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El Catoblepas, número 75, mayo 2008
  El Catoblepasnúmero 75 • mayo 2008 • página 6
Desde mi atalaya

El marxismo de los años treinta

José María Laso Prieto

Publicado originalmente en Utopías-Nuestra Bandera en 2001

Cuando, en 1970, tuve la oportunidad de leer la Historia Social de la Ciencia, del profesor John D. Bernal, me produjo una gran impresión que reforzó la imagen muy favorable que tenía de los marxistas británicos de la década del 30, que ya me había forjado, a través de la lectura de algunas de las obras de los profesores Haldane, Conrforth, Dobb, &c. Por ello considero un gran acierto de los organizadores de este Congreso de historia social de la ciencia, de la técnica y de la industrialización, el dedicarlo como un homenaje al profesor John D. Bernal, y por extensión a sus compañeros de generación, que abordaron los temas económicos y sociales desde una perspectiva marxista. Más tarde, leí la obra La libertad de la necesidad, también de John D. Bernal, en cuya nota previa a la edición en español, precisa muy bien Daniel Lacalle:

«La libertad de la necesidad, se compone de una serie de artículos en revistas especializadas y de divulgación, conferencias, charlas radiofónicas y contribuciones a simposios, escritos por el profesor John Desmond Bernal entre 1929 y 1947, si bien la mayoría corresponden a la época 1939-1947. Es decir, cubren la omnicomprensiva labor de investigación, divulgación y militancia que van desde la preparación de La función social de la ciencia (primera edición en 1939), probablemente el más importante estudio global del tema, no solamente cuando apareció, que supuso un giro copernicano en el enfoque de las relaciones entre la ciencia y la sociedad, incluso hoy en día, en 1975, hasta el comienzo de sus estudios sobre la historia de la ciencia, que culminaron con la monumental e inigualada Historia social de la ciencia. En este aspecto, La libertad de la necesidad, cuidadosamente seleccionada, preparada y corregida por el propio profesor Bernal para su publicación, marca perfectamente la génesis de las dos obras citadas, así como la transición de una a otra y, por lo tanto, aparece como una pieza fundamental para la comprensión de las interacciones ciencia-técnica-sociedad a lo largo de la historia.»{1}

Generalmente, se puede distinguir entre el marxismo de los clásicos, que elaboraron los fundamentos de la teoría la teoría –Marx y Engels– y el marxismo de los discípulos o epígonos. En un trabajo, titulado «Marxismo contemporáneo», que fue publicado por la editorial Anthropos en 1988, precisaba yo que si, como puntualizó oportunamente Georgy Lukács, la única ortodoxia que cabe aceptar en el marxismo es la que se deriva de su método propio –el inherente al materialismo histórico–, que es lógico efectuar una distinción entre marxismo clásico y marxismo contemporáneo. Y más, sobre todo, si se tiene en cuenta la posición de Gramsci –en el sentido en que lo sostenía en la década del 30– de que el marxismo, como teoría, estaba todavía por desarrollar y que esta tarea les correspondía a los discípulos, ya que los fundadores de la teoría, por las dificultades diversas que debieron afrontar, no habían podido pasar de elaborar los cánones de su teoría (el método del materialismo histórico) y que debía de desarrollarse éste como «filosofía de la praxis». Y es que, aún considerando como fundamental la aportación de Marx y Engels, nadie puede sostener racionalmente que el marxismo se agote en sus clásicos.

Si consideramos válida la distinción entre marxismo clásico y marxismo contemporáneo, se debe calificar de marxismo contemporáneo al elaborado por los discípulos de Marx y Engels siguiendo su inspiración y método. En siglo y medio de desarrollo del marxismo, se han acumulado muy diversos trabajos –de muy desigual calidad– de quienes se adscriben al marxismo, como concepción filosófica, política y económica, y aceptan su metodología. Sin embargo, como bien matiza el historiador Hobsbawn, el marxismo no es sólo la corriente teórica que en el mundo moderno ha tenido mayor influencia práctica –y más profundas raíces prácticas– sino que es también un método para interpretar el mundo y para transformarlo. Por ello, su conocimiento no puede ser sólo teórico sino que tiene que abarcar también necesariamente a su praxis histórica. En consecuencia, el desarrollo del marxismo –bien sea global o parcial– no puede limitarse a lo que los marxistas han pensado, escrito y discutido, sino que debe abarcar también la historia que analice los movimientos inspirados en las ideas de Marx. Lógicamente, esa historia comprende tanto al sector del movimiento obrero internacional vinculado al marxismo, incluyendo a las organizaciones meramente reformistas, como a las revoluciones en que los marxistas han intervenido y a las tentativas de construir sociedades socialistas realizadas por los marxistas que se han encontrado en una posición que permitía tales intentos. Por consiguiente, como el campo teórico de los análisis marxistas, y la influencia práctica del marxismo, han afectado a casi todos los campos del pensamiento y de la actividad humana, el alcance del conocimiento del marxismo contemporáneo tiene que ser forzosamente muy amplio.

Además, el marxismo debe conocerse, tanto en su desarrollo histórico, como en su expansión geográfica. De hecho, ambos desarrollos son simultáneos ya que, habiendo nacido el marxismo en Europa, se fue extendiendo territorialmente en la medida en que se desarrollaba históricamente. Por otra parte, la historia del marxismo no puede considerarse concluida, porque el marxismo es una estructura del pensamiento todavía viva y porque su continuidad ha sido sustancialmente ininterrumpida desde los tiempos de Marx y Engels. Con este multifacético desarrollo del marxismo, se introdujeron en el mismo diversos condicionamientos económicos, sociales y culturales que lo diversificaron ampliamente. Se suscitaron así varios problemas de ortodoxia y heterodoxia que dieron lugar a vivas polémicas teóricas y a mutuas exclusiones. Por ello, para la finalidad de esta exposición, no nos vamos a plantear la existencia de un único marxismo específico, de un verdadero marxismo contrapuesto a otros marxismos falsos o desviacionistas. De hecho, el marxismo posee una unicidad que le confieren tanto el coherente cuerpo teórico elaborado por Marx y los problemas prácticos que esperaban resolver por medio de tal corpus –por ejemplo, los de la revolución y la transición a la sociedad socialista–, como los de la continuidad histórica de los principales grupos de marxistas, todos los cuales pueden situarse en un árbol genealógico cuyo tronco estaría representado por las organizaciones socialdemócratas de los últimos años de la vida de Federico Engels. Empero se trata de «una unidad en la diversidad», que no se basa en un acuerdo teórico y político, sino en objetivos comunes –como el socialismo– y, sobre todo, en la adhesión común, en la línea de principio, a un cuerpo doctrinal, derivado de los escritos de Marx y Engels, con independencia de los añadidos o modificaciones aportadas a los mismos.

Tras la muerte de Marx, en 1883, se extiende, hasta 1914, un período que ha sido calificado como el del marxismo desarrollado. Es la etapa caracterizada por la hegemonía de los teóricos y partidos socialdemócratas encuadrados en la II Internacional. Es también la etapa predominantemente germánica del marxismo. Alemania fue uno de los primeros países europeos en que se desarrolló el marxismo, aunque siempre en amalgama con otras concepciones –nacionalistas, democrático-burguesas, &c.– más antiguas y arraigadas en las masas populares. Ferdinand Lassalle, fundador de la primera gran asociación obrera alemana, tipifica bien esa amalgama. A su vez, Wilhelm Liebnecht y Augusto Bebel, mucho más influidos por el marxismo, compitieron primero con Lassalle para acabar fusionándose con sus seguidores en el Congreso de Gotha (1875). Como para incrementar su influencia política, hicieron amplias concesiones teóricas, fueron duramente criticados por Marx y Engels. Después de que, con la caída de Bismarck, fueron abolidas las leyes de excepción contra la socialdemocracia, ésta se desarrolló rápidamente en el movimiento obrero. Su teórico indiscutible fue Karl Kaustky (1854-1938). Desde una posición centrista, polemizó con el revisionismo de Berstein y contribuyó a la divulgación popular del marxismo. Aunque alcanzó cierta altura teórica, en trabajos como La cuestión agraria, se sumergió en un positivismo estrecho que acabó reduciendo su marxismo a un mero mecanicismo. El énfasis que puso en la inevitabilidad del socialismo –derivada del simple desarrollo de las fuerzas productivas– le sirvió para justificar el inmovilismo político de la socialdemocracia. De ahí su tacticismo que acabó deslizándose hacia posiciones oportunistas marcadamente contrarrevolucionarias.

En la actualidad, conserva mejor el interés teórico el denominado austro-marxismo. Sus principales representantes fueron Max Adler, Rudolf Hilferding, Karl Renner y Otto Bauer. La riqueza cultural y teórica del austro-marxismo se derivan de la intensa vida cultural que caracterizaban a la Viena de la época, en un medio intensamente agitado por conflictos de clase y de nacionalidades –y donde florecían las especulaciones filosóficas y de teoría económica–, el marxismo no podía limitarse a recetas mecanicistas. De ahí los trabajos de Max Adler, para desarrollar una ética marxista; los de Hilferding, en su intento de analizar las consecuencias económicas de la nueva etapa del capitalismo constituida por el imperialismo; y los de Karl Ranner y Otto Bauer, por proporcionar un fundamento marxista a los problemas nacionales.

En los países latinos, la introducción del marxismo revistió otras particularidades. No se puede omitir que en Francia había habido un gran desarrollo de las doctrinas socialistas y comunistas antes de aparecer el marxismo. Aunque enmarcables, en su gran mayoría, en el denominado socialismo utópico, sus representantes –Saint Simon, Fourier, Cabet, Babeuf, Blanqui, Proudhon, &c.– influyeron claramente en el movimiento obrero. De ahí las dificultades que se oponían a la introducción del marxismo en Francia, no obstante haber asumido la tarea propagandista entusiastas del temple de Jules Guesde, Paul Lafargue y Gabriel Deville. A pesar de haber conseguido finalmente una sólida implantación del marxismo en Francia, éste no alcanzó un gran nivel teórico. Deville y Lafargue simplificaron el marxismo. Del materialismo histórico retuvieron sólo la primacía de los factores económicos e hicieron de la dialéctica una dinámica elemental. Otros fueron los resultados obtenidos en Italia, gracias a Antonio Labriola (1843-1908). Como primer pensador marxista de su país, Labriola se esforzó por combatir el economicismo imperante en el movimiento obrero. Habiendo superado su idealismo hegeliano inicial, para situarse en una firme perspectiva marxista. En sus ensayos sobre la concepción materialista de la historia, Labriola consideraba que el célebre Manifiesto Comunista de Marx y Engels, constituía una revolución de las ciencias sociales que situaba en su verdadera perspectiva la relación estructura-superestructura de la sociedad. Coherentemente, a la vez que señalaba el carácter derivado de la superestructura, rechazaba el determinismo económico al considerar que el elemento económico, sólo en última instancia, determina la orientación del pensamiento.

Con la fase inicial del marxismo, coinciden también los primeros intentos de revisarlo. Incluso ya entonces –como ahora– se hablaba de una crisis del marxismo. El fenómeno estuvo determinado por causas económicas y sociales así como por el factor subjetivo que constituye el grado de conciencia socialista: auge del capital financiero, surgimiento de los monopolios y desarrollo del imperialismo, aristocracia obrera, intentos de complementar el marxismo con el kantismo, &c.

Las principales figuras de este revisionismo fueron Berstein, Jaurés, Sorel, de Man y Croce. Eduard Berstein (1850-1932) sometió a revisión los principios básicos del marxismo en filosofía, economía política y teoría del socialismo científico. Con el pretexto de despojar al marxismo de sus «vestigios de pensamiento utópico», Berstein pretendió eliminar los principios básicos del marxismo y sustituirlos por el kantismo, el neoliberalismo, &c.; Jaurés pretendió que el marxismo fuese revisado en un sentido humanista y parlamentario, mientras que Sorel trataba de acercarlo a las posiciones anarco-sindicalistas. Benedetto Croce evolucionó rápidamente desde una posición revisionista a otra declaradamente antimarxista e incluso llegó, en 1937, a pronunciar su oración fúnebre del marxismo en su Materialismo storico ed economía marxística. Según Gramsci, realizó un viraje opuesto al de Marx. Es decir, que hizo el viraje del marxismo para «resucitar el idealismo hegeliano... y mejor fundar el idealismo crociano».

El mérito de la introducción del marxismo en Rusia, lo atribuye Lenin a Plejánov (1856-1918). En un intento de situarle con perspectiva histórica, el Instituto Marx-Engels de la Academia de Ciencias de la URSS sostuvo que Plejánov fue un revolucionario y pensador, fundador del movimiento socialdemócrata en Rusia, eminente teórico del marxismo y publicista. Su concepción del mundo y su actuación política experimentaron una compleja evolución; en un principio Plejánov fue un dirigente de la organización populista Tierra y Libertad (más tarde Reparto Negro); luego, en la emigración (desde 1880), estudió los trabajos de Marx y Engels, estableció contacto con el movimiento socialdemócrata de Europa Occidental, rompió con el populismo y se convirtió en un decidido partidario del marxismo, en un apasionado propagandista de las ideas marxistas en Rusia. El grupo Emancipación del Trabajo (1883), fundado por él en Suiza, desempeñó un gran papel en la difusión del marxismo en el movimiento ruso de liberación.

Plejánov mismo contribuyó en gran medida al desarrollo de la teoría marxista luchando contra la ideología del populismo, del marxismo legal, del revisionismo y de la filosofía burguesa. Sin embargo, después de 1903, no supo comprender la peculiaridad de la nueva época, se apartó del marxismo revolucionario y adoptó una posición conservadora y luego se hizo menchevique. Durante la primera guerra mundial estuvo en el campo de los socialchauvinistas. Adoptó una posición negativa frente a la Revolución Soviética. No obstante, aun participando en la lucha fraccional contra los bolcheviques, Plejánov hasta el final de su vida se mantuvo fiel al marxismo, a la causa de la clase obrera. Por este motivo, al señalar que la táctica menchevique de Plejánov constituía «el colmo de la vulgaridad y de la bajeza», Lenin sostenía simultáneamente que, «en filosofía, defiende la causa justa». En las obras de Plejánov Ensayo sobre el desarrollo de la concepción monista de la Historia (1895), Ensayo sobre la historia del materialismo (1896), El papel del individualismo en la historia (1898) y en muchas otras, se hace una brillantísima exposición de la teoría marxista. Plejánov estimaba al marxismo como una etapa de la filosofa, mostraba la diferencia cualitativa entre el marxismo y todas las teorías filosóficas y sociológicas precedentes. Desarrolló la teoría de la concepción materialista de la historia, poniendo de relieve la complejidad de las relaciones entre el ser social y la conciencia social; subrayó el papel de la psicología social en la lucha de las ideas, que es expresión de la lucha de las clases opuestas de una sociedad dada; es uno de los fundadores de la estética y de la crítica marxistas; desarrolló la teoría marxista sobre el origen del arte, sobre el arte como forma especial de reflejo de la vida colectiva, respecto al realismo como esencia del arte; Plejánov inició la historia marxista del pensamiento social ruso, pese a que en sus juicios acerca de la historia social rusa, existen tesis discutibles. Puso de relieve la importancia de los demócratas revolucionarios rusos como antecesores del marxismo en Rusia. Pertenecen a Plejánov varias tesis valiosas acerca del origen y desarrollo de la religión en la vida de la sociedad, respecto al lugar de aquella entre las demás formas de la conciencia social, sobre la actitud del partido marxista acerca de la religión. En las cuestiones filosóficas, incurrió Plejánov en varios errores: subestimó la importancia del factor subjetivo en el desarrollo histórico, hizo concesiones a la teoría de los jeroglíficos, estableció formulaciones imprecisas en el sentido del materialismo geográfico, en el de «reducir el marxismo al spinozismo», &c. Pero en el sentido global de las concepciones filosóficas de Plejánov, que luchó toda su vida por el materialismo dialéctico e histórico, sus errores aparecen como un cuerpo extraño. La riqueza y la fuerza convincente de los trabajos filosóficos de Plejánov, el carácter popular y atractivo de su exposición, los hacen todavía actualmente muy valiosos para el estudio de la filosofía marxista{2}.

Frente al objetivismo economicista con el que Plejánov y sus colegas social demócratas occidentales, basándose en una concepción dogmática del marxismo, trataban de utópica la praxis revolucionaria del proletariado, elaboró Vladimir Ilich Lenin (1870-1924) una alternativa revolucionaria. Sobrepasando a una generación condicionada por el positivismo, Lenin se remitió de nuevo a Marx. Marx y Engels siempre previnieron frente a una concepción estrechamente determinista del desarrollo histórico. Ante todo, Marx centró el núcleo de sus reflexiones en la noción de praxis. Es decir, la unidad dialéctica de la actividad teórica y de la actividad práctica. Ninguna teoría del conocimiento de la realidad puede evitar su reconocimiento en la acción. Precisamente, fue a la dialéctica y a la praxis a las que Lenin dio nuevo vigor. Ante el rígido dogmatismo de los ortodoxos, Lenin respondió con las virtudes convergentes de una vocación política revolucionaria y de un método de la acción revolucionaria. Es difícil sintetizar la aportación de Lenin al desarrollo del marxismo. Muy esquemáticamente, podría resumirse en: 1) Su polémica con los populistas sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia fue decisiva para formular una estrategia revolucionaria adaptada a las condiciones específicas de Rusia; 2) Su polémica con los idealistas científicos y filosóficos, en defensa del materialismo. Su contribución en Materialismo y empiriocriticismo –matizada en los Cuadernos Filosóficos– logró mantener la hegemonía de la filosofa marxista; 3) Polémica con los mencheviques, conciliadores, &c., sobre las formas de organización y de trabajo en el partido. Con ello se impuso su concepción del Partido de Nuevo Tipo que se mostró tan eficaz en la lucha clandestina; 4) Polémica contra los mencheviques, los social-revolucionarios, &c., sobre la estrategia y la táctica de la revolución rusa. Con sus Tesis de Abril, se impuso definitivamente hasta culminar en la Revolución de Octubre; 5) Teoría del imperialismo, como última fase del capitalismo, y sobre las posibilidades de ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista; 6) Teoría de las condiciones de la Revolución en Europa, Oriente, &c., y sobre las condiciones para la edificación del socialismo en la URSS; 7) Crítica sistemática del revisionismo socialdemócrata de la II Internacional y elaboración de los principios en que debía basarse la III Internacional. Incluye también la crítica del socialchovinismo que, en la II Internacional, se manifestó al desencadenarse la I Primera Guerra Mundial; 8) Desarrollo de la teoría marxista de las nacionalidades y su fundamentación en el derecho de las naciones a la autodeterminación. Incluye también la crítica al chovinismo de las grandes naciones, bien sea en el plano teórico, frente a Rosa Luxemburgo, o, en su aplicación concreta, frente a Stalin, &c.; 9) Crítica rigurosa del izquierdismo, como enfermedad infantil del comunismo, así como crítica también del economicismo, del tradeunionismo, &c.

En estas aportaciones de Lenin, pretendió fundamentar Stalin su tesis de la existencia de una teoría marxista-leninista, ya que, a su juicio. «El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y las revoluciones proletarias.» Es cierto que la distinción entre capitalismo premonopolista y capitalismo monopolista –en la que se basa la teoría del imperialismo– sigue siendo operativa. Sin embargo, el capitalismo monopolista –aunque se desarrolle según leyes específicas propias– permanece como capitalismo y le son aplicables las leyes generales del desarrollo capitalista enunciadas por Marx. Coherentemente, si esa permanencia de la esencia del capitalismo, se da en la base del sistema, también debe darse en la superestructura. Los principios, y el método, que Marx y Engels elaboraron, siguen vigentes, no obstante su desarrollo posterior por Lenin. En consecuencia, sería admisible una utilización del concepto de marxismo-leninismo si, mediante tal par de términos, se expresase una subordinación del segundo al primero. Por el contrario, no lo sería si, mediante tal formulación, se pretendiese una relación de igualdad entre ambos términos. Y, mucho menos, si se intentasen ulteriores adjetivaciones, con el añadido de términos como stalinismo, maoísmo, &c., que como tales, resultaron muy efímeros. En todo caso, parafraseando una célebre frase de Engels, podría sostenerse que, al igual que el mundo, el marxismo no necesita ningún aditamento o adjetivación.

Aunque Stalin utilizó su formulación de marxismo-leninismo como instrumento en su polémica contra Trotsky –socialismo en un sólo país versus revolución permanente– el debate no careció de interés. Aunque en las concepciones marxistas de Trotsky se observaban tendencias positivistas, éstas se equilibran por su fuerte subjetivismo revolucionario. Ambas tendencias se observan en la Teoría de la revolución permanente, elaborada en 1905 por Trotsky y Parvus. Esta teoría, que Baruch-Knei-Paz describió como propia de la «revolución del atraso», fue criticada por Lenin, tanto por su carácter híbrido, como por lo que suponía como subestimación del campesinado. Empero esta polémica no se dilucidó tanto en el campo teórico como en el de los hechos históricos. Su definitiva victoria política convirtió a Stalin en la autoridad teórica del marxismo oficial soviético. Por el contrario, Trotsky se convirtió en el exilio en una figura crecientemente marginal. En cierto sentido, aunque por razones distintas, ése fue también el sino de Rosa Luxemburgo (1871-1919), no obstante sus interesantes elaboraciones sobre la acumulación del capital, el problema nacional y la elaboración de la estrategia revolucionaria.

En 1938, Stalin publicó su trabajo Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Se trataba de un trabajo muy didáctico, por su claridad expositiva, de las bases filosóficas y sociológicas del marxismo. A pesar de su fuerte esquematismo, lindante con el reduccionismo, resultó útil como trabajo de divulgación. Sin embargo, en las condiciones, ya muy agudas, del denominado culto a la personalidad, fue glorificado como «una obra maestra» y constituyó el motor de todo un período de dogmatismo. posterior. Con el XX Congreso del PCUS (1956) se inició en la URSS la desmitificación de Stalin como teórico marxista, siendo sometido a fuertes críticas su subjetivismo frente a las leyes económicas, su eliminación del campo del materialismo histórico del concepto de modo de producción asiático y, en el plano de la dialéctica, la supresión de la ley de la negación de la negación, &c. En los últimos años, entre los dirigentes comunistas, sólo Enver Hoxa y Mao-Tsé-Tung continuaron valorando a Stalin como teórico marxista. Mao-Tsé-Tung (1893-1976) es, sin duda, el más importante teórico marxista oriental. Destacado difusor del marxismo en China, introdujo a su vez en la teoría marxista los fuertes condicionamientos culturales de su país. Además del célebre Libro Rojo de Mao –constituido por breves citas de sus principales textos–, adquirieron una gran difusión sus Cuatro tesis filosóficas, es decir, las tituladas Acerca de la práctica, Sobre la contradicción, Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, y ¿De donde provienen las ideas justas? En la primera, Mao plantea el problema de la relación entre el conocimiento y la práctica, entre el saber y la acción. Los dos trabajos de Mao sobre las contradicciones están separados por veinte años y responden a las respectivas problemáticas que se planteaban en la política china. En ellas, era esencial distinguir entre contradicciones fundamentales y contradicciones secundarias, así como los aspectos equivalentes en una misma contradicción: su identidad y su lucha. También se trataba de distinguir entre contradicciones antagónicas y contradicciones no antagónicas.

Según Perry Anderson{3}, existe contemporáneamente un marxismo occidental, basado en una tradición común. Figura descollante del mismo fue Antonio Gramsci (1891-1937). Toda la obra de Gramsci quedó estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento del marxismo y de elevar esta concepción filosófica que, por necesidades de la vida práctica se había venido vulgarizando, a la altura necesaria para solucionar las complejas tareas que imponía el desarrollo histórico. Según el profesor Manuel Sacristán, «Gramsci cumplirá esta tarea de acuerdo a la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura marxista». Posteriormente, en función del pensamiento de Gramsci –aunque también reaccionando frente a la línea Labriola-Gramsci– descuellan filosóficamente en el marxismo italiano Della Volpe y Colleti. 

No obstante su nacimiento en Budapest, también se puede considerar a Georgy Lukács como un marxista occidental. En su fecunda vida intelectual –y a través de muy diversas vicisitudes–, Lukács conservó siempre su lucidez y rigor filosófico. En la última fase de su vida, Lukács puso en la base de su filosofa el principio marxista, según el cual existe una sola ciencia unitaria de la historia que va de la astronomía a la sociología. Esta ciencia única es una ontología, porque se plantea la tarea de indagar el ente en relación con su ser y encontrar en su interior los distintos grados y las diversas conexiones. En torno a este último Lukács, algunos de sus discípulos constituyeron la denominada Escuela de Budapest, en la que ha destacado Agnes Heller. En un sentido lato, también se puede considerar marxista a la Escuela de Frankfurt aglutinada en torno al Instituto de Investigación Social de esa ciudad. Su contribución crítico-cultural, se expresa a través de las obras de Horkheimer, Adorno, Marcuse y Habermas. Más bien formando parte del marxismo de las décadas del veinte y del treinta, es también importante la figura de Karl Korsch. Según Eric J. Hobsbawn:

«G. Lukács, K. Korsch y E. Bloch son presentados a veces como pensadores que constituyen una corriente unitaria. Sin embargo, la imagen es demasiado sumaria y simplista, creada por una marxología superficial después de la Segunda Guerra Mundial, tras su descubrimiento. Hay quien los ha caracterizado también como representantes del marxismo occidental (Merleau-Ponty) o del marxismo europeo (en oposición al marxismo soviético), o como corriente neohegeliana en el marxismo. No se puede negar la existencia de rasgos comunes en los primeros trabajos marxistas de Lukács y de Korsch, pero existen también diferencias sustanciales, aparentemente anuladas por la inmediata reacción polémica, que habrá que subrayar. En cuanto a Bloch, el único elemento que lo une a Lukács y a Korsch consiste en la posición positiva respecto a Hegel y la filosofía clásica alemana en general, pero a diferencia de éstos no desempeña un papel activo en el movimiento revolucionario y sus trabajos filosóficos no se refieren nunca directamente a cuestiones políticas.»{4}

En Francia, el desarrollo del marxismo contemporáneo ha estado condicionado por la fuerza de las tradiciones premarxistas nativas (proudhonismo, blanquismo y anarco-sindicalismo) y por el sostenido vigor del radicalismo burgués jacobino. Los intelectuales que atrajo eran en su mayoría personalidades literarias, con una relación más sentimental que científica con las ideas marxistas. Sólo en 1928 se incorporó el primer grupo de intelectuales con verdadero interés por las ideas marxistas: Nizam, Lefebvre, Politzer, Guterman y Friedman. Después seguiría Sartre, en una relación peculiar con el marxismo, y los muy discutidos Merleau-Ponty, Garaudy, Althusser, Bettelheim y Poulantzas. Asimismo el discípulo de Lukács, Lucien Goldman y diversos estructuralistas franceses.

La peculiaridad del desarrollo del movimiento obrero en los países anglosajones, no ha favorecido el desarrollo de una cultura intelectual marxista. No obstante, se han producido individualidades destacadas, como las de los científicos John D. Bernal y J. Haldane, economistas del relieve de Sweezy, Dobb, Huberman y Baran, así como historiadores de la talla de Hill y Hobsbawn. El economista polaco Oscar Lange también puede –por su trabajo– ser incluido en el ámbito marxista anglosajón. El filósofo marxista alemán Karl Korsch aparece, por el contrario, más ligado a la cultura centroeuropea y a la izquierda radical de la década de los veinte. 

Como hemos podido comprobar, generalmente se puede distinguir entre el marxismo de los clásicos que elaboraron los fundamentos de la teoría –Marx y Engels– y el marxismo de los discípulos o epígonos. También se puede hablar del marxismo de determinadas décadas de los siglos XIX y XX. Así, en algunas publicaciones, se ha utilizado la expresión «El marxismo de la década del 30». En este último caso, se ha pretendido aludir a determinados ámbitos nacionales, geográficos o lingüísticos: marxistas británicos, marxistas anglosajones, marxistas occidentales, marxismo oriental, &c. En todo caso, se puede considerar que no es inapropiado aludir a un marxismo de la década del 30 del siglo XX. Desde luego, por plantearse, muchas veces, el tema de la función social de la ciencia, resulta una taxonomía muy apropiada para el tema de este Congreso. No obstante, nuestra exposición no se restringe a tal década, sino que abarca al conjunto del marxismo contemporáneo para así tener en cuenta el contexto en que se generó tal marxismo de una década determinada. 

Nuestra exposición resultaría incompleta si no abordásemos el tema de España. En ese sentido resulta interesante el planteamiento de Perry Anderson en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental: «El caso español sigue siendo un importante enigma histórico. ¿Por qué España no dio nunca un Labriola o un Gramsci, pese a la extraordinaria combatividad de su proletariado, y campesinado, aún mayor que la de Italia, y a una herencia cultural del siglo XIX, que, si bien ciertamente menor que la de Italia, estaba lejos de ser despreciable?» Anderson emite la hipótesis de que a ello pudo contribuir no haber contado España con un Benedetto Croce. Mientras que el compromiso temporal de Croce, con el materialismo histórico, iba a tener profundas consecuencias para el desarrollo del marxismo en Italia, el de Unamuno no dejó huellas en España. Ajuicio de Anderson, «El enciclopedismo del italiano, tan en contraste con el ensayismo del español, fue sin duda una de las razones de la diferencia en el resultado». Sin desconocer la meritoria aportación de Jaime Vera –apreciable en su momento– se ha dicho que el profesor Manuel Sacristán tuvo que afrontar esa tarea más de medio siglo después pero con renovada eficacia. Se ha dicho también que, en ese sentido, Sacristán no fue sólo la excepción a la regla –de que la clase obrera española no ha producido sus propios intelectuales orgánicos– sino que fue un intelectual orgánico de la izquierda, aunque «muy sui géneris». No obstante es obvio que su magisterio ha creado Escuela y que, a través de ella, se adscriben, de una u otra forma, al marxismo nuevos pensadores españoles. Con independencia de la misma –y, a veces, polemizando con ella– al profesor Gustavo Bueno puede situársele también en el campo del marxismo español. De una forma bastante original y con posiciones filosóficas propias, tal y como fueron expuestas en sus Ensayos materialistas. Además, en torno al profesor Gustavo Bueno se ha nucleado la denominada Escuela de Oviedo, con su relevante aportación al campo de su materialismo filosófico{5}.

Notas

{1} John D. Bernal, La libertad de la necesidad, tomo 1, Ayuso, Madrid 1975, pág. 5.

{2} «Plejánov», en el Diccionario Filosófico elaborado por el Instituto Marx-Engels, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1965, pág. 364.

{3} Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, Madrid 1979.

{4} Eric J. Hobswan y otros, Historia del marxismo, tomo 8, Bruguera, Barcelona 1980, pág. 361.

{5} José María Laso Prieto, «Marxismo contemporáneo», en Terminología científico-social. Aproximación crítica, Anthropos, Barcelona 1988, pág. 52 y ss.

 

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