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El Catoblepas, número 35, enero 2005
  El Catoblepasnúmero 35 • enero 2005 • página 22
Libros

La hora de los nombres de Europa

Sigfrido Samet Letichevsky

En Europa los topónimos no se distribuyen al azar. Forman parte de estructuras que se repiten en lugares distantes y no son, fundamentalmente, consecuencia de migraciones. Son arcaicos (¿neolíticos?) y parecen relacionarse con la demarcación de territorios. Esas sorprendentes repeticiones fueron descubiertas por Alberto Porlan. Quizá sea aún más sorprendente el que nadie las hubiera visto antes

«Los grandes europeos de la historia, Erasmo, Dante, Shakespeare, Montaigne, Cervantes, Goethe y tantos otros, han ido creando una realidad de ideas y ficciones gracias a las cuales Europa tiene un patrimonio cultural que es su mejor aglutinante.» Mario Vargas Llosa*

«Las cajas españolas»

En el cine «Verdi» (de Madrid) están dando esta película que relata la difícil, complicada y riesgosa tarea de salvar, en plena guerra civil, el tesoro artístico español, transportándolo hasta Ginebra. Se desconocían los detalles del hecho y las abnegadas personas que lograron –casi un milagro– que todas las obras fueran y volvieran en perfectas condiciones y sin faltar ninguna. Es la historia del traslado del tesoro más valioso que jamás se haya realizado.

El relato es un documental, y al principio me sorprendió que se hubiera filmado tan completa y secuencialmente. Por supuesto, se trata de una película filmada en la actualidad, imitando los documentales de 1939.

Recién al salir del cine cogí la hoja informativa y me enteré de muchas cosas, entre ellas que la película fue dirigida por Alberto Porlan. El 25 de Mayo de 1999 me encontré con Alberto Porlan, autor de un libro recién publicado: Los nombres de Europa. Ese mismo día (fecha patria argentina) relaté a un cibercafé que reunía a unos 500 argentinos en todo el mundo, el evangelio (la «buena nueva») que acababa de conocer. Copio a continuación el e-mail de entonces, adelantando que no suscitó ningún comentario ni pregunta, cosa que después se repitió en ámbitos aún más amplios:

Los nombres de Europa
Acabo de pasar casi dos horas charlando, café de por medio, con Alberto Porlan. Es novelista, poeta y filólogo. A fines de 1998 publico (Alianza Editorial/Fundación Juanelo Turriano) Los nombres de Europa.
Hasta ahora se creía que los toponímicos se distribuían al azar, que tienen contenido semántico y que las repeticiones se relacionan con migraciones. En 697 paginas, Porlan muestras que hay conjuntos de nombres –estructuras– que se repiten muchísimas veces en toda Europa, que no tienen significado (aunque con el uso hay un proceso de erosión fónica y de semantización). Desarrolló una metodología para identificar estructuras fonéticas y sus variaciones (que probablemente sea muy útil para estudios de genética lingüística). En el libro solo constan hechos (formales) y son analizados formalmente. Porlan tiene hipótesis históricas y causales, cuyo estudio deja para mas adelante.
Un solo ejemplo (de los centenares que figuran en el libro). Elementos geográficos en la desembocadura del río:

EbroTiber
MuntaneMentana
MontredonsMonterotondo
Ermita del AngelS. Angelo
San OnofreSanto Onofrio
GuixoGuido
Mas ReyMaccarese
Mas GorretaMalagrotta
ColomersColonna
BitemVitinia
FreginalsFregene
AldeaArdea
Ermita del CarmeCampo di Carne

Lo sorprendente es que nadie lo haya observado antes. No todos los días aparece una obra de tanto valor (que probablemente tenga consecuencias importantes en lingüística, historia, geografía y psicología).
Sigfrido Samet, 25-5-1999

Seis años después

Alberto Porlan Villaescusa Después de ver la película, llamé por teléfono a Alberto Porlan y, sí, el autor de Los nombres de Europa y el director de Las cajas españolas, son la misma persona. Nació en Madrid en 1947, está casado y tiene dos hijos, es filólogo (discípulo de Rafael Lapesa), escribió novelas y poesía, ensayos y guiones para radio y televisión. Dedicó veinte años a investigar la estructura y la filología de la toponimia española. Seis años después, era un lapso razonable para reunirnos otra vez en el mismo Café de la Glorieta de Bilbao, para evaluar lo sucedido con una obra tan sorprendente a la que dedicó tanto esfuerzo. Me dijo, en resumen, que su obra no tuvo hasta entonces ni la trascendencia ni las consecuencias que yo esperaba, aunque los especialistas que conocieron su contenido, quedaron «perplejos». El objeto de este artículo es intentar explicar por qué sucedió esto, y, más aún, pedir a los filólogos que lean Los Nombres de Europa, lo analicen y lo critiquen.

Pero demos primero un vistazo panorámico al libro. La obra se divide en tres partes (ver el índice completo como Apéndice). En la primera describe lo que observó, su descubrimiento empírico. Ya en el Prólogo nos dice:

«Sobre el mismo asunto, este libro plantea una tesis radical: los topónimos europeos son resultado, en su abrumadora mayoría, de un sistema único y extremadamente arcaico de ordenación territorial del que ya se habría perdido la memoria a comienzos de la historia escrita. Lejos de constituir unidades absolutas, justificadas en origen por razones semánticas vigentes o "descoloridas", los nombres son relativos: se encuentran ligados entre sí como elementos de un conjunto territorial unitario al que se yuxtaponen otros conjuntos organizados interiormente de manera semejante, al modo de las células de una piel.»

Nos dice en página 27:

«Es algo realmente extraordinario, algo para ponerse a meditar: los europeos, que hemos descifrado los jeroglíficos egipcios y la escritura cuneiforme, ignoramos lo que hay implícito en nuestros propios nombres. Y en esto hay pocas excepciones entre bárbaros y civilizados. No es que no podamos explicar qué significa Berlín, Londres, París o Madrid. Es que tampoco los viejos griegos sabían a ciencia cierta el motivo de que Atenas se llamara Atenas ni los romanos conocían el origen del nombre de Roma. Tuvieron que recurrir a mitos para explicarlo.»

Al Oeste de Bourges (Francia) hay una población llamada Saragosse, nombre muy similar a la Zaragoza española. Ahora bien, por Zaragoza pasa el río Ebro; por Saragosse el Yèvre (pág. 32). Se conocían dos naciones de íberos: los occidentales, que ocupaban Iberia, y los orientales, desde el Cáucaso. Lo más curioso es que ambos tenían como pueblos vecinos a los bybracos o berybracos (pág. 34).

«La toponimia europea –dice en pág. 38– ha sido demasiado estudiada desde perspectivas semantistas y migratoristas, pero demasiado poco desde el aspecto estrictamente formal.»

Otro ejemplo, similar al ya visto del Ebro y el Tíber, muestra la semejanza que hay entre los topónimos de los alrededores de Lausanne (cantón suizo de Vaud) y los de Lozana, en Asturias:

Asturias (España)Vaud (Suiza)
LozanaLausanne
LibardónYverdon
SevaresSiviriez
ArnicioArnés
PendásPenthaz
ZardónChardonne
BobiaVevey
ErcinaOrzens
MelendrerasMollendruz
BulnesBaulmes
San RománRomont
CabranesChavornay

Porlan llama concordancia dual a la que tiene lugar entre dos topónimos fijos de múltiples territorios, y atingente a cada uno de los elementos. Cuanto mayor es el número de las atingencias, más desconcertante resulta el pensar que la toponimia es un conjunto por completo asistemático (pág. 48). Y en pág. 74 dice:

«Parece preferible, entonces, renunciar a toda idea de parentesco étnico por migración entre los antiguos pobladores de territorios en los que se reconozcan los mismos nombres, y aplicarse al análisis de las concordancias toponímicas en sí mismas. Enfocando así el asunto, alcanzamos a vislumbrar el hecho de que, más allá de identidades o diferencias culturales, se repiten los mismos nombres o muy semejantes a lo ancho de todo el continente europeo. Y, sobre todo, lo hacen en el seno de un conjunto de relaciones de proximidad que configuran determinadas concordancias estables»:

En el capítulo 4 estudia los límites de la variabilidad, a cuyo modelo dedica la parte II. Las pérdidas labiales las expresa mediante 16 «cuños» que a su vez pueden generar múltiples variantes por oscilación o erosión. Del étimo proceden los cuños, hasta el completamente deslabializado o paraétimo (pág. 226). Y dice que «Esta congruencia entre nombres antiguos y modernos, esta sorprendente continuidad de los topónimos a lo largo del tiempo que se aprecia al aplicar sobre los nombres el modelo de reintegración fonológica que desarrollamos, no puede ser ignorada» (pág. 239).

La parte III está dedicada al Sistema de Ordenación: «El modelo de variabilidad toponímica que se ha propuesto en la segunda parte de esa obra –dice en pág. 451- es la llave para acceder a la comprensión del arcaico sistema de organización territorial que continúa vigente en nuestros mapas actuales. Pero antes conviene proveerse de una nueva herramienta metódica que nos facilitará el reconocimiento de las piezas o elementos que integran el conjunto sistemático, es decir, de sus cuños y órdenes.» Y desarrolla un estilo de representación oral de las estructuras, al que llama demótico.

Muchos creen que en el pasado remoto, Europa estaba recorrida por hordas que la sembraban de fundaciones con sus nombres. «Si en lugar de presuponer que las naciones dan nombre a sus lugares de asentamiento se argumenta que son los lugares los que dan nombre a las naciones, parece como si una nueva y cegadora luz lo iluminase todo.» Acerca de esto dice en el Epílogo: «Es fácil entender que sería muy sencillo tratar de rebatir todo esto denunciando casos de concordancia semejantes a los europeos entre dos o más nombres de Massachusetts, Australia, Cuba o cualquier otra zona de la que nos conste su nombramiento reciente.» (Pido perdón por decir aquí, una vez más, que en Europa las personas reciben nombres de ciudades, mientras que en América, las ciudades reciben nombres de personas.)

Dice luego que «Desde luego, la comprensión completa del sistema está todavía muy lejos. Tan sólo se ha demostrado que ciertos elementos toponímicos se relacionan sistemáticamente de modo correlativo y conclusivo en ámbitos territoriales reducidos, y que tanto esos elementos como su relación existían ya en épocas arcaicas. Pero esto no apunta sino a la existencia de un sistema y quizá a la primera fase de su análisis».

El hito de la Constitución Europea

También dice en el Epílogo:

«En todo, caso con las páginas anteriores creo haber manifestado la evidencia de un patrón toponomástico arcaico asociado a la geografía europea, y, probablemente, a la indoeuropea. Es decir, que los europeos nos movemos sobre un espacio organizado y demarcado por nuestros antecesores hace milenios, y que los nombres que utilizamos para designar a nuestros territorios son, con las modificaciones que se han expuesto, aproximadamente los mismos que los ancestros utilizaron para llevar a cabo sus demarcaciones originales.»

«El mayor interés de este presunto sistema o patrón radica en tres condiciones específicas: su extrema antigüedad, su índole civilizadora y su unidad por lo que respecta al continente europeo. Juntas las tres, revelan la existencia de un sustrato civilizador común para los pobladores de estas tierras, que se alinea junto al ya reconocido sustrato lingüístico común indoeuropeo.»

Estas ideas, como dice Porlan, se oponen al mezquino y engañoso nacionalismo. Creo que esto es muy cierto; sin embargo hay que destacar que aunque después del feudalismo los estados-nación, que dieron lugar al nacionalismo y a las guerras, también fortalecieron a cada país y crearon las condiciones para su futura unificación (así como en su momento los Estados unificaron los señoríos feudales). Las tendencias unitarias subyacentes se reflejan en «La Unión Europea del Káiser», ensayo de Niall Ferguson en ref. 3 (pág. 162). Y la 5ª Conclusión de ref. 4 dice:

«Sin embargo al mismo tiempo, junto al carácter aleatorio del proceso histórico, hay tendencias profundas (¿tal vez los atractores extraños de su movimiento caótico?) que conducen a situaciones análogas, aunque sucedan en circunstancias diferentes (se habría llegado a la Unión Europea con guerra o sin ella España habría desarrollado una economía abierta y un sistema democrático, mucho antes y sin guerra civil, como lo hizo finalmente).»

Y para Stefan Zweig (ref. 5, pág. 106), la idea de la unidad europea, continuando sus cauces históricos, cristaliza completamente con Erasmo de Rotterdam:

«Cierto que ya anteriormente algunos individuos aislados habían intentado una unificación de Europa, los césares romanos, Carlomagno, y más tarde había de hacerlo Napoleón, pero estos autócratas habían procurado reunir a los pueblos y a los Estados con la maza de la violencia; el puño del conquistador había destrozado los imperios más débiles para encadenarlos a los más fuertes. Pero en Erasmo –¡decisiva diferencia!–, Europa aparece como una idea moral como una exigencia espiritual perfectamente limpia de egoísmo; comienza con él aquel postulado de los Estados Unidos de Europa, todavía hoy no realizado, bajo el signo de una cultura y civilización comunes.»

Sigo creyendo en mi pronóstico de 1999: estos seis años han sido un período de latencia, que probablemente termine por obra del impulso espiritual inherente a la Constitución Europea. Los descubrimientos de Porlan ayudarán a fortalecer nuestra identificación con el pasado y el futuro de Europa. Pero sospecho que cuando se intente responder a las preguntas que plantea, (pues todo descubrimiento responde a preguntas, y a su vez plantea nuevas preguntas) surjan novedades importantes en lingüística y en los campos vecinos (Historia, Psicología, Filosofía Política, &c.).

Nos falta decir algunas palabras acerca del por qué del período de latencia.

«La validación de la deriva continental»

A mis doce años, mi madre me contó que, según un sabio alemán llamado Richard Wegener, alguna vez los continentes estuvieron unidos, pero luego se separaron: tienen movimiento. Por eso hay coincidencias, por ejemplo, entre los perfiles occidental de África y oriental de Sudamérica. Después supe que había además muchas otras razones, como la distribución de especies animales y vegetales, y la concordancia de estratos geológicos, que apoyan la teoría de la deriva continental. Sin embargo, esta teoría fue rechazada durante décadas. Jay Gould (ref. 2) nos dice en pág. 182:

«En el transcurso del período de rechazo casi universal, la evidencia directa a favor de la deriva continental –esto es, los datos recogidos de rocas puestas al descubierto en nuestros continentes– era tan buena como la que existe hoy en día. Era rechazada porque nadie había conseguido imaginar un mecanismo físico que permitiera a los continentes desplazarse a través de lo que parecía ser el sólido suelo oceánico. En ausencia de un mecanismo plausible, la idea de la deriva continental fue rechazada como algo absurdo.»

Y en la página siguiente dice:

«En mi opinión esta historia es representativa del progreso científico. Los datos nuevos recolectados por medios antiguos bajo las directrices de teorías antiguas, rara vez llevan a una revisión sustancial del pensamiento. Los hechos no «hablan por sí mismos»; son leídos a la luz de la teoría.» [bastardillas de S.S.]

Y finalmente, en pág. 188:

«Disponemos ahora de una ortodoxia nueva y movilista, considerada tan definitiva e irrefutable como el estaticismo al que reeemplazó. A su luz, los datos clásicos a favor de la deriva han sido exhumados y proclamados prueba definitiva. No obstante, esos datos no representaron papel alguno [bastardillas de S.S.] en la validación de la idea del movimiento de los continentes; la deriva triunfó tan solo cuando se convirtió en la consecuencia necesaria de otra teoría.» [la tectónica de placas.]

Tal vez suceda algo parecido con Los nombres de Europa. Y no por falta de información; la prensa publicó buenos resúmenes de la presentación del libro (por ejemplo, ref. 5). Los especialistas quedan perplejos... y nada más. Porque los «hechos» sólo son importantes en el marco de una teoría que los integre y explique. Y, como dice Porlan, «la comprensión completa del sistema está muy lejos», como sucedía, a pesar de los «hechos», con la deriva continental, hasta que se descubrió la tectónica de placas. ¿Cuál será la tectónica de placas de Los nombres de Europa?

Referencias

(1) Alberto Porlan Villaescusa, Los nombres de Europa, Alianza Editorial / Fundación Juanelo Turriano (1998).

(2) Stephen Jay Gould, Desde Darwin (1997), Hermann Blume Ediciones (1983).

(3) Niall Ferguson (dir.), Historia Virtual, Ed. Picador (1977), Ed. Taurus (1998).

(4) Sigfrido Samet, «Historia Virtual», El Catoblepas, nº 28.

(5) El País, «Cultura», 11 de diciembre de 1998.

(*) La cita de Vargas Llosa es de su artículo «Europa: ¿una bella idea?», El País, 12 de diciembre de 2004.

Índice de Los nombres de Europa, de Alberto Porlan Villaescusa

Prólogo

I. Los nombres concordantes

§1. Generalidades. 1. Enigma e imaginación. 2. El zurrón de las maravillas. 3. Reconocer y evocar. 4. Un minucioso análisis del caos. 5. Discutiendo lo indiscutido.

§2. Las mañas de Proteo. 1. Concordancias desconcertantes. 2. La concordancia dual. 3. Los topónimos cristianizados. 4. La tensión semantizadora. 5. Zahoríes de la diferencia. 6. El nombre del nombrador. a) El nombrador fenicio. b) El nombrador vasco. c) El nombrador ibérico. 7. Renunciando al significado

§3. Tras la primera pista. 1. El ojo de la cerradura. 2. Cigüeñas y palomas. 3. Las variantes deslabializadas.

§4. Los dominios de variación. 1. Los dos grandes campos. a) Oscilación formal. b) Erosión estructural. 2. Límites de variabilidad. a) Límites de la oscilación formal. b) Límites de la erosión estructural. c) Límites de la erosión labial. d) Interacciones.

§5. La concordancia dual en cuatro países. 1. La concordancia dual en Gran Bretaña. 2. La concordancia dual en Alemania. 3. La concordancia dual en Chequia y en Eslovaquia .

Apéndice

II. El modelo de variabilidad

§6. Condiciones teóricas. 1. La vieja melodía. 2. Primeras preguntas. 3. Se ensancha el campo de variabilidad labial. 4. Robles y carvallos. 5. Tortugas, zorras, céspedes, santos... y robles. 6. Fijando ideas.

§7. Enunciados del modelo. 1. Condiciones básicas. 2. Panlabialismo original. Cuños del grupo central. El cuño IX. 3. Las estructuras permanecen. 4. Panlabialismo original. Los cuños centrales y superiores. 5. El paraétimo. 6. Alternativas paraétimas sobre arquetipos frecuentes del cuño XII. 7. El paraétimo como atingente propio de nombres antiguos. 8. Antiguos nombres ibéricos con estructura paraetímica.

§8. La concordancia propia del orden [¡¡¡] en Europa. 1. Una primera prueba: Arelate / Arles. 2. Generalización continental de la concordancia. 3. La excepción del modelo: resistencia labial en segunda posición. 4. Relación entre los órdenes. 5. La concordancia entre nombres no excepcionales.

§9. La correlatividad. El orden primero.

§10. Nombres del más allá. 1. El nombre de los dioses. 2. La espiritualidad territorial. 3. El nombre de los santos.

§11. Un caso de concordancia conclusiva: el orden [¡¡]. 1. Topónimos y dioses. 2. La concordancia en territorio francés. 3. La concordancia en Chequia. 4. Otros aspectos del elemento conclusivo. 5. Otros aspectos del elemento base.

III. El sistema de ordenación.

§12. La transcripción demótica.

§13. La segunda serie correlativa. La serie combinada 1. BAKABAMAZA. 2. BAKAMAZA. 3. KABAMAZA. 4. KAMAZA.

§14. Series y clases de órdenes. Las formas conclusivas del primer orden.

§15. La patria múltiple de los ambrones y el origen de los aborígenes.

§16. Las formas conclusivas de los tres primeros órdenes.

§17. Dos preguntas sobre las series concordantes. 1. Los órdenes posteriores de las series concordantes. 2. Las formas conclusivas de los cuartos órdenes. 3. Un arquetipo arcaico del quinto orden simple. 4. El quinto orden combinado y su atingente conclusivo.

§18. La tercera serie correlativa. La serie compuesta. 1. El primer orden compuesto y su forma conclusiva. 2. El segundo orden compuesto y su forma conclusiva. 3. El tercer orden compuesto y su forma conclusiva. 4. El cuarto orden compuesto y su forma conclusiva.

§19. La serie compuesta como generador toponímico en la edad antigua.

§20. La serie compuesta y los nombres de los pueblos antiguos. a) los mandubios, b) los menapios, c) los ambianos, d) los novantos, e) los dumnonos, f) los nanteses, g) los nantuanos, h) los nemetatos, i) los nemetos y los hermunduros, j) los vernomagos, k) los viromandos, l) los canonatos, m) los caninofatos, n) los camunnos, o) los orgenomescos, p) los trinobantos.

§21. La serie compuesta, y los nombres de los dioses antiguos.

§22. Las series subordinadas. 1. La serie subordinada simple. 2. La serie subordinada combinada. 3. La serie subordinada compuesta.

Epílogo.

 

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