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El Catoblepas, número 56, octubre 2006
  El Catoblepasnúmero 56 • octubre 2006 • página 17
Libros

Análisis de un pensamiento febril

Marcelino Javier Suárez Ardura

Sobre el libro de Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento Alicia,
Temas de Hoy, Madrid 2006, 357 páginas

Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento Alicia, Temas de Hoy, Madrid 2006, 357 páginas Desde hace muy pocas semanas se puede encontrar en las librerías el último libro de Gustavo Bueno. Probablemente, algunos lectores, al contemplar la fotografía del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la misma cubierta del libro, y al leer el subtítulo, Un presidente en el país de las maravillas, se hagan a la idea de que se trata de una obra panfletaria. Nada más lejos del contenido que en ella se despliega y si acaso cupiera interpretarla como un panfleto, éste sería, en realidad, un antipanfleto{1} relativo a la ideología que con ella se quiere demoler.

En este caso, no se puede decir que una imagen valga más que mil palabras; al menos, porque quienes contemplen el diseño de la portada y lo interpreten como un «panfleto» estarían poniendo, probablemente, mucho más que mil palabras en el silencio de su intimidad. No se deja, por tanto, reducir a la interpretación que, sin leerla, pudiera hacerse de la portada. Porque ésta, en todo caso, habría de ser entendida tras la lectura de las más de mil palabras que Gustavo Bueno ordena matemáticamente en las 367 páginas que contiene el libro.

No cabe, pues, la reticencia como producto de un vacío de premisas. Y será necesario ponerlas a prueba recorriendo el orden trimembre que estructura el libro: la introducción en la que el autor expone y justifica qué se entiende por pensamiento Alicia; el cuerpo constituido por los once capítulos en los que se van desarrollando las determinaciones concretas de su ideología, cuando Alicia se centra en determinadas ideas y conceptos; y el final, en el que el autor desvela la prosapia ideológica de tal pensamiento.

Enseguida sabrá el lector que «pensamiento Alicia» hace referencia a las obras de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas y Al otro lado del espejo y lo que Alicia encontró allí. Pero el concepto de pensamiento Alicia irá cobrando verdadera densidad no sólo en las primeras once páginas que constituye la introducción sino en las determinaciones concretas de cada capítulo. El pensamiento Alicia supone una representación del mundo que nada tiene que ver con la realidad efectiva relativa a la rugosidad dialéctica de las cosas mismas. Para Alicia la realidad se nos presenta como la superficie lisa y simple que vemos en un espejo.

Ahora bien, este pensamiento no debe ser confundido con el pensamiento utópico, pues las utopías, contrariamente, no suspenden el juicio sobre las dificultades que obstaculizan realmente sus fines y proyectos. Es decir, mientras el pensamiento utópico se configura implantándose en un mundo realmente existente al que quiere cambiar y, por tanto, demoler, el pensamiento Alicia supone un terreno artificialmente allanado. Esa necesidad de la crítica ontológica propia del pensamiento utópico es la que nos permite diferenciarlo del pensamiento Alicia, pues la crítica ontológica ha de contar con determinadas instituciones –al menos en su momento resolutivo– para demoler y derribar las instituciones realmente existentes –esa es la contradicción de la conciencia–. Pero el pensamiento Alicia opera como si las configuraciones institucionales constitutivas del mundo no existieran. Es el enfrentamiento con las instituciones realmente existentes lo que permite decir que el pensamiento utópico, por contraposición a Alicia, nos pone verdaderamente frente a los puntos de referencia de la crítica. De manera que se puede afirmar que mientras cabe reconocer el carácter crítico del pensamiento utópico esta misma circunstancia nos desvela el pensamiento Alicia ya no como poco crítico sino como falsa crítica por su abstracción, por su monismo y encubrimiento de la realidad.

Gustavo Bueno caracteriza el pensamiento Alicia, sobre todo, como una forma de conciencia simplista. Un ortograma que paradójicamente no consta más que «de un hilo» (pág. 13). Pero un hilo organizado sistemáticamente en virtud de ciertos ideales prácticos «confortables, amables, pacíficos» (pág. 15). Así pues, estamos ante un ortograma ideológico objetivo que no es atribuible a la psicología particular de un individuo y que debe ser pensado a la manera de los idola fori o de los idola theatri en la medida en que actúa como un molde conformador de los materiales que organiza{2}. No es, pues, Alicia un prejuicio psicológico y si hubiese que interpretar este pensamiento como un prejuicio, habría que pensar en el prefijo como una textura ideológica deslindada de otros ortogramas por su contorno y estructurada internamente en virtud de su dintorno, en el contexto de un entorno ideológico conformado por una pluralidad de «pensamientos».

El ortograma ideológico Alicia es, pues, una textura que al determinarse con relación a temas y problemas va desvelando su «simplismo», su «amabilidad» y su «optimismo» de manera tal que cuando es enfrentado a las cosas mismas, cuando es puesto a prueba se nos muestra finalmente como falsa conciencia, cuando no como puro cinismo y mala fe (pág. 16).

Pues bien, es a partir de esta construcción teórica denominada pensamiento Alicia –que no cabe interpretar de ningún modo como un concepto ad hoc, si es que «concepto ad hoc» no es ya un falso concepto– con la que Gustavo Bueno identifica el pensamiento de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero debemos insistir en esta cuestión un poco más porque no debe pensarse de ninguna manera que el autor pretende descalificar al presidente del gobierno español más que a su pensamiento, es decir, a los presupuestos ideológicos que están formando la textura de su pensamiento.

Ante todo, porque no se niega, por mucho que lo parezca, la estructura racional del pensamiento Alicia. Ahora bien, racionalidad se dice de muchas maneras y Gustavo Bueno no procede aquí improvisando. Será necesario, entonces, analizar el tejido ideológico constitutivo del ortograma Alicia y entender este pensamiento a la manera de una institución práctica que es preciso aclarar y distinguir, aunque sólo sea para su posterior demolición. Pero la racionalidad en la medida en que tiene que ver con la identidad puede darse en diferentes modos y en diferentes estados. Así, en cuanto a los modos, habrá que distinguir los planos emic y etic. Y en cuanto a los estados será necesario disociar el criterio que opone lo simple a lo complejo del criterio que opone lo abierto a lo cerrado. Al cruzar estos dos pares de conceptos el filósofo obtendrá cuatro tipos de racionalidad, a saber: racionalidad abstracta, racionalidad ordinaria, racionalidad formal y racionalidad total{3}.

Si no hemos leído mal esta obra, tenemos que pensar que ella misma está envuelta por los desarrollos de la idea de racionalidad. Y cabrá, pues, colegir desde este contexto totalizador que el autor está tejiendo la trama y urdimbre de su teoría del pensamiento Alicia, de manera que al destejer críticamente la textura del mismo va oponiendo un «pensamiento» que se muestra más potente por su capacidad reductora, cumpliendo así los trámites exigidos por la racionalidad filosófica.

En efecto, el pensamiento Alicia resultará ser un ortograma ideológico identificable como racionalidad abstracta. A pesar de su coherencia formal –y acaso precisamente por ello– se resuelve en unas líneas simples de concatenación que no contempla otros aspectos o vericuetos de aquello que analiza. Igualmente, no posee el control de las variables que el mismo utiliza, desvelando una racionalidad abierta. «Una racionalidad abstracta» (simplista y abierta) y, por tanto, ciega y rígida, dirá Gustavo Bueno.

Pero además, porque los desarrollos que aparecen en el cuerpo central del libro están orientados desde esta perspectiva de la racionalidad y se someten a ella con riguroso orden. No le cabe al lector, pues, clamar al cielo lacónicamente –como hemos visto en otras ocasiones– diciendo: ¡ahora no podemos ser solidarios, ni tener identidad, ni memoria histórica!; porque, en todo caso, las escalas son distintas. Y si la «felicidad» del lector consiste, por ejemplo, en la ilusión etnológica de su identidad que siga siendo «feliz» (aunque se mueve) en el simplismo Alicia.

Mas es en la segunda parte, donde se constituye el cuerpo de la obra, cuando vemos las determinaciones ideológicas de Alicia. Gustavo Bueno nos mostrará la topografía de estas determinaciones en lo que él llama «ejemplos concretos». La Alianza de Civilizaciones, la mujer, el diálogo, Franco y el franquismo, los derechos de los simios, la solidaridad, la memoria histórica, el pluralismo cultural, España y la Nación española, la democracia y el humanismo son los temas que se abordan siguiendo un mismo planteamiento en tres pasos: paráfrasis, análisis y crítica.

El pensamiento Alicia, en cada situación concreta, se determina de la forma más simple y genérica posible en virtud de su racionalidad abstracta. De ahí que el autor plantee, como primer paso para su crítica, una paráfrasis del mismo, que, aunque parece estar recortada según criterios emic de la propia Alicia, no es independiente del todo del plano etic, lo que hace de la paráfrasis una presentación concebida dialécticamente. Es muy importante tener en cuenta esto para entender los dos pasos siguientes. Porque, ahora –segundo paso–, Gustavo Bueno, partiendo de los presupuestos emic de Alicia procederá a un análisis regresivo a través del cual se irán decantando las contradicciones de las determinaciones ideológicas de Alicia como una falsa conciencia. Cuando Alicia pretende enfrentarse a las cosas mismas a partir de sus presupuestos ideológicos llevándolos a sus últimas consecuencias, su pensamiento se desmorona. En este momento –tercer paso–, el autor plantea la parte crítica, que hay que entender como un ejercicio del progressus. El método filosófico queda garantizado y la concatenación de cada uno de los ejemplos con algunos de los otros le confieren así una unidad a la obra que podría parecer, en principio, rota por la disposición en once capítulos. Esta es la razón por la que desde el inicio de este escrito nos hemos inclinado por hablar del cuerpo de la obra.

Nos bastará, para evitar la prolijidad y reiteración que no corresponden a una reseña, con el ejemplo del pluralismo cultural –capítulo 8–. Alicia defiende por encima de todas las cosas el pluralismo cultural pues «La pluralidad de culturas es un hecho incontestable» (pág. 237). Por ello rechaza lo que denomina etnocentrismo que casi llega a identificar con racismo: si todos los hombres son iguales –dirá Alicia– hay que reconocer «la igualdad de todas las culturas» (pág. 237) ¿Cuáles son los presupuestos emic del pensamiento Alicia? Estos quedan dibujados –primer paso– mediante la paráfrasis en la que Gustavo Bueno encadena inteligentemente aspectos prácticos con aspectos teóricos como si estos últimos se fueran realimentando a partir de las situaciones históricas concretas. En efecto, el hecho de que miles de personas provenientes del Tercer Mundo, cada vez más empobrecido, vayan constituyendo un ejército de inmigrantes que se establecen en el solar del Estado del Bienestar constituyen los fulcros reales –sociológicos, antropológicos y económicos– que suscitan los debates entorno al pluralismo cultural. Y es aquí donde tiene lugar el resurgir de las ideas que alimentan la ilusión etnológica con todo lo que ello significa. Pero al identificar estas variables en las que se pinta a la perfección la importancia ideológica de la Antropología cultural se ve claramente la dialéctica emic/etic. Es el momento, entonces –segundo paso–, de regresar al sistema de ideas que está sirviendo de base para la defensa del pluralismo cultural. El análisis consistirá en el regressus desde las ideologías del monismo cultural (etnocentrismo), el relativismo y el pluralismo cultural hasta la idea sustancialista de esferas culturales la cual constituye el alimento metafísico que mantiene vivas tales filosofías de la cultura. Así pues, la contradicción resulta de la inexistencia de las esferas culturales más allá de su carácter de identidades fenoménicas. Las culturas entendidas como esferas culturales no serán más que sustancializaciones en tanto que productos de la falsa conciencia, originados acaso en el quehacer de los antropólogos al servicio de un imperio depredador. Y en el progressus crítico –tercer paso– habrá que decir con Gustavo Bueno que las culturas son «identidades fenoménicas, porque su unidad se resuelve en un sistema, conglomerado o concatenación, ya sea de rasgos culturales (pautas, instituciones, elementos), pero también naturales (raciales, por ejemplo) o terciogenéricas (como pueden serlo las relaciones pitagóricas del triángulo rectángulo que no son ni naturales ni culturales... )» (pág. 245).

Aquí se cierra el círculo dialéctico y la textura ideológica de Alicia queda rota en una serie de fragmentos que se recogen y ordenan ahora críticamente desde los presupuestos del materialismo filosófico.

Probablemente, lo más fácil, ante estas argumentaciones, sea descalificarlas retóricamente arguyendo su supuesta raigambre conservadora o derechista. Alicia dirá que todos estos argumentos no son otra cosa diferente de la expresión de una ideología de derechas. Evidentemente, no podría ser de otra manera porque esta actitud también forma parte de su pensamiento; es la venda con la que se ciega para no atender a las exigencias de la realidad, porque, en todo caso, tendría que demostrar que la «derecha» de la que habla asume las expresiones contenidas y las ideas organizadas a propósito de, por ejemplo, la democracia. Dirá Gustavo Bueno:

«Sin embargo, es muy dudoso, desde una perspectiva materialista que la 'liberación de las trabas medievales' hubiera podido conducir al supuesto individualismo moderno. ¿Dónde se encuentra, de hecho, ese individualismo, dónde ese subjetivismo, salvo en la superficie psicológica o retórica de los fenómenos?» (pág. 287.)

Podríamos preguntarle a Alicia: ¿a qué derecha atribuir esta afirmación? O también ¿qué derecha asume esta otra?:

«la persona humana, desde las coordenadas del materialismo filosófico, no podrá considerarse como el 'rey del universo', como el sujeto o sociedad de sujetos capaz de controlar y dominar (si esta relación tuviera sentido cuando la referimos a entidades inanimadas) la integridad de los contenidos de la Naturaleza.» (pág. 153.)

Y mucho menos, esa derecha en la que piensa Alicia podría asumir que:

«tan absurdo o ridículo como tratar de entender a 'la República' con 'categorías republicanas' sería tratar de entender a la Guerra Civil y al Franquismo con 'categorías franquistas'» (pág. 108.)

Y difícilmente haría suyas esas palabras la derecha en la que piensa Alicia porque esa derecha es una sombra dialécticamente necesaria para que Alicia pueda esgrimir su retórica. De ahí que Gustavo Bueno finalice el libro con un capítulo donde acaba concluyendo que «Los principios del Pensamiento Alicia, cuando se canalizan por esta vía retórica o sofística, se convierte, obsesivamente en pensamientos de mala fe» (pág. 356). Concluimos: el pensamiento Alicia, a fuer de ingenuo resulta ser un pensamiento hético, febril, al alimentarse con ideas que no son otra cosa que humo. Aunque, bien es cierto que como tal se propaga.

Finalmente, es momento de volver al diseño de la cubierta porque la fotografía del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, sobre una mesa sembrada de rojos pétalos, aunque sin duda guarda notables paralelismos con ciertos fotogramas de la película American Beauty –como diciendo esta es la imagen de la España maravillosa que nos ofrece Alicia– también debe interpretarse en otro sentido. Porque los rojos pétalos que caen sobre su figura y reposan sobre la mesa acaso no sean otra cosa que la trituración de la rosa ideológica socialista.

Notas

{1} Esta misma cuestión ya la ha tratado Gustavo Bueno en una obra anterior, Panfleto contra la democracia realmente existente, La esfera de los libros, Madrid 2004.

{2} A este respecto véase Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, Mondadori, Madrid 1989.

{3} Gustavo Bueno, «Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones», en El Basilisco, nº 37, julio-diciembre 2005, págs. 3-52.

 

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