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El Catoblepas, número 76, junio 2008
  El Catoblepasnúmero 76 • junio 2008 • página 1
Artículos

La lección menospreciada de Renau

Fernando Bellón Pérez

Se resumen las ideas que el artista y militante comunista José Renau (1907-1982) publicó en forma de ensayo, para conocimiento de quienes pueda interesar

Cartel de José Renau: Obreros, campesinos, soldados, intelectuales: reforzad las filas del Partido Comunista

Ciento un años hace ya que nació José Renau Berenguer. Comunista, pintor, fotomontador y muralista. Por este orden. También dejó escritos una serie de ensayos sobre el arte del siglo XX de un notable valor, que han sido ignorados, porque Renau no se preocupó de darles relevancia y porque su lectura resulta incómoda para muchos intelectuales, sobre todo los marxistas postmodernos.

La vida privada del fotomontador y muralista José Renau no fue de las que suelen considerarse edificantes, aunque también distó mucho de ser una vida disoluta. Las lecciones que pueden extraerse de ellas nos ilustran más en aquello que un ser humano debe hacer de otra manera, que en lo que debe imitar de Renau.

Su vida pública fue una sucesión de conflictos y frustraciones personales, de esas que no se desean ni a los peores enemigos.

Pero Renau conservó la lucidez intelectual y la integridad moral hasta sus últimos días, cuando perdió la conciencia en el hospital de la Charité de Berlín Este, en octubre de 1982.

Su lucidez intelectual y su integridad moral tampoco fueron siempre ejemplares, pero en esto no se distinguió de la mayoría de los hombres y mujeres honrados que pueblan el planeta. La diferencia entre Renau y sus contemporáneos con responsabilidades públicas, políticas o de otro tipo, es que los actos del valenciano universal (y esto no es un tópico) fueron coherentes con sus convicciones en una proporción superior a lo que cabe esperarse de un artista, de un intelectual o de un político, porque estos tres papeles interpretó Renau en el gran teatro del mundo.

En síntesis, sus convicciones fueron estas:

1.- El comunismo es el sistema político que redimirá al ser humano de todas sus aflicciones.

2.- La creación artística debe estar al servicio de la construcción de la nueva sociedad comunista. Pero es una imprudencia ignorar que las viejas formas y los viejos contenidos estéticos burgueses tienen y tendrán vigencia durante mucho tiempo.

3.- Imponer por la fuerza una nueva fórmula de creación artística única y monolítica es contraproducente. El camino es largo y hay que recorrerlo causando el menor daño.

4.- La etapa histórica de la creación individual, de la pintura de caballete acabó a principios del siglo XX con las vanguardias, que pronto demostraron su esterilidad estética y social al dejarse arrastrar por la tromba del mercado del arte.

5.- El trabajo de creación artística en el mundo presente (el suyo) y el futuro se hará mayoritariamente en grupos, en colectivo. Ejemplo de ello es el muralismo. Pero también el cine considerado como un instrumento pedagógico y artístico, el video (que en la ancianidad de Renau empezaba a ser utilizado por los artistas), y la cibernética, lo que hoy conocemos por arte digital y arte online, que Renau tuvo la agudeza de vislumbrar cuando los ordenadores eran monstruos que llenaban decenas de metros cuadrados de superficie y tenían memoria de mosquito.

6.- La formación de los artistas nuevos tiene que ser semejante a la de los artistas del Renacimiento: completa, variada, sometida a la disciplina de talleres dirigidos por hombres y mujeres de experiencia y méritos probados y, si ello es posible, de moralidad intachable, abnegados, infatigables.

7.- Los artistas que se entreguen al mercado del arte están condenados, en el mejor de los casos (si triunfan, si obtienen reconocimiento, algo aleatorio) a la enajenación, a la alienación de su persona y de su obra. Y en el peor de los casos (si no colocan su producción en el mercado) a sufrir como excluidos del paraíso y a ganarse la vida de un modo ingrato, precario y todavía más enajenante.

Los cuatro primeros puntos corresponden al ámbito de la doctrina, de la ideología. Los otros tres son producto de la experiencia de Renau, tanto artística como profesional del cartelismo y la publicidad. Una experiencia de las más ricas que un creador puede acumular a lo largo de su vida.

José Renau nació en Valencia un día de mayo de 1907, hijo de un pintor de la escuela sorollista (por clasificar lo inclasificable), restaurador de obra antigua (maestros barrocos, pintores neoclásicos, &c.) y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. A él debe Renau su formación temprana, el descubrimiento y el fomento de su capacidad creadora, y su estruendoso primer éxito en Madrid en diciembre de 1928. Gracias a una recomendación de don José Renau padre, el joven Pepe Renau fue recibido por el entonces influyente crítico y académico de San Fernando José Francés, que quedó fascinado por las acuarelas y dibujos de estilo art decó que el muchacho le presentó.

Francés le organizó en cosa de días una exposición en el Círculo de Bellas Artes. Gracias al eficaz concurso de un grupo de colegas y amigos del académico madrileño, la exposición fue un bombazo mediático y público, y un éxito inesperado para Renau. De todo ello se dio perfecta cuenta el joven, y entró en una grave crisis de conciencia. El triunfo artístico, descubrió, no se debía al mérito sino a la casualidad y a la influencia de los padrinos del creador. Durante todo un año se tambaleó estética e ideológicamente, y de las lecturas anarquistas, que llenaban las bibliotecas proletarias de la época pasó al descubrimiento del marxismo a través de Plejanov.

Cartel de José Renau: Amigos de la Unión Soviética, 19 años de Unión Soviética y de lucha por la libertad y la paz mundial

En 1930 se afilió al minúsculo Partido Comunista de España, y se convenció a sí mismo de que su misión vital anteponía su militancia a su vocación. Esto no fue óbice para que, debido a su capacidad de trabajo y a su extraordinaria calidad e imaginación para la creación plástica, se ganase la vida muy por encima de los artistas convencionales y vanguardistas de la época. Fue premiado en concursos de carteles, trabajó para la antigua Cifesa, realizó encargos privados de ricos industriales y terratenientes valencianos, no paró de diseñar anuncios publicitarios. A la vez dedicaba todo el tiempo que le era posible a la militancia, la estrictamente política (fue secretario local de Valencia del PCE durante un tiempo) y a la cultural de propaganda del bolchevismo o marxismo leninismo. Fundó y mantuvo con dinero propio la revista Nueva Cultura, que se editó entre 1934 y 1938, con una interrupción de unos meses al inicio de la guerra civil.

Cartel de José Renau: Partido Comunista de España, 11 febrero 1873: un anhelo, 14 abril 1932: una esperanza, 16 febrero 1936: una victoria

Al estallar ésta, la dirección del PCE le designó para el puesto de Director General de Bellas Artes en el ministerio de Cultura encabezado por el comunista Jesús Hernández, donde permaneció hasta 1938. Este nombramiento sorprendió a Rafael Alberti, que se creía destinado a él con más méritos que Renau, con quien tenía diferencias más personales que políticas, relacionadas con la vanidad y el divismo. Dos de las más conocidas actuaciones del valenciano fueron el traslado de parte del tesoro artístico del Prado a Valencia (que finalmente acabaría en Ginebra, tras una arriesgadísima peregrinación por varios los frentes) y el encargo a Picasso de una obra para el pabellón de España en la Feria Internacional de París de 1937, que se concretó luego en el cuadro conocido por todos (menos por Picasso) por «el Guernica».

Cartel de José Renau: Tercera olimpiada obrera, Barcelona julio 1936

Renau no paró de realizar carteles de guerra de una fuerza tremenda, que, junto con los de otros cartelistas valencianos y no valencianos, han quedado como modelos de propaganda bélica. El papel político de Renau en esos años está poco documentado, pero podría aventurarse que rehuyó la vida pública y que se dedicó al trabajo efectivo y oscuro de un técnico absolutamente politizado, eso sí.

Cartel de José Renau: Los marinos de Cronstadt, un film soviético

En enero de 1939 huyó a Francia, donde se dejó internar en un campo de refugiados, pese a tener documentación de alto cargo que le eximía de esa penalidad. Tras ser extraído por la dirección comunista de él, se embarcó con su familia para Méjico. Allí trabajó con David Alfaro Siqueiros en el mural «Retrato de la Burguesía», por encargo del Sindicato de Trabajadores de la Electricidad. La vida profesional y política de Renau en Méjico fue similar a la que mantuvo en España: distante de los cargos de alta responsabilidad política, ganándose muy bien la vida con la publicidad comercial, y dedicándole mucho tiempo a la creación artística política propagandística para el gobierno y los sindicatos mejicanos, mientras éstos tuvieron una influencia comunista. Entre los españoles exiliados cumplió un papel polémico por su rígida ortodoxia comunista, pero dentro del PCE procuró no destacar ni como opositor ni como defensor de ninguna línea que no fuera el férreo sovietismo, que entonces era antiimperialismo y estalinismo puro y duro.

Cartel de José Renau: El coyote

Sin embargo, empezó a realizar fotomontajes según la línea de trabajo abierta por John Heartfield y sus compañeros dadaístas alemanes y los primeros cartelistas soviéticos, a quienes había estudiado a fondo en su juventud.

José Renau, American Way of Life

Pronto llamó a su serie «American Way of Life», porque utilizaba recortes de revistas norteamericanas para poner en evidencia las paradojas y miserias del imperialismo norteamericano de posguerra. Este trabajo llamó la atención de ciertos funcionarios de la República Democrática Alemana (en Méjico vivía una significativa colonia de comunistas alemanes exiliados), que le invitaron a enviar fotomontajes para publicarlos en una revista satírica editada en Berlín oriental, Eulenspiegel. Al final fue invitado a trasladarse a la RDA para continuar sus creaciones de fotomontaje político y con una vaga promesa de aventurarse en otros campos estéticos, como experto en arte de vanguardia, pero fiel a los dictados ideológicos de la dirección del comunismo internacional.

José Renau, Celebridades americanas

Entre 1958 y 1976 vivió en Berlín Este con parte de su familia (los hijos mayores permanecieron en Méjico). Fue empleado por la televisión pública, continuó realizando fotomontajes, participó en innumerables actividades culturales y pedagógicas, llevó a cabo varios murales gigantescos, consiguió que le editaran su «AWL» con el título de «Fata Morgana USA», y creó una escuela de dibujo para jóvenes que alimentó su prestigio entre la nueva generación de la RDA y la inquietud de la Stasi, queno se atrevió a molestarle, debido a sus conexiones con el alto aparato político. Su vida en Berlín fue difícil. No llegó jamás a dominar el alemán. Sufrió las consecuencias de una fe absoluta en su razón estética y su razón ideológica, cosa que le llevó a enfrentarse con casi todo el mundo, empezando por su familia y terminando con sus camaradas del PCE, tanto los estalinistas como los eurocomunistas, aunque jamás participó en ninguna actividad secesionista. Su irreprochable pasado de comunista y antifascista y su discreción en la vida política de la RDA le mantuvieron a salvo de las purgas y de los forzados eclipses de la vida pública tan abundantes entre los creadores en el socialismo real.

José Renau, Qué bella es la guerra 1José Renau, Qué bella es la guerra 1

En 1976 fue uno de los tres artistas españoles vivos que participaron en la Bienal de Venecia. Esto lo debió al crítico valenciano Tomás Llorens, que había descubierto los fotomontajes de Renau y se había dado cuenta de que fue un artista pop anterior al pop norteamericano.

Entre 1976 y 1982 vivió en un constante ir y venir de Berlín a Valencia. Su regreso le llevó a inventar el concepto de «matria», encarnado por Valencia, por oposición a patria, que él afirmaba no tener, por haber sido y seguir siendo un comunista internacional. Pero poco a poco se dejó seducir por el nacionalismo catalanista, gracias entre otras cosas, a la personalidad cautivadora de Joan Fuster, el intelectual de mayor prestigio en Valencia, que se había alineado desde la juventud con el catalanismo de raíz burguesa; aunque Fuster, un consumado funambulista intelectual, fue capaz de distanciarse ideológicamente de la burguesía catalana (y desde luego, de la valenciana, que aborrecía como miembro marginal de ella que fue) tiñendo sus ensayos de un color ácrata que impacto a un Renau anciano y sugestionado por sus aventuras juveniles con el anarquismo militante.

No obstante, José Renau no quebró su fidelidad al marxismo leninismo ni modificó su teoría estética, construida con gran esfuerzo y a base de penosos debates, a lo largo de su vida. Los trabajos teóricos de Renau no han tenido ningún eco en el panorama filosófico español, víctima de tantos complejos. Quizá porque fueron aleccionadores, precisos, directos como un puñetazo, sobre todo cuando toca temas concretos.

La crítica española de izquierdas de la segunda mitad de los años setenta le calificó de ingenuo (acaso por su obsesión frustrada por crear una escuela, no la suya, sino un método de transmisión de los conocimientos del arte basado en la relación intensa y diaria del aprendiz con el maestro), de estalinista, mediocre imitador del pop (aunque fue anterior a él). Ya en Méjico se le consideraba un «artista fallero», no sin falta de razón, aunque desde el punto de vista más creativo y digno del término, pues su formación valenciana se nota en muchas de sus obras.

Todo esto contribuyó a su oscurecimiento y a su olvido.

Sin embargo, algunos de los historiadores valencianos del arte más influyentes le reconocen como uno de los tres artistas valencianos de dimensión internacional del siglo XX, junto con Sorolla y el Equipo Realidad (Manolo Valdés).

Con motivo del centenario de su nacimiento se han realizado magníficas exposiciones itinerantes por algunas ciudades españolas y europeas. Sin embargo, el oportunismo de la memoria histórica en las que han sido encuadradas por sus organizadores ha forjado una visión presente de Renau entre el heroísmo, el victimismo, la más demagógica nostalgia republicana, y el artista comprometido, en lo único que han acertado de lleno. Pero la contribución teórica de Renau sigue siendo silenciada, bien porque no cabe en una antología de su obra plástica, bien porque ningún especialista (yo no lo soy) se ha dignado a estudiarla, bien porque los que lo han hecho no la han encontrado digna de análisis.

Lo que va a continuación es un resumen de los escritos de José Renau sobre arte y estética, basados en los apuntes que tomé mientras me documentaba para la biografía que publicará la Fundació Alfons el Magnànim de la Diputación de Valencia en otoño de este año, titulada La abrumadora responsabilidad del arte.

Cartel de José Renau: Simón Bolivar

Disputa con Alberto en Nueva Cultura

El número dos de NC sirvió de escenario a una polémica famosa. «Situación y horizontes de la plástica española. Carta de Nueva Cultura al escultor Alberto».

Hechos objetivos que motivan la carta: 1, los intelectuales se pronuncian contra la anticultura fascista y comprenden que el fascismo es la consecuencia de la descomposición del capitalismo; 2, comprenden que hay que cambiar de sistema para alcanzar la necesaria tranquilidad para producir la obra de arte; 3, comprenden que sólo el pueblo de obreros y campesinos es el llamado a crear el nuevo sistema; y 4, los intelectuales no se han dado cuenta del papel capital de la cultura en el mantenimiento del sistema y en la ascensión del fascismo. Esperan el rompimiento de las reminiscencias pequeño burguesas del individualismo que impiden al artista la cualidad de establecer un contacto espiritual entre las gentes.

Continúa arguyendo que la clase feudal subsiste en España y somete a los artistas a su podredumbre, desde los tiempos de Goya. Goya cierra un ciclo de desarrollo artístico. Por otra parte, no hay burguesía capaz de contrarrestar el dominio del feudalismo. España es «una charca, en movimiento determinado por las leyes de la putrefacción.» Los sucesores de Goya han ignorado su lado más comprometido y progresista, y se han quedado con el contemplativo y decorativo, cuyo casticismo ha dado lugar a la zarzuela y al cuplé. El verdadero progreso del arte se sitúa desde entonces en Francia. A España llega un eco lejano que estimula a los imitadores de Delacroix, de David o de Ingres, pero todo se queda en la forma, porque los pintores españoles son mediocres e ignorantes. En Francia se ha hecho una revolución burguesa, hay una nueva sociedad, y esto ha creado las condiciones de una nueva forma de entender el arte. La revolución burguesa ha fomentado el individualismo, la independencia del artista. Mientras, en España dominan los artistas de la decadencia, monopolizan las instituciones, dirigen las Exposiciones Nacionales que fomentan el cuadro gigantesco e historicista, y anudan una cadena de intereses entre los aspirantes y los situados en el sistema.

Por ello, dice, los artistas rebeldes e inquietos se tienen que ir a París. Rusiñol, Casas y Sorolla no serían iguales si no hubieran salido al extranjero. Gracias a ellos el impresionismo llega a España. Pero es un impresionismo de última hora, endulzado, que las instituciones académicas acogen gustosas.

A España llegan los nuevos aires artísticos a través de los pensionados, continúa, pero son aires adulterados. Sin embargo aparecen las revistas gráficas, y esto propicia la reacción contra el academicismo. Lo más sano e inteligente de la cultura se aparta de los certámenes oficiales. Pero los rebeldes se reúnen de diversas maneras para poder llegar al público, mediante las exposiciones. Es Barcelona quien capitaliza este movimiento. Se abren salas independientes, aparece Nonell, el gran renovador, muerto muy joven, cosa que detiene el impulso. Además pesa el centralismo reaccionario de Madrid, que paraliza a la creativa Barcelona.

La respuesta de los artistas, sin embargo, se inicia en Madrid con el homenaje al pintor Echevarría. Por fin en 1925 se organiza la «Agrupación de los Ibéricos». Se publica un manifiesto y se celebra una exposición. Les unía la preocupación moderna de la forma, les separaba la naturaleza ideológica del mito. No duró mucho la fuerza del movimiento, que se fraccionó en la primera exposición a causa del individualismo feroz. Dalí y Bores se fueron a Francia, los que se quedaron se refugiaron en la palabrería de los cafés o entraron en el redil de las recompensas oficiales.

En Francia, el materialismo racional lleva a la observación de la naturaleza y nace el impresionismo. La reacción cubista refleja el cambio de interés de la burguesía, que abandona el análisis científico de la naturaleza y se adentra en la metafísica, huyendo de sus contradicciones interiores. El libre mercado da paso a la concentración monopolista. En la pintura esto se manifiesta en el triunfo de la forma sobre el color, en una sistematización estética que trata de definir la esencia absoluta del arte.

Picasso es el cubismo –organización fría, absorción y síntesis capitalista– más todo el remolino de sus derivados y contrarios. Por esta causa aparece desde 1917 aproximadamente como un polifacético que rompe con su doctrina, en tanto que mito unitario, y se transforma en un gran estilista vacilante y rico en contradicciones, señalando ya el declive precipitado del pensamiento individualista burgués.

De pronto viene la República sorprendiendo a todos y desconcertando a los artistas solitarios y apolíticos. Una oleada de arte y creaciones soviéticas revolucionarias inunda la sociedad. (Uno de los principales responsables de ello fue el propio Renau, que tenía buenos contactos con el Komintern y recibía material propagandístico que él distribuía inteligentemente en diversas revistas.) El mito del arte por el arte queda pulverizado. Los intelectuales se definen, en algunas instituciones se colocan intelectuales antioficiales. Pero la mente de los artistas sigue desorientada. Afortunadamente «una fuerza mugía impetuosa en el subsuelo inestable de la República», el proletariado. «Ya se pueden enviar a la Nacional obras de fisonomía nueva, porque ha venido la República y ‘tenemos gente nuestra dentro’, pero las recompensas son para los de antes.»

Manuel Abril intenta reorganizar a los Ibéricos. Se pide a voces apoyo al arte revolucionario. Se denuncia que una mitad de la civilización artística, la más importante por estar en consonancia con el espíritu renovador de la República sigue siendo marginada en beneficio de la otra mitad, que obstruye el desarrollo del arte representativo de nuestra época moderna. En una carta al Ministro de Instrucción Pública «se pide parte en el botín oficial y se acepta la convivencia con las fuerzas enemigas. Es la Democracia». No fue el deseo de renovación cultural y social lo que impulsó el advenimiento de la República, sino la necesidad de contener y dar cauce a las fuerzas desencadenadas y descontentas de la masa proletaria. De otro modo no puede interpretarse la pobreza social y cultural del nuevo régimen. La evidencia de la farsa republicana determinó el desengaño y escepticismo de los artistas inteligentes con respecto a las soluciones estatales, y la necesidad de un cambio fundamental en la raíz misma de las cosas empieza a germinar en sus conciencias.

Se mira ávidamente a Rusia. Los artistas se dividen en dos bandos, los que quieren hacer arte comprometido y los que quieren hacer arte por el arte. Los primeros ponen su arte al servicio de los proletarios. Los segundos quieren elevar a las masas a la abstracción de arte, sin ver la bancarrota del arte, la decadencia, el desprecio de la burguesía por las abstracciones y su afecto a formas de arte ligadas a los mitos de la patria, la guerra y la religión.

Torres García importó de París un estilo que denominó constructivismo. «Dentro de la tendencia formalista de estos últimos tiempos, este intento significaba un nuevo retorno a la ortodoxia cubista, cuando ya ni los cubistas mismos la aceptaban. Los postulados, los de siempre: predominio absoluto de la forma pura y una hábil idea hacia la decoración mural, como apariencia única de novedad.» Lograron exponer en el Salón de Otoño.

Un artista autodefinido como constructivista, Castellanos, que se confesaba simpatizante de Rusia en lo social y en lo político, se manifestó contra el realismo fotográfico, contra la transformación de la pintura y la escultura en un relato de hechos, propugnaba un arte de masas, pero bueno. La teoría vanguardista del arte por el arte, de la independencia del artista con respecto al contenido y al objeto, hasta entonces adulteradores de la creación, fue de una notable inteligencia plástica e hizo aportaciones técnicas. Pero luego han dado lugar a «un eclecticismo desesperado que busca la vitalidad perdida en los más bajos fondos de la condición humana.»

La descomposición del mito del arte puro y la falta de un mito auténtico ha empujado a algunos artistas al catolicismo. Para ganarse la vida, algunos músicos se dedican con entusiasmo a la ilustración musical de cintas cinematográficas.

Contrapuesto a todo esto está el arte soviético, sobre todo el cine y el teatro. En el primero, el género del reportaje ha demostrado una vitalidad de la que carecen los filmes abstractos de Cocteau, Man Ray y Hans Richter. Los artistas rusos surgen de la entraña del proletariado. En Rusia se ha desarrollado un arte pedagógico de masas.

El temprano fracaso de los Ibéricos fermentó en grupitos de afinidad estética. El más sano era el formado por el malogrado pintor Barradas y por el escultor Alberto Sánchez, un antiguo panadero, autodidacta en temas de arte. Un artista de unidad ideológica. Sus obras más formales no tienen la menor vocación abstracta, sino que son la representación «brutal y animista de un primitivo, la síntesis de la inquietud plástica del momento actual, con el contenido formidable de la mentalidad campesina.»

Alberto es la esencia del ruralismo español, del panteísmo primitivo, de su sometimiento al terrateniente, de su acercamiento fanático a la Iglesia, de sus atavismos milenarios. Pero, ese artista, que podía haberse convertido en un Goya, un Daumier o un Grosz, se ha dejado influir por la concepción idealista del arte, por el abstracto. En él se funden los aires modernos y extranjeros de una plástica minoritaria y el sentido colectivo y popular de la fantasmagoría milenaria y profunda del campesinado español.

Alberto ha estado a punto de dejarse seducir por la sirena que habita en París.

«Pero afortunadamente para él y para nosotros su falta de posibilidades materiales y principalmente su instintivo apego a su elemento natural, le libran de la catástrofe. Sus antiguos compañeros de lucha, Bores, Dalí, &c., ligaron su suerte a la de una decadencia espiritual e histórica que comenzaba, y ahora, como castigo, comparten con toda la pléyade de ‘inteligentes plásticos’ del mundo los mismos hálitos de muerte que los accionistas de cualquier ‘trust’ o ‘cártel’ internacional.
El campesino español ha huido de su silueta ‘parada’ bajo la luna o bajo la nube, y su nueva silueta dinámica ya no corresponde a tu arte, a los conjuros de tus formas hieráticas. Por eso tu arte se ha quedado desolado como una casa deshabitada.»

Además, ha descubierto que en la ciudad tiene unos aliados, los obreros.

«El momento histórico nos indica que si queremos poner a salvo nuestra integridad profesional y nuestra dignidad de hombres, debemos seguir a los proletarios de la ciudad y del campo allá donde vayan, allá donde fatalmente han de ir, y que, hecha la composición de lugar de nuestras conciencias, debemos ayudarles con nuestros instrumentos intelectuales a llegar antes a su destino histórico, que es el de la cultura misma y el de la continuidad de la historia humana.»

Hasta aquí el resumen de la carta.

En el número 5 de Nueva Cultura apareció la respuesta de Alberto, que fue mucho más escueta, y que resumimos a continuación.

Le parece bien que se pida a los artistas plásticos que ayuden a la lucha. Pero

«meternos a descifrar ahora, en plena batalla económica, si un arte abstracto es burgués o no interesa a los proletarios es, a mi entender, perder el tiempo. Estamos de acuerdo en que hay un arte revolucionario y contrarrevolucionario y que éste dura el tiempo que se tarda en implantar el ideal por el que se lucha. Pues bien: estoy dispuesto a sumarme a este arte de lucha.»

NC dice que esta respuesta ha decepcionado a la redacción porque elude responsabilidades y justifica «posiciones imposibles de coexistir con una buena conducta.» Renau dulcifica un poco el palo y dice que ningún artista (incluidos los de NC) han luchado durante la Dictadura contra el capitalismo, porque consideraban la política como algo repugnante e indigno de su menor consideración. Sólo buscaban la gloria y el dinero que había en los mercados de París y Berlín. Critica a Alberto por haber pasado de obrero a artista pensionado. Le acusa de individualismo y exceso de amor propio, y le pide una explicación más extensa y razonada de su trayectoria.

La redacción de NC le consuela de sus tribulaciones por haber dado tan arriesgado paso, aconsejándole que no tema caer en lo político al hacer arte social, Daumier educó su sensibilidad haciendo dibujos para los periódicos. «El artista revolucionario, en su lucha contra el capitalismo y sus formas de explotación, debe utilizar y aprovechar todos los medios y posibilidades» para atacarle en todas sus manifestaciones.

Ahora bien, eso no significa que los artistas revolucionarios acepten las vulgaridades que se han ido publicando con el nombre de arte proletario. «La culpa de que en España sea pobre el movimiento plástico revolucionario es debida a que los artistas han estado de hecho al margen de la revolución», y el deber de aquellos que se incorporan a ésta es esforzarse en elevar el nivel técnico.

Cartel de José Renau: Campesino, defiende con las armas al gobierno que te dio la tierra

La función social del cartel

En noviembre de 1936, Renau dictó una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Valencia titulada «La función social del cartel». Lo hacía desde su cargo de director general de Bellas Artes, y venía a exponer las líneas oficiales de trabajo para el cartelismo de guerra. Renau se atrevió a subir a la palestra no tanto para dar instrucciones ideológicas o una lección de burócrata trabajador y al servicio del pueblo, sino porque había comprobado que muchos de los carteles que se editaban eran de poca calidad y poco eficaces para el propósito que les originaba.

Renau utiliza su larga experiencia como publicista comercial, utiliza argumentos de teoría estética materialista con los que se había formado precariamente (esto lo reconoció cuarenta años después), y recurre a la historia de la pintura española de los siglos XVI y XVII, que conocía bien, en un ejercicio de utilización de los recursos de la tradición estética española que debió sorprender a mucha gente entonces, como desconcertaría a los progres de hoy si llegaran a leer la conferencia.

Por ejemplo, Renau no puede resistirse a hacer una alabanza de Velázquez.

«Velázquez es el pintor más profundamente español, y a través de la ambición cósmica que emana de su arte, el más universal de su época. A través de su verbo espontáneo, la entraña popular española que vibra como condición suprema en toda nuestra plástica realista, se recrea al sentirse reflejada. El profundo proceso de creación se realiza sobre la base del aniquilamiento de todo convencionalismo en los recursos de expresión, en la superación de los pálidos reflejos de la preceptiva renacentista importada de Italia, a través de un acercamiento franco, audaz y emocionado hacia las formas concretas de la realidad humana.
He aquí la trascendental lección del realismo español, en su heroísmo de pintar y vivir sin soñar, con los ojos despiertos a la más leve palpitación, al más profundo sentido de la realidad.»

Acaba desmontando con desconcertante audacia un rasgo notorio de la leyenda negra. Califico de desconcertante su audacia porque su generación y él mismo se habían basado en ella para reclamar una «nueva cultura» para España.

«A pesar de que se ha intentado valorar nuestra cultura realista como expresión del movimiento de la Contrarreforma frente a las corrientes humanistas que desarrolla la revolución burguesa contra el periodo feudal de la Iglesia, el movimiento plástico español desmiente brillantemente la pretendida contradicción. La pintura realista española, en la entraña misma de su valor humano, es el pie desnudo con que el humanismo renacentista pisa el terreno áspero y concreto de la realidad.»

El color del desaliento

Sobre su experiencia en la etapa mejicana, Renau hizo unas reveladoras declaraciones a su amigo Manfred Schmidt, grabadas en su casa de Kastanien Allee de Berlín Este, en 1977.

«He tenido importantes etapas de crisis, mientras realizaba los fotomontajes, cuyo desarrollo ha estado lleno de altibajos, llegando a veces a pensar que estaba totalmente equivocado. Todos los colegas, pintores, críticos, estaban contra mí o no me hacían caso, me despreciaban como artista. Más tarde entendí que en parte se debía a una revancha de la cosa de Madrid, a mi etapa de director general de Bellas Artes durante la guerra. Es difícil contentar a todo el mundo, cometí errores, hubo problemas, y había gente que me tenía mucha envidia, hasta poetas muy conocidos, y no quiero citar nombres. [Es casi inevitable pensar que se refiere a Alberti.] Me clasificaron de una manera despectiva como artista agitprop. Me discriminaban. Hacían exposiciones y nunca me invitaban, como si yo no existiera. Y yo reaccionaba reforzando mi determinación de mantenerme donde estaba. Eso es muy duro, porque yo estaba al margen de todo el desarrollo del arte. Los demás son el espejo de uno, y cuando uno se ve marginado, es muy duro. Aparte de que a partir del año cincuenta y tantos, el partido reaccionó también contra el arte agitprop, paralelamente al italiano y al francés, proclamando la libertad de creación. También ellos prescindieron de mi colaboración, los partidos comunistas francés e italiano. Como pasa aquí, del realismo socialista se fueron al otro extremo. El partido se desentendía del arte en absoluto, puro oportunismo. Los pintores tenían valor si firmaban un manifiesto sobre Vietnam o contra Franco. Era una cosa política, puro pragmatismo. Eso me amargó mucho.
La evidente falta de unidad estilística y las contradicciones de concepto que se observan en mis obras, y que van desde un realismo casi fotográfico hasta la expresión abstracta y subjetiva de los colores y las formas, obedecen a una contradicción real que vive en mi espíritu: el impulso por conciliar los valores del arte clásico realista con las conquistas más audaces de las experiencias plásticas modernas.»

En septiembre de 1947, escribió un artículo en la revista Las Españas sobre este asunto, «El color del desaliento».

Cita y reproduce un cuadro de Dalí de 1937 titulado El sueño, que muestra una cabeza sin cuerpo sujeta por horquillas, como símbolo de la inmovilidad que a veces produce el raciocinio, al oprimir la conciencia los impulsos vitales, una forma surrealista de señalar el psicoanálisis. Para Renau, el exceso de conciencia histórica está perjudicando la creación artística.

Los valores clásicos de la cultura se desintegran, dice. Ninguna ideología salvo los recursos precarios del nacionalismo, ha conseguido reintegrar nada. La excepción es el surrealismo que ha utilizado un «cinismo terapéutico» para sacudirse esa plaga. La muestra es la ilustración de Dalí.

Acusa Renau en el mundo del arte una falta de audacia creadora, después de unos decenios en los que el afán por lo nuevo e inédito hacía hervir el impulso creador. En esos momentos, asegura, domina el conservadurismo.

Renau se atreve a confesar que habla por experiencia propia. Por ejemplo, se ha dado cuenta de que, tras un largo periodo sin pintar, se resiste a usar los colores, el contraste cromático. Al principio creyó que se debía a una reacción natural a los excesos del hieratismo cromático de la plástica publicitaria. Luego tuvo que reconocer que lo que le pasaba a él también le ocurría a muchos de sus colegas. «Este hecho me ha llevado a la conclusión de que, de los distintos elementos de que se compone la pintura, es seguramente en la condición cromática –por ser la menos racional– donde se condensan con mayor plenitud los impulsos subconscientes de los individuos y de las épocas.»

El pintor de esa época actúa igual que el tiempo sobre los colores, los va amortiguando, los aproxima a ese color pardo, profundo y sombrío de la pátina del tiempo, el color de la historia.

«Es el color del tiempo muerto y, en el obsesionado impulso con que los pintores de hoy lo utilizan, ¿no podríamos acaso ver una inclinación instintiva a participar en el culto ancestral de los muertos?
El prestigio de los muertos y el prestigio de la pátina son dos valores universales y unánimes. En la vida espiritual de los pueblos, todo lo sagrado tiene pátina, y en la pintura todo lo que tiene pátina es bueno por necesidad.»

Renau no está pensando en los muertos de Hiroshima y Nagasaki, ni en los millones de seres humanos que ensangrentaron Europa y el Extremo Oriente en la peor de las guerras de la historia de la Humanidad. Se refiere en los nuevos pintores clásicos. En los años 40 del siglo XX, las aportaciones revolucionarias de las vanguardias de las dos primeras décadas habían perdido originalidad y fuerza, se habían vuelto amorfas. Y el terrible enemigo de Renau, el mercado, empezaba a determinar de un modo inexorable, los estilos, las escuelas, sacando partido a la creatividad del ser humano.

«Para una gran parte de los pintores de hoy, toda materia prima susceptible de valor está encerrada entre las paredes de los museos. Lo que han sacado siempre de la realidad contemporánea, pretenden sacarlo ahora de las obras pictóricas de los viejos maestros. Y esto es como querer sacar leche del queso. Montar toda una teoría –aunque sólo se manifieste como un ‘estado de espíritu’ – sobre una serie de factores inactuales, y por tanto carentes de vitalidad, además de ser absolutamente inoperante en los terrenos de la verdadera creación, es un despropósito que no tiene precedentes en la experiencia intelectual.
El pasado no puede significar para ellos [los pueblos sanos y jóvenes] un pozo de escepticismo y de inhibición con respecto a los valores vitales actuantes, sino la profunda razón que estimula y justifica sus propios impulsos creadores.»

(Renau está criticado, prácticamente calificando de estéril, una de las tendencias más recurrentes del arte contemporáneo: la que utiliza como referente a maestros u obras pasadas, su reelaboración, su plagio disfrazado de ironía; alguien que estudia Bellas Artes me ha dicho que hoy recibe el título de «pintura de citas».)

Abstracción y Realismo

Artículo publicado en la revista Nuestro Tiempo. Revista Española de Cultura, del PCE, en Méjico.

El lector que tenga la paciencia de leer con atención Abstracción y Realismo, podrá distinguir dos líneas de pensamiento que discurren entrelazadas y que inducen a la confusión si no se estudian con cuidado. Una, las ideas estéticas de Renau basadas en su experiencia y en sus convicciones ideológicas. Y otra, su fidelidad política y moral a esa concepción del arte al servicio del socialismo, que en la URSS se tradujo en el realismo socialista. En esta segunda línea se han apoyado los críticos y opositores de Renau para desmontar los argumentos que emplea en la primera línea.

Renau defiende a capa y espada la producción artística de los pintores soviéticos. Y lo hace sin conocerla bien, cosa que luego podrá realizar en 1953, cuando viaje por primera vez a la URSS. Por cierto que lo que vio no le gustó, y lo dijo públicamente a su regreso, pero también dijo que había que tener en consideración que los nuevos artistas socialistas estaban utilizando técnicas e iconografía burguesas porque habían demostrado su eficacia en el pasado, y porque el arte de vanguardia había evolucionado en una dirección impopular o antipopular.

En verdad, el aficionado al arte que repase la producción de los artistas soviéticos de los años 40 y 50 encontrará mucho pastiche, pero no sólo pastiche, y en cualquier caso, un pastiche excepcionalmente realizado. Es decir, aquellos pintores o artesanos, o como se les quiera considerar, dominaban su oficio a la perfección. Si les faltaba la fuerza del arte «auténtico», sea eso lo que sea, podía deberse a dos razones, a que el constreñimiento de la burocracia les cortaba las alas, o a que eran sencillamente buenos pintores, pero no magníficos artistas. En el Manierismo y en el Barroco se produjo algo semejante. Dos épocas llenas de pintores y escultores estupendos, sobre todo vistos en perspectiva, de entre los que unos pocos destacaron en su tiempo, y otros han sido valorados después.

El argumento que sugería Renau era que sus colegas del mundo capitalista, en especial los que se habían convertido al abstracto, no eran tampoco unos genios, y que incluso, en algunos casos, eran unos impostores.

El ensayo lo escribió a raíz de una serie de resoluciones del Buró Político del PCUS que habían producido «apasionadas reacciones en los círculos profesionales e intelectuales de todo el mundo.»

«Para nosotros, artistas revolucionarios, [las resoluciones y las reacciones] significa[n] el santo y seña para la reanudación de la lucha, sobre nuevas bases críticas e ideológicas –más concretas y vivas que nunca–, contra el contenido reaccionario del arte capitalista y contra sus tendencias falsamente revolucionarias; por la realización de una profunda revisión de nuestros puntos de vista particulares, de una autocrítica de nuestros errores teóricos y prácticos que nos permita encontrar una salida revolucionaria a la crisis ideológica por la que atraviesa hoy el arte, de acuerdo con las condiciones políticas concretas en que se desarrolla nuestra lucha, tanto en el plano nacional, como españoles antifranquistas, como en el plano internacional, como decididos partidarios de la paz y de la verdadera democracia de los pueblos libres.
El carácter manifiestamente transitorio de la realidad social e histórica de nuestro presente capitalista nos proporciona la base justa en que se desenvuelve el fenómeno: no se trata de un problema de especulación formal, ni de disquisición de modos o estilos artísticos, sino de un grave problema ideológico de nuestra época, propio de la actual etapa imperialista de la sociedad capitalista, cuyo contenido específico, involucrando elementos extra artísticos de profunda significación humana, no podrá jamás resolverse dentro de sus propios términos, es decir, en un plano exclusivamente teórico.»

El debate sobre el arte burgués se realiza por medio de una promiscuidad ideológica. El valenciano necesita situar su argumento en un punto sólido, en una roca que resistiera los embates de la promiscuidad ideológica. Viene a decir que las dimensiones de la crisis que atraviesa la cultura son gigantescas, y se lamenta de la degradación que los más altos valores espirituales del hombre han sufrido bajo el rigor extremo del determinismo social del régimen capitalista.

«Después de miles de años de experiencia artística, la cultura burguesa, en pleno siglo XX ostenta con fruición una inquietante tendencia a desnaturalizar todos aquellos objetos que desempeñan el papel de intermediarios en las relaciones entre los hombres, vaciándolos de toda significación humana, convirtiéndolos en objetos materiales, en verdaderos fetiches. La tendencia principal de la cultura burguesa se apoya en la especulación formal, en el aspecto abstracto e intrascendente de la creación intelectual.»

La especulación, dice el valenciano, es una actitud del espíritu que le impulsa a desarrollar una cosa en sí misma, hasta alcanzar ese clímax en que la cosa pierde todas sus cualidades de relación, desgajándose brutalmente de la realidad. Así, «el fetichismo es una consecuencia fatal que invade casi todas las esferas de la vida y es inherente a todas las manifestaciones ideológicas.»

Pasa a considerar el valor de cambio, la mercancía, de la producción de los artistas, que no se enteran de nada o no quieren enterarse «empecinados en su histérico individualismo». Pone ejemplos de intelectuales no marxistas que también se dan cuenta de la enajenación del artista (rebelde sólo formalmente, sólo para la galería y para la satisfacción de su propio ego). En este sentido cita a Giraudoux, que, además, fue un hombre de convicciones conservadoras.

Luego se refiere a la incoherencia entre las sublimes intenciones del artista y el destino mercantil de sus obras. Y hace una referencia explícita a Picasso.

«Pero la cosa se complica para nosotros [los comunistas] cuando el protagonista de nuestro caso es, en primer lugar, un gran genio de la pintura y un hombre cabal en su conducta política y cuando, por otra parte, su obra expresa, por sus mismas contradicciones, el drama capital de nuestros tiempos: la inmensa incongruencia en que están sumidas las vidas de muchos millones de proletarios, de pequeño-burgueses y de intelectuales bajo las implacables condiciones sociales de la realidad artística.»

Cita una frase de Picasso: «No, la pintura no se hace para decorar los apartamentos. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo».

Renau dice que la realidad desmiente a Picasso, porque sus cuadros y los de tantos pintores vanguardistas y revolucionarios confesos, están precisamente en los apartamentos de los ricos.

Luego se pregunta quién puede ser el enemigo con el que pretende luchar Picasso: ¿el papanatismo de la clase burguesa, el adocenamiento de los proletarios o las corrientes realistas...? No, dice Renau. El enemigo es la razón.

«Combatir a la razón, al conocimiento racional de la realidad; afirmar el descrédito sobre la noción del mundo exterior; mantener al arte en su aislamiento individualista, lejos de las fuentes vitales de la realidad social... Y con todo ello, preparar el advenimiento del caos instintivo e irracional, que sirva a las clases burguesas de río revuelto para perpetuar su dominio.»

Dice a continuación Renau que donde se observa mejor este fenómeno de enajenación es en el panorama artístico norteamericano.

Luego, inserta una interesantísima reflexión sobre el mercado y la vanguardia.

«Allá por 1935 se resentía ya en los círculos artísticos de París un hondo desasosiego producido no solamente por la descomposición ideológica de los ‘ismos’, sino también a causa de una progresiva depresión en el mercado artístico. La situación era de aplanamiento, de calma chicha. La crisis política había consumado ya la destrucción de la unidad ideológica del grupo surrealista, último animador de los cenáculos intelectuales y artísticos. Picasso mismo expresaba metafóricamente esta situación de cansancio y de desaliento representando en sus pinturas mujeres dormidas, figuras en actitudes de descanso, en la etapa más banal de su expresión formal y cromática.»

De pronto estalla la guerra civil en España. Picasso pinta el Guernica y pone en el «orden del día, una vez más, la cuestión de la ideología del arte».

Pero no se produjo ningún cambio de rumbo. La crisis ideológica siguió su camino y la situación del mercado artístico no dio señales de mejorar. Según Renau, porque los clientes de este mercado (grandes comerciantes, industriales, financieros y viejas fortunas nobiliarias) estaban más pendientes de la inminente guerra en Europa. El estallido de la guerra, sus consecuencias sobre los seres humanos, podían haber dado «el golpe de gracia a unas tendencias artísticas ya en avanzado estado de descomposición». Y esa supuesta independencia del mundo exterior, brutalmente puesta en evidencia por la lucha contra el fascismo, podría haber acabado «con todos los solipsismos intelectuales, dando a la crisis artística una salida realmente revolucionaria.»

¿Por qué no sucedió así? ¿Por qué ocurrió lo contrario, el auge del abstraccionismo y la explosión del mercado artístico? ¿Qué nuevos elementos ideológicos aparecieron tras la guerra, qué nuevas energías vitales?

El auge del antirrealismo, dice Renau, se debe a la fuerza del dinero, al hecho de que los norteamericanos hayan empezado a comprar arte europeo de vanguardia. Se ha producido una entrega de los intelectuales a la codicia y a la seducción norteamericana (a los intereses creados de una ideología decadente y reaccionaria), mientras que las clases populares se han radicalizado.

«El burgués norteamericano, como todos los demás burgueses, cuelga en sus salones y en sus museos las obras de Miró y de Picasso, de Dalí y de Max Ernst por un esnobista deseo de vanidad, por hacer gala de sus gustos estéticos y de la capacidad de su fortuna. Pero la cosa no podría haber ido más allá de los límites del dilentantismo de ‘nouveau riches’ si, como decimos, el instinto político de la burguesía norteamericana no hubiera olfateado las posibilidades que la naturaleza antirrealista de estas tendencias artísticas brindaba a sus propios designios ideológicos.»

En realidad no es «instinto político», sino la acción casi organizada de la legión de expertos europeos en materia artística (marchantes, profesores, promotores de exposiciones) que desembarcaron en Norteamérica para «convencer a los magnates de los trusts y de las grandes industrias, de las excelencias de los paraísos artificiales del arte occidental, a deslumbrarles con la ‘geometría pura del espíritu’ de las creaciones cubistas o con la ‘belleza alucinante de los procesos de putrefacción, de locura y de muerte’ del surrealismo.» Lo han conseguido con creces, porque se ha producido una verdadera inundación de libros, magazines y notas en los diarios sobre la maravilla del arte abstracto.

Termina este capítulo Renau con una cita de Ferdinand Leger.

«Mientras el cuerpo humano sea considerado por la pintura como un valor sentimental y expresivo, no será posible evolución alguna... Pero si el personaje, la figura, el cuerpo humano se transforman, a su vez, en objetos, una libertad considerable se abre ante el artista moderno.»

Replica Renau:

«¿Se nos podrá tachar de demagogos si subrayamos el impresionante paralelismo objetivo entre las concepciones abstractas del pintor y las concepciones concretas del capitalismo moderno? También para éste, mientras el proletario sea un hombre, un ser sentimental y expresivo, no será posible evolución alguna... pero si el hombre a su vez pierde la conciencia de sí mismo, se transforma en objeto, en una pieza más de sus máquinas... entonces ¡una era de verdadera libertad se abrirá paso para el mundo de la explotación del hombre por el hombre! ¿Estamos equivocados si afirmamos, como conclusión, que a la degradación de la categoría humana de la obra de arte operada por el pensamiento burgués y por la práctica capitalista, responde el pintor a su vez, degradando su contenido mismo...?»

La idea de Renau era insistir en la polémica. Había previsto cuatro capítulos para su Abstracción y Realismo, y había hecho un esquema para cada uno. Pero sólo llegó a escribir y a publicar el segundo. Por qué no perseveró no se sabe a ciencia cierta. Quizá fue porque le alarmaron las reacciones adversas, que le costaron incluso la amistad de personas muy queridas para él, como Max Aub. Entre ambos se intercambiaron cartas en las que Aub reprochaba a Renau que le hubiera retirado el saludo.

A continuación resumimos la segunda y última parte del ensayo de Renau.

Empieza asegurando que el crítico de arte se ha transformado en un ideólogo. Como ya no convence a nadie la idea de que el artista está por encima de la realidad y de la historia, se han inventado la nueva idea del artista como mago, como místico. Pero el materialismo dialéctico, superación ideológica y metodológica del racionalismo mecanicista burgués, permite al hombre discernir racionalmente la naturaleza de las fuerzas históricas y la posibilidad de actuar sobre ellas racionalmente.

Claro que el hombre tampoco es el producto pasivo de un proceso determinado mecánicamente, ni el artista es un burócrata encargado de registrar las oscilaciones del drama humano. Esto es fatalismo determinista. El artista va más allá.

«Ese más allá significa que el artista puede, junto con los demás hombres –con el proletariado revolucionario en las condiciones concretas de hoy– intervenir activamente en el curso de los acontecimientos, imprimiendo la huella de su participación personal en el gigantesco proceso de elaboración de la obra de arte más cabal de nuestros tiempos: la creación de una verdadera libertad espiritual, sobre la base de nuevas condiciones de convivencia humana.»

Los viejos valores resisten, asegura Renau, y lo hacen gracias a la fetichización que se ha hecho de ellos, un juego de enajenación intelectual. Contra ello, nuestro santo y seña es claridad contra fetichismo, subraya.

La abstracción es un recurso intelectual, un artificio necesario, que ya se empleaba en el arte prehistórico, como fórmula primigenia del método científico.

Deja claro que no se está metiendo con los artistas.

«La buena o mala fe de las gentes tiene poco que hacer dentro del desarrollo dialéctico de estos procesos de enajenación. En los términos generales de nuestra crítica, nos referimos concretamente a las fuerzas impersonales de la necesidad histórica que empujan ciegamente hacia tales consecuencias.»

Los hombres actúan como agentes responsables de esa necesidad histórica, no participan en los procesos de perversión de los valores en función de su propia perversidad, sino en virtud de las exigencias históricas que aquella necesidad plantea.

Dice que el sistema capitalista produce instinto de clase, y hoy en día la defensa de los intereses económicos de la gran burguesía se identifica, en el ánimo de ciertos intelectuales, con la defensa de los valores espirituales de la cultura occidental y de todas sus consecuencias abstraccionistas e irracionales.

«En estos tiempos malos, luego de más de un siglo de autosuficiencia y de desdén por las cosas del espíritu, la burguesía capitalista vuelve a intereses en los problemas ideológicos, culturales y propiamente intelectuales. Así, aquellos poetas, pintores, críticos y filósofos ‘malditos’, creadores de obras abstrusas y mitos esotéricos que tanto asustaron al burgués, y cuya patética libertad subjetiva y orgulloso aislamiento social ensalzaron los apologistas del arte ‘independiente’, están encontrando su puesto en el concierto de la sociedad que los engendrara.»

Sigue una serie de descalificaciones a los intelectuales puros, a los antirrealistas sonámbulos en la inhumana estratosfera de la abstracción. Como se ve, el valenciano no se mordía la lengua.

Una prueba de su lucidez intelectual es este texto en el que está anticipando el videoarte y al arte que utiliza el ordenador.

«No sería extraño que dentro de poco, ciertos autómatas llamados electrónicos, especialmente adaptados al dominio cromático, puedan descubrirnos armonías de tal finura y amplitud que estén fuera del alcance de la acción empírica del hombre, y que los matemáticos puedan imponer en el enrarecido ambiente especulativo en que vivimos la perturbadora belleza de sus ‘paisajes matemáticos’. Pero, ¿es que el artista va a ser suplantado por autómatas ‘sensibles’, y la sensibilidad plástica substituida por la especulación matemática. ¿Dónde vamos a parar por este camino? ¿No supone esto la más letal consecuencia del abstraccionismo?»

Uno de los objetivos de la crítica de Renau es el existencialismo, al que considera una filosofía disolvente, nihilista. Entiende que las experiencias de la guerra hayan desarrollado este pesimismo en algunas gentes, pero opone el optimismo revolucionario como alternativa.

«En la vertiginosa progresión de este impulso abstraccionista, el espíritu burgués manifiesta histéricamente el malestar de su desesperado rumbo hacia el vacío, sus esotéricos intentos por aferrarse a una filosofía a la escala del acéfalo terror que la ausencia de perspectivas históricas le produce, y su volunta de fijar el caos en que se ve sumida toda una clase social en una nueva escala de valores universales, erigiendo así su propio vértigo y su propio malestar en la fundamentación del ‘hombre absurdo’ como categoría suprema de toda la humanidad.»

La dinamita más potente la lanzaba Renau contra la crítica burguesa de arte, a la que responsabilizaba de haber dado pábulo durante medio siglo al arte abstracto.

«Con el fin de mantener la mercancía al alza y de justificar la heteróclita confusión que reina en el mundo artístico, una legión de profesores de estética, de críticos y de técnicos se afana por crear todo un camuflaje de climas poéticos alrededor de las causas que puedan explicar racionalmente el ritmo de descomposición [del arte burgués].»

La lectura de los suplementos culturales de los diarios de hoy en día revalida esta crítica de Renau, hecha hace medio siglo.

Hace una curiosa cita de Michel Georges-Michel, espléndido paisajista del siglo XIX y mentor de la escuela de aire libre de Barbizon, que compara ingeniosamente el ritmo de sucesión de las escuelas o estilos pictóricos a lo largo de los dos últimos siglos con la aparición de nuevos medios de transporte, cada vez más rápidos.

Renau prosigue con su desmontaje del mito revolucionario del arte abstracto.

«No puede concederse sentido verdaderamente revolucionario a las tendencias antirrealistas del arte que estamos criticando, porque ninguna de ellas ha implicado en sus principios y en su acción práctica –en momento alguno, ni antes ni ahora– el propósito de expresar la realidad revolucionaria que caracteriza nuestra época, y mucho menos la decisión de intervenir en la lucha por cambiar el podrido orden capitalista.»

Y en una nota a pie de página señala:

«El caso de la famosa crisis política del surrealismo no desmiente nuestra tesis. La escisión se operó en el seno del movimiento a costas de su integridad ideológica: los mejores hombres –Aragon, Eluard, Gadolul (sic), Tzara, &c.– tomaron decididamente el camino de la revolución, renunciando a su ideología surrealista. El resto, bajo el signo de la liquidación del agresivo nihilismo pequeño burgués de la primera etapa se hundió en el más vulgar esnobismo pour épater les bourgeois, o bien fue a engrosar la turbia hez contrarrevolucionaria del trotskismo.»

Esto último, escrito a poco del asesinato de Trotski debió levantar ampollas entre los que no eran estalinistas. Y en la línea de juicios despiadados pero no desatinados, Renau no se contiene y dice, «salvo los lacayos de profesión, los ciegos de espíritu y los irresponsables, ninguna de estas voces intenta hablarnos en un sentido optimista de las perspectivas de la sociedad burguesa, y mucho menos sobre el porvenir de su cultura.»

Ya lanzado por la pendiente de la corrección política de su dogma, tilda a Malraux de «publicista del neofascismo francés», porque osa comparar a los Estados Unidos con la URSS en la idea del optimismo y la fe en el progreso, valores que no son europeos.

Pero a continuación, regresa al sentido común.

«El impulso abstraccionista ha alcanzado en la pintura un grado de expresión no igualado por ninguna de las otras formas particulares de la cultura. La escala de los valores plásticos –forma, volumen, línea, color, relación, sujeto, &c.– ha degenerado en una inaudita cadena de fetiches, desgajados de la unidad original que los contiene por una decantación abstraccionista casi exhaustiva.»

Cita a Picasso como (mal) ejemplo. Es muy significativo tener en cuenta la nota a pie de página tachada por Renau en este manuscrito que nos sirve de referencia. De lo que se deduce, que el texto que cito a continuación no se imprimió. Al propio Renau le debió parecer que meterse con Picasso era demasiado arriesgado en aquel momento. Sin embargo, sus argumentos son perfectamente lógicos.

«Lo dijimos antes y lo repetimos: la actitud política del gran pintor español, como miembro del Partido Comunista y como destacado colaborador del ‘Congreso Mundial de Partidarios de la Paz’, no nos desautoriza a citar y a criticar sus puntos de vista negativos en el plano de la ideología del arte. La enorme influencia que el pensamiento y el estilo picassianos ejercen en el mundo de la pintura moderna –quizá superior a la que en su época ejerciera Miguel Ángel– nos obliga a ello. La posición política de Picasso no ha derogado la validez de sus teorías y aforismos estéticos. Muy al contrario, su actividad pictórica, hasta la fecha, sigue corroborando literalmente el sentido antirrealista de su ideología artística. Pensamos enfocar más adelante, en un estudio aparte, el inquietante problema de esa dramática escisión que la psicología irracionalista de esta época ha operado en la unidad vital de tantos intelectuales contemporáneos y de cuyo fenómeno, la conducta dual de Pablo Picasso es el más claro exponente.»

Reproducimos, para finalizar, una serie de citas contundentes (por llamarlas de algún modo) que reflejan esa segunda línea de pensamiento dogmático renaudiano.

«Ya no es posible mantener por más tiempo una actitud condescendiente hacia el impulso irrealista de artistas y críticos, considerándolo como un fenómeno de neurótica intrascendencia. (…) Ante esta situación, nuestra lucha tiene que ser despiadada.
Muchos de nosotros, hasta hace poco, hacíamos compatible nuestra ideología marxista con la aceptación de los interesantes valores del arte puro. Tan elevados los veíamos, que llegábamos a imaginarlos muy por encima de toda consideración crítica. Habíamos llegado incluso hasta olvidar que uno de los objetivos naturales de la revolución socialista es la creación de un nuevo arte, un arte humano, socialista, frente al deshumanizado formalismo del arte capitalista.
Hay cosas que deben estar claras para nosotros. Todo ese arte antirrealista que hemos admirado y hasta practicado es un elemento disolvente de nuestra conciencia revolucionaria, un arma poderosa en manos de los enemigos del progreso.
El incontenible avance de las fuerzas de la paz, de la libertad y del socialismo y la creciente agudización de la política reaccionaria del capitalismo imperialista ponen a la orden del día la extensión de la lucha a todos los frentes. Y uno de los frentes es el frente de la cultura, del arte.
Por eso, frente al profundo nihilismo y a la moral derrotista de la ideología burguesa contemporánea, la responsabilidad de los intelectuales revolucionarios adquiere una alta importancia.
Mas, esta responsabilidad no podrá ser jamás cumplida sin la firmeza crítica y constructiva que presta la teoría del marxismo leninismo, las experiencias de la práctica revolucionaria del proletariado y, sobre todo, las enseñanzas que se desprenden de la construcción del socialismo en la URSS.»

Rango universal de la pintura mexicana

En la RDA existía una institución al servicio de los intelectuales adictos o semiadictos, que servía también para controlarlos. Se trata del Kulturbund o Asociación Cultural, y tenía una red que llegaba a casi todos los núcleos más importantes de población de la república de los trabajadores. Los invitados más preciados eran los intelectuales y artistas extranjeros. Renau supo explotar la oportunidad de recorrer el país, acompañado de su amigo e intérprete Karlheinz Barck, dando charlas. Recuerda Barck que tenían un par de conferencias modelo. A los arquitectos les hablaba de sus experiencias mejicanas con Siqueiros. Al público en general, del arte contemporáneo y de su contribución a él por medio del fotomontaje. A base de preparar y corregir estas conferencias, fue forjando sus conceptos estéticos e históricos, que se atrevía a oponer a los de reconocidos académicos.

Bruno Flierl, profesor universitario, apreciaba mucho las conferencias de Renau sobre el muralismo mejicano, al igual que su hermano el arquitecto Peter Flierl. El muralismo mejicano se había convertido en un tema de discusión entre los arquitectos encargados de reconstruir el devastado país. Este interés procedía en parte de los exiliados alemanes que volvían de América. Pero pronto se impuso el criterio de Moscú, importado por otros exiliados que no habían cometido la frivolidad de refugiarse en el capitalismo, y el riguroso realismo socialista versión soviética arrinconó la energía muralista mexicana. Flierl dice que Renau llegó a la RDA en el momento más inoportuno, cuando incluso el realismo socialista empezaba a declinar, y a ser sustituido entre los artistas jóvenes por el expresionismo alemán, mucho más familiar, y además un producto con denominación de origen propio.

En diciembre de 1963 a Renau le dan la oportunidad de presentar sus obras en la universidad de Rostock, una ciudad portuaria del mar Báltico. Era quizá la tercera vez en toda su vida que exponía, después de la tumultuosa y decepcionante exhibición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1928. Esta precisión la hace él mismo al hablar del acontecimiento, ignorando alguna exposición personal que hizo en Méjico y la del Kulturbund de la Jaeggerstrasse de Berlín nada más llegar en 1958. Está claro que aquellas muestras tuvieron más de privado que de público. Pero la de 1963 se hacía a bombo y platillo en el marco del segundo seminario estudiantil latinoamericano organizado por el Instituto de Lenguas Románicas de la Universidad de Rostock, del cual formaba parte el intérprete de Renau, Karlheinz Barck.

Renau llevó a Rostock básicamente sus fotomontajes y algunos de sus carteles de la Guerra Civil, pero también unos lienzos pintados en Méjico. Sin embargo, el acontecimiento que marcaría la presencia de Renau en el Báltico fue una conferencia titulada Rango Universal de la Pintura Mexicana, pronunciada el 4 de diciembre. Merece la pena detenerse en ella, porque es el fruto de una larga elaboración teórica del artista en su melancólico hogar de Berlín, y ofrece lo que los críticos llamarían «una serie de claves» sobre el pensamiento histórico artístico del fotomontador. Claves inaceptables para muchos, discutibles para otros, pero con un significado profundo de enorme validez, que se ha ignorado injustamente.

En resumen, Renau viene a decir que la tremenda influencia de la llamada «Escuela de París» en el arte de vanguardia es una exageración manipulada por los intereses del mercado artístico capitalista; mientras, al otro lado del Atlántico, los muralistas mejicanos están dando en los mismos años una lección magistral de creación al servicio de la causa popular, cuyos frutos y consecuencias son inestimables. Una de las ventajas de Renau era su posición como observador y como vanguardista en ambos movimientos.

Establece la Comuna de París (1871) como punto de partida de sus observaciones:

«En las últimas décadas del diecinueve se inició en el Occidente europeo una rebelión pictórica antidogmática –antiacadémica– que ha afectado toda la evolución ulterior de la pintura en escala mundial...Todos disfrutamos, en una u otra forma, de sus beneficios, que se manifiestan en los más insospechados objetos cotidianos y modos del vivir de nuestros tiempos...»

Esta rebelión antiacadémica se escinde, por decirlo esquemáticamente, entre el dandismo purista de Baudelaire y las tendencias sociales de Courbet. Las bayonetas versallescas aniquilaron el realismo social.

«Encarcelado Courbet y después desterrado, y destruido el núcleo de sus camaradas y discípulos, los más eminentes pioneros de la pintura moderna cuentan entre los ausentes, inhibidos y tránsfugas del París Communard: Manet, Degas y Renoir viven el acontecimiento movilizados en el ejército, Monet y Pissarro emigran a Inglaterra; Cézanne se refugia en L’Estaque... Este «complejo de deserción» del París popular marcará muy sensiblemente el devenir pictórico moderno. En adelante, todo lo que suene a «social» o a «político» producirá una indecible alergia en los artistas, críticos y usuarios del plasticismo moderno. Para el burgués bon vivant todo realismo pictórico huele a poudre communarde

Una serie de circunstancias y azares históricos reúnen en Francia, en el quicio de los siglos XIX y XX, a una elite de literatos y artistas que crean el caldo de cultivo de lo que luego ser llamará la «Escuela de París», epicentro de una revolución artística cuyo denominador común será un formalismo fuertemente antirrealista y, en el plano social, minoritario.

Paralelamente, al otro lado del Atlántico, se produce un terremoto político. Renau cita a Siqueiros, que cifra en una serie de etapas la toma de conciencia de los jóvenes artistas mejicanos. Primero, las huelgas de los estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en 1911, contra el academicismo; aparentemente sus reivindicaciones eran sólo pedagógicas, pero en el fondo eran profundamente políticas. Luego, la transformación de los estudiantes en conspiradores contra la dictadura militar del usurpador Victoriano Huerta, en 1913. Y por fin, su incorporación al ejército, en 1914, lo que les permite recorrer Méjico y conocer su geografía, su historia y sus gentes. Subraya Renau que la juventud pictórica mejicana se curtió en el fragor de la lucha revolucionaria. Se apoya en la autobiografía de José Clemente Orozco, que indica que «la pintura mural se encontró en 1922 con la mesa puesta». La Secretaría de Educación Pública convocó a todos los artistas e intelectuales a colaborar. Se constituyó el Sindicato de Pintores y Escultores, que asumió las ideas socialistas contemporáneas, con la consigna: socializar el arte, destruir el individualismo burgués, repudiar la pintura de caballete y cualquier otro arte salido de los círculos «ultraintelectuales» y aristocráticos. Y sigue Renau:

«El carácter de movimiento de la pintura mexicana no está determinado por una concepción formal única, como sucede en los ‘istmos’ europeos, sino por la denominación común de un contenido revolucionario identificado con una revolución social y por la índole mayoritaria, popular, de la función social que cumple la pintura mexicana en su conjunto.
La concordancia y coherencia objetivas de estos factores (mercado artístico –industria editorial– crítica de arte) se manifiesta en la tendencia a aislar los hechos artísticos antitéticos, muy particularmente el hecho pictórico mexicano, mediante un verdadero ‘cordón sanitario’ de reticencias metodológicas excluyentes, como después veremos... Es esto lo que en último análisis explica que el movimiento pictórico mexicano, en tanto que tal movimiento, sea perfectamente ‘desconocido’ por la crítica y la bibliografía ‘científicas’ de la estética occidental.»

El debate de la crítica burguesa de arte, asegura el fotomontador, omite el movimiento mejicano, y reduce el arte actual al enfrentamiento entre arte occidental y arte soviético. Señalemos que Renau habla de los años 60, cuando el expresionismo abstracto y el informalismo estaban dejando paso al pop y al torrente de istmos que vinieron después. Y Renau continúa:

«La crítica marxista debe de penetrar críticamente en la esencia de las contradicciones profundas, internas y externas, de los fenómenos sociales, como es la pintura para transformar los hechos.»

La pintura occidental, debido a las condiciones de alienación del capitalismo, está llena de contradicciones. Pero el muralismo mejicano supo adaptarse a la revolución, a las exigencias políticas, a los gustos del pueblo.

«La gran hazaña de los pintores mexicanos consiste en haber sabido integrar creadoramente las conquistas plásticas occidentales, incluso las más abstrusas y herméticas, a las exigencias de un arte revolucionario asequible a las grandes masas.»

En Occidente, renovación pictórica y renovación social son categorías antagónicas. En Méjico, no. A Renau le subleva que significados críticos de arte marxistas desconozcan el muralismo mejicano. Manifiestan una estrechez estética, dice, al considerar el arte como instrumento obligado a reflejar exclusiva, directa y revolucionariamente la lucha de clases, pasando a continuación «xino xano a la inefable estética de las formas». La expresión Xino Xano significa en valenciano «despacito», «sin llamar la atención»: los críticos marxistas se contradicen sin que se note.

La pintura mejicana ha influido en todo el arte plástico latinoamericano, con la excepción de Cuba, cuya expresión plástica ha acusado en el pasado inmediato fuertes influjos de las corrientes occidentales. Incluso en los EEUU influyeron los muralistas mejicanos, durante la etapa progresista del New Deal, truncada y desmantelada por la etapa macartista, que se dedicó a apoyar el informalismo y el abstracccionismo. El mercado artístico, asegura Renau, sufre una concentración monopolista financiera paralela a la económica, gracias a la intervención de los USA.

La renovación pictórica actual (de los 60) es anterior a la formación del actual mercado artístico. Arranca del romanticismo antiburgués y se manifiesta en la rebelión frente a la alienación académica. Hoy (también los 60) la alienación es mayúscula, las castas usuarias del arte reivindican la otrora maldita vanguardia como propia. Se ha producido un extrañamiento en la obra plástica de toda implicación moral, social y política, transmutando la creación plástica de acto de comunicación social en objeto de delectación intelectual y sensual, en algo equiparable a una joya u objeto precioso, objeto de una especulación financiera desaforada.

Dice Renau que el socialismo no está todavía, ni en países tan avanzados como la URSS, a la altura del capitalismo en aspectos culturales como las artes plásticas. Claro que las superestructuras culturales tienen vida propia. Ahora bien, las superestructuras del capitalismo son cualitativamente distintas a las superestructuras de los países socialistas.

Se muestra en desacuerdo con aquellos críticos marxistas que sostienen que la creación plástica sin más, sin propósitos de rebeldía, es lo contrario de alienación. Por ejemplo, hay cantidad de creaciones plásticas de temática religiosa, y la religión es la alienación máxima. Entonces, ¿por qué nos gustan? Porque despiertan en sus contemporáneos y en nosotros la conciencia de diversas formas de alienación. Es decir, porque nos descubren «la trampa» que las originó.

Las obras de Dalí, Max Ernst, Tapies, Picasso, Moore, &c. quedarán en la historia del arte, según su análisis, como testimonios de la alienación capitalista.

«Aun hoy (es mi propia experiencia) la contemplación de algunas de estas obras provoca un indefinible estado de desasosiego, de rechazo de su inefabilidad metafísica, una necesidad imperiosa de romper los inquietantes términos de la alienación que expresan y contienen en tanto que creaciones plásticas...»

Lo que tendría que hacer la crítica marxista, en lugar de dejarse arrastrar por los cantos de sirena del arte occidental, sugiere Renau, es criticar el lenguaje plástico de hoy en día, los hallazgos plásticos consagrados por el mercado. Sin embargo, pretende con estulticia eliminar el abismo entre el arte minoritario y las masas «elevando el nivel artístico de las masas», cosa estúpida e inoperante, porque las masas no son imbéciles y tienen criterio.

Renau sostiene que se puede emitir un juicio de valor estético objetivo, susceptible del análisis científico materialista: este juicio debe contener «la suma de los rasgos históricamente transitorios de un determinado conjunto de hechos artísticos concretos, más los rasgos permanentes de estos hechos», que dependen de la existencia material de la sociedad.

Renau hacía una penetrante observación sobre el mercado del arte, que su evolución internacional no ha hecho sino confirmar. Un mercado dominado por las corporaciones industriales y financieras, por las grandes casas de subastas y por un puñado de galerías, todos estos elementos interrelacionados estrechamente.

El marxismo dogmático de Renau irritaba a sus colegas occidentales. Y, a su vez, a los orientales les hacía poca gracia que un artista de fama internacional les leyera una cartilla que sonaba como la de un vulgar académico de Moscú. He aquí una de las razones de que el aprecio a Renau en los medios intelectuales de la RDA fuera minoritario. Sólo los que le conocían bien se daban cuenta de que su dogmatismo era una coraza protectora. En la RDA no había artista que se atreviera a llevar la contraria al discurso oficial, pero sí lo ignoraban de manera más o menos sutil en su trabajo, en sus obras. Exactamente igual que Renau.

Cartel de José Renau: Partido Comunista: el Comisario, nervio de nuestro ejército popular

Contra el «revisionismo estético» de Claudín

El ensayo de Renau Auditur et Altera Pars (Que se escuche también a la parte adversa), publicado en dos entregas en la revista Realidad, fue redactado en el verano de 1964, en respuesta a otro de Claudín sobre la problemática actual de la pintura.

Al abordarlo, nos encontramos con un texto filosófico de interés limitado a los interesados en la materia. Se ha tildado a este ensayo de poco notable, escasamente sistemático y sin brillantez intelectual, lo cual es falso e injusto. No es más arduo o pesado que los de filósofos venerados en sus cátedras y evitados como la peste fuera de ellas.

No es baladí el hecho de que sitúe al inicio de su ensayo unos versos del poeta catalán Pere Quart:

I anà a l’infern,
l’infern del qual fou comediògraf.
... Resultà tot tan modernista
i tan inhabitable com ell ho imaginà;
i és feliç per això;
vanitat dels poetes.

(Y fue al infierno,
infierno del cual fue comediógrafo.
… Resultó todo tan modernista
y tan inhabitable como lo imaginó;
y es feliz por eso;
vanidad de los poetas.)

El sarcasmo de Pere Quart hacia los intelectuales, muy parecido al del polemista valenciano Joan Fuster, amigo de Renau, lo utiliza el pintor metido a crítico como espuela para aguijonear a Claudín que, al igual que él, Pere Quart o Fuster, también era un intelectual. Quizá la diferencia entre el pintor y los citados fuera que la vanidad de Renau no se sentía henchida de gozo al comprobar que el infierno era inhabitable, porque lo sabía desde que decidió comprometerse con la revolución social, deriva que poetas y polemistas bien educados no suelen tomar.

El artista manifiesta su acuerdo con Claudín contra el nihilismo cultural, como no podía ser menos en un marxista. Admite que el abstraccionismo está incorporado a la pintura moderna, incluida la figurativa; que tras la pintura abstracta hay un largo y serio esfuerzo y tenaces búsquedas; que el enriquecimiento del arte directamente social y revolucionario no es posible sin las conquistas plásticas de otras esferas del arte; y que se deben condenar las obras con contenido reaccionario, pero no el esfuerzo del artista por encontrar nuevas formas de expresión.

Enseguida arremete contra Claudín, a quien acusa de no razonar en términos marxistas, de confundir lo adjetivo con lo sustantivo, de contradecirse. Para argumentar, Renau utilizará no sólo su conocimiento intelectual adquirido, sino su experiencia vital, porque el problema que tiene con Claudín no es sólo ideológico.

Cita unas ideas de Lautréamond: ciertos artistas del siglo XIX creían de buen tono imaginar que vivían en un mundo paralelo al real, porque comprendían a veces su tiempo mejor que los demás hombres, de quienes se distanciaban como si ellos fueran seres especiales.

Renau y sus amigos de juventud pensaban exactamente lo contrario, y construyeron organizaciones en las que los intelectuales se mezclaban con el pueblo y se entregaban a él. Declara con orgullo que la revista Nueva Cultura se hizo sin la menor ayuda económica del Partido. Treinta años después, viene Claudín y «redescubre» las vanguardias. Claudín alude al hermetismo de la ciencia marxista leninista, pero Renau dice que el marxismo leninismo cada día adquiere rasgos más claros y se impone en todas partes como el sentido común del tiempo moderno. Las masas no acceden al marxismo, sino que lo construyen. Renau podía ser doctrinario, pero no oscurantista.

Cuenta que en 1928, la lectura del manifiesto futurista de Marinetti les impulsó a decapitar todas las estatuas griegas (los vaciados) de la escuela de San Carlos, a sugerencia de Renau, entonces anarquista y jefe intelectual del grupo. Pero luego, cuando se enfrentaron con los guardias de verdad, aprendieron lo que era la vida real.

Dice que él también sufrió el fetiche de la ciencia, de la técnica, de la velocidad, de la «autotrepidación». Pero que le bastó una visita a Moscú en 1953 para caerse del burro. Le impresionó de Moscú:

«…la apacible cadencia de la vida. Quedé pasmado de que allí, en la capital de la febril construcción del socialismo, corazón del ritmo acelerado de los planes quinquenales, del cambio histórico más vertiginoso y profundo que haya conocido el hombre, no se viera por ningún lado esa enervante barahúnda de los transportes metropolitanos, ese trepidante ‘vértigo’ moderno, ese vivir, comer y beber de pie o andando que había observado en París, en Nueva York, en Pittsburg, en México City.»

Véase que Renau está admitiendo que durante la mayor parte de su vida estuvo sometido al engaño del frenesí social. Las sociedades socialistas siempre fueron tachadas de aburridas, pero también es aburrida la vida agrícola vista desde fuera; el problema es que no se puede aislar en un pueblo pacífico y remoto a un montón de gente y a la fuerza. Hoy, Renau quizá fuera un viejecito alternativo.

«Fue entonces cuando me di cuenta cabal de que eso del dinamismo moderno, del vértigo de la velocidad, del ritmo de nuestra época, al nivel de la vida cotidiana, no eran sino siniestras alienaciones… Me di cuenta, en fin, de que en el mañana comunista, el hombre no será ya más incordiado, enervado, ninguneado, aniquilado por el imperativo categórico de todos esos demonios específicos; de que la ciencia y la técnica serán los mejores amigos del hombre y de que, como buenos huéspedes, mantendrán en la apacible casa del hombre una actitud cordial y discreta, sin tratar de agobiarlo ni empequeñecerlo con su abrumadora e imponente presencia.»

Pone como ejemplo la vida sencilla y austera de los cosmonautas rusos, en casas vulgares y hasta cursis, que tanto impresionaba a los reporteros occidentales.

«En ese país, el hombre a ras de tierra, el hombre común y corriente, ya no es (pese a todo lo que queda por hacer aún) asediado, martirizado, aniquilado cotidianamente, como una pobre bestia aturdida, por los demonios de la velocidad, del vértigo, de la náusea existencial del Moloch moderno

Confiesa sin ambages que no le gusta la pintura soviética. Pero le parece bien que los artistas soviéticos busquen su propio camino sin compartir los letales estupefacientes del arte occidental.

Acusa a Claudín de emplear determinados términos (alma, espíritu) de un modo no materialista, rompiendo el monismo del materialismo dialéctico. Para apoyarse cita a Stalin, hecho azaroso de interpretar, acaso una mezcla de desafío y de autoafirmación, porque, como reconocería en sus últimos años, «todos hemos sido estalinistas», queriendo decir que Stalin fue un accidente de la historia del socialismo, pero al fin y a la postre parte de él, y que no se podía renegar del hombre sin atentar contra la doctrina.

Otro término muy empleado por Claudín que irrita a Renau es «moderno», una de las palabras más fuertemente alienadas, que hoy (por los años 60) se asocia a «revolución». Resulta que el cubismo y la pintura abstracta o informal son modernos, pero el muralismo mexicano, el post-impresionismo alemán y la pintura soviética no son modernas, y encima no cuentan para nada en «la revolución pictórica de nuestro tiempo» que predica Claudín, son fenómenos anticuados, inactuales, no modernos.

Según el marxismo, lo nuevo lucha siempre con lo viejo. Pero la confusión de Claudín, niega esta ley dialéctica. Emplear el término moderno es equívoco y engañoso, porque tan moderno es el capitalismo, como el fascismo, como el comunismo, la guerra atómica o la lucha anticolonial. La noción de lo moderno no sirve para aclarar qué es lo viejo y qué es lo nuevo de nuestra época. Hoy, el neocapitalismo se predica como lo más moderno, y algunos se lo creen.

Pasa luego Renau a plantear un problema gnoseológico.

«Saber a qué atenernos con las esencias, los esencialismos y esencialidades que, en opinión del camarada Fernando Claudín refleja la pintura abstracta; de saber si esos sutiles elementos –las esencias– son cosas de verdad, la verdad misma de las cosas o sólo parte de ella, es decir, espectros gnoseológicos de la realidad entera y verdadera; de saber, en fin, a qué atenernos con esa índole de ciencia a la que Fernando Claudín liga tan estrechamente la pintura de hoy, la abstracción especialmente.»

Acusa a su camarada de confundir fenómeno y esencia, de separarlos, cuando no pueden existir más que unidos. Dice Claudín: «el cubismo es infiel al aspecto corriente de las cosas para ser más fiel a su ser íntimo, esencial.» Y replica Renau:

«¿Tienen acaso las cosas un aspecto distinto al aspecto corriente de las cosas (el fenómeno)? ¿Se puede ser acaso infiel a la naturaleza sensible de las cosas, para ser más fiel a su ser íntimo, esencial inasequible al conocimiento sensible? ¿Es la esencia, el ser íntimo de las cosas, la negación del aspecto corriente de éstas, o no serán más bien ambos, fenómeno y esencia, los términos inseparables (y contradictorios) del ser objetivo de las cosas? Las abstracciones científicas –producto del conocimiento abstracto– son reflejos en la conciencia de esencias y leyes de la realidad objetiva. Pero la conciencia no es asimilable a un lienzo pictórico. La ciencia no puede representar esas abstracciones, es decir, hacerla sensiblemente patente, si no cuenta con imágenes concretas –gráficas, literarias, &c.– aptas para ello.»

Critica Renau el intento de Claudín de establecer paralelos entre la ciencia y el arte modernos. No los describe ni justifica de ninguna manera, como no sea de un modo indirecto y vago, al estilo de que el cubismo es «la tendencia pictórica que va más a la par con el espíritu científico de nuestro tiempo, y por eso ha dejado huellas profundas en la pintura actual», o «la pintura moderna ha roto el muro de la figuración, como la aviación ha roto el muro del sonido», o comparando el arte abstracto con las matemáticas superiores, sólo para expertos e iniciados, o «ese poder de anticipación en que la conciencia científica de nuestro tiempo aparece transmutada en intuición artística, con frecuencia sin que el artista tenga conciencia de ello, es un rasgo de la pintura contemporánea».

A Renau esto le parece pretencioso, altanero, absurdo, porque no se puede hacer ciencia por pura intuición ni se pueden anticipar verdades científicas por meras visiones abstraccionistas.

Claudín desideologiza la «revolución pictórica moderna» (para Renau, el uso del término revolución en este contexto era algo casi sacrílego), muy particularmente en su fase abstraccionista, que es la más ideologizada de todas. Y lo hace mezclando el arte y la ciencia. Podría aceptarse la mención general de «revolución científico-técnica de nuestra época», «del nivel de las fuerzas productivas de nuestro tiempo», dejando de lado que todo eso forma parte de la mayor contradicción de nuestra época, que es la antítesis entre capitalismo y socialismo. Pero en lo tocante a la ideología, eso no se puede hacer, porque la mayor confrontación entre el capitalismo y el socialismo se manifiesta en el ámbito ideológico. Claudín dice que «las escuelas y movimientos pictóricos aparecen con frecuencia erróneamente como expresión de posiciones políticas e ideológicas.» Para Renau esta generalización (que no tiene nada que ver con que haya una crítica marxista dogmática que identifique escuelas y pintores con corrientes ideológicas) lleva a Claudín a abandonar «el plano dialéctico de la necesaria relación supraestructural de los valores estéticos con los factores ideológicos, para diluir este importantísimo problema en un verdadero mar subjetivista.» Según Claudín, los críticos burgueses más inteligentes han aprovechado el rechazo del marxismo académico a la abstracción, apadrinándola y explotándola contra el socialismo, cosa que según Renau no es cierta, porque ningún fenómeno u objeto se crea independientemente de sus condiciones sociales, o sea, que el abstracto es el más burgués de los estilos como lo demuestra el apoyo unánime y absoluto que recibe por parte de críticos, marchantes e instituciones y museos, algo que jamás había ocurrido en ningún periodo de la historia del arte.

Para Renau esos panegíricos burgueses hacia la abstracción nacieron mucho antes de que el marxismo se hubiera materializado en el Estado Soviético, o sea que de explotación burguesa del dogmatismo marxista, nada.

El proceso de alienación irracional y hermetista de la pintura ‘moderna’ discurre en sentido inverso al de la culturación racional de los pueblos y las masas», sostiene Renau, así como que «la pintura abstracta propiamente dicha no tiene nada que ver con eso que llamamos entendimiento, aunque sí con otras nobles cosas: bellos colores, bellas formas, bellas estructuras, en fin BELLEZA PLÁSTICA (que es mucho decir). El resto es pura metafísica».

«El artista debe ser ciego con respecto a las formas ‘reconocidas’ o no, como debe ser sordo a las enseñanzas y a los deseos de su tiempo», asegura Claudín, repitiendo un argumento empleado por los simbolistas del siglo XIX. Apoyándose en nuevas citas de Van Doesburg, Mondrian, Delaunay, Kandiski, afirma Renau que esto le parece el colmo del idealismo reaccionario. Renau dice que la última obra de Mondrian y la de Van Doesburg alcanzan el nivel de lo impersonal, vía lo plástico anodino, a fuerza de eliminar lo externo e individual para llegar a un desierto vacío pero lleno de sensibilidad, «una fiesta para el espíritu» (la frase es de Claudín). «Para el camarada Claudín existen dos clases de mundos, el de la ‘naturaleza’ y el del ‘espíritu’. Con lo cual se sitúa la cuestión en los inefables arcanos de la subjetividad estética.»

Renau insiste una y otra vez en que nada en la vida social escapa a la contradicción fundamental de los tiempos entre el socialismo y el capitalismo, ni la pintura ni la ciencia ni nada de nada. Por ejemplo, hay conquistas científicas y técnicas que no tienen consecuencias benéficas generalizadas.

El socialismo real y el arte, una áspera relación

En 1970 el periódico oficial del Kulturbund, Sonntag, publicaba una entrevista entre el directivo de una empresa socialista de la ciudad de Bölhen, Richard Mahrward y Renau, recogida por la periodista y romanista Waltraud Schwarze. El texto publicado es protocolario y oficialista. Pero el archivo de Renau, depositado en el IVAM, conserva la copia mecanografiada de una parte de esa entrevista que no se publicó en Sonntag por las razones que el lector descubrirá en cuanto lo lea.

Renau se queja de que el arte en la RDA [República Democrática Alemana] es triste, no es optimista. Naturalmente lo hace de un modo indirecto, diciendo que existe una división entre arte y ciencia, entre artistas y científicos, cuando deberían trabajar juntos para liberar al hombre.

Pone como ejemplo su panel de Wuhlheide, que también representa el triunfo de la juventud. El joven está desnudo, primero porque el cuerpo, bello y sin ropas, se integra mejor en la materia cósmica; además, porque las vestimentas pasan de moda. De esta manera el panel alcanza una categoría atemporal. Simboliza la integración del arte y la ciencia.

Renau asegura que se ha acercado a los trabajadores del Gaswerk (la fábrica del gas donde tenía un taller para la realización de los murales de la ciudad de Halle) para entenderlos, para saber qué métodos emplear con objeto de sacarlos de la monotonía de su trabajo. Dice que le ha costado ganarse su confianza, que al principio le miraban con sorpresa y mucho respeto, hasta que empezaron a hacerle preguntas. Ven trabajar al artista y comprenden sus problemas. Una brigada le visitó y se sorprendió de que tuviera tan poco espacio para hacer murales. Los obreros dijeron que su sindicato presionaría para que tuviera un taller mayor.

Le dijeron: «No esperes nada del gobierno, ni del partido ni de todo eso que es oficial. Dirígete a nosotros, camarada, cuenta con nosotros, con la clase obrera, con el sindicato.»

Los peores enemigos de los pintores son los pintores, dice Renau, destacando el individualismo acérrimo de los artistas. Recuerda que la imagen de la Melancolía de Durero le llamó siempre la atención, porque representaba el pesimismo o el escepticismo del Humanismo ante el avance tecnológico y económico que desencadenó la burguesía, el capitalismo y que desembocaría en el caos, la guerra, &c. La Melancolía es una alegoría del demonio de la técnica.

Insiste una y otra vez en que ese pesimismo, ese temor a ser absorbido por las máquinas es infundado en la RDA, porque los hombres se han librado ya de sus esclavitudes políticas, económicas y técnicas.

Dice Renau que el hombre socialista es diferente. Admite, sin embargo, que cuando llegó a la fábrica la advirtieron de que la preocupación principal de los obreros era ganar más y comprarse electrodomésticos. Pero que se encontró con una sensibilidad inesperada hacia su trabajo.

Mahrward habla de las contradicciones (no antagónicas) y de las debilidades o errores de la sociedad alemana oriental, obsesionada por el consumo. Dice que el éxito de la política de la RDA consistiría en aprovechar el empuje hacia adelante de la capa más consciente de la población, en busca de las necesidades socialmente necesarias, frente a la capa que se conforma con el consumo. El problema es que se confunden las necesidades socialmente necesarias con el consumo, con el mercado.

Renau apunta que el mercado en las sociedades capitalistas es un bien en sí mismo, una fuente de provecho, mientras que en las sociedades socialistas es un instrumento para corregir ciertas deformaciones subjetivas de las leyes económicas y racionalizar de la economía. Para luchar contra las tendencias consumistas, lo mejor es construir la conciencia socialista, apoyar el factor subjetivo, asegura el artista. Esto suena a algo más que afirmación doctrinal; Renau estaba probablemente convencido de que era posible construir una nueva y saludable conciencia colectiva a base de dictados políticos.

Mahrwald cuenta que en los complejos industriales hay brigadas de trabajadores en contacto con artistas e instituciones culturales, que elaboran actividades conjuntas. Señala que el 1% del presupuesto se ha de dedicar a cultura, pero que, si lo hicieran de verdad, en su empresa, por ejemplo, tendrían que dedicar 12 millones de marcos (mucho más de lo que cuesta un mural), lo cual desconcertaría a muchas personas. Así que crearon un Consejo Cultural para tratar todos estos temas y resolver estrategias culturales en la empresa, desde un ambiente estético de trabajo a actividades. Lo hicieron de acuerdo con el Sindicato de Artistas de Leipzig.

Renau se pasma, ¡12 millones! «Si usted hiciera esta propuesta aquí en el Gaswerk, quizá nadie protestaría, quizá la comprendieran.» Mahrwald aclara que los que protestarían no serían los obreros, sino los burócratras. Renau asiente.

Mahrwald dice que, de todas maneras, los contactos entre artistas y obreros son raros en su fábrica, que tendrían que ser más frecuentes. Pero también es verdad que los artistas a veces se limitan a presentar sus proyectos, ejecutarlos y cobrar, sin escuchar las propuestas de los obreros.

Mahrwald dice que el tiempo libre de un directivo o de un investigador es muy breve, porque trabaja doce horas al día. Fuera de la oficina se limita a leer el periódico, a ver la televisión, o a tomarse un aperitivo con los amigos; poco arte y poca cultura. Renau exclama: «¡Qué cosa tan pequeño burguesa!... Retirarse a un rincón automatizado.» Mahrward responde que es la tendencia de los hombres más capacitados en Alemania. Lo atribuye a que entre los países latinos la comunicación entre los hombres es más intensa.

Renau intenta argumentar con razones antropológicas sobre las costumbres griegas en las que se basa la vida cotidiana de los países latinos de vivir más en la calle que en casa. Luego se queja de las críticas que ha recibido su pintura en la RDA, considerada demasiado latina, más propia de Méjico y de España, donde hay tantos analfabetos (la pintura reemplaza la lectura), que de un país nórdico. Pero eso es un sofisma.

«Desde el punto de vista histórico y psicológico encuentro en esta argumentación una especie de reflejo condicionado de la Reforma, que fue una revolución iconoclasta. Es paradójico que entre nosotros, los españoles, la Contrarreforma, un movimiento reaccionario en relación al progresismo burgués, ha tomado la imagen como arma, para expandir las ideas entre las masas. Los protestantes no han reparado en ese detalle.»

Renau dice que a pesar del fondo reaccionario, los pintores hicieron del Barroco un arte cada vez menos religioso y cada vez más humano. La pintura de Velázquez, Goya, Murillo, pintores de un país profundamente reaccionario, produce un arte muy realista, el más realista de su tiempo.

Luego se habla de los murales que se preparan en el taller de la fábrica de gas. Reuter (un pintor que colaboraba con Renau en ellos) se queja de que muchos directores de empresa sólo piensan en la productividad, no en el arte. Dice que muchos artistas son individualistas, que él mismo, cuando Renau le propuso trabajar en el mural de Wuhlheide, se lo pensó dos veces antes de abandonar su trabajo como litógrafo. Al llegar al Gaswerk conoció a los obreros sucios y sin formación, a jóvenes delincuentes que trabajaban en la fábrica, y esto le cautivó. Incluso en el sindicato de artistas le han dicho que qué demonios hacía trabajando en la fábrica con Renau. Dice que lo que le gusta del español es la posibilidad de desarrollar el trabajo en colectivo, que no significa renunciar a la personalidad, convertirse en un engranaje, pero sí renunciar a la celebridad.

Mahrwald lamenta la idea errónea de los intelectuales de la RDA, convencidos de que son los dirigentes del país, un reflejo de la idea occidental según la cual Estado lo dirigen los intelectuales.

Renau acaba hablando de la moral socialista, una moral imperfecta porque aún no se ha llegado a eliminar la falsa idea de que el hombre es enemigo del hombre. En la RDA la moral socialista está en la calle, mientras que en un partido como el PCE, que realiza una lucha revolucionaria, la moral socialista se queda en el interior del partido. Luego dice algo desconcertante: «Lo más curioso del egoísmo es que no procede de los tiempos antiguos, aparece por primera vez en la moral burguesa.»Como ejemplo de los retorcimientos de la moral burguesa que corrompe el socialismo, expone la crítica que ha recibido por exhibir a un joven concentrado en su trabajo, en lugar de mirar al espectador, refiriéndose al fallido mural de Wuhlheide. Dice que en una exposición de 1965 en Berlín, más del sesenta por ciento de los cuadros estaban dedicados a trabajadores, pero que en el ochenta por ciento de ese sesenta por ciento de los cuadros, los trabajadores no estaban trabajando, sino que miraban al espectador con los útiles de trabajo en la mano.

El sueño pedagógico de Renau

Recojo para terminar una serie de citas de Renau publicadas en diversos periódicos y revistas.

Entrevista de Marisa Ortega publicada en la revista catalana Mundo, el 2 de octubre de 1976.

«Hay que luchar por desterrar el individualismo que ha impuesto la sociedad capitalista. Yo no me cansaré nunca de potenciar el trabajo colectivo y todo lo que contribuya a borrar esas ideas que han configurado una concepción artística contrarrevolucionaria. La originalidad, por ejemplo, no puede ser una hipótesis de trabajo. Es el resultado de una obra, pero para que la obra sea original tiene que haber «robado» recursos, fórmulas y hallazgos de otras obras. Quien no copie de otros nunca conseguirá que le copien a él. Eso es una gran verdad. Mira, Picasso es el pintor que más ha copiado y a ver quién se atreve a decir que no es original.»

A continuación relata la anécdota de un moderno bloque de viviendas de Moscú, donde un niño pintó espontáneamente un sol en el portal correspondiente a su escalera, y quedó tan bonito que los vecinos decidieron que los niños de otras escaleras hicieran lo mismo. El resultado trascendió a la prensa y los pintores profesionales dijeron que la idea era buena, pero que «faltaba maestría», y se pusieron a trabajar. El resultado fue que los portales siguieron siendo feos y homogéneos.

Entrevista de Juan Antonio Hormigón en Triunfo en 1974.

«Para mí ha terminado la época de la pintura de caballete. Sus productos están estrechamente ligados a las necesidades del mercado artístico, a ese mundo de galerías, marchantes, intermediarios, &c., que yo desprecio. Picasso es el fin de una época, el cierre, el último individualista genial, con él acaba un periodo. Ahora estamos en el tiempo de una pintura pública, comunal, presente en la ciudad, en la calle, en la vida de los pueblos. Una pintura que esté a nuestro alrededor como la televisión, no en los museos. Yo no tengo nada contra los museos que guardan las obras del pasado, lo que no entiendo es a los jóvenes pintores que sueñan con su obra elitista para colgarla, exclusivamente en el museo, para encerrarla.»

Entrevista de Manuel García en la cartelera valenciana Turia, en febrero de 1977. En ella se ve que el artista ha perfilado mucho más su visión del camino por el que a él le gustaría que discurriera el arte.

«Mientras que la producción está determinando las relaciones humanas, el arte, sin embargo, no.
Aclarado esto, al analizar el arte habría que tener en cuenta tres aspectos:
1. La situación objetiva de cada artista.
2. La intencionalidad del artista.
3. La evolución general de la situación del país.
A partir de ahí había que ir buscando soluciones adecuadas a las necesidades de las masas.
Veo, pues, el futuro del arte a través de unidades de producción plástica creadoras de imágenes.
Equipos de trabajo policualificados, en los que se integrarían igualmente pintores, historiadores de arte, científicos, escultores, &c., que irían dando soluciones a los problemas planteados.
Esta alternativa podría cambiar sustancialmente la situación actual.
Personalmente no concibo un crítico de arte que no participe en el proceso de producción artístico, ni estoy de acuerdo con el papel que cumplen los museos, que terminan siendo auténticos cementerios del arte.
El arte, en definitiva, debe buscar al público, integrarse en la vida cotidiana.
Hoy creo que son más eficaces las imágenes de cualquier medio de comunicación de masas –particularmente la televisión– que la más importante exposición de arte contemporáneo.
Mi posición ante el arte está muy clara: eso que llaman Arte –cuando lo es– no es ninguna especulación, sino una prolongación de la vida. Es decir, la vida es arte.»

Una tercera prueba del sueño de Renau de crear una escuela en Valencia, la recogió la revista Valencia Fruits en abril de 1977. El artista, entonces en su segunda visita a España, afirmaba lo siguiente:

«Yo creo que en el futuro las Escuelas [de Bellas Artes] deben convertirse en centros de promoción de objetos visuales y que el alumno, a un nivel mucho más elevado, tiene que vivir el mismo proceso que el de los antiguos colectivos. Entonces se vivía la producción de una obra de arte desde el principio hasta el fin, sin alienación ni metafísicas. Todo entraba a formar parte del proceso creador, desde los disgustos que tenía el maestro con su mujer hasta los días que por a o por b, no se trabajaba. Esta es la verdadera pedagogía, que yo he experimentado con el grupo de alumnos que personalmente tengo en la RDA.»

A primera vista, el marxista científico parece retroceder quinientos años en la búsqueda de su modelo de artista, en una interpretación errónea de su pensamiento. En primer lugar, el creador plástico del Renacimiento no se identificaba con un ser excepcionalmente dotado para lo sublime, sino como un artesano al servicio de la Iglesia, la nobleza o la monarquía de turno. Renau no pretendía retroceder, sino recuperar una idea válida del artista y apropiada para un mundo igualitario.

En segundo lugar, lo que busca es cambiar el programa de las escuelas de arte, que en la RDA, al igual que en la totalidad de países socialistas, eran fábricas de técnicos obedientes, mientras que en los países capitalistas empezaban a derivar hacia lo que son hoy en día, escenarios en los que se no se enseña a representar el mundo, sino a dar rienda suelta a la imaginación, con frecuencia disparatada, y casi siempre ajena a la sociedad que subvenciona ese singular antiacademicismo académico. Esto último quizá no lo imaginaba Renau. Acaso sólo lo temía.

Último mural realizado por José Renau, en Erfurt, Moskauerplatz, en un antiguo centro cultural
La colaboración entre las fuerzas de la Naturaleza y de la Cultura o La Naturaleza, el Hombre y la Cultura. Último mural realizado por José Renau, en Erfurt, Moskauerplatz, en un antiguo centro cultural, hoy abandonado: le faltan algunos azulejos y corre peligro de desaparecer.

José Renau: mural en Halle (ciudad vieja), en la Thaelmannplatz, hoy Magdeburgstrasse 36, en lo que era el Energie Kombinat
La clase obrera usa en el socialismo las fuerzas de la naturaleza en beneficio del ser humano. Mural de José Renau en Halle (ciudad vieja), en la Thaelmannplatz, hoy Magdeburgstrasse 36, en lo que era el Energie Kombinat (oficinas de la empresa estatal de energía eléctrica). Fue restaurado hacia 2004.

José Renau: los dos murales en las escaleras de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt
José Renau: los dos murales en las escaleras de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José Renau: mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt
José Renau: mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José Renau: parte baja del mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt
José Renau: parte baja del mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José Renau: autorretrato en la parte baja del mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt
José Renau: autorretrato en la parte baja del mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt. Renau decidió representarse a sí mismo, a su hija y a algunos amigos y obreros de la fábrica de gas en la que trabajaba.

José Renau: imagen de Carlos Marx en la parte superior del mural de la escalera derecha de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt
José Renau: imagen de Carlos Marx en la parte superior del mural de la escalera derecha de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt. La versión original de Renau no incluía retratos, pero tuvo que incluirlos porque la burocracia de la RDA le reprochó su «formalismo», evidente en el mural de Erfurt y en el del Energie Kombinat de Halle. «¿No quieren tópicos?, pues, ¡hala!, ahí tienen un topicazo», cuenta su alumna Marta Hofmann que dijo.

 

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