Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 33, noviembre 2004
  El Catoblepasnúmero 33 • noviembre 2004 • página 24
Libros

Nuevo choque:
la amenaza de la inmigración mexicana

Julián Arroyo Pomeda

Sobre el libro de Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, traducción de A. Santos Mosquena,
Paidós, Barcelona 2004, 488 páginas

Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense Al tiempo que leía el último libro del profesor de Harvard, Samuel Huntington, que ya pronosticó el choque entre occidente y el mundo musulmán y los hechos, desgraciadamente, han dado la razón con la destrucción de las Torres Gemelas (¿no hay mal que por bien no venga?), volví a ver la película El Álamo, en la que J. Wayne –ahora director, además de actor– quiso dejar en imágenes para la historia lo que vale la libertad.

Pues bien, hasta el gran conservador, machista, rudo y caballero Wayne, simpático y ya mítico, apunta en uno de los espacios magníficos de la película, poniéndolo en boca de Jim Bowie (representado por el actor R. Widmark), si la cacareada holgazanería de los mexicanos no significará que tienen un sentido de la vida. La conocida narración fílmica presenta al gobernador mexicano Santa Ana defendiendo la integridad del territorio de Texas, como provincia de México, que los bravos tejanos intentan independizar.

Mi evocación de El Álamo se la debo al integrista y neoconservador Pat Buchanam, quien ha escrito estas palabras, saludando el trabajo del profesor de Harvard: «Bienvenido a El Álamo Mr Huntington.» Significativas palabras, desde luego, y bien oportunas. Sólo que esta vez no serán los estadounidenses los que tendrán que morir por la independencia, sino más bien «los morenitos», como denomina a los mexicanos otro famoso actor, ahora gobernador. Qué tremenda exageración la de esta gente que pretende atenazar con el miedo las decisiones de los pueblos y hasta las elecciones democráticas. Qué retorcimiento mental tan degradante. Los pueblos tienen que superar el miedo que ha subyugado siempre a los ciudadanos pacíficos y laboriosos.

Con esta introducción, que se ha extendido demasiado, pretendía mostrar que se trata de un libro polémico y provocador, por excelencia. Sin embargo, tiene el cuño de un maduro profesor de la Universidad de Harvard, que enseña «sobre la identidad nacional estadounidense» (página 15) y, consiguientemente, está muy bien concebido, así como expuesto con una claridad y estilo admirables. Para su investigación histórico-cultural ha contado con lo que denomina el «equipo del libro» (página 16). Datos, documentos, ficheros, material informático, cifras, referencias bibliográficas..., todo le ha sido proporcionado a Huntington, que lo agradece expresamente en las primeras páginas. La maestría está en redactar todo esto de una forma muy literaria y comprensible, nada «académica» (ni siquiera las numerosas notas aparecen al pie de página, sino que se recogen al final para no interrumpir el hilo conductor de lectura).

Un prólogo breve ofrece el guión de la obra, que será seguido luego literalmente. En efecto, trata de plantear primero los elementos de la identidad y aplicarlos después a los Estados Unidos, de establecer el Credo americano, junto con los desafíos a tal identidad, y de dar una respuesta para recuperarla. Sólo si se hace así «América seguirá siendo América» (página 21), escribe Huntington, extendiendo universalmente el contenido del término. Veámoslo con mayor detalle.

La primera parte analiza los elementos de la identidad. Esta es la metodología utilizada: se parte del establecimiento de una premisa definitiva, de la que seguirá la conclusión que previamente se tiene, empleando datos rigurosos y bien documentados. Precisamente esta aportación de datos y argumentaciones constituye la base más firme para verificar la conclusión, sin que se toque la premisa como tal, que se considera verdadera.

La identidad nacional estadounidense (¿Quiénes somos?) se concreta en la fórmula WASP, es decir, blancos, anglosajones y cristiano-protestantes. Este es su genotipo. De tales características nace una cultura común expresada en principios políticos democráticos y en una ética propia del protestantismo norteamericano, que afirma el individualismo, la libertad de religión y opinión y el trabajo («La religión de Estados Unidos ha sido la del trabajo», página 97). Este núcleo cultural es el que ha conformado el Credo americano, es decir, su identidad. En la actualidad, el lugar, la raza y la etnia importan poco, porque Estados Unidos es una sociedad multiétnica y multirracial: «Los diversos Estados Unidos raciales y étnicos pasaron a la historia» (página 34). Lo que queda es el componente cultural y religioso, que, si desapareciera, arrastraría también a la identidad nacional y este es el grave problema: «El Estados Unidos cultural se encuentra sometido a un auténtico asedio» (página 34), que es una «crisis global de la identidad» (página 35). Así termina la segunda parte, que puede sintetizarse en una cita extensa, pero completa: «La erosión de la identidad nacional durante las últimas décadas del siglo XX tuvo cuatro manifestaciones principales: la popularidad tanto de las doctrinas del multiculturalismo y de la diversidad entre ciertos elementos de la élite como de ciertos grupos de interés que elevaron las identidades raciales, étnicas, de género y otras de carácter subnacional por encima de la identidad nacional; la debilidad o la ausencia incluso de factores que habían favorecido anteriormente la asimilación de los inmigrantes, unida a la creciente tendencia de éstos a mantener identidades, lealtades y ciudadanías de carácter dual; el predominio entre los inmigrantes de los hablantes (principalmente, mexicanos) de una única lengua no inglesa (un fenómeno sin precedentes en la historia estadounidense) y las consiguientes tendencias a la hispanización y a la transformación de Estados Unidos en una sociedad bilingüe y bicultural y, por último, la desnacionalización de sectores importantes de la élite estadounidenses y el hueco creciente que se está abriendo entre las convicciones cosmopolitas y transnacionales de dicha élite y los valores altamente racionalistas y patrióticos de la población norteamericana en general» (página 168).

Los desafíos a la identidad se tratan en la tercera parte, en la que se señala un gran movimiento de deconstrucción de Estados Unidos, mediante el desafío a su Credo, al inglés y a la cultura central. Estas batallas «se han convertido en elementos clave del paisaje político estadounidense durante los primeros años del siglo XXI» (página 211). A renglón seguido añade que el resultado depende de si hay o no amenazas externas, en el sentido de que, si aumentan, la deconstrucción se paraliza, mientras que si disminuyen el peligro de la de construcción se incrementará paralelamente.

Huntington es consciente de que el problema más grave no es el de la inmigración en sí, sino el de su integración en la sociedad a la que vienen a vivir los inmigrantes. Él lo denomina «asimilación»: «¿Hasta qué punto seguirán estos inmigrantes, los que vengan a partir de ahora y sus descendientes la senda de los inmigrantes precedentes y se asimilarán con éxito a la sociedad y la cultura norteamericanas, convirtiéndose en estadounidenses comprometidos que renuncian a otras identidades nacionales y se adhieren de pensamiento y obra a los principios del Credo americano?» (página 213). El aumento de la inmigración a países occidentales es un hecho innegable, mientras que la asimilación de los que llegan no cuenta con igual grado de éxito. Parece que los inmigrantes se traen consigo su propia cultura y sus instituciones, lo que puede implicar una importante perturbación.

Sucede lo anterior con la inmigración hispana, especialmente la mexicana, constituyendo así una fortísima amenaza para el núcleo cultural norteamericano: «La inmigración mexicana no tiene precedentes en la historia estadounidense» (página 260). Se caracteriza por los seis factores siguientes: contigüidad, número (ya son más de 35 millones), ilegalidad, concentración regional, persistencia y presencia histórica. No asimilan los mexicanos ni la lengua, ni la educación, ni la ciudadanía, ni la identidad, entre otros elementos. Tienen mayor número de hijos, que siguen proclamando ser latinos, incluso aunque no hablen español. Resulta el colectivo más difícil porque pueden llegar a formar un grupo autónomo al estilo de Miami, cuya hispanización «no tiene precedentes en la historia de las principales ciudades estadounidenses» (página 288). Huntington se pregunta si éste será también el futuro de Los Ángeles y el Suroeste. Si esto sucediera, entonces Estados Unidos se convertiría en un país con «dos lenguas, dos culturas y dos pueblos» (página 297).

Ante tales hechos, ¿qué hacen los intelectuales? He aquí la respuesta del autor: «Abandonan todo compromiso con su nación y sus ciudadanos, y abundan en la superioridad moral de identificarse con la humanidad en su conjunto» (página 312). En esto ve Huntington una traición, citando en este grupo a profesorado universitario como Nussbaum, Gutmann, Sennett, Lipsitz, O'Leary, Craise y Spiro.

La cuarta parte hace una llamada, un tanto dramática, a la recuperación de la identidad, con ocasión de los sucesos del 11 de septiembre, que inician «una nueva era» (página 387), en la que se yerguen firmes dos enemigos reales de Estados Unidos: el Islam militar y el nacionalismo chino. Enarbola aquí Huntington la religión, que es «un antídoto frente a al declive moral» (página 392) y que desde la década de 1990 debe desempeñar «un mayor papel en la vida pública estadounidense» (página 393).

Una matización importante, en cuanto al Islam militante, es que los Estados Unidos no lo ven como enemigo, pero ellos si consideran enemigo a los Estados Unidos. Claro que con lo que está cayendo lo raro sería que lo contemplaran como amigo. Pero las raíces profundas de está visión se encuentran en que «la cultura estadounidenses» se percibe «como la antítesis de la cultura musulmana» (página 410). Si es así, el conflicto está servido y habrá que afrontar los hechos, coherentemente.

¿Qué hacer? Huntington no se inclina a convertir Estados Unidos en una sociedad cosmopolita, ni tampoco imperial. Y con él «una mayoría aplastante del pueblo estadounidense se siente comprometida con una opción alternativa de índole nacional y con el mantenimiento y fortalecimiento de la identidad que lleva ya siglos existiendo. Estados Unidos se convierte en el mundo» (página 416). Aquí se podrá decidir su futuro como nación y, desde luego, «el futuro del mundo» (página 426), concluye, sin ningún rubor. Quedamos enterados.

¿Qué decir de semejante orden mundial que desea establecer un politólogo como Huntington? Carlos Fuentes le califica de «racista enmascarado», y no le falta razón. Me parece que continua con su tesis anterior del choque de las civilizaciones, sólo que ahora el Islam se convierte en los hispano-mejicanos que hablan español. Son dos culturas en conflicto, una válida y la otra no. Una sola es la identidad aceptable y las demás lo serán cuando se asimilen a la primera. En el fondo, no se aceptan las identidades, excepto las afines: es el melting pot norteamericano frente a la vieja Europa que ha renunciado a todo imperio cultural, tratando de convivir sin dominaciones. Por el contrario, el American dream ha sido «creado por una sociedad angloprotestante. Los mexicano-americanos compartirán ese sueño y esa sociedad sólo si sueñan en inglés» (página 297).

La realidad se va imponiendo irrefragablemente, pero las resistencias tampoco cesan. Los inmigrantes seguirán haciéndose presentes donde encuentren trabajo y mejores condiciones de vida, por mucho que les cueste dejar la cultura de su país y sus gentes. Además, reciben los trabajos que rechazan los habitantes del país al que llegan, por ser los peores. Se da la paradoja de que necesitamos de la inmigración, que es productiva, pero no queremos integrarla respetando su identidad singular y la consideramos como el enemigo interior.

Se olvida pronto que los que invadieron un territorio y lo colonizaron destruyeron al mismo tiempo a las tribus que vivían allí, tragándose incluso su territorio y aceptando luego solamente a los afines. A los otros sólo queda salvarlos de sí mismos y de sus subculturas. Definitivamente, como escribe E. Todd, «los Estados Unidos empiezan a ser un problema para el mundo». Menos mal que a Huntington la guerra con Irak le parece una mala idea, según ha declarado, porque aquí la contradicción con sus propias tesis es más que evidente. Habría que reflexionar sobre quién es el que amenaza e invade. Achacarlo al que no tienen ningún poder de dominio parece ridículo. Estados Unidos posee la capacidad para frenar lo que desee, pero al final es la realidad social la que se impone. Abrir la perspectiva intelectual se convierte en una necesidad, y mucho más cuando se trata de intervenir en el orden mundial. Errar aquí el punto de vista puede constituir una gran catástrofe.

 

El Catoblepas
© 2004 nodulo.org