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El Catoblepas, número 47, enero 2006
  El Catoblepasnúmero 47 • enero 2006 • página 5
Voz judía también hay

Doble validez de Erich Fromm

Gustavo D. Perednik

Además de contrastar las ideas de dos pensadores judíos coetáneos, Erich Fromm y Herbert Marcuse, Perednik se detiene en dos enseñanzas del primero. Una ve a la alienación del hombre moderno como una especie de paganismo, y la otra cobra especial vigencia en nuestra época: el terrorismo suicida es una expresión de necrofilia, nunca de liberación

Erich Fromm (1900-1980)

Erich Fromm (1900-1980) reformuló ideas de Hermann Cohen, de Sigmund Freud, de Marx, y lo hizo con una originalidad que lo distingue como uno de los pensadores más influyentes del siglo pasado. Del primero recogió un abordaje singular del concepto de amor en el judaísmo.

En Amor fraternal en el Talmud (1888) Cohen muestra la compatibilidad entre el universalismo y la singularidad judía, combinados armoniosamente gracias a la noción de «ohev guer» o la obligación de amar a los extranjeros: la meta de la elección del pueblo hebreo fue la confraternidad.

En el cuarto capítulo de su libro más popular, El Arte de Amar (1956) Fromm destaca que en la Biblia hebrea el objeto principal del amor es el necesitado: el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. La empatía con el desvalido se expresa efectivamente en la repetida ordenanza bíblica de «amar al extranjero porque lo fuiste en Egipto». Una década después Fromm retoma esta concepción en el quinto capítulo de Y seréis como dioses (1966), dedicado a la Halajá o camino de observancia judaico.

La obra de Erich Fromm puede enmarcarse en el contexto de la vasta contribución a la psicología realizada por judíos, cuya presencia en la formación de corrientes es ostensiblemente desproporcionada. Entre los cien psicólogos más importantes enumerados en la lista publicada en 2002 por la Review of General Psychology, más de la tercera parte son israelitas; lo son entre ellos los principales exponentes de escuelas como: estructuralismo, funcionalismo, conductismo, Gestalt, psicodrama, o las psicologías individual, cognitiva, y social, además del psicoanálisis.

Fiel seguidor de este último, Erich Fromm terminó alejándose de la terapia en general para edificar una cabal delineación del ser humano. Por ello, más que psicólogo, se le considera un filósofo social. Al diseñar su doctrina Fromm contrasta con la mayoría de los hebreos consagrados a la psicología y las ciencias sociales, en el hecho de que abrevó expresamente de las fuentes judaicas.

Nacido en Frankfurt, fue hijo único en un hogar judío religioso: sus padres Naftalí Fromm y Rosa Krause eran de linaje rabínico. Antes de emigrar se formó con la Escuela de Frankfurt, la innovadora corriente conformada mayormente por judíos (Adorno, Horkheimer, Lowenthal, Marcuse) quienes –con la probable excepción de Walter Benjamín– no hurgaron en su judeidad aun cuando debido a ella se les impuso el exilio.

La Escuela de Frankfurt tendió un puente entre el psicoanálisis freudiano y la sociología; Erich Fromm expandió el esquema levantando un puente adicional, el judaísmo, y generó así una simbiosis judaica tripartita que abarcaba a Moisés, Freud y Marx.

En esa dirección lo había interesado en 1925 la psicoanalista Frieda Reichmann, con quien eventualmente contrajo enlace. La clínica de Reichmann en Heidelberg era conocida como «Torá-péutica», en un juego de voces que aludían a la integración mosaico-freudiana.

En efecto, Fromm enfatizó desde lo judaico un elemento que era endeble en los sistemas de Freud y de Marx: el libre albedrío, elevado a característica primordial de la naturaleza humana. Mientras Freud postulaba el carácter como fijado por la biología –los impulsos y su represión–, y Marx consideraba a las personas socialmente determinadas –clase e intereses–, Fromm vino a exaltar la posibilidad de la autonomía individual.

Sus lazos con el judaísmo fueron múltiples. Como su bisabuelo Seligmann Fromm, fue un asiduo estudiante del Talmud, en compañía de Leo Lowenthal (también miembro de la Escuela de Frankfurt). Ambos se unieron al círculo que después de la Gran Guerra convocó entre jóvenes intelectuales judíos el rabino Nehemiah Nobel (1871-1922), quien desde 1910 lideraba la sinagoga Börneplatz, la principal de la ciudad.

La erudición de Nobel era singular: talmudista admirador del psicoanálisis, sionista y discípulo de Hermann Cohen que leía a Goethe. Eudió en Berlín filosofía y filología hasta concluir su doctorado.

Erich Fromm también fue activo (junto a Franz Rosenzweig y Martin Buber) en la fundación de la Freies Judisches Lehrhaus, la Escuela Judía Libre en la que enseñó.

Por su parte, el rabino Zalman Baruj Rabinkow lo acercó al jasidismo y a una versión mesiánica del socialismo, y conformó junto a los mentados Cohen y Nobel la terna de intelectuales que fueron modelo del joven Erich Fromm.

Más tarde éste estudió en Heidelberg bajo Kart Jaspers y Alfred Weber y allí concluyó en 1922 su doctorado en sociología acerca de La ley judía: una contribución a la sociología de la Diáspora judía.

En 1926, Fromm consumó acabadamente su alejamiento del judaísmo religioso tradicional, al que reemplazó por una interpretación laica de los ideales judaicos desde una postura que denominó «misticismo no teísta».

Su primer ensayo fue El Shabat, basado en la doctrina de Freud: «el mandamiento de no trabajar vino a penar el pecado original... es una regresión al estadio pre-genital que sirvió originalmente como un recuerdo del asesinato del padre y la posesión de la madre.»

Más tarde su valoración del Shabat pasó por una metamorfosis notable, y relacionó al día de reposo universal con el deseo humano de trascendencia y de superación de la rutina mundana.

En 1932 huyó de Alemania para radicarse en EEUU, donde enseñó en varias universidades; luego profesó por quince años en la UNAM de México, hasta su retiro en 1965.

Su mayor influencia en el pensamiento occidental estriba en sus estudios sobre el significado de la libertad para el hombre moderno, especialmente a partir del libro clave de su filosofía social: El miedo a la libertad (1941).

La falta de libre arbitrio representada por el determinismo social o biológico, deriva en un esquema de la vida que la dota de estructura y significado, que le ahorra dudas, búsquedas y crisis de identidad. Así percibimos la vida medieval.

La contrapartida de tanta facilidad son la inseguridad humana y el miedo resultante, que pueden remontarse a la transición del feudalismo al capitalismo, cuando el hombre se alienó del suelo y la comunidad.

La vida se iba enriqueciendo de una complejidad que, según Fromm, se urdió en cinco etapas históricas:

  1. el Renacimiento, cuando la humanidad reemplaza a Dios como centro del universo;
  2. la Reforma, que introdujo la idea de la responsabilidad individual para la salvación del alma;
  3. las revoluciones políticas americana y francesa, que designan al hombre para autogobernarse;
  4. la Revolución Industrial, que obliga a dejar de producir con las manos y empezar a vender el trabajo por dinero;
  5. las revoluciones socialistas rusa y china, que introdujeron la idea de economía participativa –no sólo de su propia manutención era el hombre responsable.

Este proceso de medio milenio estableció la idea del individuo con pensamientos, sentimientos, consciencia moral, libertad y responsabilidad individuales.

La libertad surge de que el hombre se va emancipando para emplear sus facultades racionales y comprender el mundo objetivamente. Es a un tiempo un don y una carga. La libertad es la capacidad de obedecer la voz de la razón y del conocimiento, en contra de las voces de las pasiones irracionales. Pero junto con esta trama sobrevino la sensación de aislamiento y la alienación. Por lo difícil que resulta la libertad, el hombre huye de ella.

Diferencias con Marcuse

En Tener o ser (1976) Fromm amplía su abordaje: en las sociedades modernas industriales el hombre se ha alienado de sí mismo; esto lo lleva a sentirse aislado y a necesitar unirse a otros. Se ve así que las necesidades humanas trascienden en mucho las básicas que señalaron Freud y algunos conductistas, ya que incluyen:

En la formación de un individuo sano que pueda satisfacer esas necesidades, la familia desempeña un papel central. Aquí Fromm desarrolla el concepto de «familia productiva», aquélla en que los padres asumen la responsabilidad de enseñarle a los niños a razonar en una atmósfera de amor.

En un aspecto adicional rompió Fromm con la tradición psicoanalítica freudiana que se había focalizado en las motivaciones inconscientes: sostuvo que los seres humanos son productos de las culturas que los alimentan.

A diferencia de Freud, Fromm enfatizaba en el psicoanálisis la necesidad de orientación cultural y social. Para salvar al hombre occidental de la «despersonalización», la sociedad debe reconocer la soberanía del individuo. La religiosidad es una necesidad de todos, y por ello la religión es una respuesta elaborada y formalizada a la existencia humana.

Aunque Fromm y Herbert Marcuse emergieron de formaciones académicas bastante cercanas, entre 1950 y 1970 mantuvieron vivas polémicas. Marcuse rechazaba de Fromm su «revisionismo neo-freudiano» y éste denunciaba el «nihilismo» y «utopismo» marcusianos.

Para Marcuse, el énfasis de Fromm en la «familia productiva» y el «carácter productivo» reproducía un esquema intrínseco al capitalismo; además, la celebración frommiana de valores como el amor o la religión, legitimaba las ideologías dominantes.

En Eros y civilización (1955) Marcuse reprocha el supuesto reduccionismo al que la escuela neofreudiana de Fromm sometió a Freud, reduciendo el psicoanálisis casi a una simple técnica de adaptación. Al desplazar el acento del nivel biológico al nivel cultural, Fromm habría ignorado la represión que ejerce la sociedad sobre las necesidades del individuo desde su primera infancia.

Para colmo, según Marcuse la ética de Fromm era ambigua, ya que se refería a valores como amor, felicidad y justicia, como si fuesen realizables en una sociedad que el propio Fromm calificaba de alienada.

También los separó su enfoque del judaísmo, ya que la obra de Fromm está frecuentemente animada por éste, al que concebía como una religión «no teológica, en la que el acento está en el sustrato profundo de la experiencia humana». Por ello las prácticas judaicas y sus textos tienen para Fromm relevancia para la condición humana.

Por ejemplo, el antiguo concepto de la idolatría, tan castigada por el monoteísmo bíblico, es idéntico a la idea moderna de la alienación; ambas son la suma de la desdicha social humana.

Fromm señaló tres caminos de escape de la libertad. Como ésta es la naturaleza verdadera de la humanidad, cualquiera de las huidas nos alienan, a saber:

  1. el autoritarismo (sea sometiéndose al poder de otros, o siendo autoritarios),
  2. el conformismo (la sumisión a la corriente, a la masa), y
  3. la destructividad (tanto la volcada hacia el mundo –ya que si no hay mundo, nadie puede perjudicarme– como la ejercida contra uno mismo, que se da cuando la primera es bloqueada –ya que si no hay yo, tampoco pueden dañarme).

La última categoría se expresa en la brutalidad, el vandalismo y el crimen, y especialmente en un tipo de violencia máxima que abarca los dos planos (el interno y el exterior): la del terrorismo suicida, que aspira a destruirlos simultáneamente.

Fromm mostró un singular interés en analizar a las personas malévolas, especialmente a las que obraban con total conciencia de maldad en sus actos –desde los enormes Hitler y Stalin hasta los menores Charles Manson o Jim Jones–. Para todos ellos Fromm acuña el concepto de necrófilos, amantes de la muerte.

El necrófilo se siente pasionalmente atraído por la destrucción, por la podredumbre, es un apasionado de convertir lo vivo en no-vivo; su interés mecánico es «destrozar las estructuras vivientes».

La necrofilia, que Fromm exploró en su obra La anatomía de la destructividad humana (1973), implica el gusto por la violencia y destrucción, el deseo de matar, la adoración de la fuerza, la atracción por el suicidio y el sadismo, y el deseo de transformar lo orgánico en inorgánico sometiéndolo al «orden».

El necrófilo carece de las cualidades necesarias para crear, y en su impotencia halla más fácil destruir; para él sólo la cualidad de la fuerza tiene valor.

Fromm sugiere tres factores probables para el surgimiento de este tipo de sujetos:

  1. Alguna influencia genética que les impide sentir afectos o responderlos;
  2. Una vida de frustraciones que los sumerge en el permanente enfado;
  3. Una crianza sin amor, que incluye posiblemente una madre necrófila.

La necrofilia ha sido empujada a su nadir por el terrorismo suicida del siglo XXI: se trata del impulso de destruir al otro junto con la autodestrucción, combinadas con la enseñanza de la muerte a las futuras generaciones.

El Sheik Ikrimeh Sabri, líder islamista palestino, lo expresó con franqueza a lo largo de 2001: «Tanto como ustedes aman la vida, el musulmán ama la muerte y el martirio.»

Fromm planteaba una alternativa fundamental para que el hombre superara su alienación: la elección entre «vida» y «muerte», entre creatividad y violencia destructiva, entre fraternidad con independencia y dominio con sometimiento.

 

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