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El Catoblepas, número 47, enero 2006
  El Catoblepasnúmero 47 • enero 2006 • página 11
Artículos
Filosofía del Quijote

Las armas en El Quijote
y un muy breve apunte sobre el imperio español

Miguel Ángel Navarro Crego

Sobre el conocimiento de las armas de fuego que demuestra tener Cervantes, como se percibe en El Quijote, y reseña de la obra clásica y sin igual, Compendio histórico de los Arcabuceros de Madrid, de Isidro Soler, publicada en 1795

«Una manu sua faciebat opus et altera tenebat gladium»
(Proverbio romano)

Gustavo Bueno acaba de publicar España no es un mito, obra en la que se defiende claramente la esencia y la consistencia de España. En ella, y como final, no como mero colofón accidental y prescindible, tras las siete preguntas que se formulan y responden se incluye un capítulo titulado «Don Quijote, espejo de la nación española». En él, Bueno critica (criba, analiza y clasifica) la interpretación de Don Quijote como símbolo de la solidaridad universal, de la tolerancia y de la paz{1}. Se afirma así que, «Don Quijote no puede en modo alguno tomarse como símbolo de solidaridad, paz y tolerancia»{2}. Esta tesis se mantiene frente a tantos políticos, profesores de filosofía y ciudadanos en general que filosofando mundanamente a su modo interpretan la obra de Cervantes desde las premisas del humanismo, del pacifismo, de la tolerancia, de la paz y de la libertad. Asimismo y en las Jornadas sobre El Quijote organizadas en Asturias por la SAF (Sociedad Asturiana de Filosofía), entre los días 23 y 25 del pasado mes de noviembre, reiteró Bueno su diagnóstico sobre el discurso de las Armas y las Letras presente en la obra cervantina. Por último, se vuelve sobre el asunto en el rasguño correspondiente al mes de diciembre en el número 46 de la revista El Catoblepas {3}.

Entre las proclamas del humanismo metafísico, en la interpretación del Quijote por respecto a España, cita Bueno al propio discurso de investidura del actual presidente de gobierno, y podríamos nosotros citar también, como profesores funcionarios de la Autonomía asturiana que fuimos agasajados por la Viceconsejería de Educación con un ejemplar de la inmortal obra de Cervantes, al prólogo o introducción a la misma de Vicente A. Álvarez Areces, presidente del Principado de Asturias. De esta suerte el señor Areces elogia El Quijote y señala:

«En una época en que en el Imperio español empezaba a ponerse el sol, y el propio autor había conocido no sólo la guerra sino también el cautiverio y la cárcel, con duras acusaciones y desdichas familiares, aparece esta divertidísima parodia de los libros de caballerías. No hay sarcasmo ni caricatura, sino suave ironía y humor a raudales. Son los demás quienes se burlan del caballero, quienes lo escarnecen y humillan. Pero Cervantes no; él nos lo presenta dignísimo, con una profunda simpatía hacia el hidalgo que lucha, que intenta seguir su propio camino. En aquellos tiempos de incertidumbre, Cervantes se yergue con una afirmación vital y rotunda, un canto a la rebeldía y la esperanza. Al ser humano con sus contradicciones y contrastes. Es evidente que aquella sociedad ya no es la nuestra, aunque nos resulte delicioso revivirla. Pero permanecen con idéntica fuerza las inquietudes y sentimientos, la densidad humana e ideológica, las aventuras cotidianas que tienen la capacidad de transmutarse en alusiones simbólicas al sentido universal de la vida y que, por eso mismo, nos sirven a todo el mundo, de las más diversas épocas y culturas. –y líneas más abajo añade– Y, sobre todo, admiramos a D. Quijote, el caballero manchego que no quiso rendirse a la realidad, que se enfrentó a la injusticia y la opresión. Hasta el punto de que, cuando nuestro héroe pierde amargamente esa fe en el ideal, se queda sin razones para vivir: "Vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño", dice en su lecho de muerte. Porque ya entonces, como ahora, era necesario ese espíritu rebelde e inconformista, esa voluntad de mejorar el mundo que es la que nos da fuerza, la que nos mantiene en pie y nos hace libres.»{4}

La ideología subyacente y ejercitada en el texto de Areces es bastante clara. Bien parece que Don Quijote es un joven marcusiano de los años sesenta que lucha por la libertad (así en abstracto), que busca su propio camino (sic) como si fuera un adolescente fascinado por las letras de John Lennon. Así –y sin temor a parecer exagerados– casi se puede olfatear en lo dicho por el presidente asturiano al compendio del perfecto izquierdista antifranquista. Este es «su» Quijote. La propia juventud ideológico-política de Areces se proyecta –tal vez con añoranza– sobre su «imagen» del personaje. Don Quijote es así un miembro eximio de la Izquierda de cuarta generación, trasmutado hoy en representante de la Izquierda indefinida fundamentalista{5}.

Si, desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, nuestro diagnóstico en torno a la bóveda ideológica que nutre las frases de Areces es certero, pensamos pues que sobre el mismo recae lo que Bueno afirma a tenor del discurso de las Armas y las Letras; y esto con independencia de que el presidente del Principado de Asturias para nada cite dicho discurso, aunque sí proyecte con tintes psicologistas una lastimera queja sobre la guerra y el cautiverio por Cervantes vivido, y recuerde, de forma en exceso prematura, que sobre el Imperio español ya empezaba a ponerse el sol. (Sobre esto último habría que preguntarse entonces cómo habría que catalogar en la Historia de España al período que va de 1605 o 1615 a 1898, año oficial de la pérdida de las últimas posesiones de ultramar.)

Afirma Bueno: «En nuestros días, en los cuales el 'síndrome de pacifismo fundamentalista' (SPF) sacude intensamente a los ciudadanos y a los fieles (otros dirán, aún situados en 'la izquierda', pero con reminiscencias clericales: sacude intensamente 'a las conciencias'), quienes exaltan, en su cuarto centenario, a Don Quijote; esperarán poder levantar a su figura como un emblema más del pacifismo salvador.»{6} A renglón seguido explica Bueno por qué el Discurso de las armas y de las letras no es pacifista ni erasmista.

Más para lo que nosotros vamos a exponer en este artículo es muy importante una distinción que Gustavo Bueno introduce, a saber: la distinción entre armas-máquina y armas-instrumento. Entendemos que es una verdadera clasificación gnoseológica por cuanto afecta medularmente a la Historia de la Técnica armamentística. Veámosla en el contexto en el que Bueno la emplea dentro de su análisis del mentado discurso de Cervantes.

«Pero mientras que Erasmo afirmaba que los hombres deberían dejar de cultivar las armas, precisamente en virtud de su racionalidad, Don Quijote comienza reivindicando la condición racional de las armas. El hombre es animal racional, luego también han de serlo las armas, inventadas por el hombre. Tanto más importante es esta conclusión de Don Quijote cuando advertimos que sus armas no son armas-máquina (armas de disparar, como flechas, bolas, armas de fuego, granadas; menos aún armas automáticas, como cepos o misiles inteligentes), sino armas-instrumento (armas de blandir, como espadas o lanzas).
No imaginamos a Don Quijote manejando un arco o un arcabuz. Don Quijote sólo utiliza, como buen caballero andante, armas-instrumento, es decir, armas cuyo impulso lo reciben directamente del cuerpo del caballero, de forma que sea él quien directamente tome contacto con el cuerpo del enemigo, y en lucha «cuerpo a cuerpo» con él pueda percibir sus reacciones inmediatas. [Después de dar las explicaciones etológicas pertinentes concluye Bueno...]
Pero no nos autorizaría esta distinción entre armas-instrumento (cuya energía procede del organismo, que utiliza los instrumentos como si fuesen órganos suyos: garras, colmillos, puños) y armas-máquina a clasificar las armas instrumentales como armas animales irracionales. Las «armas orgánicas» no son, sencillamente, armas, sino órganos de ataque o defensa de un animal, o incluso a veces de una planta (espinas, venenos). Pero las armas instrumentales ya son armas estrictas, herramientas normadas, contenidos de la cultura humana, por lo tanto, como dice Don Quijote, racionales.
En consecuencia, ni las armas ni la guerra son propias de animales irracionales. La guerra no es cuestión de fuerza bruta, asentada en el cuerpo. La guerra supone el espíritu, el ingenio.»{7}

Como todo el mundo sabe en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), al final del capítulo 37 y en el 38, se desarrolla por boca de Don Quijote el Discurso de las Armas y las Letras. Bueno lo cita y subraya los componentes aristotélicos del mismo, principalmente los referidos a la idea de Paz{8}.

Por otra parte, ciertamente y como parte de dicho discurso, Cervantes a través de Don Quijote hace una descripción muy vívida de un abordaje naval en el que ya está presente la artillería, y seguidamente se hace una condena de las armas de fuego. Tal exposición tiene características claramente autobiográficas, pues no se ha de olvidar que Miguel de Cervantes el 7 de octubre de 1571 se encuentra en Lepanto a bordo de la galera Marquesa, pelea valientemente en «'el lugar del esquife' y es herido 'de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano izquierda'»{9}. Queremos con esto señalar que el «manco de Lepanto», con esta y otra campañas, atesoró una amplia experiencia militar. La cita a la que nos referimos es en exceso dilatada como para asentarla aquí y nos remitimos a la edición que mencionamos en nuestra última nota{10}. No obstante entresacamos la reseñada condena.

«Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos.»{11}

Nuestra pregunta es la siguiente: a partir de la lectura del Quijote, ¿qué conocimiento de las armas de fuego se puede deducir que tenía Cervantes?, ¿está de alguna manera presente y de qué forma el antagonismo entre las armas-instrumento y las armas-máquina?

Para abordar esta tarea es muy útil la edición que acabamos de citar, la del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, pues aporta en su segundo volumen complementario a la obra gran cantidad de material crítico filológico, que igualmente puede ser consultado en el CD-ROM que acompaña a tan cuidada impresión. Esto nos permite así hacer un seguimiento exhaustivo de términos que están presentes en tan inmortal libro, y por ejemplo saber que en el Quijote la palabra «España» aparece 75 veces. Además entre los apéndices e ilustraciones se incluye uno, el número 13, referido a la armadura y las armas (páginas 970 a 975 del mencionado volumen) que se complementa muy bien con el índice de notas.

En este sentido, y si partimos de la distinción clásica y aceptada por la sabiduría popular entre armas blancas y armas de fuego, podemos comprobar las siguientes cifras: entre las primeras, «adarga» se menciona 19 veces y «adargas» 2, «alabardas» 5 veces, «alfanje» se cita 8, «arco» 5 veces, «ballesta» y «ballestas» 7 y 3 respectivamente, «bodoques» 1 vez, «cimitarra» 1, «daga» 21 veces y su plural 1, «dardos» 2, «escudo» 27, «espada» y «espadas» 112 y 19 también respectivamente, «estoque» 4 veces, «flecha» y «flechas» 3 y 5, «lanza» «lanzas» y «lanzones» 64, 12 y 1, «montante» 1 vez, «partesanas» 1, «picas» 1, «porras ferradas» también 1, «puñal» 4, «rodela» y «rodelas» 11 y 1, «saeta» y su plural 2 y 6, y «venablo» y su plural 2 y 1.

Estudiando los contextos en los que utiliza cada uno de estos conceptos, referidos a la denominación de diferentes armas blancas, comprendemos que Cervantes tenía un conocimiento muy cabal de las mismas y de cómo y para qué se empleaban. Podemos captar también que las que son propiamente cinegéticas, como el venablo, tienen un uso muy preciso, pues éste sólo aparece mencionado en la cacería de los Duques. Además se emplea el dicho «mire por el virote», (por boca de Sancho), que significa atender con cuidado y vigilancia a lo que importa, (y virote es aumentativo de vira, siendo una especie de saeta guarnecida con un casquillo que se arrojaba con la ballesta). Asimismo también aparece la locución «a tiro de ballesta» referida al cálculo a ojo de una distancia más bien larga. Más sorprendente es aún que se cite la expresión «que aquí tengo el alma atravesada, como una nuez de ballesta» (II, Cap. 35, p. 925, línea 25 y nota 35 de la edición que citamos) en un doble sentido: el más evidente, el que corresponde a la anatomía humana, y el que se refiere al pivote donde se sujeta la cuerda de la ballesta al montarla, tratándose en concreto del hueso sujeto al tablero de la ballesta para afirmar o armar la cuerda y que solía hacerse con la parte inferior de un mogote de ciervo. De hecho todavía hoy se llama nuez a la pieza sobre la que se apoya el muelle real de una llave percutora, (de chispa, pistón o de fuego central pero con martillo o perrillo exterior) de un arma de fuego, y que lleva tallados dos dientes o encajes: el de seguro o media monta y el de disparo. A esta pieza los franceses la llaman «noix» y los ingleses «tumbler». Añadir también que los «bodoques» eran las pelotas o bolas de barro, hechas con turquesa y endurecidas al aire, que se tiraban con ballestas especiales para tal proyectil, y «turquesa» es el nombre de un molde para hacer los bodoques (de ballesta) o las balas de plomo de un arma de fuego. Cervantes hace un uso metafórico y cómico de la palabra «bodoques», pues se refiere al duro relleno de un colchón (I, Cap. 16, p. 168, línea 13 y nota 11). A «turquesa» se refiere como sinónimo de molde (II, Cap. 2, p. 641, línea12, nota 18 y II, Cap. 20, p. 792, línea 31, nota 15).

En lo tocante a las armas de fuego «arcabuz» se nombra 3 veces, «arcabuces» 7, «bala» y su plural 4 y 1, «escopeta» y «escopetas» 7 y 6 respectivamente, «pedreñales» 2, «pistolas» 2 y «pistoletes» 1. La palabra «pólvora» se cita en 3 ocasiones y «artillería» en 11.

Como complemento digamos que «cuadrillero» y «cuadrilleros» son términos que se mencionan 15 y 24 veces respectivamente, y la «Santa Hermandad» 22.

Apuntemos, aunque sea de pasada, que cuadrillero es un individuo de una cuadrilla de la Santa Hermandad, si bien como aquéllos portaban ballestas y ejecutaban a los reos asaeteándolos{12}, y puesto que cuadrillo era una especie de saeta de madera endurecida al fuego y de sección cuadrada que se lanzaba con la ballesta, es posible que haya alguna proximidad semántica entre las dos palabras: cuadrillero y cuadrillo o cuadriello{13}. Igualmente la expresión «a tiro de arcabuz» tiene una parecida significación que «a tiro de ballesta».

Cervantes, de nuevo muy preciso, nos habla de «arcabuces y cuerdas encendidas» y de «soplar las cuerdas de los arcabuces» (I, Cap. 41, p. 487, línea 18 y II, Cap. 61, p. 1129, línea 9 respectivamente). Nos está informando del dispositivo de dichas armas, a saber, la llave de mecha que fue el primer mecanismo práctico de las armas de fuego portátiles.

(A) Arcabuz japonés de mecha. (B) Arcabuz inglés de mecha
(A) Arcabuz japonés de mecha. (B) Arcabuz inglés de mecha.

Expertos en la historia de las armas, como Peterson o Reid, subrayan el rechazo que los caballeros tuvieron hacia la ballesta y el arco largo. Este mismo rechazo se volverá a reproducir pocos siglos más tarde –enfatizan estos expertos– cuando con la extensión del uso de la pólvora surjan la artillería y las armas de fuego portátiles. Peterson, concretamente, cita a Cervantes y al ya mentado discurso de Don Quijote sobre «invención tan diabólica».

Por todo lo anterior la distinción que Bueno introduce, para aclarar y matizar el Discurso de las Armas y las Letras en El Quijote, entre armas-máquina y armas-instrumento, es muy pertinente. Y lo es porque gnoseológicamente es más profunda y crítica que la tradicional oposición entre armas blancas y armas de fuego. El arco y la ballesta son armas blancas y sin embargo pertenecen a las armas-máquina. Don Quijote –en coherencia con los viejos códigos del honor caballeresco– de alguna manera estaría rechazando las armas-máquina y entre ellas a la artillería y demás armas de fuego, lo cual es un tópico en la literatura de la época. De hecho Don Quijote sólo se siente afrentado en su honor si es vencido por alguien que sigue su mismo código y lucha con sus mismas armas, las armas-instrumento. Por eso cuando es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna –el disfrazado bachiller Sansón Carrasco– cumple su promesa de retirarse a su aldea. Es más, pensamos que toda la obra de Cervantes está atravesada en ejercicio y representación por la distinción que tan oportunamente introduce Bueno en España no es un mito. Analizar esto en profundidad llevaría más tiempo del que nosotros podemos dedicarle aquí. Incidir e insistir, eso sí, en el poco respeto que Quijote-Cervantes siente por los cuadrilleros de la Santa Hermandad, sobre cuyas armas algo diremos líneas abajo.

Subrayamos de nuevo, como Gustavo Bueno hace, que las armas-instrumento «ya son armas estrictas, herramientas normadas, contenidos de la cultura humana, por lo tanto como dice Don Quijote, racionales. En consecuencia, ni las armas ni la guerra son propias de animales irracionales. La guerra no es cuestión de fuerza bruta, asentada en el cuerpo. La guerra supone el espíritu, el ingenio»{14}.

Cervantes es testigo –y deja clara muestra de ello en su obra– de la transición entre dos mundos en lo referente al Arte y las artes de hacer la guerra. El paso de la guerra medieval en la que está presente la moral caballeresca y la guerra moderna capitaneada por las armas de fuego. El mundo armamentístico de Don Quijote pertenece al pasado, pero es un pasado reciente y como tal perfectamente reconocible por sus convecinos.

Abundando en el certero conocimiento que Cervantes demuestra tener ya de las armas de fuego vamos a señalar algunos extremos. Así, en la primera parte de la obra, en el capítulo XXII, donde se desarrolla el famoso pasaje de la liberación de los galeotes que van custodiados por los cuadrilleros de la Santa Hermandad, se nos dice:

«...venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; –y líneas más abajo se añade–; y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento... ...arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual apuntando al uno y señalando al otro sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban...» (I. Cap. 22, pp. 235-236 y 245 de la citada edición del Instituto Cervantes)

Más noticias a tener en cuenta serían:

«...de a caballo, muy bien puestos y aderezados, con sus escopetas sobre los arzones. Llamaron a la puerta de la venta,...» (I. Cap. 43, p. 510, línea 3)
«...a los lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas. Pero antes que se moviese el carro salió la ventera,...» (I. Cap. 47, p. 541, línea 12)
«...lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda...» (I. Cap. 47, p. 543, línea 2)
«...sonaba el duro estruendo de espantosa artillería, acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes, lejos se...» (II. Cap. 34, p. 919, línea 7)
«...enceradas y justas, espuelas, daga y espada doradas, una escopeta pequeña en las manos y dos pistolas a los lados...» (II. Cap. 60, p. 1120, línea 27 y 28)
«...ponerme a dar quejas ni a oír disculpas, le disparé esta escopeta, y por añadidura estas dos pistolas, y a lo que...» (II. Cap. 60, p 1121, línea 20 y 21)
«...y con cuatro pistoletes (que en aquella tierra se llaman pedreñales) a lo lados. Vio que sus escuderos, que...» (II. Cap. 60, p. 1119, línea 16)
«...soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes...» (II. Cap. 61, p. 1129, línea 10)

Obviamos citar los pasajes donde se menciona «arcabuz» o «arcabuces», mas certificamos que es en contextos bélicos, como arma militar o de guerra. Obviamos también que aunque Cervantes nombra a dos cuadrilleros de a caballo con las susodichas escopetas de rueda, parece que luego, en la refriega con los presos, sólo es uno quien tiene tal arma, quitándosela Gines de Pasamonte. Por otra parte «escopetas» guarda todavía un significado ambiguo, como arma civil y también como arma militar o de un instituto armado (como la Santa Hermandad).

Antes hemos comentado que Cervantes nos habla de «soplar las cuerdas». Nos referimos al hecho de soplar la brasa de los cabos de una mecha encendida, (para que no se apagasen, al igual que los antiguos mecheros –de mecha– o «chisqueros»). Dicha mecha se colocaba en el serpentín de la llave para así, apretando la cola del disparador que en los primeros arcabuces era muy similar a la de las ballestas, dar fuego a los mismos. Los primeros mosquetes tenían este mismo sistema de encendido y disparo, es decir eran de llave de mecha o serpentín.

A finales del siglo XIV se datan los primitivos y muy toscos cañones de mano, pero hacia 1475 ya se había inventado (según Peterson, p. 44 y Venner, p. 17) la forma más sencilla de llave de mecha. Ésta, en alguna de sus variantes, fue la que llevaron los conquistadores españoles al Nuevo Mundo y los portugueses a mediados del siglo XVI al Japón. En Japón fue copiada y se mantuvo en esta región del globo hasta que a mediados del XIX los estadounidenses entraron en contacto con los japoneses. Los samuráis se hicieron expertos en el uso del arcabuz de apoyo en el pecho, de alguna manera semejante al petrinal europeo, algo que el director de cine Akira Kurosawa nos ha mostrado en sus películas. Pero ésa es otra historia.

Nos dice Peterson que las denominaciones de las primeras armas de fuego cambiaban según la región:

«Tomemos por ejemplo el grupo de los arcabuces y sus variantes. En alemán, Hak significa 'espiga' y Buchse 'arma de fuego'; por lo tanto, un Hakbuchse era un arma con una espiga. Los dibujos de finales del siglo XV muestran claramente que tal espiga era una especie de vara situada bajo el cañón que se podía apoyar en la parte superior del muro por encima del cual se disparaba, y así frenar el retroceso. La palabra arcabuz tiene probablemente el mismo origen, pero, al cabo de los años se utilizó para nombrar un arma ligera, que disparaba sin otro soporte que el pecho o los hombros. Más tarde se le llamó arcabuz de rueda, por contraposición a las armas de mecha. De acuerdo con su empleo, tuvo también otras significaciones. Otros nombres tuvieron menos complicaciones. El petrinal o poitrinal era un arma de fácil manejo, cuya culata se apoyaba sobre el pecho.»{15}

«Escopeta» es posiblemente palabra de origen italiano, (schioppetto), y si bien Cervantes la usa perfectamente, no parece que todavía sirva para denominar de forma específica a un arma de uso exclusivamente venatorio, como después será habitual en el español. Así nos dice Jesús Evaristo Casariego, quien fuera uno de los mayores expertos asturianos del pasado siglo en materia de armas y caza, que «la denominación de escopeta y de arcabuz ligero se empleaban indistintamente para nombrar a un arma que seguía teniendo también aplicaciones militares... La definición de escopeta como arma especial de caza, aunque se aplicase a otros usos, es posterior, y este nombre siguió alternando en los siglos XVI y XVII con el de arcabuz»{16}.

Tampoco los historiadores del armamento se ponen de acuerdo sobre el origen de la «pistola» y de dicho nombre. Se sabe que en sus inicios fue también un arma maldita y prohibida, (caso de los edictos de Ferrara en 1522 y de otras ciudades como Módena, Milán y Florencia). Era un artilugio que se ocultaba fácilmente, apto para cometer asesinatos y principalmente magnicidios. Para unos su nombre procede de la ciudad italiana de Pistoia o Pistoya, los checos se la atribuyen como un arma con origen bohemio y para otros su nombre procede de un tipo de moneda de la época llamada pistola{17}. Subrayar también que Cervantes usa la palabra con mucha propiedad y también a una derivación suya, «pistoletes».

Sin embargo lo que más nos llama la atención, y así queremos advertírselo al amable lector, es que Cervantes habla muy claramente de «escopetas de rueda», en referencia a las que llevaban los cuadrilleros de a caballo. Mas también cita «pedreñales» como un tipo de pistoletes, pistolas largas que se portaban en fundas a los lados de la silla del caballo, es decir armas de arzón.

Nos preguntamos lo siguiente. ¿Cómo es posible que Cervantes conociese algo tan novedoso –para la época en la que se sitúa y escribe El Quijote– como las escopetas con llave de rueda? ¿Cómo es que cita de forma tan precisa la palabra «pedreñal» –arma de Roque Guinart y sus bandoleros– como palabra catalana?

Vayamos por partes. Se atribuye la invención de la llave de rueda a Johan Kieffus (o Juan Kiefuss), de Nuremberg, lo cual los propios historiadores reputan como incierto. Lo que sí es más cierto es que en el Codex Atlanticus de Leonardo de Vinci existen ilustraciones de dicho mecanismo, y que datarían aproximadamente de 1508. Sabemos también (y esto lo citan tanto Peterson como Reid) que «la llave de rueda más antigua que incluye fecha fue realizada en Augsburgo para el hermano mayor de Fernando, Carlos V, en cuyo Inventario iluminado aparece ilustrada. Se trata de un arcabuzillo de arzón, que tiene en el cañón la marca en forma de hoz de Bartolomé Marquart y el año 1530 en la faceta superior de la recámara. Al igual que muchas de las armas y armaduras de Carlos V, se encuentra hoy en la Real Armería del Palacio de Oriente de Madrid»{18}.

Lo que sí sabe cualquier experto en armas es que la llave de rueda es un mecanismo de ignición bastante complejo (mucho más que el de mecha). Llave muy cara y con un dispositivo de relojería que requiere gran pericia por parte de los armeros para fabricarlo y repararlo. Cualquier herrero con cierta destreza podía arreglar una llave de mecha, la de rueda requería una habilidad especial y también unas herramientas y materiales muy determinados. Consistía esta última, en esencia, en una rueda de hierro dentada y tensada un cuarto de vuelta por un muelle real. Sobre la misma se abatía un brazo articulado que entre las quijadas de su extremo llevaba atornillada una piedra de pirita. Al tensar la rueda con una manivela, y al apoyar la pirita sobre dicha rueda, el arma quedaba lista para el disparo si previamente se había cebado la cazoleta con polvorín. Al apretar el disparador y liberarse la rueda ésta giraba y rozaba con la pirita, así se producían las chispas que incendiaban el polvorín de la cazoleta, comunicándose el fuego a las carga interior del cañón a través del oído.

Lo dicho, un mecanismo caro y complejo, luego «por todo estos inconvenientes, el empleo del arma de rueda quedó muy limitado. La poseían algunas tropas de caballería, las 'élites', y las guardias privadas de los príncipes, que no tenían por qué reparar en gastos. También los cazadores adoptaron muy pronto estas nuevas armas, así como las personas que tenían la fortuna de poder permitírselo»{19}.

Réplica actual de un arcabuz con llave de rueda
Réplica actual de un arcabuz con llave de rueda

Entendemos que en pleno reinado de Felipe II y Felipe III España era la principal potencia mundial y podía costearse el dotar a algunos miembros de la Santa Hermandad, por ejemplo a los capitanes o jefes de las cuadrillas, con arcabuces o escopetas que llevasen el todavía novedoso mecanismo de la llave de rueda, (so pena de que no se las pagasen a título particular). En todo caso, si Cervantes cita dichas escopetas es porque las conocía y porque atesoraba una dilatada experiencia militar. Tenía que ser por fuerza un hombre muy observador. Pero insistimos en que el mencionar «escopetas de rueda» es todo un detalle, en este caso más que de erudito, de hombre que había vivido mucho y estaba al corriente de las últimas novedades en lo referente a la guerra y a las armas.

Todo esto no es mera conjetura, porque lo que sí sabemos es que la llave de rueda, desde su origen (que comprende el Sur de Alemania, Austria y el norte de Italia), muy pronto llegó a España. El emperador Carlos I de España y V de Alemania trajo consigo a la península al maestro armero de Augsburgo Simón de Marcuarte (¿Marckwartz?,o ¿Marquart?). Éste se afincó en Madrid hacia 1530, sentó plaza y abrió escuela. Hizo excelentes arcabuces de mecha y rueda. Añadamos que, según nos cuenta Jesús Evaristo Casariego, las primeras pistolas españolas de arzón se empezaron a construir en 1537.{20}

De igual forma nombrar «pedreñales», referido a «pistoletes», nos lleva a pensar no tanto en el diminutivo de «pistola», que sería la acepción aceptada actualmente, sino en pistolas de arzón que se portaban en sendas fundas adosadas a la silla de montar. En la edición del Quijote que estamos manejando se nos informa de que los pedreñales eran «'pistoletes o retacos de chispa, producida por el golpe del pedernal'; es catalanismo. El arma, a medio camino entre la pistola y la escopeta, se asociaba normalmente con el bandolerismo catalán»{21}. Igualmente el diccionario (por ejemplo el enciclopédico de Espasa) nos informa de que el vocablo «pedreñal» procede de «pedreño», del latín petriněus, por petrĭnus, tratándose de una especie de trabuco que se disparaba con chispa de pedernal. Si «pedreñal» está emparentado en su etimología con «pedernal» (del latín petrināle, de petrīnus), y sin entrar ahora en la sutileza de si eran pistoletes largos de arzón, retacos o trabucos, tenemos que preguntarnos lo siguiente: ¿Cuál era el sistema de ignición de dichas armas?, ¿eran de llave de rueda?, ¿o se nos esta diciendo, por vía etimológica, que se trataba de armas con algún sistema de llave de chispa, es decir de pedernal? No olvidemos que los franceses a esta última la llaman «platine à silex», los italianos «a pietra focaia» y los anglosajones «flintlock».

Estas interrogaciones hay que remitirlas a la obra de Cervantes, porque si nombra a los «pedreñales» es que los conocía o al menos los había visto. Ciertamente podían ser de llave de rueda porque el roce de la pirita con la rueda saca chispas, pero dada la palabra y su origen etimológico nos inclinamos más a pensar que Cervantes (de forma consciente, deliberada, o no) nos remite a algún mecanismo (muy incipiente para la época) de llave de chispa. Por otro lado no hemos de olvidar que junto con Madrid, Ripoll (Gerona) fue durante los siglos XVI al XVIII un gran centro de fabricación armera, (al que hay que sumar Eibar, en las Vascongadas, villa en la que aún hoy en España queda algo de tan insigne tradición).

Lo más importante en todo este tema es que el citado Simón Marcuarte, al que se le conoció por Simón de Hoces ya que tal era la marca que ponía en sus arcabuces, dejó descendencia, pues su hijo Simón Marcuarte, el mozo, fue célebre arcabucero de Felipe II y Felipe III. A él se debe el invento de la llave de chispa (es decir ya de pedernal) «a la española», llamada llave de patilla y conocida en el resto del mundo como llave de miquelet. Era una llave más robusta, segura y simple que el otro modelo de chispa de la época, el snaphaunce o snaphance, que en España se llamó esnapance o chenapán. Esta última era originaria de la armería holandesa, de los Países Bajos, y fue fabricada por primera vez en torno a 1550.

No podemos entrar aquí en si los holandeses, pueblo esencialmente comerciante, trajeron su llave, la chenapán, a España, ni el cómo ni el cuándo. Si sabemos que tal mecanismo se extendió, tomando después características propias, por Inglaterra, Escocia, Los Países Bajos, Escandinavia y Marruecos. En este último país fue la llave típica de las espingardas o fusiles morunos y se mantuvo como algo artesanal hasta el siglo XX{22}. Abundando en el asunto Reid nos dice que en España las armas con llave «snaphaunce» fueron prácticamente ignoradas, juzgándose la de miquelete (es decir la de patilla) superior, e incluso superior a la de chispa francesa.

Esta última que fue la que más se desarrollo en los siglos XVII y XVIII, en las nuevas grandes potencias como Inglaterra y Francia hasta el advenimiento del encendido por pistón fulminante en el XIX, es un híbrido mejorado por anamórfosis de la llave de chenapán (holandesa) y de la llave de patilla (española). Su inventor fue Marín Le Bourgeoys, en la pequeña ciudad de Lisieux, en Normandía, entre 1610 y 1615{23}. Evidentemente los ingleses pero más aún los franceses (por «chauvinisme») consideran la llave de chispa francesa como la «verdadera llave de chispa», despreciando a la española como más tosca, lo cual siempre enfadó mucho a nuestro asturiano y luarqués don Jesús Evaristo Casariego.{24}

Lo que si es bien cierto es lo que nos recordó en 1795 Isidro Soler, nombrado en 1792 «Arcabucero del Rey nuestro Señor Don Carlos Cuarto». Así, en su Compendio Histórico de los Arcabuceros de Madrid desde su origen hasta la época presente, con dos láminas en que están grabadas las marcas y contramarcas que usaron en sus obras, expone:

«A Simon Marcuarte, que fué Arcabucero de los Señores Reyes Don Felipe Segundo y Tercero, se debe la invención de las llaves de patilla, que hoy llamamos á la Española; hasta entonces solo se conocían las de rueda, y sin embargo de haber sido apreciable el invento de éstas, porque antes de él se disparaban los Arcabuces con mecha, sostenidos de orquilla, mucho mas debe de serlo el de Simon, con el qual se desterraron las de rueda, que sobre ser mas perezosas, no dexaban asegurar tanto los tiros, lo que no sucede con las de patilla; por cuyas ventajas, aunque se han mejorado mucho así en el pulimento y ligereza, como en los demás accidentes, jamás se extinguirán en lo substancial.»{25}

Por todo lo expuesto podemos sostener que, aunque Peterson afirma que no se ha identificado ningún miguelete (es decir llave de patilla) anterior a 1600, aquí la autoridad de Isidro Soler es concluyente. Por todo ello es muy posible que Cervantes, hombre muy corrido y vivido, conociese pistolas o pistoletes con el citado mecanismo, y de ahí que subraye lo de pedreñales, pues las armas con llave de patilla sí son auténticas armas de pedernal, es decir de chispa, a pesar de lo que digan los franceses. Por lo demás el propio Peterson nos recuerda que las llaves españolas eran las mejores (al menos en esa época){26}, con lo cual nada tiene de extraño que unos bandidos que vivían del saqueo y del robo pudieran encargar y pagarse dichas armas.

Insistir también en que los «pedreñales» se mencionan en la segunda parte del Quijote, lo cual apuntala más aún nuestra tesis, pues las referencias a Roque Guinart y sus hombres pertenecen al siglo XVII. Por cierto que como el propio Peterson nos recuerda la denominación «miguelete» referida a la llave de patilla es errónea. Así otros eruditos prefieren llamarla «'llave mediterránea' a causa de su preponderancia en las costas de este mar. El origen del miguelete, análogo al del chenapán con la simple variación de algunos detalles locales, ha originado una leyenda romántica. En el Norte de España, a lo largo de los Pirineos, en Aragón y Cataluña, vivía una banda de bandidos y de asesinos conocida con el nombre de los 'Migueletes' o 'Miqueletes'. La llave de mecha planteaba los mismos problemas a estos grupos que a sus compadres los ladrones de gallinas de los Países Bajos. ¿Qué más natural, por lo tanto, que haya habido un miembro inteligente de esta cofradía que inventara un arma nueva que suprimiese la inoportuna mecha e hiciese la existencia más sencilla, más segura y más agradable? Ignorando el nombre de este ingenioso bandido, el vulgo relacionó el nombre de la llave con el del grupo, y de ahí el nombre de miguelete»{27}.

Nosotros afirmamos (con Casariego) que en todo caso el nombre sería «miquelet», ya que como el propio Peterson reconoce lo anterior es una leyenda extendida a lo largo del siglo XIX, pues en la época de expansión de dicha llave se la llamó «de patilla» debido a la forma de patilla que tiene el talón del pie de gato. En los siglos XVII y XVIII fuera de España se la llamaba simplemente «llave española», lo cual coincide con lo que Soler expone en su libro.

Réplica de una escopeta española con caja catalana y llave de patilla
Réplica de una escopeta española con caja catalana y llave de patilla
Llave de patilla y comentario de sus partes
(mecanismo de los 'pedreñales' que menciona Cervantes en El Quijote)
1) Anillo de apriete del tornillo pedrero. 2) Quijada superior del 'Pie de gato'.
3) Rastrillo abatido (después del disparo). 4) Pedernal de sílex. 5) Oído.
6) Cazoleta para el polvorín o cebo. 7) Calzo de disparo. 8) Calzo de seguro.
9) Robusto 'muelle real' exterior. 10) Patilla. 11) Cola del disparador
Réplica de una escopeta española con caja catalana y llave de patilla. Véase ésta en el detalle y obsérvese la patilla abatida por debajo de los dos calzos, el de seguro y el de disparo, y por debajo también del robusto muelle real. Arma fabricada por un artesano en EEUU, a la venta en Track of the Wolf.

Insistir de nuevo en que Cervantes tiene un conocimiento muy preciso de las armas de fuego. Las escopetas de rueda y los pedreñales aparecen, en contraposición con las armas caballerescas de Don Quijote, en manos de cuadrilleros o de bandidos (incluido eventualmente Ginés de Pasamonte, el cabecilla de los forzados a galeras). La oposición Don Quijote/cuadrilleros de la Santa Hermandad y la oposición Don Quijote/bandoleros de la partida de Roque Guinart entra dentro de la distinción que Bueno propone: armas-instrumento (como la adarga, la espada y la lanza) y armas-máquina (como de algún modo lo son las escopetas de rueda, las pistolas y los pistoletes o pedreñales).

Por todo ello sostenemos que el que muchos políticos e intelectuales invoquen hoy el pacifismo armonista, antimilitarista y eticista puede estar muy bien, eso no se discute aquí ni es el motivo de este artículo. En todo caso que no utilicen el nombre de Don Quijote y de Cervantes en vano y en falso presuponiendo que éste último era un pacifista a ultranza. Cervantes –como otros contemporáneos ilustres–, tal vez escéptico y desengañado, condena las modernas armas de fuego de su época en la medida en que son armas-máquina, pero en ningún modo está condenando la guerra en sí misma, como se percibe en todos los pasajes en los que Don Quijote se refiere a la confrontación entre las Armas y las Letras{28}.

Ahora que tantos hacen por rescatar parcialmente la «memoria histórica» es necesario recordar también que si España fue un Imperio, como lo fueron Inglaterra y Francia, lo fue entre otras muchísimas cosas gracias a la Escuela de Arcabuceros de Madrid, que como Soler nos decía ya en 1795 llevó a España a ser la primera y más importante nación en la forja de cañones para arcabuces y escopetas. Esto es así hasta el punto de que se exportaban para nobles y príncipes, o aquí se venían a comprar para que se montasen en armas de afamados armeros extranjeros. Mientras los de otras naciones reventaban con facilidad, poniendo en peligro la vida de sus usuarios, los cañones españoles eran una garantía de calidad y resistencia. Dicha escuela constituyó pues todo un hito en la técnica artesana, (por decirlo bajo la clásica clasificación que de las fases de la Técnica hiciera Ortega y Gasset). En ella descollaron Sánchez de Mirueña, Gaspar Fernández, Juan Belén y su discípulo Nicolás Bis, «de nación alemán». Nicolás Bis, que entró en plaza de arcabucero de Carlos II en 1691 y falleció siendo arcabucero de Felipe V, en 1726, desarrolló la muy difícil y esmerada técnica de forjar los cañones a partir de los callos de las herraduras de Vizcaya, por ser las de hierro más dulce y más a propósito para construir el acero de los tales cañones de pistolas, escopetas y arcabuces. El procedimiento nos lo describe con esmero Isidro Soler.

España siempre fue una nación de escopeteros, entre otras cosas y a diferencia de las restrictivas leyes venatorias de otros países de Europa, porque aquí la caza con arcabuz o escopeta pronto se extendió entre el pueblo llano. Esto nos lo recuerdan tratados cinegéticos clásicos como los de Alonso Martínez de Espinar (Arte de ballestería y montería de 1644), o el de Tamariz de la Escalera (Tratado de la caza del vuelo, de 1654). Ello permitió también que el pueblo en armas (y acostumbrado al manejo de las mismas) hiciera frente con presteza al invasor napoleónico.

Mientras que hoy en día los ingleses hablan, reproducen y estudian con esmero su Brown Bess, el mosquete con el que extendieron su imperio colonial en el XVIII, y los franceses hacen lo propio con el Charleville, en España tenemos que recordar, como Casariego hacía en los prólogos a las recién citadas obras, que tienen que ser autores foráneos (así W. Keith Neal en Spanish guns and pistols, London, 1955) los que nos reconozcan nuestra justa fama. De igual forma este mismo analista, Casariego, en su encomiable estudio introductorio a la importantísima obra de Soler, se duele del derrotismo hispano en lo referente al llamado «secular atraso científico y técnico español». Cita, en concreto, la Historia de España de Rafael Altamira (edición de 1929) y ciertos hechos sobre los que no es pertinente tratar aquí y ahora, pero también nos recuerda que el último arcabucero madrileño, Calixto Piñuelas, recibió cumplida visita y homenaje del gran armero inglés Purdey ya bien entrado el siglo XIX. Encuentro y despedida de dos mundos: la vieja técnica artesanal de la sociedad estamental y las nuevas técnicas de la sociedad burguesa y capitalista.

Por nuestra parte y para finalizar reproducimos unos versos de Nicolás Bis, el gran arcabucero, que de forma tan discreta respondió a aquellos que en su época lo envidiaban o intentaban imitar sin éxito su sistema de forja de cañones. Es de alguna manera una representación alegórica de la primera globalización moderna: la española.

«Yo, que la sacra diestra
Armé de acero con mi llave maestra,
Fiado en mis aciertos
Del Orbe abrí las Puertas y los Puertos;
Pues todas las Naciones
Admiran el primor de mis Cañones
Comprando la hermosura
Que fué carbon y callos de herradura.»
(29)

Notas

{1} Gustavo Bueno, España no es un mito. Claves para una defensa razonada, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2005, págs. 241-290.

{2} Gustavo Bueno, España no es un mito, pág. 242. (Las cursivas son nuestras).

{3} Gustavo Bueno, «Sobre el análisis filosófico del Quijote», El Catoblepas, 46:2.

{4} Vicente Alberto Álvarez Areces, «El libro más admirable», prólogo o introducción a Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Santillana Ediciones, Madrid 2004, págs. II-III. (Las cursivas del texto de Areces son nuestras).

{5} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha, Ediciones B, 2ª edición, Barcelona, abril 2003, págs. 202-210, 236-251.

{6} Gustavo Bueno, España no es un mito, pág. 282. (Las cursivas son nuestras).

{7} Gustavo Bueno, España no es un mito, págs. 284-285.

{8} Gustavo Bueno, España no es un mito, págs. 286-287.

{9} Cervantes, Don Quijote de la Mancha, (2 volúmenes), Edición del Instituto Cervantes. Dirigida por Francisco Rico. Instituto Cervantes, Crítica (Grijalbo Mondadori), Barcelona 1998. Primer volumen. Resumen cronológico de la vida de Cervantes, pp. CCXLIII-CCLXXI, p. CCXLVII. (Nota: a partir de ahora citaremos por esta edición e indicaremos el volumen. Las líneas se refieren a donde se encuentran las palabras buscadas, por ejemplo «escopetas», «pistolas», &c.)

{10} Cervantes, Quijote, volumen I, págs. 448-449.

{11} Cervantes, Quijote, volumen I, pág. 448. Precisamente en la nota 22 de esta página se nos informa de lo siguiente: «La condena de las armas de fuego, contra las que nada valía el denuedo personal del caballero, es una constante en la literatura épica y moralista del Siglo de Oro, y su expresión más perfecta quizá se encuentre en Gracián. En C. la fuente inmediata puede ser Ariosto (Orlando furioso, IX, 91, y XI, 23 ss.), o, para ambos escritores, los diálogos del Arte della guerra de Maquiavelo. La expresión aquellos benditos siglos, además de servir de nuevo lazo con la Edad de Oro, hace referencia a los tiempos expuestos en los libros de caballerías, en los que no aparecen armas de fuego».

{12} Cervantes, Quijote, volumen complementario, pág. 961, nota 25.

{13} Los historiadores de las armas nos ilustran sobradamente sobre muchos aspectos que nosotros sólo citamos al sesgo. William Reid nos habla del cuadriello y de la evolución de la ballesta como arma bélica y cinegética. Nos instruye también sobre las últimas formas que tomaron las armaduras, tanto para el caballero como para el caballo en los siglos XV y XVI, y que referidas a Don Quijote nosotros hemos omitido buscar en la obra cervantina por no hacer en exceso farragoso nuestro estudio. Harold L. Peterson nos recuerda cómo sobre la ballesta recayeron en la Edad Media todo tipo de maldiciones en la Cristiandad. Tres enemigos tenía el caballero y su código del honor militar: el arco pequeño, la ballesta y el arco largo del que los ingleses fueron consumados maestros. El arco pequeño era admitido pero la ballesta y el arco largo dieron al traste con los caballeros. La ballesta era lenta de cargar pero muy potente y su manejo se podía aprender rápidamente no exigiendo demasiada habilidad. Tal arma se prohibió, bajo pena de excomunión, en el II Concilio de Letrán, en 1139. Sólo podía emplearse contra los infieles sarracenos. El arco largo inglés (long bow) requería mucha destreza, constante entrenamiento y que los arqueros estuviesen bien alimentados. En la Guerra de los Cien Años, en Crécy, Poitiers y Azincourt, demostró lo que valía cuando los caballeros franceses de alto linaje, y con muy caras y pertrechadas armaduras, fueron exterminados por simples granjeros y artesanos entrenados en el manejo de arma tan letal. Y sobre esto concluye Peterson: «La guerra se había democratizado». (pág. 21. vid. infra.)

Sobre el nombre de «cuadrillo», como proyectil de ballesta, recordamos aquí unos versos de un Romance fronterizo y morisco titulado Romance antiguo y verdadero de Álora, la bien cercada, dicen así:

«Allá detrás de una almena
quedado se había un morico
con una ballesta armada
y en ella puesto un cuadrillo.»

Ramón Menéndez Pidal, Flor nueva de romances viejos, Selecciones Austral, Espasa-Calpe, Madrid 1976, pág. 223-224.

William Reid, Historia de las armas, Editorial Raíces, Santander 1987, (edición original en inglés de 1976), págs. 32, 45-47, 60-61, 76-77, 92-96, 101, 105, 112-113, 122-123, 129-142, 148-149, 271-272.

Harold L. Peterson, Las armas de fuego, Ediciones Punto Fijo, Barcelona 1966 (edición original en inglés de 1962), pág. 21.

Dominique Venner, Le Livre des armes. Carabines et fusils de chasse, Jacques Grancher éditeur, París 1973, chapitre 1, págs. 15-28.

{14} Gustavo Bueno, España no es un mito, pág. 285 (Las cursivas son nuestras para destacar el texto).

{15} Harold L. Peterson, Op. cit., pág. 47.

{16} J. E. Casariego, Estudio preliminar al Compendio histórico de los arcabuceros de Madrid, de Isidro Soler (Arcabucero del Rey), Ediciones Velázquez, Madrid 1976, pág. 25.

{17} Harold L. Peterson, Op. cit., pág. 64. J. E. Casariego, Op. cit., 23.

{18} W. Reid, Op. cit., pág. 95. Harold L. Peterson, pág. 63. J. E. Casariego, págs. 19-23. Casariego afirma que ya hacia 1515 funcionaban las primeras armas de rueda, alternando con las de mecha, y que en 1523 ya se fabricaban armas en España con este sistema de ignición.

{19} Harold L. Peterson , Op. cit., pág. 69.

{20} J. E. Casariego, Op. cit., págs. 24-32.

{21} Cervantes, Quijote, volumen I, pág. 1119, nota 22.

{22} H. L. Peterson, Op. cit., págs. 76-89. J. E. Casariego, Op. cit., págs. 26-35.

{23} H. L. Peterson, Op. cit., págs. 93. W. Reid, Op. cit., pág. 140. J. E. Casariego, Op. cit., págs. 32-34.

{24} H. L. Peterson, Op. cit., págs. 83. D. Venner, Op. cit., pág. 20. J. E. Casariego, Op. cit., págs. 27-33, (nota 2, pág. 29).

{25} Isidro Soler, Compendio Histórico de los Arcabuceros de Madrid. Estudio preliminar de Jesús E. Casariego, Ediciones Velázquez, Madrid 1976, págs. 40-41. Citamos por la edición facsímil de dicha obra, que es original de 1795. Se trata del segundo título de la «Biblioteca Cinegética Española» de dicha editorial, cuyos libros tienen una impecable presentación y una muy corta tirada (sólo 1500 ejemplares). (La negrita y cursiva son nuestras para resaltar el texto original de Isidro Soler). Evidentemente el autor se refiere a Simón Marcuarte hijo.

{26} H. L. Peterson, Op. cit., pág. 79

{27} H. L. Peterson, Op. cit., págs. 81-82.

{28} Gustavo Bueno, España no es un mito, págs. 242-243. Además del Discurso de las Armas y las Letras, ya citado varias veces en este trabajo, Don Quijote compara las tretas de la guerra con las del amor en el capítulo XXI de la segunda parte, tratando de las bodas de Camacho y de la astucia de Basilio (p. 807 de la edición que manejamos. Ver nota 9). Además también en la segunda parte y en el capítulo XXIII vuelve a defender la supremacía de las Armas sobre las Letras (p. 834). Sobre los agravios y afrentas en sentido caballeresco véase la 2ª parte, capítulo XXXII p. 892. La comparación de la caza con la guerra (que Don Quijote defiende claramente frente a Sancho) es un lugar común en los Clásicos. Así en Jenofonte, Ciropedia, I, 10. (2ª parte, capítulo XXXIII, p. 915, nota 15). Sería muy interesante estudiar la filosofía de la caza presente en El Quijote desde la Teoría del Espacio Antropológico y de las Capas de la Sociedad Política del Materialismo Filosófico, tarea que excede las pretensiones de este trabajo. Sobre las tríadas en el Quijote, véase también Marcelino J. Suárez Ardura, en El Catoblepas, 46:15.

{29} Este fragmento poético lo reproduce a pie de página Isidro Soler en su obra (ver nota 25). Op. Cit,. pág. 33 de la edición facsímil de la Editorial Velázquez.

 

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