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El Catoblepas, número 47, enero 2006
  El Catoblepasnúmero 47 • enero 2006 • página 24
Libros

Reivindicación de España

Silverio Sánchez Corredera

Comentario a España no es un mito. Claves para una defensa razonada,
de Gustavo Bueno, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2005

1. España desde la Filosofía de la historia

Gustavo Bueno, España no es un mito. Claves para una defensa razonada, Temas de Hoy, Madrid 2005, 302 páginas España no es un mito sigue la estela de otros libros anteriores como El mito de la izquierda (2003) y España frente a Europa (1999). En estas obras, y en otros múltiples escritos, asistimos al despliegue de una filosofía de la historia materialista aplicada singularmente a España. Dos hilos conductores nos interesa rescatar ahora de esa visión histórica, con el objeto de sintetizar algunos de los argumentos que Gustavo Bueno presenta en su último libro.

2. España y el Islam

Un hilo conductor ineludible en la historia de España es reconocer que la lucha contra el Islam durante la Reconquista ha funcionado como un rasgo distintivo en la conformación de España. En el transcurso de varios siglos «España» se tejió y destejió entre dos alternativas excluyentes: pudo quedar constituida como una «provincia» del Islam o como un Estado cristiano fruto, este último, de la unión de los reinos peninsulares anti-islámicos y de su transformación en un imperio universal.

La identidad y unidad de la España moderna y contemporánea hunde sus raíces en una unidad e identidad que venía fraguándose ya desde la constitución de la Hispania romana, pero debido a la Reconquista este proceso se redefine, de modo que desde ese criterio conjunto de ir a la contra del Islam se fragua la nueva articulación de los distintos reinos étnicos y geográficos. Dicho proceso puede entenderse como un verdadero «progreso» histórico si lo entendemos en el contexto de la conformación de uno de los principales estados políticos europeos con entidad y potencia internacional.

En esta nueva articulación moderna de España uno de los elementos determinantes fue el hecho de que la antigua lengua castellana se convirtiera en el Español, en tanto lengua hablada por todos los españoles. En el siglo XVI el Español no barre del todo todas las lenguas sobre las que se superpone, (no barre al catalán, al eusquera o al gallego), pero sí introduce una síntesis histórica al conseguir una nueva unidad civilizatoria «superior». El proceso civilizador quedaría patente al fijarse la lengua de Nebrija y de Cervantes como el referente culto por antonomasia del conjunto de los reinos hispánicos y de modo rotundo al convertirse en la lengua de un imperio que iba desde La Patagonia hasta La Florida, desde Filipinas hasta Cuba.

Este imperio lo califica Gustavo Bueno como generador frente a los imperios depredadores que surgirán a su sombra: el inglés, el holandés y el francés; invirtiendo así la leyenda negra sobre España. Un imperio generador lo es porque pretende elevar a los conquistados al estatus cultural de los conquistadores. Al contrario, los imperios depredadores toman posesión de las tierras y sus riquezas «respetando» las culturas con las que se encuentran, mediante mecanismos de extinción y de exclusión y, en todo caso, rehuyendo el mestizaje. El protestantismo europeo no se guiaba ya, como lo hacía el catolicismo español, bajo la idea de universalizar el credo bajo una única Iglesia sino ateniéndose a una salvación personalizada en dependencia directa con la Providencia, de modo que podían dejar a las demás culturas a su albedrío, después de que estuvieran sojuzgadas. No se oculta, desde luego, que también los imperios generadores dependen de maquinarias bélicas que utilizan la fuerza, la violencia, la reducción y la esclavitud, aun cuando su propósito final suponga alcanzar una nueva sociedad que haya de acabar «unida».

La confrontación entre el Islam y la España moderna ¿sigue vigente hoy? La respuesta dependerá de si la religión islámica tiene capacidad de extenderse y recubrir culturalmente nuestra actual cultura, y, desde luego, de si existen focos islamistas que por la fuerza quieran irradiarse e imponerse. En este contexto puede entenderse bien que Gustavo Bueno se autodefina como ateo y católico.

3. Nación étnica y nación política

El segundo hilo conductor que hemos de recordar ahora para entender la filosofía de la historia a la que venimos refiriéndonos tiene que ver con el concepto de nación. Ha de distinguirse entre varios usos del concepto «nación»: biológica, étnica, histórica y política.

Dejando de lado el sentido elemental de nación que apunta a procesos fisiológicos tales como el nacimiento de los dientes..., el primer sentido con acepción social es el de nación étnica, la que se basa en el parentesco y los nexos culturales.

Hablaremos de nación política, y sólo entonces, después de la Revolución Francesa, con la constitución de los nuevos estados que ponen la soberanía popular en la nación.

Entre las naciones étnicas (los asturianos, los vizcaínos, los navarros, los aragoneses, los valencianos, los zamoranos, &c.) y la Nación política (España, Francia, &c.) cabe hablar de una figura de tránsito intermedia: la Nación histórica. Ésta estaría constituida por aquellos grupos étnicos que sobre la plataforma de un Estado determinado (el de las monarquías de los Austrias, de los Borbones...) habrían estado en condiciones de constituirse en Nación política moderna.

Cataluña, el País Vasco, Galicia fueron y son naciones en sentido étnico (como lo son todas las restantes regiones, provincias y hasta comarcas: ¿por qué no podrían ser considerados como nación étnica los vaqueiros de alzada?). La diferencia de grado entre unas regiones y otras vendría dada porque algunas se habrían acercado a la condición de nación histórica y hubieran podido optar a la condición de nación política, pero este proceso sólo se redondeó a escala de toda España, nación histórica que se afianzará desde el siglo XVI en adelante.

A través de la Constitución de Cádiz (1812) España queda configurada como unidad política, como nación española en sentido no sólo étnico o histórico sino también político. La nación española, el conjunto de todos los españoles, pasaba a ser ella misma soberana y se constituía en unidad política; no, por tanto, una España con unidad e identidad política merced a un artificio administrativo o bélico, sino en un tránsito «natural», preparado durante tres siglos atrás como nación histórica, y durante diecinueve siglos atrás –hasta llegar al siglo I a. C.– en tanto naciones étnicas que se vieron determinadas a cruzarse y a compartir destinos comunes, siempre bajo algún crisol político unificador, como fue la unidad que se llegó a alcanzar durante la Hispania romana y después la España visigótica en torno al reino de Toledo y finalmente la reconquista conjunta de los reinos cristianos uno de cuyos hitos más significativos se halla en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).

En el siglo XII desde la Provenza francesa se emplea ya el nombre de españoles para referirse a sus inmediatos vecinos catalanes pero también para referirse al resto de habitantes que guerreaban tras los Pirineos frente al Islam.

Los Reyes Católicos unificarán políticamente las coronas aragonesa y castellana del siglo XV, y a partir del XVI los Austrias y después desde el XVIII los Borbones harán de vehículo político de una unión que no sólo se daba como proceso político-administrativo sino como proceso real de conformación de una nación histórica de mayor escala que las naciones étnicas que contenía.

4. España, hoy

Lo que tiene de vigente todo este aparente tinglado, ya que puede sonar a algunos a historia pasada, es que quienes hoy pueden sentirse todavía fuertes como naciones étnicas (Cataluña y País Vasco si se atiende a las reivindicaciones) y quienes quizá, todo lo más, podrían acreditar algún componente de nación histórica, parece que pretenden continuar con bastante retraso histórico un curso que les llevaría a constituirse en nación política, en Estado independiente. El problema es que ello no puede hacerse sino destruyendo España y que legítimamente cualquiera de Lleida, de Donostia, de Jerez de la Frontera, de Jadraque, de Marín o de Plasencia en nombre de lo que es de todos va a poder intervenir para que España no sea mermada, puesta entre paréntesis o devaluada.

Gustavo Bueno señala que pretender hablar de España como una nación de naciones –en sentido no meramente étnico sino político–, atenta contra la unidad legítima de España y, a lo menos, aunque no se consiga, devalúa su condición. Y que sobre esto, que ha de afectar al presente y al futuro, también hay que posicionarse, y que la diferencia entre una vía de izquierdas y otra de la derecha no sirve, porque entre otras cosas fue la izquierda liberal la que parió la España contemporánea y porque ahora ninguna ideología política puede apropiarse el derecho de atentar contra lo que es patrimonio de la soberanía popular o de la Nación española, si además se comprende que no bastaría con someter el tema de España a referéndum porque la legitimidad de lo que es España hace que su realidad no sólo dependa del presente sino también del pasado y del futuro y que esta legitimidad no cabe sino ser desbordada por vía de proceso lento superador, a no ser que nos introduzcamos en alguna confrontación violenta que tenga la potencia de cambiar el signo de la realidad actual.

No tendrá por qué permitirse, como si fuera legítimo, que se desplieguen pretensiones de nacionalismo político que estén atentando contra un Estado-nación ya constituido y bien constituido (eutáxico), salvo que se comprobara –apuntamos nosotros– que ese Estado buscaba desaparecer escindido en otros inferiores: ¿es eso lo que quieren hoy los españoles?

Resta otra vía: desaparecer diluidos en otra realidad política superior para bien de nuestros descendientes. Pero ¿dónde hay un Estado a día de hoy capaz de diluirnos en él para bien de todos? ¿Es Europa posible bajo esa concepción? No podrán negarse las bondades de los nexos económicos con Europa y el incremento de los lazos culturales dentro de ese área cultural de la que formamos parte. Pero como comunidad política que ha de tejer su identidad con otras con las que comparte muchos rasgos culturales, la apuesta de España debe mirar hacia la comunidad hispana (con sus más de 400 millones) si pretende tener el máximo protagonismo posible en el conjunto de las relaciones internacionales.

España existe como entidad histórica viviente en el presente. Su unidad histórica y en transformación ha atravesado distintos modos de identidad. El que haya habido distintas identidades no niega su unidad ya multisecular. La identidad española, dentro de esta teoría del materialismo filosófico, no se concibe metafísicamente como una identidad constitutiva, que contuviera una sustancia intemporal, pero sí se reconoce como una identidad que se teje a través de una serie de rasgos distintivos, en cuanto históricamente entra en contacto diferencial con otras realidades homólogas.

Los análisis aquí hechos se dan en el plano de los fenómenos políticos y no desmienten, por ello, los buenos sentimientos éticos que toda persona bien nacida y criada tiene hacia sus semejantes; otra cosa es que los valores éticos y las realidades políticas entren en contradicción real y que haya que tejer soluciones en el medio mismo de los conflictos, en los que hay que tomar partido no sólo ético sino también político.

Para percatarse de los ricos análisis que diferencian entre identidad y unidad, entre génesis y estructura... y de la erudición histórica que fundamenta estas y otras tesis no tendrán más remedio que leerse el libro de Gustavo Bueno.

(Artículo aparecido en La Nueva España, Cultura, nº 704, el jueves 1 de diciembre de 2005. No invito al lector a que busque aquí un análisis fino o una buena síntesis sino sólo una divulgación presentable.)

 

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