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El Catoblepas, número 65, julio 2007
  El Catoblepasnúmero 65 • julio 2007 • página 11
Artículos

La foto del 27, de izquierda a derecha

José María Bellido Morillas

Se nos quiere imponer que pensemos, tras la demostración de los crímenes de los fascistas, que los rojos eran los buenos y que ganaron (moralmente) la guerra

Ateneo de Sevilla 1927, Homenaje a Góngora en su tercer centenario: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Platero, Manuel Blasco, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego

Leemos en Hermano Lobo, firmado por Lord (Francisco Umbral), una genial lista de Cosas que sabían nuestras tías{1}, como «Que buen porte y buenos modales abren puertas principales. Que siempre ha habido ricos y pobres. Que el pueblo no tiene principios. Que en febrero busca la sombra el perro», complementada por otra de Cosas que no sabían nuestras tías, entre las cuales está «Que Rodolfo Valentino era del ramalazo», «Que Hitler no iba a ganar la guerra». Las dos últimas: «Que Unamuno era de derechas. Que Ortega también.»

No quiere decir esta humorada que Ortega exclamara «¡Esto sí es!»{2} al paso de los falangistas, como quería José Antonio Primo de Rivera; simplemente que, si pidió la implantación de la República y se opuso al Alzamiento, no por eso pertenece a la izquierda. Identificar los proyectos e intuiciones de los pensadores que promovieron la República con el «rojo-separatismo» y el «ateísmo homosexual» («judeo-masónico», ya puestos), con los desmanes de la canalla embravecida y con el Estado represor en que derivó la cosa pública no es sino hacer que triunfe la burda historiografía franquista; e incluso el Alzamiento, recuérdese, se hizo en un principio para «Mantener el orden dentro de la República». No es esto, no es esto. La Agrupación al Servicio de la República de Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, y José Ortega y Gasset (1931) inspiró el Frente Español (1932), con María Zambrano; las siglas FE serán reaprovechadas como Falange Española. Alfonso García-Valdecasas intervino en la redacción de la Constitución de 1931, participó del FE y co-fundó la FE. El católico Niceto Alcalá Zamora fue el primer Presidente de la República. Los verdaderos rojos estaban en contra de la República, e incluso de la izquierda democrática{3}.

No obstante, la progresiva degeneración de nuestro sistema educativo, la persistencia de la falsificación histórica en los planes de enseñanza y el secular analfabetismo de la clase política hacen que hoy se sepa que los republicanos eran rojos, que la derecha actual es genéticamente franquista y que los intelectuales de la República son patrimonio del PSOE e IU. Aunque aquí no interviene sólo el desconocimiento de la Historia, sino también de la Filosofía, y de que no nos podemos bañar dos veces en el mismo río; y cuánto menos, en el mismo partido. Ahora es un valor de la izquierda atraer inmigrantes africanos –para después detenerlos con verjas y fusiles–, ceder al moro y contemporizar sobre lo discutibles que son las «reivindicaciones» españolas sobre los «territorios» de Ceuta y Melilla. Valores de la derecha son frenar la inmigración (ilegal), y de la ultra-derecha frenar la inmigración y, si es posible, echar a los que han llegado. En 1936, en cambio, los valores de la izquierda eran echar de España{4} al moro invasor{5} y los valores de la derecha aliarse con los moros que «vienen a luchar por su Dios contra los sindiós»{6}.

Pues bien, la izquierda criticó a Aznar, heredero de Franco según ella (aunque en lugar de meter moros en España, los deportaba drogados y maniatados), que intentara apropiarse de Azaña, Lorca y Alberti. Fue algo que intentó, sin duda, y de una manera harto ridícula: en un mitin después de la muerte de Alberti llegó a decir que ellos eran «El barco, y la vela y la estrella...». Era un período en el que el PP intentaba fagocitar e identificar con sus ideales a todo bicho viviente, desde programas de televisión a equipos de baloncesto: pero esta identificación no es sólo detestable desde un punto de vista estético, sino un gravísimo error político, ya que Alberti fue fascista primero, estalinista luego, e ingrato y traicionero en general. Aparte, claro, de un grandísimo poeta; pero este valor no se adquiere con una apropiación política.

Cuando me sometí a ese ultraje nacional requerido para obtener el llamado «Certificado de Aptitud Pedagógica» y poder dar clase en Secundaria, me impusieron como modelo de unidad didáctica en la que se podían enseñar valores democrático-tolerante-libertarios una que tratara sobre Alberti y su compromiso político. Puedo estar de acuerdo con la brillantez y la caballerosidad ejemplar de la frase «me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta». Esto fue, como su presencia en el Congreso, un acto poético, y por lo tanto espiritualmente válido y honorable. Pero no deben olvidar quienes quieran convertirlo en un ídolo social-progresista que antes de cerrar el puño, no sólo tenía ya la mano abierta, sino también el brazo levantado{7}. Después, como es sabido, se hizo comunista estalinista, patrimonio político que sólo un disminuido en todos los aspectos querría recibir como legado. Buena idea sería querer inspirar tolerancia y valores democráticos a nuestros jóvenes con cantos de amor y devoción al padrecito Stalin. Alberti es patrimonio de los que saben español, entienden su poesía y tienen alma para sentirla y no sólo osmotizarla como símbolo o posesión; de los que admiran la caballerosidad de su poesía, escudera de Garcilaso, y la fuerza de sus armas, independientemente de que estas se pongan al servicio de un tirano o de que el Rafael Alberti de carne y hueso no esté a la altura del heroísmo de sus letras. Juan José Domenchina expresaba en 1933: «causa pesadumbre, grima, indignación y tristeza el hecho de que un poeta de la envergadura de Rafael Alberti involucre sus intuiciones poéticas con el fárrago adventicio de una preocupación seudopolítica»{8}. Y no sólo puso a Stalin por encima de la poesía, sino también su propia persona, su honradez y su amistad, e incluso su izquierdismo, ya que no protestó cuando Stalin se alió con Hitler. Eugenio Granell, además de recordar este hecho, lanza un amargo treno: «El libro más tramposo sobre la guerra civil lo escribió un amigo íntimo de Alberti: el agente soviético, que en España pasó por periodista, Mijail Koltsov. Es una catarata fangosa contra todo el que no fuese comunista. Koltsov falsifica la figura de un héroe. Inventa un nuevo Cid, liberador de todas las Españas: Rafael Alberti. Stalin llamó a Koltsov a Moscú. La cheka lo liquidó de un tiro en la nuca. Nunca denunció Alberti el asesinato de su admirador. A esto por lo menos se le llama desagradecimiento»{9}.

Alberti es, empezando por la izquierda, el primero en la famosa foto de Sevilla 1927. También el último en morir. Con su paso del fascismo al comunismo, comprende los dos extremos ideológicos en los que se movieron los intelectuales de su tiempo, y demuestra que lo que los movía hacia uno u otro extremo eran fundamentalmente motivos estéticos, de elección entre camisa o mono{10}, o de -ismo, o de amores. Frivolidades, en suma. Una prueba determinante es que en uno y otro bando despreciaran las mismas cosas. Por ejemplo, a los gordos con sortijas y acompañantes ostentosas{11}.

A la izquierda de Alberti en esa foto está Federico García Lorca, a quien comprometió fatalmente ante el poder militar de Queipo de Llano en unas emisiones radiofónicas después de su detención, y a quien María Teresa León reprochaba su falta de compromiso, al abandonar Madrid e irse a su Granada, donde fue detenido por Ruiz Alonso, el Obrero Amaestrado, a pesar de la defensa que los falangistas hicieron de él. Pero es una cosa que sabían nuestras tías, y que saben nuestros políticos, que Lorca fue un mártir del socialismo asesinado por los fascistas.

Es exagerado y desmedido, desde luego, decir que Lorca fuera fascista. Que se hiciera falangista Ponce de León, pintor del decorado de La Barraca; que Giménez Caballero dijera que «ese carro de La Barraca, del «avarguandista» Lorquita, no es otra cosa que el Carro de Tespis fascista, de pueblo a pueblo»{12}; que Lorca intentara, grandísimamente interesado, reunirse con José Antonio Primo de Rivera en la Ballena Alegre, no quita que en sus últimos años fuera adoptando posiciones que lo acercaban al socialismo{13}. Es vano por tanto decir, como ha hecho alguna vez Fernando Sánchez Dragó, que si Lorca hubiese vivido se habría hecho probablemente falangista. Esto en cuanto a su deriva política, que quizá forzó demasiado las cuerdas en sus últimas composiciones; en cuanto a su deriva sexual, no debemos dejar de recordar que no la condenaban con menos fuerza los comunistas que los fascistas{14}. Una cuestión digna de nota es su vinculación con el catolicismo, reflejado, por ejemplo, en su admiración por la santidad de Falla (quien acudió heroicamente a su defensa){15}.

Juan Chabás, a la derecha de Lorca en la foto, sí se puede considerar plenamente de izquierdas; lo que no se puede considerar es un miembro excesivamente prominente de esta floración literaria. Bacarisse, a la derecha de Chabás, aparte de morir en 1931, escribió, demostrando su actitud ante la mezcla de arte y política:

«Hoy el vanguardismo es mal microbio para una juventud verdadera, cronológica y físicamente considerada. Propende a la restricción. Siempre se alude y adula a media docena de idolillos a los que se encumbra, envanece y estruja en su producción con propósito de llegar a compartir el prestigio y ventajas que disfrutan. Y esto es antijuvenil, antiartístico e inmoral. Pero en la más baja acepción, no deja de ser político»{16}.

José María Platero, cuya mayor obra son algunos palíndromos, era republicano; y también Manuel Blasco Garzón. Ambos eran hombres moderados{17}. Jorge Guillén habla en 1938 de

«esta pobrecita Europa imbécil de nuestros días. (¡Cómo progresa su organización de la muerte! Unos cantan: «¡Duce, Duce, Duce!». Otros corean: «¡Franco, Franco, Franco!». Los más tontos se extasían ante su Frente Popular. Yo, en suma, no oigo más que: «¡Muerte, Muerte, Muerte!»).»{18}

Fue llamado, con gran repugnancia por su parte, «franquista»:

«En cuanto a la otra Antología... ¿cómo hablar sin recurrir a palabras groseras? Tú no la conoces aún. Ya verás lo que es bueno: una inmundicia, con la bendición –por cierto– de tu –o nuestro– amigo don Enrique Díez-Canedo, en forma de epílogo. [...] Pero el peor librado soy yo, porque me llama «adepto de Franco». Y ese Hijo de la Gran Puta –no necesito decirte más para que sepas quién es el antólogo– no dice, en cambio, una sola palabra de la actitud pública de Manuel Machado ni de Marquina, salvados con todo amor. Ni de Dámaso. Bien es verdad que, por otra parte, dice de Cernuda, tratado de un modo incalificable, que se ha adherido a «la Revolución Comunista» –por si acaso puede perjudicarle esa denuncia en Inglaterra al interesado. Es decir, que el Antólogo tiene también su poquito de Gestapo. Pero hay algo peor que ser llamado franquista. A otro no le llama «marica», pero se lo insinúa. ¡Intolerable!»{19}

Su oposición al Régimen es, según él «ante todo, de carácter moral, de simple moral cristiana».

Cristiano era también, como dijimos, José Bergamín, a la derecha de Jorge Guillén en la foto. Pero su moral cristiana era enormemente contradictoria{20}. A pesar de las reconvenciones del cristianísimo Falla, Bergamín comenzó como estalinista y terminó como pro–etarra, siguiendo una aplicación paradójica de su catolicismo y su españolismo{21}. Sintiéndose profundamente español, adoptó una postura conservadora en contra del Estado moderno, y se acabó afiliando al partido de la llamada (también paradójicamente) izquierda abertzale, que no es sino una excrecencia del más atávico tradicionalismo y su grito de Patria y Fueros: sólo que su conservadurismo antropológico, su ecologismo y su tendencia centrífuga han acabado coincidiendo con la estética de la izquierda. Colaboró en EGIN, el periódico vinculado con Herri Batasuna, a su vez vinculada con la banda terrorista ETA. Este izquierdista, patrimonio de la progresía, se dedicó a atacar con furia a Felipe González desde sus columnas. El 1 de enero de 1983 tuvo que declarar ante el juez de San Sebastián por un artículo publicado en EGIN con el pseudónimo de Abinareta (conspirador como el Avinareta pariente y personaje de Baroja, también como este personaje terminaba en -ETA). El 24 de mayo de 1983 declaró por un Puntaren puntan, también publicado en EGIN. Murió ese mismo año, y su entierro fue un acto abertzale{22}. La izquierda debería entender, por tanto, que su obra es patrimonio de los estalinistas y de los etarras, y disponer la creación de alguna que otra cátedra para explicarla en cuya oposición se exigiera ser una cosa u otra. Podría ser una salida para De Juana Chaos. Muy probablemente la derecha lo asumiera, dado su complejo crónico de inferioridad{23}.

A la derecha de José Bergamín está Dámaso Alonso, a quien ya hemos visto acusado de franquista por Jorge Guillén, aunque se le suele englobar en el concepto de «exilio interior». Y, finalmente, a la derecha de Dámaso Alonso, en todos los sentidos, encontramos a Gerardo Diego, cuya poesía política contrasta enormemente con la de Alberti: etérea y sutil, le importa la poesía y no la acción{24}.

De la derecha volveremos a los derechos. Hay gente que confunde los derechos de autor o de propiedad, o la coincidencia de unas siglas o un apellido con la autoridad e incluso con la autoría. Clarín, por ejemplo, financia con sus discursos en contra de los homosexuales{25} a su heredero homónimo, activista homosexual. Es un caso claro de patrimonio espiritual contradicho, en tanto que el material se acepta. El patrimonio espiritual del pobrecito Lorca ha sido usurpado por su familia, por los social-progresistas y por los granadinos. Y entre los tres, legalmente, lo han homenajeado ilegítimamente destrozándole la huerta. Los derechos de los escritores estalinistas y pro-etarras pertenecerán a sus familiares y sus editoriales estalinistas y pro-etarras; sus ideas, a quienes las acepten. Pero sus letras son libres, y sus libros deben poder poblar los anaqueles de todos, aun cuando los hombres deban poblar las cárceles o merezcan trabajos forzados. Esta generación debe aprender a separar a los hombres de sus obras, sin por ello dejar de comprender a los hombres. El Gran Mogol puede oler el perfume de una flor y escribir poemas y decretar la muerte de miles de personas. Lo mismo Mao Zedong. Editando y ofreciendo los textos, y no homenajeando ni vistiendo versos de camisa o mono, es como se gestiona el patrimonio intelectual.

Se nos quiere imponer que pensemos, tras la demostración de los crímenes de los fascistas, que los rojos eran los buenos y que ganaron (moralmente) la guerra. Nada más estúpido. ¿Tendremos que elegir entre Hitler o Stalin, Franco o Negrín? ¿Badajoz o Paracuellos? ¿El tirano Stroessner o los asesinos de ETA? Las crueldades de los nazis no borran los crímenes del Imperio Británico. Apoyar incondicionalmente al enemigo de la potencia que se entiende como mal absoluto no es sino la torpe y mema política internacional de los EEUU, tan denostada por la izquierda. Ante el tribunal de la Historia, todos deben ser condenados. Sólo el arte y la ciencia pueden salvarse por sí mismos.

Notas

{1} Lord (Francisco Umbral), «Cosas que sabían nuestras tías», en Antonio G. Lejárraga (ed.), Lo mejor de Hermano Lobo, semanario de humor dentro de lo que cabe, Temas de Hoy, Madrid 1999, pág. 146.

{2} José Antonio Primo de Rivera, «Homenaje y reproche a Don José Ortega y Gasset», en Haz, 1935, apud Julio Rodríguez Puértolas, Literatura fascista española, Akal, Madrid 1987, II, pág. 116.

{3} Así, Bergamín (que, además, aparte de rojo, era católico) escribe en 1933 en Luz: «Porque la República... ¡A otro gallo con ese cante! ¡Que ésta sí que es otra! Y muy otra. La que no es la «nuestra»: de nadie, de ninguno; la de todos. La que se va a armar: contra éstos y aquéllos. Que estos de ahora la quieren coger como suya y ya están también con lo de «ésta es la nuestra». Porque la ganaron por la mano, tramposamente, como aquéllos. Antes, la izquierda: ahora la derecha. Otro gallo que no canta: de atragantado; pues ni ésta ni aquélla ni la de éstos ni la de aquéllos será, o se hará la buena: la de todos, la única, se le llame como quiera: la otra que es la que se va a armar. Y contra éstos y aquéllos los que se figuraban que nos la habían traído y los que se figuraban que se la iban a llevar. Hasta que cante un gallo de veras. Aclareará y empezarán a huir los fantasmas. Estos y aquéllos, los que vuelven y los que se fueron o hicieron que se iban esperando, irresponsablemente, otra segunda vuelta fantasmal», José Bergamín, Artículos, ed. de Gonzalo Penalva Candela, Litoral, Granada 1983, II, pág. 36. No es de sus mejores páginas, pero la idea queda clara. Más brillante es cuando critica la monomanía de la manomanía (op. cit., págs. 19-22). Alberti desde Moscú lanza las más duras condenas contra el gobierno republicano, especialmente contra sus «tres ministros socialistas», como la en el poema Amnistía de clase («¡Gobierno de la República!/ Sólo cadenas y grillos/ guardas para los obreros/ y para los campesinos,/ si no los dejas por tierra,/ si no los dejas tendidos./ Tres ministros socialistas/ son tus mejores ministros./ Mucha sangre los defiende,/ muchas celdas de castigo,/ muchos fusiles y sables,/ y una salida: el fascismo»).

{4} «¡España!... Me da mucha tristeza pensar que podemos perderla. Pobre soy: no tengo más que la noche y el día, pero no quiero que me quiten mi Patria. Soy español, España no hay más que una y la quiero como si la hubiera parido», dice el protagonista de El refugiado, en Miguel Hernández, Obras completas, RBA-Instituto Cervantes, Madrid 2006, II, pág. 1806. La «Anti-España» es otra falacia de la historiografía franquista, y el separatismo otra insensatez de la mentecata izquierda progresista actual.

{5} «Medio cielo de España, media aurora/ (la otra mitad gime en poder de moros)/ puede alumbrarte el sol en esta hora» (Rafael Alberti, «Al general Kleber», en De un momento a otro, ed. de Luis García Montero, Aguilar, Madrid 1988, pág. 677). En Miguel Hernández, Pastor de la muerte. Drama en cuatro actos, en Obras completas, II, p. 1849, se instruye contra los moros de presa: «Pisa tu cigarro,/ que es la orientación/ del ojo y la bala/ del moro traidor»; los moros gritan (pág. 1887) «¡Sangre, rojo! ¡Sangre, rojo!/ tu sangre enciende mi ojo». El héroe, «Ya muerto, arrojó su mecha/ de fumador a la cara/ sin rostro de aquella piara/ de asesinos africanos,/ que han encendido sus manos/ dentro de su sangre clara» (pp. 1890-1891). En «Llamo a la juventud» (Miguel Hernández, Obras completas, I, pág. 572) invoca al Cid: «Si el Cid volviera a clavar/ aquellos huesos que aún hieren/ el polvo y el pensamiento,/ en aquel cerro de su frente,/ aquel trueno de su alma/ y aquella espada indeleble,/ sin rival, sobre su sombra/ de entrelazados laureles:/ al mirar lo que de España/ los alemanes pretenden,/ los italianos procuran,/ los moros, los portugueses,/ que han grabado en nuestro cielo/ constelaciones crueles/ de crímenes empapados/ en una sangre inocente,/ subiera en su airado potro/ y en su cólera celeste/ a derribar trimotores/ como quien derriba mieses». También un romance anónimo de la CNT recogido en Antonio Agraz/ Serge Salaün (eds.), Romancero libertario, Ruedo Ibérico, Alençon 1971, págs. 49-50 se hace partícipe de esta visión falsificada de un Cid incompatible con la morisma: ««Cosas veredes, ¡oh, Cid!,/ que farán fablar las piedras»./ Las cosas que estamos viendo,/ mejor es que no las veas./ Vemos a los mercaderes/ de la Santa Madre Iglesia,/ buscar febriles ayuda/ de Mahoma y sus profetas./ La Media Luna y la Cruz/ como buenas compañeras,/ cogiditas de bracete/ van por Castilla la Vieja,/ cruzando calles y plazas,/ de pueblos, villas y aldeas./ Donde antaño los chavales/ jugaban a las pedreas/ –moros eran los de un bando,/ los otros cristianos eran–/ la Cruz y la Media Luna/ con gran cariño se besan./ «Cosas veredes, ¡oh, Cid!,/ que farán fablar las piedras»./ Las cosas que estamos viendo,/ mejor es que no las veas./ Vemos a los alemanes,/ celosos de la pureza/ de su raza, perseguir,/ como persiguen las fieras,/ a judíos y católicos,/ que son de su misma tierra./ –¡Libros de Einstein y Remarque/ que fuisteis pasto de hogueras!/ y, en cambio, con los nipones,/ raza amarilla, se mezclan./ Buda se acerca a Jesús,/ el Rabí de Galilea,/ Lutero busca a Mahoma,/ predicador de la Meca,/ y todos los cuatro juntos,/ borrando sus diferencias,/ seguidos de la morralla/ cruel de la España negra,/ bajo palio de metralla,/ siéntanse a la misma mesa./ «Tomad y comed el cuerpo/ del mundo que libre alienta»». Qué le iban a contar al Cid de ir de bracete con el Islam (que no con la media luna). Hasta la llegada de los almorávides, estas cosas eran frecuentes.

{6} Juan de la Cruz Martínez, en Julio Rodríguez Puértolas, op. cit., pág. 436. Los facciosos, incluso cantando a los nazis, llegan, como mucho, a demonizar la raza eslava, como en Francisco Bonmatí de Codecido, «Al general alemán Dolfmann (jefe que fue de la Legión Cóndor en la Guerra de España», en Julio Rodríguez Puértolas, op. cit., pág. 540: «Los rubios pilotos de ojos azules,/ con risa de niño y alma de titán,/ trazan en el cielo, besando las nubes,/ el signo gamado de su capitán./ [...] Abajo la bestia de cien mil cabezas,/ con ojos mongoles y alma de satán./ –Crímenes, miserias, martirios, vilezas/ y todo el zodíaco del Dios Lubricán–». No sólo no se escribe contra los judíos sino que se reiteran las protestas de que los valores que inspiran el Alzamiento son cristianos, opuestos a los paganos nazis, y excluyen por completo el racismo (cfr. Julio Rodríguez Puértolas, op. cit., pág. 533, para Fermín Yzurdiaga; pág. 59, para Ernesto Giménez Caballero). El antisemitismo en España se encuentra nada más que como rasgo de estilo en escritores como Pío Baroja o, involuntariamente, en Federico García Lorca, quien tiene que disculparse en una entrevista por Marcelo Menasché para la revista Sulem (25 de diciembre de 1933, en Federico García Lorca, Obras completas, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Madrid 2005, III, pág. 487), titulada finalmente «El autor de Bodas de sangre es un buen amigo de los judíos»: «Son palabras que se pronuncian maquinalmente, por costumbre heredada, sin remontarse a su origen, quizá ofensivo. Así sucede con la palabra judío. Se dice judío despectivamente, sí, pero sin pensar en los judíos. La palabreja, incorporada a los motes de uso habitual, ya perdió su significado primero. Y en La zapatera prodigiosa uno de mis personajes la pronunciaba claramente y con todo desenfado. Pues bien, después de la primera representación, recibí una carta firmada por una dama israelita, en la que se me reprochaba enérgicamente mi delito involuntario».

{7} Ernesto Giménez Caballero declara en entrevista a Manuel Vicent, «Giménez Caballero, o el Imperio dentro de una zapatería», en El País, sección Sociedad, 15 de agosto de 1981, hablando de la Gaceta Literaria, fundada en 1927: «Algunos llegaron allí saludando con el brazo en alto y la mano abierta, como Alberti y César Arconada, y salieron con el puño cerrado. De los poetas, a Alberti le tomé mucho cariño. Bajaba a los talleres de la Gaceta y sobre una pila de resmas corregía poemas sobre Harold Lloyd y Los ángeles en ruinas. Creo que se hizo comunista por lo mismo que yo me hice fascista: por una mujer. María Teresa León se llevó a Alberti a las estepas rusas. Al principio todos teníamos una gran confusión ideológica, pero estábamos de acuerdo a la hora de aborrecer la vieja política liberalona del tipo de Romanones. Y llegó un momento en que hubo que definirse. La politización de la literatura comenzó en el año 1930, y un caso célebre en este sentido fue el banquete con más de cien comensales que Ramón Gómez de la Serna me dio en Pombo, donde se armó una trifulca espantosa. Mientras Alberti repartía entre las mesas un panfleto contra la Revista de Occidente, el escritor Antonio Espina se levantó para protestar por la presencia del comediógrafo fascista Bragaglia y aprovechó la ocasión para atacar la dictadura de Primo de Rivera. En seguida se alzó Ramiro Ledesma, no para defender al dictador, sino para pedir un clima de heroísmo entre las juventudes. Antonio Espina había sacado una pistola simbólica, la de Larra, pero Ledesma empuñó una de verdad, con lo cual se armó un jaleo terrible en el café y Ramón tuvo que utilizar su voz estentórea para sofocar aquel fuego. La guerra civil había comenzado en España, y una vez más los poetas precedían a los políticos. Yo había publicado, en febrero de 1929, en la Gaceta, el manifiesto Carta a un compañero de la joven España, que fue el gimenazo donde se iniciaban los gérmenes de un sindicalismo nacional y heroico, tenido como la primera proclama del sambenito llamado fascismo. Lo curioso es que quienes recogieron este ideal, desde Ledesma Ramos hasta los falangistas actuales, ninguno ha querido que se le llamara fascista, olvidando que mi ideario lo traje de Roma en mi viaje de novios, en el año 1926. Después mis amigos y colaboradores de Gaceta Literaria me fueron abandonando».

{8} «Y los que intentan jugar políticamente con el «poder lírico», frustran, en unos cómicos remedos de efectividad polémica, que no son sino alardes de facundia ramplona, sus poco sensatas improvisaciones. Léase, a este propósito, la poesía política en que incurren poetas tan sutiles como Alberti y Aragon. De las Consignas del primero ni él mismo quiere acordarse», sostenía en 1958 (Juan José Domenchina, Obra poética, ed. de Amelia de Paz, Castalia, Madrid 1995, pág. 306).

{9} Eugenio Granell, «Los silencios de Alberti», en España libre, mayo-junio de 1977, apud Ensayos, encuentros e invenciones (Huerga & Fierro, 1998); edición digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre de 2001.

{10} «Hoy los pueblos del Universo se diferencian, no sólo en cerrar o en abrir la mano, sino en tener camisa o no tenerla», Ernesto Giménez Caballero, en Julio Rodríguez Puértolas, op. cit., p. 389.

{11} Cfr. Miguel Hernández, Los hijos de la piedra. Drama del monte y sus jornaleros, en Obras completas, II, p. 1567: «Capataz: Él no tiene reloj de oro, sortijas de diamantes y trajes de terciopelo como mi señor. Retama: Ni apetezco que lo tenga, porque le sobra para que yo lo quiera con su lengua, más dulce y proporcionada que un cencerro de Almansa, y sus ojos rizados. Amanece enjoyado con racimos de escarcha y siempre lo rodean la leche y los panales»; Pablo Neruda, «Explico algunas cosas», en España en el corazón, en Obras completas, RBA-Instituto Cervantes, Madrid 2006, I, pág. 370: «Bandidos con aviones y con moros,/ bandidos con sortijas y duquesas,/ bandidos con frailes negros bendiciendo/ venían por el cielo a matar niños,/ y por las calles la sangre de los niños/ corría simplemente, como sangre de niños»; con Luis Escobar, Carta a Charlie Chaplin, en Julio Rodríguez Puértolas, págs. 370-371: «Los demás responden con pequeñas diferencias a estos dos tipos: el uno el del hombre gordo, ordinario, amigo de una mesa no refinada, pero cuantiosa. Estos son ignorantes y suficientes, tienen una irreprimible sed de dinero, se exhiben orgullosos con sortijas y puro –para ellos, signos externos del personaje–. Suelen tener unas amigas que también muestran vanidosamente cargadas de alhajas, que sospecho falsas, amigas de pelo negro, largo, muy ensortijado y gran pecho. Cuando consiguen esto y una buena localidad para los toros, creen haber llegado a la cumbre del saber vivir, porque el lujo, que requiere forzosamente refinamiento, es algo que no se alcanza a amar ni a comprender en una sola generación de bonanza. Los del segundo grupo suelen ser delgados, usan gafas y tienen ademanes suaves. Son gentes que han fracasado en la vida; literatos sin lectores, filósofos sin discípulos, arquitectos sin obras, y lo que es más triste, poetas con talento a veces; pero sin medios de vida; en todo caso, gentes movidas por un rencor. En las campañas revolucionarias o en la masonería encuentran su pedestal; se habla de ellos; si son médicos, comienzan a llegar enfermos a su consulta; si abogados, clientes a su bufete. Pero el rencor ha hecho ya presa en lo más profundo, y habrá que contar con esto para comprender la mayoría de sus actos. Los de este grupo desprecian a los del anterior, a los que encuentran «incultos» y «ordinarios». Si se alían con ellos, es porque se apoyan en ellos, porque saben que –tal vez por cobardía, tal vez por incapacidad– solos sirven de poco. Estas son, en líneas generales, las dos clases de personas que gobiernan en la España roja [...]».

{12} Cfr. Francisco D. de Otazú, «Las vanguardias; futurismo, fascismo y arte», en Arbil nº 73, apud http://www.arbil.org/(73)vang.htm.

{13} «Van dos hombres por la orilla de un río. El uno es rico y el otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, el otro pone sucio al aire con sus bostezos. El rico dice: «¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece por la orilla». Y el pobre reza: «Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre». Natural. El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?», entrevista de Felipe Morales para La Voz, 7 de abril de 1936, en Obras completas, ed. cit., III, pág. 632.

{14} «Vete, mariconazo: se te ha visto/ bajo los pantalones el roquete/ y bajo la mirada el ano hambriento», dice Miguel Hernández en el «Mandado que mando a Don Gil de las Calzas de CEDA, a ese que lleva robles a las espaldas del Gil y a las del corazón caca» (Miguel Hernández, Obras completas, I, pág. 630). Con el mismo apelativo denigra «a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos» (Obras completas, I, pág. 652).

{15} Pensábamos descargarnos de la fácil tarea de mostrar las relaciones de Lorca con la Falange a través de la información disponible en la red, por ejemplo en páginas tan interesadas en esta cuestión como http://www.falange-autentica.org/article.php?sid=538; pero sorprendentemente encontramos un relato cuasi-hagiográfico de contrición cristiana titulado «García Lorca, el vanguardista» en una página como http://www.naciongay.com/editorial/cultura/10052002195959.asp, de 2002: «García Lorca entró en confianza con un joven guardia. Entonces el joven falangista se quebró y les contó que los iban a fusilar de un momento a otro. Lorca quedó tan aturdido como si le hubiesen dado un golpe fuerte en la cabeza. Trató de rezar una plegaria, pero no pudo. «Mi madre me las enseñó todas, ¿sabes? –dijo al guardia– y ahora las he olvidado». Ahí rompió a llorar y entre lágrimas agregó: «¿Estaré condenado?». Fue lo último que dijo. Poco después, junto a una hilera de olivos, hablaron las balas»: y todo esto después de hablar de «Símbolo de la España republicana y progresista» y de «Destape emocional, sexual y existencial». Naturalmente hay una trampa: esta página de 2002 plagia otra del diario Clarín, de 2001: http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2001/04/15/u-00611.htm.

{16} Mauricio Bacarisse, Obras, Fundación Santander Central Hispano, Madrid 2004, pág. 470.

{17} «Liberal de formación, mantenía en las filas republicanas una posición moderada, distante de todo extremismo», Carlos Esplá, Un recuerdo de Blasco Garzón, Archivo Carlos Esplá Sig.1.4a/1892.

{18} Guillén, Jorge Carta de Guillén, en Jorge Guillén/ Pedro Salinas, Correspondencia (1923-1951), ed. de Andrés Soria Olmedo, Tusquets, Barcelona 1992, pág. 187.

{19} Carta de Guillén a Salinas de 1941, en Jorge Guillén/ Pedro Salinas, op. cit., págs. 259-260.

{20} «Por el otoño de 1931 se elevó en Orihuela un busto a Gabriel Miró, por ser su ciudad natal y en recuerdo de su muerte. [...] Yo tenía un grupito de amigos –de fasciscizantes– en aquel rincón levantino. Y me invitaron a hablar. Me presenté con camisa azul. Por cierto de algodón, abrasándome dentro de ella mientras imponía –ante un enorme jaleo que se armó– mis teorías antiliberales y antisociales. Formaba entre aquel grupito un malogrado muchacho, Ramón Sijé, que murió. Un magnífico poeta que acababa yo de descubrir en mi Robinsón Literario, José [sic] Hernández, pastor de Orihuela. A este le pasó algo peor que malograrse. Descarriarse como uno de sus más tontos borregos, en brazos de Bergamín, en su venenosa Cruz y Raya, en el comunismo del Frente Popular», Ernesto Giménez Caballero, 1937, en Julio Rodríguez Puértolas, op. cit. pág. 391.

{21} «Ecce España», en José Bergamín, Antología poética, pág. 64: «Dicen que España está españolizada,/ mejor diría, si yo español no fuera,/ que, lo mismo por dentro que por fuera,/ lo que está España es como amortajada./ Por tan raro disfraz equivocada,/ viva y muerta a la vez de esa manera,/ se encuentra de sí misma prisionera/ y furiosa de estar ensimismada./ Ni grande ni pequeña, sin medida,/ enorme en el afán de su entereza,/ única siempre pero nunca unida;/ de quijotesca en quijotesca empresa,/ por tan entera como tan partida,/ se sueña libre y se despierta presa».

{22} Cfr. José Bergamín, Antología poética, ed. de Diego Martínez Torrón, Castalia, Madrid 1997, pág. 11; Florence Delay/ Dominique Letourneur, José Bergamin, Centre Georges Pompidou, París 1989, pág. 225.

{23} El fascista Giménez Caballero se quejaba en cambio diciendo que «La imprenta Giménez está llena de problemas laborales por culpa del comité obrero dominado por los comunistas y nuestra papelera de Cegama ha caído prácticamente en manos de ETA, así que estoy pensando en largarme a Paraguay, donde mi amigo el presidente Stroessner es posible que me eche una mano», Manuel Vicent, op. cit. Estas simpáticas amistades de la ultra-derecha y la ultra-izquierda eran simultáneas.

{24} Cfr. Gerardo Diego, «Hallazgo del aire», en Romances, Patria, Madrid 1941, págs. 54-55, en Julio Rodríguez Puértolas, págs. 144-45: «¿El aire? No. Aún no existe./ Nadie lo ha visto, nadie./ Trepan ramas las hojas/ sedientas a buscarle./ Copas, cúpulas, torres,/ agujas, flechas ágiles/ lo sueñan. Le persiguen/ alpinistas acróbatas/ sin identificarle./ Porque ese azul es cielo/ y es azul. Y lo sabe./ Y el viento es sólo música/ y la brisa mensajes./ Mas de pronto, un zumbido/ siniestro que se abre,/ abanico de buitres,/ preñez de vientres graves./ Y el cénit que se quiebra/ y se despeñan ¿ángeles,/ gerifaltes? Son águilas,/ las soberbias caudales./ Qué curvas, qué laberintos,/ coordenadas, alardes,/ rúbricas, arabescos mágicos/ del combate./ Entre el cielo y la tierra,/ el fuego inventa el aire./ ¡Victoria! Ocho, diez, veinte,/ treinta llamas fatales/ se derrumban, estruendo/ de tinieblas nictálopes./ Huyen las alas torpes;/ las felices, audaces/ tejen coronas, signos/ sublimes espirales,/ se pierden en los senos,/ ya evidentes, del aire./ Paz otra vez, sosiego./ Los niveles, unánimes./ La alondra en su peldaño./ En el suyo el arcángel./ La casa de Loreto/ navega por el aire». El contraste con la esvástica aérea de Bonmatí de Codecido es también más que evidente.

{25} Por ejemplo: «Así como en las mujeres de su edad se anuncian por asomos de contornos turgentes las elegantes líneas del sexo, en el acólito sin órdenes se podía adivinar futura y próxima perversión de instintos naturales provocada ya por aberraciones de una educación torcida. Cuando quería imitar, bajo la sotana manchada de cera, los acompasados y ondulantes movimientos de don Anacleto, familiar del Obispo –creyendo manifestar así su vocación–, Celedonio se movía y gesticulaba como hembra desfachatada, sirena de cuartel», Leopoldo Alas Clarín, La Regenta, ed. de Gonzalo Sobejano, Castalia, Madrid 1990, I, pág. 101.

 

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