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El Catoblepas, número 44, octubre 2005
  El Catoblepasnúmero 44 • octubre 2005 • página 2
Rasguños

Las ideologías armonistas del presente (y 2)

Gustavo Bueno

Se ensaya un análisis de las ideologías implícitas en el capitalismo liberal armonista y el comunismo liberal armonista en el contexto de la Globalización

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La primera parte de este rasguño, que se publicó en El Catoblepas el pasado mes de septiembre, intentaba delimitar la ideología implícita en los argumentos cruzados entre representantes del gobierno y empresarios de la República Popular China, y representantes de empresarios y funcionarios de la Unión Europea y de los Estados Unidos, a propósito de la «crisis de los textiles». En agosto de este mismo año 2005, setenta y cinco millones de prendas –según Justo Nieto, Consejero de Industria y Comercio de la Comunidad Valenciana, «en la práctica serán unos doscientos millones, porque se suele traer el triple de lo que se dice en los contenedores»– permanecían retenidas en diversos puertos europeos, como medida provisional y urgente destinada a evitar la «inundación de los mercados europeos por los textiles chinos», con la consiguiente catástrofe para la industria textil europea, implantada sobre todo en los países latinos: España, Francia, Portugal y Bélgica. En cambio, con las consiguientes ventajas para las empresas comerciales europeas de textiles, implantadas en países anglosajones de tradición protestante (Holanda, Dinamarca, Suecia, Reino Unido, Irlanda y en cierto modo, Alemania).

Sin embargo, todos los implicados, chinos y europeos (o estadounidenses), católicos y protestantes, estaban adheridos a la OMC, la Organización Mundial de Comercio, inspirada por principios de signo decididamente librecambista.

Ahora bien, las retenciones de esos millones de prendas, juntamente con las propuestas de cuotas a la exportación, aranceles y contingentes de productos textiles (y de otros muchos) ponían a prueba los principios del librecambismo de la OMC. Pero las partes implicadas en la crisis, en cuanto se adscriben al modelo de las sociedades democráticas, se ven obligadas a dialogar y, por tanto, a argumentar. Y no es posible argumentar si no existe alguna ideología común compartida, al menos teóricamente, por las partes «dialogantes».

Se hacía preciso ante todo delimitar la naturaleza de esa ideología común (llamada también, muchas veces, «filosofía» común). Nos pareció que tal ideología tenía que ver, sobre todo, con la filosofía tradicional del «armonismo», la filosofía de Leibniz-Say-Bastiat, renovada en la época de la globalización democrática, que el actual Secretario General de la ONU, Kofi Annan, inspirado en el «pensamiento Zapatero» –un admirador de María Zambrano, según él mismo manifestó en su día– condensó en el proyecto de una «Alianza de las Civilizaciones». No estará de más recordar que este pensador, Kofi Annan, en el acto institucional por él presidido que se produjo en la sede central de la ONU (en Nueva York, con ocasión del atentado de Bagdad de 19 de agosto de 2003), situado en una tarima junto con los asistentes al acto que portaban velas de diseño, entonó la canción Imagine de John Lennon, que se convertía así, al menos institucionalmente, en la más pura expresión de la rigurosa sabiduría política del presente democrático:

«Imagina que no hay Cielo, es fácil si lo intentas, ningún Infierno bajo nosotros, sobre nosotros sólo el firmamento. Imagina a toda la gente viviendo el presente. Imagina que no hay países, no es difícil hacerlo, nada por lo que matar o morir, ni tampoco religión. Imagina toda la gente viviendo la vida en paz. Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, y el Mundo será uno. Imagina que no hay posesiones, me pregunto si puedes, ninguna necesidad de avaricia o ansias, una hermandad del Hombre. Imagina a toda la gente compartiendo todo el Mundo...»

En los actos de inauguración de la XV Cumbre Iberoamericana, celebrados en Salamanca el día 14 de octubre actual, volvió a escucharse el Imagine; en la Cumbre también se habló de la «alianza de las civilizaciones», presentes en ella Rodríguez Zapatero y su discípulo Kofi Annan.

Parece justificado esperar que del análisis de los argumentos utilizados por las partes enfrentadas en el diálogo democrático entre los socios de la OMC, y particularmente entre los orientales (coreanos, hindúes, japoneses, pero sobre todo chinos) y los occidentales (europeos y estadounidenses), así como entre los occidentales católicos y protestantes entre sí, pueden obtenerse importantes precisiones sobre el funcionamiento de la ideología armonista, así como también sobre el papel y alcance del diálogo democrático inmerso él mismo en esta ideología o filosofía armonista.

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La «ideología armonista» no siempre se manifiesta explícitamente («conscientemente») en los planes y programas de los agentes políticos, industriales o comerciales. Pero esto no quiere decir que tal ideología no esté disuelta de algún modo en la organización de tales planes y programas.

Tendría un gran interés comparar en detalle el comportamiento diferencial de la ideología (o filosofía) armonista con las llamadas izquierdas y con la derecha. Y aunque en nuestros días las diferencias son en la práctica casi nulas, sin embargo son algunas corrientes de la «izquierda transformadora», que han asumido los principios del capitalismo en su forma de socialdemocracia, las que más se distinguen por la reivindicación del armonismo, y del optimismo, que oponen al «pesimismo» catastrofista que atribuyen a la derecha.

Sin embargo, la oposición izquierdas/derecha que, al menos en el terreno de la ideología, se mantiene en algunas democracias europeas, se desvanece cuando la aplicamos a las repúblicas comunistas, como pueda ser el caso de la República China. En la tradición de Lenin, Stalin y Mao, la oposición derecha/izquierda, tal como se planteaba –y se sigue planteando, en teoría, en Europa– se consideraba circunscrita a las sociedades burguesas; en una sociedad comunista la oposición básica sería la que media entre el capitalismo y el comunismo, mientras que la oposición derecha/izquierda descenderá a la condición de oposición secundaria, subordinada al propio movimiento comunista («el izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo»).

Teniendo esto en cuenta en el momento de tratar de la ideología armonista, en el contexto de los conflictos entre los socios de la OMC, parece conveniente dejar de lado la cuestión de las relaciones diferenciales de la ideología armonista con las corrientes de izquierdas y con las de derecha.

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La ideología armonista comprende dos grupos de principios básicos, que son muy relevantes en el contexto globalizador de la Organización Mundial del Comercio.

El primero es un grupo de principios «especulativos» que giran en torno al que podríamos denominar «Postulado de existencia del Género humano» (de la «Humanidad»), como sujeto de unos derechos universales (los Derechos Humanos) y de una historia común, llevada a cabo frente a una «Naturaleza» que, cada vez más, tiende a ser vista por el armonismo como una madre o fuente generosa de energía que podría considerarse inagotable cuando la tratásemos con filial respeto y amor ecológico. Todavía hoy los comunistas y los socialdemócratas de los países más diversos invocan al «Género Humano» cuando cantan, en actos solemnes, y tanto si cierran el puño con la derecha como con la izquierda, el himno que escribió Eugenio Pottier en 1871, y al que puso música en 1888 Pierre Degeyter, el himno que conocemos como «La Internacional».

El segundo es un grupo de principios prácticos que giran en torno a un postulado sobre una esencia del Género humano, como final o telos en el que habrán de confluir «solidariamente» las políticas reales de todos los pueblos de la Tierra, unos pueblos unidos, federados o confederados, o acaso ni siquiera con fronteras (como cantaba no ya un poeta, sino el Secretario General de la organización de todos los países con fronteras), en la Paz perpetua y en la Amistad universal. Desde la supuesta perspectiva de este postulado práctico los fines particulares de cada pueblo (China, Alemania, Francia... España; o bien Cataluña, Galicia, Portugal) habrán de quedar anegados en el «océano de la Humanidad». Pi y Margall, el padre del federalismo español, expresó esta filosofía en una frase lapidaria: «Somos y seguiremos siendo, antes que españoles, hombres.»

Y como toda frase lapidaria, los contenidos que la frase de Pi Margall niega eran tan importantes como los contenidos que afirmaba; y, en todo caso, eran los contenidos negados los que conferían novedad y «dramatismo» a los, por sí mismos insulsos o metafísicos contenidos afirmados. En la fórmula de Pi Margall lo que se negaba era, en el fondo, la primacía de España frente a Cataluña. Dicho al modo de Ranke, cuando hablemos de Cataluña estaremos «tan cerca de la Humanidad» (de Dios, decía Ranke) como cuando hablemos de España o de Castilla. Y, sin embargo, el sentido de los contenidos negativos de la fórmula lapidaria –que pueden tener algún sentido desde una perspectiva ética– se pierde por completo desde la perspectiva histórica y política de este Género humano. Puesto que, en la Historia universal, que es Historia política sobre todo, ya no puede pretender tener el mismo significado Cataluña, el Bierzo, el País Vasco, que España. Porque si Cataluña, el Bierzo o el País Vasco tienen presencia, no ya en la antropología, sino en la Historia universal y política, es sólo a través de España. Desde esta perspectiva histórico universal habría que sustituir la frase lapidaria de Pi Margall por esta otra: «Somos y seguiremos siendo antes que catalanes, vascos o bercianos, españoles.»

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¿Y qué incidencia tienen estos principios del armonismo en el tratamiento de los «conflictos ocasionales» o episodios que puedan surgir en el curso del comercio internacional, entre las diferentes repúblicas o reinos del Género humano, que se acogen a los principios del armonismo librecambista de la OMC?

Muchos «puntos de incidencia» podríamos ir examinando; pero huyendo de la prolijidad me limitaré a los siguientes:

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Ante todo al punto de incidencia resultante de la apelación al «Género humano» para justificar tanto la política de libre exportación, por parte de China (pero también de muchas empresas comerciales europeas), como la política proteccionista (defensiva) ante las importaciones correlativas a aquellas exportaciones, mediante cuotas, contingentes o aranceles, por parte de las empresas occidentales (sobre todo de las industrias textiles, pero también de otras industriales, tales como productos de aluminio, miel o barcos).

Se diría que el Género humano funciona aquí como un módulo, es decir, como una unidad modular cuyo producto por alguna de sus partes (los empresarios o Estados occidentales, o las empresas o Repúblicas orientales) no hace sino reproducir esas partes, es decir, devolvernos a las empresas o Estados occidentales, o a las empresas o Repúblicas orientales. Así como en Álgebra (aritmética o lógica) vale ax1=a, bx1=b y cx1=c, así en nuestro caso podríamos escribir: «España x Género humano = España», «República Popular China x Género humano = República Popular China» y «Francia x Género humano = Francia», y así sucesivamente.

Desde España nos dice un alto funcionario de la Comunidad Valenciana, la región más afectada por el asunto de los textiles chinos, que contraponer «proteccionismo» a «libertad de mercado» es una estupidez, una torpeza o mala fe: «Todos queremos el libre mercado, nuestra sociedad está basada en la libertad. Aquí no hay proteccionismo que valga. Pero el libre mercado implica igualdad de condiciones. Si a la UE le interesa que China siga creciendo, se hacen acuerdos para que la relación entre ambos sentidos sea sin heridas innecesarias y gratuitas.» Y acompaña esta conclusión de su entusiástico reconocimiento de los valores que el ser humano –el Género humano– ha alcanzado en nuestra época de globalización: «Vivir en un tiempo que es capaz de esas cosas [llevar empresas de Hong Kong a Tailandia y en 24 horas montar un centro de producción de miles de pares al día] da una grandeza a la vida, a la economía y al ser humano excepcional.»

Ahora bien, ¿qué tiene que ver el ser humano –el Género humano– con los problemas del libre cambio? Por de pronto, lo que tiene que ver el módulo del producto con un término particular: la invocación al Género humano, al ser humano, tiene aquí como efecto la evidencia de que hay que volver a la política real de España, o de la Comunidad Valenciana, es decir, a las relaciones comerciales entre España (y dentro de ella la Comunidad Valenciana) y la República Popular China, en cuanto magnitudes de gran alcance («mega-cosas», dice el alto funcionario) dadas en la globalidad, que pueden poner en peligro las instituciones particulares, pero reales. Es evidente que si nos mantuviésemos en el Género humano como una multiplicidad de personas iguales, comercialmente hablando, el concepto de librecambio desaparecería, puesto que desaparecería también el mismo concepto de cambio. Como decía Marx: nadie cambia chaquetas por chaquetas.

Dicho de otro modo más directo: la invocación al Género humano ha servido, en este caso, para justificar las medidas proteccionistas imprescindibles para salvaguardar, naturalmente desde dentro del Género humano (hasta ahora el librecambio no se establece entre hombres y vacas, o entre hombres y chimpancés), no ya la industria del Género humano, sino la industria valenciana. Y la exigencia, totalmente justificada en abstracto, de igualdad de condiciones comerciales para un mercado libre, ¿no es una exigencia vacía, por imposibilidad de su cumplimiento? Las condiciones de la sociedad china son enteramente distintas de las condiciones de las sociedades occidentales, no cabe hablar de «explotación» de los trabajadores chinos –comparando, desde la perspectiva de los sindicatos humanistas, sus salarios y jornales con los occidentales– porque las estructuras y jerarquías sociales respectivas son incomparables. Las dificultades en el ajuste del cambio de moneda, por ejemplo del yuan y el euro, tienen que ver con esto. Para igualar las condiciones sería preciso, no ya acudir al Género humano, sino a la acción de la sociedad occidental sobre la oriental, a fin de borrar las diferencias entre el capitalismo y el comunismo. Además, ¿cómo computar en unidades monetarias el «capital histórico» acumulado en la formación de trabajadores o en la maquinaria? Lo que los chinos consideran como medidas proteccionistas de los occidentales, podrían ser consideradas por estos como rectificaciones de la desigualdad de condiciones de partida; pero el alcance de estas desigualdades sólo podría ser evaluado con sentido en función de la misma rentabilidad de las importaciones o de las exportaciones, con lo que incurriríamos en una flagrante petición de principio.

Desde el punto de vista chino se alegará también que, desde el momento en que ellos también se rigen («dos sistemas, un país») por un sistema de mercado análogo al del mercado capitalista, es justo que los productos de su industria –cuya calidad suficiente y su bajo precio han de ponerse a cuenta de la libre organización empresarial china del trabajo (al menos tanto cuanto pueda hablarse de la libertad empresarial china como de la occidental)– puedan serles ofrecidos a los occidentales. E incluso podrán invocar ellos también al Género humano, haciendo ver la injusticia derivada de la obstaculización, o incluso de la prohibición de un libre mercado que podría satisfacer muchas necesidades de la población occidental de nivel económico más bajo e incapaz por tanto de acceder a los bienes que les ofrecen sus propias industrias (después, eso sí, de haberse adaptado a los textiles en formas occidentales, en lugar de exportar kimonos y otras prendas propias de la identidad nacional china). Otra vez la apelación al Género humano sigue desempeñando el papel de la apelación de una parte (ahora China) a la unidad modular capaz de reproducir la misma particularidad de referencia.

Pero entonces, podríamos preguntar, ¿qué añade el módulo si su papel es reproducir tal como están las unidades de partida (China, Francia, España... Valencia)?

La respuesta que cabría dar a esta pregunta podría inspirarse en la respuesta que cabe dar a su homóloga algebraica, es decir, a la pregunta: ¿qué ganamos multiplicando las partes o términos a, b, c... por un mismo módulo 1 (ax1=a, bx1=b, cx1=c...)?

Pues es evidente que estos productos algebraicos no son estériles ni tautológicos. De ellos derivamos, por ejemplo, las igualdades: (a/a)=(b/b)=(c/c)=...=1. Por lo tanto, lo que los productos por el módulo nos permiten constatar es la proporcionalidad o analogía de cada término o parte, respecto de sí misma, con las demás.

Mutatis mutandis: el producto de cada Estado, Reino o República, por el Género humano, en tanto nos lleva a una reproducción de cada uno de esos Estados, Reinos o Repúblicas, nos permite también concluir que cada uno de ellos, en su igualdad, es precisamente diferente a las otras, y ha de atenerse en su política comercial a los propios intereses de su política real, y precisamente en la medida en que cada uno de esos Estados, Reinos o Repúblicas se nos presenta como una parte del Género humano.

En cuanto partes definidas del Género humano (China, Alemania, España...), las Potencias se relacionan comunicando e intercambiando entre sí bienes y valores, pero no ya mirando a una metafísica justicia universal del Género humano, unívoca para todos los trabajadores del Mundo, en nombre de los cuales pudieran establecerse los criterios de intercambio, como pretenden los sindicatos humanistas de cada país, sino mirando a las propias economías nacionales. Si una de estas economías se desploma, también se desplomarán sus trabajadores, que quedarán a merced de la beneficencia de las demás economías, siempre marginales e insuficientes. ¿Cuál es la raíz de las dificultades (de la imposibilidad) a las que están sometidos en nuestros días los pueblos africanos (para no referirnos también a los demás pueblos que fueron reducidos a cenizas por el imperialismo capitalista depredador de los siglos XIX y XX) para poder remontar su terrible miseria? Sencillamente, según la teoría modular que venimos exponiendo, a que sus problemas han de ser resueltos en lo fundamental por ellos mismos, y no por el Género humano, aunque este actué a través de la ONU o de las ONGs; porque estas instituciones, que actúan en nombre del Género humano y de los derechos humanos, no pueden hacer otra cosa sino aliviar su agonía, a la vez que encuentran en esta su loable misión humanitaria la fuente de recursos imprescindibles para su propia subsistencia. Pero todas las ONGs del mundo no podrían sacar a flote, mediante distribuciones regulares y constantes de bienes de primera necesidad, a las sociedades subdesarrolladas. Ya lo dijo el Presidente Mao: «Hay que enseñarles a pescar, no darles el pez.»

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en las que la Unión Soviética propició los Frentes de Liberación Nacional, muchas Repúblicas africanas pudieron creer que se ponían en camino para poder «comenzar a pescar» mediante la disciplina revolucionaria, una disciplina que, por dura que fuese, haría posible su salvación política y económica. Derrumbada la Unión Soviética, las potencias capitalistas, que ven con horror la revolución, pretenden poder conseguir que esos pueblos alcancen un mínimo estado de bienestar a través de su homologación con alguna forma de democracia. Y ante esta situación responden las altas autoridades europeas con una propuesta «creadora y generosa»: que la Unión Europea organice un «Plan Marshall para Africa» similar al que Estados Unidos organizó para la Europa destruía tras la Segunda Guerra Mundial. Pero esta propuesta «creadora y generosa» sólo puede merecer el calificativo de cínica o estúpida. De estúpida porque no cabe paralelo alguno entre la Europa de 1945 y el Africa de 2005. La Europa de 1945 tenía las fábricas demolidas, las ciudades destruidas, las vías de comunicación inutilizables; pero tenía intacta, aunque diezmada, su población de trabajadores, de ingenieros, de técnicos, dentro de una sociedad estructurada pese a sus heridas. Pero Africa (Nigeria, Senegal, Liberia, Camerún...) carece de una población de trabajadores, ingenieros o técnicos semejante; la sociedad está aún más cerca de la tribu que de la civilización y la estructuración democrática que se intenta imponer es postiza. Un «plan Marshall» carece de punto de aplicación. Por ello, y dado el nivel al que hay que suponer se encuentran los altos funcionarios europeos, parece necesario pensar que ellos, cuando proyectan un «plan Marshall» para Africa, más que estúpidos son cínicos.

Pues, ¿acaso es posible imponer desde fuera la estructura democrática propia de una sociedad de mercado pletórico a sociedades formadas en tradiciones culturalmente incompatibles con esa estructura? Y si la estructura democrática así impuesta sólo puede ser una ficción, ¿cómo confiar en que el «Género humano», operando a través de la beneficencia emanada de las diferentes naciones, pueda salvar a los pueblos del tercer mundo sin hundir a las propias naciones que hubieran asumido el papel de salvadoras?

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En cualquier caso, la ideología del armonismo no tiene por qué confundirse con una política de laissez faire, como tampoco la ideología del destino humano (que proclaman algunas corrientes del materialismo histórico) podría confundirse con la política gradualista que se escuda en la teoría del eclipse: puesto que el eclipse de Sol está predeterminado por las leyes de la Naturaleza, nada podrá hacerse para evitarlo o para favorecerlo; puesto que la revolución socialista está predeterminada por las leyes de la Historia, nada podrá hacerse para evitarla o favorecerla. Pero la teoría del eclipse da por demostrado que entre las leyes del destino histórico de la humanidad no han de figurar también las leyes del desencadenamiento de la Revolución. La ideología del armonismo no puede dar por supuesto que la armonía universal del Género humano no requiera la intervención constante de las partes activas de este género.

¿Puede decirse que el artículo 242 de la OMC, que reconoce la posibilidad de imponer límites a las exportaciones de cierto tipo de ropa de origen chino, cuando ocurra un aumento en la importación y cause alteración del mercado, contraría al principio del armonismo propio del espíritu de librecambio de buena fe? No, porque los redactores del artículo 242 habrán tenido en cuenta que la armonía del librecambio requiere la imposición de esos límites, en momentos y lugar oportunos. Pero entonces, ya no podrá decirse que es el Género humano quien inspira los criterios de la armonía, sino los Estados capaces de imponerlos en el momento y lugar oportuno, y según los intereses del Estado que los impone.

¿Y puede decirse que la política de la República Popular China se atiene a la ideología del armonismo una vez cumplida la fase del «socialismo cuartelero de la igualdad», durante la época de la Revolución Cultural, y establecida la nueva política del «socialismo de la diferencia» (un país, dos sistemas), según la teoría del «arquitecto en jefe de la China moderna», que creó el camarada Deng Xiaoping a principios de los ochenta?

El maoísmo asumió la concepción del materialismo histórico cuyo determinismo la situaba muy próxima a un armonismo final del Género humano que, lejos de excluir, incluía la dialéctica del conflicto incesante entre las partes de la humanidad dispersas o «alienadas». Pero la teoría de Deng Xiaoping no se presentó, ni se presenta hoy (después de su fallecimiento el 19 de febrero de 1997) como una ruptura con la tradición revolucionaria. Como dijo Jiang Zeming en un discurso pronunciado en 2004, actuar siempre conforme a la teoría de Deng Xiaoping es actuar en función de la construcción del «socialismo con caracteres chinos». Y esto significa «persistir verdaderamente en el marxismo leninismo y el pensamiento de Mao Zedong». Como estableció el XXI Congreso, los contenidos fundamentales de la teoría de Deng Xiaoping como base de la política china del siglo XXI comprenden: persistir en la línea ideológica de buscar la verdad en los hechos y el principio de independencia y autodecisión, la conclusión científica de la etapa primera del socialismo, afirmar que la reforma es una revolución y que la apertura forma parte de las condiciones indispensables para la reforma y la construcción. La relación entre la «estrategia del desarrollo en tres pasos», el enriquecimiento de algunos primeramente y una vida holgada común en la política de un país con dos sistemas « promueve la grandiosa obra de la reunificación de la Patria».

Todo apunta a sospechar que el armonismo que garantiza el futuro del Género humano implica ante todo, según la doctrina oficial de la República Popular China, la política real de ejecución, paso a paso, y según la prueba de los hechos, de la «grandiosa obra de reunificación de la Patria china».

Según se desprende de la versión oficial, la «teoría de Deng Xiaoping» cristalizó (si no se originó) en los primeros meses de 1979, con ocasión de su visita a Estados Unidos. No es fácil determinar las circunstancias que llevaron a la formulación de la nueva teoría. Pero parece imprescindible tener en cuenta (si aceptamos que el principio «buscar la verdad en los hechos» ya estaba actuando en Deng Xiaoping) que este dirigente, que conocía ya de primera mano la Unión Soviética y, desde luego, la evolución de la Revolución cultural de Mao, hubiera quedado impresionado por el elevado nivel de desarrollo que el capitalismo había logrado alcanzar en Estados Unidos en contraste con los resultados del «rígido modelo» del desarrollo soviético, pero también del catastrófico balance económico e industrial de la Revolución cultural.

Sin abandonar los principios políticos del marxismo leninismo maoísmo, el «pequeño timonel» habría visto con evidencia la virtualidad práctica del principio del capitalismo competitivo («ser rico es glorioso», dirá Deng Xiaoping), que implica el reconocimiento de las diferencias sociales como modo de acumular las diferencias de potencial necesarias para la dinámica del desarrollo material. Pero esta evidencia no habría tenido el efecto en Deng Xiaoping de una conversión al sistema capitalista que supusiera un abandono de los principios del comunismo. Su efecto habría sido otro: incorporar el principio del capitalismo al sistema comunista. Incorporación que (diremos por nuestra parte) sólo tendría sentido contando ya con el sistema comunista chino, herencia del maoísmo, y con su disciplina y, por tanto, como una incorporación orientada a la dinamización del «socialismo en un solo país», la Gran Patria China.

¿Implica por tanto la teoría de Deng Xiaoping el abandono de la perspectiva tradicional en los Partidos Comunistas del Género humano, del internacionalismo proletario? Sí y no.

Sí, en tanto que los nuevos planteamientos ya no se harán «desde el Género humano», todavía inexistente como sujeto político, como se hacían, ideológicamente al menos, en la doctrina leninista de la revolución universal («si la Revolución rusa de octubre fracasa en Alemania, en Hungría, &c., la revolución comunista habrá fracasado también»). Los planteamientos revolucionarios se harán no desde el «Género humano», sino «desde la República Popular China», ya bien consolidada. Diríamos: el producto del Genero humano por la República Popular China es la República Popular China. El destino del Género humano pasa por el destino de China. Esto es lo que algunos analistas occidentales perciben como «sustitución del comunismo por el nacionalismo chino» (una Nación en la que los chinos de la etnia Han representan más del 90%).

No, en el sentido de que la nueva y creadora teoría tampoco cerraba su horizonte con una nueva gran muralla china, sino que tenía en cuenta también al género humano realmente existente, es decir, en la forma de los demás hombres de la Tierra organizados en diversas sociedades políticas contrapuestas entre sí. De este modo, el Género humano recuperaba de nuevo su función de módulo que nos devuelve, desde luego, a China, pero a una China que se sabe rodeada por las demás partes del género humano, contempladas sin embargo desde el principio de un armonismo que se sitúa, más que en el origen, en el final.

La cuestión práctica se replanteará entonces como cuestión de las relaciones que el proyecto del futuro de la República Popular China (según la nueva teoría creadora) pueda mantener con el futuro de las demás partes del género humano que envuelven a China, y de las cuales depende también el propio proyecto chino (como desde luego reconocen los dirigentes actuales, Hu Jintao, sobre todo, que se declaran defensores de la teoría de Deng Xiaoping).

Algunas veces, el sentido de esta política parece muy claro, es decir, «coherente» con los principios de la teoría de «un país, dos sistemas». Ese principio no pretende dar un trato de igual a igual «a los mil trescientos millones que practican el socialismo y a los seis millones [por referencia a Hong Kong] que practican el capitalismo». Sin embargo esto no debe hacer pensar que los «dos sistemas» hayan de quedar circunscritos a la situación transitoria de la incorporación de Hong Kong. Los «dos sistemas» tienen un alcance más amplio: al menos sólo reconociéndolo así podemos entender el sentido de muchas políticas chinas. Por ejemplo, proyectos tan heterogéneos como puedan serlo el del llamado «pensamiento de la Triple Representación» (atribuido al anterior presidente, Jiang Zemin, pero asumido por Hu Jintao), o el proyecto de construcción de la gran ciudad junto al río Amarillo, la nueva Zhengzhou.

En efecto, el pensamiento de la Triple Representación encierra la novedad de añadir a la tradición de la doble representación de obreros y campesinos, en el Comité Central del PCH, la representación de los grandes capitalistas millonarios que han surgido en la República Popular China durante las últimas décadas.

Y el proyecto de la nueva Zhengzhou –cuyo responsable arquitectónico, el japonés Kisho Kurokawa, hace girar la ciudad en torno a dos grandes círculos, uno destinado a edificios residenciales, y otro a un distrito financiero– está pensado como ciudad destinada a albergar a una clase adinerada que «disfrutará de una urbe bañada por canales con grandes parques y un lago de 800 hectáreas». El proyecto de la nueva Zhengzhou, que está tutelado por el gobierno central, aunque su iniciativa (se dice) sea de particulares, desmiente la interpretación de la «teoría del pequeño timonel» cuando pretende considerarla circunscrita al periodo coyuntural de transición de Hong Kong, y favorece la interpretación de la teoría de un socialismo de las diferencias. Pero no de las diferencias de potencial inertes (como pueda serlo la relación 5 a 1 entre los niveles de renta arrojados por la historia, que median entre la China de la costa este y la China del oeste o del centro), sino de diferencias de potencial activo entre clases o estratos de nivel de renta elevado (pero conseguida por su propio esfuerzo e inteligencia) y clases o estratos de nivel de renta inferior muy bajo.

¿Podríamos considerar como una mera aplicación de la teoría la política de expansión empresarial china en occidente? El intento más comentado en los últimos meses ha sido el de la compra de Unocal, por parte de la CNOOC, intento del que la compañía china tuvo que desistir ante la «oposición política sin precedentes» de Estados Unidos, que dejó vía libre a la compañía norteamericana Chevron con una oferta inferior (17.500 millones de dólares, frente a los 18.500 millones de dólares de la oferta de la CNOOC).

Sin embargo, el frustrado intento chino podría interpretarse más que desde una perspectiva de «expansión exterior», desde la perspectiva de la acumulación interior de reservas estratégicas de petróleo, orientada a lo que Jiang, en 2005, llama «estrategia del desarrollo integral de China con la dirección del programa de modernización de China» y con el tipo de China que está emergiendo como potencia mundial y, en última instancia, para que China pueda ser un líder responsable del medio ambiente mundial. Lo cierto es que China, desde que en 1993 pasó a ser importador neto de petróleo (en el año 2000, 1'9 mbd, ha llegado en 2004 a alcanzar importaciones brutas de petróleo –crudo y productos petrolíferos– que ascendieron a 3'4 mbd; se prevén 4 mbd para 2005, 7 mbd para 2020, y 11 mbd para 2030).

Ahora bien: los proyectos chinos de importación de petróleo, ¿están concebidos desde la perspectiva del incremento de reservas estratégicas o sencillamente están calculados en función de las necesidades perentorias derivadas de los programas de expansión interna china (presa de las Tres Gargantas –comenzada en 1994, y que pretende acabarse en 2015–, incremento del parque de automóviles, de 20 millones de unidades en 2004 a 130 millones en 2020)?

Lo que sí parece evidente son los planes y programas chinos de consolidación, fortificación y expansión de China como potencia mundial de primer orden: política de desarrollo nuclear, política de desarrollo espacial (el pasado día 11 de este mismo mes se anuncia el lanzamiento de la segunda misión espacial, la nave Shenzhu VI, tripulada por los taikonautas Fei Junlong y Ni Haisheng), política comercial de exportación de bienes fabricados por empresas chinas (y no solo por empresas occidentales deslocalizadas).

Pero nada de esta política de desarrollo y expansión (incluida la política de desarrollo militar) nos autoriza a remover el fantasma del expansionismo chino, del «peligro amarillo», del «imperialismo expansionista chino», a evocar el inminente momento en el que la «coleta del chino aparezca en los Urales» (como decía Ortega, saludando a una tal aparición de la coleta del chino como ocasión para que Europa comience a reflexionar en serio en la necesidad de su unión). En efecto, los grandes problemas demográficos chinos no tienen al parecer mucho que ver con una escasez de territorios o de espacio vital; tienen que ver sobre todo con el control de la natalidad, que pretende detener el imparable crecimiento demográfico, pero que determina la quiebra de una relación equilibrada varones-mujeres, determinando una progresiva escasez de mujeres con el cortejo de consecuencias que esta escasez acarrea (secuestros, prostitución, sida...). La coleta del chino ya ha aparecido, pero en la forma de los turistas o de los productos exportados por las industrias textiles, de aluminio, de electrodomésticos, &c.

Por ello tampoco puede decirse, nos parece, que los planes de China estén orientados a mantener al pueblo chino encerrado en sus murallas y, principalmente, en la muralla de su idioma. La perspectiva del género humano sigue presente; pero en la forma modular de un imperialismo chino sui generis, que no tendrá ya un signo centrífugo (como lo tuvo el imperio soviético, y antes aún el imperio hispánico) sino un signo centrípeto, como lo tuvo ya el imperio romano, hasta Constantino.

Sugerimos la conveniencia de una observación sistemática de la política china como si ella estuviese orientada hacia la consideración, en el conjunto del género humano, de una República Popular China como el «Imperio del centro», el centro de un torbellino global, en torno al cual se verían obligados a girar todos los demás pueblos del mundo (aquellos pueblos que los romanos llamaban «bárbaros»).

La teoría de Deng Xiaoping podría asegurar que ese sinocentrismo, lejos de oponerse al destino armónico reservado a las diferentes partes del género humano, fuese la mejor garantía de la «humanidad» de ese destino. China, en las palabras del presidente Jiang Zemin, que ya hemos citado anteriormente, sería el futuro, «la gran fábrica de la Humanidad»; una fábrica que tendría un sentido principalmente metafórico, puesto que en el mismo discurso Jiang Zeming asignó a los Estados Unidos de Norteamérica el papel de reserva científica y tecnológica del género humano.

Pero, ¿no será condición necesaria, aunque no sea suficiente, la de ser chino para aceptar como evidentes las consecuencias de la teoría del «pequeño timonel»? De otro modo: las teorías armonistas del presente, sean orientales, sean occidentales, ¿son algo más que maniobras ideológicas de las grandes potencias globalizadoras destinadas a transmitir confianza y tranquilidad, en nombre del género humano común, a los conjuntos de hombres afectados por ellas y que no tienen por qué ver clara esa armonía final que sus pretendidos gestores representan?

 

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