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El Catoblepas, número 73, marzo 2008
  El Catoblepasnúmero 73 • marzo 2008 • página 4
Los días terrenales

Homenaje a Jesús Silva Herzog (1892-1985)
Con motivo de los 70 años de nacionalización del petróleo en México

Ismael Carvallo Robledo

Economista mexicano, socialista, nacionalista e hispanoamericanista; protagonista y defensor decidido de la nacionalización del petróleo mexicano, Jesús Silva Herzog figura como pilar fundamental de la vida pública del México contemporáneo, como uno de los grandes de nuestro siglo. En su memoria, y con motivo de los 70 años de la expropiación petrolera en México, se ofrece esta semblanza de su vida

Jesús Silva Herzog (1892-1985)

«No deseamos terminar este libro sin hacer referencia a ciertos rumores que en las últimas semanas han venido circulando en la ciudad de México, respecto a la devolución de la mayor parte de la riqueza petrolera de México, a las antiguas empresas. No creemos en la veracidad de tales rumores. Sería un lamentable error político, sería un error económico imperdonable, sería dar un paso atrás sin ninguna justificación, sería cometer un crimen y una traición. La nacionalización del petróleo debe sostenerse. Debe y puede consolidarse. No hay que hacer caso a los descastados y cobardes. La expropiación, repitámoslo una vez más, es el principio de nuestra independencia económica y es preciso defenderla a toda costa. La industria del petróleo se halla en condiciones difíciles, en parte por errores nuestros y en parte por causas no imputables a nosotros. La industria del petróleo puede sanearse y progresar con estas cuatro condiciones: primera: autoridad y competencia; segunda: autoridad y honradez; tercera: autoridad y disciplina; y cuarta: justicia y comprensión para las legítimas aspiraciones de los trabajadores. Todo puede lograrse si se actúa con inteligencia y patriotismo.» Jesús Silva Herzog, Petróleo Mexicano. Historia de un problema, 1941.

«Tras los comerciantes va la bandera; primero se crean intereses, luego con el pretexto de protegerlos viene la penetración política, los ejércitos y todo lo demás.» Jesús Silva Herzog, 1972.

Sobre la vida de Jesús Silva Herzog

I

Jesús Silva Herzog (1892-1985) fue, dramáticamente, un erudito hombre de letras. Y decimos que lo fue dramáticamente porque Silva Herzog fue también, desde el tercer día mismo de su vida, un hombre prácticamente ciego. Por lamentable circunstancia, desde su nacimiento, y a lo largo de su vida, estuvo destinado a sólo poder ver –y muy precariamente– con uno de sus ojos. En estas condiciones verdaderamente excepcionales y sobrecogedoras fue que lo leyó casi todo. Fue economista, profesor, escritor, editor, periodista, historiador, funcionario y hombre de Estado; revolucionario, socialista y hasta diplomático en la Unión Soviética. Protagonista decisivo, imprescindible, en la nacionalización del petróleo mexicano (1937-1938). Fue, en efecto, casi ciego, un consumado hombre de letras:

«Pronto supe que yo no era un niño como todos. No veía bien. Mi madre, mis abuelos, mis hermanos me lo decían diariamente y me sentía un poco triste. Con el ojo izquierdo veía un poco; con el derecho, casi nada. Esto lo oía contar muchas veces, muchas veces… Las visitas se ponían serias y se dejaba de conversar. A veces mi madre, colocándose a uno o dos metros de distancia, me preguntaba: “¿Cuántos dedos son éstos?” Yo trataba de adivinar: dos, tres, cinco…nada... Alguien decía: todavía no ve. Y mi madre, mi buna madre lloraba silenciosamente. Ella me contó que a los tres días de nacido los ojos se me llenaron de pus; que el médico me los quemaba con nitrato de plata y yo gritaba por el dolor. Me decían que tenía nubes […] No había tales nubes. Mi enfermedad, lo supe mucho más tarde, fue simplemente una oftalmía purulenta.»{1}

Hombre entonces, lo fue, de una fortaleza igualmente inquebrantable que admirable. Fortaleza que vertebró su vida entera y que, desdoblándose históricamente, fue afortunada –para México, Hispanoamérica y para quienes a su persona fueron cercanos– muestra de firmeza y generosidad; divisas éticas, como sabemos, del hombre estoico.

A 70 años de la nacionalización del petróleo en México, obra en gran medida fruto de su trabajo y esfuerzo, y en medio de una crisis orgánica del Estado mexicano derivada de la imposición de un gobierno de facto; crisis que tiene como una de sus manifestaciones más acusadas, precisamente, los intentos del bloque neoliberal para desmantelar la industria petrolera (para llevarla a un “punto de venta”) y orquestar una estrategia de re-privatización de los recursos energéticos nacionales, queremos recordar la entereza, la honradez, la dedicación, el coraje y el estoicismo de un hombre cuya vida, al haber quedado troquelada por los estragos de la revolución mexicana, estuvo consagrada a la construcción del Estado mexicano, por que sabía perfectamente bien lo que tal revolución significaba para México y su destino político; un hombre, también, que fue observador agudo, lúcido y –por honrado y valiente– incómodo protagonista de la etapa más difícil del período posrevolucionario, y que vivió, desde su seno mismo y como uno de sus actores decisivos, el jalón histórico en la independencia nacional de México que significó la nacionalización del petróleo, decretada, en la cresta de la Revolución, por el entonces presidente de la República, General Lázaro Cárdenas del Río, en marzo de 1938; un momento histórico de dimensiones mayores que hoy, desde un obtuso y anti-patriótico analfabetismo histórico e ideológico, quiere ser borrado o minusvalorado por una élite conformada por una generación de tecnócratas neoliberales en alianza con señoritos de derecha y políticos de baja estirpe, indignos de la lucha de hombres libres que dedicaron y dieron su vida por la construcción de este país.

Y es así entonces que lo recordamos, porque creemos que virtudes fundamentales como las suyas, ofrecidas como el núcleo de la conducta política de un hombre cuya vida irradia e incide en la historia y en la política de un pueblo y de una nación (tal es el caso de un Silva Herzog, de un Vasconcelos, de un Bassols o de un López Obrador), vuelven a ser dramáticamente necesarias en medio de la podredumbre de una clase política que, como la mexicana, hace gala de su pusilanimidad, su analfabetismo, su oportunismo y su enanismo. Pienso, por ejemplo, en individuos como Juan Camilo Mouriño (Partido Acción Nacional), un joven y ramplón comerciante adinerado; un señorito, en efecto, convertido en político, ¡y en Secretario de Gobernación!, lo suficientemente mediocre como para tener los más altos intereses empresariales vinculados al poder político, y sin mayores horizontes intelectuales y de Estado que aquellos en donde sus negocios familiares, vinculados –vaya coincidencia– a la industria del petróleo (fue subsecretario de Energía cuando Felipe Calderón fue titular de esta cartera en el gobierno de Vicente Fox, ese pobre diablo) se iluminan ante el brillo de los jugosos contratos que desde su atalaya en el gobierno se divisan.

Y nos interesa rescatarlo (a don Jesús), porque creemos también que la de Silva Herzog es una figura intelectual de perfiles muy determinados y valiosos para este tiempo nuestro de tanta parsimonia, cobardía, neutralidad y corrección política de nuestra cómoda elite de periodistas y analistas democráticos: creador, en 1942, y al lado de León Felipe, Juan Larrea y Bernardo Ortiz de Montellanos, de la histórica revista Cuadernos Americanos –el nombre fue sugerido por Alfonso Reyes–, una obra editorial que, al tiempo de haberse erguido como la cima de su legado intelectual, se nos ofrece hoy como la caja de resonancia del pensamiento hispanoamericano de toda una época, y que es considerada por algunos –como Jaime Díaz-Rozzotto– como la desembocadura natural de una fecunda tradición intelectual que conecta ni más ni menos que al Repertorio Americano de Andrés Bello (editado entre 1826 y 1827 en Londres) con el Repertorio Americano de don Joaquín García Monge (editado en Costa Rica entre 1920 y 1958){2}, Jesús Silva Herzog –decimos– fue también, en toda la extensión de la palabra, en efecto, un político intelectual:

«Es, pues, [Jesús Silva Herzog], un intelectual de primera talla; pero pertenece a una generación de intelectuales mexicanos muy especial. En México los intelectuales son personas que producen ideas de manera sistemática, lógica y coherente a las que el Estado reserva dos caminos: los incorpora o los calla. Pero de cualquier manera –aun los de la inteligencia oficialmente integrada– son marginados de los centros de decisiones que determinan el rumbo general de la vida nacional. Son reducidos a ser espectadores o, cuando mucho, teóricos post-festum, justificadores elegantes y sofisticados de las decisiones que otros toman: los políticos, los verdaderos hombres del poder político. Pero hubo un tiempo en que esto no pasaba; había [Narciso] Bassols, [Luis] Cabrera, [José] Vasconcelos, [Vicente] Lombardo Toledano, para citar a los más conocidos, que produciendo ideas decidían o, cuando menos, participaban en la decisión. A esta generación pertenece Silva Herzog. Un equipo de hombres inteligentes y cultos, acostumbrados a la lucha, hombres de combate en las calles, sindicatos, ejidos y escuelas, acostumbrados a pelear por lo que piensan, decididos a no dejarse silenciar, a gritar si es necesario para que se les escuche.»{3}

Ahora bien, ¿cómo fue que la vida de Silva Herzog se entretejió con la vida de México?

II

Jesús Silva Herzog nació en la ciudad de San Luís Potosí el 14 de noviembre de 1892{4}. Como ya lo dijimos al inicio de estas notas, desde tempranísima edad quedó prácticamente ciego: con una agudeza visual de quince por ciento en el ojo izquierdo y de cinco por ciento en el derecho. Su vida estaría marcada por esta dramática circunstancia, a pesar de que, a la postre, no hubo de ser barrera para que Silva Herzog se convirtiera en uno de los intelectuales y pensadores más lúcidos y contundentes de su generación –que leía con el libro casi pegado al ojo izquierdo–.

A los diecinueve años, su familia lo mandó a estudiar a Nueva York (en Estados Unidos tenía parientes en varias ciudades). Su estancia se prolongó por veinte meses, de julio de 1912 hasta 1914. Ahí no hizo otra cosa que leer, pasando buena parte de su tiempo en las salas de lectura de la Biblioteca de la Quinta Avenida y la Calle 42. Entre sus lecturas figuraban –según nos cuenta en su autobiografía{5}– todos los poetas y novelistas españoles del siglo XIX y comienzos del XX, desde Fernán Caballero hasta Pérez Galdós, Pereda, Alarcón y Valera. De Pardo Bazán leyó, además de sus novelas, su Historia de la literatura francesa. También leyó la poesía de Quintana, Duque de Rivas, Bécquer, Campoamor y Nuñez de Arce. Por su lastimada vista pasaron también la Historia de España y la civilización española de Altamira (en 4 volúmenes) y El porvenir de la América Latina del argentino Manuel Ugarte. En inglés, nos cuenta que leyó a Walter Scott, Charles Dickens, Longfellow, Tennyson, Poe, Whitman, Shakespeare y Milton.

Para 1914, la Revolución Mexicana iba en escalada. El gobierno del usurpador Victoriano Huerta había sido derrotado por el Ejército Constitucionalista comandado por Venustiano Carranza. En julio de ese año, los revolucionarios entraron en San Luis Potosí; primero al mando del general Carrera Torres; después, del de Eulalio Gutiérrez. En el teatro de la ciudad hablaron los revolucionarios sobre los fines que orientaban su lucha. Jesús Silva Herzog, ya de vuelta en San Luis, se hizo desde esos momentos partidario fiel de la revolución. Conoció a Eulalio Gutiérrez, gobernador y comandante militar de San Luis. Después habría de afirmar Silva Herzog que se “hizo de izquierda” al lado de don Eulalio, quien, a su vez, le tomó simpatía e hizo que lo acompañase dondequiera que fuera.

Carranza llegó a la ciudad de México a fines de agosto del 14. Francisco Villa se consideraba el factor más importante en la victoria contra Huerta. Se anunciaba así una discrepancia fundamental que a la postre detonó lo que se conoce como la “lucha de facciones” de la Revolución{6}.

Villa, en efecto, desconoció a Carranza como Jefe supremo el 22 de septiembre; Carranza, por su parte, a la luz de lo que advertía, convocó a una convención revolucionaria en la ciudad de México el 1 de octubre con el propósito de unificar a las facciones en torno de un mando y un plan revolucionario único. Villa, a la sazón jefe del más fuerte grupo militar, se negó a concurrir; Emiliano Zapata, general del sur, también se negó. El primer intento de unidad revolucionaria en torno de Carranza fue un fracaso. Ante los hechos, varios generales decidieron entonces convocar una nueva convención, pero esta vez en la ciudad de Aguascalientes.

La Convención de Aguascalientes inició sus sesiones el 10 de octubre de 1914. Se declaró soberana, desconoció tanto a Carranza como a Villa y decidió nombrar a un presidente provisional. Carranza se negó a aceptar los decretos de la convención y salió de la capital rumbo a Córdoba y Veracruz. El presidente provisional electo por la convención se llamaba Eulalio Gutiérrez; el jefe de sus fuerzas armadas, Francisco Villa. Su secretario de Educación, José Vasconcelos. Era el inicio de la lucha de facciones. Jesús Silva Herzog participaba en la convención como agregado civil del estado mayor del presidente Gutiérrez y como enviado especial de Redención, periódico que por aquellos días producía con algunos amigos.

Fue muy poco tiempo el necesario para que las dificultades entre Gutiérrez y Villa se iniciaran. Zapata se desplazó a las montañas de Morelos. Carranza parecía derrotado, dominaba tan sólo Veracruz, Tampico y algunas otras zonas del país. Villa amenazaba y se insubordinaba al presidente Gutiérrez. Éste, a su vez, obtenía el apoyo de Lucio Blanco, José Isabel Robles y de Eugenio Aguirre Benavides; creyó también que podría obtener el de Obregón para luchar, así, contra Villa, Zapata y Carranza. Pero nada de esto sucedió. Una vez enterado Villa de sus intenciones, Gutiérrez tuvo que huir hacia el norte. Poco tiempo después se rendiría ante Venustiano Carranza. Jesús Silva Herzog estaba en San Luis con la encomienda de fundar un periódico. Ahí habría de quedarse, resuelto ingenuamente a mantenerse al margen de toda política. Pero, parafraseando a Trotsky, aunque a él no le hubiese importado más la política y la Revolución, él sí que le importó a éstas.

Primero los villistas y después los obregonistas se apropiaron de la ciudad de San Luis. Era el regreso del carrancismo al poder del Estado. Silva Herzog escribía ya para entonces en un nuevo periódico llamado Patria. Pero supo que corría el rumor de que había sido él enemigo de Carranza y del movimiento constitucionalista, sobre todo por sus notas y telegramas publicados en un periódico de nombre Redención. Fue detenido, enjuiciado y, de agosto a noviembre de 1915, estaría preso por el gobierno carrancista en San Luis. Primero con una condena de 3 años, después con una de 8 y varias amenazas de fusilamiento de por medio. Con el país convulsionado, fue puesto en libertad el 26 de noviembre de 1915.

Para 1916, el país volvía a estar en manos del carrancismo, movimiento que poco a poco fue desprendiéndose de sus tendencias socialistas, decantándose hacia lo que podríamos denominar como las coordenadas iniciales de un liberalismo social mexicano. Se abre un antagonismo ideológico con el movimiento de la Casa del Obrero Mundial, que seguía manteniendo tesis socialistas. Para fines de ese 1916, se reúne el Congreso Constituyente. El 5 de febrero de 1917 se proclama la nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En noviembre de 1919 se fundaba el Partido Comunista Mexicano, de tendencia marxista-leninista.

Jesús Silva Herzog, habiendo recobrado su libertad, quiere otra vez mantenerse alejado de la política. A principios de abril, incursiona temporalmente en el mundo de los negocios (el comercio de medicinas), viaja un par de veces a Nueva York y funda, una vez más, una revista en San Luis con amigos poetas y escritores: Proteo, revista de arte y literatura. La revista tendría vida hasta fines de 1917, época en la que se desplaza a la ciudad de México. Sobrevive como funcionario en las oficinas del Distrito Federal y dando clases de inglés en la Escuela Normal. Contrae matrimonio en 1920, año de nuevos sacudimientos políticos.

El gobierno de Carranza estaba llamado a terminar en ese mismo año de 1920. Pero intenta imponer a su sucesor, Ignacio Bonillas. Fue el turno de Álvaro Obregón para sublevarse ante tal imposición. En pocas semanas, el ejército se unió al general Obregón. Carranza huye, traicionado, a Veracruz. Moriría asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, el 21 de mayo de 1920.

El gobierno quedaba provisionalmente en manos de Adolfo de la Huerta. Álvaro Obregón asumiría la presidencia de inmediato. Presidiría la República de 1920 a 1924. En ese período, los zapatistas fueron derrotados; Zapata murió asesinado y traicionado en abril de 1919, en la Hacienda de Chinameca, en el estado de Morelos. Antonio Díaz Soto y Gama, un socialista cristiano e ideólogo de Emiliano Zapata, fundó el Partido Nacional Agrarista. El movimiento obrero se fortalecía y nacía la Confederación Regional Obrera Mexicana, al mando de Luis Napoleón Morones.

La época del gobierno de Obregón (1920-1924), fue, para don Jesús, época de estudio y preparación: clásicos grecolatinos, la Biblia y los padres de la Iglesia. Las clases y el estudio. Se inscribe en la Facultad de Altos Estudios para recibir cátedra de Antonio Caso (de Historia de la Filosofía y Estética), de Carlos Lazo (Historia del Arte) y de Ezequiel A. Chávez (Ciencias de la Educación). Por invitación de José Vasconcelos, miembro del gabinete de Obregón, Alfonso Goldschmidt, profesor en la Universidad de Leipzig, visitó México proveniente de Córdoba, Argentina. Era marxista. Silva Herzog estudió con él Economía Política.

La sucesión de 1924 contó con dos candidatos. Adolfo de la Huerta, secretario de Hacienda de Obregón, quien contaba con el apoyo del partido cooperatista, y Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación de Obregón, quien contaba con el apoyo de agraristas y obreristas. Tras un levantamiento fallido, de la Huerta se retira de la contienda y Plutarco Elías Calles, único candidato, toma el poder de la presidencia el 1 de diciembre de 1924. Durante ese año, Silva Herzog daba clases de Economía Política en la Escuela Nacional de Agricultura, en Chapingo, estado de México.

El gobierno de Calles habría de ser un gobierno de construcción de instituciones: en 1925 fundó el Banco de México; se introdujo por vez primera el impuesto sobre la renta en le país; se organizó la Comisión Nacional de Caminos y la Comisión Nacional de Irrigación.

Dos de las reformas que trascendieron el gobierno de Calles (una de ellas resultó ser a la postre estratégica y definitoria para el destino de la nación), fueron, por un lado, la promulgación de la Ley del Petróleo: la ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional que estipulaba que la propiedad del subsuelo es inalienable e imprescriptible. Por otro lado, el 1 de septiembre de 1928, en su informe ante el Congreso de la Unión, Calles hizo público el célebre planteamiento según el cual era tiempo ya de pasar de las armas y los caudillos a las instituciones. Se trataba del nacimiento del Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI).

Al no seguir en la presidencia Calles, Emilio Portes Gil asume el cargo de fines del 28 a principios del 30. En sus manos quedó la organización del Partido. En 1929, el candidato oficial era Pascual Ortiz Rubio. El candidato civil y de oposición, José Vasconcelos. Detrás de toda la “estructura institucional” del poder del régimen, seguía estando Plutarco Elías Calles, a quien se le llamó “Jefe Máximo”. Tras un fraude memorable contra Vasconcelos –el primer gran fraude electoral del siglo XX; el primer gran fraude electoral del siglo XXI fue contra Andrés Manuel López Obrador–, Ortiz Rubio asumió y sobrevivió en la presidencia de la República, a la sombra del Jefe Máximo, de febrero del 30 a septiembre de 1932. Vasconcelos se refirió a él en sus memorias como “el pelele de Calles”.

Silva Herzog seguía con sus cursos en la universidad de Chapingo. Para 1928, daba ya cursos en la Escuela de Altos Estudios. A partir de 1926, se incorporaba de lleno, para llegar a ser a la postre imprescindible, en la ruta de construcción del Estado mexicano, a caballo entre la vida intelectual y académica, y la vida política y de alta administración del Estado: técnico en la elaboración de la Ley y el Reglamento de los Bancos Agrícolas y Ejidales; director de Estadística Económica en el Departamento de Estadística Nacional; consejero de la Liga Nacional Campesina, organizada bajo el mando de Úrsulo Galván, de orientación no ya socialista-cristiana, como Soto y Gama, sino comunista; asesor en el proyecto de re-organización de Ferrocarriles Nacionales de México; jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos.

Fueron años también, como decimos, de continuidad en su formación intelectual. Leyó a Lenin, Bujarin y, en seminario de estudio, El Capital de Carlos Marx (la edición a la mano era la traducida por el argentino Juan B. Justo).

Cuando Alfonso Goldschmidt, su antiguo profesor de economía política marxista, visitó nuevamente México, lo invitó don Jesús a impartir una conferencia en la Biblioteca de la Secretaría de Hacienda. De esta conferencia surgiría la idea de poner en pie el Instituto Mexicano de Estudios Económicos. Entre los miembros fundadores, destacaban Julio Antonio Mella y Víctor Raúl Haya de la Torre.

Era diciembre de 1928 cuando Genaro Estrada, subsecretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de Portes Gil, le ofrece a Silva Herzog la legación de México en Moscú. Para principios del 29, salía, marxista, para la Unión Soviética. Después de esa experiencia se mantendría dentro del marxismo, pero alejado de toda ortodoxia.

Conoció a los hombres que hicieron la Revolución de octubre: Lunacharski, Bujarin, Kamenev y Zinoviev. Visitó también a Maiakovski poco antes de que éste se suicidara. En general, podría decirse que la experiencia soviética lo desconcertó un poco, aunque también entendió con fascinación la relevancia y el altísimo rango político e ideológico de lo que en su autobiografía se refiere como ‘el experimento de mayor trascendencia de la historia contemporánea, o quizá de toda la historia moderna. Más tarde, el experimento cuajaría en fórmulas nuevas de convivencia social’.

Durante los once meses de vida soviética, Silva Herzog trabajó sin descanso en el estudio de ese proceso fascinante: la historia de Rusia; los aspectos fundamentales de las revoluciones de febrero y octubre; los clásicos de la doctrina soviética (Marx, Engels, Lenin y Bujarin); los problemas derivados de la revolución agraria; los grandes esfuerzos de industrialización acelerada; la organización de los transportes, del comercio exterior; lo relativo al salario, la banca y la moneda; el movimiento cooperativo; la educación cultural del pueblo, las universidades; la protección a la mujer y al niño, etc. Algunas de sus impresiones quedaron vertidas en su trabajo titulado Aspectos económicos de la Unión Soviética.

Pero lo cierto es que la propia vida y experiencia diplomática no fueron de su pleno agrado. Para 1930, tras haber gestionado su cambio a instancias de Marte R. Gómez, secretario de Agricultura, logró trasladarse a Berlín, Alemania. Tres meses después, volvía a México.

En 1930 era presidente Pascual Ortiz Rubio. José Vasconcelos no aceptó nunca la victoria fraudulenta organizada por la maquinaria político-electoral del régimen en ciernes. El Partido Nacional Revolucionario se fundaba con un doble propósito: quitarle al ejército la función electoral, por un lado, y crear las instituciones políticas de un nuevo régimen, el régimen de la revolución institucionalizada, por el otro. Previamente, en 1929, se ilegalizaba al Partido Comunista Mexicano.

Ortiz Rubio solo pudo gobernar por dos años. En el 32 es designado Abelardo L. Rodríguez como presidente interino. Su cargo lo mantendría hasta noviembre de 1934. Narciso Bassols fue secretario de Educación del presidente Rodríguez. Jesús Silva Herzog, subsecretario. Después, cobró vida el cardenismo.

El general Lázaro Cárdenas del Río llegó a la presidencia de la República en 1934. Había sido gobernador de Michoacán, su estado natal; presidente del Partido Nacional Revolucionario en el último tramo de 1930, y secretario de Gobernación. Una de sus primeras medidas de trascendencia política fue ni más ni menos que romper políticamente con Plutarco Elías Calles, Jefe Máximo de la Revolución –el poder en la sombra del régimen–. Calles, en efecto, en 1936, tuvo que salir del país. Cárdenas era el presidente que estaba llamado a cerrar el ciclo largo de la Revolución mexicana. Acaso ha sido él el estadista más importante del siglo XX mexicano: impulsó la reforma agraria; estimuló la organización de los trabajadores de la ciudad (legalizó nuevamente al Partido Comunista Mexicano); mantuvo una política internacional independiente; abrió las puertas de México a multiplicidad de exiliados; fundó el Instituto Politécnico Nacional y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Y nacionalizó la industria petrolera de México. La Revolución lo obligaba a actuar.

Mientras tanto, Jesús Silva Herzog, de vuelta de su paso por la Unión Soviética y Alemania, trabajaba como asesor del Comité Reorganizador de los Ferrocarriles Nacionales. Al mismo tiempo, continuaba con sus clases en la Escuela de Derecho y Ciencias Sociales, sobre Historia del Pensamiento Económico. Para 1932, su oficina de asesoría se convirtió en la primera oficina importante de Estudios Económicos de México. Después fue, como ya hemos dicho, subsecretario de Educación con Bassols.

Con Cárdenas, Narciso Bassols{7} fue nombrado secretario de Hacienda, Silva Herzog fue su Director de Ingresos; poco tiempo después el secretario sería sustituido por Eduardo Suárez. Silva Herzog organizó dentro de Hacienda la Comisión de Estudios Financieros. Entre 1936 y 1937 dio conferencias en la Universidad Obrera, fundada por Vicente Lombardo Toledano.

En 1937, el problema crucial del Estado mexicano era el del petróleo. Silva Herzog, junto con Efraín Buenrostro, subsecretario de Hacienda, y Mariano Moctezuma, subsecretario de Economía, fue incorporado como perito en el conflicto de orden económico entre los trabajadores y las empresas petroleras extranjeras: se trataba del monto de 26 millones de pesos que, en calidad de salarios y prestaciones, la empresa extranjera El Águila se negaba a pagar a sus trabajadores. Al poco tiempo fue designado como secretario de la Comisión pericial. En unas semanas preparó un extenso informe sobre la industria petrolera y sobre la manera de resolver el conflicto. Este informe iba a convertirse en la base del laudo de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y de la sentencia final de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En aquellos días fue designado también director de la Productora Importadora de Papel. El 28 de febrero de 1938 fue enviado a Washington para informar al embajador mexicano sobre el estado de las cosas en lo relativo al conflicto con las petroleras extranjeras. El 19 de marzo, habiendo tenido que permanecer por más tiempo en Estados Unidos para atender cuestiones relativas a la empresa importadora de papel, se enteró, a través del New York Times, de que México había expropiado las empresas petroleras. Para la tarde estaba ya tomando el tren en Pennsylvania para volver al país. Eran tiempos de grandes definiciones para el destino de México.

Nos permitimos insertar aquí –lo consideramos de un interés esencial– la parte de su autobiografía en la que Silva Herzog consigna los pormenores de aquéllos dramáticos y contundentes días:

«Supe después que todavía en marzo el presidente Cárdenas trató de buscar un arreglo con las compañías petroleras. Todo fue inútil, alegando siempre que no tenían capacidad de pago para aumentar los 26 000 000 en salarios y prestaciones sociales. Las compañías, llenas de soberbia, se declararon en rebeldía ante la sentencia de la suprema autoridad judicial de la República.
Un elevado personaje de la Standard Oil Company de Nueva Jersey declaró enfáticamente en Nueva York: “Nosotros ya no tenemos nada que hacer; que el próximo paso lo dé el gobierno de México”; y el gobierno de México tuvo que dar el único paso que le quedaba por dar: la expropiación.
El 18 de marzo el presidente Lázaro Cárdenas anunció por la radio a toda la nación el acto expropiatorio, en defensa de la soberanía y del decoro de México. Hizo una detallada explicación de los sucesos, terminando con la formulación de cargos justificados e incontrovertibles contra las empresas extranjeras. A continuación transcribo los últimos párrafos del histórico y memorable discurso:
Examinemos la obra social de las empresas. ¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital, o una escuela, o un centro social= , o una obra de aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque fuese a base de los muchos millones de metros cúbicos del gas que desperdician las explotaciones?
¿En cuál centro de actividad petrolífera, en cambio, no existe una policía privada destinada a salvaguardar intereses particulares, egoístas y algunas veces ilegales? De estas agrupaciones, autorizadas o no por el gobierno, hay muchas historias de atropellos, de abusos y de asesinatos siempre en beneficio de las empresas.
¿Quién no sabe o no conoce la diferencia irritante que norma la construcción de los campamentos de las compañías? Confort para el personal extranjero; mediocridad, miseria e insalubridad para los nacionales. Refrigeración y protección contra insectos para los primeros; indiferencia y abandono, médico y medicinas siempre regateados para los segundos; salarios inferiores y trabajos rudos y agotantes para los nuestros.
Otra contingencia forzosa del arraigo de la industria petrolera, fuertemente caracterizada por sus tendencias antisociales, y más dañosa que todas las enumeradas anteriormente, ha sido la persistente, aunque indebida, intervención de las empresas en la política nacional.
Nadie discute ya si fue cierto o no que fueron sostenidas fuertes fracciones de rebeldes por las empresas petroleras en la Huasteca veracruzana y en el Istmo de Tehuantepec, durante los años de 1917 a 1920 contra el gobierno constituido. Nadie ignora tampoco cómo, en distintas épocas posteriores a las que señalamos y aun contemporáneas, las compañías petroleras han alentado casi sin disimulos ambiciones de descontentos contra el régimen del país, cada vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos o con la rectificación de privilegios que disfrutan o con el retiro de tolerancias acostumbradas. Han tenido dinero, armas y municiones para la rebelión. Dinero para la prensa antipatriótica que las defiende. Dinero para enriquecer a sus incondicionales defensores. Pero para el progreso del país, para encontrar el equilibrio mediante una justa compensación del trabajo, para el fomento de la higiene en donde ellas mismas operan, o para salvar de la destrucción las cuantiosas riquezas que significan los gases naturales que están unidos con el petróleo en la naturaleza, no hay dinero, ni posibilidades económicas; ni voluntad para extraerlo del volumen mismo de sus ganancias.
Tampoco lo hay para reconocer una responsabilidad que una sentencia les define, pues juzgan que su poder económico y su orgullo los escuda contra la dignidad y la soberanía de una nación que les ha entregado con largueza sus cuantiosos recursos naturales y que no puede obtener, mediante medidas legales, la satisfacción de las más rudimentarias obligaciones.
Es por lo tanto ineludi= ble, como lógica consecuencia de este breve análisis, dictar una medida definitiva y legal para acabar con este estado de cosas permanente en que el país se debate, sintiendo frenado su progreso industrial por quienes tienen en sus manos el poder de todos los obstáculos y la fuerza dinámica de toda actividad, usando de ella no con miras altas y nobles, sino abusando frecuentemente de ese poderío económico hasta el grado de poner en riesgo la vida misma de la nación, que busca elevar a su pueblo mediante sus propias leyes, aprovechando sus propios recursos y dirigiendo libremente sus destinos.
Planteada así la única solución que tiene este problema, pido a la nación entera un respaldo moral y material suficientes para llevar a cabo una resolución tan justificada, tan trascendente y tan indispensable.
El gobierno ha tomado ya las medidas convenientes para que no disminuyan las actividades constructivas que se realizan en toda la República, y para ello, sólo pido al pueblo confianza plena y respaldo absoluto en las disposiciones que el propio gobierno tuviere que dictar.
Sin embargo, si fuere necesario, haremos el sacrificio de todas las actividades constructivas en que la nación ha entrado durante este período de gobierno, para afrontar los compromisos económicos que la aplicación de la Ley de Expropiación sobre intereses tan vastos nos demanda y aunque el subsuelo mismo de la patria nos dará cuantiosos recursos económicos para saldar el compromiso de indemnización que hemos contratado.
Todos los directores administrativos y los técnicos de las compañías eran extranjeros. Al enterarse de la expropiación, abandonaron en masa sus puestos. El problema consistió en sustituirlos desde luego siendo preciso ascender a los capitanes y tenientes –valga la comparación– a coroneles y generales; y todos, sin excepción, desempeñaron sus nuevas obligaciones correctamente, celosos del cumplimiento de su deber. Los ferrocarrileros transportaron en los carros-tanque la gasolina y otros derivados con singular diligencia; y no faltó gasolina ni querosina, ni gas oil en ninguna parte del país. Es cierto que nuestro pueblo tiene numerosos defectos, pero cuando sabe que se hallan en juego intereses vitales para su patria es capaz de las más altas virtudes.
Días después hubo una manifestación en la ciudad de México, a la cual asistieron espontáneamente más de 100 000 personas en apoyo decidido al gobierno. El clero, por primera vez en la historia de México, se puso al lado de una causa eminentemente popular y nacionalista; y cuando se comenzaron a recoger fondos para pagar la deuda petrolera permitió que se hiciera en las iglesias.
Para recolectar fondos con el propósito indicado se organizó un comité en el Palacio de las Bellas Artes, el cual funcionó durante cierto tiempo. Se reunieron apenas algo más de 2 000 000 de pesos, suma meramente simbólica. Muchas personas aportaron lo que pudieron: dinero en sumas pequeñas o de cierta cuantía, joyas y otros objetos de valor. Se publicó entonces que una viejecita del pueblo entregó una gallina, su único patrimonio.
La expropiación de los bienes de las empresas petroleras y la lucha contra ellas poco después tuvo a mi parecer matiz de epopeya. El héroe fue el pueblo de México; su caudillo, no hay que olvidarlo, se llama Lázaro Cárdenas. […]
Se había iniciado la batalla de las grandes empresas petroleras en contra de México; entidades económicas con un poder inmenso; verdaderos monstruos de la economía mundial. Estaban allá, en Nueva York, en Londres, en Ámsterdam. Aquí estaba un pueblo pobre; pero estaba todo el pueblo. El 19 de marzo se habían ido todos los técnicos, todos los directores; no había un solo barco tanque en puertos mexicanos; habían cruzado la frontera los carros tanque (de ferrocarril) alquilados. ¿Qué hacer? El problema se presentaba pavoroso.»{8}

Una vez decretada la medida expropiatoria, Silva Herzog fue nombrado director general de la Distribuidora de Petróleos Mexicanos. La industria se dividía entonces en dos ramas: Petróleos Mexicanos, abocada a las cuestiones de producción, y la Distribuidora, concentrada en los asuntos de comercialización y financieros.

En 1940, Silva Herzog fraguó en Washington, al lado del embajador Castillo Nájera, una victoria en contra de la empresa Sinclair, tercera petrolera en importancia que había sido afectada por la medida soberana. La victoria consistió en haber obligado a la empresa a aceptar que los 8 millones y medio de dólares que habrían de pagársele por parte del gobierno mexicano, eran a cuenta “del derecho soberano de México a expropiar”, y no simplemente “por compra”, como era la intención de la empresa.

De vuelta a México, presentó su renuncia al presidente Cárdenas. Volvía a su puesto de consejero del secretario de Hacienda y a sus clases en la Universidad. Ese mismo año fue nombrado director de la Escuela Nacional de Economía.

Su vida académica siguió floreciendo. En 1960, la Escuela Nacional de Economía lo nombró profesor emérito. Su vida como servidor público se prolongaría por una década más: fue subsecretario de Hacienda entre 1945 y 1946 y presidente de la Comisión Técnica de la Secretaría de Bienes Nacionales, puesto que dejó, terminando así con su vida en el servicio público, en diciembre de 1948.

Cuadernos Americanos nace en 1942 por iniciativa de Jesús Silva Herzog, Juan Larrea, Bernardo Ortiz de Montellanos y León Felipe. El nombre se debe a feliz sugerencia de Alfonso Reyes. Esta revista es, como hemos dicho desde el inicio, el legado intelectual más fino y acabado de Jesús Silva Herzog. Se trata de una ineludible referencia continental para todo hispanohablante que quiera comprender alrededor de medio siglo de pensamiento y acción en español. Es la caja de resonancia intelectual de una época y de una generación.

El propósito fundamental de la revista era el de recoger la herencia de Europa y del pensamiento hispanoamericano a efectos de contribuir al florecimiento de la cultura mexicana y americana. En su consejo de redacción figuraban cuatro españoles: José Gaos, Joaquín Xirau, Pedro Bosch Gimpera y el propio León Felipe.

La relación de la revista con el mundo hispánico y con España fue siempre de singular interés. En sus primeras ediciones, fueron comentados libros como España en la historia, de Américo Castro (1949), Literatura del pueblo español de Gerald Brenan (1952), La integración nacional de las Españas de Anselmo Carretero (1958), Los Cuadernos de historia de España de Claudio Sánchez Albornoz (1949), España virgen de Waldo Frank (1942), Pensamiento de lengua española de José Gaos (1946), Filosofía en metáforas y parábolas de Juan García Bacca (1945), La lucha española por la justicia en la conquista de América de Lewis Hanke (1949), Miguel de Unamuno de Julián Marías (1944), Sociología de José Medina Echavarría (1942), Historia de España (edición de Menéndez y Pidal) (1942), Que trata de España de Blas de Otero (1965), Religión y Estado en la España del siglo XVI de Fernando de los Ríos (1957), La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVII (1958), etc., etc.

Por sus páginas pasaron revista autores como Rafael Altamira, José Gaos, Manuel Tuñon de Lara, Pedro Bosch Gimpera, Luis Abad Carretero, Julio Álvarez del Vayo, Max Aub, Francisco Ayala, Juan Cuatrecasas, Alfaro Fernández Suárez, Juan David García Bacca, Eugenio Imaz, León Felipe y José Medina Echavarría.

De esta revista excepcional dijo Juan Marinello, en 1966, lo siguiente:

«La aparición del número 150 de Cuadernos Americanos es, sin exageración, un hecho de relieve continental. Los que hemos venido leyendo la gran revista a lo largo de 25 años lo sabemos bien. Cuadernos ha realizado la tarea casi milagrosa de mantener por todo este tiempo la calidad y la novedad –testimonio y presagio–, fundamentos de toda obra de cultura verdadera.
Ha sido tan pleno el aporte de Cuadernos que quien historie nuestro tiempo no podrá prescindir de su información y consulta. En sus páginas se dieron cita permanente el rigor científico y la aventura libérrima. En cada campo se escogieron las mejores hazañas de la indagación y la creación.
La América Latina ha contado en todo tiempo con revistas primordiales a las que hay que acudir tanto como a los libros mejores. Al decir que Cuadernos Americanos mantiene con el más alto rango la difícil tradición, afirmamos la verdad. Por ello merece el más hondo homenaje su animador incansable don Jesús Silva Herzog. Un calificativo muy abusado en nuestros días parece nacido para este hombre, logrado caso de heroísmo intelectual, el de Benemérito de la Cultura Americana. ¿Por qué no lo proclaman, al saludar este número 150, los que hemos recibido de Cuadernos enseñanza, placer y estímulo?»{9}

José Emilio Pacheco, en un no menos hermoso y justo texto titulado ‘Gracias por todo’, afirma con implacable y agradecida lucidez lo que a continuación insertamos –bien vale la pena insertar también el texto en su totalidad–:

«‘Si leer es algo más que descifrar los signos, puedo decir que aprendí a leer en Cuadernos Americanos. No a título de colaborador muy secundario y esporádico sino de lector constante me atrevo a presentarme en este homenaje. Cuadernos Americanos ya no es simplemente una revista: es una biblioteca. Y sin consultarla no podrán reconstruirse cuarenta años de vida nacional y continental.
Don Jesús Silva Herzog es uno de nuestros grandes héroes civiles. Es uno de aquellos hombres que rescatan la dignidad mexicana y cuya sola existencia es una crítica a quienes no tuvimos el coraje de ser como ellos. Cuadernos Americanos no es la menor de sus hazañas. En modo alguno olvido el trabajo de quienes se hallaron y se encuentran a su lado –su esposa doña Ester en primerísimo lugar–, y sin embargo considero Cuadernos Americanos como obra personal de Silva Herzog: el único entre los compiladores de este mundo que nos ha dado 240 antologías del pensamiento y la literatura de nuestros países.
En casi medio siglo de Cuadernos Americanos culminan por ahora siglo y medio de tentativas que inició Andrés Bello con otra revista de título semejante: Biblioteca Americana. Las épocas son tan diferentes como las personalidades de Bello y Silva Herzog. Pero ambos son maestros de esta América, nuestra América, y ambos han unido lo que las fronteras y los intereses oligárquicos e imperiales han separado. Cuadernos Americanos ha sido la revista mexicana de la Patria Grande. Quienes en ella aprendimos tantas cosas durante tantos años ahora sólo queremos decirle con la más profunda humildad pero también con el mayor fervor: –Querido y admirado don Jesús, gracias por todo.»{10}

Además de su titánica y generosa obra de editor de esta revista fundamental, don Jesús Silva Herzog fue autor de obra variada: entre la década de los 40 y los 50 publicó Historia del pensamiento económico de México, Meditaciones sobre México, Nuevos estudios mexicanos, Tres siglos de pensamiento económico. Después publicó El agrarismo mexicano y la reforma agraria, El mexicano y su morada, Historia del pensamiento económico de la antigüedad al silgo XVI, Antología del pensamiento económico y social de Bodino a Proudhon, y el clásico trabajo histórico que lleva por título Breve historia de la Revolución Mexicana.

A fines de 1948 quedó completamente ciego de su mejor ojo, el izquierdo, ese con el que había trabajado toda su vida.

31 años de trabajo en el servicio civil que son resumidos, con su modestia particular, del modo siguiente: durante ese lapso, fui oficial segundo, oficial primero, jefe de sección técnica, jefe de departamento, director, subsecretario, encargado del despacho y, además, gerente general de la Distribuidora de Petróleos.

En 1972, en su discurso pronunciado en la Cámara de Diputados con motivo del recibimiento de la medalla “Eduardo Neri”, Jesús Silva Herzog advirtió a su auditorio esto:

«Me hice de izquierda cuando me sumé a la brigada del General Eulalio Gutiérrez a la edad de 21 años, en la ciudad de San Luis Potosí en el año lejano de 1914; y he seguido siendo hombre de izquierda, jamás lo he negado, y voy a seguir siendo hombre de izquierda y lo que me ha ocurrido es que a medida que me he hecho más viejo, me he hecho más de izquierda.»

Murió en la ciudad de México en 1985.

Ante su memoria, su obra de construcción y su acción en favor de los intereses nacionales y populares de México, de la unidad continental Iberoamericana y del florecimiento de la hispanidad en general, y en favor, también, del socialismo, nos inclinamos con humildad, admiración y respeto solemne.

Notas

{1} Jesús Silva Herzog, Una vida en la vida de México, Lecturas Mexicanas, SEP/Siglo XXI, 1986, p. 5.

{2} Esto es lo que consigna don Jaime Díaz-Rozzotto en su artículo titulado ‘Nuestra América será una e indivisible’ y que aparece en el compendio organizado por Cuadernos Americanos en homenaje a Jesús Silva Herzog, en el número especial de la misma, correspondiente al 6, noviembre-diciembre de 1985, segunda época, México DF, págs. 101-105. 

{3} Introducción a Jesús Silva Herzog: la larga marcha de un hombre de izquierda, edición especial de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, 1972, México DF, págs. 7 y 8.

{4} Las referencias de las que me sirvo para el desarrollo de estas notas sobre la vida de Silva Herzog son Una vida en la vida de México, que es el tomo 1 de su autobiografía; Mis últimas andanzas, tomo 2 de la misma; el número especial de Cuadernos Americanos organizado en homenaje a su persona en 1985; Inquietud sin tregua, compilación de ensayos de don Jesús editado en 1972 por el Colegio Nacional de Economistas; y el libro editado por la Escuela Nacional de Economía, también en 1972, que lleva por título Jesús Silva Herzog: la larga marcha de un hombre de izquierda.

{5} Nos referimos a Una vida en la vida de México, Autobiografía de Jesús Silva Herzog. La edición con la que contamos corresponde a un trabajo conjunto entre Siglo XXI editores y la Secretaría de Educación Pública. La primera edición es de 1972; la que tenemos a la vista, que forma parte de la Colección Lecturas Mexicanas, es de 1986.

{6} Una de las referencias clásicas y obligadas para cualquier mexicano decente –es decir, informado y preocupado por informarse, porque la ignorancia, además de que no es ni puede ser un argumento, es, sobre todo, una indecencia–; una de las referencias fundamentales sobre la historia de la Revolución mexicana, decimos, es precisamente la Breve Historia de la Revolución Mexicana, de don Jesús Silva Herzog. La primera edición es de 1960, y corresponde, como no podría ser de otra manera, al Fondo de Cultura Económica –institución que lleva también el sello de Silva Herzog–. Se editaron dos tomos. El tomo uno abarca “los antecedentes” y “la etapa maderista” de la Revolución. El tomo dos, en esto estábamos, “la etapa constitucionalista” y “la lucha de facciones”.

{7} Narciso Bassols (1897-1959) es otra de las grandes figuras de la vida política e intelectual de México. Es otro gigante del siglo XX mexicano. Abogado, político e ideólogo del período posrevolucionario, el de más acuciantes necesidades de construcción del Estado, fue también un férreo militante del pensamiento socialista.

{8} Una vida en la vida de México, de Jesús Silva Herzog, págs. 186-189.

{9} El texto de Marinello aparece en la página 264 de la misma edición especial (6, noviembre-diciembre de 1985, segunda época) con la que Cuadernos Americanos rindió homenaje a Jesús Silva Herzog.

{10} Este emotivo texto de Pacheco aparece como Epílogo, en la página 293, de la edición especial de Cuadernos Americanos que venimos comentando (número 6, noviembre-diciembre de 1985, segunda época).

 

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