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El Catoblepas, número 77, julio 2008
  El Catoblepasnúmero 77 • julio 2008 • página 1
Artículos

José María Platero ni era republicano,
ni sale en la foto del 27

José María Bellido Morillas

José María Platero falleció en 1926, por lo tanto ni pudo ser retratado en 1927 ni pudo ser republicano de 1931

Ateneo de Sevilla 1927, Homenaje a Góngora en su tercer centenario: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, ?, Mauricio Bacarisse, Manuel Blasco, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego
Ateneo de Sevilla 1927, Homenaje a Góngora en su tercer centenario

En mis dos artículos sobre la Generación del 27 publicados en esta revista dije cosas de las que no me arrepiento{1}. Dije, por ejemplo, que Alberti fue fascista. Puedo, además, compararlo con un personaje de Ricardo León: «No hay maniquí en el mundo como ella. Se viste de rojo y flirtea con la revolución porque es el último grito. Ahora dice que va a Rusia. Como se equivoque de camino y vaya a Italia, vuelve fascista...»{2}. Me apoyo más en el testimonio oral de Alfonso García Valdecasas, transmitido por su hijo José Guillermo, y en la anécdota sutilmente narrada por María Teresa León, que en el fabulador Giménez Caballero, con todo el valor que tienen sus declaraciones. De igual modo me apoyo en Alfonso García Valdecasas para creer a Heidegger cuando decía:

«No accedí a las reiteradas exigencias de retirar los libros de autores judíos. Antiguos participantes en mis Seminarios podrían atestiguar que no sólo no fue retirado ningún libro de autores judíos, sino que estos autores, sobre todo Husserl, fueron citados y comentados como antes de 1933»{3}.

Era cierto. Alfonso García Valdecasas fue uno de esos participantes en sus seminarios durante el nazismo, y pudo atestiguar las palabras de Heidegger. Además, y esto hace más creíble la historia, declaró estar más interesado en Husserl que en Heidegger por aquel tiempo (como corresponde a una persona inteligente).

Dije también que Lorca no fue fascista, a pesar de que Ernesto Giménez Caballero lo considerara fascista en acto, Fernando Sánchez Dragó fascista en potencia y José Antonio Fortes Fernández un fascista con todas las letras, al menos según la versión de Luis García Montero en un famoso (por polémico) artículo.

Pero el mismo García Montero se desmiente al hacer ver que semejante afirmación es fruto de la simplificadora mente de algunos alumnos. Inmediatamente después tiene que matizar:

«No es raro que aparezcan por mi despacho alumnos compungidos para preguntarme con sigilo y vergüenza si es verdad que García Lorca era un fascista. Los alumnos erasmus, que vienen a Granada desde diferentes países de Europa para estudiar literatura, pueden llevarse la sorpresa de que un profesor les explique, sin ningún tipo de dudas, que García Lorca reproducía formas ideológicas fascistas como poeta y como director populista de La Barraca.»{4}

Obviamente, acusar de reproducir formas ideológicas fascistas no es lo mismo que acusar de ser un fascista. Un «Colectivo de Alumnos de la Universidad de Granada» resalta esta falta de ética académica del profesor García Montero en un texto titulado «Pensar la literatura», publicado en la revista Youkali:

«Con la artimaña periodística de sacar de contexto y tirar a matar, el profesor García Montero titula su columna (El País, 14-10-2006) con el sabroso reclamo Lorca era un fascista, simplificando los presupuestos teóricos del también profesor J. A. Fortes. Cualquiera que haya pasado por las clases del profesor Fortes o cualquiera que se haya tomado la molestia de consultar sus trabajos teóricos podrá saber que sobre Lorca el profesor Fortes dice mucho más, muchísimo más de lo que la historia oficial y oficialista ha querido decir. Todos los que de un modo u otro, como decimos, hemos escuchado sus planteamientos sabemos que el profesor Fortes, y entramos en el terreno pantanoso de la teoría, habla de Lorca no como un fascista sino como un intelectual orgánico burgués en funciones de poeta neopopulista que entre los años que van de 1920 a 1930 pertenece a la elite intelectual, en su sectorialidad literaria, cuyo dominio ideológico se denomina dominio ideológico orteguiano por estar conformado, organizado y teorizado por José Ortega y Gasset.»{5}

Homenaje a José Ortega y Gasset organizado por Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo, 1920
Homenaje a José Ortega y Gasset organizado por
Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo (1920)

Persiste, sin embargo, un problema. Yo no he ido a las clases de Heidegger, pero sí he ido a las de Fortes. O por mejor decir, he ido a una, porque cuando le oí decir «Conmigo vais a aprender la tira» (lo que traduje como que no tenía ni idea), «Yo soy marxista» y «que nadie se sorprenda de que lo suspenda por usar la palabra sublime», esperé cortésmente a que terminara la excesiva hora y media de clase (todo el mundo sabe que la atención no puede retenerse tanto tiempo), me levanté y me fui para no volver, a lo Estanislao Figueras. Y que me ocupe ahora de estas cuestiones no supone que quiera volver, como hizo al final Figueras, estropeando una huida… sublime.

Consideré que no estaba en la China de Mao; que podía usar vocabulario hegeliano cuando me diera la gana; incluso que Hegel no inventó la palabra sublime (es más, creo que Hegel hablaba en alemán). Y, en un acto de sublime respeto a la libertad de cátedra, lo dejé en su clase-jaula (o aula con una j pintada con rotulador delante, como a veces se ve) para admiración de los estudiantes, no tanto europeos como estadounidenses, que ya empezaban a babear y segregar jugos gástricos ante tan raro ejemplar zoológico de marxista barbudo. Como yo entiendo la libertad de cátedra también en sentido ascendente, y no sólo descendente, elegí otro docente para esa clase (aunque lamentablemente, no siempre se puede hacer: la libertad de cátedra será siempre una libertad trunca mientras equivalga a que los profesores digan lo que quieran, y no a que los alumnos escojan a sus maestros). Tomé pues a Amelina Correa, una feminista moderada, editora de la soporífera Amalia Domingo Soler, una mujer, heterodoxa y andaluza (por lo tanto bastante subvencionable), autora de unos cuentecillos de viejas que recuerdan los del Camino recto y seguro para llegar al Cielo de San Antonio María Claret (que en él tienen la finalidad de incitar al feligrés a dar todos los detalles obscenos y escabrosos posibles al confesor; en Amalia Domingo Soler, de evitar que el lector se ría de los espiritistas –intención ampliamente fracasada–). Cometí el error de comprar su libro, si bien no me arrepiento tanto como de haber hecho caso al profesor Álvaro Salvador Jofré y haber encargado y comprado la «edición» de Luis Íñigo-Madrigal de las Silvas americanas de Andrés Bello, en Biblioteca Nueva, por un precio exorbitante. Decir, como hacía Álvaro Salvador, que eso es una «buena edición» o, como reza la portada del libro, que la edición ha sido «preparada», es sencillamente mentir, y venderla al precio al que me fue vendida, una estafa.

Sin embargo, estos libros tienen dentro la obra de la insoportable Amalia Domingo Soler o de Andrés Bello (aunque nada más que Andrés Bello, sin ningún trabajo del sedicente «editor»). Por lo menos, contenían literatura. De igual modo, muchos profesores de Historia de la Lengua española realizan un trabajo mínimo y acrítico, de meros vampiros contadores de palabras, con graves limitaciones impuestas por el desconocimiento de toda lengua que no sea la española (que, en realidad, también desconocen): pero es un trabajo que no es objetable. Reconozco que he intentado escribir un artículo polémico contra Francisca Medina, esa agua mansa de la que nos tiene que librar Dios, pero no he podido. ¿Qué se puede hacer contra un trabajo que podría haber sido ejecutado por un programa informático –en menos tiempo y con menos servilismo, pero con idéntico resultado–? Y, de igual modo, he intentado escribir contra Eugenio Maqueda, pero tampoco se puede argüir demasiado contra una retahíla de vaciedades sacadas del libro de Filosofía de bachillerato (o peor, de los apuntes). Ambos dejan las afirmaciones ignorantes y temerarias, así como las faltas de respeto a la inteligencia y la dignidad del alumno dentro de clase, y manifiestan una prudencia pueril fuera de ella. Para uno y otro caso: «gigni/ de nihilo nihilum, in nihilum nil posse reuerti».

He visto perpetrar en la Universidad de Granada estafas aún peores. Una vez, esperando a alguien en un pasillo, escuché a través de la puerta de un aula una larga lección sobre materialismo histórico. Las palabras «infraestructura», «superestructura» y «plusvalía» iban y venían. Me acerqué a ver el tablón con el nombre de la asignatura, y leí con estupor: «Bécquer.» No era, sin embargo, una clase de Fortes, sino de un profesor del género y especie Phthirius Roderici, uno de los domini canes del Sr. Profesor D. Juan Carlos Rodríguez, a quien respeto tanto como desprecio a sus discípulos, meras esponjas marxistas. Se puede tomar un café agradablemente con Marx, y hablar de Dante o Demócrito: pero no con ciertos marxistas, cuya cultura se reduce a Marx (con lo cual, tampoco conocen a Marx).

Dice García Montero, siempre en el artículo citado:

«Si un profesor de geografía enseñase que Londres es la capital de Marruecos, sería tratado de loco, sin que pudiese defender sus tonterías en nombre de la libertad de expresión. Pero la literatura es terreno menos firme, y los disparates parecen no tener fronteras.[…] Pero quizá sea hora de que la Universidad de Granada ponga a este perturbado en su sitio. Sólo así salvaremos, con prudencia y con firmeza, la libertad de expresión»

Si alguien paga por recibir una clase sobre Bécquer y el profesor le enseña materialismo histórico, la química del carbono, ingeniería de minas o la influencia de la iconoclastia en Capadocia, ¿no merecerá también este profesor ser puesto en su sitio?

Pero la doctrina expuesta por Fortes entra en el campo de la investigación literaria, y no hace más que reproducir las opiniones de Ernesto Giménez Caballero y José Antonio Primo de Rivera. Erróneas, a nuestro entender. Por más que fascismo y comunismo sean una elección entre camisa y mono, estas dos prendas son incompatibles. No tenía sentido lo que le propuso José Antonio Primo de Rivera a Federico García Lorca en un billete que le pasó durante una comida en Palencia, según el actor Modesto Higueras: «Federico, ¿no crees que con tus monos azules y con nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?»{6}. Lorca se guardó en el bolsillo la servilleta en la que estaba escrita la nota, y no hubo más.

No me arrepiento, por tanto, de decir que Lorca nunca fue fascista. Ni comunista. Lorca quedaba fuera del leninismo en sus dos manifestaciones (hago mía la iluminadora observación de Giménez Caballero). Se limitaba a usar monos y camisas, pero nunca a la vez, y sin base ideológica.

Pero sí me arrepiento de haber escrito esta frase: «José María Platero, cuya mayor obra son algunos palíndromos, era republicano»{7}, que demuestra sin ambages que no tenía la menor idea acerca de José María Platero (está ausente de casi todas las historias literarias), y que me vi con el compromiso de escribir algo sobre él cuando lo topé en el discurso sobre la foto del 27.

Hasta aquí he estado azotando mandarines por sus faltas. Ahora, como era costumbre entre estos letrados, pongo la caña en sus manos y dejaré que me azoten por las mías, como si tal cosa. Aunque los primeros cañazos no me han venido de los profesores de Filología Hispánica de Granada, sino de la licenciada en Filología Clásica María Candelas Delgado, amiga íntima de la hija de José María Platero. María Candelas Delgado escribió a la redacción de El Catoblepas exigiéndome «un poco más de rigor».

En primer lugar, José María Platero no era republicano. Como hace constar su hija, sus primeros poemas fueron publicados nada más y nada menos que en La Monarquía. Decir que era republicano fue, para mí, en un artículo en el que tenía que deliberar sobre las inclinaciones políticas de una ristra de señores captados en una foto, una salida neutral, suponiendo su adhesión al orden establecido sin necesidad de ubicarlo a la izquierda o a la derecha. Fue, lo reconozco, hacer trampa. Una chapuza, hablando más propiamente. Ocurre que José María Platero nunca conoció ese orden establecido, porque murió antes de 1931.

Por lo tanto, no pudo ser autor de los palíndromos que le atribuía en mi artículo, y que son, en realidad, obra de su hijo, ingeniero, cuya producción de los años 60 identifiqué a la ligera con la del padre homónimo. La obra de José María Platero es, en cambio, copiosa, aunque de difícil acceso y en su mayoría póstuma. Debo decir en mi descargo que es verdaderamente difícil de conseguir, aunque con la ayuda de María Candelas Delgado y en una búsqueda más exhaustiva por mi parte, he conseguido saber de: 59 cuartillas manuscritas conservadas en la Fundación Juan March, firmadas por Juan José Mantecón y José María Platero en 1910 con el título de ¡Compuesta y sin Novio!. Alcaldada cómico-lírico-bailable en un acto, dividido en cuatro cuadros, en prosa; de Las primeras rosas. Poesías, prólogo de Augusto Martínez Olmedilla, Tirso de Frutos, Madrid 1913 (Cabré y Marta Grao leyeron una selección de esta obra en el Ateneo de Madrid, el 25 de marzo de 1913); Tránsito: poemas, Tirso de Frutos, Madrid 1914; Poema del Buen Anunciamiento, Tirso de Frutos, Madrid 1916; Después de la caída: novela, ilustraciones de Gregorio Vicente, Los Contemporáneos, Madrid 1917; El Breviario de Elisa, prólogo de Augusto Martínez Olmedilla, Navarro del Teso y Cía., Tolosa 1928; Bajo la voz del mar, prólogo de Pedro de Novo y Colson, Navarro del Teso & Cía., Tolosa 1930 (citado por Vicente Vega, Diccionario ilustrado de frases célebres y citas literarias, G. Gili, Barcelona 1952, pág. 402, como «Del malogrado poeta José María Platero»); Este era un rey/ Sol en el claustro/ Como una farsa/ Al retorno, prólogo de Ana Voyson, Imp. P. Navarro, San Sebastián [1967].

Santiago Ramón y Cajal en una clase de anatomía, hacia 1915
Santiago Ramón y Cajal en una clase de anatomía, hacia 1915
Estudio Fotográfico Alfonso (Archivo General de la Administración)

A pesar de toda esta obra y semejante galería de amigos que prologan y leen públicamente sus obras, José María Platero es un autor prácticamente inexistente para la crítica, y sólo es citado por aparecer en una foto que es a la literatura española de los años 20 lo que las fotos en Pombo con «Ramón» y la foto de «Alfonso» con Ramón y Cajal en una clase de anatomía son a la literatura y la medicina de la década anterior, respectivamente.

Tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo, en la calle Carretas de Madrid
Tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo,
en la calle Carretas de Madrid

José Gutiérrez Solana, La tertulia del Café Pombo, 1920
José Gutiérrez Solana, La tertulia del Café Pombo, 1920

Existe, sin embargo, la significativa diferencia de que las fotos de Pombo quedan anuladas por el cuadro de Solana, a pesar de reunir menos personalidades y prescindir de figuras clave, mientras que la foto de Alfonso, netamente pictórica, versión en nítido blanco y negro de la oscura luz de Rembrandt, anula toda posibilidad de reelaboración por el pincel. Es la foto, en exclusiva, la que pasa a la historia. Lo mismo ha ocurrido con la famosa del 27, a pesar de no ser una fotografía excesivamente artística. Desde luego, su captura fue casual, como relata Ernest Alós:

Ateneo de Sevilla 1927, Homenaje a Góngora en su tercer centenario: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, ?, Mauricio Bacarisse, Manuel Blasco, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego
Ateneo de Sevilla 1927, Homenaje a Góngora en su tercer centenario

«Ateneo de Sevilla, homenaje a Góngora, 1927. Alguien intuye que ese acontecimiento pasará a la historia, aunque quizá no sea consciente de que se convertiría en el acta fundacional de una generación literaria mítica. Sale a la calle, toma prestada la cámara de un fotógrafo ambulante e inmortaliza la imagen de Alberti, García Lorca, José María Platero, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Ese fotógrafo improvisado era Pepín Bello, amigo de muchos de ellos, de Salvador Dalí y de Luis Buñuel y mucho más que un testigo simpático.»{8}

Pepín Bello, José Bello Lasierra 1904-2008
Pepín Bello (José Bello Lasierra, 1904-2008)

Fue una incorrección por mi parte al analizar la foto no preocuparme por quién estaba detrás de ella. En el caso de la lección de anatomía de Ramón y Cajal, por ejemplo, es importante. Un experto en fotografía y un artista como Ramón y Cajal sólo podría quedar bien ante la Historia cediendo la cámara oscura a otro artista: Alfonso.

Ciertamente, el análisis político de los representados en la foto del 27 queda incompleto sin analizar a quien estaba frente a ellos, que, por cierto, en la entrevista de Alós, desmiente de nuevo la identificación de Luis García Montero de «27 = democracia = izquierda = valores del Gobierno Zapatero (y no otros, v.g., los del PP)»:

«A Federico no se le notaba nada su homosexualidad. Era algo que nosotros presentíamos, pero de lo cual nunca nos habló. No hacía alarde de postura ni de gesto. ... Supongo que yo no hubiera podido tener amistad con él si hubiese sido un homosexual de esos acusados y con gesto. Lo hubiera respetado, por supuesto, pero de ninguna forma podría haber sido mi amigo. ... A Federico García Lorca y a José María Hinojosa los mataron unos criminales. Asesinos sin más. ... Los republicanos utilizaron su muerte elevándolo a mártir. ¡Eso es una salvajada! Federico nunca tuvo nada que ver con la política.»

El documentalista y ateneísta Juan Miguel Sánchez Vigil, inteligentísimo prócer con el que he tenido el honor de desayunar en compañía de mi amigo, también documentalista, Iván Navajo, ofreció una ponencia el 11 de diciembre de 2007 en la Universidad Complutense de Madrid con el título «El valor de la fotografía y su proyección como fuente de información en las webs de los cibermedios», dentro del I Seminario de documentación en medios de comunicación de la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM. En ella trató el uso de la foto del 27 en la fotogalería de El País.com, el 8 de diciembre de 2007. Él, como maestro que es en estas lides, sí se preocupó del autor de la fotografía. No hizo hincapié, sin embargo, en el problema que vamos a tratar ahora. Si un documentalista y miembro del Ateneo de Madrid (donde vio la luz una de las primeras obras publicadas por José María Platero) no lo ha advertido, no pueden dolerme excesivamente los cañazos que me toca recibir ahora.

La fotogalería de El País señala a José María Platero en la foto del 27. También Antonio Burgos, que indica un secreto de la foto:

«Como en tantas contradicciones de Sevilla, el famoso acto del Ateneo no se celebró en el Ateneo, sino en el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en la calle Rioja. Y estuvieron en el estrado todos los venidos de Madrid, pero ninguno de Sevilla. La excepción eran Blasco Garzón y José María Platero. Ya es puntería: hacer una fotografía en Sevilla a la generación del 27 y no sacar un solo poeta de Sevilla, ni a Luis Cernuda, ni a Rafael Porlán, ni a Joaquín Romero Murube, ni a Juan Sierra, ni a Rafael Laffón, ni a Antonio Núñez Herrera.»{9}

En fin, señalan a José María Platero en esa foto Gonzalo Torrente Ballester y Jorge Campos, Panorama de la literatura española contemporánea, Ediciones Guadarrama, Madrid 1961, pág. 440 (donde viene escrito «Chavás» por Chabás); José Luis Cano, García Lorca, biografía ilustrada, Ediciones Destino, Barcelona 1962, pág. 137 (además se lo hace secretario del Ateneo); Litoral: Revista de la poesía y el pensamiento, 1968, pág. 44; Antonio Colinas, Conocer Vicente Aleixandre y su obra, Dopesa, Barcelona 1977, pág. 28; Ian Gibson, Federico García Lorca (1929-1936), I, Grijalbo, Barcelona 1985, pág. 355, n. 59; Arturo M. Ramoneda, Antología poética de la generación del 27: con cuadros cronológicos, Castalia, Madrid 1990, pág. 68; Javier Pérez Bazo, Juan Chabás y su tiempo. De la poética de vanguardia a la estética del compromiso, Anthropos-Ayuntamiento de Denia, Barcelona 1992, pág. 355. Por no decir que todos los pies de foto publicados en España para comentar este documento gráfico reproducen el mismo elenco de personajes.

Sin embargo, María Candelas Delgado me describe la esquela de José María Platero, con algunos detalles: «Burgos, 5 julio de 1926, a los 32 años. La fecha no figura, sin embargo, en los libros que editó al poco tiempo su viuda, Elisa Cardenal. José María Platero no tuvo muerte repentina sino que fue a causa de una enfermedad». En algunos repertorios bibliográficos aparece la fecha de su nacimiento, 1893. En otros la de su muerte: efectivamente, 1926.

Resulta altamente difícil que una persona muerta en 1926 participe en un homenaje a Góngora en 1927. He consultado casos parecidos: San Afrodisio, San Albano de Maguncia, San Dionisio de París, San Ginés de la Jara, San Lamberto de Zaragoza, Santa Osita de Quarrendon, Santa Quiteria… y muchos otros, que fueron deambulando por ahí con su cabeza en la mano hasta ser enterrados. Algunos, con dos cabezas. Tuvo que ser, en todo caso, lo que ocurrió con José María Platero (si bien ser enterrado es una cosa bastante más seria que asistir a una conferencia), ya que la cabeza que aparece en la foto no tiene nada que ver con la original. Escribe María Candelas Delgado: «Su yerno, que ya falleció, solía bromear con la dichosa foto, pues no le sacábamos ni el parecido con una que se conservaba».

Pero si José María Platero no es un émulo de San Ginés de la Jara habrá que empezar a preguntarse quién es el señor que está en el centro de la foto, y por qué nadie lo ha reconocido por su verdadero nombre: ni siquiera los contemporáneos o los presentes en aquella foto. Puede que una simple visita a Sevilla, y una consulta a las identidades de los representantes por aquel entonces del Ateneo, la Sociedad Económica de Amigos del País y el Ayuntamiento nos saque de dudas.

En la histórica foto que Alfonso hizo de Ramón y Cajal y sus discípulos se cuela un menestral con bata, como Pilatos en el credo. Puede que aquel que ahora nombramos erróneamente como José María Platero sea otro Pilatos en el credo del 27. O puede que sea una figura oculta por sabe Dios qué motivos.

El caso es que no conocemos al auténtico José María Platero. Y deberíamos.

José María Platero (1893-1926)
José María Platero
Nació en Madrid el día 27 de diciembre de 1893
y murió en Burgos el 5 de julio de 1926

Notas

{1} «La foto del 27, de izquierda a derecha»; «Idola fori de la cultura española».

{2} Ricardo León, Cristo en los infiernos, Victoriano Suárez, Madrid 1941, pág. 203.

{3} Fernando Báez, Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak, Destino, pág. 329, n. 451.

{4} Luis García Montero, «Lorca era un fascista», en El País, ed. de Andalucía, 14 de octubre de 2006.

{5} «El “caso Fortes”: opinión, sanción, reflexión [serie editorial]», en Youkali, revista crítica de las artes y el pensamiento, nº 2, Supervivencia o bio-poder, de la biotecnología al genoma, noviembre de 2006.

{6} Ian Gibson, Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, 1898-1936, Folio, Barcelona 2003, II, pág. 500.

{7} «La foto del 27, de izquierda a derecha».

{8} Ernest Alós, «Pepín Bello rememora a sus amigos de juventud», en El Periódico de Aragón, 3 de junio de 2007, sección Escenarios.

{9} Antonio Burgos, «Sánchez Mejías, con la Generación del 27», en El Mundo, edición de Andalucía, 16 de enero de 1998.

 

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