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El Catoblepas, número 56, octubre 2006
  El Catoblepasnúmero 56 • octubre 2006 • página 4
Los días terrenales

Proyecto México:
del nacionalismo al neoliberalismo.
Más cargos concretos

Ismael Carvallo Robledo

Recientemente, el señor Agustín Carstens –quien, hasta hace poco, ostentaba el cargo de Sub-Director Gerente del Fondo Monetario Internacional– fue incorporado al equipo del señor Felipe Calderón como coordinador de política económica, perfilándose, por tanto, como futuro Secretario de Hacienda de México. En este ensayo, el autor, subrayando nuevamente la vigencia de la crítica de Luis Cabrera (véase Los nuevos cargos concretos), arroja luz sobre tal circunstancia desde las coordenadas del libro que reseña, Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, de la socióloga norteamericana Sarah Babb

Carlos Salinas de Gortari, poderoso e influyente líder de los tecnócratasFelipe Calderón y Agustín CarstensJosé Ives Limantour, poderoso e influyente líder de 'los científicos'

«Durante los últimos diez años, América Latina ha presenciado simultáneamente tendencias hacia la liberalización económica, la apertura de los sistemas políticos a la participación electoral y el ascenso de los tecnócratas formados en el extranjero dentro del gobierno. Por consiguiente, resulta fácil llegar a la conclusión prima facie de que estos fenómenos están relacionados y son mutuamente complementarios, es decir, que mercados, democracia y tecnocracia son parte de un solo paquete. La idea de que las tecnocracias latinoamericanas son compatibles con la participación democrática se basa en investigaciones recientes sobre Chile, donde la 'tecnocratización' de los debates políticos contribuyó a suavizar la transición democrática chilena en 1989.»
Sarah Babb, Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo.

«Si la democracia sigue funcionando es porque el consenso permanece[; pero] no es que la mayoría haya logrado el consenso sino que son motivos enraizados en compromisos previos (económicos, culturales, de coyuntura, incluyendo la militar) los que hacen que la democracia funcione. Por ello, la sociedad democrática es estable, pero no por virtud del procedimiento técnico de la consulta electoral, sino sobre todo por otros motivos [...] Cuando los motivos cesan, también la democracia.»
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas'

I

Nuestro propósito es demostrar lo siguiente: cifrado en coordenadas «técnicas» y de «neutralidad», el discurso económico y político dominante en los últimos veinte (acaso treinta) años –que hemos rotulado como el del neoliberalismo democrático–, un discurso respecto del cual, en virtud de su retórica simplista y su obviedad, es prácticamente imposible discrepar (de tal suerte que quien discrepa es entonces un «mesías», un populista irracional, un caprichoso o un mártir oligofrénico), aparece como un velo ideológico que impide ver, en su materialidad efectiva, tanto las claves geopolíticas como la dialéctica política interna en las que se define el derrotero económico político de México. Un derrotero cuyos consensos están dados y afianzados «en otro lado», con «motivos enraizados en compromisos previos» y que se inscribe en un radio de continuidad proyectado a largo plazo (transexenal) en función de antagonismos políticos e ideológicos fundamentales, inexistentes sólo en apariencia y «en Democracia» –¿será entonces que la democracia es tan sólo un fenómeno, es decir, apariencia política?– pero que, en realidad, se nos ofrecen, si se les mira con atención histórica y desde un realismo materialista donde «las cosas tienen su nombre», como constitutivos de la dialéctica de poder del Estado mexicano.

En efecto, en intervenciones públicas recientes, Agustín Carstens, un economista del ITAM con postgrado en Economía por la Universidad de Chicago, y quien se perfila como futuro Secretario de Hacienda, dibuja de modo «sencillo y entendible», aunque acaso con la apoyatura de algunos «tecnicismos» –es decir, «tecnocratizando el debate»–, las tareas que, en materia económica, el próximo gobierno ha de emprender:

«El gran reto del gobierno es establecer ese marco propicio [refiriéndose al marco de unas finanzas públicas sanas, para que la sociedad contribuya en el crecimiento del país y el combate a la pobreza], y para ello se requieren finanzas públicas sanas, que hagan que el sistema impositivo sea recaudatorio, pero no distorsionante y transparentar el gasto público.» (Declaraciones de Agustín Carstens durante su participación en el foro México Cumbre de Negocios, en Monterrey, Nuevo León; periódico Milenio, lunes 30 de Octubre, p. 28)

Este es el tipo de declaración consecuente, técnica, neutral, responsable (porque hay también quienes propugnan por una «izquierda responsable», ¿ ?)….. y muchos veces obvia, pero en todo caso siempre, siempre, «despolitizada», al que se nos tiene acostumbrados por tantos y tantos especialistas y expertos en «políticas públicas» y en economía.

Pero nosotros queremos llamar la atención, entonces, sobre el hecho de que tanto la técnica como la neutralidad son, fundamentalmente, subterfugios ideológicos mediante cuya sutil instrumentalización se abren paso proyectos políticos materiales perfectamente definidos y precisos.

Y nos parece que tal es la posición que ha servido de punto de partida a la profesora asistente de sociología en la Universidad de Massachussets, Sarah Babb, para el desarrollo de su interesante libro Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, editado por el Fondo de Cultura Económica, con ediciones en 2001 y 2003, traducido por Ofelia Arruti y con prefacio para la edición mexicana de Rossana Fuentes-Berain.

Y no se trata en modo alguno de soslayar, desde un posible infantilismo izquierdista e indefinido, o desde una crítica humanista que, instalada en la razón poética de María Zambrano, denuncia con indignación el hecho de que la «razón instrumental» o la «razón geométrica» ha dejado fuera de su inmanencia «a la vida», el peso efectivo que la técnica juega –y debe jugar– dentro de la organización administrativa y gubernamental de los Estados nacionales y de sus economías políticas –por que toda economía es economía política–. Se trata más bien de dejar claro precisamente eso: la técnica encuentra su sentido en el terreno de la gestión y la administración, y está, efectivamente, al margen de la política y de su dialéctica histórica, por lo que, entonces –aquí está la clave–, siguiendo a Carl Schmitt,

«la técnica es siempre sólo instrumento y arma, y porque sirve a cualquiera no es neutral'. De la inmanencia de lo técnico no sale una sola decisión humana ni espiritual, y mucho menos la de la neutralidad. Cualquier clase de cultura, cualquier pueblo y cualquier religión, cualquier guerra y cualquier paz puede servirse de la técnica como de un arma.» ('La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones' en El concepto de lo político, Alianza, 1998, p. 118, énfasis añadido)

Dicho de otro modo: el argumento de la neutralidad política, postulada desde el supuesto de estar asistida por criterios técnicos, no es otra cosa que un argumento político.

II

No se trata, pues, de una crítica vulgar o panfletaria a la tecnocracia –una crítica que, por su simplismo, juega siempre en contra de quien la esgrime– sino de desentrañar las estructuras y las operaciones que determinan su poder político, sobre todo, y esto es de una significación decisiva, en los países en vías de desarrollo (como todos los que conforman el continente Iberoamericano).

Por que, del mismo modo que a Babb, llama la atención el hecho de que sea precisamente en los países de Iberoamérica (el caso del Chile de Pinochet, tan vendido mundialmente como «caso de éxito» económico, es arquetípico, no debemos olvidarlo nunca) en donde con más disciplina y ahínco se han puesto en marcha, por economistas formados en universidades de prestigio de Estados Unidos –con una función simbólica sobresaliente–, las reformas estructurales neoliberales.

Ante tales sospechas, Babb toma distancia y afirma lo siguiente: de acuerdo con algunas observaciones, 'los perfiles de los nuevos tecnócratas del Tercer Mundo parecen tener una importancia que es más simbólica que funcional. Los doctores de Harvard y del MIT pueden no proporcionar la solución más eficientes a los problemas de política –o en todo caso sus propuestas son tan obvias como elementales, ¿pero entonces para qué tantos doctorados?, I.C.–, pero ejercen una función simbólica indispensable con respecto a la comunidad financiera internacional' (el énfasis es mío).

Esto la lleva entonces a un replanteamiento de la cuestión: 'si los tecnócratas formados en el extranjero tienen una función simbólica importante, entonces, ¿por qué no son explotados por su valor simbólico en los gobiernos europeos? Creo que la respuesta puede tener que ver con los intercambios simbólicos relativos entre las clientelas políticas nacional e internacional. Para decirlo de una manera más sencilla: en relación con los gobiernos europeos, los gobiernos latinoamericanos tienen más razón de inquietarse por los significados que proyectan para la comunidad financiera internacional y menos razón para preocuparse de las declaraciones simbólicas que hacen para sus partidarios políticos internos'{1}.

Según la respuesta a la que Babb llega, el derrotero económico político de México (e Iberoamérica) ha sido efectivamente definido, por lo menos en los últimos veinte años, no ya tanto siguiendo criterios científicos y rigurosos sino, sobre todo, «en otro lado» y con arreglo a motivos enraizados en compromisos previos, instrumentalización de lo cual, claro está, se barniza con la retórica de la democracia, la libertad y la globalización. México, a juicio de Babb, representa –tristemente, decimos nosotros– el canon ideal por cuanto a la formación de «expertos en políticas públicas» formados en el extranjero (sobre todo en Estados Unidos) y, por tanto, con luminosas «proyecciones profesionales a nivel global» (cargos de alto nivel en instituciones internacionales, sueldos estratosféricos, conferencias y conferencias por todo el mundo, cátedras universitarias, publicaciones en Journals de prestigio, etc.):

«La presencia de economistas formados en los Estados Unidos en los gobiernos de los países en vías de desarrollo es hoy asombrosamente poderosa. Estos tecnócratas formados en el extranjero suelen compartir un marco cognitivo común y un conjunto de suposiciones y directrices – en suma, una ideología común– con los formuladores extranjeros de políticas y con los financieros internacionales. También tienen vínculos sociales con los formuladores estadounidenses de políticas y los funcionarios de organizaciones multilaterales no sólo desde sus días en la escuela de postgrado, sino también desde sus puestos anteriores dentro de organizaciones internacionales, con frecuencia el FMI [….] México constituye un ejemplo típico ideal de esta tendencia.»{2}

Pero ¿cómo se llegó a este estado de cosas? La respuesta que Babb nos ofrece en su libro tiene como hilo conductor la historia de la economía mexicana como profesión, una historia donde se proyecta el antagonismo ideológico, político e institucional (teórico-académico) en cuya dialéctica aparecen los dos polos en los que la autora centra toda su atención y en la que, a su juicio, se define buena parte de las claves de la lucha por el poder del Estado mexicano: la UNAM (institución pública) y el ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México; institución privada).

Universidad Nacional Aautónoma de México: Por mi raza hablará el espírituInstituto Tecnológico Aautónomo de México

III

El capítulo I del libro comienza de un modo claro y contundente y nos parece que no tiene desperdicio:

«A finales de los años sesenta, uno de los padres fundadores del primer programa de economía de México publicó un delgado volumen titulado A un joven economista mexicano. El mensaje de Jesús Silva Herzog estaba dirigido en particular al creciente número de economistas mexicanos que se graduaban en universidades extranjeras. Como ex funcionario del gobierno, economista autodidacta y «socialista» –como se describía a sí mismo–, Silva Herzog advertía contra la fácil aplicación de teorías ajenas a las complejas realidades locales. «[N]o se debe aplicar servilmente la teoría elaborada en los grandes centros del capitalismo [a países menos desarrollados]», escribió. «Toda adaptación teórica debe hacerse después de un cuidadoso trabajo analítico, con los pies bien hundidos en la propia tierra y con clara visión de las necesidades primarias y las legítimas aspiraciones del pueblo».
Varias décadas después, los jóvenes economistas a quienes Silva Herzog dirigió su advertencia, se habían convertido en una tecnocracia extraordinariamente poderosa. Dominados por economistas formados en Harvard, Yale, el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) y la Universidad de Chicago, tres periodos presidenciales consecutivos transformaron la economía mexicana mediante una serie de reformas neoliberales. Estas reformas incluyeron una extensa privatización de industrias estatales, la revisión de la Constitución mexicana para ayudar a asegurar los derechos de propiedad de los inversionistas extranjeros y el levantamiento de las barreras proteccionistas al comercio de acuerdo con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).»{3}

El proceso en virtud del cual las advertencias de Silva Herzog, advertencias hechas desde un genuino materialismo político y, por tanto, de un claro y firme nacionalismo, se diluyeron en las fórmulas abstractas y en el formalismo a-histórico saturado de matemáticas y econometría, o quedaron prácticamente en el olvido, de tal suerte que un economista del ITAM, borrando de un solo golpe la herencia y las palabras de Silva Herzog, señalase a Babb desde el anonimato, en 1996, que 'una curva de demanda es la misma aquí, en China, en Estados Unidos, en Rusia y donde sea. Y cuando los precios están más altos, los productores producen una cantidad mayor, independientemente de dónde sea'{4}, tal proceso, decimos, es desplegado de modo clarificador por Sarah Babb en Proyecto: México.

La clave del libro es, a mi juicio, la siguiente: para Babb, la ciencia económica en México, incluida la fase dominante del presente desde la que se defiende la no intervención del gobierno en la economía –defendida desde el ITAM y el CIDE{5}– es, por mucho, una creación del propio Estado mexicano (p. 288). Es decir, el desmantelamiento del Estado es operado e ideologizado desde el Estado mismo, planteamiento que nos acerca al materialismo económico de Polanyi para quien el mercado es creado por el Estado y controlado por la burocracia: la separación entre mercado y Estado (o más bien, gobierno) es una apariencia que sólo puede tener sentido analítico, pero no ontológico (económico político). Pedir más o menos Estado en la economía es un sinsentido por que, en todo momento, el Estado está desplegándose históricamente, materialmente (por cuanto a la materialidad de los flujos y transacciones económicos); el Estado, sea capitalista liberal o comunista, interviene siempre en la economía y nunca, por que no puede ni podrá, ha dejado de hacerlo en tanto que toda economía es economía política, es decir, es una economía dada en este o en aquel Estado-nacional; toda economía, en resolución, es economía estatal, es economía planificada.

Entonces, y aquí aparece el matiz analítico aportado por Babb, el antagonismo ideológico-político abierto entre la Escuela (y luego Facultad) de Economía de la UNAM y el ITAM no se define tanto por el hecho de que sus graduados hayan estudiado en universidades del exterior, por que todos, sean de la UNAM o del ITAM, siempre lo han hecho, sino que se define más bien en función de la dialéctica ideológica e institucional (teórica) desplegada a escala internacional (Escuela de Cambridge –keynesiana–, Escuela de Chicago –monetarismo y elección racional–, Escuela cepalina –desarrollismo y dependencia–) y de las derivaciones teóricas e ideológicas que en su virtud se han abierto paso para incidir en la definición de la estructura, el contenido y el funcionamiento del Estado en tanto que plataforma material de toda economía nacional.

Por cuanto a la UNAM, en efecto, su Escuela de Economía fue creada –primero en 1929, dentro de la Escuela de Derecho, cuyo director era Narciso Bassols, y luego como Escuela de Economía en 1935– por el impulso de Daniel Cossío Villegas, hombre de instituciones extraordinario y fundador, entre otras cosas, del Fondo de Cultura Económica, el Trimestre Económico, la Casa de España –ahora Colegio de México– y el Departamento de Investigación Económica del Banco Central.

Pero don Daniel había estudiado economía –fue el primer mexicano en hacerlo– tanto en Estados Unidos, precisamente: en Harvard, en Cornell y la Universidad de Wisconsin, como en Inglaterra –en la London School of Economics– y Francia –en la École Libre de Sciences Politiques– con fondos de la Rockefeller Foundation. Pero esta circunstancia no impidió que Cossío Villegas apoyase de modo decidido las políticas de reforma de la tierra de Cárdenas y que fuese considerado como un genuino intelectual revolucionario (acaso con matices de moderación de factura liberal, según su biógrafo Enrique Krauze), como hijo o heredero intelectual de la Revolución.

Sus pasos fueron seguidos luego por Antonio Espinosa de los Monteros, quien estudió en Harvard, junto con Cossío Villegas y fungió después como director de Nacional Financiera en el gobierno de Cárdenas; Eduardo Villaseñor, quien tomó clases en la London School of Economics donde quedó impresionado por las nuevas teorías monetarias de John Maynard Keynes; Enrique González Aparicio, proveniente de la London School of Ecoomics y la Unión Soviética para hacer «observaciones educativas», y quien fue el responsable de transformar, en 1935, el programa de economía de la UNAM en una Escuela «hecha y derecha»; Manuel Gómez Morín: estudió en la Universidad de Columbia y fue autor tanto de la legislación, en 1925, del banco central –hoy Banco de México–, del Banco de Crédito Agrícola, en 1926, y …… del Partido Acción Nacional (PAN), en 1939, tras su «desencanto con el cardenismo».

Una generación posterior, también con estudios en el exterior, estuvo conformada por Victor Urquidi (Londo School of Economics), Leopoldo Solís (Universidad de Yale), Raúl Salinas Lozano (Harvard), padre de Carlos Salinas de Gortari y Secretario de Comercio en 1958, Carlos Tello –quien nacionalizó la Banca en 1982– y José Andrés de Oteyza (ambos provenientes de la Universidad de Cambridge, con fuerte ascendente keynesiano) y David Ibarra (Universidad de Stanford) quien, como secretario de Hacienda de 1977 a 1982, le abrió las puertas a un grupo cada vez mayor de jóvenes tecnócratas entre los cuales se encontraba Pedro Aspe, economista cuya licenciatura no había sido ya cursada en la UNAM, sino en el ITAM, y con doctorado en el MIT. Aspe se convirtió, unos años después, en pleno poderío tecnocrático-neoliberal, en el Secretario de Hacienda de Carlos Salinas de Gortari.

El hombre que puede considerarse como columna ideológica y académica de la carrera de economía de la UNAM fue Jesús Silva Herzog, quien 'no solo dio forma al programa inicial, sino también guió su trayectoria durante sus primeros veinte años de existencia'{6}. Don Jesús tuvo a su cargo la organización de la biblioteca de ciencia económica de la Secretaría de Hacienda en 1928 (primera de su rango en México), fundó el Departamento de Estudios Económicos en Ferrocarriles Nacionales de México en 1931, el Instituto Mexicano de Estudios Económicos y la revista fundamental Cuadernos Americanos en 1942. Silva Herzsog fue también subsecretario de Hacienda de 1942 a 1945 y miembro del equipo de negociación de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. Para Silva Herzog, el economista y la disciplina misma tenían como fin primordial el servicio al Estado y al pueblo de México. Ese fue el principio que definió siempre todas sus advertencias.

Por cuanto al ITAM, nos encontramos con una institución académica nacida a mediados de la década de los 40, en un contexto que gravitaba en torno al cardenismo potenciado tras la nacionalización petrolera y que se anunciaba como bloque político nacionalista, anti-imperialista y, con modulaciones particulares, socialista. Ante tal circunstancia, 'tanto los industriales más antiguos como los banqueros participaron en la fundación de instituciones de educación superior para proporcionar una alternativa a lo que ellos percibían como la ideología de izquierda en las universidades reguladas por el Estado'{7}.

Inspirándose en el modelo de los Institutos Tecnológicos de Massachussets y California y en claro antagonismo ideológico con el cardenismo, un grupo de empresarios de la norteña ciudad industrial de Monterrey fundan en 1943 el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), su departamento de economía cobró vida hasta 1954.

Pero en 1946 se funda la Asociación Cultural Mexicana, misma que, posteriormente, crea el Instituto Tecnológico de México (ITM), cuyo programa central era el de economía. El grupo de instituciones que conformaban la Asociación tenía entre sus filas a siete de los principales bancos mexicanos, el banco central y varias empresas de Monterrey, incluida la compañía cervecera Moctezuma y la Compañía Fundidora de Hierro y Acero de Monterrey. El presidente de la fundación (hasta su muerte en 1967) era él mismo banquero: el señor Raúl Bailleres, fundador de Crédito Minero (más tarde Banca Cremi), primer banco mexicano especializado en el financiamiento de las operaciones mineras.

En la siguiente entrevista realizada en 1988 a Aníbal de Iturbide, otro miembro sobresaliente de la Asociación, aparece con claridad el propósito que animó el proyecto fundamental de la misma: la creación del ITM (luego ITAM):

«[En 1946] la ideología cardenista, equivocada en nuestra opinión, todavía estaba muy vigente. Las ideas del gobierno del general Cárdenas todavía tenían una influencia importante en el desarrollo ideológico de la vida y la política mexicanas, lo que a nosotros nos parecía de lo más infortunado para la búsqueda de un desarrollo equilibrado del país… pensábamos que si había que alentar el desarrollo industrial de México teníamos que tratar de cambiar la mentalidad de la gente, porque con una mentalidad predominantemente de tipo socialista, izquierdizante, que era lo que predonimaba en el medio político… Ésa fue esencialmente la razón que nos impulsó a crear el Instituto Tecnológico de México, teniendo como meta la creación de una escuela de economía de donde egresaran los futuros hombres que manejarían la economía tanto privada como pública de México…
La idea empezó a tomar forma durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, cuando vimos que su política no coincidía con lo que nosotros pensábamos.
Creíamos que con la ideología cardenista en pleno vigor no existía suficiente aliciente para la inversión del capital que iniciaría el proceso de transformación de un país agrícola y minero a uno industrial… La Escuela de Ingeniería fue descartada porque llegamos a la conclusión de que no podríamos ser eficientes si tratábamos de incluir demasiadas ramas. Nos decidimos por tres o cuatro escuelas, dándole preferencia siempre a la Escuela de Economía, porque en nuestra opinión, era la base para que cambiara el futuro de México.»{8}

Creado entonces como un instituto cuyo objetivo ideológico era proporcionar una formación en economía conservadora, distinto al de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, el ITAM fue abriéndose paso como la cantera de economistas tanto para el sector privado y, de modo cada vez más acusado, para el sector público. Un par de décadas más tarde aproximadamente, el Banco de México comenzó a adquirir un papel decisivo como reclutador de profesionistas provenientes de esta escuela.

En 1971, tres graduados del ITAM ascendieron a altas posiciones dentro del banco central; a la postre, estos funcionarios habrían de ser piezas clave en el apuntalamiento tanto del ITAM como del Banco de México (y luego la Secretaría de Hacienda) como bastiones del grupo de la tecnocracia neoliberal: Gustavo Petricioli, Miguel Mancera y Francisco Gil Díaz (actual secretario de Hacienda). Al día de hoy, quien se perfila como futuro titular de Hacienda, Agustín Carstens, es también egresado del Instituto Tecnológico Autónomo de México.

IV

Bien. Dicho lo anterior, Babb sugiere entonces que el criterio que define la dialéctica teórico-ideológica de «las escuelas económicas», en el contexto de su investigación, no es aquel con el que se dibuja la disyuntiva estructuralismo vs. monetarismo sino que propone al desarrollismo estabilizador como punto de referencia y de ruptura.

De este modo, despliega cuatro períodos históricos que gravitan en torno a un bloque teórico e ideológico, a saber: 1) los primeros años del programa de la UNAM, de 1934 a 1945; 2) el período del desarrollo estabilizador de los años cincuenta y sesenta; 3) el período del populismo y el conflicto social de finales de los años setenta; y 4) el período neoliberal, iniciado aproximadamente a mediados de los ochenta y que se mantiene firme en el presente.

En el primer período, de 1934 a 1945, la UNAM era el centro fundamental de formación de economistas y también de ideología. La Escuela de Economía orientó a la ciencia económica mexicana como una disciplina diseñada para educar a futuros burócratas gubernamentales. Jesús Silva Herzog impulsó la doctrina según la cual el economista es un reformador social; para él, la economía tenía estrecha vinculación con la filosofía, la historia y las ciencias sociales. El punto de apoyo ideológico era inequívoco: el nacionalismo revolucionario.

Durante el segundo período, el del desarrollismo estabilizador de los cincuenta y sesenta, el período de posguerra, el ITM tiene ya presencia como formadora de economistas dirigidos más al sector privado que al público. Pero, no obstante, este período aparece gravitando alrededor de un consenso internacional generalizado que, por lo menos teóricamente, se erigió en punto de convergencia ideológico tanto de la UNAM como del ITAM, a saber: el keynesianismo. De tal suerte que fue posible que se articulase, en cierto nivel, un acuerdo implícito entre el Estado y el sector privado, en el marco de 'un crecimiento económico que trajo mejoras tangibles a muchos sectores distintos, y un sistema político que manejó con efectividad las demandas desde abajo'{9}. Como resultado, la profesión económica en el período de posguerra tuvo legitimidad tanto en el sector privado como en el público.

El tercer período es el de la ruptura y el colapso del consenso keynesiano-desarrollista, determinado ideológica y políticamente por los conflictos sociales de fines de la década de los sesenta y durante la década de los setenta. La ruptura del patrón oro, la crisis de los precios del petróleo, el giro de timón en China de Den Xiaping y la posterior aparición de Reagan y Tatcher en el escenario geopolítico, ofrecieron un contexto mundial adverso a las tesis keynesianas y desarrollistas. Como resultado del declive de esta última, la «teoría de la dependencia» se abrió paso como crítica al desarrollismo de la CEPAL y muchos de sus adeptos proponían el cambio revolucionario como única salida del subdesarrollo estructural.

Por su parte, la UNAM, tras el movimiento estudiantil del 68, radicaliza sus posturas. La Facultad de Economía, en 1974, organiza un debate que duró 9 días y que culmina con la propuesta según la cual el enfoque central de la enseñanza de la economía en la Escuela Nacional de Economía debía ser marxista. El gobierno de Echeverría, buscando dar salida a la presión política y social tras la represión gubernamental del 68 y el 71, crea la UAM en el 73 y el CIDE en el 74, como solución de continuidad ante la radicalización de cuño marxista que estaba dándose en la UNAM.

Este fue el momento en el que la ruptura entre el Estado, por un lado, y los empresarios y el Banco de México por el otro, encuentra su punto crítico. Pocos años después, la ruptura produjo la fractura fundamental: la nacionalización de la Banca por López Portillo y Carlos Tello. El terreno quedó allanado para que el ITAM se erigiera en la única salida académica e ideológica posible ante una tensión política que había producido ya su ruptura mayor.

En efecto, el ITAM, en ese contexto, regresa a sus raíces de laissez-faire y se convierte en el bastión del pensamiento económico neoclásico que internacionalmente estaba cobrando fuerza en las universidades norteamericanas, fundamentalmente en la Universidad de Chicago. Era prácticamente imposible que ese paso de adecuación teórico-ideológico pudiese haber sido dado por la UNAM o por la UAM. Con el CIDE, sólo fue cuestión de tiempo, pues a la postre se convirtió también en otro de los bastiones del pensamiento neoclásico de ascendencia norteamericana.

A principios del período de rectoría del ITAM de Javier Beristáin (1972-1991), un joven funcionario del Banco de México, Francisco Gil Díaz, se convirtió en director de Economía del ITAM. Gil Díaz, postgraduado en la Universidad de Chicago en 1970, hizo del programa de economía una copia al calco de la Escuela de Chicago, al grado de que, por ejemplo, en 1978, casi la totalidad de estudiantes de economía en los postgrados de la Universidad de Chicago eran provenientes del ITAM.

Ya en pleno período neoliberal, la teoría de la elección racional y el monetarismo se nos ofrecen, así, como la doctrina dominante en esta institución, pero también en el Banco de México, en la Secretaría de Hacienda y, con la llegada de Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari, y hasta el gobierno mismo de Vicente Fox, cuyo secretario de Hacienda no es otro que Francisco Gil Díaz, pasando por el de Ernesto Zedillo, en la doctrina dominante del gobierno de México.

V

En definitiva, consideramos al libro de Sarah Babb, Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, como un extraordinario trabajo analítico, realizado durante un período aproximado de 10 años, que nos ofrece un cuadro histórico de sumo interés en orden a esclarecer las claves políticas, ideológicas y hasta sociológicas que definen la dialéctica política de nuestro presente.

Babb identifica también que el de México es solo una modulación particular de una tendencia general con determinaciones geopolíticas bien precisas: el predominio del neoliberalismo y la democracia, como su correlato ideológico-político que, anegados en las aguas de la globalización, son ofrecidos como las coordenadas en donde se cifra el final de la historia.

Para el caso de Iberoamérica, Babb identifica a la Universidad Católica de Chile como el correlato del ITAM, y sugiere, en su bibliografía, la revisión del libro sobre el particular, que se antoja esclarecedor, de Juan Gabriel Valdés, Pinochet's Economists: The Chicago School in Chile ('Los economistas de Pinochet: la Escuela de Chicago en Chile'), editado por la Cambridge University Press, en Cambridge, 1995, (al parecer, según los editores del Fondo de Cultura Económica, sin edición traducida al español hasta estos momentos).

Luis Cabrera (1876-1954), crítico implacable de 'los científicos' Con esta reseña, hemos buscado arrojar luz sobre la circunstancia política actual en la que Agustín Carstens, al tiempo de perfilarse como futuro Secretario de Hacienda, lo hace también y sobre todo como eslabón de continuidad de un proyecto político transexenal. Al final de todo, nos parece que para entender lo que ocurre, no son necesarios ni los tecnicismos, ni las gráficas, ni la econometría, ni los doctorados. Basta con leer a Luis Cabrera. Las similitudes, a prácticamente cien años de distancia, son aplastantemente sorprendentes. Sobre advertencia no hay engaño, y como bien sostiene Spinoza: la ignorancia no es argumento.

Notas

{1} Sarah Babb, Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, págs. 302-303.

{2} Ibid.

{3} Ibid., pág. 1.

{4} Ibid., pág. 279.

{5} CIDE, Centro de Investigación y Docencia Económica. Institución creada por Echeverría en 1974 como solución de continuidad a la radicalización de factura marxista que en la Facultad de Economía de la UNAM se dio a partir del movimiento estudiantil del 68 y de la revolución cubana; un año antes se había creado, con el mismo propósito, la Universidad Autónoma de México (UAM). Mucho exiliados sudamericanos fueron acogidos por el CIDE. A la postre, con la llegada al poder de la tecnocracia neoliberal (a partir de 1982, pero sobre todo con Carlos Salinas, en 1988), el CIDE se convirtió en otro bastión de ideología neoliberal que compite ahora con el ITAM.

{6} Pág. 44.

{7} Pág. 98.

{8} Págs. 100-101.

{9} Pág. 147.

 

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