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El Catoblepas, número 47, enero 2006
  El Catoblepasnúmero 47 • enero 2006 • página 14
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El misterio de Lermolo

Sigfrido Samet Letichevsky

¿Por qué es tan poco mencionada Elizabeth Lermolo al tratarse asuntos como la muerte de Lenin, la de Nadiezhda Allilueva o la de Serguei Kirov?

Elizabeth Lermolo, una de tantas víctimas de Stalin, publicó en 1955 un relato de sus experiencias que constituyó entonces una revelación sensacional. Llama la atención que apenas fue citado por otros autores y que nadie parece haber señalado aspectos discutibles. Sería deseable que tras consultar los archivos moscovitas algún investigador pueda ratificar o refutar las versiones de Lermolo.

El rostro de una víctima

He mencionado (ref. 1) a Elizabeth Lermolo, cuyo libro (ref. 2) es difícil localizar en España y en Argentina (donde se publicó en 1957; la edición original, en Nueva York 1955). Pude leerlo gracias a la eficacia del servicio de préstamos interbibliotecarios de la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina. Dicho sea de paso, es una de las 19 Bibliotecas que la Comunidad de Madrid tiene en la Capital. Albergan libros magníficos; pero si el lector se interesa por otros, puede solicitarlos, y casi siempre los compran.

Elizabeth Lermolo fue condenada en 1931 a cinco años de destierro en un pueblo llamado Pudozh, por el único motivo de estar casada con un ex oficial del ejército zarista. Pero en 1934, luego del asesinato de Kirov, la detuvo la NKVD, iniciando una interminable serie de traslados de una prisión («aisladores políticos») a otra. Fue sometida a toda clase de torturas y vejaciones y, al comienzo, fue interrogada por Stalin en persona. En ningún momento fue acusada formalmente de delito alguno ni se la informó de ninguna sentencia. Durante los interrogatorios intentaron obligarla a firmar confesiones disparatadas, como por ejemplo, ser integrante de un «complot trotskista-zinovievista» en el que ella actuaría como enlace con el cónsul de Letonia. En sus diversas prisiones y traslados, al entrar en fugaces contactos con otros presos, se fue enterando de impresionantes entretelones de la tragedia que se estaba desarrollando en la URSS. Stalin en persona asesinó (u obligó a suicidarse) a su segunda esposa, Nadiezhda Allulieva. Hizo envenenar a Lenin, a Gorki, a Kuibishev y a muchos otros. También organizó el asesinato de Serguei Kirov (cuya creciente popularidad ponía en peligro su autoridad absoluta), lo que a la vez le sirvió de pretexto para hacer fusilar a cientos de personas y encarcelar a decenas de miles (entre ellos Zinoviev y Kamenev) mediante acusaciones falsas, similares a las que lanzaban a Lermolo.

Uno de los presos que Lermolo llegó a conocer, era un cocinero llamado Volkov. Este le contó (ref. 2, pág. 120) que cuando Lenin enfermó en 1923, fue internado en el sanatorio del Kremlin, en Gorki. Su mujer, Krupskaia, fue alejada de su lado citándola a Moscú por un asunto partidario. En el ínterin, Lenin empeoró, y en cierto momento logró pasar al cocinero una nota garabateada que decía: «Gavrilushka, me envenenaron... ve rápido a buscar a Nadya... dile a Trotsky... dile a todos los que puedas...»

Menciono este caso en particular porque Robert Payne (ref. 3) lo cita en pág. 534: «En 1955, más de 30 años después de su muerte, apareció por primera vez un circunstanciado informe sobre el envenenamiento de Lenin. Esta relación está incluida en Rostro de una víctima, la narración autobiográfica de Elizabeth Lermolo, donde cuenta su encarcelamiento a consecuencia del asesinato de Sergio Kirov en 1934.» A continuación transcribe las palabras recién citadas de Volkov.

El valor de la información

El libro de Lermolo está prologado por la condesa Alexandra Tolstoy, biznieta de León Tolstoy. Elogia lo que se desprende del relato: la resistencia al sufrimiento, la integridad moral de la autora y la información que suministra.

Si yo hubiera leído este libro cuando y donde se publicó, habría pensado que se trataba de patrañas inventadas por la CIA. Era muy difícil localizar otras informaciones en Buenos Aires y el Informe Secreto de Kruschev era desconocido, y lo siguió siendo por mucho tiempo. En realidad, no creo que lo hubiera leído. Cuando uno encuentra artículos o libros opuestos a las propias creencias, tiende a pensar que su autor es un imbecil, o que escribió de mala fe. Por eso somos muy conservadores –sostenemos nuestras creencias a pesar de la realidad– aunque nuestras creencias sean «revolucionarias». Y generalmente sólo leemos aquello que concuerda con nuestras creencias previas; la información es importante, pero solo suele actuar –y hasta cierto punto– en la generación siguiente. No suele haber relación alguna entre creencias y realidad. El matrimonio Goebbels se suicidó y ultimó a sus cinco hijos en 1945 porque si desaparecía ese paraíso terrenal que fue el «Tercer Reich», la vida no merecía ser vivida.

También se intercambia información e interpretación en los grupos de discusión, de los cuales hay infinidad en Internet. Freud dijo que «de la discusión no nace la luz sino las peleas». Esos grupos parecen darle la razón. Llama la atención la violencia insultante de muchas intervenciones (corroborando que los que no creen lo mismo que «yo» son imbéciles o sinvergüenzas). Y otra característica general de las intervenciones es la exhibición de erudición a la vez de «irse por las ramas» y no atenerse en absoluto al tema en debate. Sobre todo, no se ve generalmente, interés alguno en mejorar la concepción de la realidad (sobre todo la propia). Con gran perspicacia, Ortega y Gasset (ref. 4, pág. 114) captó el momento en el que esta perversión espiritual comenzó a generalizarse: «Bajo las especies del sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones.» Así pues, parece demasiado optimista creer que la información hará cambiar muchas creencias; la fe es religiosa y casi inamovible.

Pero, ¿cuál sería el efecto de la información 50 años después? Es decir: ¿qué opino del libro de Elizabeth Lermolo, habiéndolo leído en este año 2006?

Progreso: abandonar las certezas absolutas

Ahora se que las «patrañas de la CIA» eran cuentos infantiles, comparadas con lo que realmente ocurría en la URSS (también sorprende la ignorancia de los Servicios de Información acerca de lo que sucedía en Alemania nazi). Lo que relata Lermolo es totalmente plausible y coincide con lo que cuentan muchos otros libros. Además Robert Payne es un destacado historiador y Alexandra Tolstoy es la heredera de un grandísimo escritor y pensador. Sin embargo... en Internet no hay más información acerca de Lermolo que este libro. No aparece su nombre en relación con el asesinato de Kirov ni con los casos de Zinoviev, Kamenev y Trotsky. Hay muchísima información sobre el pueblo Pudozh, pero ninguna hace referencia a presos políticos. Todo esto solo muestra, probablemente, lo incompleta que es todavía la información e Internet. Pero no permite corroborar las versiones de Lermolo. No la mencionan tampoco libros como Stalin, de Adam B. Ulam (1973), del Russian Research Center de la Universidad de Harvard; Lenin, de Robert Conquest (1978); De Napoleón a Stalin, de E. H. Carr (1980); La oposición en la URSS, de Roland Gaucher (1971); Que juzgue la historia, de Roy A. Medvedev (1971); Stalin, de H. Montgomery Hyde (1971) o El fin de la inocencia, de Stephen Koch (1994). Por eso me permito mencionar algunos puntos que me parecen dudosos:

  1. No se entiende por qué las autoridades la trasladaban con tanta frecuencia de una cárcel a otra. Eso le dio oportunidad de conocer a mucha gente e ir armando el mosaico de lo que estaba sucediendo.
  2. Cuando la detuvieron, no sabía absolutamente nada de política. Pero soportó toda clase de torturas durante años sin doblegarse ni firmar falsas confesiones. Tal vez extraería esa fortaleza de su fe religiosa (que es lo que, como mínimo, tenía en común con Alexandra Tolstoy). Además mostró una extraordinaria memoria y capacidad de relacionar informaciones diversas. Eso implica también un gran interés (tal vez tratando de comprender su situación personal).
  3. Los presos se comunicaban entre sí mediante golpecitos, que eran las coordenadas del alfabeto distribuido en tres líneas (lo que quiere decir que cada letra requería dos números, uno de los cuales podía llegar hasta ocho (golpes). De esta manera puede comunicarse una o dos palabras. Pero Lermolo cita conversaciones muy «floridas», cosa que parece improbable.
  4. Después de minuciosos relatos carcelarios, la explicación de su liberación es extremadamente breve. Fue en 1941. Una explosión derribó el muro de la cárcel y ella quedó herida y desvanecida. Despertó en el hospital, donde la trataron afectuosamente. Sus heridas eran leves y se repuso pronto y elogiando la medicina alemana. Aunque después se enteró de la barbarie de los nazis y su persecución de los judíos.
  5. Ante los contraataques de los rusos, tuvo que huir, naturalmente hacia el oeste. No da ningún dato geográfico ni dice nada acerca de lo que tuvo que ver en Alemania, que estaba perdiendo la guerra y soportando terribles bombardeos.
  6. Desde 1931 «perdió» a su marido, acusado de contrarrevolucionario y del que tuvo que divorciarse para sobrevivir. De repente, en 1941, este reaparece de un modo muy romántico, pero E. L. no nos cuenta como fue su vida en la cárcel, como logró sobrevivir, como se movía libremente en la Rusia ocupada por los alemanes y como se enteró del paradero de su mujer.
  7. Se siente dichosa de vivir, desde 1950, en EE.UU. Pero nada dice de las circunstancias que rodearon a su viaje ni si su marido la acompañó.

Un pequeño asunto para los investigadores

A mi juicio lo más sorprendente no son las dudas que el libro de Lermolo suscita, sino el hecho de que muy pocos autores la mencionan al tratar temas como la muerte de Lenin, de Nadiezhda Allilueva y de Serguei Kirov. Y más aún, que quienes la mencionan, parecen dar por ciertas sus versiones sin plantear la menor duda ni aportar información alguna sobre su persona.

Últimamente se han abierto los archivos de la URSS y muchos investigadores los han consultado. En los que se refieren a las muertes de las personas mencionadas arriba, no pueden dejar de figurar las revelaciones de Lermolo. Y también deben figurar las personas deportadas en Pudozh de 1931 a 1934 y los nombres de quienes fueron enviados a partir de 1934 a «aisladores políticos». Los hechos y procedimientos parecen verdaderos, pues coinciden con publicaciones posteriores. Lo que se podría confirmar o refutar es la particular manera en la que Lermolo adquirió esta información.

Bibliografía

  1. Sigfrido Samet, «Política vs Ideología», El Catoblepas, nº 46.
  2. Elizabeth Lermolo, El rostro de una víctima, Editorial Bell, Buenos Aires 1957.
  3. Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, Ediciones Destino (1965).
  4. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Ed. El País, 2002.

 

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