satisfacer a las masas con conceptos ideológicos. La comprensión constituye una plataforma poco firme para las masas. La única emoción estable es el odio.» (ref. 3)

Y esto es tan cierto para la «derecha» como para la «izquierda», como muestra el famoso artículo del Che Guevara en Tricontinental:

«El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales al ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fria máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.» (ref. 5)

Arthur Koestler escribió:

«(…) el revolucionario es una persona que odia consistentemente y que ha puesto todas su capacidad de odio en un objetivo.» (ref. 6, pág. 79.)

Y Paul Johnson:

«La invención por Marx de la «burguesía» fue la más integral de estas teorías del odio, y ha continuado aportando el fundamento de todos los movimientos revolucionarios paranoicos, fuesen fascistas-nacionalistas o comunistas-internacionalistas (…) Y es significativo que todos los regímenes marxistas, puesto que se basan en explicaciones paranoicas, degeneran, más tarde o más temprano en el antisemitismo.» (ref. 7, pág. 127.)

Al parecer, para Johnson, la diferencia entre fascismo y comunismo es que el primero es nacionalista y el segundo internacionalista. Pero hace más de 70 años que la izquierda (¿?) compite con la derecha (¿?) en nacionalismo. Desde el golpe de Estado bolchevique, Rusia, fue adoptando el nacionalismo zarista. Veamos lo que escribió Sebastián Haffner:

«Asimismo los socialdemócratas llevaron a cabo la campaña electoral de 1933 de una forma en extremo humillante, dejándose arrastrar por los eslóganes nazis y subrayando su condición de También-nosotros-somos-nacionalistas (…).» (ref. 8, pág. 139.)

En mayo, un mes antes de su disolución, los socialdemócratas llegaron al punto de prestar un apoyo unánime al gobierno de Hitler y de entonar el himno de Horst Wessel en el Reichstag. Y, a propósito, el 8 de Junio de 2008, aparecieron en el ABC tres artículos y el editorial, que criticaban, con toda razón, el hecho de que el lendakari Ibarretxe logró hacer aprobar su ley de referéndum gracias a un voto proveniente de ETA. Pero lo que ninguno de ellos dice, es que también tuvieron dos votos de Izquierda Unida, apoyando el nazionalismo junto a los terroristas.

Pero no sólo los socialdemócratas extendieron la alfombra por la que ascendió Hitler. Johnson dice que los comunistas llamaban «socialfascistas» a los socialistas y que:

«Su líder, Ernst Thaelmann, dijo en el Reichstag el 11 de Febrero de 1930, que el fascismo ya había asumido el poder en Alemania, y eso en momentos en que el jefe de gobierno era un socialdemócrata (…). En el Reichstag, Thaelmann y Goering se complementaban para convertir los debates en disturbios. A veces la colaboración llegaba más lejos. En Noviembre de 1932, durante la huelga del transporte en Berlín, los huelguistas del Frente Rojo y los camisas pardas cooperaron para formar líneas de piquetes, golpear a los que se presentaban a trabajar y destruir los cables de los tranvías.» (ref. 7, pág. 289.)

Es curioso que todavía se siga usando fascismo y nazismo como sinónimos. Tienen elementos comunes, como el führerprinzip, partido único, rituales de masas, imperialismo y culto al Estado. Pero eran muy diferentes en otros aspectos. En el nazismo era fundamental la ingeniería racial, y el nivel de violencia (contra los adversarios políticos y las «razas» inferiores) era muchísimo mayor que en el fascismo. En todo caso, el comunismo era mucho más similar al nazismo que al fascismo por su grado de violencia (dirigida contra su propio pueblo) y por designar una categoría especial (los «burgueses») homóloga al racismo nazi.

Y si los socialistas alemanes cantaron el Horst Wessel Lied, el órgano del Partido Comunista Italiano, Stato Operaio, publicó en Agosto de 1936 un artículo de Palmiro Togliatti en el que decía:

«¡Fascistas de la vieja guardia! ¡Jóvenes fascistas!: Los comunistas hacen suyo el programa fascista de 1919, que es un programa de paz y libertad.» (ref. 9, pág. 89.)

También en Argentina, el Partido Comunista, después de combatir al peronismo y llamarlo «nazi-peronismo» (en realidad no era nazi sino fascista, aunque Perón «era Odessa», ref. 10) decidió que era «progresista»(ideología de la burguesía en el siglo XIX)), por tener apoyo popular y porque al ser nacionalista era «antiimperialista» (sofisma que justifica excitar la bajeza nazionalista) (ref. 11, pág. 51) y sobre todo por su política «redistributiva» (como dijo Götz Aly, soborno rastrero, en cuyo nombre el gobernante populista se permite destruir la economía). Como relata Bonasso:

«Entre 1943 y 1948 el salario real de los trabajadores calificados había aumentado casi treinta por ciento. El de la mano de obra no calificada, casi un cuarenta por ciento». Es obvio que sólo se buscaba el apoyo electoral y no mejorar la productividad. Al mismo tiempo, fuertes aranceles evitaban las importaciones, lo que significaba obligar a comprar productos más caros y de peor calidad. Poco tiempo después, se terminaban las reservas de oro del Banco Central., Argentina tuvo que pedir préstamos e inició la barranca abajo en la que todavía está. Esos son los «métodos del moderno estado redistribuidor.» (ref. 11, pág. 54.)

Un ejemplo más próximo y reciente de «ideas» generadas por la envidia y el odio, puede ser una novela de Lola Lafón, según noticia periodística (ref. 12): «Lola Lafón {nacida en 1974} se mueve desde hace años en los ambientes antisistema. La protagonista de Una fiebre ingobernable, se alista a palucha contra el capitalismo tras ser violada por un joven burgués». Una idea notable. Tal vez si hubiera sido violada por un paleontólogo, emprendería la guerra contra la paleontología. En Francia, la novela fue publicada nada menos que por Flammarion. Y ella declara: «Elegí una gran editorial porque no me interesan los guetos». Parece que a pesar de ser joven y «antisistema», no sólo puede publicar, sino además elegir a un buque insignia del sistema. Y lo interesante es, como dice la nota, que está «escrito con rabia».

Las personas corrientes están movidas por el odio y la envidia. Pero no todos son cínicos; muchos creen sinceramente en su propia bondad y en la de los líderes buenistas. Y es posible que muchos líderes o jefes de movimientos crean lo mismo, así como es muy posible que muchos Papas crean en Dios.

Credibilidad: Hechos y Teorías

«Los hombres no pueden decir como ha ocurrido una cosa,
sino sólo como creen que ha ocurrido.», G. C. Lichtenberg, Aforismos.

¿Qué es lo que hace que una teoría sea creíble? Creo que un marco imprescindible fue el que puso Hannah Arendt (ref. 13, pág. 437): «Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera los hechos inventados, sino sólo la consistencia del sistema del que son presumiblemente parte (…)». Naturalmente, el criterio de verdad depende de la concordancia entre un enunciado y la «realidad» o «los hechos». Lo cual implicaría la aceptación de que existen la realidad y los hechos, de que podemos percibirlos como son, y de que, puesto que nuestro conocimiento es lingüístico, los lenguajes humanos pueden alcanzar total homología con la realidad. La gente corriente no tiene los conocimientos necesarios para juzgar las teorías científicas (Planck dijo que para que se imponga una nueva teoría científica hay que esperar a que mueran los científicos que sostenían la vieja). Y en cuanto a las sociales, es probable que nadie los tenga Son extremadamente complejos, dependen de las acciones de seis mil millones de individuos, de sus ideas y creencias, de la historia, y del mundo físico. Nietzche dijo que no hay hechos sino interpretaciones, y eso es verdad, debido a que los hechos sociales pueden tardar en manifestarse más de lo que dura una vida, y sus efectos no son completamente claros e inequívocos. En un experimento de laboratorio, el tubo de ensayo aísla un par de factores, del complejo medio. Pero ese aislamiento no es posible en fenómenos sociales.. Si alguien dice que el socialismo fracasó en el mundo real, alguien responderá que el socialismo real no fue el «verdadero» socialismo. Y cualquier crítica al capitalismo se puede responder diciendo que sólo en Suiza hay «verdadero» capitalismo.

Podemos suponer que cada individuo induce los conceptos y las categorías, de una serie de percepciones de casos individuales. Pero sólo vemos un árbol como instancia del concepto árbol. Y en los recién nacidos, parece que la percepción de un rostro humano es una capacidad innata. Y vemos el mundo a través de teorías. No aceptamos hechos si no son instancias de teorías.

Cuenta Isaac Asimov (ref. 14, pág. 381) que

«En Viena, el médico húngaro Ignaz Phillipp Semmelweiss (1818-1865) (…) en 1847 obligó a los médicos a lavarse las manos con una solución de cloruro de calcio antes de tocar a los pacientes (…).
La incidencia de la fiebre puerperal descendió drásticamente al atenerse a las reglas de Semmelweiss, pero no impresionó a los médicos recalcitrantes. Cuando Hungría se rebeló contra Austria en 1849, los médicos austríacos se valieron del origen magiar de Semmelweiss para forzarle a abandonar su puesto. La práctica de lavarse las manos se abolió, y la incidencia de la fiebre puerperal volvió a remontar.(…).
Hasta que unos veinte años más tarde fue comprendida, finalmente, la causa de la infección, los médicos no empezaron a reconciliarse con el lavado de manos».

Leemos después en pág. 420: «En consecuencia, Lister estableció la costumbre de utilizat soluciones de fenol para lavarse las manos y el instrumental, con lo que la tasa de mortalidad postoperatoria cayó de golpe. Semmelweiss había tratado de introducir esas prácticas diecisiete años antes, pero sin la justificación de la teoría de Pasteur, por lo que los médicos se negaron a escucharle. Lo cual demuestra la importancia de la teoría en la mayoría de los asuntos prácticos».

Bowler y Morus (ref. 15) dicen en pág. 297: «La situación se complicó porque la idea de la deriva continental había sido sugerida por Alfred Wegener en 1912, si bien fue objeto de un amplio rechazo hasta la revolución de la década de 1960».

Y en la página siguiente: «La teoría fue acogida con un enorme escepticismo, en parte porque él no hablaba de ningún mecanismo verosímil en virtud del cual los continentes pudieran desplazarse horizon- talmente por la superficie de la tierra».

Wegener no se limitó a señalar la concordancia entre los perfiles de Sudamérica y África; aportó también pruebas geológicas y biológicas. Pero puesto que no había una teoría del cómo, se rechazaron los hechos. Dice en pág. 296:

«La década de 1960 fue testigo de una espectacular revolución en las ciencias de la tierra. En el intervalo de unos diez años, los principios aceptados desde la «era heroica» de la geología en el siglo XIX fueron demolidos y sustituidos por un nuevo modelo del interior de la tierra (…). Como consecuencia de esa nueva teoría de la «tectónica de placas», parecía totalmente verosímil la idea de que los continentes se desplazaban horizontalmente por la superficie terrestre, algo que durante décadas había sido rechazado o ridiculizado».

Zapatero, a tus zapatos

«En pocas palabras, el regadío conduce a la formación
de lo que llamamos gobierno (…).», Isaac Asimov.

Tanto en las ciencias naturales como en las sociales, las teorías son provisorias y pueden ser refutadas. Pero las ideologías son sistemas cerrados y, por lo tanto, irrefutables. El marxismo, por ejemplo, considera que el motor de la evolución social es la lucha de clases, que hace pasar a las sociedades humanas por cinco «estadios»: comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo, capitalismo y socialismo.

Naturalmente, que haya existido un comunismo primitivo original, es una conjetura. El paso a la esclavitud fue un progreso, porque se dejó de matar a los prisioneros. Y que un esclavo produjera algo más de lo necesario para su manutención, muestra ya cierta evolución de la tecnología. Además, gracias a la esclavitud, los antiguos griegos pudieron dedicarse a la política y a la filosofía; incluso hubo esclavos filósofos. El Imperio Romano, la primer «globalización» implicó la elevación del nivel de vida, y de la dignidad de la gente, al concedérsele a todos la ciudadanía romana. Y cuando la decadencia de Roma y la expansión del Islam disgregó el Imperio, se formó el sistema feudal. El paso de la esclavitud al feudalismo fue un retroceso (ref. 16, pág. 13 y16) y no un «progreso» como creen los marxistas. Continúa Pirenne en pág. 52: «¿Qué es el señor (senior), si no el anciano cuyo poder se extiende sobre la familia que protege? Pues es in dudable que la protege. En tiempo de guerra, la defiende contra el enemigo y le abre el refugio de la muralla de su fortaleza. Además, su interés más evidente ¿no es ampararle, pues vive de su trabajo?». Y en pág. 53: «Ahora bien, la idea de ganancia, y aún la misma posibilidad de realizar una utilidad, son incompatibles con la situación del terrateniente medieval. Como no tenía modo alguno, por falta de mercados extranjeros, de producir en vista de la venta, no tenía que esforzarse en obtener de su gente y de su tierra un excedente que sólo constituiría para él un estorbo»

Tampoco en el feudalismo hubo «explotación» y el día semanal que el campesino trabajaba para el señor era un módico pago por la protección que recibía y por una vida cotidiana agradable y apacible.

En el feudalismo nació la nobleza, formada por caballeros, que dedicaban su vida al servicio militar, por el cual el Rey los eximía de impuestos.

El rendimiento de los campos fue aumentando (por ejemplo, en Inglaterra con los enclosures). Eso dejó disponibles masas de campesinos hambrientos. La Revolución Industrial las absorbió y, más aún, posibilitó el aumento de la población. El campesinado sigue disminuyendo aún hoy, debido a la creciente productividad de los campos.

La obstinación en entender la realidad a través de categorías marxistas conduce a errores muy peligrosos, como fue el no entender el fascismo, y menos aún el nazismo. En ref. 17, pág. 350, leemos: «Para Dimitrov, el fascismo era definido como «la dictadura terrorista abierta por los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero». Más que al fascismo, se refería al nazismo. Pero la misma definición se podría aplicar al comunismo, cosa que Dimitrov evitaba con la visión clasista, aunque tampoco aclaraba por qué los capitalistas e imperialistas ingleses y norte-americanos lucharon contra el nazismo. Digamos, de paso, que el conde Ciano, yerno de Mussolini, era contrario al pacto con Hitler y cuando el Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini, lo hizo con su voto, cosa que le costó la vida. Mussolini no tenía ninguna razón «ideológica» para apoyar a Hitler. Entró en la guerra cuando le pareció seguro el triunfo alemán y no quería perderse el reparto. En pág. 340, Marta Bizcarrondo recuerda una pregunta de Luis Araquistain: «¿Pero que es en su entraña la política de Roosevelt? Nada más que esto: una forma especial de fascismo». La disparatada visión de la izquierda socialista la llevó a provocar la guerra civil en 1934; en ese año, Francisco Largo Caballero (ref. 18, pág. 124) dijo: «El sólo hecho de que haya una mayoría burguesa en el parlamento es una dictadura». (Por supuesto, «burgués» es quien tiene creencias diferentes de las de Largo Caballero). Y después de hablar repetidamente acerca de la explotación del trabajador, dice en pág. 130: «Es que los capitalistas, cuando llevan las máquinas a la tierra, a la fábrica o a la mina, no es por cariño al progreso ni a la civilización, sino porque saben que con todo eso se prescinde de los obreros, se ahorra el dinero que habían de invertir en la mano de obra, obteniendo el mismo beneficio económico. Nuestra lucha debemos dirigirla contra quienes crean tal situación terrible». ¿Deberían los capitalistas gestionar certificados de cariño al progreso y a la civilización? Si ganan lo mismo prescindiendo de los obreros (en realidad ganan MÁS), ¿por qué se dice que los «explotan»?

Hasta un historiador de la categoría de Paul Preston comete gruesos errores por su visión ideológica, sin advertir de ello al lector. En ref. 19, pág. 146, dice: «(…) empezó a resultar evidente que el corolario del reajuste de la correlación de fuerzas internas en Italia y Alemania a favor del capitalismo iba a ser una tentativa de alterar el equilibrio de la competencia de fuerzas en el ámbito internacional mediante políticas de agresión imperialista». Este complicado discurso dice, a mi entender, que el fascismo y el nazismo provocarían una guerra mundial. Pero dentro de Italia y Alemania sometieron al empresariado. Algunos sirvieron a la política nazi, con lo cual ganaron dinero. Pero la guerra destruyó todo y no benefició en absoluto al capitalismo que, por eso, combatió al nazismo. En pág. 318, hablando de España, dice: «Había una relación clara entre la represión y la acumulación del capital que hizo posible el auge económico del decenio de 1960».

Los marxistas, para explicar crecimientos económicos acelerados, siempre recurren a la hipótesis de «acumulación de capital», y esta se produciría por la sobreexplotación de los trabajadores. La acumulación que precedió a la Revolución Industrial se debió a la intensificación del comercio internacional. En España, la reforma económica de 1959 –que implicó un giro de 180º en la política económica autárquica hasta entonces seguida por Franco- fomentó el comercio, atrajo capitales y préstamos. Además se intensificó el turismo y la emigración de trabajadores que luego enviaban dinero a sus familias en España.

Dos perlas para finalizar:

Leemos en ref. 20, pág. 160: «El antifascismo era muy fuerte en la izquierda desde 1932, pero fue precisamente esta última la que registraba, como comentó irónicamente Ledesma {Ramiro Ledesma Ramos, fundador del fascismo español} la ùnica actividad verdaderamente «fascista» en España por ,lo que se refiere a la acción directa y a la violencia».

El mismo autor cita a Ossorio y Gallardo en ref. 21, pág. 384 (nota 47): «El Frente Popular fue creado para combatir el fascismo, pero por el camino que llevan las cosas en España, el único fascismo va a ser el del Frente Popular.»

Las ideologías sirven para fomentar el odio y la envidia, cohesionar masas de ciudadanos tras símbolos, siglas y consignas, y, en última instancia, conquistar el poder. Si para captar este apoyo hay que dar prebendas, los gobiernos populistas las dan aunque implique caer en déficits que de inmediato obligarán a aumentar los impuestos y subir los precios. Sólo es lícito incurrir en déficits para realizar inversiones muy rentables. Por ejemplo: construir centrales nucleares, lo que daría empleo a muchas personas y una vez terminadas ahorrarían mucho dinero al disminuir la dependencia del petróleo (y con la ventaja adicional de disminuir la contaminación atmosférica).

Una ciencia política, tendría por objeto el conocimiento de las relaciones recíprocas entre creencias, legislación y variaciones de la productividad.

Bibliografía

  1. José Comas, «El Holocausto se aceleró por motivos económicos», El País, 8 de mayo de 2005.
  2. Eugen von Böhm-Bawerk, La teoría de la explotación (1898), Unión Editorial, 1976.
  3. Ian Kershaw, Adolph Hitler (1991), ABC S. L., 2003.
  4. Rosa Montero, «Aliarse con los monstruos», El País Semanal, 8 de mayo de 2005.
  5. Jorge Castañeda, La vida en rojo (1997), Ed. Alfaguara.
  6. Arthur Koestler, En busca de la utopía (1980), Ed. Kairos, 1982.
  7. Paul Johnson, Tiempos Modernos (1983), Javier Vergara Editor, 1988.
  8. Sebastián Haffner, Historia de un alemán (1914-1933), Ed. Destino, 2001.
  9. Víctor Alba, El Frente Popular (1976), Ed. Planeta.
  10. Ricardo Herren, «El Presidente Perón era Odessa», La Aventura de la Historia, Abril 2002.
  11. Miguel Bonasso, El Presidente que no fue (1997), Ed. Planeta Argentina SAIC.
  12. Israel Pinzado, «Lola Lafón novela con rabia la lucha antiglobalización», El País, 16 de mayo de 2005.
  13. Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951), Ed. Taurus, 1954.
  14. Isaac Asimov, Historia y cronología de la ciencia y los descubrimientos (1989), Ed. Ariel, 2007.
  15. Peter J. Bowler & Iwan Rhys Morus, Panorama general de la ciencia moderna (2005), Ed. Crítica, 2007.
  16. Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media (1933), FCE, 1955.
  17. Marta Bizcarrondo, Araquistain y la crisis de la II República (1975), Ed. Siglo XXI.
  18. Francisco Largo Caballero, Discursos a los trabajadores (1934), Ed. Fontamara, 1979.
  19. Paul Preston, La Guerra Civil Española (1987), Debate-Random House Mondadori, 2006.
  20. Stanley G. Payne, El Fascismo (1979), Alianza Editorial, 1996.
  21. Stanley G. Payne, La primera democracia española (1993), Ed. Paidós, 1995.

 

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