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El Catoblepas, número 48, febrero 2006
  El Catoblepasnúmero 48 • febrero 2006 • página 21
Estética

Memento por Manuel Castillo

José Mª Pérez Rodríguez

Se rinde póstumo homenaje al recientemente desaparecido compositor
Manuel Castillo Navarro-Aguilera (1930-2005)

Manuel Castillo Navarro-Aguilera (1930-2005)

Castillo ha muerto, en un día incierto de últimos del pasado mes de octubre. Fueron sus sobrinos quienes, alarmados por su ausencia, descubrieron su cuerpo sin vida sentado en el salón de su casa, en el distrito sevillano de Los Remedios{1}. Su desaparición deja huérfana nuestra avidez de nuevas obras suyas que ya no llegarán. Sólo queda que el Conservatorio de la ciudad, que desde hace años lleva su nombre, promueva la publicación y difusión de aquellas que, al parecer, están aún sin editar{2}.

Discípulo en Sevilla de Antonio Pantión y de Norberto Almandoz, Castillo completó formación en Madrid y en París, con Lucas Moreno, Conrado del Campo, Lazare Lèvy y Nadia Boulanger, asumiendo de vuelta a España responsabilidades ya del máximo rango académico, como Catedrático de Piano y, más tarde, de Composición y Orquestación. Castillo pertenece además a la denominada Generación de 1951, la de Halffter, De Pablo, Bernaola, García Abril, Barce, Hidalgo, Prieto, Groba, Alís, Balada y Guinjoan entre otros, adscribiéndosele usualmente en ella dentro de la tendencia moderada, o menos radical o vanguardista si se prefiere.

Este último punto, el de la definición o ubicación adecuada de su estilo, resulta, no obstante, casi imposible de establecer con algún acierto, por la misma disparidad de las tendencias estéticas de la música del siglo veinte. El conjunto de su obra permitiría detectar, desde luego, un cierto neoclasicismo de base o de fondo, de continuidad antes que de ruptura respecto de la gran tradición, la de la práctica armónica común que se prolonga, por amplificación modal de la tonalidad y exacerbación del cromatismo, a través de corrientes concretas que transitan el siglo en su totalidad. Es, sin embargo, el de Castillo un neoclasicismo muy distinto, por ejemplo, del del segundo Stravinsky, del de Honegger o el de Poulenc, un neoclasicismo teñido en él de una introspectiva y sobria espiritualidad, similar a la que pueda encontrarse en la obra del suizo Frank Martin. De hecho, obras como los Cuatro cuadros de Murillo para orquesta de cámara, de 1982, envuelven al oyente en una atmósfera estética muy similar a la del Políptico de Martin, obra no en vano surgida de una misma motivación, la contemplación de una concreta iconografía religiosa, que en este último no es sino la de la Maestá de Duccio di Buoninsegna, actualmente en el Duomo de Siena.

Severidad en unos casos, desde luego, y ligereza y transparencia en muchos otros, como en el de Danzarina en la catedral, de 1990, para piano y conjunto instrumental, recreación musical esta vez del cuadro de parecido título que Joan Miró pintara hacia 1945, y en la que lo sagrado y lo profano se funden en un paisaje sonoro de un poder de evocación inimitable.

Tomás Marco, compositor de la generación inmediatamente siguiente a la de 1951, ha dicho de esta pieza de Castillo:

«Es una obra tan hermosa como singular, en la que intentó trasladar a la música la estética del pintor. Desde luego que lo consiguió, pues curiosamente la sensación que recibimos de la obra es la de una especie de corriente surreal abstracta a base de la conversión de los colores sonoros en ritmos y de los metros en materia tímbrica.»{3}

Si revisáramos la obra de Castillo retrospectivamente hallaríamos acentos prácticamente inagotables, peldaños de un camino hacia la independencia artística más absoluta. La Toccata de 1952 sería dignísima heredera de la Fantasía Baetica de Manuel de Falla; en la Sonatina anterior, de 1949, hallaríamos ecos, acaso discutibles, de Turina y del piano de Ravel; el lenguaje del Segundo Concierto para piano y orquesta, de 1966, puede recordar el del Sexto Concierto de Alexander Tcherepnin; la Introducción al Piano Contemporáneo, de 1975, representaría, en fin, la revisión personal de las tendencias posteriores a la Segunda Guerra Mundial en el campo de la música para teclado...

Y así podríamos seguir, estableciendo un contexto a partir de determinados parentescos estilísticos. Y es que la obra de Castillo, al igual que la del resto de sus compañeros de generación, representa ante todo la búsqueda de un lenguaje personal, de síntesis de tendencias, de renuncia deliberada de adscripción única a cualquiera de ellas. Si a él se le llama, en este aspecto, conservador o neoclásico es precisamente porque reivindicó para su creación condiciones que debieran ser normativas: la de la accesibilidad y la de la natural expresividad del lenguaje musical. Castillo, desde luego, alcanzó en este sentido logros siempre compatibles con la complejidad de un discurso formalmente sólido, entreverado de hallazgos de la más aguda inventiva. Y todo ello hasta un punto que pudiera decirse de su obra lo que los vieneses querían decir, de la de Brahms, con aquella singular frase de «ni fría ni ardiente en exceso, mas nunca aburrida».

Un apunte, finalmente, sobre la difusión de su música. Lo sustancial del catálogo del compositor, no menos de 150 obras, se encuentra grabado y disponible: las dos últimas Sinfonías, Segunda (1992) y Tercera («Poemas de Luz», 1994), los tres Conciertos para piano y orquesta, el último correspondiente precisamente a la grabación del estreno en el Festival de Granada de 1978, con el propio Castillo como solista con la Orquesta Sinfónica de RTVE, el Concierto para violoncello y orquesta, de 1986, los Cinco Sonetos Lorquianos del mismo año, la obra para piano solo hasta 1992, el Retablo de los Venerables para órgano (1993), algún vinilo con la Suite Mediterránea (1979)... Algunas obras exigirían lecturas e incluso relecturas para el disco y, sin duda, una mayor divulgación. Pero esto no nos corresponde y acaso fuera mucho pedir ya de nuestra parte.

Descanse en paz y recuérdesele como uno de los grandes de la música española del siglo veinte.

Notas

{1} Diario de Sevilla, 2 de noviembre de 2005.

{2} Diario de Sevilla, 3 de noviembre de 2005.

{3} Citado por M. I. Ferrand: Manuel Castillo, ejemplo de independencia (notas para un programa de mano). Sobre la Generación de 1951 y sobre Manuel Castillo, vid. Marco, T.: Historia de la música española. 6. Siglo XX. Alianza editorial. Madrid, 1983, págs. 207 y ss., y 246-248. Ramos, F.: Manuel Castillo, el compositor reconsiderado (Scherzo-Revista de música nº 200, Septiembre/2005). Romero, J.: Manuel Castillo, maestro de la música andaluza y española (Scherzo nº 203, Diciembre/2005). En la Red: Espacio Sonoro. Revista trimestral de música contemporánea; nº 8 de enero de 2006 (www.tallersonoro.com).

 

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