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El Catoblepas, número 50, abril 2006
  El Catoblepasnúmero 50 • abril 2006 • página 7
La Buhardilla

George Santayana: la persona y los lugares

Fernando Rodríguez Genovés

Semblanza de George Santayana, autor de origen español, cuya vida y obra transcurren en dos continentes, América y Europa, quedando allí delimitadas, en gran medida, su profesión y su vocación: la docencia de la filosofía y la creación poética, respectivamente{1}

George Santayana 1863-1952
George Santayana 1863-1952
George Santayana (1863-1952)

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George Santayana puede ser considerado como un filósofo del tránsito. A diferencia, por ejemplo, de Walter Benjamin, filósofo del exilio, forzado por las circunstancias a errar por el mundo, sin hogar ni patria ni bolsa garantizada, escritor perseguido y necesitado, siempre viajando con el exceso de equipaje que acarrea la memoria imborrable, a diferencia de Benjamin, digo, Santayana, no es un transeúnte ocasional, sino vocacional, un escritor errante que asume dicha condición, un personaje material y espiritual fruto de una conjunción de filosofía y existencia que tanto puede interpretarse por la historia del pensamiento como por el psicoanálisis. Entre Europa y América distribuye sus reinos sin posesiones, dejando tras de sí un rastro vemos dividirse en mil bifurcaciones, y en el que entrevemos un excepcional itinerario personal e intelectual.

En el presente trabajo ofrecemos un breve trazado biográfico del autor en el que pretendemos cotejar la trayectoria vital de Santayana con sus escritos, reparando muy especialmente en las consecuencias que el ser errabundo y el estar de paso –dos de sus rasgos más característicos– imprimieron en su producción intelectual. Atenderemos en fin, a la relación existente entre la obra del filósofo y el ámbito{2} que la acogió en cada circunstancia y momento, trátese de los ámbitos geográficos –América y Europa–, o de los ámbitos profesionales y su consecuencia, esto es, el aula universitaria y el academicismo, por un lado, y el sendero cosmopolita y el universalismo, por el otro. Ambas esferas o ámbitos mantienen entre sí, y en más de un aspecto, una estrecha simetría que no debería pasar inadvertida. Muy prometedor para nuestro fin será recordar, desde un primer momento, el significativo título de su autobiografía: Persons and Places (Personas y lugares){3}, acaso el texto más relevante de todos los que escribe.

George Santayana 1863-1952

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De modo semejante a como oímos hablar del «primer Wittgenstein» y del «segundo Wittgenstein» o del «Marx humanista» y del «Marx científico», por citar sólo dos casos conocidos, no considero exagerado ni improcedente referirse a dos Santayana a propósito de la vida y la obra de George Santayana. Siento, no obstante, en la cerviz, tras esta inicial declaración, el aliento recriminatorio de los tiránicos holismos metodológicos de todo pelaje, es decir, esas perspectivas totalizantes del devenir del hombre, que, a pesar de todos los pesares, de evidencias y experiencias, no son capaces de admitir que en un filósofo o autor «clásico» pueda haber fisuras, saltos o metamorfosis, debido, según dicen, a que todo es uno y nada más que uno.

Creo pertinente, a pesar de todo, concebir la realidad de «dos Santayana»: Jorge Santayana, nacido en Madrid y nutrido hasta el momento y lugar de su muerte por la cultura mediterránea, y George Santayana, persona educada y educadora en Estados Unidos, pensador reputado de Harvard que se desenvuelve en el seno de las corrientes de la filosofía americana de la época. Debido a circunstancias biográficas y a móviles de naturaleza externa convocados en derredor, el autor que concita ahora nuestra atención distribuye sus trabajos y sus días en ambos lados del océano Atlántico: Europa y América, América y Europa. Ambos continentes disponen, a mi juicio, dos espacios físicos y simbólicos, dos ámbitos existenciales y significativos, notoriamente diferentes, que marcan de manera muy particular el camino de ida y vuelta de un personaje en busca de su autor, de un hombre que vive permanentemente, sin solución de continuidad, bajo el signo de la pérdida, la escisión y la distancia.

Santayana nace, con el nombre de Jorge Agustín Nicolás, en Madrid el año 1863, fruto de un segundo matrimonio de la madre con Agustín Ruiz de Santayana, un oscuro abogado de talante pusilánime. En primeras nupcias, la madre de Santayana se había unido a George Sturgis, comerciante norteamericano que conoce en Filipinas. En este territorio de ultramar residía con su padre, cumpliendo tareas diplomáticas en la por entonces colonia española. Mister Sturgis muere repentinamente, dejando a cargo de la madre tres hijos: un niño, que fallece a muy corta edad, y dos niñas, Susana y Josefina, futuras hermanastras de Santayana. A éste legará, para más señas y, acaso al margen de su voluntad (will), el nombre de pila. Llegado el momento, tanto la madre como las hermanastras, muy especialmente Susana, ejercerán una directa y poderosa influencia emocional en la vida del joven George. La figura del padre quedará, en cambio, siempre vinculada a la distancia, la memoria y la imaginación creadora.

Santayana, el filósofo del desarraigo y la mudanza, sufre muy pronto la primera escisión. Cuenta cinco años de vida cuando la madre abandona España para instalarse con las dos hijas a Boston, lugar donde se había afincado con anterioridad al segundo matrimonio y donde residía la familia Sturgis, la cual les acoge y facilita ayuda económica. El joven Jorge permanece con el padre en Ávila, tejiendo en su interior una cruda percepción de desmembramiento familiar y un vislumbre de existencia incompleta que será confirmada con los años, un sentimiento difuso y primario, según sus palabras, «de pertenencia a otra parte o más bien de no pertenecer al lugar en que vivo [...] Esto tiene bastante consonancia con mi filosofía y pudo haberme ayudado a formarla» (Apologia Pro Mente Sua{4}).

A los ocho años se incorpora a la unidad familiar bostoniana, mientras que su padre, después de acompañarlo hasta América y no aviniéndose al entorno del Nuevo Mundo, retorna a Ávila. Segunda importante sustracción emocional en la vida de Santayana: en esta ocasión, la del padre. En él y con él se quiebra el hilo que le une al pasado, a la procedencia, a las raíces. A fin de que el desamarre no suponga una pérdida irreparable, Santayana pasa todos los veranos en España junto al padre, hasta la muerte de éste.

En Boston, sin conocimientos previos del inglés, Santayana inicia los estudios bajo la tutela directa de Susana. La joven hermanastra le transmite unas inquietudes religiosas tan intensas y perturbadoras que inquietan a la madre, poco proclive a las efusiones espirituales de este género, tanto como azoran y confunden al joven George. Susana ingresa más tarde en un convento. Lo abandona tras una breve instancia y termina volviendo a España, donde vive una temporada junto a su padrastro. Ya cumplidos los cuarenta años, contrae matrimonio con un viudo español, padre de seis hijos, al que había conocido muchos años atrás. Este atribulado episodio familiar lo experimenta Santayana con gran malestar y aun con desengaño. La estabilidad afectiva sufre otro quebranto más, debido en este caso a unos fervores y pasiones que siente próximos, pero no propios, y cuya causa no logra comprender. Al estar relacionados, por lo demás, con Susana resultan de particular relevancia, puesto que la presencia y la influencia de la hermanastra constituían prácticamente las únicas referencias emocionales de las que dispone.

Mientras tanto, el muchacho va progresando en los estudios. Ingresa en la Universidad de Harvard en 1882, donde se familiariza con los círculos filosóficos idealistas dominantes en la época y el lugar, aunque pronto se distancia de ellos. Entra en contacto, a continuación, con Josiah Royce y William James, con quienes se siente más a gusto, al menos en un principio.

Durante los años 1887 y 1888, merced a una beca de estudios, viaja a Berlín. Allí recibe el impacto directo de la cuna del idealismo, la fenomenología y el subjetivismo epistemológico. La experiencia que todo ello le reporta, según propia confesión, resulta de lo más desalentadora. De manera que dice adiós definitivamente a la filosofía alemana, a la que responsable de haber engendrado uno de los más calamitosos engendros de la filosofía: la idea de egotismo.

A su regreso a Harvard, en el año 1889, es nombrado profesor ayudante de dicha Universidad con la tarea de impartir clases de Estética. En 1907 consolida el empleo convirtiéndose en full professor. Sin embargo, las perspectivas abiertas –Santayana instalado en la cátedra universitaria con fama y poder académicos– son percibidas muy pronto como un paso en falso, como el principio de un fin inminente e insoslayable. Según propia confidencia, nunca pudo adaptarse a un entorno de vida y trabajo que se le antojaba tan desagradable y estéril como poco conforme a su carácter. Aprovecha, en consecuencia, todas las ocasiones que se le ofrecen para alejarse del ámbito universitario (verbigracia, varios años sabáticos en Inglaterra, Italia y Francia).

Durante los veranos viaja a España para encontrarse con el padre, y de estos hábitos estivales y vacacionales va delineándose en el espíritu de Santayana un mapa personal y geográfico con dos hemisferios simbólicos: América, asociada al «negocio» (trabajar como profesor de filosofía, para Santayana, significa tan sólo una manera de ganarse el sustento, un signo de la decadencia de una época que, experimentado en carne propia, tendrá ocasión de analizar y tomar desquite en escritos posteriores, tras abandonar el oficio académico) y, por otra parte, Europa, ligada al «ocio» (vacar y tomar contacto con la familia suponen para Santayana retornar a los orígenes, abandonarse, sin resistencias, a la vocación).

Con todo, Santayana, hombre disciplinado y formal, permanece ligado treinta años a Harvard. Cumple diligentemente con las tareas docentes y publica varias obras académicas con las que cubre dignamente el expediente académico. Recibe por ello reconocimiento público, e incluso esperanzas de consolidación profesional. Para su sensibilidad, sin embargo, toda aquella rutina y pompa se le antojan fútiles, escasamente creativas y pobremente gratificantes para su espíritu. Este sentimiento queda fulminante sintetizado en la siguiente declaración: «Empecé a preparar mi retiro de la enseñanza antes de empezar a enseñar» (Persons and Places).

El meditado apartamiento de la profesión se dilata en el tiempo, pues Santayana no posee una personalidad impetuosa. Dos episodios resultarán decisivos en este proceso de distanciamiento con el oficio, ambos vinculados a la presencia deletérea de la muerte. En el año 1893, con treinta años recién cumplidos, Santayana experimenta lo que denomina su personal metanoia, una inflexión filosófica y existencial, que le hace descubrirse «en la mitad del camino» (The Middle Span, es precisamente el título de la segunda parte de la autobiografía, Persons and Places). Los desencadenantes inmediatos de este momento de transición son la muerte del padre y el casamiento de Susana. Doble pérdida y doble ruptura que golpean un alma ya cincelada desde la infancia por el desarraigo, el destierro y la ausencia, al tiempo que revalidan sus reflexiones filosóficas: el «desprendimiento de cosas y personas [...] es, simplemente, lo que los antiguos llamaban filosofía» (Soliloquies).

El segundo impacto emocional, el nuevo acontecimiento que impacta de lleno en la trayectoria existencial del escritor, también tiene sabor a privación y defunción: lo representa el fallecimiento de la madre en el año 1911. La madre lleva a Santayana a América, y ahora, cuando ya no está presente, la imagen y la llamada del nuevo continente empiezan a disolverse sin remedio, inexorablemente. Santayana no es hombre religioso, pero sí gran conocedor del poder de lo simbólico. Algo, pues, le dice en su interior que en cuanto la muerte llama a la puerta, eso significa que ha llegado el momento de volver al punto de partida, a la casa del padre.

George Santayana 1863-1952

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El año 1912, Santayana se despide para siempre de América y de la vida académica, ámbitos indisolublemente asociados entre sí en la conciencia y el sentimiento de nuestro personaje. Inicia a continuación un largo peregrinar por varios países de Europa y Oriente Próximo, hasta asentarse finalmente en Roma en 1920. Santayana cesa, pues, en la tarea de profesor universitario y pasa a convertirse en un «estudiante viajero». No obstante, jamás deja de comportarse como un gentleman ni olvida los buenos modales inculcados en la puritana sociedad bostoniana. Una de esas lecciones dicta que no es correcto ni elegante marcharse sin despedirse. En consecuencia, Santayana dice adiós a la etapa americana, con amabilidad, pero asimismo con la ironía que tanto distingue sus pasos y letras. Al dejarlas atrás, salda las cuentas con las tierras por las que circula como un torrente, pues el fluir es, no se olvide, la propiedad principal de la naturaleza, el principal objeto de su reflexión. Pero lo hace sin ira y con elegancia, dejando a sus espaldas presencias y huellas, que no rencores y resentimientos. Escribe Santayana, haciendo balance:

«Los últimos ecos de mi carrera oficial fueron póstumos: una vez que el profesor había muerto, el hombre revivido habló en el lugar del profesor, y habló en Inglaterra. Fueron todas conferencias escritas, la mayoría publicadas en Carácter y opinión en los EE UU. Junto con Egotismo en la filosofía alemana y Soliloquios en Inglaterra, representan mi emancipación del control oficial y de las pretensiones profesionales. [...] Un espíritu, el espíritu de un individuo errante, estaba ajustando las cuentas con el universo. Afortunadamente mi carrera oficial había concluido» (Persons and Places).

Nuevamente, los lugares resultan concluyentes a la hora de comprender la evolución de la personalidad y las ideas de un autor. Por lo que toca al escritor que ahora merece nuestra atención, y como ya hemos comprobado que en él ha ocurrido en anteriores despedidas, el punto final de los desplazamientos de Santayana a España coincide con un óbito, en esta ocasión, el de Susana.

En efecto, durante la Primera Guerra Mundial, Santayana reside en Inglaterra donde parece sentirse a gusto, sopesando incluso la posibilidad de establecerse en las islas. No obstante, pronto crece en él una profunda desafección hacia las personas y los lugares británicos que se transforma en una directa estampida en el momento que es propuesto para incorporarse como profesor en el Corpus Christi College. Todos los fantasmas del pasado de Harvard le asaltan de nuevo, y la sola perspectiva de un regreso a las aulas vence la sugestión de permanecer en suelo anglosajón. Roma será entonces su próximo y definitivo lugar de destino, su salvación.

Pero, ¿por qué Roma? La respuesta a esta pregunta supone también la respuesta a la pregunta ¿por qué Europa? Cuando abandona Estados Unidos, Santayana confiesa a Susana su agotamiento y hastío: «estoy harto de América, de los profesores y de las profesoras...» (Letters{5}, 7/12/1911). Los lugares que Santayana va abandonando se representan en su mente como espacios de desistimiento y dimisión, si no de traición y deslealtad. No es él quien renuncia de los lugares, son los lugares los que desertan de él. Lo mismo podría decirse de las personas que conoce y frecuenta, e incluso que llega a estimar. América significa para Santayana el ámbito de la pérdida, incluida, quién lo diría, la pérdida de oportunidades. Para Santayana, la quiebra de la genuina «tradición gentil» que ofrece la América intelectual es el signo clave de un acabamiento irremediable. Pero, ante todo, América encarna en su conciencia desgarrada el oficio y el academicismo, los caminos opuestos a su noción del libre ejercicio filosófico.

Como en la encrucijada de Parménides, a la trayectoria del No Ser se le opone el «sendero de la Verdad y de la Razón», y en este caso concreto, la vía que nos devuelve a la fuente de la civilización, es el Mediterráneo y la cultura grecolatina. La sede simbólica de la universalidad civilizatoria, la cuna de la mediterraneidad, es Roma. El último destino.

Para la particular sensibilidad ecuménica de Santayana, Roma constituye una perfecta iconografía que garantiza anonimato, soledad y un entorno plagado de belleza y de enriquecedor pasado. Justamente todo aquello que Santayana necesita. Según reza la inscripción grabada en la corona de oro y perlas de Diocleciano, Roma caput mundi, regit orbis frena rotundi («Roma, cabeza del mundo, gobierna las riendas del orbe redondo»). Pues bien, Santayana ha encontrado su lugar natural, y allí busca reposo:

«Aquí renuncié a viajar, porque puedo viajar continuamente con el pensamiento a todas las edades y a todos los países y puedo disfrutar el divino privilegio de la ubicuidad sin alejarme del centro de gravedad y de equilibrio que me ha sido concedido» (Persons and Places).

Más que un peregrino que visita Roma con el fin de consagrar ofrendas a la divinidad, Santayana fija la residencia en la Ciudad Eterna para sentirse como los dioses, en particular como su dios preferido, Hermes. Santayana llega a la capital italiana como un «hijo pródigo», un «pagano errante», alguien que, como Ulises, retorna al hogar primigenio –creado y recreado por la imaginación y el deseo del poeta Homero– después de descubrir el mundo en un largo viaje, una aventura que queda registrada en pensamientos y escritos a modo de cuadernos de bitácora.

Del ámbito mediterráneo se vio expulsado en su niñez por fuerza mayor. La nave de su existencia había sido impulsada tiempo atrás por vientos de expatriación que lo transportaron hasta territorios ignotos y extraños allende los mares, más allá del Mare Nostrum. Ahora, un maduro Santayana toma el timón de su vida. Retorna al Mediterráneo para descansar y morir en paz. Dejada a la deriva, la embarcación que transporta los restos de su vida, no podía llevarle a otro lugar ni a otra orilla que no fuese Roma. La nave, más que el navegante, conoce el destino y el puerto al que hay que arribar para allí varar en dique seco y reparar al ocupante.

Pero, ¿por qué el Mediterráneo? Responde Fernand Braudel:

«porque el Mediterráneo es una encrucijada viejísima. Desde hace milenios todo ha confluido hacia él, alterando y enriqueciendo su historia: hombres, bestias de carga, carros, mercancías, navíos, ideas, religiones, artes de vivir.»{6}

En el Mediterráneo desemboca, asimismo, el itinerario errante de Santayana. El Mediterráneo, el mar de sus antepasados, es, añade Braudel, «como una imagen coherente, como un sistema donde todo se mezcla y se recompone en una unidad original»{7}.

En Roma, en el Mediterráneo, el ya cansado viajero cree atisbar los símbolos superiores de la Naturaleza y la Materia, precisamente los conceptos sobre los que había teorizado con tesón en sus textos filosóficos. Más que de un simple regreso biográfico, los hechos nos hablan a este respecto de una genuina materialización, de un pleno reintegro vivencial al punto de partida, que de ninguna manera podía contrariar a un pensador arrimado a las tesis materialistas y al naturalismo. El ciclo del eterno retorno se cierra en la Ciudad Eterna como la cosa más natural del mundo.

Abundando en la leyenda labrada de errabundo impenitente, sin hogar ni Estado, de solterón empedernido, Santayana ocupa sucesivamente distintas estancias de hoteles durante la primera parte del periodo romano, hasta que, finalmente, apremiado por la edad y la enfermedad, el año 1939, cumplidos los sesenta y siete años, se instala en el Hospital de las Hermanas Azules, donde es atendido por monjas católicas americanas. Un pequeño y austero aposento acoge el escenario último de este infatigable viajero hasta el momento de su muerte, acaecida el año 1952. Unas semanas antes del desenlace final sufre una fatal caída en las escaleras del Consulado de España en Roma donde acude a cumplimentar los papeles que le permiten renovar la nacionalidad española que en todo momento se cuida de conservar. Los incondicionales de lo simbólico pueden encontrar aquí un riquísimo material, uno más, con el que dar pleno sentido y honda significación a una vida trashumante en la que los signos y los lugares ocuparon un papel fundamental.

George Santayana 1863-1952

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Santayana transita por el mundo como por las páginas de un libro, de cualquiera de los libros que compuso. Un autor español ha escrito sobre este particular: «Podemos afirmar con toda certeza que en el caso de Santayana el marco físico queda reflejado con cierta nitidez en el espacio mental a través de sus escritos, de manera que a grandes rasgos se pueden rastrear los desplazamientos de temas, intereses y preocupaciones mediante su itinerario geográfico.»{8} Y es que, en efecto, Santayana recorre la trayectoria vital como compone el libro La vida de la razón (1905-1906). La historia de su existencia puede contenerse en dos tomos: América y Europa.

En la etapa americana tiene lugar el ciclo de la formación intelectual y las experiencias académicas de Boston y Harvard, que le reportan prestigio y reputación, a pesar de que para muchos de sus colegas, el profesor español era tenido por un ser extravagante y esquivo, poseedor incluso de un pensamiento «reaccionario» (Bertrand Russell). Pero Santayana no tiene nada que justificar ni que proteger; para él, el oficio de profesor de filosofía no contiene más que «servidumbres y ataduras» que limitan el verdadero trabajo filosófico. La estancia en Europa y el periodo romano coinciden, por el contrario, con su fase de madurez personal e intelectual. Liberado del recinto escolar y del estilo académico se consagra entonces a la escritura de sus obras de mayor relevancia.

Para Santayana no es que la enseñanza de la filosofía y la filosofía misma se armonicen con dificultad. Ocurre, en rigor, que son incompatibles. Entre la práctica de la filosofía, como repetición y manipulación de lo ya expresado por los antiguos filósofos, y la actividad creativa que conlleva la elaboración de una filosofía propia existe un abismo infranqueable. En el libro Escepticismo y fe animal (1923) escribe llanamente: «me hallo en filosofía exactamente donde me hallo en la vida diaria».

Ignacio Izuzquiza, quien ha analizado con esmero y detalle el pensamiento de Santayana, reconoce este hecho con la siguiente declaración: «Santayana es un ejemplo de pensador que cumple en su vida cuanto afirma en su reflexión teórica y que hace teoría con su propia biografía. Una combinación que sólo se encuentra en los grandes clásicos y algo a lo que nos tiene desacostumbrados la filosofía académica tantas veces encargada de mantener un ritual y no una reflexión viva».{9}

Llegados a este punto, acaso no sea exagerado preguntarse si Santayana fue propiamente un «filósofo»{10}. Bertrand Russell, por ejemplo, quien conoció personalmente a Santayana, considera su trabajo intelectual más interesante para la literatura que para la filosofía. Y Jorge Luis Borges, por su parte, se refiere a su persona (y repárese en el orden de los términos) como «el poeta y filósofo Santayana...»{11}. En realidad, Santayana no ocultó jamás su predilección por la poesía, entendida como vehículo de creación y aun de pensamiento, en grado y para valor, superior al resto de los saberes y géneros literarios.

La primera obra que publica es un libro de poemas, Sonnets and others verses (1894). A continuación, en el año 1896, se editan Platonism in the Italian Poets y su primer «libro filosófico» dedicado a la Estética, El sentido de la belleza. En 1900 sale a la luz Interpretaciones sobre poesía y religión y en 1910 redacta Tres poetas filósofos, auténtico ejercicio de «poesía filosófica», en cuya Introducción podemos leer un sincero manifiesto doctrinal:

«En la filosofía misma los razonamientos y las investigaciones no son sino partes preparatorias y subordinadas, medios para alcanzar un fin. Culminan en la intuición o en lo que, en el más noble sentido de la palabra, puede llamarse teoría, es decir, una firme contemplación de todas las cosas según su orden y valor. Tal contemplación es de tipo imaginativo. No puede alcanzarla nadie que no haya ensanchado su espíritu y amansado su corazón. El filósofo que llega a ella es, por el momento, un poeta. Y el poeta que dirige su apasionada imaginación hacia el orden de todas las cosas o hacia algo que se refiere al conjunto es, por el momento, un filósofo.»{12}

Con los textos de Santayana, siempre sabemos lo que tenemos entre manos. Santayana, en calidad de autor, nunca engaña ni utiliza los géneros literarios como camuflaje.

Considero interesante comparar el texto anterior con este otro, extraído de A General Confesion, donde simplifica la analogía sobre la idea de la relación medio-fin allí expuesta: «mis afinidades naturales estaban en algún otro lugar. Es más, la enseñanza y el aprendizaje de cualquier tipo me parecían un medio, no un fin. Siempre odié ser un profesor.»{13}

Con el estudio sobre la obra de Lucrecio, Dante y Goethe (Tres poetas filósofos), Santayana cierra la etapa americana de su vida y obra. Pudiera decirse que Santayana celebra a lo grande (con los grandes) la metanoia que le llama a emprender nuevas rutas. Ya lo hemos dicho: en el periodo europeo, Santayana escribe, según propia confesión, «sin servidumbres ni ataduras». En verdad que escribe libremente, y nunca enmascara sus predilecciones y preferencias. Escepticismo y fe animal (1923) y Los Reinos del Ser (The Realms of Being, 1927-1940) representan tal vez los trabajos más ambiciosos en el terreno filosófico de este segundo periodo.

Su obra de madurez pueden leerse como una aproximación a la creación literaria y poética realizada desde la filosofía; o por decirlo más claramente: como una justificación filosófica de la creación poética. Para Santayana, sencillamente, el conocimiento que no se apoya en la ciencia, la demostración y el razonamiento, es adquirido por intuición, por conocimiento de esencias. He aquí un campo fe, de una fe animal, instintiva que convierte los datos captados por los sentidos en símbolos. En última instancia, el motor del conocimiento no es otro que la imaginación, y ella ilumina y ensambla a la poesía, la religión y la filosofía. Su objetivo consiste en captar la única y efectiva realidad: la materia.

El hombre, como la materia, es tránsito y constante fluir, movimiento, no sujeto a compromisos y valores fijos, inamovibles. Esto es lo que interesa sostener a Santayana, y así lo hizo. No queramos encontrar, entonces, en la obra de Santayana una explicación inequívoca de lo que sea la realidad material, porque a Santayana tal pormenor no le inquieta (todo ello para desesperación de aquellos profesores de filosofía que pretenden descubrir un fundamento a su «sistema»). El irónico escritor sintetiza su posición con una rotunda y sencilla declaración: «El mundo material es una ficción; pero cualquier otro mundo es una pesadilla» (Letters). Esto es lo que sostiene. Otra cosa será que nos convenza, filosóficamente hablando.

En el año 1936 Santayana publica El último puritano, calificada usualmente como una «novela filosófica». No sabría decir con seguridad lo que tal expresión significa, aunque lo cierto en que en este medio ha encontrado el fin de su actividad creativa: «todo el libro es invención mía; pero quizás haya en él una filosofía mejor que en mis otros libros». Diez años antes escribe Diálogos en el limbo (1926). En este lugar gentil sitúa la acción de los filósofos, y entre ellos se sitúa él mismo en el papel de extranjero que interroga a los maestros convocados a simposio. Me pregunto: ¿será el limbo el genuino ámbito intelectual de Santayana? ¿Se encuentra en la ciencia o en la filosofía, en la religión o en la poesía? Aunque, bien pensado, ¿por qué desasosegarnos por tan vana cuestión si al propio interesado le trae sin cuidado?

Fernando Savater ha celebrado este descuidado y gozoso estado de intermezzo, este ámbito fragmentado: «No es de aquí, es un forastero, está de paso también por los géneros y los hábitos culturales.»{14} Y el mismo Santayana hace confesión de «mi oscilar superficial sobre literatura y filosofía» (Persons and Places). ¿Para qué insistir sobre el particular?

George Santayana concibe la filosofía como abstención y la vida como privación. Entiéndase como escepticismo la primera actitud y como discreción la segunda disposición. Tendremos como resultado, a mi juicio, un fiel retrato del autor. Probablemente, ambos modos de ser converjan en un destino, el cual yo no voy a desvelar aquí porque yo no sé ir tan lejos como nuestro personaje. Pero lo cierto es que tras él recorre Santayana medio mundo y atraviesa casi todos los géneros literarios. Personaje de su propia narración, llevado por la fuerza del destino y la gravedad de la materia que tanto veneró, acaba sus días reuniéndose consigo mismo, como un puritano bostoniano más, pero en Roma. Eso es todo.

Notas

{1} Una primera versión del presente trabajo vio la luz con el título de «George Santayana: entre América y Europa», en Teorema. Revista internacional de filosofía, Madrid, vol. XVII/2, 1998. Suplemento Limbo nº 5 - Boletín de la Cátedra «Jorge Santayana» del Ateneo de Madrid, pp. 5-14.

{2} He abordado este asunto con detalle en mi trabajo Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía, Síntesis, Madrid, 2001 (especialmente, la Sección V: «El ámbito expandido: erráticos y vagamundos»).

{3} Santayana, G., Persons and Places. Fragments of Autography, Cambridge (MA) The MIT Press, 1986. Hay versión española, aunque incompleta, de esta obra originalmente editada en tres tomos, en la editorial Trotta, Madrid, 2002.

{4} Véase Schilpp, P.A. (ed.), The Philosophy of George Santayana, Northwestern University, Chicago, 1971.

{5} Letters of George Santayana, ed. Daniel Cory, Scribner´s, Nueva York, 1955.

{6} Braudel, F. (y varios), El Mediterráneo, Espasa Calpe, Madrid, 1997, p. 10

{7} Ibídem, p. 10 y 11.

{8} Beltrán Llavador, J, «Introducción» a George Santayana, La tradición gentil de la filosofía americana, Taller de Estudios Norteamericanos, Universidad de León, León, 1993, pp. 24 y 25

{9} Izuzquiza, I., George Santayana o la ironía de la materia, Anthropos, Barcelona, 1989, p. 13.

{10} Para mayor detalle sobre este asunto, véase mi ensayo La escritura elegante. Narrar y pensar a cuento de la filosofía, Alfons El Magnànim, Valencia, 2004; especialmente, el capítulo segundo, «Tres filósofos poetas españoles: Santayana, Zambrano y Aranguren» (este texto conoció una primera versión, publicado con el mismo título en Teorema. Revista internacional de filosofía, Madrid, vol. XX/1, invierno 2001. Suplemento Limbo nº 13, Boletín de la Cátedra «Jorge Santayana» del Ateneo de Madrid, pp. 1-18).

{11} Borges, J.L., «Textos cautivos», en Obras Completas, Tomo IV, EMECÉ, Barcelona, 1996, p. 288.

{12} Santayana, G., Tres poetas filósofos, Tecnos, Madrid, 1995, pp. 18 y 19

{13} Véase Schilpp, P.A., ed, op.cit.

{14} Savater, F, «Santayana, huesped del mundo», en Instrucciones para olvidar El Quijote, Taurus, Madrid, 1995, p. 70.

 

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