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El Catoblepas, número 74, abril 2008
  El Catoblepasnúmero 74 • abril 2008 • página 2
Rasguños

Descubrimientos materiales
y descubrimientos formales
a la luz del fonoautógrafo

Gustavo Bueno

Se acude a esta distinción («La teoría de la esfera...», El Basilisco, segunda época, nº 1) para analizar el fonoautógrafo de Eduardo León Scott de Martinville (1817-1879)

Fonoautógrafo de Scott (P. A. Daguin, Cours de physique elementaire, París 1865, figura 210, pagina 184)
Fonoautograma realizado por el fonoautógrafo de Scott en 1859
Fonoautógrafo de Scott [P. A. Daguin, Cours de physique elementaire, París 1865, figura 210, pagina 184] y fonoautograma obtenido por Scott en 1859. En 2008 se ha recuperado un fonoautograma de Au Clair de la Lune realizado en 1860 por Scott

1. La televisión y los periódicos españoles recogieron inmediatamente la noticia y la «grabación» que The New York Times publicó en primera página y difundió en su web el día 27 de marzo pasado, de una versión de diez segundos de duración de la canción popular francesa «Au Clair de la Lune», que había sido «registrada» el 9 de abril de 1860 (con el fonoautógrafo de Scott), diecisiete años antes de que Edison inventase en 1877 el fonógrafo (que luego años después presentó, con una gran expectación, en la Exposición de la Electricidad de París de 1881). Ese mismo día 27 de marzo de 2008 David Giovannoni presentaba esta insólita «grabación» en la conferencia anual de la Association for Recorded Sound Collections que se celebraba en la Universidad de Stanford en Palo Alto, California.

Se trata de la recuperación, realizada por Earl Cornell y Carl Harber, científicos del Lawrence Berkeley National Laboratory, a partir de los materiales aportados por los historiadores Patrick Feaster y David Giovannoni, y el ingeniero de sonido Richard Martin, que habían localizado en 2007, entre otras, dos patentes que el francés Eduardo León Scott depositó en el Institut National de la Propriété Industrielle de París en 1857 y 1859, con sus correspondientes «fonoautogramas», de los que luego encontraron otra docena de «fonoautogramas» depositados por Scott en la Academia de Ciencias del Instituto de Francia, correspondientes a sus experimentos de 1853 o 1854, así como otros registros más perfectos que logró realizar en 1860.

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2. La interpretación más habitual que se hace de este acontecimiento tiene que ver con la «cuestión de la prioridad» entre el fonógrafo de Edison y el fonoautógrafo de Scott, en el sentido en que se discute, por ejemplo, la cuestión de la prioridad del autogiro de Juan de la Cierva o de los submarinos de Narciso Monturiol o de Isaac Peral. Dejamos aquí de lado otros inventos paralelos como el paleofono de Cros, hacia 1877, que «sacaba fotografías de la voz», o el gramófono de Berliner, o el grafófono de Carlos Sumner Tainter de 1887, que luego aprovechó Edison para mejorar su invento en 1889.

A su vez queda insinuada, en la cuestión de la prioridad, la cuestión de la originalidad. Nadie duda de la realidad que ofreció el prodigioso invento de Edison, un invento cuya novedad, en la historia de las creaciones tecnológicas, era mucho mayor que la que pudiera corresponder a la fotografía, porque a fin de cuentas la fotografía no hacía sino avanzar en los procedimientos de la pintura y del grabado, no solo en la reproducción de formas ópticas, sino en su propio encuadre. Se ha sostenido, por Pierre Francastel, que la cámara fotográfica fue sólo un aparato para producir imágenes en perspectiva pictórica (ver Televisión: apariencia y verdad, página 190).

Pero en el sonido no había precedente alguno, ni en la «naturaleza» ni en la «cultura». El único fenómeno «natural» que podría tener algo que ver con la reproducción del sonido sería el eco, que sin embargo queda todavía demasiado lejos de lo que es una grabación sonora. Y esto sin olvidar determinados precedentes culturales (etnológicos) que indican de algún modo la preocupación por la conservación de la voz humana, por absurdo que esto pudiera parecer. Recordemos por ejemplo la costumbre, todavía vigente en nuestra cultura, de escuchar el sonido del mar en una caracola; o bien la noticia (procedente del capitán Vosterloch, publicada en 1632 en el Courrier véritable) de la «institución» propia de ciertos indígenas del Estrecho de Magallanes que cuando querían comunicar algún mensaje a sus amigos hablaban sobre cierta clase de esponjas, que luego eran entregadas a los destinatarios para que escuchasen el mensaje oprimiendo suavemente la esponja junto a sus oídos. Y sin embargo estos «precursores etnológicos», puramente fantásticos, no pueden equipararse siquiera a los precursores no menos fantásticos técnicamente de la aviación (desde el mito de Icaro hasta Leonardo); porque los precursores de la aviación tenían un correlato real en la naturaleza, en el vuelo de las aves, pero las fantasías fonográficas carecían por completo de cualquier correlato natural. De ahí el prodigio y la novedad que alcanzó el hombre a partir del siglo XIX: poder comenzar a escuchar voces de difuntos o conciertos grabados muchos años antes, incluso interpretados por músicos ya fallecidos.

La recuperación de la canción «Au Clair de la Lune», registrada en 1860, hace 148 años, obligaría a retirar la prioridad atribuida a Edison, e incluso cabría suscitar la propia cuestión de su originalidad si se demostrase que Edison había conocido previamente el fonoautógrafo de Scott.

El fonoautógrafo de León Scott de Martinville / Emilio Desbeaux, La physique populaire, figura 17
El fonoautógrafo de León Scott de Martinville

3. Ahora bien: ¿realmente puede decirse que Scott inventó o descubrió el fonógrafo? Es decir: ¿puede decirse que el fonoautógrafo era ya un fonógrafo, y que por tanto su «registro» era propiamente una «grabación» sonora? Si no lo fuera, el «registro» de Scott no sería propiamente una «grabación» de audio, sino otra cosa. ¿Cómo establecer la diferencia entre el invento de Scott y el invento de Edison?

En este punto es donde acudimos a la distinción entre los descubrimientos materiales y los descubrimientos formales (así como a otras distinciones –descubrimientos constitutivos, descubrimientos manifestativos, &c.–) que hemos expuesto en el artículo «La teoría de la esfera y el descubrimiento de América», publicado en 1989 en el primer número de la segunda época de El Basilisco.

Partíamos allí de la contraposición entre inventos y descubrimientos, según el criterio ordinario: descubrimiento como transformación de algo oculto pero preexistente (por ejemplo, el descubrimiento de una bolsa de petróleo, de un esqueleto neandertal o del anillo de oro enterrado en un huerto); el invento implicaría la transformación de una materia que no preexistía antes de ser «descubierta». Pero la oposición habitual entre invento y descubrimiento es muy ambigua (como lo es el propio término invento, según su raíz latina, porque invenio a la vez es descubrimiento e invención). No cabe, en efecto, crear una línea divisoria nítida entre inventos y descubrimientos. El teorema de Pitágoras, ¿es un descubrimiento de algo preexistente (y no ya solo a los pitagóricos, sino a los hombres en general, incluyendo a los egipcios faraónicos que ya conocieron el procedimiento de construir cartabones mediante nudos de una cuerda distanciados según las proporciones de 3, 4 y 5) o es un invento?

El concepto de invento es oscuro y confuso, tanto más como pueda serlo el concepto de descubrimiento. Hay descubrimientos formales y descubrimientos materiales, hay descubrimientos manifestativos y descubrimientos constitutivos, hay descubrimientos neutros, negativos, idempotentes... (nos remitimos a nuestro artículo citado). Hay descubrimientos, así llamados, que fueron a la vez inventos, como el «Hombre de Piltdown»; otras veces se trataba de descubrimientos materiales pero no formales, como es el caso de la supuesta identificación por los mayas del Lucero de la mañana y del Lucero de la tarde, o más próximo a nosotros, del «descubrimiento de América» por Colón. En cualquier caso los descubrimientos, como los inventos, habrían de considerarse como transformaciones, mejor aún que como construcciones.

En resolución: la distinción entre inventos y descubrimientos no es dicotómica, puesto que puede darse a la vez un invento y un descubrimiento: descubrimientos que resultan de un invento, porque lo que se descubre no existía antes de ser inventado; pero el invento puede haber transformado o producido algo que a su vez encubría otras realidades que habrían de ser descubiertas, &c.

El primer fonógrafo de Edison (1878) / Emilio Desbeaux, La physique populaire, figura 17
El primer fonógrafo de Edison (1878)

4. Esto ocurre con lo que solemos entender por «grabación». La grabación, en toda su generalidad, podría considerarse como una transformación G de una imagen (tanto en soporte lítico, como xilográfico, papirográfico, electromagnético o físico en general) o de un sonido. Esta transformación corresponde a la grabación en su sentido directo o físico; pero de esta transformación hay que distinguir la transformación inversa G-1 que nos permita volver a las estructuras organolépticas (antrópicas, en este caso) de las trazas registradas, es decir, a recuperar las imágenes o los sonidos originarios (a revelar la placa fotográfica, por ejemplo, o a reproducir el sonido registrado en un disco de pizarra, en un microsurco de plástico, en una cinta electromagnética o digitalizado en un disco compacto). En el sentido corriente en el que utilizamos el término «grabación» están implicadas las transformaciones G y G-1; más aún, en este uso corriente de grabación se supone que G ha de estar subordinado a G-1. Así un político dirá a los cámaras de televisión que lo acosan: «No quiero que me graben»; en cambio un cantante triunfador de Operación Triunfo dirá con orgullo: «He grabado un disco.»

Pero «grabación» encierra los dos sentidos de los que hablamos: la grabación directa o material G, y la grabación inversa o formal G-1. La grabación material, en principio, está desvinculada de la formal. Al pisar en la playa un bañista deja «grabada» en la arena (registrada) la huella de su pie sin intención de que se mantenga más allá de la próxima ola (otra cosa diríamos de las icnitas de los dinosaurios). El sismógrafo registra (G) los efectos del temblor de tierra, pero no pretende reproducirlos después (G-1); incluso sería absurdo pretender «recuperar», a partir del registro sismográfico, el terremoto.

En español registrar (a pesar de la expresión «registro fósil») tiene más que ver con las transformaciones G-1, como se demuestra por la institución del «Registro civil», en el que se inscriben los datos que después han de ser utilizados, como pueda ser el caso de una Partida de Nacimiento. La grabación, en cambio, sólo implica propiamente la inscripción que tiene efecto sin conexión, en principio, con su eventual recuperación posterior (recuperación acaso imposible, como es el caso de la huella del pie en la arena de la playa).

5. ¿En qué consistió el invento de Scott? Sin duda él ofrecía el primer ingenio conocido para «grabar» sonidos. Eduardo León Scott de Martinville (1817-1879) fue un impresor y librero que vivió en París, e inventó el primer ingenio para grabar sonidos, mediante el aparato que denominó fonoautógrafo. En las descripciones que se hacen de este invento se mantiene tenazmente la ambigüedad entre grabar y registrar. De otro modo, se identifica sin más el fonoautógrafo con el fonógrafo. Sin embargo son dos instituciones esencialmente diferentes.

El propio Scott, al parecer, no pretendió registrar sonidos, a fin de recuperarlos ulteriormente como tales, sino grabarlos, a la manera como un sismógrafo graba en un papel las sacudidas geológicas. Como impresor de libros, entre otras cosas, de libros de texto de física, se interesó por los dibujos de asuntos relacionados con los sonidos, y buscó sustitutos del tímpano en membranas elásticas capaces de mover estiletes sobre papel o sobre cristal. Se interesaba por tanto por «grabar» el sonido, para su análisis posterior a partir de sus efectos, a la manera como el electrocardiógrafo se ideó para obtener unas trazas o curvas que permitieran el análisis más pormenorizado de los movimientos del corazón. Y sin la menor pretensión de volver a obtener sonidos de estas trazas o grabaciones; una pretensión que hubiera resultado tan absurda como la de quienes pretendieran obtener, a partir del electrocardiograma, los movimientos del corazón, por no decir, refiriéndose al caso ya considerado, de quienes pretendieran recuperar a partir de la grabación sismográfica el terremoto que la produjo.

Scott utilizó una bocina para recoger los sonidos, la conecto con un diafragma que hacía vibrar una varilla, que inscribió unas rayas en zig zag sobre un papel ahumado arrollado a un cilindro, que luego fijaba con alcohol. Construyó diversos ingenios con ayuda del fabricante de instrumentos acústicos (trompetillas, bocinas) Rodolfo Koenig. Pero mientras que el fonógrafo de Edison no sólo inscribía unas trazas-efectos de sonidos, sino que también era capaz de reproducirlos, el fonoautógrafo de Scott, aunque permitía inscribir unas trazas efectos del sonido, carecía de toda capacidad para reobtener de estas trazas el sonido originario, ni siquiera tuvo esta pretensión de registrar el sonido, sino que se mantenía en la línea de otros artilugios similares, como el llamado vibrascopio. El fonoautógrafo, podría decirse, «escribía» el sonido pero, como en el chiste, era incapaz de «leerlo» otra vez en voz alta. El fonoautógrafo escribía físicamente la partitura de una canción, no ya en los caracteres simbólicos de Guido d’Arezzo, sino con caracteres físicos (que, por otra parte, podrían acaso en principio ajustarse a pentagramas sobreimpresos en el papel de negro de humo de la grabación).

De hecho el ingenio inventado por Scott se utilizó principalmente para el análisis científico de las ondas sonoras. He aquí lo que significaba el fonoautógrafo en el Cours de Physique Élémentaire de P. A. Daguin, publicado en París en 1865, página 185: «Como la membrana puede vibrar bajo la influencia de varios sonidos simultáneos, se puede reconocer, en algunos casos, por la forma de las sinuosidades, la traza de los sonidos mezclados del sonido principal.» Esto permite, añade Daguin, obtener los siguientes resultados (§257):

«1º Cuanto más agudo es un sonido, más rápidas son las vibraciones que lo producen.
2º Dos sonidos al unísono son producidos por el mismo número de vibraciones, cualquiera que sea su origen, su timbre o su intensidad.
3º Cuando un sonido es la octava alta de otro sonido, está producido por un número doble de vibraciones. [Un redescubrimiento del descubrimiento que Pitágoras obtuvo en el monocordio.]
4º La altura de un sonido que permanece constante cuando la amplitud varía, siempre que ella sea muy pequeña, permite concluir que las vibraciones son isocronas. El método gráfico puede servir para poner este principio en evidencia; porque, si la superficie sobre la cual el cuerpo traza sus vibraciones se mueve uniformemente, los trazos estarán todos igualmente espaciados [subrayado nuestro].»

Emilio Desbeaux, La physique populaire, página 16
El chovinismo de Emilio Desbeaux (1845-1903) le lleva a presentar a los franceses Scott y Cros como inventores del fonógrafo anteriores al norteamericano Edison

6. Sin embargo no siempre se ha advertido la diferencia esencial entre el fonoautógrafo de Scott y el fonógrafo de Edison, antes bien, se tiende a confundirlos (lo que recuerda la confusión ordinaria entre el cinematógrafo y la televisión formal, considerada como una mera versión nueva del cinematógrafo, confusión basada en las semejanzas de la capacidad de ambos ingenios para reproducir imágenes proyectadas en una pantalla).

He aquí cómo Émile Desbeaux, varios años después, en su La physique populaire (obra publicada en París y premiada por la Academia Francesa), trata este asunto minimizando el invento de Edison, sin duda movido por un cierto chovinismo francés frente a Estados Unidos: escribiendo sobre el invento de Scott dice en la página 36: «Así es como los franceses ‘piensan’ lo que otros [los norteamericanos, Edison] ‘ejecutan’». No deja de tener interés el hecho de que Desbeaux utilice (o ejercite) la distinción entre el saber y el hacer, tal como la hemos analizado en la conferencia «El papel de la filosofía en el conjunto del hacer», pronunciada el 8 de abril de 2008 en Gijón (cuya grabación puede el lector reproducir a través de internet: http://www.fgbueno.es/med/20080408.htm).

«Phonautographe! Phonographe!... La semejanza no reside solamente en los nombres, porque (como constata M. Violle) Edison no tuvo más que modificar ligeramente el instrumento de Scott para hacer su fonógrafo.» (Desbeaux, pág. 27.)

Añade poco después Desbeaux que Scott, desatendido de las autoridades y del público, murió dejando a su mujer (sobrina, por cierto, del frenólogo Gall) y a sus hijos en la miseria; pero vivió bastante para escuchar «las aclamaciones con las cuales se saludó en 1878 el fonógrafo americano; además tuvo tiempo para escribir un opúsculo en el que ensayó una reivindicación modesta de sus derechos» (pág. 28).

Scott, en consecuencia, cuando grabó «Au Clair de la Lune», no pensó en registrar esta canción, sino, lo que ya era mucho, en obtener por grabación los efectos del sonido transformado en rasgos dibujados en un papel.

De ninguna manera puede decirse que Scott creyese que de las rayas que él había obtenido pudiera volver a salir la voz que las produjo. Sin embargo, la contigüidad de los sucesos, y en especial, su interferencia con el invento de Edison, determinó la gran confusión de equiparar los dos inventos como si uno fuese una simple ejecución o perfeccionamiento del otro, cuando en realidad se trataba de dos tipos de transformaciones totalmente distintas. Las transformaciones que hemos llamado G y G-1, entre las cuales no hay ni había una implicación interna. Si las rayas grabadas de Scott se han convertido en un registro de la voz que las produjo esto sólo ha sido posible por el descubrimiento del propio Edison, pero sobre todo, por los inventos ulteriores, por las nuevas tecnologías utilizadas por los ingenieros de sonido, que ni Scott ni el propio Edison pudieron barruntar.

Dicho de otro modo, la invención del fonógrafo tiene tanto que ver con el fonoautógrafo de Scott como la televisión formal tiene que ver con el cinematógrafo. Comparten sin duda transformaciones análogas (en el plano G); pero esto es lo que encubre la diferencia esencial que constituye al fonógrafo de Edison e inventos sucesivos, y que consiste en la capacidad de reproducir la grabación (de manera análoga a como la novedad de la televisión consistió, no ya en la capacidad de reproducir imágenes en movimiento, proyectadas en una pantalla, sino en la clarividencia, a través de cuerpos opacos, y no en la capacidad de «ver a lo lejos», como dice la etimología del nombre utilizado –tele-visión–, una película cinematográfica).

El propio Scott confundió, cuando se enteró del invento de Edison, su fonoautógrafo con el fonógrafo, al menos si nos atenemos a la comunicación que el 28 de octubre de 1857 dirigió a la Société d’encouragement. Decía allí Scott:

«Tras grandes esfuerzos he llegado a recoger el trazado de casi todos los movimientos del aire que tienen que ver con sonidos o con ruidos. Los mismos medios me permitieron obtener, en ciertas condiciones, una representación fiel de movimientos rápidos, inapreciables a nuestros sentidos por su pequeñez, los movimientos moleculares. Se trata, como vemos, en este arte nuevo, de forzar a la naturaleza a constituir ella misma una lengua general escrita [por tanto, no hablada] de todos los sonidos.» (Desbeaux, pág. 29, subrayado nuestro.)

Ni una palabra decía Scott, ni nadie entonces, sobre la transformación inversa (G-1), la que condujera a transformar las «vibraciones escritas» en «vibraciones orales» o en general sonoras. Pero es esta transformación inversa, G-1, la que constituye el nuevo invento de fonógrafo de Edison, un invento que en principio es por completo distinto del invento de Scott, aunque se apoye en él o lo presuponga.

7. Puestas así las cosas, lo verdaderamente notable es que el invento de Scott, aún siendo esencialmente distinto del de Edison, sin embargo, al cabo de siglo y medio haya resultado ser el mismo, precisamente cuando la grabación de «Au Clair de la Lune» lograda por Scott ha podido ser regenerada en forma sonora por los ingenieros del Lawrence Berkeley National Laboratory.

Y esto es lo que obliga a reconocer que Scott efectivamente hizo un descubrimiento material, pero no el descubrimiento formal del fonógrafo. Y que nos permite reconocer en esta distinción un alcance mucho más profundo del que podría advertirse en otras ejemplificaciones de la misma. Por ejemplo, la referida a Colón como «descubridor» de América, fórmula verdadera en perspectiva etic, pero absolutamente errónea en perspectiva emic; porque el continente americano existía antes de Colón, aunque no lo supieran ni los indígenas que lo habitaban ni los españoles que viajaban hacia el Poniente, mientras que la transformación G-1 no existía cuando Scott logró grabar la voz (transformación G), ni podía existir físicamente G-1 con el aparato de Scott hasta que siglo y medio después nuevas tecnologías permitieron el invento de la regeneración del sonido original que produjo el fonoautograma.

Scott descubrió materialmente una parte del fonógrafo, una parte que ha resultado ser tal de modo diferido, y diferido en un siglo y medio. Porque Scott no sólo desconoció lo que había inventado (como le ocurrió a Colón cuando «descubrió América») sino porque solamente después de Edison y de las tecnologías que se desarrollaron posteriormente, pudo advertirse que su grabación era un registro, y que podía ser tratada como si hubiera sido el componente de un fonógrafo. Un fonógrafo «virtual», porque sólo ha resultado serlo retrospectivamente; un invento que, sin embargo, no podría serle atribuido a Scott, porque físicamente no existió ni pudo existir en su tiempo, sino sólo gracias a las nuevas tecnologías inimaginables entonces.

La regeneración de «Au Clair de la Lune» a partir de su registro virtual en el autofonógrafo de Scott está, según esto, casi en la misma línea en la que se encontraría la regeneración de un hombre de Neandertal, de carne y hueso, a partir de algunas moléculas de ADN mitocondrial extraídas de su esqueleto, o, mejor aún, de alguna huella mineral suya fosilizada: unas moléculas que el organismo de ciertos animales no produjeran como si fueran moléculas reproductoras, pero que terminarían siéndolo gracias a tecnologías fantásticas que se exponen ampliamente en los libros de ciencia ficción.

Dibujo del fonoautógrafo de Scott conservado en la oficina francesa de patentes (1859)
Dibujo del fonoautógrafo de Scott conservado en la oficina francesa de patentes (1859)

 

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