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El Catoblepas, número 40, junio 2005
  El Catoblepasnúmero 40 • junio 2005 • página 19
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ETA, problema nuestro

Isabel Sancho García

Después de treinta y siete años de historia, debemos empezar
por ir al grano y recordar con claridad quién es ETA

Expliquemos el título. Después de treinta y siete años de historia de ETA, y a la luz de los recientes acontecimientos (últimas elecciones en el país vasco, la inminente reforma de la Constitución española y esas anunciadas conversaciones gobierno socialista-ETA), creo que, debemos empezar por ir al grano y recordar con claridad quién es ETA, cuál es el fin de esa banda terrorista, y cuáles han sido los medios empleados para conseguirlo, medios sufridos por los españoles muy especialmente los vascos, durante más de un tercio de siglo. Y esto, para que nuestra memoria se conserve nítida y clara entre tanto tanteo, tanta declaración, tanta matización de la declaración, tanta presión ejercida por los medios de comunicación, tanta comunicación entre Gobierno-particulares, tanta disolución y rebaja de los presupuestos con los que tenía que empezar «a dialogar» el Gobierno (palabra ridícula, esta de dialogar, si consideramos en serio la situación, y, sobre todo la entidad de las dos partes que se proponen hablar). Todo esto produce demasiada confusión, zarandea continuamente nuestras convicciones, y produce un baile de datos y sospechas que nos confunde y emborrona el ánimo y el ánima cuando debieran éstos estar prestos para entender y reaccionar. Porque para tomar posiciones, aunque fueran las del mero espectador kantiano, es necesario puntualizar, actualizar la conciencia, no sea que oscilemos en nuestro conocimiento y memoria al compás de una realidad que se refleja diariamente en mil espejos, los espejos de los deseos más variopintos y más interesados. No venga a pasar lo de aquel amigo tan inteligente y nacionalista que llamó a nuestra casa al día siguiente del 11 de Marzo para decirnos que, seguro, no era ETA la autora del atentado porque ETA avisa. ¿Avisa?, dando por sentado que el daño causado hasta aquí por ella el daño potencial que en adelante pudiera hacer, estaba por debajo, era inferior, al que pudiera causar el terrorismo islámico. ¿O se pretendía decir que ETA era menos asesina y más aceptable desde entonces?

Así que si queremos hablar de ETA será mejor, por más eficaz, recordar su razón de ser; la cual podría resumirse como la voluntad de un dominio total (subrayando «total») sobre la sociedad vasca. Lo que significa dominio territorial y dominio sobre las ideas. Para el primero necesita la «autodeterminación», es decir la independencia de España. Y además con la autodeterminación (término confuso donde los haya) pretende darle un bocado al suelo español, que es Navarra. Precisamente Navarra cuna durante siglos de la formación y configuración medieval de España, preparatoria de la primera Nación-Estado de Europa, ya en la Edad Moderna. Lo que quieran los etarras con el país vasco-francés ya lo verán en Francia. Para el dominio ideológico total, ETA necesita tener en sus manos el Gobierno de Euskadi, por supuesto como ellos lo entienden. Que es, según nos han hecho ver y escuchar, hacer cumplir sus «reinvidicaciones», según una estrategia que deriva de «las condiciones objetivas» de la realidad, que, desde luego ellos saben interpretar al pie de la letra. Y que, luego, en buena lógica epigonal marxista les llevará a la dictadura del proletariado al «final del proceso revolucionario». Todo muy moderno.

Mas, para conseguir sus fines, ETA y secuaces sólo han ejercido una práctica, la del terror. Y aquí terror significa terror, es decir: provocar el miedo irracional, obsesivo y paralizante con crímenes absolutamente arbitrarios, perpetrados: bien con el infame y cobarde tiro en la nuca, o bien con bombazos imprevisibles y aterradores donde saltan por los aires cadáveres o partes de cuerpos de los que, si consiguen sobrevivir, quedarán para siempre mutilados; terror, al imponer exacciones económicas bajo amenaza de secuestro o muerte a los que trabajan y ganan sin ser proletarios cosa que paradójicamente tampoco son los exactores; terror, al practicar tortura hasta el ensañamiento (Ortega Lara); o terror, al amedrentar a la población civil mediante destrozos o incendios callejeros, sin olvidar las persecuciones personales e individuales tanto en los lugares de trabajo (periodistas, librerías o profesores de la Universidad) como en casas particulares (Carmen Gurruchaga). Hasta aquí nada que no sepamos.

Pero si saltamos de los hechos a sus consecuencia, no deberíamos olvidar que el daño político derivado del terror, es el aislamiento, el aislamiento terrible de los individuos, que Arendt definió «como ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando se destruye la esfera política de sus vidas; esfera política donde actúan conjuntamente en la prosecución del bien común». Aislamiento que amputa la vida común, quizás la mayor proporción de la vida que vivimos. Porque la esfera política es la esfera pública y podemos preguntarnos si puede perdurar un espacio político cuando la calle esta tomada intermitente y frecuentemente por la «kale borroka»; cuando se agreden, en los pueblos vascos, establecimientos y personas que se oponen a ETA o son de otros partidos (excepto del PNV); cuando en los consejos de los ayuntamientos con actitud desafiante no se condena un asesinato, o peor, se señala como inminente reo de muerte a aquél que les plante cara; o cuando el miedo mismo hace brotar lo peor de uno: suplicar, venirse a hablar con ellos como si nada pasara, para protegerse uno a sí mismo o algún familiar...y cosas así. Ese aislamiento es el que ha producido y produce el terror; otro de sus efectos es la fuga del escenario por no poder soportarlo. Unos 200.000 vascos o sea la décima parte de la población vascuence se han «autodesterrado». Para entender esta cifra: Si consideráramos la misma proporción en España, los expulsados alcanzarían los cuatro millones y medio.

Y todo ello impulsado por la propaganda de una historia pasada totalmente falseada y por una historia mentirosa y deformada impartida en el presente a niños y jóvenes, que no sólo educa en el resentimiento y en el odio, sino en un resentimiento y odio que se apoyan en la mentira, y, por tanto en el vacío ¡Será tremendo el juicio que harán estas generaciones a los responsables de tanta patraña! Porque el juicio vendrá, no nos quepa la menor duda! De los protagonistas, no hace falta teorizar, los hemos visto y oído comportarse en sus juicios de la Audiencia con gestos y euforia de matones de medio pelo, que saben que no les va la vida en ello, y confían en que la cárcel será corta.(Ahí están sus cómplices para lograrlo). Son individuos de una inconsciencia y de una banalidad, que no puede engañar respecto a su capacidad para el mal. Su figura es espeluznante desde el punto de vista moral: hablamos de juicios por asesinato o torturas en la mayoría de los casos.

Y en esta retahíla de terrores y horrores no quiero dejar de nombrar la bajeza moral y la cobardía de la Iglesia separatista vasca (Setién, Uriarte e incluso Blázquez), y del partido nacionalista vasco (Arzalluz, Ibarreche, Eguibar, Atucha, Ímaz, Garaicoechea, y un largo etcétera), las dos instituciones más importantes de esa sociedad, que por el mero hecho de serlo, deberían haber sido siempre ejemplo y apoyo de los todos los ciudadanos vascos. ¿O es que son otra cosa las instituciones políticas o religiosas? Y sin embargo, de tanto callado en palabras y de tanto omitido en acciones que pudieran restablecer la justicia quebrada y aún ensuciada, se han convertido en cómplices sin paliativos de los criminales terroristas de ETA.

Así que explicar por qué es ETA nuestro problema es fácil, todos sabemos lo que hay que saber. Quizás no lo es tanto hacerse cargo de la responsabilidad humanitaria y civil que tenemos como españoles, responsabilidad que es hija de la fraternidad, la piedad y la justicia frente a todos los destrozos espirituales del terrorismo (los más importantes la pérdida de la vida y sus repercusiones en otras vidas –las de los prójimos y próximos a los muertos–), junto a la pérdida de la libertad.

También es fácil dejarse arrastrar por esa pendiente que se desliza infinitesimalmente hacia la opinión de la mayoría la cual protege y anida la nuestra siempre que coincida con ella, porque el desacuerdo hay que pensarlo y padecerlo no sólo y principalmente desde el punto de vista intelectual, sino hoy también desde el punto de vista social.

Aquí, en este punto empieza nuestro problema que es única y exclusivamente un problema moral: el diálogo del gobierno con ETA que no está aislado del problema separatista ni del cambio de la Constitución. El presidente del Gobierno dice que «dialogará con ellos porque los españoles queremos la paz.

Otra vez la paz, en poco tiempo, como señuelo, ante situaciones de máxima dificultad. Esta tesis de la paz necesitaría un estudio aparte para dar un poco de luz y sacar tan importante concepto del río revuelto al que la han llevado. Leeré las palabras que una amiga escribió a otra en los días funestos que se sucedieron al acto terrorista de Atocha de marzo del 2004: «No sé tú pero yo estoy harta de que el siglo XX haya acumulado tanta sangre de gente que no supo defenderse: estoy pensando en los judíos que no reaccionaron a tiempo y tuvieron que cargar con la tragedia inmensa de seis millones de muertos en holocausto; estoy pesando en Munich donde Chamberlain no paró a tiempo a Hitler, y los europeos tuvieron que sufrir una horrorosa y terrible guerra de cinco años y cuarenta millones de muertos; estoy pensando en las purgas de Stalin, y, también en los españoles de uno y otro bando de nuestra guerra civil que inocentemente pensaban que nadie se metería con ellos «porque no habían hecho nada, no tenían crímenes de sangre» –(recordemos el asesinato de Lorca, por ser tan representativo)– muy pronto sus cadáveres llenaban las cunetas de las carreteras de España. Recuerdo, también, el encabezamiento de un libro de Arendt que venía a decir, que en estas situaciones, los hombres no saben que todo es posible. Y añado, cuanto más buenos e inocentes, menos. Pero, los corderos que van ellos mismos al matadero, no pueden ser modelo de ninguna actitud política que salve.

Las conversaciones con ETA constituyen un problema moral, y, precisamente por eso, un problema nuestro. Podríamos dejar hablar a Aristóteles, donde la política no puede ser más que ética y la ética es, si algo, política. Principio ideal este aristotélico, desde luego. Como obvio sería decir, que la historia escogió muy pronto los políticos maquiavélicos»de turno, para los que los medios, especialmente los inmorales, para conseguir sus fines expeditiva y eficazmente con ausencia de cualquier molestia de consideración moral ni de bien común, les parecieron útiles, y sobre todo les posibilitaron la experiencia del poder, incluso su borrachera. Y así nos ha ido. Lo malo no es tanto el fracaso del maquiavelismo en la historia, como su triunfo absoluto en la manera de hacer política. Se ha creído que la política es el teatro donde juegan todas las pasiones del hombre, negativamente, es decir, hobbesianamente; pero siendo eso verdad no es toda la verdad, ni la más importante verdad, aunque lo será el día que se nos convenza de que en el espacio político no quepa un ideal decente, un ideal moral. Y que este ideal moral, esté sustentado por individuos con convicciones dispuestos a ser honestos y a buscar el bien común.

Así que, habla Aristóteles: «La razón por la cual el hombre es más que la abeja o cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza ..no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo de dolor y placer, [y pueden] significársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto, &c., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad».

O sea, que nos expresamos en dos niveles, mediante la voz y mediante la palabra. Con el primero comunicamos si sufrimos o gozamos (placer-dolor) lo que sentimos en la vida de nuestra especie animal (en esto coincidimos con todos los animales). El otro nivel, propio sólo de los hombres, es la palabra. Pero ¿qué expresa la palabra? Expresa a los otros lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto, es decir lo moral; pero, si Aristóteles añade que la comunidad de esta posibilidad de poner en común nuestro sentido moral y su correspondiente discernimiento, constituye la casa y la ciudad, resulta que la palabra humana, es siempre política porque no puede menos de tener que contar con los otros y busca con ellos conocer el bien común. Los que vivimos en la ciudad, somos los que tenemos que hablar sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y dañino, lo bueno y malo. Y esa habla no sólo es siempre política, sino que es la política: el llegar juntos al acuerdo sobre el bien común.

Aceptando el principio aristotélico cabe preguntar: ¿se puede hablar con todos en la ciudad? Y, precisamente es ésta la pregunta ante la que nos han puesto las circunstancias. Cada uno tendrá que contestarla. Pero a poco que lo intentemos, nos podemos encontrar con esta media docena de dudas:

1. Es curioso que sin pestañear se acepte que para el «diálogo Estado-ETA», se pongan las pistolas encima de la mesa. Y, si esto fuera poco, viene Rajoy a decirnos que las pistolas no sólo estarán sobre la mesa, sino debajo de la mesa, pues ¡vaya mesa donde sentarse a hablar! Esta metáfora aceptada por unos y otros da más idea de quién va a dialogar y cómo, que casi todos los argumentos para justificar el diálogo.

2. ETA ha matado, extorsionado, torturado, amedrentado, siempre que ha podido. Y por ello ha sido perseguida por todos los gobiernos españoles sin excepción hasta hoy; incluso, con métodos absolutamente desesperados y criminales, es decir, con sus mismos métodos, por el gobierno González (GAL).

3. Todos los gobiernos españoles –desde la transición– han intentado acabar con esa lacra y esos crímenes etarras hablando con ellos bajo el presupuesto de un toma y daca. Todos los gobiernos se han retirado de las conversaciones porque no podían aceptar el «toma» que exigían los terroristas.

4. Mas, en este punto, el intento repetido durante decenios se reanuda hoy con dos aspectos nuevos: el gobierno español quiere hablar con los etarras con otra hipótesis (implícita y deducida por nosotros de declaraciones y actos cumplidos por miembros del Gobierno, porque él no la ha declarado); la hipótesis sería más o menos esta: el problema de ETA, en el fondo, es el problema de la independencia del país vasco. Es así que, ningún gobierno podría darles lo que piden (ni a ellos ni a Ibarreche ni a Carod Rovira), buscaremos lo más próximo a la independencia, independencia de hecho, (hasta donde ellos quieran), y mataremos dos pájaros de un tiro: independencia de vascos y catalanes y desaparición de ETA. A esta hipótesis de trabajo sólo le queda añadir un vocabulario engañador –que con tanta frecuencia ha empleado todo nacionalismo y, desde luego ETA. Han empleado las palabras en su sentido más pervertido, a saber, inventando términos ambiguos y de doble significado y de difícil comprensión, como tapadera del propio interés, y de la actitud más cobarde diciéndose a ellos mismos: me escondo y escondo lo que pretendo detrás de las palabras. Salgo a la lucha emboscado (recordemos el estéticamente horripilante anagrama de ETA formado de serpiente enroscada y emboscada en martillo y martillazos). Un gran programa. ¿La palabra que falta es «federalismo»?

5. Si nos atenemos a la mera realidad ¿en qué consiste el proyecto del diálogo con ETA? ¿es un abandono de la función del Estado, es decir, de dejar caer la prerrogativa que lo constituye como tal, a saber, hacer frente a sus enemigos con la ley en una mano y en la otra la aplicación de la justicia? Y ¿se puede entender este abandono en el momento de máxima debilidad de ETA?

6. Tampoco se entiende ni se puede admitir, que el gobierno vaya al Congreso a pedir permiso para tener la autoridad del órgano de representación de los españoles pero sin decir qué es o que va a ofrecer a cambio. Este gesto parece, más bien, un descargarse de la responsabilidad en todos los españoles pero sin enseñar las cartas. Porque a pesar de todas las formalidades del Congreso ese permiso no deberíamos darlo sin saber los españoles qué queremos dar a cambio. Este gesto es un gesto cobarde y en cierto sentido limitador de la democracia de los españoles, o sea, se les pide permiso y se les oculta para qué sea el permiso exactamente.

Así las cosas parece que se pretende poner patas arriba a toda la nación empleando todas las fuerzas de la misma en enfrentamientos que hacen mucho daño a la convivencia, dando el dinero de todos los españoles a causas y partidos (que no están dispuestos a colaborar en nuestro bien común) y derramando el cuerno de la abundancia en forma de prebendas para que callen los que ladran y los que disparan. Sabiendo todos que ellos callarán de momento, hasta que regurgiten lo que se les ha dado y quieran más.

Y, por último, a los que piensan que por intentarlo no se pierde nada, puede respondérseles que sí, sí se pierde: se pierde el ejercicio de la función del Estado velar con sus medios por la vida, los bienes, la convivencia, la mejora contínua de ella, también en el aspecto espiritual (que incluye la verdad y el bien y la belleza de su armonía) de todos los españoles. Al renunciar a esto, el Estado se debilita más de lo que pudiera parecer: pierde la ocasión de decir verdad, pierde la posibilidad de restaurar la justicia, y de perseguir a los malhechores. Todo esto ya no se esperará de él. Hasta es incapaz de defender la dignidad que exige la memoria de aquellos que fueron asesinados impunemente y la de sus familias, pero también la de todos los españoles de bien, que queremos estar a su lado porque, al cabo, estamos hermanados con ellos durante siglos de historia y hemos recorrido con ellos este viacrucis que los etarras y el nacionalismo vasco y catalán nos han hecho recorrer juntos. Ellos son hermanos nuestros en la historia y no están solos. Porque como decía Ortega, «la moralidad no se dice, es para hecho. En lugar de decirlo, hagámoslo; organicémonos en línea de agresión contra la inmoralidad, que lleguen a saber los ofendidos y maltrechos que hay una colectividad dispuesta y pertrechada en todo instante para defenderlos». Así sea.

 

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