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El Catoblepas, número 66, agosto 2007
  El Catoblepasnúmero 66 • agosto 2007 • página 5
Voz judía también hay

El estereotipo de Charles Dickens

Gustavo D. Perednik

Uno de los máximos novelistas ingleses guardó una relación ambigua
para con el pueblo judío

Carlos Dickens (1812-1870) fotografiado hacia 1860

La presencia judía en las letras de Inglaterra puede rastrearse hasta las elegías anglosajonas del siglo VIII que contienen alusiones al Éxodo como el manuscrito Caedmon o El Navegante (The Wanderer). El estereotipo demoníaco del israelita aparece desde los Cuentos de Canterbury de Geofrey Chaucer (1390) –entre los cuales el relato de la abadesa recoge el mito del asesinato ritual– hasta El judío de Malta (1589) de Christopher Marlowe –protagonizada por Barrabás, cruel, avaro, inflexible y con delirios de gobierno universal.

El judío diabólico, tan habitual en el medioevo, comienza a humanizarse a partir del Shylock shakesperiano, proceso que fue consolidado por los diversos actores que fueron interpretando al personaje. El proceso alcanzó su clímax en el drama de Richard Cumberland El Judío (1794), la primera obra en la que un prestamista (Sheva) ya no es el enemigo sino el benevolente héroe, quien trae felicidad a una joven pareja y resuelve una disputa familiar. A Cumberland siguieron en las letras inglesas el Ivanhoe (1819) de Walter Scout, Daniel Deronda (1876) de George Eliot, y aun Leopold Bloom en el Ulises (1922) de Joyce. Los protagonistas judíos habían pasado a ser comprendidos y aun queridos.

El caso de Charles Dickens (1812-1870) es peculiar. Es cierto que el villano Fagin de Oliver Twist (1838) reafirma la imagen diabólica, pero la actitud de Dickens para con los judíos ha sido revalorada y llegó a sostenerse que la judeidad de Fagin es meramente casual.

Dickens debió de haber conocido judíos cultos que bregaban por la igualdad de derechos que venía siéndoles negada, pero resulta elocuente que sus personajes hebreos son habitualmente despreciables. Tampoco lo perturbaron los artículos judeofóbicos que aparecían en la revista Bentley's Miscellany de la que era editor.

En su correspondencia epistolar menciona a un «viejo judío rico, demoledor y estruendoso» y a un «prestamista judío, mediador y tendero». En realidad los blancos de su diatriba eran cristianos que para Dickens se habían comportado «como judíos».

A la sazón se abría paso la Inglaterra liberal a la que se oponían viejos prejuicios conservadores que la pluma de Dickens vino a ratificar. Cabe revisarlo, ya que se trata de uno de los escritores más populares en la historia de la literatura, en base de cuyas obras se hicieron casi doscientas películas y adaptaciones televisivas. Uno de los motivos de su popularidad es que escribía desde la capital de la primera potencia mundial, pero ocupado en ella de describir la vida de los abandonados, los marginados en el corazón del imperio, en una suerte de contrapartida de Jane Austen (1775-1817). Vale recordar que Karl Marx escribió de Dickens que «emitió al mundo más verdades sociales que todos los políticos y publicistas juntos».

Dickens pasó su infancia mayormente en Londres. Ingresó a la escuela a los nueve años, pero a los doce debió interrumpir cuando su padre fue a prisión por una deuda. La falta de previsión de éste obligó a su familia a trasladarse repetidamente a moradas cada vez más baratas. A fin de ayudar a mantener a su familia, Charles trabajaba como etiquetador de estuches de betún para calzado. Le acompañó un sentido de humillación que impregna su novela autobiográfica David Copperfield (1850), en la que su padre es transformado en el personaje Wilkins Micawber, prototipo de la incompetencia amable y perjudicial.

Su empatía para con los marginados se evapora con respecto a un sector de ellos, los judíos, quienes en su narrativa son desagradables, vulgares, groseros, y siempre ricos.

La primera vez que la comunidad hebrea protestó por el estereotipo fue unos años después de la publicación de Oliver Twist (1838), en la que aparece lo que Milton Kerker denominó «el judío más grotesco y vil de toda la literatura inglesa». Fagin está tan deshumanizado que siempre se lo llama «el judío».

Dickens replicó que no albergaba ninguna judeofobia. A pesar de esta negación intentó, en la siguiente edición de la novela, corregir sus implicancias ofensivas.

En efecto, la edición de 1867 Fagin ya no es llamado «el judío» o «el viejo», sino por su nombre, aun cuando ello se da sólo en los últimos quince capítulos (la decisión de rectificar la judeofobia se había tomado después de que la primera parte ya estaba en la imprenta).

Fagin es uno de los pocos personajes judíos de la literatura del siglo XIX; el único desarrollado en Dickens. El otro personaje judío de Oliver Twist, Barney, también es llamado reiteradamente «el judío»; es un socio joven de Fagin, descrito como «casi tan vil y repulsivo» como el villano mayor.

La moral de la novela es maniquea: el bien absoluto está personificado en Oliver, y el mal absoluto en el judío, satánico, típicamente medieval.

Podría haberse presentado a Fagin con Oliver del mismo lado, el de los que padecían marginación social, pero Dickens soslaya que la judeidad de Fagin lo condenaba aún a un estatus más desventajoso que el de huérfano Oliver. Por el contrario, lo instala como un antípoda del virtuoso niño. Si uno ha de encontrar su lugar en la sociedad, el otro debe morir.

La escena que lleva a la cúspide esa dicotomía se produce al comienzo del capítulo 35. Oliver clama «¡El judío, el judío!» rompiendo todo vínculo que pudiera haber habido entre ellos. Fagin está solo, sin marco de referencia. No pertenece a un grupo ni a una clase, no es mártir ni víctima: es el diabólico tentador de cristianos.

La descripción del judío como la encarnación del mal recoge la arraigada judeofobia religiosa de algunas producciones del medioevo, las Cruzadas y el Renacimiento, y allana el camino de la subsecuente judeofobia «racial» que perduró un siglo.

Como original respuesta, el escritor de historietas Will Eisner (1917-2005) creó en 2003 una novela gráfica llamada Fagin el judío, en la que vuelve a relatarse la narración dickensiana pero desde el punto de vista de Fagin. Para la noche que precede a su cadalso, Eisner imagina un ocurrente diálogo entre Dickens y Fagin, en el que Fagin le pide a su creador que comprenda mejor su conducta debido a su desdichada vida.

Notablemente, mientras Dickens vivía alguien le solicitó esa comprensión.

Fotograma del Oliver Twist de David Lean (1948) con Alec Guinness como Fagin, y John Howard Davies como Oliver

Arrepentimiento novelesco

En dos ocasiones Dickens fue cuestionado por su actitud. Aunque en ninguna de ellas admitió error de su parte, la segunda lo estimuló a nada menos que escribir una novela con un personaje judío destinado a compensar el mal sabor que había dejado Fagin.

La primera de las dos ocasiones fue en 1854, cuando el londinense Jewish Chronicle preguntó «por qué sólo los judíos son excluidos del corazón de simpatía de este gran autor y poderoso amigo de los oprimidos». Dickens respondió un tiempo después, cuando fuera invitado a una cena aniversario del Westminster Jewish Free School: «No veo ninguna razón que puedan tener los judíos para verme hostil a ellos, teniendo en cuenta la simpatía con la que traté la persecución contra los judíos en Historia de Inglaterra para Niños» (1851).

Así, Dickens salteó la evidencia incontrovertible de Fagin, y se limitó a sostener que «muy por el contrario, creo que hago mi parte en la afirmación de su libertad civil y religiosa, y en mi Historia he expresado mi completo repudio a la persecución del pasado».

En realidad, no hay registro que indique que Dickens hubiera expresado rechazo a la entonces vigente exclusión de los judíos de las universidades, de los colegios de abogados, de oficinas municipales, de las elecciones nacionales y del parlamento. Y podría haberse hecho oír cuando en 1829 se otorgó emancipación a los católicos y cierta agitación de los liberales requería que se levantasen simultáneamente las trabas cívicas contra los judíos. Lo pidieron William Hazlitt y Charles Macauley, pero no Dickens.

Vale mencionar que la primera interacción significativa de Dickens con un judío de carne y hueso fue en 1860 cuando el banquero James Davis mostró interés en comprar su casa. Dickens escribe una carta a un amigo: «Si el prestamista judío compra –y digo si, porque por supuesto no habré de creer en él hasta que no pague el dinero…»

El dinero fue pagado, y el «judío prestamista» mostró ser un hombre honesto. Después de vender, Dickens vuelve a escribir: «Debo decir que el comprador se ha comportado enteramente bien, y que nunca he tenido trato comercial con alguien que haya sido tan satisfactorio, considerado y confiable». Su primer encuentro con un judío había resultado positivo.

Por ello, tres años después la esposa del comprador decidió volver a dirigirse a Dickens, en una carta (22 de junio de 1863) en la que Eliza Davis solicita una donación para un Asilo Judío para Indigentes, e insinúa que dicho gesto por parte de Dickens limaría su imagen de desconsiderado para con los judíos: «La pluma del novelista, la sorna del folletinista, están todavía afilados contra los hijos de Israel. Se ha dicho de Charles Dickens que es de corazón abierto y que sus obras reclaman elocuente y noblemente por los oprimidos de su país… pero que ha estimulado un vil prejuicio contra los despreciados hebreos… Me temo que Fagin admite sólo una interpretación. Pero mientras Charles Dickens viva, el autor puede justificarse o purgar una gran injusticia contra una nación dispersa pero entera… nosotros los errantes del Lejano Este deseamos mostrar que hemos encontrado amigos en la tierra en la que hemos plantado nuestras tiendas».

En su respuesta{1} (10 de julio de 1863) Dickens no modifica la inocente pose que había adoptado frente al Jewish Chronicle: «Debo decir que si hubiera un sentimiento general de parte del inteligente pueblo judío de que les he causado lo que usted describe como ‘un gran mal’, son un pueblo mucho menos sensato y mucho menos justo y de mucho peor carácter de lo que siempre los he supuesto.»

Dickens arguye que Fagin es un judío, pero no es todos los judíos. Y agrega: «Fagin, en Oliver Twist, es un judío, porque lamentablemente era cierto de la época a la que el relato se refiere que esa clase de criminales era invariablemente judío… y en segundo lugar no es llamado judío por su religión sino por su raza».

La señora Davis no se amedrentó ante la airada respuesta y la agradeció con un comentario adicional (14 de julio de 1863): «en la obra hay buenos cristianos, pero este pobre desgraciado de Fagin queda solo, es ‘el judío’… es un hecho que la raza y la religión judías son inseparables; si un judío abraza otra religión ya no es considerado más de la raza ni para su gente ni para los gentiles a quienes ha adherido… No puedo disputar el hecho de que en los tiempos a los que Oliver Twist se refiere había algunos judíos receptores de mercancías robadas… No creo sin embargo probable en ningún modo que había alguno tan bajo como para entrenar a jóvenes ladrones del modo en que está descrito en la obra… me permito opinar que sería muy bueno para un autor examinar más de cerca los modales y el carácter de los judíos británicos para representarlos como realmente son».

Repasemos el argumento que sostenían tanto el Jewish Chronicle como la señora Davis: Fagin no es la mera representación de un judío sino que carga el peso de todos ellos. Cuando Dickens arguye que Fagin es, como los personajes cristianos, uno de muchos, es desmentido por el hecho de que no hay otros protagonistas judíos en Oliver Twist.

A la segunda carta de la Davis, Dickens respondió un año después… con otra novela. En efecto, en mayo de 1864 apareció la primera tirada mensual de Nuestro común amigo, la décimocuarta y última novela de Dickens{2}.

En la séptima tirada apareció un nuevo protagonista judío, el bondadoso Riah, y la señora Davis vuelve a escribir, esta vez agradecida.

Pero como los protagonistas que no se basan en la experiencia concreta, tampoco Riah es real. Dickens vuelve a revelar su ignorancia de la vida judía. Riah luce vestimentas estereotípicas, usa el nombre «Jehová», ausente en el léxico judío y, fundamentalmente, es demasiado puro para ser real. Riah es un personaje afectado, que sirve para que Dickens pase su mensaje didáctico.

En vez de reflejar el trato de Dickens con judíos, que están cercanos a él y con quienes podría haber entablado alguna relación, Riah parece exhibir el deseo de Dickens de satisfacer a la señora Davis.

Riah es introducido como «un viejo judío con un antiguo gabán… largo, y ancho de bolsillos, con cabello gris largo fluyendo y mezclándose con su barba…» A diferencia de Fagin y sus movimientos torcidos, serpentinos, Riah «camina con paso grave y aplomado, con su báculo en la mano… más de uno se da vuelta para observar su venerable figura».

Dickens describe una especie de figura celestial que difícilmente iba a cruzársele a alguien en las calles de Londres. Irradia bondad y se transforma en una especie de padrino para dos jóvenes abandonadas, a quienes les consigue trabajo en el taller de un judío. De éste y de su esposa se dice que «no puede haber gente más noble en el mundo… nos tratan a quienes estamos empleados aquí con buena voluntad y alegría… son muy considerados de nuestro bienestar».

Al final de la novela Riah pronuncia un discurso shylockiano:

«En los países cristianos no les ocurre a los judíos como a muchos otros pueblos. La gente dice ‘Éste es un mal griego, pero hay buenos griegos. Este es un mal turco, pero hay buenos turcos’. No ocurre lo mismo con los judíos. La gente encuentra a los malos entre nosotros bastante fácilmente –¿entre qué personas no hay gente mala?– pero toma a los peores de nosotros como muestra de lo mejor; toman lo más bajo de nosotros como presentaciones de lo más elevado. Y dicen ‘Todos los judíos son iguales’.»

A pesar de las limitaciones del caso, la Davis valoró el esfuerzo del autor y le envió de obsequio una vistosa traducción de la Biblia hebrea. Dickens la agradece inmediatamente, y asegura que «no hay nada sino buena voluntad entre mí y un pueblo por el que tengo real consideración, y al que nunca habría ofendido intencionalmente, ni habría cometido una injusticia por nada. Créame, muy lealmente suyo, Charles Dickens».

Notas

{1} La correspondencia entre Eliza Davis y Dickens se dio a conocer a estudiantes de Dickens y publicada en 1918 bajo el título de Charles Dickens y sus personajes judíos.

{2} El resumen de la novela es que mientras John Harmon está en el extranjero, su padre, un rico empresario de limpieza, muere en Inglaterra. John regresa, y se entera de que el testamento condiciona la herencia a que se case con una tal Bella Wilfer a quien no conoce. En el viaje de retorno al extranjero, un pasajero intenta robarle a John Harmon sus papeles y asesinarlo. El ladrón muere en el intento y su cadáver es hallado con los papeles de Harmon. La herencia queda entonces en manos de Boffin, el capataz del viejo Harmon, quien adopta a Bella. John pasa a trabajar para Harmon y Bella se enamora de él. Termina descubriéndose su verdadera identidad, y se casan. Otro intento de asesinato constituye un subargumento, por medio del cual Dickens presenta una gran variedad de tipos sociales, y deja una moraleja acerca de las consecuencias del dinero, la mezquindad y la corrupción a las que lleva.

 

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