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El Catoblepas, número 73, marzo 2008
  El Catoblepasnúmero 73 • marzo 2008 • página 13
Artículos

Presencia de Burke en el pensamiento
de José Antonio Primo de Rivera

Adriana Inés Pena

Hoy en día Primo de Rivera tiene pocos lectores, y la mayoría de quienes lo leen hace una lectura sesgada y politizada... No se lee a Burke mucho tampoco

Edmundo Burke (1729-1797)José Antonio Primo de Rivera (1903-1936)

La crítica que hace José Antonio Primo de Rivera (en adelante, Primo de Rivera), en los albores de su actuación política a los intelectuales{1} puede llamarse mezquina y fuera de lugar –dice que éstos puedan desear la muerte de un niño si su llanto disturba sus divagaciones. Pero cómo se lo podría llamar si hubiese dicho que los intelectuales tienen un temperamento egoísta y vistas estrechas{2}, que en el fondo desprecian al pueblo y sólo lo ven como comparsa en sus esquemas{3}, que para ellos una tiranía es todo gobierno que no acepte sus teorías{4}, y que recibirían con alegría cualquier catástrofe que les permitiese ensayar sus esquemas{5}? Y si agregase además que son incapaces de la labor paciente de las reformas y sólo pueden funcionar como teóricos intransigentes o cortesanos abyectos sin término medio{6}? Y si puntualizase que sus ideas se basan en abstracciones matemáticas, no en la vida real{7}, y que prefieren esquemas grandiosos, cuanto más grandiosos mejor, y mantienen que los asesinatos y masacres son medios legítimos{8}, y los crímenes muestra de genio político{9}? En ese caso, habría que acusarlo a plagiar a Edmund Burke.

Estos juicios severísimos de Burke no eran inmerecidos. Burke vio cómo los intelectuales de su época postulaban utopías y querían ensayarlas sobre poblaciones enteras –y como sus intentos desembocaron en la Revolución Francesa. Los intelectuales que pocos años antes se acogían a los despotismos de Federico de Prusia y Catalina II de Rusia, porque estos los halagaban con medias promesas de llevar a cabo sus esquemas soñados, se dedicaron con ahínco a endiosar la Revolución Francesa , haciendo caso omiso del sufrimiento que ésta causaba.

Estas desgraciadas tendencias se agravarían en el siglo XX, cuando muchos intelectuales se entregaron con deleite a cantar loas a cuanta tiranía encontraban –y cuanto más sanguinaria, mejor– creyendo que estas los iban a conducir al mundo ideal de su imaginación{10}. Con honradas y contadas excepciones, los intelectuales se entregaron a la primera ideología que encontraban –cualquier ideología– e hicieron caso omiso de los seres humanos a quienes ésta destruía. No sólo justificaban tiranos, sino que los preferían a gobiernos más moderados y humanos –tal como aquellos que, en tiempos de Burke, denostaban el «despotismo» de la corona francesa mientras que hacían caso omiso de las represiones de Catalina II. Y en cierta manera ese desprecio a los gobiernos moderados es lógico. Un gobierno respetuoso de sus gobernados iba a experimentar sobre poblaciones en masa, no importa cuán seductora la teoría.

Así, mentes preclaras alabaron a Stalin, sin darse cuenta que era sólo un jefe tribal, taimado y cruel, con un enorme país a su disposición. O no quisieron ver la patología de Hitler, un jefe de secta –o culto– similar a Jim Jones de Guyana. Los alineados a la izquierda se rehusaron a creer en los estragos de Pol Pot en Camboya –y aquellos alineados a la derecha, como los integristas católicos, no quisieron admitir los crímenes de los Ustaches croatas.

Para esas mentes preclaras, todo lo que importaba eran las teorías, y los seres humanos poco y nada. Esto lo denunció Burke. Y lo denunció también Primo de Rivera. La metáfora del estudiosos deseando la muerte del un niño caracteriza esa enfermedad del alma de los intelectuales.

Es cierto que, aún coincidiendo ahí, es difícil imaginar mucho parecido entre Burke y Primo de Rivera. No hay referencias a Burke en los escritos de Primo de Rivera, y tampoco las hay en los de sus biógrafos y estudiosos. Sería asombroso que las hubiese ya que Burke dejó muy poca huella en la tradición intelectual española. Hay que agradecer por ello a la alerta vigilancia de la Inquisición. Esta –determinada a proteger a España de la peligrosa influencia de la Revolución Francesa– prohibió la publicación de la obra maestra de Burke: «Reflexiones sobre la Revolución de Francia», ya que era obvio que con semejante título la estaría alabando{11}. Esta decisión, tan feliz como la de aquellos censores que convirtieron al simple adulterio de «Mogambo» en un incesto, impidió que el mejor ataque a la idea de la revolución fuese conocido en España. Sin el pensamiento de Burke, la tradición intelectual española se encontró sin anticuerpos contra teorías abstractas y sueños utópicos, y así osciló entre un tradicionalismo anquilosado sin posibilidad de reforma y un progresismo a ultranza que convertía a los actores de la Revolución Francesa en modelos a imitar en vez de vívidos ejemplos de lo que no había que hacer.

Burke adquirió luego reputación de reaccionario y como bastante reaccionarios había en España sin necesidad de importarlos, Burke quedó con escasísimos lectores (Canovas fue uno de ellos, lo que tal vez explique la duración de su obra), y era generalmente ignorado en la época en que Primo de Rivera tuvo que actuación.

Es cierto que se encuentran coincidencias entre Primo de Rivera y Burke. Ambos tuvieron opiniones similares sobre la libertad - que para ser efectiva y beneficiente, debía estar circunscripta dentro de límites{12}. Ambos desconfiaban de una democracia que se basa solamente en una mayoría numérica, ya que esta podía muy fácilmente degenerar en tiranía{13}. Ambos reconocían el hecho de que todo gobierno legítimo se ha fundado en una usurpación –cercana o lejana en el tiempo{14}. La frecuencia con que la palabra «justicia» aparece en los escritos de Primo de Rivera muestra que éste la consideraba como virtud fundamental, con lo que concuerda Burke{15}. También coinciden en el valor de la tradición y la herencia recibida{16}. Quizás lo mas sugerente es la coincidencia en frases que expresan la misma idea –el comentario de que un gobierno débil es básicamente tiránico{17}, y el comentario que bajo el sistema de la soberanía popular a las víctimas no les queda ni siquiera el consuelo de saberse oprimidas{18}.

Estas coincidencias pueden atribuirse a la adivinación, a la casualidad o –en el mejor de los casos– a una influencia indirecta{19}. O se puede hipotetizar una influencia en la tierna infancia, como la que lo expuso a la obra de Kipling y el poema «If»{20}. No que importe realmente; es perfectamente posible ser burkeano sin haber leído a Burke, tal como ocurre en la anécdota narrada por Conor Cruise O’Brien, quien, cuándo le comentó a Eamon de Valera que su política era burkeana, éste le respondió asombrado que «Burke no era un republicano»{21}.

Pero estas coincidencias no bastan para postular una afinidad. Los separan las actitudes diamétricamente opuestas de cada uno de ellos hacia la idea de la revolución –y esta actitud es un elemento capital para comprender el pensamiento de Burke. Primo de Rivera se declara «resueltamente revolucionario»{22} y su retórica hace hincapié en la «revolución pendiente»; Burke se declara enemigo de todas las revoluciones{23}. Cómo es posible entonces que ellos puedan coincidir? Para poder seguir este estudio, entonces, es necesario examinar en detalle, con todos los matices, la actitud de cada uno de ellos, a ver si es posible acortar lo que parece una distancia insalvable.

Primero veamos a Burke. El nunca fue un pensador teórico ni un constructor de esquemas ideales. Fue un político práctico con propuestas concretas que ofrecer. Se puede encontrar su confesión de fe política en su obra maestra «Reflexiones sobre la Revolución en Francia» Más que posiciones que se podrían adjudicar a la derecha o la izquierda, él toma partido en defensa del realismo y el sentido común –y postula que ellos tienen tanto o más derecho a campear que el idealismo. El describe la naturaleza de la política y como su práctica presenta dificultades, pero también oportunidades{24}. Cualquier objetivo –dice– es difícil de conseguir, pero si se persevera se descubre que las peripecias que sufrió lo han refinado y ajustado a la realidad{25}.

Si rechaza a los revolucionarios franceses es porque ellos no tienen idea de esto. No critica tanto a proyectos específicos, como a sus autores –incompetentes y soberbios– que no han aprendido ciertas lecciones de duro aprendizaje y de la necesidad de prudencia. No tienen experiencia{26}, dice, y deliberan básicamente sobre proyectos fantasmales que solo existen en su imaginación{27}. En su mezcla de ignorancia y soberbia, no se les ocurre que sus proyectos puedan ser imposibles –y que aún si no lo fuesen, no tienen idea de la manera de llevarlos a cabo{28}. Nada les disuade de intentar los más peligrosos experimentos sobre una población que solo aspira a ser bien gobernada{29}. Son tanto más peligrosos por su incompetencia{30}.

Si sus condenas a los revolucionarios son severas y contundentes, no ocurre lo mismo con la idea de una revolución en si. Después de todo, él, de acuerdo con las creencias políticas de su época, habla con admiración de la «Gloriosa Revolución» (la que depuso a Jacobo II y puso sucesivamente a sus hijas, Maria y Ana, en el trono, y a la muerte de Ana llevó la corona a la casa de los Hanover.){31} Es cierto que Burke sólo repetía un cliché de su época. Más sólida es su actitud hacia los colonos americanos en rebelión contra Jorge III. El dio buenos consejos al respecto –que de haber sido seguidos hubiesen impedido la ruptura– y una vez ocurrida la independencia de las colonias, él justifico la revolución que la causó y aconsejó que se normalizasen las relaciones con la nueva república{32}.

Su verdadera actitud es que una revolución es un mal en sí, pero un mal que puede justificarse en circunstancias desesperadas; cuando amenaza un desastre y no hay manera de impedirlo dentro del marco constitucional. Aun así, esta revolución debe cumplir ciertas condiciones para justificarse: que las reformas instauradas se basen en la historia y la tradición{33}, que se comprenda desde el primer momento que se está en un estado excepcional –un recurso de desesperación{34}, y que cualquier violencia cometida será juzgada como una dolorosa y lamentable consecuencia de esa desesperación y de ninguna manera normativa o deseable{35}.

Nade de eso ocurrió en el caso francés. Francia no estaba mal gobernada; reformarla a fondo no era una cuestión de urgencia{36} y nada llevaba a creer que los caminos constitucionales estuviesen bloqueados sin recurso. Las reformas propuestas no se basaban en la historia y la tradición, sino en pura especulación{37} y la violencia, lejos de ser considerada un recurso de desesperación, se juzgaba con un resorte admirable, y los crímenes como actos meritorios que podían, y debían ser repetidos{38}.

Miremos a Primo de Rivera. A diferencia de Burke, no era originalmente un político, pero tal como Burke, nunca fue un teórico abstracto. Era un abogado, cuyo éxito en su profesión dependía de su capacidad de pensar en las necesidades específicas de su cliente, no en divagaciones filosóficas. Sus teorías políticas empiezan a desarrollarse al defender la obra de su padre, y se expresaron en forma extendida cuando defendió a Galo Ponte, juzgado por colaborar con éste. Las conclusiones que sacó puede que hayan sido sesgadas y que fuese en cierta manera cegado por el cariño filial, pero parten de observaciones empíricas que vio personalmente. Las circunstancias hicieron que juzgase la obra de alguien que había llegado al poder de forma irregular, y una vez en él había gobernado moderadamente, y para beneficio de España y su gente. Cualquier teoría que desarrollase entonces tenía asidero real.

Burke odiaba en principio a las revoluciones, pero las justificaba bajo ciertas condiciones. Primo de Rivera se autodefinía como revolucionario, pero ponía condiciones a las revoluciones antes de aprobarlas. La revolución que quiere debe hacerse sin violencia{39} –sin rencor siquiera{40}– hasta el punto de insistir que las reformas profundas se llevan a cabo más rápidamente si no se irrita a los particulares con persecuciones mezquinas{41} –una observación de sentido común que Burke compartiría de buen grado. Para mayor coincidencia, insiste que las reformas a implantar deben tener su base en la tradición{42}.

Tal como Burke, el veía una revolución como un recurso de desesperación –y a diferencia de Burke, él se enfrentaba a un momento que pronto requeriría semejantes recursos. La situación era urgente{43}– pronto la catástrofe inminente destruiría mucho de gran valer{44}, pero esa catástrofe todavía podría evitarse si se llevaban a cabo ciertas reformas. El llamaba revolución a ese programa de reformas, pero su verdadero propósito era evitar una revolución que amenazaba destruir todo{45}, y esas reformas prefería que se llevasen a cabo en el marco institucional (Burke mantenía que un Estado que no podía reformarse no podía salvarse{46}.) Es así que en 1936, tras el triunfo de Azaña, dice que la revolución nacional sindicalista ocurrirá sólo después del fracaso de Azaña{47} –es decir que prefiere darle oportunidad de llevar a cabo las reformas de manera constitucional.

Así como Burke no cree que la legitimidad de un gobierno resida en su origen (que, históricamente siempre es violento) sino en su desempeño{48}, así Primo de Rivera –que se basa mucho en la lealtad familiar{49}– cree que no hay excusa para derrocar un gobierno que desempeña bien sus funciones y beneficia al pueblo{50} –agregando el corolario que es criminal que un gobierno desastroso se empeñe en continuar, a pesar de las desgracias que trae{51}. Para mayor coincidencia, Primo de Rivera expresa el deseo de combinar lo mejor de la tradición con los necesarios nuevos elementos{52} –lo que Burke describe como el summum de la sabiduría política– saber que conservar, que desechar, y que agregar{53}.

He aquí que la aparente divergencia entre Burke y Primo de Rivera se revela como una profunda coincidencia. Las circunstancias oscurecieron esta realidad, ya que Burke no fue presa de una necesidad apremiante como lo fue Primo de Rivera. Una necesidad, que, en las palabras de Burke, elige y no es elegida{54}, y en las de Primo de Rivera, obliga sus víctimas a nadar arrojándolas al mar{55}.

Esta coincidencia lleva a entender la actitud de ambos hacia los intelectuales –específicamente hacia aquellos intelectuales que invocaban revoluciones con desenfado. Para ambos la revolución era el último recurso; mientras que era el primero para los intelectuales de esa estirpe. Tanto a Burke como a Primo de Rivera los sublevaba que una teoría que no se sabía siquiera si era cierta se usase como excusa para causar sufrimientos al pueblo. Primo de Rivera denuesta esa clase de «experimentos»{56}, y Burke es igualmente severo{57}. Los seres humanos no son para ellos conejitos de indias donde los estudiosos pueden ensayar sus teorías.

Un panorama desolador de la clase de intelectuales denostados por Primo de Rivera y Burke se encuentra en el libro de Mark Lilla{58}. Allí se puede ver como Martin Heidegger apoyó a los nazis porque creía que ellos resolverían el problema ontológico del Ser (cómo podría pensar que ésa es la tarea de un gobierno?){59}. Se puede ver que la verdadera razón porqué Carl Schmidtt rechazó la democracia y abrazó a los nazis –al menos inicialmente– no fueron los fallos de la República de Weimar (que fueron muchos), sino porque la existencia de una democracia liberal contradecía el postulado básico de su edificio teórico (después de todo, no se le podía pedir que echara a la basura todo su trabajo –mejor era cambiar la realidad). Menos dañinos, por ser menos influyentes fueron Walter Benjamin, y Alejandro Kojève. Benjamin se embarcó en una búsqueda espiritual, tratando de encontrar la iluminación, y en sus peregrinaciones se dedicó igualmente a los estudios recónditos de la cábala, y a la actividad política marxista (ya que en su mente no había diferencia entre leer oscuros tomos de temas esotéricos y tratar de imponer un cambio profundo en la sociedad). Alejandro Kojève, como Schmidtt, construyó un gran edificio teórico –sobre el sentido de la Historia y dónde ésta debía desembocar. A partir de ese esquema, él juzgaba los regímenes políticos de acuerdo a cuán bien llevaban a este fin; el resto era irrelevante –tanto servía una tiranía brutal como un régimen de libertades. Por suerte, decidió que el régimen que más convenía a sus sistema era la Francia de De Gaulle, y así terminó engullido por la burocracia francesa (donde se decidió que su sabiduría era más útil en pequeñas dosis). Michael Foucault y Jacques Derrida trataron de destruir la capacidad de distinguir entre la tiranía y la libertad. Foucault decidió que todo sistema de gobierno que no permitiese las prácticas sexuales que le interesaban era tiránico, y que no valía la pena hacer distingos. (Después de todo, él era el centro del Universo), y Derrida simplemente construyó un sistema que no permitía hacer distingos de ninguna clase o afirmar que alguna cosa fuese mejor que otra –e incidentalmente que un régimen de libertad fuese preferible a una tiranía (un punto de vista ya descrito por el sabio Discépolo en el tango Cambalache: «herida por un sable sin remaches, ver llorar la Biblia contra un calefón».)

Más allá de las ideologías en sí, lo que ellos tienen en común es su solipsismo, su incapacidad de imaginar una realidad exterior a sus propias mentes. Ellos creaban un universo imaginario, mucho más atractivo que el mundo en que vivían, y se mudaban allí. Apenas imaginaban que pudiesen existir otras personas –y más si esas personas no eran miembros de su círculo. Todo lo que les importaba eran sus anhelos espirituales, impulsos, y deseos, al par de las bellas construcciones imaginarias de sus mentes. Si algo creían fervorosamente, era que ellos eran el centro del Universo.

Lo sorprendente es que gente que prefería no vivir en la realidad opinase sobre política y gobierno. Peor todavía, que en vez de decirles que dada su ignorancia deberían permanecer en la torre de marfil, se los tomase por oráculos y fuentes de sabiduría. Los resultados eran de esperar. La arena política fue para ellos un lienzo en blanco donde podían dibujar sus fantasías a su antojo. Si la realidad no se atenía a sus ensueños, tanto peor para la realidad. Y cómo otras personas no existían realmente, se podía experimentar con ellos sin remordimiento.

A diferencia de Primo de Rivera, que se contenta con un país «tranquilo, libre, y atareado»{60} o de Burke que juzga bastante bueno un gobierno si bajo su gestión aumenta la población{61}, estos personajes esperan que un gobierno traiga su mundo imaginario a la realidad, y se quejan si no lo llevan a cabo instantáneamente{62}. El mismo Ortega sufrió de esta dolencia. Si él se quejó dolorosamente («No es esto, no es esto...») contemplando la República que había ayudado a traer, fue porque creyó que esta se ajustaría a sus ensueños. Debió hacer caso a Cambó, quien le advirtió que cualquier República que se trajese, no seria la República ideal con que él soñaba, sino un régimen político manejado por personas incompetentes{63}.

No es de sorprender que ellos odiasen la realidad que les arruinaba los esquemas más bellos. Y de allí su afición por los tiranos. La gran especialidad de los tiranos es negar u ocultar la realidad. Pueden impedir –por medio de severos castigos– que se hable de ciertas cosas, y aquello que no se menciona no existe. Quién de ellos no quisiera tener semejante poder, o acogerse a quien lo poseyese? Y he aquí que el comentario de Primo de Rivera toma cuerpo. Substitúyase «realidad» por «niño» y se ve cuán acertado es el diagnóstico. El intelectual del escrito se limita a desear la muerte del niño. Los intelectuales que se agitaban en la política estaban dispuestos a entregar millares de sus semejantes al poder de los tiranos. Hay que pensar que Primo de Rivera se quedó corto.

Primo de Rivera y Burke coincidieron en su hostilidad hacia los intelectuales de esta estirpe, y coincidieron en la razón por ellos. No coincidieron en todo, pero lo hicieron en esta cuestión que es de importancia capital. Así como la comunidad europea sufrió grandes desgracias tras las divagaciones teóricas de los intelectuales franceses, así en los 30 la República Española se moría de demasiados teóricos que con sus esquemas esperaban revoluciones apocalípticas que resolviesen todos los problemas –porque reformas lentas y seguras llevaban mas tiempo y destreza que la que ellos tenían. Y tanto Burke como Primo de Rivera reconocieron el peligro y le dieron nombre.

Esto tendría consecuencias para España. No inmediatamente, porque Primo de Rivera fracasó en su intento (y hubiese sido milagro que no fracasase), pero una vez muerto se convirtió en mito –con inagotables retórica y sentimentalidad– lo que le proporcionó miles de lectores. Sus escritos y sus discursos fueron lectura obligatoria de los españoles desde la niñez, no sólo en la escuela, sino en el Frente de Juventudes (y dadas las circunstancias es posible decir que la gran mayoría de los niños pasaron por allí). Y así toda una generación se alimentó de los conceptos burkeanos que expuso Primo de Rivera.

Criado en esos conceptos, Manuel Cantarero del Castillo, partiendo de una tradición que se autodenomina revolucionaria –y que usa la palabra revolución diariamente– hará un análisis sobre la necesidad y conveniencia de una revolución en un planteo firmemente burkeano{64}, manteniéndose firmemente en la ortodoxia joseantoniana. Y como él, muchos otros españoles quienes, criados en los mismos conceptos, fueron quienes, cuando llegó el momento tras la muerte de Franco, rechazaron el canto de sirena que pedía una ruptura, y en cambio llevaron a cabo una Transición pacífica, basada en la evolución de la Ley.

Hoy en día Primo de Rivera tiene pocos lectores, y la mayoría de quienes lo leen hace una lectura sesgada y politizada, haciendo hincapié en las frases retóricas (lo mismo ocurría antes, pero siempre era posible volver a la fuente para profundizar y corregir). No se lee a Burke mucho tampoco...

La tribu de teóricos y sofistas se está vengando.

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José Antonio Primo de Rivera sobre España

Notas

{1} «Para un intelectual nada es respetable fuera de sus pensamientos. Sí, por ejemplo, un niño –compendio de lo bello– llora pared por medio de un intelectual, estorbándole en su trabajo, el intelectual, irritado, deseará la muerte del niño. ¡Como si un niño no importara mucho más que todos los ejercicios del entendimiento!», Acerca de los intelectuales, José Antonio Primo de Rivera, La Nación, 29 de Julio de 1939, Obras Completas (OC) Vicesecretaria de Educación Popular de F.E.T. y de la Jons, 1945.

{2} «Un espíritu de innovación es, por lo general, el resultado de un temperamento egoísta y miras estrechas. Aquellos que no cuidan de sus antepasados, tampoco piensan en su posteridad», Edmund Burke, Refleccions on the Revolution in France, ed. 1973. Anchor Books, Anchor Press/Doubleday, Garden City, New York (Volumen doble con The Righst of Man, de Thomas Paine), pág. 45.

{3} «Usted se sonreirá aquí contemplando la consistencia de estos partidarios de la democracia quienes, cuando se descuidan, tratan a la parte mas humilde de la comunidad con el desprecio más completo, mientras que, al mismo tiempo, pretenden hacer de ellos los depositarios del poder.» Burke, ob. cit., págs. 68-69.

{4} «Pero existen gente cuyas mentes, bajas y degeneradas, miran con asombro y admiración complaciente a reyes que saben cómo mantenerse firmes en el trono, cómo usar mano dura con sus súbditos, cómo hacer prevalecer sus prerrogativas, y cómo usando la vigilancia más alerta y el despotismo más severo, se protegen contra los primeros intentos de libertad. Contra reyes semejantes, ellos [los que se quejaban de la tiranía de la monarquía francesa NT] no levantan nunca la voz.» Burke, ob. cit., pág. 96.

{5} «Uno de ellos, un hombre con gran autoridad, y por cierto gran talento, discutiendo una posible alianza entre la Iglesia y el Estado, dice así. ‘Tal vez tengamos que esperar que caigan los poderes civiles de la sociedad antes que se rompa esa alianza contra natura. Esto será sin duda una calamidad. Pero que convulsión política debe lamentarse si la sigue un efecto tan deseable?’ Ya ve usted con que firmeza estos caballeros están dispuestos a ver las calamidades que pueden suceder a su Patria.» Burke, ob. cit., pág. 70.

{6} «Casi todos los puros republicanos que he conocido se han convertido, después de cierto tiempo, en los más abyectos cortesanos; pronto abandonaron los proyectos de resistencia tediosa y moderada, que seguimos nosotros; nosotros, a quienes ellos, en el orgullo e intoxicación de sus teorías, despreciaban como poco mejor que conservadores de la peor estirpe.» Burke, ob. cit., pág. 76.

{7} «Los derechos que pretenden estos teorizantes son todos extremos; y si en proposición son ciertos metafísicamente, son falsos moral y políticamente. Los derechos del hombre son un término medio, incapaz de definir, pero no imposible de conocer. Los derechos de hombre en los gobiernos son sus ventajas; y se encuentran en equilibrios entre bienes diferentes, en compromisos, a veces, entre bienes y males y, a veces, entre males y males. La razón política va computando: sumando, restando, multiplicando, y dividiendo, moralmente –y no metafísicamente o matemáticamente– denominaciones morales.» Burke, ob. cit., pág. 75.

{8} «No ven méritos, ni deméritos en nada, en ninguna acción, o principio político, si no sirve para avanzar o retardar sus proyectos de reforma; cuando eso sucede, adoptan las prerrogativas mas extremas y violentas....Lo peor de estas políticas de revolución es esto; que templan y endurecen el corazón, para prepararlo así hacia las medidas desesperadas que se usan en ocasiones extremas. Pero cómo esas ocasiones nunca llegan, la mente recibe una contaminación gratuita; y los sentimientos morales sufren por ello...», Burke, ob. cit., pág. 77.

{9} «En toda clase de reuniones, cada consejo, si es osado, violento, y pérfido, se toma como prueba de genio superior. La humanidad y la compasión se ridiculizan como frutos de la superstición e ignorancia. Ternura hacia los individuos se toma tomo traición al público», Burke, ob. cit., pág. 81.

{10} «Pero cómo podemos explicar el hecho de que había un coro que celebraba la tiranía en países donde los intelectuales no peligraban y eran libres de escribir lo que les placiera? Qué podría haber inducido a ellos a justificar las acciones de los tiranos modernos o, lo que era mas común, negar la diferencia esencial entre la tiranía y las sociedades occidentales libres? Los regímenes fascistas y comunistas fueron recibidos con los brazos abiertos por muchos intelectuales de Europa Occidental durante el siglo veinte; también lo fueron innumerables movimientos de «liberación nacional» que se transformaban instantáneamente en tiranías tradicionales, trayendo grandes sufrimientos a desafortunados pueblos en incontables partes del mundo...», Mark Lilla, The Reckless Mind: Intellectuals and Politics, New York Review of Books, Nueva York 2001, Preface, pág. xi.

{11} Antonio Gil Novales, Del Antiguo Régimen al Nuevo Régimen en España, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas 1986, pág. 92.

{12} Esto es lo que dice Burke respecto a la libertad

«Por lo tanto yo suspenderé mis congratulaciones a la libertad en Francia, hasta que aprenda como ésta se ha combinado con el gobierno; con la fuerza pública; con la disciplina y obediencia de los ejércitos; con la recaudación efectiva de los impuestos y la buena distribución de lo recaudado; con la moralidad y la religión; con la solidez de la propiedad; con la paz y el orden; y con las buenas costumbres, civiles y sociales. Todos estos son bienes; y sin ellos, la libertad no es un beneficio mientras dura, y tampoco durará mucho.» Burke, ob. cit., pág. 20.

Y esto lo que dice Primo de Rivera

«Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.» Primo de Rivera, Discurso de la Comedia (OC).

{13} Comentario de Burke:

«De esto estoy seguro, que en una democracia, la mayoría de los ciudadanos son capaces de ejercitar la mas cruel opresión sobre la minoría, cuando hay grandes divisiones en el cuerpo político - y las hay a menudo, y esta opresión de la minoría se extenderá a muchas más víctimas, y se llevará a cabo con mucha más furia que la que es posible conseguir bajo el dominio de un solo cetro.» Burke, ob. cit., pág. 139.

Comentario de Primo de Rivera:

«La Libertad no puede vivir sin el amparo de un principio fuerte, permanente. Cuándo los principios cambian con los vaivenes de la opinión, solo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar.» Fundamentos de Estado Liberal, Primo de Rivera (OC).

{14} Observación de Burke:

«En algún momento, podemos estar seguros, todos los comienzos de dinastías fueron elegidos por quienes los llamaron al gobierno», Burke, ob. cit., pág. 26.

Observación de Primo de Rivera:

«Todo sistema político que existe en el mundo, sin ninguna excepción, ha nacido en pugna abierta con el orden político que regía a su advenimiento; porque una de las cosas que no están incluidas en las facultades de los ordenes políticos es la facultad de testar.» Juicio sobre la dictadura y necesidad de la Revolución nacional, discurso frente al Parlamento 6 de julio de 1934, Primo de Rivera, (OC).

{15} Comentario de Burke:

«Es con gran dificultad que puedo separar una política de la justicia. La justicia en sí es la gran política de la sociedad civil; y cualquier desvío serio de ésta, bajo cualquier circunstancia, debe ser sospechosa de no ser ninguna clase de política», Burke, ob. cit., pág. 171.

Comentario de Primo de Rivera:

«Leyes que con rigor se cumplan para todos; eso es lo que hace falta. Una extirpación implacable de los usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados... También queremos que esto de una vez se desenlace: justicia para los directores y piedad para los dirigidos.» Proclamación ante las elecciones, Arriba, núm. 28, 16 de enero de 1936, Primo de Rivera, (OC).

{16} Juicio de Burke:

«La cámara de lores, por ejemplo, no es competente moralmente para disolver la cámara de comunes; no, ni siquiera puede disolverse a sí misma, ni abdicar, si quisiera, su porción en la legislación del reino. Aunque un rey puede abdicar personalmente, no puede abdicar por toda la monarquía. Por esa misma razón, o una más fuerte, la cámara de comunes no puede renunciar a su porción de autoridad. El compromiso y pacto social, que se conoce como Constitución, prohíbe semejante invasión y entrega.» Burke, ob. cit., pág. 32.

Juicio similar de Primo de Rivera:

«España es ‘irrevocable’. Los españoles podrán decidir acerca de las cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir. España es «nuestra» como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de generaciones y generaciones anteriores y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que le sucedan. Si aprovechara ese momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el mas abusivo fraude, la mas alevosa traición que es posible imaginar», España es irrevocable, Arriba, núm. 44, 5 de marzo de 1936, Primo de Rivera, (OC).

{17} Frase de Burke:

«Nada resulta ser mas oprimente e injusto que un gobierno débil». Burke, ob. cit., pág. 247.

Cotéjese con esta frase de Primo de Rivera:

«El Estado, cobarde y cruel, como todo Estado débil, que no siente justificado su vigor por el servicio a un gran destino, fue excesivo en la represión contra los humildes y claudicante en el castigo de los grandes culpables.» Discurso en Norba de Cáceres, 19 de enero 1936, Primo de Rivera, (OC).

{18} Cotéjese esta cita de Burke:

«Bajo esa opresión popular, las victimas están en una condición mucho más deplorable que cualquier otra. Oprimidos por un príncipe cruel, tienen el bálsamo de la compasión humana para alivio de sus heridas; tienen la aprobación del pueblo para animar la constancia generosa con que sufren sus males; pero a aquellos que sufren la opresión de multitudes, les quitan todo consuelo externo. Son abandonados por la humanidad; derrotados por la conspiración de todo el género humano.» Burke, ob. cit., págs. 139-140.

Con ésta de Primo de Rivera:

«Todavía, bajo los tiranos medievales quedaba a las víctimas el consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir, pero los materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano... Bajo el Estado Democrático no; la Ley –no el Estado, sino la Ley, voluntad presunta de los más– ‘tiene siempre razón’. Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tratado de díscolo peligroso si moteja de injusta a la Ley. Ni esa libertad le queda.» Fundamentos del Estado liberal, El Fascio, núm. 1, 16 de marzo de 1933, Primo de Rivera, (OC).

{19} Una instancia interesante de influencia indirecta es el caso de Chesterton y Orwell. Orwell tiene muchos lectores, quienes lo consideran una gran influencia en su desarrollo intelectual. Muchos de ellos no han leído a Chesterton –o lo consideran como autor de cuentos policíacos u obras menores. Ellos ignoran hasta que punto Orwell fue influido por Chesterton, y que Orwell planteó mucha de su obra como respuesta a lo que él consideraba el excesivo optimismo de Chesterton (Orwell heredó de Chesterton la capacidad de reconocer cómo el lenguaje se usa para ofuscar y hacer tolerable lo intolerable). O sea que todos aquellos que fueron influidos directamente por Orwell fueron influidos indirectamente por Chesterton –aunque lo ignoren.

{20} Adriano Gómez Molina, «El If de José Antonio», El Catoblepas, nº 69, noviembre 2007, http://nodulo.org/ec/2007/n069p12.htm

{21} Conor Cruise O’Brien, Memoirs: My Life and Themes, Cooper Square Press, Nueva York 1998, pág. 104.

{22} «Queremos recobrar, inseparable, una unidad nacional de destino y una justicia social profunda. Y como para lograrlo tropezamos con resistencias, somos resueltamente revolucionarios para destruirlas», Discurso de la Constitución del SEU, 21 enero 1935, Valladolid, Primo de Rivera, (OC). Agréguese esta cita: «España tiene su revolución pendiente y hay que llevarla a cabo», Aquí está Azaña, Arriba, nº 33, 2 Febrero 1936, Primo de Rivera, (OC).

{23} «El disgusto que siento por las revoluciones, las señales que han dado a menudo de los púlpitos; el espíritu de cambio que se ha expandido; el desprecio total que es prevalente entre ustedes, y que puede llegar a prevalecer entre nosotros, hacia las viejas instituciones, cuando se oponen a un sentido de la conveniencia del presente, o van contra las tendencias de una inclinación del presente; todas estas consideraciones hacen aconsejable, en mi opinión, traer a la atención los verdaderos principios de nuestras leyes...», Burke, ob. cit., pág. 37.
Y con más énfasis todavía: «Hacer una revolución es una medida que, de entrada, necesita pedir disculpas.» Burke, ob. cit., pág. 181.

{24} «La ciencia de crear un sistema de gobierno, renovarlo o reformarlo es, como toda ciencia experimental, imposible de enseñarse a priori. Tampoco una experiencia corta puede instruirnos en esta ciencia, porque los efectos de las causas morales no se muestran inmediatamente; aquello que a primera vista es perjudicial puede ser excelente con el paso del tiempo; y esta excelencia puede llegar aún por medio de los perjuicios que produce al principio. También pasa al revés; y muchos esquemas plausibles que empiezan de manera muy agradable, a menudo tienen conclusiones vergonzosas y lamentables. En los estados hay a menudo algunas causas oscuras y latentes, cosas que parecen a primera vista de poco importe, de las cuales pueden depender gran parte de su prosperidad o adversidad. La ciencia de gobierno siendo en sí una ciencia práctica, usada para propósitos prácticos, necesita experiencia.» Burke, ob. cit., págs. 73-74.

{25} «Se requiere tiempo para producir esa colaboración de las mentes que puede producir todo el bien que buscamos. Nuestra paciencia alcanza más que nuestra fuerza. Si me permitiese apelar a algo que esta tan fuera de moda en Paris, es decir la experiencia, le diré que en mi carrera he conocido y en la medida de lo posible, cooperado con grandes hombres; y nunca he visto un plan que no se haya modificado gracias a las observaciones de aquellos que eran de menor entendimiento que la persona que dirigía el proyecto. Mediante un progreso lento pero bien mantenido, se vigila el efecto de cada paso; el buen o mal resultado del primero alumbra el segundo; y así, de luz en luz, nos vemos conducidos con seguridad a través de toda la serie. Vemos que las partes del sistema no chocan. Los males latentes en los esquemas más prometedores se corrigen cuando se hacen visibles. Cada ventaja se sacrifica lo menos posible a otra. Compensamos, reconciliamos, balanceamos...», Burke, ob. cit., pág. 185.

{26} «Cuando la autoridad suprema se otorga a un cuerpo compuesto de esta forma, debe evidentemente producir las consecuencias de otorgar la autoridad suprema a hombres a quienes no se ha enseñado a respetarse a si mismos; que no ponen en juego fortuna previa ni reputación; de quienes no se puede esperar que lleven con moderación, o conduzcan con discreción, un poder que, ellos mismos, tanto como otros, deben estar sorprendidos de tener entre manos. Quien podría tener la idea halagüeña que esos hombres, de repente, y probablemente por magia, arrancados de los rangos mas humildes de la subordinación, no se intoxicarían con su grandeza inesperada?», Burke, ob. cit., pág. 55.

{27} «No hay dificultades en aquello que no se ha ensayado nunca. La crítica esta paralizada para descubrir los defectos de lo que no existe; y el entusiasmo férvido y la engañosa esperanza tienen el campo libre de la imaginación donde pueden expandirse con poca, o ninguna, oposición», Burke, ob. cit., pág. 184; y «El gobierno no se basa en virtud de derechos naturales, que pueden o no existir completamente independientes de él; y existen con mucha mayor claridad, en un grado mucho mayor de perfección abstracta; pero esa perfección abstracta es su defecto práctico» (cursiva del traductor), Burke, ob. cit., pág. 72.

{28} «Vuestros literatos y vuestros políticos, y todo el clan de las Luces , se diferencian de nosotros en esto: no tienen respeto por la sabiduría de otros; pero compensan con la mayor confidencia en la propia. Para ellos es motivo suficiente para destruir un viejo esquema el que sea viejo. En cuanto a lo nuevo, no tienen ningún miedo respecto a lo que puede durar un edificio construido a la apurada; porque la duración no es un problema para quienes piensan que nada se ha hecho antes de ellos y que ponen todas sus esperanzas en los nuevos descubrimientos. Conciben, muy sistemáticamente, que las cosas que duran son peligrosas, y por eso están en guerra contra todo lo establecido. Piensan que el gobierno puede cambiar como las modas del vestido y con poco daño...» Burke, ob. cit., pág. 101; y «La hipocresía, por supuesto, se deleita en la especulación mas sublime; ya que nunca intenta ir mas allá de la especulación, no le cuesta nada hacerla magnífica. Pero aún en los casos donde se puede sospechar la ligereza más que el fraude en esas especulaciones delirantes, el resultado es el mismo. Esos profesores, cuando encuentran que sus principios extremos no se pueden aplicar a casos que solo piden una resistencia limitada, o en otras palabras civil y legal, en esos casos no aplican ninguna resistencia. Con ellos es guerra o revolución, o no es nada», Burke, ob. cit., pág. 76.

{29} «Para evitar los males de la inconstancia y de la versatilidad, mil veces peores que aquellos de la obstinación y el prejuicio mas ciego, hemos consagrado el Estado, al que nadie debe acercarse a estudiar sus defectos o corrupciones sin gran caución; que nunca se sueñe en comenzar a reformarlo por la subversión; que se acerque a los fallos del Estado como hacia las heridas de su padre, con asombro piadoso y solicitud temblante. Mediante este prejuicio sabio, aprendemos a mirar con horror a aquellos hijos que en su patria están dispuestos, atrevidamente a cortar su viejo padre en pedazos, y echarlo en una caldera de hechiceros, con la esperanza de que mediante hierbas venenosas y encantaciones alocadas puedan regenerar la constitución paterna y renovar la vida de su padre.» Burke, ob. cit., págs. 109-110; y «Debemos mirar siempre con compasión mezclada con respeto los errores de aquellos que son tímidos y dudan de si mismos cuando se trata de asuntos que conciernen la felicidad de los hombres. Pero en estos caballeros no hay nada que se parezca a la solicitud paternal que teme dañar al niño en la ejecución del experimento. En la amplitud de sus promesas y la confianza en sus predicciones, van más allá de todas las rodomontadas de los empíricos. La arrogancia de sus pretensiones nos provoca y nos desafía a estudiar sus fundamentos.» Burke, ob. cit., pág. 181-182. Veamos de paso, cuales son los derechos del hombre según Burke: «Los hombres tienen derecho a vivir bajo esta regla [de la ley NT]; tienen derecho a la justicia entre sus semejantes, estén esos semejantes en una función política o en ocupaciones ordinarias. Tienen derecho a los frutos de su industria; y a los medios de hace que su industria florezca. Tienen derecho a lo que sus padres han adquirido, y a la manutención y cuidado de su progenie; a instrucción en la vida, y a consuelo en la hora de la muerte.» Burke, ob. cit, pág. 71.

{30} La historia definitiva de la Revolución Francesa hubiese sido la escrita por el Dr. Laurence J. Peter, experto en jerarquías e incompetencia. Es una lástima que su muerte nos impida conocer esta hipotética obra maestra.

{31} «Los que llevaron a cabo la Revolución [contra Jacobo II NT], no justificaron la abdicación del rey Jacobo en un principio ligero e incierto. Lo acusaron con nada menos que un intento, confirmado por una multitud de actos ilegales abiertos, de subvertir la Iglesia Protestante y su Estado, y sus leyes y libertades fundamentales e incuestionables.» Burke, ob. cit., pág. 39.

{32} La posición de Burke con respecto a la revolución americana está desarrollada en los capítulos II y II de The Great Melody: a thematic biography of Edmund Burke, de Conor Cruise O. Brien, The University of Chicago Press, 1992, págs. 89-253. La simpatía que había mostrado por los colonos americanos hizo que su oposición a la Revolución Francesa fuese una traición, y se lo sospechó de haber sido sobornado.

{33} «En ambas ocasiones [habla de la Restauración de Carlos II y la Revolución contra Jacobo II NT] la nación había perdido el lazo de unión de su antiguo edificio; pero ellos no disolvieron todo el tejido institucional. Por el contrario, en ambos casos ellos regeneraron las partes deficientes de la vieja constitución mediantes las partes sanas. Conservaron las viejas partes exactamente como estaban y se fijaron que la parte nueva se ajustase a ellas.» Burke, ob. cit., pág. 33. Más elocuentemente todavía: «Usted ve, señor, que en esta edad ilustrada, yo soy lo suficientemente atrevido para confesar que somos generalmente hombres cuyos sentimientos no nos han sido enseñados por nadie; que en vez de librarnos de nuestros viejos prejuicios, los queremos en un grado considerable, y para mayor vergüenza nuestra, los queremos por ser prejuicios; y cuanto más han durado, y cuanto más han prevalecido, más los queremos. Tenemos miedo de dejar que cada hombre viva y se maneje con sus semejantes basado solamente en su porción de razón; porque sospechamos que esta porción es pequeña en cada hombre y que los individuos estarán mejor servidos de usar el banco y capital acumulado por las naciones y los años. Muchos de nuestros hombres que especulan sobre estos asuntos, en vez de destruir los prejuicios populares, usan su sagacidad para descubrir la sabiduría latente que prevalece en ellos. Si la encuentran, y rara vez fallan, piensan que es mas sabio mantener el prejuicio, con la razón que éste tiene, que echar la envoltura del prejuicio y dejar la razón desnuda; porque el prejuicio, con su razón, ofrece un motivo a actuar basado en esa razón, y una afección que le dará permanencia. El prejuicio se puede aplicar rápidamente en una emergencia; previamente ha puesto la mente en el camino de la sabiduría y la virtud y no deja que un hombre hesite, escéptico, asombrado, sin resolverse, en el momento de decisión. El prejuicio hace que la virtud sea un hábito en el hombre, en vez de una serie de actos sin conexión entre ellos.» Burke, ob. cit., págs. 100-101.

{34} «La ceremonia de expulsar a reyes, de la cual estos caballeros hablan tan fácilmente, raramente, o nunca, se puede hacer sin fuerza. Se convierte en un motivo de guerra, y no de constitución. Las leyes deben callarse ante las armas; y los tribunales can derrumbados con la paz que ellos ya no pueden mantener... La cuestión de destronar, o como ellos prefieren decir, ‘despedir’ a reyes, siempre será, como lo ha sido una cuestión extraordinaria de Estado, y completamente fuera de la ley; una cuestión (como otras cuestiones de Estado) de disposiciones, y de medios, y de consecuencias probables, no de derechos. Como no ha sido hecha para abusos comunes, tampoco no debe ser agitada por mentes comunes... El gobierno debe ser excesivamente abusivo y fuera de sus cabales antes que esto [destronar reyes NT] deba ser considerado, y el prospecto del futuro debe ser tan malo como las experiencias pasadas. Cuando las cosas llegan a un estado lamentable, la naturaleza de la enfermedad debe indicar el remedio...» Burke, ob. cit., pág. 42.

{35} «Las decisiones tomadas en medio de calamidades rara vez son sabias», Burke, ob. cit., pág. 248; y «Lo peor de esas políticas de revolución es esto: que templan y endurecen el corazón, para prepararlo para las medidas desesperadas que se toman en ocasiones extremas. Pero cómo esas ocasiones puede que no lleguen nunca, la mente se mancilla gratuitamente, y los sentimientos morales sufren más que una pizca, y esa depravación no sirve a ningún propósito político», Burke, ob. cit, pág. 77.

{36} «Han visto a los franceses rebelarse contra un monarca legal y moderado con mas furia, ultraje e insulto, que ningún pueblo haya empleado contra el usurpador más ilegal, o el tirano más sanguinario», Burke, ob. cit., pág. 51; y «Acaso el gobierno de Francia era incapaz, o inmerecedor de reforma; así que era absolutamente necesario que toda la trama fuese derrumbada al mismo tiempo, y todo limpiado para poder erigir un edificio teórico y experimental? Toda Francia pensaba diferente en 1789. Las instrucciones a los representantes a los Estados Generales, de cada distrito del reino, estaban llenos de proyectos para la reforma del gobierno, sin la mas mínima sugestión de un designio de destruirlo», Burke, ob. cit., pág. 141.

{37} «Teníais las ventajas de poseer esos antiguos estatutos; pero preferisteis actuar como si nunca os hubieses moldeado en una sociedad civil, y tuvisteis que empezar todo de nuevo. Empezasteis mal, despreciando todo lo que teníais...», Burke, ob. cit., pág. 48; y «Tienen mucha, y mala, metafísica; mucha, y mala, geometría; mucha, y falsa, aritmética proporcional; pero si fuese todo tan exacto como la metafísica, la geometría y la aritmética deberían ser, y si sus esquemas fuesen perfectamente consistentes en todas sus partes, sólo se conseguiría una visión mas hermosa e inconsecuente. Es remarcable, que en este gran arreglo de la humanidad, no hay una referencia cualquiera de nada moral o nada político; nada que relate a las preocupaciones, a las acciones, a las pasiones, los intereses de los hombres. Hominem non sapiunt.» Burke, ob. cit., pág. 198.

{38} «Habrá sangre. La falta de buen juicio, que se manifiesta en la construcción de las descripciones de fuerzas y toda clase de autoridades civiles y jurídicas, la hará correr.» Burke, ob. cit., pág. 234; y «En esos concilios de toda clase, cada consejo, cuanto mas atrevido, violento, y pérfido se toma como prueba de genio superior. La humildad y la compasión se ridiculizan como frutos de la superstición y la ignorancia. La libertad siempre se estima perfecta cuando se hace insegura la propiedad. Entre asesinatos, masacres, y confiscaciones, llevadas a cabo o solo meditadas, están haciendo planes para el buen orden de la sociedad futura», Burke, ob. cit., pág. 81.

{39} «Ahora bien: en esta palabra revolución, que es perfectamente congruente con mi posición nacionalsindicalista, que todos tenéis la amabilidad de conocer –posición que no sé por que amable licencia situó el Sr. Sánchez Albornoz a la derecha de la política española–, en este concepto de revolución, lo que yo envuelvo no es el goce de ver por las calles el espectáculo del motín, de oír el retemblar de las ametralladoras, ni de asistir al desmayo de las mujeres, no: yo no creo que ese espectáculo tenga especial atractivo para nadie; lo que yo envuelvo en el concepto de revolución, y así tuve el honor de explicar ayer ante la Cámara, es la atenuación de la reverencia que se tuvo a ciertas posiciones jurídicas: es decir, la actitud de respeto atenuado, a unas ciertas posiciones jurídicas que hace cuarenta, cincuenta o sesenta años se consideraban intangibles.» Primo de Rivera, Discurso en el parlamento sobre la reforma agraria, 24 Julio 1935, (OC); y reitera: «Esto es una revolución: la alteración de las bases políticas y sociales del país... Al propugnar por la revolución, nos referimos a la transformación jurídico-político-económica del país, no a sediciones callejeras o los asesinatos», Primo de Rivera, Vista en la Cárcel Modelo de la causa contra los directivos de la Falange, La Gaceta del Norte, 31 de Marzo de 1936, (OC).

{40} «...Porque aquellos gobiernos tuvieron en su mano la ocasión magnífica de haber podido la revolución entera y de haberla podido hacerla sin rencor; de haber hecho una revolución para todos, la revolución que estaba haciendo falta a todos», Primo de Rivera, Juicio sobre la Dictadura, 6 de junio de 1934, (OC).

{41} «Si Azaña cede a la presión de los mil pequeños energúmenos que le pondrán cerco; si renueva las persecuciones antiguas; si un día destituye a un juez municipal por conservar un retrato de la Infanta Isabel, y otro día traslada a un comandante porque su mujer es devota; si volvemos a aquella fiebre, a aquel desasosiego, a aquel avispero de 1931 a 1933, la nueva ocasión de Azaña se habrá perdido ya sin remedio», Primo de Rivera, Aquí está Azaña, Arriba, nº 33, 23 de Febrero de 1936, (OC); y más explícitamente: «Si para algo sirvió la inolvidable prueba de 1931 a 1933 debiera haber sido, al menos, para precisar esta norma: se pueden llevar a la práctica los adelantos mas audaces en lo político y en lo social; lo que es torpeza insigne, que paga a la larga quien la comete, es mortificar individualmente a las personas... Aquella falta de toda certeza, de toda confianza en la protección del derecho, desazonaba a las gentes más aún que las persecuciones mismas. El Gobierno hubiese podido ir mucho más lejos en sus reformas de índole general si no hubiese soliviantado contra sí, a fuerza de mortificaciones y torpezas, tempestades de oposición», Primo de Rivera, Reincidencia, Arriba, nº 34, 3 de marzo de 1936 (OC).

{42} «Lo que pasa es que de todos los que nos hemos asomado al mundo después de catástrofes como la de la Gran Guerra, y como la crisis, y después de acontecimientos como el de la Dictadura y el de la República española, sentimos que hay latente en España y reclama cada día más insistentemente que se la saque a la luz –y eso sostuve aquí la otra noche– una revolución que tiene dos venas: la vena de una justicia social profunda, que no hay más remedio que implantar, y la vena de un sentido tradicional profundo, de un tuétano tradicional español que tal vez no reside donde piensan muchos y que es necesario a toda costa rejuvenecer», Primo de Rivera, Romanticismo, revolución, violencia (diálogo con Prieto), 3 de julio de 1934, (OC).

{43} «Porque hicisteis eso y desperdiciasteis eso nos metisteis en esta especie de balsa sin salida, donde nos vamos pudriendo poco a poco, hasta que se abra otra revolución por otro lado», Primo de Rivera, Discursos en el Parlamento, Cómo se administra la justicia histórica (apostrofando a Azaña), 21 de marzo de 1935, (OC).

{44} «Pero hay dos tesis: la catastrófica, que ve la invasión inevitable y da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo confía en que tras la catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira tender un puente sobre la invasión de los bárbaros; a asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo y a salvar, de la edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización», Primo de Rivera, España y la barbarie, Conferencia pronunciada en el teatro Calderón de Valladolid, 3 de marzo de 1935, (OC).

{45} «Desmontarlo por aquellos mismos a quien favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos, espirituales, y nacionales de la tradición», Primo de Rivera, La Falange ante las elecciones de 1936, Discurso en Cine Europa, 2 de Febrero de 1936, (OC).

{46} «El estado sin medios de reformarse no tiene medios para conservarse», Burke, ob. cit., pág. 33.

{47} «España ya no puede eludir el cumplimiento de la revolución nacional. La hará Azaña? Ah, si la hiciese! Y si no la hace, si se echan encima el furor marxista, desbordando a Azaña, o la recaía en la esterilidad derechoide, entonces no habrá mas que una solución: la nuestra.» Primo de Rivera, Aquí esta Azaña, Arriba, nº 33, 23 de Febrero de 1936, (OC).

{48} Véase como prevé que un gobierno nacido de la violencia y la usurpación adquiriría legitimidad: «Si hubiesen creado este nuevo gobierno experimental como un substituto necesario para una tiranía expulsada, la humanidad anticiparía al tiempo en que, gracias la costumbre, se dulcificaría en la legalidad un gobierno que fue violento al comienzo. Todos aquellos que tienen sentimientos que los llevan a conservar el orden de la sociedad, reconocerán, aun en su cuna, al recién nacido como legítimo, por haberse producido por esos principios de expediencia urgente, donde comienzan todos los gobiernos justos [cursiva del traductor NT], y sobre los que justifican sus continuación», Burke, ob. cit., pág. 180.

{49} El caso del General Primo de Rivera es uno que confunde a fundamentalistas democráticos, debido al hecho que su gestión fue beneficiosa, moderada, y justificada por el caos en que se sumía la sociedad. No confundiría a Burke, por cierto. Ellos en cambio se sienten obligados a demostrar que fue una mala administración, o que la ruptura de la legalidad vigente fue un prejuicio infinito.

{50} «Si os decía que un régimen revolucionario no se justifica nunca por su partida de nacimiento, os tengo que reconocer que un régimen revolucionario se justifica siempre por su hoja de servicios.» Primo de Rivera, Juicio sobre la Dictadura y necesidad de la Revolución nacional, 6 de junio de 1934, (OC).

{51} «Lo deshonroso no es sublevarse contra el gobierno –como hizo el general Primo de Rivera en 1923– para salvar a lar Patria, que se disolvía. Lo deshonroso hubiese sido aprovecharse del Poder para ventaja propia o gobernar desatinadamente, que es también delito obstinarse en seguir gobernando cuando los desaciertos continuos son demostración de incapacidad.» Primo de Rivera, Por una sagrada memoria, Hay que oír a los acusados!, ABC, edición de Andalucía, 29 de septiembre de 1931, (OC).

{52} «En la coyuntura, unos esperaban hallar el remedio, echándolo todo a rodar (esto de querer echar todo a rodar, salga lo que salga, es una actitud característica de las épocas fatigadas, degeneradas; echarlo todo a rodar es mas fácil que recoger los cabos sueltos, anudarlos, separar lo aprovechable de lo caduco. No será la pereza la musa de muchas revoluciones?) Otros, con un candor risible, aconsejaban, a guisa de remedio, la vuelta pura y simple a las antiguas tradiciones, como si la tradición fuese un estado y no un proceso y como si a los pueblos les fuera más fácil que a los hombres el milagro de andar hacia atrás y volver a la infancia. Entre una y otra de esas actitudes se nos ocurrió a algunos pensar si no era posible lograr una síntesis de las dos cosas: de la revolución –no como pretexto para echarlo todo a rodar, sino como ocasión quirúrgica para volver a trazar con un pulso firme al servicio de una norma– y de la tradición –no como remedio, sino como sustancia, no con ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que harían en nuestras circunstancias.» Primo de Rivera, La tradición y la revolución: Prólogo al libro Arriba España, de J. Pérez de Cabo, (OC).

{53} «Reformar y preservar a la vez es algo diferente. Cuando se conservan las partes útiles de un viejo establecimiento, y lo que se agrega se ajusta a lo que se retiene, hay que ejercitar una mente vigorosa, una atención perseverante y estable, varios poderes de comparación y combinación, y los recursos de un entendimiento fructífero de expedientes; hay que ejercitarlos en conflicto continuo con la fuerza combinada de vicios opuestos; con la obstinación que rechaza todas las mejoras, y con la ligereza que se cansa y se disgusta con cualquier cosa que posee.» Burke, ob. cit., pág. 184.

{54} «Es sólo la necesidad suprema, una necesidad que no es elegida, sino que elige, una necesidad superior a las deliberaciones, que no admite discusión, y no exige evidencia, que puede justificar que se resorte a la anarquía." Burke, ob. cit, págs. 110-111.

{55} «Una revolución que nos cogió desprevenidos, como se coge a los niños indecisos y se les arroja a la mar, donde tendremos que nadar todos, queramos o no queramos», Primo de Rivera, Ante la Patria en ruinas. Teatro Cervantes, Málaga, 21 de julio de 1935, (OC).

{56} «No puede permitirse que todo un pueblo sirva como campo de experimentación a la osadía o la extravagancia de cualquier sujeto.» Primo de Rivera, Puntos iniciales, FE, nº 1, 7 de diciembre de 1933 (OC). «Sólo odiando al pueblo se le puede desear un sistema que le convierte cada dos o tres años en campo de experimentación de todos los imbéciles, ambiciosos, frenéticos, logreros, y farsantes», Primo de Rivera, España al azar, Arriba, nº 25, 26 de diciembre de 1935, (OC). Los vocablos que usa respecto de aquellos que llevan a cabo los experimentos no pueden ser más severos.

{57} «En estos caballeros no existe esa solicitud paternal que se resiste a cortar al niño por la mitad para un experimento», Burke, ob. cit., págs. 818-2. «Si la circunspección y el cuidado son sabiduría cuando sólo trabajamos con materia inanimada, seguramente son un deber cuando el objeto de nuestra demolición y construcción no son ladrillos y maderas, sino seres con conocimiento, que cuando se les altera su estado, condición, y hábitos, se puede hacer caer en la miseria a multitudes. Pero parece que la opinión que prevalece en París, es que un corazón duro, y una autoconfidencia sin límites son las únicos requerimientos para ser un legislador perfecto», Burke, ob. cit., pág. 184. Como se ve, Burke no es más suave en su caracterización.

{58} Mark Lilla, obra citada en nota 10.

{59} El discípulo de Heidegger fue Sartre, y éste se convirtió en panegirista de Stalin y sus sucesores. De tal palo, tal astilla.

{60} Primo de Rivera, Guión de un manifiesto político inconcluso redactado en la prisión provincial de Alicante, José Antonio Intimo, Recopilación de Agustín Río Cisneros, y Enrique Pavón Pereyra, Ediciones del Movimiento, 1964.

{61} «No atribuyo esta población al gobierno depuesto; porque no me gusta alabar los diseños de los hombres, atribuyéndoles aquello que se debe a la bondad de la Providencia. Pero ese gobierno denostado no obstruyó, sino que probablemente favoreció la operación de sus causas (cualesquiera que fuesen), fuesen de la naturaleza o del suelo; o los hábitos de industria en el pueblo que ha producido tal aumento de riqueza a través del reino, y exhibido en ciertos lugares prodigios de población. Yo nunca supondré que las instituciones de un estado sean las peores posibles cuando, por experiencia, se encuentra que tienen un principio favorable (aunque fuese latente), al aumento de población», Burke, ob. cit., pág. 143.

{62} Un caso verdaderamente trágico de desechar una realidad deseable en pos de un ensueño ocurrió en 1966 en Argentina. El gobierno de Arturo U. Illia fue derrocado por teóricos de derecha que querían convertir a Argentina en un país regido por sus ideas. Que el gobierno de Illia fuese respetuoso con las libertades del pueblo, que estaba llevando a cabo una respetable tarea institucional, que estaba tranquilizando al país, que presidía una mejora económica sensible y que el nivel de vida aumentaba, nada de eso importaba. Sólo importaban la teoría. Es así que Argentina entró en una espiral descendiente de crisis, violencia, y debilidad económica de la que recién ahora está saliendo. Ninguno de quienes llevaron a cabo, diseñaron, patrocinaron, o apoyaron ese golpe fue hecho desfilar por las calles con cabeza de burro.

{63} Este episodio es citado por Pío Moa, en Los Personajes de la República vistos por ellos mismos, Ediciones Encuentro, Madrid 2000, pág. 154. Ortega no tomó a bien que le explicaran que la realidad no tenía nada que ver con sus esquemas y se fue dando un portazo.

{64} Cantarero hace un fuerte distingo entre la revolución en los medios y la revolución en los fines: "El maximalismo revolucionario es reaccionario en sus consecuencias... que la revolución –la revolución en los medios; no la revolución en los fines, en cuyo ideal permanecemos– puede producir más dolor humano en el procedimiento que el dolor que trata de reducir... hoy sabemos que la revolución en los medios significa males, y que para un socialista humanista, cada vez que se mata un hombre, es como matar toda la Humanidad», Manuel Cantarero del Castillo, Historia y Libertad, Ediciones Paulinas, Madrid 1975, Introducción, págs. 7-8.
No es de sorprender que su revolución en los fines sea un reformismo que defiende como eficaz a la par que humano: «Dadas las condiciones de la España actual el procedimiento éticamente valido (porque economiza dolor) y operativamente eficaz (porque alcanza y consolida resultados) es el de ir tratando de 'corregir' la sociedad al socaire de los hechos y de la evidencia cada vez mayor de la justicia y el derecho. Si a partir del 14 de abril así lo hubiera hecho la izquierda española respecto a la realidad nacional, económica, social, cultural, religiosa, etc., entonces otro gallo muy distinto habría cantado a la historia de nuestra Patria... el reformismo conjura el peligro del revolucionarismo caótico, y no es nunca el caballo de Troya de extremismos de ningún signo», ob. cit., pág. 246. Véase también esta critica, digna de Burke, a la política que demasiado común de entonces: «No se ha tratado de adecuar las formulaciones políticas a las exigencias de la realidad en su discurrente proceso de cambio, sino adecuar esa realidad a un esquema apriorístico de ideas concebidas al margen de condiciones de la misma», ob. cit., pág. 246.

 

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