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El Catoblepas, número 54, agosto 2006
  El Catoblepasnúmero 54 • agosto 2006 • página 11
Artículos

Análisis materialista de la ideología de los movimientos indigenistas en Hispanoamérica

Iñigo Ongay

Comunicación presentada en los XI Encuentros de Filosofía en Gijón,
el miércoles 12 de julio de 2006

1. Introducción

La reciente victoria electoral de Evo Morales Ayma, candidato por el MAS (Movimiento al Socialismo) en los comicios presidenciales bolivianos del 18 de diciembre de 2005 pero también, en otros contextos hispanoamericanos, la pujanza renovada de organizaciones políticas tales como puedan serlo el «movimiento pachakutik» o la COINAE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) en Ecuador, el secesionismo mapuche en Chile, la Unión por el Perú de Ollanta Humala{1}, &c., han terminado por poner sobre la palestra uno de los componentes ideológicos principales de las corrientes políticas de la «izquierda» hispanoamericana en el presente, tras el inevitable desplazamiento de coordenadas propiciado por el estrepitoso fracaso del proyecto soviético, y ello con las consecuencias que este mismo fracaso pudo llevar aparejado respecto a las generaciones de izquierda comunista o asiática que durante los ochenta pudieron mantenerse actuantes en el Continente Hispanoamericano (incluyendo Cuba, Nicaragua, El Salvador, Perú, por supuesto Colombia, &c.). Un tal componente, el indigenismo, cuyas premisas podemos comenzar a observar en pleno ejercicio ya en el mismo levantamiento zapatista mexicano contra la entrada en vigor del TLC el 1 de Enero de 1994, estaría, como suele advertirse, actuando a la base del supuesto «giro a la izquierda»{2} experimentado por muchos de los gobiernos de la zona: desde esta perspectiva resultaría posible acaso, interpretar la entrevista del presidente Lula da Silva con los jefes yanomami del Amazonas (disco bocotudo incluido), pero también la inserción en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999 de artículos como el siguiente, que constituye todo un dechado del uso enteramente acrítico, oscurantista, indiscriminado de ideas filosóficas de importancia capital («identidad», «cultura», «valores», «espiritualidad», &c., &c.):

«Los pueblos indígenas tienen derecho a mantener y conservar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores, espiritualidad y sus lugares sagrados y de culto. El Estado fomentará la valoración y difusión de las manifestaciones culturales de los pueblos indígenas los cuales tienen derecho a una educación propia y a un régimen educativo de carácter intercultural y bilingüe, atendiendo a sus particularidades socioculturales, valores y tradiciones.»{3}

Dígase lo mismo, mutatis mutandis, de la nueva constitución de la provincia de Nequén en la Argentina (poblada ante todo por indígenas mapuches):

«La provincia reconoce la pre-existencia étnica y cultural de los pueblos indígenas neuquinos como parte imprescindible de la identidad e idiosincrasia provincial. Garantiza el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural.»

Del mismo modo, también el gobierno de Cuba Socialista, acaso preso del idealista «mito de la cultura», parece muy interesado en fomentar «señas de identidad» afrocaribeñas como puedan serlo el vudú, el candomblé, o la santería, dando con todo ello, buena muestra del grado de implantación efectiva de las premisas propias del «racionalismo antignóstico» (por caso, del «ateísmo científico») en una nación conformada durante décadas según el ortograma generador del Imperio Soviético, aunque también es verdad que una tal deriva ideológica cubana hacia la «tolerancia» de las supersticiones más delirantes puede ser vista precisamente al modo de una contraprueba, particularmente contundente, del fracaso de ese mismo ortograma a quince años del colapso de la URSS.

Pues bien, nuestro propósito en el presente texto no es otro que someter las propias premisas ideológicas características del indigenismo hispanoamericano a un análisis crítico (es decir, clasificatorio), y ello, no tanto para condenarlo o, eventualmente, para aplaudirlo (como si estas actitudes viniesen al caso en el presente contexto) cuanto para discutir el tipo de «unidad» respecto del «Continente Iberoamericano» (frente a terceras plataformas continentales) que pueda dinamarse de tales principios, pero también, y dando por supuesto que este mismo Continente puede albergar la génesis in-fecta de una séptima generación de izquierda política en nuestro presente en marcha, el grado de compatibilidad que pueda establecerse en general entre estos contenidos ideológicos indigenistas y la operación política de «racionalización por holización» característica de la función «izquierda definida» tal y como la analiza Gustavo Bueno en su obra El mito de la Izquierda.

2. Las claves del movimiento indigenista: la leyenda negra y el antihispanismo

En Mayo de 2006 Evo Morales anunciaba la decisión por parte su gabinete de nacionalizar los hidrocarburos y el gas natural boliviano sin previa indemnización a las empresas multinacionales implicadas (entre otras la española REPSOL-YPF, pero también la brasileña Petrobrás, &c.), algo que, como era presumible, provocó la consabida controversia en el contexto de la IV Cumbre de la UE-América Latina y el Caribe celebrada en Viena, en la que tuvo lugar el polémico anuncio. Ahora bien, nosotros no vamos ni de lejos a discutir en este momento la oportunidad de una tal decisión respecto a la capa basal del cuerpo político boliviano, y mucho menos en el nombre de una supuesta sabiduría concerniente al «funcionamiento de los mercados» considerados como «formas separadas» en relación a las capas corticales y conjuntivas de las sociedades políticas (aunque eso sí, consideramos obligado advertir que este es precisamente el enfoque desde el que han tratado el asunto los más eminentes «comentaristas económicos» de la prensa española, sean de «izquierdas» o de «derechas»: El Mundo, El País{4}, los diarios de Vocento, &c.), puesto que lo que damos en todo caso por supuesto –desde el punto de vista ontológico– es justamente la inseparabilidad de tales capas{5} con lo que al límite, las propias operaciones «económicas», salvo hipostatización metafísica, no serán posibles al margen de los cuerpos políticos de referencia, contenidos conjuntivos y corticales de los mismos incluidos. Sin embargo, sean cuales sean las consecuencias de este decreto desde el punto de vista de la eutaxia de la sociedad política boliviana (e insistimos: no estamos diciendo que un tal decreto no pueda defenderse por motivos muy variados), lo que más nos interesa aquí es subrayar el fundamento que, en relación a esta decisión política, el propio Morales aportó ante la Cumbre de Viena, a saber: la necesidad de revertir los «500 años de saqueo sistemático de las riquezas pertenecientes a los pueblos indígenas de bolivia».

Y es que estas palabras, ofrecen en efecto, indicios más que suficientes de que el líder «cocalero», en su calidad de adalid del MAS y de Presidente del gobierno boliviano ha procedido sin duda a «engullir» enterita la leyenda negra al menos en lo concerniente a uno de sus «puntos estrella»: la actuación del Imperio Católico Español en Hispanoamérica. Realmente, poco puede sorprender esta circunstancia, al menos si tenemos en cuenta las declaraciones, igualmente negro-legendarias, pronunciadas en muchas ocasiones por otros políticos izquierdistas de la zona, comenzando por Fidel Castro:

«Cuando Colón llegó aquí con su Iglesia que era la Iglesia Católica, él vino, bueno, con la espada y con la cruz: con la espada consagró el derecho a la conquista, y con la cruz lo bendijo. Estos indios que había aquí tenían sus creencias religiosas, todos.
Cuando Cortés llegó a México, se encontró ampliamente extendida la cultura y la religiosidad, más aún que en España. Yo podría decir realmente que los aztecas eran más religiosos que los españoles, a tal extremo lo eran que todavía casi nos impacta el grado en que se consagraban a la religión aquellos sacerdotes, con los sacrificios humanos. Y los gobiernos eran teócraticos. Se han escrito libros y obras sobre eso en los que se habla ampliamente de aquellos métodos. Y, bien, vinieron los cristianos con su moral, los declararon crueles; a lo mejor si llega un azteca a España, considera muy cruel que en medio del calor del verano un sacerdote hubiera estado vestido con una sotana, o hubieran podido considerar crueles otras cosas. Porque ellos hubieran juzgado, y les habrían parecido unos bárbaros los españoles puesto que no les ofrecían sacrificios a sus dioses y, en cambio, podían quemar vivo en la hoguera a un hereje.
(...) Los incas del Perú tenían una religiosidad también mayor que los conquistadores, que Pizarro y que toda aquella gente. Pizarro pensaba mucho más en el oro que en la Biblia, y todos aquellos conquistadores pensaban fundamentalmente en el oro. Criticaban a otros que adoraban a las piedras y ellos adoraban el oro; criticaban a los que hacían sacrificios humanos a los dioses de piedra, y ellos hacían miles de sacrificios humanos al dios de la riqueza y del oro, porque mataron indios por millones trabajando en las minas, y mataron españoles. Al propio Atahualpa lo hicieron prisionero y, además, lo engañaron porque le cobraron un rescate de un salón lleno de objetos de oro, y después lo asesinaron.»{6}

Y es que en este párrafo del político cubano están ya presentes, «in nuce», los principios ideológicos del indigenismo cuando se ejercitan en el «análisis» de la historia del Imperio Español pretérito. Dejamos al lector la tarea de enjuiciar el alcance que cabe adjudicar desde el Materialismo Histórico al relativismo cultural de signo lacasiano que rezuma semejante «interpretación» por parte de Fidel Castro acerca de la conquista de América. ¿No serán equivalentes tales «valoraciones» de Fidel o de Evo sobre los «500 años de saqueo» o sobre la Auri Sacra Fames (y mayor formalismo psicologista en lo concerniente a la explicación de los fenómenos histórico políticos difícilmente puede imaginarse por cierto, sobre todo en labios de un «marxista-leninista») de los conquistadores a las consignas que los no menos lacasianos militantes de Izquierda Unida coreaban desde España el año del quinto centenario –«Colón, ¡qué hiciste!, ¡por qué nos descubriste!»–?, de otro modo: ¿no estaremos ante una ridícula por metafísica «condena» de la historia efectiva de Hispanoamérica?, ¿y cómo pretender, salvo olvido fragante de las propias premisas más elementales del materialismo histórico, que ningún inca, ningún maya o, en general, ningún habitante de la América precolombina hubiese podido en algún momento no sólo esgrimir el concepto preciso de «barbarie» contra los españoles, sino incluso, suponemos que dejando momentáneamente de adorar a la serpiente emplumada, «viajar» a España y «conquistarla» (operaciones que presuponen por cierto, la teoría de la esfera» pero también las tecnologías vinculadas a la construcción de barcos, a la elaboración de cartas navales, a la doma del caballo, a la preparación de mosquetes y armas de fuego &c., &c.)?; y ante todo, en estas condiciones, situar en pie de igualdad a los conquistadores y a los incas, ¿no es en todo caso una «opinión» (en el sentido platónico) particular de Fidel Castro, pero una «opinión» sin duda enteramente indocta desde el punto de vista marxista que el propio Fidel se supone que maneja en el ejercicio? Prescindimos de entrar a valorar en qué quedan los «millones de indios» muertos en las minas cuando tales «opiniones» quedan confrontadas con las construcciones científicas propias de las categorías de la Historia fenoménica{7}, pero en todo caso, no nos resistimos a recordar –para decirlo con Unamuno– que haría bien Fidel en pedir cuentas a sus abuelos que fueron a Cuba, y no a los nuestros que se quedaron.

Y, en todo caso, ¿no es simplemente gratuito –salvo que se pida el principio panfilista de la «igualdad de las culturas» y de la conmensurabilidad armonista de todos los contenidos culturales entre sí{8}– poner la institución-ceremonia «sacrificio caníbal» practicado por los Aztecas en solución de continuidad con la institución «sotana» propia del cuerpo de la religiosidad terciaria? En este punto preciso la ideología del supuesto militante de la quinta generación de la izquierda definida parece aproximarse a la doctrina del relativismo cultural prominente, por vía del eje pragmático, entre tantos cultivadores de las categorías de la antropología etnológica («salvaje es quien llama a otros salvajes»), aun cuando precisamente tales categorías –y he aquí su precisa dialéctica gnoseológica– remiten necesariamente, desde el punto de vista del eje semántico, a la distinción entre culturas bárbaras y civilizadas para constituirse como tales.

Ahora bien, así las cosas, cabría preguntarse, ¿qué tipo de concepción de la unidad e identidad del continente hispanoamericano estará siendo ejercitando a la base de este tipo de contenidos ideológicos de signo relativista? Aplicando al caso la clasificación que propone Gustavo Bueno en su trabajo «España y América» publicado en la revista cubana Catauro{9}, parecería obvio que la interpretación de «América del Sur» (para decirlo con un término que es por sí mismo «neutro» respecto de otros tales como «Hispanoamérica» o bien «Latinoamérica», &c.) que se abre paso a través de los principios políticos de la «izquierda indigenista» se identifica enteramente con lo que Gustavo Bueno denomina alternativa «Sudamericanista» (al límite «Indoamericanista») en base a la cual, la identidad del continente quedaría reajustada por modo de superposición a su unidad en cuanto que tal unidad aparezca tratada como un todo atributivo. Esta interpretación se ejercitará aparentemente contra terceras plataformas políticas (y en particular los Estados Unidos de América del Norte) enfrentadas al continente en el contexto de la dialéctica de estados. Precisamente, creemos, esta es la situación más ajustada al proceso de «integración regional» que el Presidente Hugo Chávez ha propuesto una y otra vez, apoyándose por ejemplo en la Alternativa Bolivariana de las Américas (frente al ALCA o al Plan Puebla Panamá){10}, en Telesur (frente a la CNN), &c. &c. A su vez tales planteamientos justamente, han llevado a Venezuela a romper con la Comunidad Andina de Naciones por razón de los Tratados de Libre Comercio firmados entre algunos de los países miembros (en particular Colombia, Paraguay, &c.) y los Estados Unidos de América del Norte. Como precedente central de tales posiciones –además en un sentido cercano al indigenismo que estamos discutiendo en el presente contexto– aludiremos al famoso libro de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina en la que el imperialismo hispánico respecto a Indoamérica se sitúa en línea con el imperialismo norteamericano respecto a Latinoamérica, y ello sin ningún tipo de solución de continuidad por así decir.

Con todo, y sin perjuicio de que como decimos esta concepción de la unidad e identidad de América del Sur aparecería in recto dirigida contra el Imperio USA{11} (pero también contra la Unión Europea y sus multinacionales petroleras, &c.), lo interesante del caso reside en que, precisamente en razón de su solidaridad con la «Leyenda negra» antiespañola, tal modelo puede resultar coordinable con otras interpretaciones de esta misma identidad dibujadas directamente contra España: nos referimos concretamente a aquellas concepciones de América del Sur a la luz de las cuales, la identidad de este continente queda recortada a la escala de su unidad en cuanto que tal unidad se interprete como subsumida en un todo atributivo de alcance más amplio, a la manera de parte formal suya. Unas veces, el papel de esta totalidad atributiva reductora de la identidad de América del Sur lo cumplirá el propio continente Americano como tal (Alternativa Panamericanista propugnada por ejemplo en la «doctrina Monroe»), en otras ocasiones, será el Continente Europeo (y en particular,el «Corazón de Europa»: Francia o Alemania) el «todo orgánico» capaz de subsumir a la América que habla español, pero en todo caso, en ambas interpretaciones, la especie «hispano» quedará vigorosamente desactivada ya sea en el nombre de «América» en general («América para los americanos», Área de Libre Comercio de Las Américas, &c.), ya sea, más en particular, en el nombre de «Latinoamérica» (incluyendo al límite, a la Canadá francófona, también a Haití, &c., &c.) concebida como «parte formal» del «Occidente Latino» (y en el límite, como es natural, de Francia: por ejemplo de la Francia del «emperador» Maximiliano I de México fusilado por Benito Juárez el 19 de junio de 1867).

Ahora bien, este proceso de «asesinato» de la especie (Hispanoamérica por caso, o aun Iberoamérica) por el género (Latinoamérica, o Las Américas ) propiciado por las alternativas Panamericanista y Occidentalista termina, y esto es lo que nos interesa destacar aquí, a través de sus propios canales ideológicos, confluyendo en gran medida con los mismos principios indigenistas precisamente en razón del debilitamiento de la especie hispánica introducido por tales «reivindicaciones identitarias». Para comprobar este extremo baste mencionar aquí la actividad llevada a cabo entre los indígenas de Hispanoamérica tanto por los lingüistas-misioneros del SLI-ILV por un lado (por el lado del panamericanismo protestante procedente de la América que habla inglés) como, ya a partir de 1875, por los etnólogos que pusieron en marcha desde Francia, instituciones como puedan serlo los Congresos Internacionales de Latinoamericanistas{12} por otro lado (por el lado del occidentalismo europeísta afrancesado). Y es que tanto a unos como a otros{13}, podría aplicarse aquello de «divide y vencerás».

3. Idea de «persona» e Imperialismo Generador

Pues bien, la cuestión que se abre camino inmediatamente en este sentido es la siguiente, ¿puede considerarse una vez que se ha abstraído el componente «hispánico» como cantidad despreciable, a los indígenas como «personas libres e iguales» tal y como lo exige, dentro del radio de las diferentes naciones políticas, el proceso gnoseológico de racionalización por holización en la fase analítica de su desenvolvimiento? Sólo, en todo caso, de un modo enteramente abstracto y confuso puesto que, salvo cuando nos mantenemos en el terreno puramente formal que es propio de las «ficciones jurídicas», la condición de «persona» y la «igualdad de derechos» a esta aparejada muy lejos de aparecer como una suerte de «situación originaria» establecida de manera inmediata –sea por «derecho natural», sea por «derecho divino»– entre los hombres (es decir, en este contexto: entre los individuos de la especie homo sapiens sapiens){14} constituye, entre otras cosas, el resultado de los ortogramas característicos de los Imperios Generadores en su actividad conformadora, según su propia norma, de terceras sociedades «humanas» que, sobre todo cuando aparezcan como sociedades bárbaras, estarán muy cerca de la condición de sociedades naturales (no políticas stricto sensu) compuestas por «individuos», pero no, en modo alguno, por «personas»; cuando tales sociedades bárbaras (cuya potencia de obrar no puede por ende, suponerse equiparable a la potencia de obrar atribuible a las sociedades civilizadas) queden sujetas a la «influencia conformadora» de un imperialismo universalista (católico) como el Hispano, tales individuos que figuran como los términos a quo de la «conquista» podrán en todo caso, dar lugar a personas entendidas como términos ad quem de esta misma conformación política imperial (ciudadanos bolivianos, venezolanos, mexicanos o peruanos), aunque este resultado no puede en manera alguna darse por supuesto (entre otras cosas porque los Imperios Generadores no son universales de modo efectivo, ni tampoco omnipotentes{15}). Sin embargo, bajo la férula de los ortogramas propios del Imperialismo depredador particularista (protestante) defensor del gobierno indirecto y de la tolerancia hacia la «identidad cultural» de los salvajes, la situación comenzará a presentarse de otro modo puesto que ahora, los indios no podrán ser vistos como términos del eje circular del Espacio Antropológico, sino, más bien, como figuras angulares, y en todo caso no tanto como «personas» equiparables a los conquistadores (en cuyo caso, los propios conquistadores tendrían que dejar de «tolerar» los contenidos más aberrantes y por así decir «despersonalizadores» de sus instituciones si es que los consideran como indignos) sino, por ejemplo como la encarnación de Satán (así los colonos del Mayflower: «Allí donde el indio se opone al puritano, es Satán el que se opone a Dios»{16}), o bien como animales a los que recluir en reservas, o sencillamente exterminar («el indio bueno es el indio muerto»{17})&c. Incluso, añadiremos, curiosamente los esquemas de conquista que fueron propios del Imperio Portugués se acercan en este punto a las líneas de fondo del modelo «anglo-británico» antes que a los planes y programas sacados adelante por el Imperio Católico Español, al menos si hemos de enjuiciar esta cuestión atendiendo por caso, a las «cacerías de indios» practicadas por los bandeirantes paulistas tal y como lo relata Bartolomé Bennassar en su libro La América española y la América portuguesa.{18} En efecto, bajo esta perspectiva, los esquemas coloniales portugueses podrían ser interpretados a la luz del concepto diapolítico de Imperio, en su tendencia asintótica a la situación propia del «Imperialismo Depredador» en la que, en definitiva, la estructura política característica del Imperio (en sentido diamérico) desaparece como tal{19}. Ciertamente, en el caso de la América Portuguesa tal y como nos informa Bennasar:

«Hasta 1530 Brasil sólo fue para Portugal una serie de escalas en la ruta de las Indias Orientales y una reserva de madera de brasil. El rey de Portugal, a pesar de querer reducir el país a una factoría de tipo monopolista como las factorías africanas, en realidad dejó la explotación a la iniciativa privada. Portugueses y españoles, holandeses y franceses, se dirigieron a la costa en busca de cargamentos de madera de brasil y crearon pequeñas factorías privadas.
Ocupado a fondo con la India, Portugal no disponía entonces de los medios financieros necesarios para emprender una colonización oficial en Brasil. Pero a la vez crecía la alarma al ver desarrollarse la presencia extranjera sobre dicha costa, que era absolutamente necesario conservar para asegurar las escalas con la India oriental. La expedición de Cristovero Jacques en 1515-16 ya tuvo el sentido de un intento de expulsión del extranjero. En 1530 la encabezada por Martim Alonso de Souza, investido de grandes poderes, corresponde a la decisión de colonizar: para conseguirlo, Portugal va a estimular y a liberalizar la iniciativa privada, creando deliberadamente un feudalismo colonial.»{20}

De hecho, y como nebulosas ideológicas necesariamente envolventes de los planes y programas políticos de este tipo de imperialismo depredador, las alternativas latinoamericanistas o panamericanistas a las que nos hemos referido, estarían en realidad tomando a los indios sobre cuya supuesta «identidad cultural» se aplica la «tolerancia», no tanto en su condición de, por ejemplo, ciudadanos mexicanos, bolivianos o venezolanos (es decir, en este sentido en su condición de integrantes de una sociedad de personas históricamente constituida como resultado de un Imperio Generador pretérito) sino en cuanto que individuos de una banda,de una tribu o de una jefatura a los que se pretende desconectar pongamos por caso, de un idioma dotado de un radio de acción de 400 millones de hablantes repartidos por muchas naciones de la tierra, individuos a los que también, en nombre de la «tolerancia», se pretende mantener sumergidos en las mitologías más gratuitas y en las supersticiones más aberrantes e irracionales, en una palabra: en cuanto individuos de una reserva («contemporáneos primitivos») apta para el trabajo de los lingüistas o de los etnólogos.Ahora bien, ¿no aparece, así considerada, la perspectiva de la etnología inserta en una situación a su modo bien próxima a la que es propia de la etología como ciencia de la cultura si es que aquella ha de hacer justicia al lema de Levi Strauss: «estudiar a los hombres como si fueran hormigas»?, y ante todo, ¿no empieza entonces a equipararse la figura del etnólogo relativista cultural con la figura del primatólogo o del ecólogo preocupado «profesionalmente» por la «conservación» de la «biodiversidad», es decir por la recurrencia misma de los términos que componen su campo categorial en marcha?

4. Final: el indigenismo y la racionalización por holización

Concluimos. No se trata de discutir en modo alguno el hecho de que en las naciones políticas americanas procedentes del «naufragio» del Imperio Generador Hispánico puedan producirse y de hecho se produzcan respecto de los «indios» –como habrían venido denunciando los propios líderes indigenistas– situaciones de injusticia, de «racismo ambiental», asimetrías sociales o económicas enteramente arbitrarias, e incluso vergonzosas (dado entre otras cosas que damos por supuesta la falsedad de las premisas racistas, etc) cuando se las contempla desde el punto de vista de la «racionalización por holización» propia de las izquierdas políticas. Sin embargo, lo que negamos de plano es que el necesario lisado de tales «anomalías» pueda establecerse, en la América que habla español, mediante el procedimiento de su «inmersión en los abismos de la Pachamama»{21} tal y como se defiende, con «todas las letras», en un documento dado a conocer en Tomebamba (Ecuador) el 24 de Marzo de 2006 bajo el título de Manifiesto para el levantamiento, para la historia de otro poder, de otra saber, de otro tener y de otro celebrar:

«El desafío exige volver a la sabiduría de nuestros abuelos y la espiritualidad pachamama como la más alta conciencia política y como la matriz de las nuevas creaciones económicas, sociales, políticas, ambientales, educacionales y saludables, abandonando lo que hoy se llama el desarrollo en cualquiera de sus formas.
Así como hay que buscar alternativas al desarrollo, llegó también la hora de buscar alternativas a las alternativas. Ello es la fuerza para el tiempo de lucha en contra del Imperio globalizador del neoliberalismo que instaura como ídolo al mercado y que vende como vulgar mercancía todo lo humano, todo lo sagrado, todo lo que es de valor de uso digno, todo lo que debemos compartir como fratría humana intercultural.
El valor matriz de la espiritualidad Pachamama puede y debe nuestra mente y corazón para elaborar un programa de Economía Social y Comunitaria al cual se podría candidatizarlo como forma de hacer otra campaña electoral, reunir fuerzas sanas, aliarnos interculturalmente, construir una fuerza social y política de reserva para ser actores de la vida pública del Ecuador y no caer en la trampa de los «salvadores» electoreros de la Patria.»{22}

Ahora bien, toda la pujanza atribuible a tales planteamientos proviene precisamente de un tratamiento abusivo por hipostático y univocista de la idea de «identidad» como «idea fuerza» reivindicativa{23} cuyos contenidos culturales objetivos (desde las lenguas guaraníes o nahualt a las ceremonias aymas, pasando, suponemos, por los númenes secundarios precolombinos), interpretados ahora a modo de «señas de identidad» remitentes a una «esfera cultural» subyacente («cultura maya», «cultura quechua», «cultura ayma», «cultura yanomami»), quedasen por ende, inmediatamente «dignificados» por la gracia elevante procedente del «Reino de la Cultura», del orden diríamos, de la «Identidad Cultural». En palabras de Gustavo Bueno:

«Cualquiera que sea la referencia material concreta de esta expresión, lo cierto es que ella sitúa intencionalmente tanto a quien la dice con convicción como a quien la lee o escucha, en virtud del mismo carácter abstracto y arcano de los términos que constituyen el sintagma ('identidad' y 'cultural'), en una especie de 'cumbre intelectual', porque la elevación ontológica y el prestigio o dignidad de los términos abstractos de que consta parecen recaer sobre el sustrato al que se aplica, pidiendo sin duda el principio. De este modo, cuando un político, un antropólogo, un periodista o un clérigo, hablan de 'identidad cultura maya' o de 'identidad cultural vascongada' parecen ponernos delante no ya de unos materiales mayas, o de unos materiales 'vascongados', delimitados 'con línea punteada' para ser descritos etnográficamente, sino ante una extrañas raíces y troncos que parecen dotados de una suerte de eterna fecundidad según pautas permanentes cuyo valor ontológico parece garantizado precisamente por su ajuste al formato del sintagma de referencia.»{24}

Pero esto es absurdo, entre otras cosas por lo siguiente:

«Invocar la identidad cultural para justificar una política conservacionista de la lengua o de las instituciones de un pueblo es sólo un gesto vacío, ideológico, propagandístico, porque la identidad cultura resulta, en todo caso, de la persistencia de la lengua y de las instituciones, y no al revés.»{25}

Sin embargo, una vez hemos retirado los presupuestos substancialistas del megarismo cultural{26} en el nombre por ejemplo de una concepción morfodinámica (actualista) de las culturas como círculos de concatenación causal sui géneris, comenzará a aparecer como simplemente gratuita la afirmación de la existencia misma de tales «esferas sustantivas» y por ende de sus pretendidas «señas de identidad», viéndonos entonces obligados a reinterpretar muchas de las instituciones concretas reivindicadas por el indigenismo a título precisamente, de contenidos culturales arcaicos o antiguos frente a los que en principio, no habría razón alguna para mostrar ningún «respeto»{27}. Todo lo contrario: en muchas ocasiones serán justamente los principios del canon de la «racionalización holizadora» de las izquierdas definidas, los que nos obliguen a regresar sobre tales contenidos culturales bárbaros no tanto ya para «preservarlos» (a mayor gloria de la etnología por ejemplo, o de la teorización sublime sobre la «alianza entre las civilizaciones») como para racionalizarlos por vía de su trituración. Y todo ello, incluso contra la propia «voluntad» de los mismos indígenas (a la que supuestamente, según muchos defensores contemporáneos del gobierno indirecto, resultaría necesario aplicar la tolerancia): es decir, contra su falsa conciencia.

De otro modo: cuando damos por supuesto que Evo Morales Ayma es, no tanto el jefe de una banda o de una tribu de indios amayra circunscritos al perímetro de una «reserva etnológica» o, lo que es casi equivalente en este contexto, de un «terrario etológico», cuanto, justamente, el presidente legítimo de la República de Bolivia, ¿qué alcance puede tener entonces su teatral «toma de posesión» como jiralta andino en las ruinas arqueológicas de Tiwanaku en el que el mandatario llegó incluso a «jurar su cargo» ante los númenes secundarios adorados por «sus antepasados»?, ¿no estará, con esta misma «toma de posesión», el Presidente de Bolivia operando en calidad de colaborador necesario de terceros proyectos imperiales (sólo que ahora depredadores) antihispánicos a los que les interesa, por razones políticas evidentes, fragmentar lo más posible la unidad en marcha de la Comunidad Hispanoamericana aun cuando sea precisamente al precio de mantener a los salvajes inmersos en su condición de salvajes?, Y es que, concluimos, la pregunta que tendrían que plantearse constantemente políticos como Morales, Chávez, &c., a la hora de conformar sus planes y programas, es ante todo la siguiente: ¿cuántos marines le ahorra al Imperialismo depredador un etnólogo, un lingüista o simplemente un defensor de la «identidad indígena»?

Notas

{1} Como es sabido en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas, celebrada el 4 de junio de 2006, el líder de la Unión por el Perú, perdía frente al candidato del socialdemócrata Partido Aprista Peruano y ex–presidente de la nación de 1985 a 1990, Alan García quien pudo beneficiarse, frente a Humala, de las preferencias de aquellos «consumidores» que optaron por votar a Lourdes Fernández, adalid del partido Unidad Nacional en la primera vuelta, apoyando sin embargo a García en la segunda –y ello aunque fuese «tapándose la nariz» para evitar apreciar el «hedor» desprendido por el pasado del candidato–. Sin embargo, la UPP, sin perjuicio de su derrota, conserva en este momento fuerza suficiente como para controlar la mayoría de los escaños del parlamento unicameral de la nación hispanoamericana.

{2} Al menos si concedemos este «giro» lo que seguramente sea mucho conceder al menos a la vista de las inconmensurabilidades entre los principios políticos promocionados por Krichner en Argentina, Lula da Silva en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela, Bachelet en Chile, Vázquez en Uruguay, &c, &c. Y es que en efecto, a la vista de tales inconmensurabilidades lo primero que se haría preciso aclarar es hacia qué modulación («género») de «izquierda» estaría supuestamente «virando» Hispanoamérica?, o todavía más: ¿pueden siquiera considerarse de «izquierda» (etic) muchos de los contenidos de los ortogramas políticos de tales gobiernos (empenzando precisamente por el citado indigenismo)? Para estas cuestiones, véase, Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003.

{3} Art 121 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. El texto íntegro puede consultarse en Internet, http://filosofia.org/cod/c1999ven.htm. Véase también un comentario de esta constitución en Gustavo Bueno Sánchez, «Venezuela y Chávez, la constitución y el crucifijo» en, El Catoblepas, nº 3, (mayo de 2002), pág. 10

{4} Sobre el tratamiento de estas cuestiones por parte del Diario Independiente de la Mañana (naturalmente en línea con las «opiniones» autorizadas del ministro Solbes, &c), puede leerse el trabajo de Alberto Montero Soler «Evo Morales, El País, y la mala educación», disponible en la página web http://rebelion.org

{5} Lo que, por cierto, es tanto como concluir (gnoseológicamente) que las propias categorías «económicas» se resuelven en todo caso en «economía política».

{6} Frei Betto, Fidel y la Religión. Conversaciones con Frei Betto, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana 1985, págs. 211-212.

{7} Dicho directamente: se quedan prácticamente en nada, puesto que como aduce juiciosamente Jean Dumont: «(...) en el inmenso continente norteamericano el indio no ha sobrevivido más que en dosis homeopáticas. En contrapartida en México y en Perú, los dos virreinatos españoles de la conquista, la población está constituida todavía hoy por el 90-95% de indios y de mestizos de indios.», vid J. Dumont, La Iglesia ante el reto de la historia, Encuentro, Madrid 1987, pág. 135.

{8} Un principio verdaderamente absurdo, a la vista de los «conflictos» (las incompatibilidades) abiertas entre las instituciones culturales (no entre las propias «culturas» como si fuesen «unidades megáricas» capaces por hipótesis, de «chocar» o de «aliarse») más diversas, como lo expresa Gustavo Bueno: «La institución de la monogamia es incompatible con la institución de la poliandria, la institución de la propiedad privada de los medios de producción es incompatible con las instituciones comunistas, la institución del dogma de la Trinidad católica es incompatible, por muchos deseos de paz entre las religiones que prediquen sus jefes respectivos, con la institución del monoteísmo musulmán», Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de Hoy, Madrid 2005, pág. 164.

{9} Texto disponible en http://filosofia.org/aut/gbm/2001eya.htm

{10} Señaladamente, Rodrigo Granada Escobar, dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del Pueblo (FARC-EP), declara en una entrevista concedida en 2006 lo siguiente: «En cuanto a la integración, está la política monitoreada por Estados Unidos con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y los tratados de libre comercio, que nos convertirán en neocolonias y que muchos gobiernos, en contra de las mayorías nacionales, han firmado, sin haber antes sopesado la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) como una mejor manera de integración, que daría la oportunidad a nuestro continente de responder en bloque frente a otros bloques de poder en el mundo.», «Con el actual presidente colombiano, una salida negociada al conflicto es imposible», Resumen Latinoamericano, Nº83 (mayo-junio 2006), pág. 11.

{11} Y ello incluso haciéndose rea, en muchos de sus tramos, del «síndrome del anti-norteamericanismo» (y ello por ejemplo, lo que es tanto más grave, en todo lo concerniente al fanatismo islámico, al estado de Israel, &c.) como puede detectarse de modo meridiano en los contenidos «periodísticos» de Telesur.

{12} Para seguir en detalle la evolución de esta institución véase http://filosofia.org/ave/001/a051.htm

{13} Ambos por cierto operando siempre con la atención muy sujeta a la «leyenda negra» de signo lacasiano. «Un malentendido provechoso para muchas buenas conciencias nacionales, por ejemplo la norteamericana y la francesa. De ahí que el mismo Chaunu escriba: 'La leyenda antihispánica en su versión americana, juega (...) el papel saludable de absceso de fijación (...). La presunta masacre de los indios en el siglo XVI (por los españoles) cubre el objetivo-masacre de la colonización de la frontera en el siglo XIX (por los norteamericanos); la América no Ibérica y la Europa del Norte se liberan así de su crimen sobre la otra América y la otra Europa.' De igual modo la conciencia francesa no cesa de reeditar o de incensar a Las Casas, en lugar de denunciar los crímenes coloniales franceses en Las Antillas, en África negra o en África del Norte, denuncia seguramente más delicada y arriesgada.», Jean Dumont, La Iglesia ante el reto de la historia, Encuentro, Madrid 1987, pág. 141.

{14} En torno a estas cuestiones, remitimos al reciente desarrollo de Gustavo Bueno acerca de la idea de «persona»: «Por qué es absurdo 'otorgar' a los simios la condición de sujetos de derecho», El Catoblepas, nº 51, pág. 2.

{15} Cosa que puede corroborarse, para el caso del Imperio Católico Hispánico, simplemente atendiendo a la «anomalía» filipina. Consúltese el trabajo de Pedro Insua, «La influencia de las órdenes religiosas en la sociedad filipina según la novela Noli me tangere de José Rizal», en El Catoblepas, nº 46 (diciembre de 2005), pág. 1.

{16} apud Jean Dumont, La Iglesia ante el reto de la historia, Encuentro, Madrid 1987, págs. 83-84.

{17} Setencia como es sabido, debida a Sheridan, véase al respecto, los comentarios contenidos en el interesante libro de Juan Sánchez de Galera, Complejos históricos de los españoles. La realidad derriba el mito de nuestra leyenda negra, Libros Libres, Madrid 2004.

{18} Vid Bartolomé Bennassar, La América española y la América portuguesa (Siglos XVI-XVIII), Sarpe, Madrid 1985, págs. 126-127.

{19} Véase Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Madrid 1999, págs. 191-192.

{20} Bartolomé de Bennasar, op. cit., págs. 109-110.

{21} Fórmula de Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Madrid 1999, pág. 387.

{22} Milton Cáceres Vázquez, «Carta para el levantamiento, para la historia de otro poder, de otro saber, de otro tener y de otro celebrar. Aquí todavía existimos desobedientes», en Resumen Latinoamericano, nº 83 (mayo-junio 2006), pág. 4.

{23} Tal y como lo denuncia Gustavo Bueno en su impresionante análisis «Predicables de la identidad», El Basilisco, nº 25 (1999), pág. 30.

{24} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona 1996, págs. 158-159

{25} Gustavo Bueno, op. cit., pág. 176.

{26} Presupuestos de los cuales por cierto, procede el sistema trilemático de disyuntivas que opone el «relativismo cultural» al «etnocentrismo» o al «pluralismo cultural». Ahora bien, cuando desbordamos la concepción metafísica megárica de las culturas como «esferas sustantivas», no tendrá sentido permanecer enclaustrados en el trilema de referencia: no tendrá sentido por lo tanto, defender el «choque de civilizaciones», pero tampoco su «alianza» o su mera «coexistencia pacífica», puesto que las «civlizaciones» (las «culturas») sencillamente no existen como tales. Vid, Gustavo Bueno, «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural», El Catoblepas, nº 2 (abril de 2002), pág. 3.

{27} Al menos cuando nos negamos a reconocer que todas las instituciones culturales son «iguales» entre sí, «igualdad» que, dicho sea de paso, muy difícilmente podrá sostenerse al margen del propio megarismo. En efecto, ¿en qué sentido puede ponerse al mismo nivel, como si fueran equiparables, las potencia causal morfodinámica propia de la institución «lengua española» y la que tendríamos que asignar a otras instituciones culturales, de radio incomparablemente más limitado, tales como puedan serlo por caso, la institución «lengua guaraní» o la institución «lengua quechua», pero también la institución «lengua vasca» o la institución «lengua catalana», &c.

 

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