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El Catoblepas, número 46, diciembre 2005
  El Catoblepasnúmero 46 • diciembre 2005 • página 5
Voz judía también hay

Didáctica de la Shoá

Gustavo D. Perednik

La ONU ha resuelto que debe enseñarse el Holocausto
en el mundo entero. La pregunta es cómo se hará

La única sociedad nacional para la ayuda humanitaria que hasta ahora había sido excluida de la Federación Internacional, es la Asociación de la Estrella de David Roja (MDA), creada en 1930 paralela a la Cruz Roja, y rechazada durante setenta y cinco años porque utiliza un símbolo judaico. A principios de este diciembre la conferencia de la ONU en Ginebra aparentemente legitimará a la MDA, y éste será un paso histórico en aras de poner al pueblo judío en igualdad de condiciones en el concierto de las naciones.

Una segunda resolución de la ONU digna de encomio fue la unánime aprobación (1-11-05) de que cada 27 de enero –día de la liberación de Auschwitz, el campo de exterminio más grande de la historia humana– el mundo recuerde a la Shoá como «el intento metódico y bárbaro de exterminio de un pueblo entero, sin paralelo en la historia de la humanidad».

La singularidad del Holocausto, y la de la judeofobia que lo engendró, van siendo por fin aceptadas en los foros internacionales.

La mentada propuesta educativa fue elevada por cinco naciones: Israel, Estados Unidos, Canadá, Australia y Rusia, con el objeto de «desarrollar programas de enseñanza que se ocupen del Holocausto».

La conciencia acerca de la dimensión de la Shoá está cambiando para bien. Austria, hasta ahora pertinazmente renuente a admitir su rol de victimaria en la Segunda Guerra Mundial, ahora ha aceptado indemnizar a las víctimas del nazismo, tras conseguirse la garantía que exigían los austriacos de que dejen de demandárselos jurídicamente en EEUU. Para proceder al pago de indemnizaciones se utilizará un fondo de casi doscientos millones de euros creado en Austria hace un lustro.

En cuanto a la mentada resolución de la ONU, a pesar de que reconocemos la buena predisposición y el cambio positivo insitos en ella, por ahora no hay mucho lugar para el optimismo en cuanto a la efectiva aplicabilidad de la decisión.

La abrumadora mayoría de los docentes, cuando menos, no tienen mucha noción acerca del Holocausto, y en general mantienen al respecto una actitud de deliberada apatía. O bien porque les parece que el asunto emerge una y otra vez con exagerada obsesión, o bien porque consideran que no es necesario enseñarlo especialmente, ya que cabe en el contexto de la enseñanza de la historia de la Segunda Guerra Mundial.

Por ello, la consecuencia previsible de la indicación de la ONU será que, cuando deba enseñarse la Shoá en las escuelas del mundo el próximo 27 de enero y en los subsiguientes, podrá incluso llegar a ser contraproducente. En estos casos, enseñar mal un tema es peor que no enseñarlo del todo.

En vistas de la bienvenida resolución, es dable esperar que la ONU emita adicionalmente algún tipo de orientación didáctica en cuanto a qué significa «enseñar el Holocausto».

La cuestión obviamente no es meramente referir que al promediar el siglo XX Alemania asesinó a seis millones de judíos, incluidos un millón y medio de niños.

Más aún: podría suponerse que en alguna medida esa enseñanza ya está teniendo lugar, salvo que en algunos países se oculte adrede el fenómeno pese a sus enormes proporciones históricas.

El asunto que nos compete no se limita a enseñar la realidad factual de la Shoá, sino su singularidad. Y para ello, los docentes que han de dar lección requerirán sin duda de algún texto orientador.

Como docente en el área de la judeofobia y el Holocausto, procedo a enumerar aquí algunos puntos que podrían guiar a quienes, inspirados en la decisión emanada de la ONU, se propongan enseñar esos tópicos.

Tres consejos didácticos

De los ejercicios didácticos pertinentes, hay uno que permite focalizar la índole del Holocausto: el debate acerca de cuándo éste comenzó. Hay seis posibles respuestas, cada una con sus respectivas justificaciones y defectos, a saber:

  1. En julio de 1925 con la publicación de Mi Lucha de Hitler
  2. En enero de 1933 con la asunción de éste como jefe del gobierno alemán
  3. En septiembre de 1935 con la promulgación de las Leyes de Nürenberg
  4. En noviembre de 1938 con la Noche de los Cristales
  5. En septiembre de 1939 con la invasión a Polonia (la mitad de los judíos asesinados fueron polacos)
  6. En enero de 1942 con la conferencia de Wannsee en la que se coordinó la «Solución Final»

Cada una de estas posibles respuestas facilita el abordaje de aspectos diversos del Holocausto, como la premeditada intencionalidad del nazismo o la pasividad de la familia de las naciones, y también permite enfatizar aquel aspecto que a los ojos del docente o estudiante sea el más relevante: si el Holocausto se basó, entre otras, en la propaganda o en la ley, en la maquinaria estatal o en el ejército, en las fuerzas paramilitares o en la intimidación.

A partir de esa discusión, puede pasar a destacarse cómo el Holocausto constituyó un fenómeno único.

El judío había dejado de ser un mero chivo expiatorio; ya ni siquiera constituía un miembro de una raza inferior. Era el culpable de todo mal: la inflación, el crimen, o la derrota alemana en la Gran Guerra (esta acusación se llamaba «la teoría de la puñalada en la espalda»). El judío era el destructor inherente y el envenenador de la pureza y, como era además incorregible, restaba solamente que ¡Juda Verrecke! según el lema nazi: judería, pereced.

Siglos de odio acumulado se descargaron contra una población indefensa atrapada en Europa. Al comienzo se fingió legalidad, se simuló autodefensa nacional. Luego el programa se aceleró: aislamiento, pauperización, expulsión, exterminio. Pero incluso antes de que el gobierno actuase, las tropas de asalto nazis, la policía y los afiliados del partido tomaron la acción en sus propias manos. Las golpizas, los boicots económicos, y los asesinatos de judíos fueron experiencias cotidianas. Se condenó al ostracismo a los israelitas que ejercían como abogados, médicos, maestros, periodistas, académicos y artistas.

Por medio del insulto a los judíos se enseñó a la juventud alemana el rechazo de la convivencia sentimental. Los maestros lo hacían en clase reprimiendo «debilidades» de otros niños. Los niños hebreos eran insultados en las escuelas, por compañeros y por docentes, y regresaban a sus casas golpeados. Una estrella amarilla debía exhibirse en la ropa, los libros les eran incendiados en público.

Antes de que concluyera el fatídico 1933, los judíos alemanes eran adultos desesperados y niños aterrorizados. En septiembre de 1935 las Leyes de Nürenberg cancelaron la ciudadanía de todos los hebreos, quienes pasaron a ser «huéspedes». La única salida era la emigración o el suicidio. Se limitó la salida de bienes del país, y para 1938 no podía sacarse ni siquiera un marco. Esta medida enriquecía al gobierno con cada partida, y también hacía del judío un inmigrante más indeseable en los países a los que presentaba su solicitud.

En síntesis, una nación entera, de las más civilizadas del planeta, se trasformó en el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. Se aplicó la «ideología» nazi, o sea la remoción de los judíos de la sociedad humana, por medio de etiquetarlos como parásitos, como un virus infeccioso que amenazaba al mundo. La mitología judeofóbica llevó así al exterminio de un tercio del total de los judíos del mundo; Adolf Hitler despojaba la judeofobia de todos sus disfraces y desnudaba su esencia: instintos sádicos descontrolados, protegidos por la ley, por el Estado, y por el silencio del mundo.

Tanto la conferencia internacional de Evian (1938), como la de Bermuda (1943), no pudieron proveer a los judíos de un solo sitio en el que refugiarse. Las puertas de Eretz Israel permanecieron selladas por los británicos, quienes devolvían a Europa los barcos cargados de refugiados judíos, o los hundían y así condenaban a miles de fugitivos a ahogarse en el mar.

Hubo, sí, miles de «justos entre los gentiles» que expresaron solidaridad con los perseguidos, algunos incluso arriesgando así sus propias vidas. Pero a pesar de ellos, el panorama global fue de tétrica desilusión para los que creyeron que la judeofobia estaba por superarse. La opresión de los judíos se agravaba: desde legislación discriminatoria hasta exclusión de empleos de los que subsistir, desde actos de violencia contra individuos en las calles hasta campañas contra negocios de judíos, desde deportaciones y degradación hasta el exterminio. La mayoría de los gentiles cubrieron sus ojos, cerraron sus puertas a los que buscaban refugio, y aun fueron partícipes del asesinato, arrebatando las pertenencias de las víctimas y delatando sus escondrijos.

Todos los pedidos de los hebreos fueron virtualmente desoídos, incluida la solicitud de que se bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, o las vías férreas que conducían a ese lugar donde casi un millón y medio de judíos fueron asesinados después de inenarrables sufrimientos. Los ejércitos aliados se negaron al bombardeo por temor de que sus propios ciudadanos sintieran que habían sido arrastrados a una «guerra judía».

Llamar racismo a la «ideología» nazi es desjudaizar el Holocausto. Sólo en lo que concernía a los judíos fueron los nazis consistentemente «racistas». Sus principales aliados fueron un pueblo latino y uno oriental, Italia y Japón, y encontraron aliados en otro pueblo supuestamente «semita», los árabes. (Cuando el líder de los árabes palestinos, Hajj Amin Al-Husseini, en mayo de 1943 visitó al jerarca nazi Alfred Rosenberg, éste le prometió que se daría instrucciones a la prensa para limitar el uso de la voz «anti-semitismo» porque sonaba al oído como si incluyera el mundo árabe, que era mayormente germanófilo. Husseini participó del golpe pronazi en Irak en 1941, y residió en Alemania por el resto de la guerra. Reclutó a los voluntarios musulmanes para el ejército alemán y exhortaba al Reich a extender la «solución final a Palestina».)

El hecho es que el odio nazi se focalizó en los judíos con la virtual exclusión de toda otra «raza» (incluidos los gitanos que, si bien fueron asesinados en masa, en la visión de los nazis no pasaron de ser marginales). No fue debido al racismo que los nazis odiaban a los judíos, sino al revés: para ejercer su loca judeofobia utilizaron argumentos racistas.

Por única vez, una nación presentaba su reivindicación nacional en la forma del aniquilamiento de otra nación.

Una vez que la singularidad de la Shoá es establecida, deben tenerse en cuenta dos criterios didácticos adicionales:

El primero es que debe explicarse que lo que denominamos Segunda Guerra Mundial consistió en realidad en dos guerras simultáneas: una entre Alemania y los Aliados; la otra entre Alemania y el pueblo judío.

En la primera los ejércitos alemanes fueron la Wehrmacht o la Luftwaffe. En la segunda fueron otros: los Einsatzgruppen, las Unidades Calavera de Theodor Eicke, y en buena medida las Waffen-SS.

La peculiaridad de la segunda de esas dos contiendas, es que una de las partes involucradas estaba rematadamente desarmada, y no pudo sino morir en agonía.

El segundo criterio didáctico es que el Holocausto nunca debería estudiarse como resultado de la hiperinflación de la Alemania preguerra, o de su desempleo, o de su humillación. Ningún grado de crisis económica podría justificar semejante genocidio. Para comprenderlo se debe ahondar en la milenaria judeofobia que le dio lugar.

Durante las décadas y siglos que precedieron a la Shoá, elementos esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. Europa se había saturado de estos contenidos judeofóbicos hasta que emergieron brutalmente en Alemania.

Se pregunta Daniel Jonah Goldhagen: «aceptamos sin dificultad que los pueblos analfabetos creían que los árboles estaban animados por espíritus... que los aztecas creían que los sacrificios humanos eran necesarios para que saliera el sol... ¿por qué no podemos creer igualmente que muchos alemanes, aún en el siglo XX, suscribían a creencias absurdas... tendían al 'pensamiento mágico'?» La superstición de aquella Alemania era que los judíos no son seres humanos.

Desentrañar esa superstición, que en cierta medida infestó a Europa por siglos, es la clave para intentar un ajustado conocimiento de la Shoá.

 

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