Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 52, junio 2006
  El Catoblepasnúmero 52 • junio 2006 • página 15
cine

Sobre Lutero y sus mentiras

Juan Antonio Hevia Echevarría

Crítica de la película Lutero, dirigida por Eric Till
y estrenada en España en diciembre de 2005

Lutero (2005)Lutero corre despavorido. En la soledad del campo, la tormenta y los rayos lo envuelven. Aterrorizado, se arroja al lodazal del suelo y se encomienda a Dios, rogándole por su salvación y prometiéndole a cambio de ella tomar los hábitos. Así comienza la película Lutero, dirigida por Eric Till, sobre un guión de Bart Gavigan y Camille Thomasson, protagonizada por Joseph Fiennes en el papel de Lutero y estrenada en España en diciembre de 2005.

Dejando de lado los valores formales, estilísticos o interpretativos que pueda poseer esta película, vamos a basarnos ante todo en consideraciones de tipo histórico para ofrecer una crítica de la misma. Habrá quien piense, seguramente acogiéndose a la autoridad de Aristóteles{1}, que, puesto que en la poética la fidelidad a los hechos históricos sólo poseería una importancia secundaria y toda obra cinematográfica pertenecería a alguno de los géneros poéticos que el estagirita distingue, sólo a algún erudito en extremo picajoso y pedantón se le podría ocurrir criticar una película por su falta de rigor histórico. Si bien es cierto que, centrándonos en el objeto de nuestra crítica, desde un punto de vista que podríamos llamar «nomotético», la película Lutero resulta casi inatacable en virtud de la universalidad de su discurso (que podríamos presentar de la siguiente manera: Para todo individuo, si este individuo se erige como debelador de una situación palmariamente inicua con respecto a la cual nadie hasta su aparición ha tenido la lucidez necesaria para denunciarla, ni la valentía requerida para arrostrar las consecuencias que, en caso de no ser capaz de despertar conciencias, ni aunar voluntades, se seguirían bajo la forma muy probable de castigo ejemplarizante, entonces muy bien podremos referirnos a este individuo como «genio, rebelde y libertador», siendo así como la publicidad de Lutero presenta a su protagonista) y, por ello, la consecución de la universalidad de la que se dota a su protagonista en tanto que investido de los atributos esenciales de todo héroe victorioso y libertador (aunque, como ya veremos, esta «esencialidad» dice relación atributiva con dependencia del momento histórico de formulación del discurso y, por tanto, paradójicamente, debe relativizarse) nos haría restar importancia a la falta de rigor histórico de la película (de hecho, podría llegar a afirmarse que, aun siendo falso históricamente, cuanto más verosímil resulte el discurso de la película en función del entretejimiento que nos ofrece de los actos del héroe dentro del conjunto de las distintas circunstancias que lo envuelven, tanto mejor resultará que la narración de lo que realmente sucedió a pesar de su inverosimilitud), sin embargo, desde el punto de vista de la singularidad de cada uno de los hechos históricos narrados, sólo podemos decir que Lutero es una película especiosa, insidiosa y falaz, en la que, cuando no es manifiestamente falso, lo que se nos cuenta aparece tergiversado, manipulado y sesgado siempre en el mismo sentido; es más, no sólo lo decimos, sino que realmente es así, como demostraremos a continuación.

Pero previamente formularemos los principios que hacen las veces de razón y medida a las que en todo momento se ajustan los guionistas de esta película, a saber: en primer lugar, cuando alguno de los hechos históricos en los que Lutero se vio envuelto, nos ofrezca una imagen de éste digna de elogio, este hecho siempre será realzado y puesto de relieve; en segundo lugar, cuando alguno de los hechos en los que Lutero se vio envuelto, sea susceptible de ser interpretado de manera favorable a éste y contraria a la Iglesia romana, siempre será interpretado en este sentido y jamás en el contrario, aunque de hecho esta interpretación también sea factible; y, finalmente, cuando alguno de los hechos en los que Lutero se vio envuelto, nos ofrezca una imagen pésima y detestable de éste, siempre se manipulará, tergiversará y sesgará a mayor gloria de Lutero, cuando no se falsee directamente. Por todo ello, aunque pueda ser cierto que nomotéticamente esta película resulta casi inatacable (es decir, suponiendo lo que se nos cuenta, tendremos que considerar a Lutero genio, rebelde y libertador), sin embargo, idiográficamente, es falaz y engañosa.

La cuestión que se nos plantea es la siguiente: aun siendo correcta su formulación universal nomotética, ¿cómo podríamos soslayar precisamente aquello que contribuye de hecho a la efectividad de su verdad? Por otra parte, no deja de ser cierto que de la misma manera que en la alta edad media el pueblo analfabeto recibía su instrucción por medio de los relieves iconográficos incorporados a las iglesias románicas, así también, hoy en día una película o una novela resultan más efectivas para «impartir doctrina» y «convertir infieles» que sesudos tratados de teología. Por ello, aquí debemos señalar que Lutero ha sido producida por Thrivent Financial for Lutherans, grupo financiero surgido de la fusión de Lutheran Brotherhood y Aid Association for Lutherans, que, además de estas labores de mecenazgo, ofrece productos bancarios, seguros, inversiones en acciones, &c., para que sus más de tres millones de miembros disfruten de una mejor calidad de vida en unión gozosa de lazos de fe luterana. En efecto, es indudable el ánimo proselitista que informa a Lutero desde su propia concepción. Así pues, abandonando todo escrúpulo aristotélico, resulta tanto más necesario bajar a la singularidad idiográfica para desenmascarar todos los engaños y manipulaciones históricas que nos quieren colar de rondón, cuanto que discursos como este penetran de manera subrepticia en la conciencia del espectador incauto y desprevenido con la misma efectividad y facilidad con que se engaña a un niño. Por consiguiente, vamos a comenzar negando lo que afirma la publicidad de Lutero, porque Lutero no fue genio, ni rebelde, ni libertador, como demostraremos a continuación.

La película comienza presentándonos el momento dramático en que Lutero, presa del pánico por los rayos que caen cerca de él, promete a Dios consagrarse a la vida religiosa a cambio de su salvación. Tras un salto de dos años, en 1507 asistimos a la primera misa que Lutero oficia en la iglesia del convento que los agustinos regentan en Erfurt. También se nos cuenta cómo Juan de Staupitz –vicario general alemán de los agustinos observantes, que en 1510 fue elegido provincial de la rama no reformada de la orden, es decir, los conventuales, para la provincia de Sajonia– encarga a Lutero que viaje a Roma con la misión de entregar unas cartas en la curia romana. Según se nos cuenta, Lutero sería el más indicado para esta misión por sus «títulos en leyes». En realidad, Lutero no tenía ningún «título en leyes», puesto que no llegó a completar ni siquiera un mes de sus estudios de Derecho en la universidad de Erfurt, porque, habiéndolos comenzado el 20 de mayo de 1505, el 20 de junio de este mismo año ya había vuelto a su casa de vacaciones y fue el 2 de julio cuando le sorprendió la famosa tormenta junto a Stotternheim. Además, en realidad, Staupitz sólo lo envió como asistente de su profesor Juan Nathin. Sin embargo, la película ya comienza presentándonos a Lutero como gran experto en leyes al que se encomiendan graves negociaciones en la curia de Roma en representación del provincial de su orden. Es cierto que en dos horas de película es imposible narrar toda la complejidad de los hechos que se nos cuentan, pero ya comenzamos a ver que todo se simplifica siempre a mayor gloria de Lutero.

Ahora bien, todavía peor es el relato que se nos ofrece del viaje del agustino a Roma. Llega Lutero como peregrino y, ante la sola visión del arco de Constantino y los aromas de la vegetación del mediodía, se embriaga con el espíritu de santidad que emana de la ciudad eterna. Pero cuando entra en Roma, se encuentra con una realidad muy distinta. Si en Wittenberg todo era laboriosidad (hombres construyendo casas), limpieza (mujeres alegres lavando sus sábanas blancas a orillas del Elba) y tierna religiosidad (frailes compasivos comprando leña a mujeres pobres que se ganan la vida honradamente), en Roma dominan la picaresca, la prostitución y la política. En la nueva Babilonia, los ciegos que mendigan no son ciegos, los dominicos se dedican a prostituir mujeres y el Papa Julio II recorre Roma a caballo y vestido con armadura dorada. Pero repárese en la diferencia: mientras los dominicos tienen que corromper a mujeres remisas de entrar en comercio carnal, a Lutero las meretrices se le echan encima y casi no le dejan caminar. Desde luego, Lutero asiste escandalizado a este espectáculo de concupiscencia. Pero, en realidad, esta imagen de Lutero escandalizado por los desenfrenos a los que conduce la concupiscencia, no se compadece muy bien con lo que el propio Lutero nos dice en sus escritos. Según leemos en las Martin Luthers Werke. Kritische Gesamtausgabe, que se comenzaron a publicar en Weimar en 1883 (Weimarer Ausgabe, WA), el destino que le estaría reservado a la mujer («ese animal estúpido»{2}) sería el siguiente:

«La obra y la palabra de Dios nos dicen claramente que las mujeres deben servir para el matrimonio o la prostitución»{3}.

Sin duda, la doctrina luterana de la concupiscencia invencible no deja lugar para la castidad, como el propio Lutero sabía bien por propia experiencia; en efecto, en carta a Juan Lang afirma:

«Tengo raramente el tiempo suficiente para recitar mis horas y celebrar misa. A esto se juntan mis tentaciones del lado de la carne»{4}.

«La de la castidad es una lucha atroz. Yo la he conocido bien. Supongo que vosotros también debéis conocerla. Sí, yo la conozco, cuando el diablo llega y excita la carne y la inflama... Yo no tengo en mí lo que es necesario para vivir en continencia»{5}.

Este conocimiento le hará acudir en ayuda de los religiosos sujetos a celibato:

«Quisiera más que nada en el mundo llevar socorro a los monjes y a las religiosas. ¡Tanta piedad tengo de estos desdichados, de estos jóvenes, de estas muchachas atormentadas por las excitaciones sensuales!»{6}.

«Quiero liberar a los jóvenes del infierno del celibato manchado con tantas inmundicias»{7}.

En su reclusión en el castillo de Wartburg escribe:

«Me veo aquí hundido en la ociosidad, inerte y endurecido, orando poco, no gimiendo nada por la Iglesia de Dios y devorado por las llamas ardientes de mi carne indómita. Resumiendo, yo que debía arder por el espíritu, ardo por la carne, la pasión, la pereza, la ociosidad, la somnolencia... Desde hace ya ocho días no escribo, ni oro, ni estudio, atormentado como estoy a la vez por tentaciones carnales y otros males»{8}.

Y en carta a su antiguo confesor le dice:

«Soy un hombre arrastrado y envuelto en la sociedad, la embriaguez, las tentaciones carnales, la negligencia y otras miserias, sin hablar de los deberes profesionales, que me aturden»{9}.

Todo un ejemplo de santidad. Pero entonces, ¿por qué los guionistas presentan a Lutero escandalizado por el comportamiento de los dominicos? Escuchemos lo que Juan de Staupitz le dice en una carta:

«Tu causa es sostenida por todos los que frecuentan los lupanares»{10}.

Pero además, según se nos cuenta, en Roma Lutero asiste a algo todavía peor, a saber, la instrumentalización de la religión, convertida en un negocio que los dominicos administran con la altivez, el engreimiento y los malos modos de quienes se saben en posesión del monopolio de la fe. Se comercia con efigies de santos, se comercia con reliquias, se comercia con indulgencias... Como si en Roma nada hubiera cambiado desde los tiempos de Yugurta, Lutero bien podría exclamar de nuevo: Romae, quid non venale! El propio Lutero compra una indulgencia para liberar a su abuelo del purgatorio y es entonces cuando surge el genio. Por caminos misteriosos que la razón no alcanza, aquel que cuando no estaba asediado por el demonio, lo estaba por las tentaciones de la carne, tuvo un momento de lucidez. Nadie hasta su llegada a Roma lo había tenido. Los guionistas le hacen decir en sus clases en la universidad de Wittenberg:

«Por un florín de plata liberé a mi abuelo del purgatorio. Por el doble habría liberado a mi abuela y al tío Markus, pero no tenía ese dinero. Así que tuvieron que quedarse allí. En cuanto a mí, los sacerdotes me aseguraron que sólo por contemplar las reliquias sagradas acortaría mi estancia en el purgatorio. Por suerte Roma tiene tantos clavos de la Santa Cruz como para herrar mil caballos. Pero tenemos reliquias por toda la cristiandad. En España hay enterrados dieciocho de los doce apóstoles. Sin embargo, aquí en Wittenberg tenemos lo mejor de todo: pan de la última cena, leche del pecho de la Virgen, una espina que horadó la frente de Cristo en el calvario y otros diecinuevemil pedacitos de huesos sagrados. Todas son reliquias sagradas autentificadas».

¿Para qué queremos a Voltaire teniendo a Lutero? Pero ¿cuál fue la realidad del viaje de Lutero a Roma? Oigamos lo que él mismo nos cuenta:

«Yo fui en Roma un santo loco, corrí por todas las iglesias y rincones y me creí todo lo que allí se ha mentido. También celebré en Roma una misa o diez y casi me daba pena que aún vivieran mi padre y mi madre, pues con mucho gusto los hubiera sacado del purgatorio con mis misas y con otras obras y oraciones aún más excelentes, pero el fin principal de mi viaje a Roma fue mi deseo de hacer una confesión general y ser piadoso»{11}.

La única queja de Lutero en relación a su viaje a Roma fue que ningún confesor logró sondear las profundidades de su conciencia para librarle de sus «angustias interiores» y del «asedio del demonio». Pero no dice ni una sola palabra relativa a su «descubrimiento» del engaño de las indulgencias. Además, hay algo más importante. En la película siempre se informa al espectador del lugar y del año en que acontece la acción. Pero esto no sucede en el caso del viaje a Roma. ¿Por qué se nos oculta? Este viaje tuvo lugar en 1510 y los primeros escritos de Lutero denunciando el engaño de las indulgencias no aparecen hasta 1517. ¿Cómo explicar que un «genio» como Lutero, que ya en 1510 ha «descubierto» el engaño de las indulgencias y que además (como nos informa la publicidad de la película) es un «rebelde», pueda tardar siete años en dar a conocer su «descubrimiento»? ¿Tardó acaso este genio siete años en redactar sus 95 tesis sobre las indulgencias?

Hurtándonos esta información, los guionistas aprovechan el viaje a Roma para presentárnoslo como la causa del desencanto del agustino con lo que allí sucedía, a pesar de que la realidad fuese muy distinta, como evidencian las palabras de Lutero que acabamos de citar. Pero como el fin que en todo momento se persigue en la película es presentarnos a Lutero como héroe debelador de injusticias, su viaje a Roma sirve a los guionistas de excusa perfecta para ofrecer al espectador el contraste entre la madre de todas las iniquidades y el héroe justiciero.

De este modo, se nos hurta la exposición de lo que en realidad sucedió. Lo cierto es que, como el propio Lutero nos cuenta, hasta el año 1517 el comercio de las indulgencias no le había inquietado lo más mínimo. ¿Qué sucedió en 1517 para que Lutero lo denunciase? Lo que sucedió es que un gran número de fieles wittembergenses, ansiosos de ganar una indulgencia plenaria, corrieron «como maníacos» hacia los lugares en los que predicaba el dominico Juan Tetzel.

La predicación de esta indulgencia había sido prohibida en todo el territorio sajón, porque tanto el duque Jorge, príncipe de la Sajonia albertina, como Federico el sabio, príncipe de la Sajonia ernestina, no estaban dispuestos a que el dinero de sus súbditos sirviese para pagar las prebendas que Alberto de Brandenburgo acumulaba. Entre ellas, además del arzobispado de Magdeburgo y el obispado de Halberstadt, anteriormente administrados por prelados sajones, se encontraba el arzobispado de Maguncia, Sede Primada de Alemania, que Alberto de Brandenburgo había obtenido en competencia con el linaje sajón de los Wettin. De este modo, los Hohenzollern, que además de las sedes de Alberto, también gobernaban Brandenburgo y poseían el gran maestrazgo de la orden teutónica, ejercían su jurisdicción sobre buena parte de los territorios alemanes en detrimento de la casa de los Wettin.

Pero por la elección para el arzobispado de Maguncia, Alberto de Brandenburgo hubo de desembolsar la cantidad de 21.000 ducados y 500 florines; para hacer frente a este pago, tuvo que pedir un préstamo al banquero augsburgense Jacobo Fugger y, una vez ganada la sede primada, se vio en la necesidad de devolver el préstamo. Por ello, solicitó del Papa León X la concesión de la predicación de la indulgencia plenaria en forma de jubileo que Julio II había promulgado para hacer frente a los gastos por la construcción de la nueva basílica de San Pedro –cuya construcción había comenzado en 1506– y que León X había renovado, incluyendo para su predicación el territorio alemán, que había sido excluido por Julio II, a fin de no perjudicar la indulgencia concedida a la orden teutónica para que ésta pudiese afrontar los gastos generados por la cruzada contra los rusos de Livonia.

Sin embargo, en la película casi no se menciona a Alberto de Brandenburgo y mucho menos la rivalidad entre los Hohenzollern y los Witten. Tampoco se dice que los fieles devotos que salían de Wittenberg para comprar indulgencias a Tetzel, dejaban de comprar a Federico de Sajonia las que éste tenía concedidas para el cuidado de la iglesia de su palacio y el mantenimiento de su universidad, de la que, recordemos, Lutero era profesor. Pero nada de esto se cuenta en la película; quizás los guionistas pensasen que todo esto es demasiado prosaico y difícilmente conciliable con la imagen de Lutero como héroe genuinamente racionalista al que, como le hacen decir los guionistas en su conferencia con el cardenal Cayetano, «sólo le interesa la verdad».

Tampoco se dice nada del fundamento teológico que Lutero aduce en sus escritos para oponerse al comercio de las indulgencias, a saber, la doctrina del arbitrio siervo y la voluntad esclava. Según Lutero, el hombre es esencialmente corrupto y sus obras están totalmente desprovistas de valor moral, porque proceden de una voluntad corrompida y determinada siempre hacia el mal. Las obras humanas, por tanto, no pueden contribuir a nuestra salvación (sólo la fe justifica), porque el hombre es un autómata corrupto que carece de libre de arbitrio.

Ahora bien, ¿cómo puede conciliarse esta tesis con la imagen del héroe debelador de iniquidades? ¿No están los guionistas pidiendo un principio que todo luterano fiel a la doctrina de Lutero debería negar? La presentación de un héroe debelador de iniquidades debe presuponer al menos la existencia de alguna iniquidad. Pero ¿cómo podríamos considerar inicuo a quien no puede actuar de otra manera? ¿Por qué los guionistas hacen que Lutero critique al Papa, si, según la doctrina del agustino, no podría actuar de manera distinta de como lo hace? Sin embargo, reconocemos que esta crítica debería dirigirse más bien a la doctrina del propio Lutero. Pero no vamos a seguir este camino.

Lo único que pretendemos aquí es mostrar de nuevo que esta película proyecta una imagen ficticia del agustino, porque le oculta al espectador aspectos claves que movieron su actuación y se inventa o tergiversa otros. No se hace ninguna mención de la doctrina que fundamenta su rechazo del comercio de las indulgencias, siendo la consecuencia natural que se sigue de ella la amoralidad e irresponsabilidad absolutas de todo acto humano.

Pero esta tesis es demasiado escandalosa y recordemos que nos encontramos ante una película proselitista que debe proyectar la imagen de Lutero que más seductora y amable pueda resultar para el espectador actual, aunque sea totalmente espuria. Que nadie espere que en esta película se va a encontrar con el jabalí feroz que embestía a todo aquel que se le pusiese por delante (siempre que no se tratase de su protector Federico de Sajonia, por supuesto; por ello, creemos que el «rebelde» Lutero no lo habría sido tanto, porque esta rebeldía nunca se habría ejercido contra aquel de quien el fraile agustino verdaderamente dependía). Todo lo contrario. El Lutero de esta película es un héroe melifluo y edulcorado, que, como un puer delicatus, huye de la monja exclaustrada Catalina de Bora, cuando ésta lo persigue sicalíptica.

Se trata de un héroe muy de nuestro tiempo, tierno, suave y algodonoso, adornado de sentimientos pacifistas, que le hacen estremecerse cuando contempla el resultado de la violencia desatada por la predicación de los profetas de Zwickau. Pero, volviendo a la cuestión del comercio de las indulgencias, debemos decir que, desde la primera mitad del siglo XI, la Iglesia impulsó este modo de remisión de penas en atención a la debilidad humana y para promover obras de piedad y caridad. Y si bien es cierto que lo recaudado a menudo servía para financiar guerras, cruzadas y construcciones de iglesias y catedrales, también es cierto que con frecuencia revertía al propio pueblo bajo la forma de construcciones de puentes, mantenimiento de universidades, hospicios u otras formas de ayuda a menesterosos.

Pero ¿fue Lutero un «genio» por denunciar el comercio de las indulgencias? ¿Nadie lo había denunciado antes que él? Dando por supuestos los intereses más prosaicos que movieron a Lutero a denunciarlo y de los que ya hemos hablado, debemos señalar que, en la predicación de las indulgencias, los predicadores insistían más en la necesidad de los actos externos del arrepentimiento –como limosnas, obras de caridad y actos piadosos– que en la contrición interior. Lutero, sin embargo, como ya hemos señalado, despreciaba el valor de las obras, porque sólo engendran soberbia. Es por ello natural que su denuncia del engaño de las indulgencias se dirigiese ante todo hacia los actos externos a cuya realización animaban sus predicadores. Según Lutero, sólo se puede alcanzar la remisión del castigo y de la pena por medio del reconocimiento de los pecados cometidos y del odio de sí mismo. El hombre sólo puede desconfiar de sus propias fuerzas y acogerse a los méritos de Jesucristo. Pero ¿fue Lutero un «genio» por realizar esta denuncia? No.

En primer lugar, porque habría heredado su doctrina del desprecio de las obras de piedad, en la que fundamenta su denuncia del comercio de las indulgencias, de la rama de los agustinos conventuales, a la que pertenecía. Frente a los agustinos observantes, que representaban una reacción contra el estado de relajación de los conventuales, éstos menospreciaban las múltiples obras de piedad preceptuadas por la regla agustina, que eludían con dispensas frecuentes. Y Lutero, pese a que en un principio militó al lado de los observantes, posteriormente se pasó del lado de los conventuales.

En segundo lugar, la propia denuncia del comercio de las indulgencias no era inaudita dentro de la Iglesia católica: el cardenal Cisneros ya había elevado una queja a la Santa Sede por la indulgencia concedida por León X para la construcción de la nueva basílica de San Pedro; también en el V concilio lateranense (1512-1517) los obispos, en especial el obispo Campegio, se quejaron de abusos por parte de los franciscanos encargados de la predicación de esta indulgencia; también se quejó el virtuoso Sadoleto; el propio cardenal Cayetano señalaba que legistas y canonistas no se acababan de poner de acuerdo en materia de indulgencias. Así pues, Lutero no fue ningún genio por denunciar algo que ya otros habían denunciado antes.

La película también nos cuenta cómo el 31 de octubre de 1517, tras enterarse de que el dominico Juan Tetzel ha vendido una indulgencia a una mujer pobre y madre de una niña tullida («Dulce madre, haz que llegado el momento tu hija lisiada pueda correr hacia Jesús») en la cercana ciudad de Jüterbog, Lutero clava sus 95 tesis a las puertas de la Schlosskirche de Wittenberg. Lo cierto es que este famoso suceso nunca debió haberlo sido, porque nunca tuvo lugar. Teniendo en cuenta que al día siguiente se celebraba la festividad de todos los santos y que ese día la iglesia de palacio esperaba la afluencia de una gran multitud de fieles piadosos que acudirían para adorar las reliquias allí guardadas y comprar alguna de las indulgencias concedidas a Federico de Sajonia para su venta, habría sido una temeridad por parte de Lutero clavar a sus puertas unas tesis contrarias al comercio de las indulgencias, aunque no lo hubiese hecho para denunciarlo, sino tan sólo para anunciar una serie de tesis a defender en la universidad en disputa pública.

En realidad, el acto de la afixión fue una invención excogitada y narrada por Felipe Melanchton en su prefacio a la segunda edición de las obras de Lutero publicadas en 1546. Ningún historiador del luteranismo había hablado de ello con anterioridad a esta fecha. El propio Lutero jamás contó tal cosa. Lo único que sucedió el 31 de octubre fue que Lutero envió una carta al arzobispo de Maguncia denunciando los abusos cometidos en la venta de indulgencias. Ahora bien, no vamos a pedir a unos guionistas que no dudan en tergiversar y falsear hechos históricos perfectamente documentados que se abstengan de retratar algo que ni siquiera sucedió, pero que se ha repetido hasta la saciedad, porque simbolizaría a la perfección la protesta de Lutero contra los supuestos abusos de la Iglesia católica.

Además, los guionistas le hacen decir a Lutero, a requerimiento de Spalatin, consejero de Federico el sabio, que ha escrito la carta al arzobispo sin informar previamente al príncipe para no comprometerlo; ahora bien, lo cierto es que el propio Lutero afirma en sus escritos que no le dijo nada porque tenía la total seguridad de que el príncipe estaría de acuerdo con el contenido de su carta y esto es algo de lo que no dudamos lo más mínimo. En la película los guionistas ponen en boca del príncipe Federico que, durante años, éste no ha cruzado con Lutero más de veinte palabras. Es muy probable que así sucediese. No obstante, habría que decir que ni esas veinte palabras eran necesarias para que Lutero supiese en todo momento de qué manera agradarle y obrar de manera conforme a sus deseos y expectativas. ¿O acaso habría denunciado Lutero el comercio de las indulgencias de habérsele concedido a su protector el comisariado pontificio para su predicación y comercio?

Pero en la película nada se nos dice sobre esta «complicidad» tácita entre protegido y protector. Aquí tan sólo se nos presenta como detonante de la denuncia del comercio de las indulgencias por parte de Lutero el engaño de que es objeto la madre de la niña tullida. Nada se nos dice de los intereses de su protector, ni de su rivalidad con los Hohenzollern. En la película todo es ternura y sentimentalismo: Lutero es un héroe compasivo que debe defender a las madres de hijas tullidas. Pero escuchemos lo que dice el propio Lutero sobre las razones que le llevaron a denunciar la predicación de Juan Tetzel:

«A mis oídos llegaron los abominables y espantosos artículos que Tetzel predicaba, algunos de los cuales quiero poner aquí, a saber:
Que él tenía del papa esta gracia y potestad: que si alguien hubiese llegado a violar a la santa virgen María, Madre de Dios, podía él perdonarle con tal que depositase en el arca los derechos correspondientes.
Asimismo, que la cruz bermeja del penitenciero con el escudo pontificio alzada en las iglesias era tan poderosa como la cruz de Cristo.
Asimismo, que si San Pedro estuviese ahora aquí, no tendría mayor potestad y gracia que él.
Asimismo, que no quería cambiarse con San Pedro en el cielo, pues él con las indulgencias había salvado más almas que Pedro con la predicación.
Asimismo, que si uno echa en el arca un dinero por un alma del purgatorio, apenas la moneda cae y suena en el fondo, sale el alma hacia el paraíso...
Todo esto lo promovía él de un modo abominable y todo lo hacía por dinero. No sabía yo en aquel tiempo a qué bolsillos iba a parar aquel dinero»{12}.

Desde luego, es tal la caricatura que Lutero hace aquí de la predicación de Tetzel como vulgar vocinglero que los guionistas tan sólo se atreven a poner estas palabras en su boca una vez que las ideas del agustino ya se han difundido entre el pueblo y el dominico está desesperado, porque sus persuasivas hipotiposis del cielo y del infierno ya no le sirven de nada y ha pasado a recaudar una quinta parte de lo habitual. De este modo, los guionistas suavizan el modo burdo, tosco y grosero en que Lutero hace expresarse al dominico, porque resulta totalmente inverosímil, por no decir que es falso sin más, como certificaron testigos de la predicación de Tetzel, algo que Lutero nunca fue. Además, en su escrito Lutero dice: «...y todo lo hacía por dinero».

Pero ¿por qué se había preocupado el príncipe Federico de enriquecer su iglesia palatina con toda suerte de reliquias e indulgencias? ¿No vivía el propio Lutero de las donaciones y limosnas que en ella se hacían? Y añade: «No sabía yo en aquel tiempo a qué bolsillos iba a parar aquel dinero». Desde luego, bien sabía que no iba a parar a los bolsillos de su príncipe protector. Pero en la película Lutero es todo ternura y compasión. Es un héroe racionalista que no puede sufrir que un dominico se aproveche de una madre pobre que carga con su hija tullida y le saque el poco dinero que tiene con el engaño de las indulgencias. Pero ¿cómo eran los devotos que daban limosna en la iglesia palatina de Federico el sabio? ¿Eran acaso más ricos? ¿Y no vivía Lutero de ellos?

Lutero (2005)

Pero continuemos con la película. Tras la escena de la afixión de las 95 tesis, Lutero es llamado a comparecer en Augsburgo los días 12, 13 y 14 de octubre de 1518 ante el cardenal Cayetano, que, como legado papal, se encontraba asistiendo a la dieta imperial en la que se trataba la cuestión turca. Vamos a ofrecer el diálogo entre ambos.

Lutero (2005)

(Se abre la escena con el cardenal Cayetano dominando la estancia sentado en solio sobre gradas y bajo dosel purpurino. Ante él, Lutero yace decúbito prono y con los brazos extendidos en cruz)
Cayetano. —Hijo mío, conozco tu deseo de ser un fiel servidor de Dios y de su Iglesia. Estoy aquí para ayudarte. Levántate, hijo mío. (Lutero se arrodilla) ¿Qué tienes que decir?
Lutero. —¿Me equivoqué?
Cayetano. —Sí, te equivocaste.
Lutero. —¿Cómo?... Para evitar cometer ese error otra vez.
Cayetano. —Te equivocaste al enseñar nuevas doctrinas.
Lutero. —¿Cuál de mis enseñanzas es ofensiva para Roma?
Cayetano. —Para empezar, las indulgencias. La bula Unigenitus del Papa Clemente expresa claramente que «los méritos de Cristo son un tesoro de indulgencias».
Lutero. —(interrumpiéndolo) «Adquirieron»... Perdón, su Excelencia, creo que verá que dice: «los méritos de Cristo adquirieron un tesoro de indulgencias».
Cayetano. —No he venido a debatir contigo.
Lutero. —No, su Excelencia, pero la Unigenitus se publicó hace ciento setenta y cinco años y si esa bula no fue tan embarazosa para nuestra Iglesia, tal vez no se la habría llamado «Extravagante». Ya no consta en las recopilaciones de Derecho canónico. Contradice a la panormitanus [sic].
Cayetano. —Nuestro Papa actual León está de acuerdo con la bula de Clemente y eso concluye el asunto.
Lutero. —El honor del papado no se preserva con la afirmación sin más de la autoridad papal, sino con la protección de la credibilidad del Papa y el testimonio claro de las Sagradas Escrituras.
Cayetano. —El Papa interpreta las Escrituras.
Lutero. —Puede interpretarlas, pero no está por encima de ellas. Ambos sabemos que la venta de indulgencias no tiene apoyo en las Escrituras. ¡Si la gente corriente pudiese leer la Biblia por sí misma, entendería lo amplias que son las interpretaciones de la Iglesia!
Cayetano. —¡Eso es un disparate! Las Escrituras son demasiado complejas incluso para el sacerdote medio y mucho más para el hombre común. Las indulgencias son una tradición establecida que da consuelo a millones de cristianos sencillos.
Lutero. —¿Consuelo? Su Excelencia, no me interesa el consuelo. ¡El consuelo no es el problema!
Cayetano. —Entonces, ¿consideras tu malestar más importante que la supervivencia de la cristiandad?
Lutero. —¡A mí sólo me interesa la verdad!
Cayetano. —¡¿La verdad?! Los turcos reúnen ejércitos en nuestras fronteras del este. Estamos al borde de la guerra. Al oeste hay un mundo de almas que nunca ha oído el nombre de Cristo. ¡Esa es la única verdad! La cristiandad se desmorona y cuanto más necesitamos la unidad, ¡tú creas confusión!
Lutero. —¡Mi meta no es discutir con el Papa o con la Iglesia, sino defenderlos con algo más que la mera opinión! ¡El Evangelio no puede ser desmentido por la palabra de un hombre!

La situación espacial de los personajes al comienzo de esta escena ilustra muy bien la intención detractora que en todo momento mueve a los guionistas y, aunque la sutilidad maniobrera que envuelve todos sus engaños pueda pasar desapercibida para alguien que no conozca la historia de Lutero y del luteranismo, cualquiera que la conozca advertirá que en esta película se intenta hacer pasar por natural y evidente lo que es puro engaño y artificio, porque (según se nos quiere hacer ver) cualquiera debería considerar natural que un prelado de una institución tan represiva como la Iglesia católica ordene yacer decúbito prono a un fraile rebelde (tal como le ordena Girolamo Aleander en la escena anterior) ante el cardenal que sobre solio dominará el espacio en que se desarrollará la conferencia. Estos artificios e ingeniosidades escenográficas sirven muy bien para proyectar una imagen autoritaria de una Iglesia católica que habría procedido con gran dureza contra Lutero. Pero oigamos lo que dice Lutero sobre su encuentro con Cayetano:

«Fui recibido por el señor cardenal legado con mucha benevolencia, incluso con algún exceso de honor»{13}.

Desde luego, sus palabras no se compadecen muy bien con el hecho de que se le ordenase yacer decúbito prono ante la figura egregia del cardenal, como nos cuentan los guionistas. Luego comienza el diálogo entre ambos y a lo que asistimos es a una disputa dialéctica –sobre el tesoro de la Iglesia y la bula Unigenitus{14}– en la que Lutero corrige e imparte doctrina a un Cayetano dubitativo y a todos los espectadores, como si se nos estuviese diciendo: ¡Oíd a vuestro maestro!

Pero es imposible que Lutero, cuya obra escrita se reducía en ese momento a sus 95 tesis y algunos sermones y comentarios a San Pablo, le diese lecciones a Cayetano, que en 1518 ya había escrito la mayor parte de sus obras teológicas y filosóficas, de cuya sola enumeración desistimos para no fatigar al amable lector. Pero alguien podrá decir que, a pesar de que el catálogo de las obras de Lutero fuese tan exiguo en el momento de su conferencia con Cayetano, pudo haber reflexionado ya con profundidad invencible en materia de indulgencias. Si esto es cierto, el único resultado de sus profundas reflexiones habrían sido sus 95 tesis, que bien caben en un folio y que, en realidad, ni son 95, ni son tesis, porque muchas de las llamadas «tesis» son puras afirmaciones e interrogaciones retóricas, por no hablar de las constantes repeticiones y variaciones sobre el mismo tema.

Sin embargo, antes de su encuentro con Lutero en Augsburgo, el cardenal Cayetano ya había escrito varios tratados sobre las indulgencias, a saber: Tractatus de indulgentiarum thesauro in quatuor quaestiones divisus, Tractatus de causa indulgentiarum, Tractatus de suscipientibus indulgentias, Tractatus de indulgentiis in decem capita divisus y Tractatus de indulgentiis in sex quaestiones divisus; por no hablar de otros tratados compuestos (también antes de octubre de 1518) en respuesta a las tesis de Lutero en materia de penitencia, excomunión y purgatorio. ¿Alguien puede creer que 95 repetitivas tesis acumulasen un caudal inexhaurible de sabiduría del que Lutero bebiese para hacerse invencible en la disputa dialéctica y que todos los tratados de Cayetano sólo le sirviesen a éste para mostrarse dubitativo y errático en la disputa?

Además, Lutero también da lecciones de Derecho canónico (recordemos que, con toda falsedad, los guionistas ya nos lo han presentado como poseedor de «títulos en leyes») y le enseña al cardenal que la bula Unigenitus de Clemente VI recibe el nombre de «Extravagante» por ser una bula «embarazosa para nuestra Iglesia».

De nuevo, aun estando los guionistas en este punto en posesión de una ignorancia vencible, prefieren soslayar cualquier intento de exposición erudita de la disputa mantenida por Lutero y Cayetano, vulgarizando los términos de la discusión y, lo que es peor, falseándolos completamente, a fin de que Lutero aparezca triunfante ante un Cayetano desconcertado y vencido, al que los guionistas incluso hacen salir de la estancia en busca de la ayuda de un libro de Derecho canónico y de los comentarios de Nicolás de Tudeschis a la bula Unigenitus.

De este modo, los guionistas prefieren no saber nada de Derecho canónico y, por ello, le hacen decir a su protagonista una estupidez indigna incluso de Lutero, porque las «Extravagantes» pueden recibir este nombre de manera genérica o específica: de manera genérica, se denominan así todas las decretales pontificias promulgadas con posterioridad al Decreto de Graciano, porque serían decretales vagantes extra Decretum Gratiani; de manera específica, reciben este nombre las decretales y constituciones pontificias promulgadas por Juan XXII (Extravagantes Ioannis XXII) y por los pontífices posteriores a éste hasta 1484 (Extravagantes communes). En concreto, la bula Unigenitus de Clemente VI (promulgada el 27 de enero de 1343) sería una decretal vagans extra decretum Gratiani que, dentro del Corpus iuris canonici, estaría incluida dentro del grupo de las Extravagantes communes. Es totalmente falso lo que los guionistas le hacen decir a Lutero a propósito de la exclusión de esta bula de las recopilaciones de Derecho canónico. Concretamente, dentro del Corpus iuris canonici, la bula Unigenitus está incluida dentro de las Extravagantes communes, lib. V, tit. IX, c. II, tal como las clasificó Juan Chappuis en su edición del Corpus iuris canonici publicada entre 1499 y 1505. Pero, por supuesto, los guionistas no se dirigen en su proselitismo al experto en Derecho canónico, sino al pueblo indocto generatim, que en su ingenuidad seguramente contemplará indignado el impudor que exhibe Cayetano, cuando, exasperado por la tozudez, el subjetivismo y la cortedad de miras de Lutero, se desenmascara y le revela toda la verdad:

«Los turcos reúnen ejércitos en nuestras fronteras del este. Estamos al borde de la guerra. Al oeste hay un mundo de almas que nunca ha oído el nombre de Cristo. ¡Esa es la única verdad! La cristiandad se desmorona y cuanto más necesitamos la unidad, ¡tú creas confusión!».

Este discurso en boca de un cardenal debería escandalizar a cualquier creyente. ¿Es esa toda la verdad? ¿Al final todo se reduce a política? ¿Dónde quedan los méritos de Cristo? ¿De dónde procede el tesoro de la Iglesia? ¿Tiene un origen divino o sus riquezas tan sólo proceden de la administración del monopolio de la fe? ¿A quién abrirá las puertas de los cielos San Pedro el llavero: a los que compren indulgencias para combatir a los turcos o a los que crean con fe firme en Dios creador y en su Hijo resucitado?

Si para cualquier materialista las últimas palabras de Cayetano son una verdadera enseñanza de política real, al creyente le resultarán escandalosas y altamente turbadoras, por no decir impúdicas, aunque esto sólo sería posible en el caso de que el creyente estuviese en el secreto y, por tanto, dejase de serlo. Así pues, la buena imagen que el espectador materialista se forma de Cayetano al escuchar las palabras que los guionistas ponen en su boca, se torna inquietante y totalmente detestable para el creyente, siendo esta reacción la que buscan los guionistas. Pero frente al cardenal se encuentra Lutero, representando la gran esperanza de salvación y de una creencia renovada y fiel tan sólo al Evangelio, en ausencia de cualquier interés de carácter temporal. Resultará redundante repetir de nuevo el diagnóstico de proselitismo que atribuimos a esta película.

Finalmente, sobre la imagen que los guionistas trasladan del cardenal Cayetano debemos decir que, de entre todos los prelados de la curia romana que aparecen en la película, es a Cayetano a quien se trata con mayor benevolencia e incluso respeto; seguramente se deba a que los guionistas han querido ser fieles, aunque no sea más que por una vez, a las palabras del propio Lutero, que siempre reconoció que el cardenal lo había tratado con gran benignidad y paternalismo, aunque no por ello dejó de apostrofarlo en sus escritos; por ejemplo, desde Augsburgo le escribe a Karlstadt:

«Cayetano es tal vez un tomista renombrado, pero un teólogo o cristiano oscuro, recóndito e ininteligible y, por tanto, tan idóneo para juzgar, entender y sentenciar esta causa, como un asno para tocar el arpa. De ahí que mi causa esté tanto más en peligro, cuanto que está en manos de jueces que no sólo son enemigos e iracundos, sino también incapaces de reconocerla, ni de entenderla»{15}.

Algunas de las palabras o acciones por medio de las cuales los guionistas ofrecen de Cayetano una buena imagen, a pesar de su condición de alto prelado de la curia romana, serían las siguientes: ciertas palabras que, sin perjuicio de su carácter críptico, dejan entrever una crítica del cardenal a la actuación general de León X y particular en el caso de Lutero; el interés que el cardenal demuestra por informarse de la verdad de las aseveraciones de Lutero con respecto a la bula Unigenitus y a su exclusión del Corpus iuris canonici por parte del panormitano, lo que daría a entender que al cardenal le movería más la búsqueda de la verdad que el puro deseo de vencer en la disputa dialéctica (aunque haciendo a Cayetano obrar de esta manera, los guionistas le hacen entrar en contradicción con las últimas palabras que dirige a Lutero; esta contradicción sólo podría resolverse distinguiendo en Cayetano, por una parte, al filósofo exclusivamente interesado por la verdad y, por otra parte, al cardenal de la Iglesia romana; al primero los guionistas lo hacen susceptible de respeto, pero el segundo es detestable); y, finalmente, las propias palabras del cardenal cuando contrapone la figura del difunto León X con la del «gigante» Lutero (esta maniobra por parte de los guionistas es muy efectiva: si hasta tus enemigos reconocen tus méritos, nadie podrá negarlos). Seguramente, para maquillar ese maniqueísmo tan inverosímil del que los guionistas hacen gala en todo momento –y que les hace tan poco aristotélicos– y para que nadie pueda objetarles que, presentando a la Iglesia católica como una institución esencialmente corrupta, no se entiende de qué modo pueda haber perdurado durante 2.000 años, se ven en la necesidad de intentar balancear de algún modo todo el envilecimiento que atribuyen a la Iglesia católica y para ello se sirven de la figura del cardenal Cayetano.

Por otra parte, según lo que se nos cuenta en la película, Lutero debía de ser muy consciente de lo que le sucedería, si un tribunal romano juzgase su causa, porque se lo están recordando constantemente: tanto Spalatin, como Juan de Staupitz le avisan de que, si no se retracta, será entregado al Santo Oficio y, tal como le dice Federico de Sajonia a Carlos V:

«La Inquisición no juzga, dicta sentencias de muerte».

No vamos a negar el fin muy probable (con olor a chamusquina) que le habría aguardado a Lutero, en el caso de que su causa hubiese sido vista en Roma. Ahora bien, la afirmación de Federico de Sajonia no se compadece muy bien con la realidad, sobre todo a partir de los últimos estudios históricos (porque muchos de los anteriores son basura historiográfica destinada a seguir propalando la leyenda negra{16}) sobre la actuación del Santo Oficio en los países católicos. Por ejemplo, según Gustav Henningsen y Jaime Contreras{17}, en todo el territorio del Imperio español, entre 1540 y 1700, sobre 44.674 causas incoadas por presunta herejía, sólo el 1,8% de los encausados habrían sido condenados a la pena capital. Respecto a los procesos por brujería, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la Inquisición española condenó a la hoguera a 59 brujas, la portuguesa a 4 y la italiana a 36. Pero veamos lo que sucedió en los países protestantes: en Suiza, con una población de un millón de habitantes, fueron quemadas 4.000 brujas; en Dinamarca y Noruega, con una población de 970.000 personas, lo fueron 1.350; y en Alemania, con una población de dieciséis millones, fueron quemadas 25.000. Estas cifras hablan por sí solas y únicamente se pueden explicar por el racionalismo que informaba a la Iglesia católica en su proceder respecto a los casos de «brujería» (que para los teólogos no eran otra cosa que casos de celestinismo, curanderismo y superchería) frente a la credulidad ciega que los protestantes demostraron en relación a las noches de Walpurgis y que condujo a la hoguera a muchas mujeres de las que realmente se pensaba que sus pactos con el demonio les habían conferido poderes sobrenaturales.

Pero a pesar de la verdad histórica, hay quienes todavía siguen considerando a Lutero un libertador. Oigamos lo que dice Luis Hernández Arroyo en su artículo «Nosotros, los hijos de Lutero», aparecido en Libertad digital el 10 de febrero de 2006 y escrito seguramente bajo la influencia de la imagen ficticia de Lutero que proyectan películas como la que estamos criticando o muchos de quienes hoy en día se hacen llamar «teólogos» y ni siquiera saben latín:

«El libertador de verdad, el forjador de occidente, de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad personal protegida por la ley, fue Lutero. Él fue quien liberó nuestra conciencia. Todo empezó cuando declaró que 'la fe de cada uno es cosa absolutamente libre. No se puede forzar a los corazones. Se logrará, como mucho, constreñir a los débiles a mentir, a decir lo contrario de lo que piensan en el fondo de sí mismos'. Y, más adelante, estas hermosas palabras: 'la herejía es una fuerza espiritual: no se la puede herir con el hierro ni quemar con el fuego'.
¡La herejía, fuerza espiritual! Cada vez que leo estas palabras, me conmuevo, no por motivos religiosos, sino porque, desde entonces, la historia tomó otro camino, el que condujo a la libertad. La libertad, arduamente conquistada, de ser herejes. Ahí esta la clave. ¿No es la base de los Derechos Humanos? Seamos herejes, y con orgullo».

Este texto es auténticamente delirante y está escrito con la osadía frívola del ignorante: en primer lugar, porque los derechos humanos no son producto, ni invención de ningún hombre, sino derechos derivados de los conflictos que han enfrentado a las culturas de pueblos diferentes que han alcanzado un desarrollo en el que, como sostiene Gustavo Bueno, «ya podemos hablar de normas cristalizadas en instituciones o costumbres, con variables de individuo»{18}; en segundo lugar, porque ¿cómo va a ser libertador de nadie quien niega que el hombre posea libertad de arbitrio?; en tercer lugar, porque si consideramos a Lutero el forjador de la democracia, ¿qué haremos con todos los libros de Historia que nos presentan a Atenas como la primera democracia de relevancia histórica?; en cuarto lugar, porque conceptos tan difusos como «occidente» por su propia inanidad en realidad no dicen nada; en quinto lugar, porque en este artículo se citan textos –seguramente de quinta o sexta mano– de tal manera que resulta imposible acudir a la fuente originaria para ver en qué contexto aparecen; de todos modos, las palabras citadas recuerdan a algunas que Lutero escribió en una obra que, junto a Mein Kampf de A. Hitler y El judío internacional de Henry Ford, debe incluirse en la trilogía de cabecera de todo antisemita; estamos hablando de Sobre los judíos y sus mentiras, escrita por Lutero en 1543; puesto que en esta obra el wittembergense también habla de la imposibilidad de «forzar a los corazones», veamos qué quiere decir con ello; pero oigamos al propio Lutero, porque es muy elocuente:

«Le concedemos a cualquiera el derecho a no creer...; esto lo libramos a la conciencia de cada uno»{19}.

Ahora bien, inmediatamente añade:

«Pero ostentar esta falta de fe con tanta libertad en iglesias y ante nuestras propias narices, ojos y oídos, hacer alarde de ella, cantarla, enseñarla, injuriar y maldecir la verdadera fe, y de este modo atraer a otros y obstaculizar a nuestra gente, esa es una historia muy, muy diferente».

También dice:

«Nada podemos hacer si no comparten nuestra fe. No se puede forzar a nadie a que crea»{20}.

Pero inmediatamente añade:

«No obstante, debemos evitar que sientan confirmadas sus mentiras, calumnias, maldiciones y difamaciones desvergonzadas»{21}.

Así pues, este es el libertador tan ensalzado que no «fuerza a los corazones», porque «la fe es libre». Oigamos lo que este «forjador de occidente, de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad personal protegida por la ley» pensaba sobre los judíos:

«Obramos mal al no quitarles la vida. En cambio, permitimos que vivan libremente entre nosotros, a pesar de que nos asesinan, nos maldicen, blasfeman y mienten contra nosotros y nos difaman»{22}.

«Debemos prender fuego a sus sinagogas o escuelas y enterrar y tapar con suciedad todo lo que no prendamos con fuego, para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza. También aconsejo que sus casas sean arrasadas y destruidas. Porque en ellas persiguen los mismos fines que en sus sinagogas. En cambio, deberían ser alojados bajo un techo o en un granero, como los gitanos... que la protección en las carreteras sea abolida completamente para los judíos. No tienen nada que hacer en las afueras de las ciudades»{23}.

«¿Cómo puede ser que nosotros, pobres cristianos, alimentemos y enriquezcamos a gente tan inservible, malvada, perniciosa, estos blasfemos enemigos de Dios, sin recibir nada a cambio más que las maldiciones y la difamación y todos los infortunios que pueden infligirnos o nos desean? De hecho, en relación a esto estamos tan ciegos e insensibles como los judíos en su falta de fe; padecemos la imponente tiranía de estos viciosos alfeñiques. Pero si las autoridades son renuentes a usar la fuerza y contener la indecencia diabólica de los judíos, estos últimos deberán ser expulsados del país»{24}.

«Todos estos judíos son engendros de víboras, hijos del demonio, es decir, gente que nos concederá los mismos beneficios que su padre, el demonio, y han envenenado pozos, asesinado y secuestrado niños»{25}.

«Oí que un judío le envió a otro judío una vasija llena de sangre, junto con un tonel de vino, en el cual, una vez tomado éste, se hallaba un judío muerto. Hay más historias de este tipo. A causa del secuestro de niños con frecuencia han sido quemados en la hoguera o desterrados (como ya hemos oído). Tengo plena conciencia de que ellos niegan todo esto. Sin embargo, coincide plenamente con la apreciación de Cristo, que declara que son víboras venenosas, amargas, vengativas, engañosas, asesinos, hijos del demonio, que hieren y hacen el mal a hurtadillas, cuando no pueden hacerlo abiertamente»{26}.

«Si tuvieran el poder de hacernos lo que nosotros podemos hacerles a ellos, ninguno de nosotros viviría más de una hora. Pero dado que no poseen el poder de hacerlo públicamente, en sus corazones continúan siendo nuestros asesinos cotidianos y enemigos sedientos de sangre. Sus plegarias y maldiciones son evidencia de esto, así como también la significativa cantidad de historias que relatan las torturas de niños y todo tipo de crímenes por los cuales fueron quemados en la hoguera o desterrados. Creo firmemente que en secreto practican cosas mucho peores que las que se encuentran registradas sobre ellos en las historias y otros relatos. Deseo y pido que nuestros gobernantes, que tienen súbditos judíos, muestren una aguda piedad hacia esta maldita gente, como sugerí más arriba, para ver si esto les sirve de ayuda (lo cual es poco probable). Deben actuar como un buen médico que cuando se encuentra frente a un cuadro de gangrena sin piedad procede a amputar, serrar o quemar carne, venas, hueso y médula. Este tipo de procedimiento debe seguirse del siguiente modo. Incendiad sus sinagogas, prohibid todo lo que enumeré anteriormente, obligadlos a trabajar y tratadlos con rigor, como hizo Moisés en el desierto masacrando tres mil»{27}.

No vamos a multiplicar las citas, porque todas serían del mismo tenor. Muchos preferirán permanecer ignorantes y no reconocerlo, pero este es el verdadero Lutero, tal como se nos muestra en sus propios escritos: un fanático incendiario muy alejado de la imagen de libertador pacífico y candoroso que se nos intenta vender por parte de todos aquellos que, por odio a la Iglesia católica, se alían incluso con el diablo.

Pero continuemos con nuestra crítica de la película. Ya hemos dicho que nos presenta a Lutero como un héroe de nuestro tiempo; por tanto, debe ser un héroe pacifista. Así vemos que en la película Lutero sale en defensa de los sacerdotes a los que el pueblo de Wittenberg intenta linchar el 3 de diciembre de 1521. Pero ¿cuál fue el verdadero comportamiento de Lutero con respecto a la violencia desatada por su predicación? Oigamos lo que él mismo cuenta en carta a Spalatin:

«Todo lo que veo y oigo, me place extraordinariamente. El Señor fortalezca el espíritu de los que están animados de buena intención»{28}.

También dice:

«¿Hay entonces que estar discutiendo continuamente sobre la palabra de Dios y no pasar nunca a la acción? Si no hay que hacer nada más que lo que hemos hecho hasta aquí, no había tampoco por qué enseñar nada más»{29}.

Ahora bien, Federico el sabio, que había comenzado a preocuparse por el grado de violencia cada vez mayor por parte de los exaltados defensores de las ideas de Lutero, le pidió a éste que combatiera el tumulto y la violencia. Por ello, Lutero comenzó a decir misa en hábito de fraile y tonsurado, criticando en sus sermones todos los desórdenes de aquellos que se decían seguidores suyos. Este fue el rebelde Lutero, rebelde contra todos salvo contra su señor temporal, que era de quien cobraba como profesor de su universidad.

La película llega hasta el año 1530, en que se celebra la dieta de Augsburgo, convocada por Carlos V para intentar lograr la unidad imperial con objeto de combatir los ejércitos turcos que ya el año anterior habían llegado a las puertas de Viena. Con anterioridad a la celebración de la dieta, Carlos V había pedido a los príncipes protestantes que redactasen una confesión de fe, a fin de ver si era posible limar diferencias y buscar puntos de encuentro entre católicos y protestantes; ya en la dieta Felipe Melanchton procedió a la lectura de la famosa Confessio augustana, primera confesión de fe de la Iglesia luterana. Pero en la película, sin embargo, de nuevo asistimos a la manipulación de los hechos, porque se nos presentan unos príncipes victoriosos que han logrado forzar al emperador a oír su confesión, cuando en realidad no hubo necesidad alguna de forzarle, puesto que, como ya hemos dicho, él mismo fue quien propuso a los príncipes la redacción de una confesión de fe. Pero los guionistas consiguen el efecto que buscan: unos príncipes movidos exclusivamente por la defensa de su fe (y que afirman estar dispuestos a dejarse matar antes que renunciar a ella) consiguen que un emperador altivo, intolerante y defensor de los intereses de la Iglesia católica asista humillado a la lectura de su confesión de fe. Por supuesto, nada se nos dice del interés que estos príncipes (que en la película se nos presentan movidos exclusivamente por la defensa de su fe) tenían en mantener su dominio sobre las propiedades enajenadas a la Iglesia católica.

Sin embargo, no vamos a acusar de ignorancia a los guionistas de Lutero, porque en tal caso sólo podríamos hablar de errores en la exposición de los hechos y ya hemos dicho que en la película todo se manipula, se tergiversa y se sesga siempre en sentido favorable a la causa luterana, lo que implica un conocimiento de los hechos que se intentan narrar. Y esto puede apreciarse claramente en la conversación que los guionistas presentan entre el cardenal Cayetano y León X, en la que acertadamente (aunque no sea más que por una vez y siempre en función del objetivo perseguido por los guionistas) se nos hace ver que León X subestimaba el peligro que para la Iglesia representaba Lutero (todo se reducía a una «disputa entre frailes» y Cayetano carecía de «visión global de las cosas») y por eso no quiso forzar a Federico de Sajonia a que tomase medidas contra Lutero, porque el Médicis estaba más preocupado por ganarse a Federico para que en la próxima elección imperial el sajón otorgase su voto a Francisco I y no al Hagsburgo Carlos V, cuyo poder en caso de ser elegido emperador temía el Papa; y con razón, como se demostró en el año 1527. Así pues, León X erró en todas sus decisiones. Pero si es imposible negar el interés político que movía al papado en sus actuaciones, también lo es en el caso del príncipe Federico; sin embargo, en la película el único interés que parece mover al sajón es el de que su universidad no pierda a un profesor «tan brillante», porque a todo un príncipe de edad provecta y canas venerables un fraile jovenzuelo le habría convencido del engaño de las indulgencias y de las reliquias.

El final de la película es delicioso. Asistimos a bodas, banquetes y fiestas en las que Lutero toca el laúd y Catalina de Bora canta para él inspirada por la religiosidad tierna e íntima que su marido predica a los niños. Todo compone un cuadro de vida perfecta en comunión evangélica y muy alejada de la Roma corrompida por la política y la lujuria. Pero terminemos oyendo de nuevo a Lutero:

«Nosotros, los alemanes, somos hoy la risa y la vergüenza de todos los pueblos; nos tienen por puercos ignominiosos y obscenos»{30}.

«Hoy los nuestros son siete veces peores de lo que jamás hubiesen sido antes. Robamos, mentimos, engañamos, comemos y bebemos en exceso y nos entregamos a todos los vicios»{31}.

«Si quisiera ahora pintar a Alemania, debería representarla bajo los rasgos de una marrana»{32}.

«Nosotros, los alemanes, pecamos y somos esclavos del pecado, vivimos en los placeres carnales y nos arrojamos a la libertad con el corazón alegre hasta las orejas. Queremos obrar a nuestra manera, servir los intereses del diablo y ser libres de hacer únicamente lo que nos place... Estamos muy contentos de habernos desembarazado del Papa, de los oficiales y de las otras leyes, pero de saber cómo debe servirse a Cristo y librarse de los pecados nadie se preocupa»{33}.

«¿Quién se habría puesto a predicar, si hubiéramos previsto que de ello resultarían tantos males, sediciones, escándalos, blasfemias, ingratitudes y perversidades? Pero ya que estamos en ello, hay que tener contra la mala fortuna buen ánimo»{34}.

«Con esta doctrina, cuanto más se avanza, peor se torna el mundo; es la obra y el trabajo de este diablo maldito. Bastante se ve cómo el pueblo es ahora más avaro, más cruel, más impúdico, más desvergonzado y peor de lo que era bajo el papismo»{35}.

Notas

{1} Poética, 1451b5-8.

{2} Cfr. Martin Luthers Werke, Weimarer Ausgabe 1883-, t. XV, p. 420.

{3} Ibid., t. XII, p. 94.

{4} Martin Luthers Briefwechsel, ed. a cargo de L. Enders, G. Kawerau y Flemming, Frankfurt 1884-1920, t. I, pp. 66-67.

{5} Cfr. WA, t. I, p. 215.

{6} Cfr. Enders, t. III, p. 207.

{7} Ibid., t. III, p. 247.

{8} Ibid., t. III, p. 189.

{9} Ibid., t. I, p. 431.

{10} Ibid., t. III, p. 406.

{11} Cfr. WA, t. I, 1, p. 226.

{12} Cfr. WA, LI, 538.

{13} Cfr. WA, I, 7.

{14} Unigenitus Dei filius factus nobis a Deo sapientia, iustitia, sanctificatio et redemptio non per sanguinem hirconum aut vitulorum, sed per proprium sanguinem introivit semel in sancta, aeterna redemptione inventa. Non enim corruptibilibus auro et argento, sed suis ipsius agni incontaminati et immaculati pretioso sanguine nos redemit, quem in ara crucis innocens immolatus non guttam sanguinis modicam, quae tamen propter unionem ad verbum pro redemptione totius humani generis suffecisset, sed copiose velut quoddam profluvium noscitur effudisse ita, ut a planta pedis usque ad verticem capitis nulla sanitas inveniretur in ipso. Quantum ergo exinde, ut nec supervacua, inanis aut superflua tantae effusionis miseratio redderetur, thesaurum militanti Ecclesiae acquisivit, volens suis thesaurizare filiis pius Pater, ut sic sit infinitus thesaurus hominibus, quo qui usi sunt, Dei amicitiae participes sunt effecti. Quem quidem thesaurum non in sudario repositum, non in agro absconditum, sed per beatum Petrum, coeli clavigerum, eiusque successores, suos in terris vicarios, commisit fidelibus salubriter dispensandum et propriis et rationalibus causis nunc pro totali, nunc pro partiali remissione poenae temporalis pro peccatis debitae tam generaliter tam specialiter (prout cum Deo expedire cognoscerent) vere poenitentibus et confessis misericorditer applicandum. Ad cuius quidem thesauri cumulum beatae Dei genitricis omniumque electorum a primo iusto usque ad ultimum merita adminiculum praestare noscuntur, de cuius consumptione seu minutione non est aliquatenus formidandum tam propter infinita Christi (ut praedictum est) merita quam pro eo, quod, quanto plures ex eius applicatione trahuntur ad iustitiam, tanto magis accrescit ipsorum cumulus meritorum. Datum Avinione vi. Kalend. Februar. Pont. nostri Anno primo.

{15} Cfr. Brief., t. I, 216.

{16} Uno de estos calumniadores antiespañoles fue Juan Antonio Llorente (1756-1823), sacerdote, comisario del Santo Oficio y secretario supernumerario de la Inquisición madrileña a finales del siglo XVIII; tras la invasión francesa de España trocó su condición religiosa por la de anticlerical y afrancesado; en 1817 escribió en París un libelo infamatorio (Historia crítica de la Inquisición española), en el que atribuye la escasez demográfica de España a la actuación de la Inquisición, porque, según cuenta, habría condenado a la hoguera al 9,2% de los encausados por herejía.

{17} Contreras, J. y Henningsen, G., «Forty-four Thousand Cases of Spanish Inquisition (1540-1700): Analysis of a Historical Data Bank», en Henningsen, G. et alii, The Inquisition in Early Modern Europe. Studies on Sources and Methods. Delkab: Northen, Illinois U.P., p. 100-129.

{18} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996, p. 342.

{19} Von den Juden und ihren Lügen, Wittenberg 1543; citamos según la traducción y división en capítulos propuesta por Elias Bernard, c. 11.

{20} Ibid.

{21} Ibid.

{22} Op. cit., c. 10.

{23} Op. cit., c. 11.

{24} Ibid.

{25} Ibid.

{26} Ibid.

{27} Op. cit., c. 12.

{28} Cfr. WA, t. II, 410.

{29} Ibid., 412.

{30} Cfr. WA, t. VIII, p. 295.

{31} Ibid., t. XXXVI, p. 411.

{32} Ibid., t. VIII, p. 294.

{33} Ibid., t. XLVIII, p. 389.

{34} Ibid., t. I, p. 74.

{35} Ibid., t. I, p. 14.

 

El Catoblepas
© 2006 nodulo.org