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El Catoblepas, número 30, agosto 2004
  El Catoblepasnúmero 30 • agosto 2004 • página 23
Libros

El multiculturalismo de Ch. Taylor

Adolfo Ignacio Monje Justo

Sobre el libro de Ch. Taylor, El multiculturalismo y la «política del reconocimiento», FCE, México 2001

«Es así como el discurso del reconocimiento se ha vuelto familiar para nosotros en dos niveles: primero, en la esfera íntima, donde comprendemos que la formación de la identidad y del yo tiene lugar en un diálogo sostenido y en pugna con otros significantes. Y luego en la esfera pública, donde la política del reconocimiento igualitario ha llegado a desempeñar un papel cada vez mayor»{1}

A partir de este texto (que hace acopio a lo que pretende ser todo el libro, breve pero denso) pretendemos escudriñar en los recovecos más profundos de las ideas que desarrolla Taylor en este, muy oportuno, ensayo. En él se encuentran mucho de los puntos fuertes que luego irá desarrollando, amplia y sistemáticamente, durante todo el escrito. Aquí ya se vislumbran las dos vertientes, o mejor dicho, los dos tipos de liberalismos que van a ir surgiendo históricamente desde el nacimiento de la modernidad. Son dos tipos de liberalismos indisolubles a un sistema político democrático que los ha acogido en su seno, pero que tiene ciertos problemas, como establece Taylor, para ser asociados. Nuestro propósito, en este breve comentario, será el encontrar una opinión satisfactoria y coherente para establecer una solución a dicho problema.

Muy sintéticamente Taylor ha denominado a estos dos tipos de liberalismos con la etiqueta de política del universalismo y política de la diferencia. Ambos han surgido de los cambios que a partir del siglo XVII se han llevado a cavo por filósofos como Rousseau, Kant, Hegel o Herder. La primera de ellas (la política del universalismo) tiene su raíz y es la radicalización de la política del reconocimiento igualitario que tiene su base teórica en los escritos de Rousseau y Kant. Es indudable que debemos partir de un hecho que no debe ser olvidado por ningún sistema político que se considere democrático, a saber, el hecho de la dignidad intrínseca que todo ser humano posee por el mero hecho de ser persona. El problema, según Taylor, es que este hecho, en apariencia tan cercano a pretensiones trascendentes, ha hecho que adquiera un carácter de elevado absolutismo moral, y por extensión, político, que ha llevado a contraer el peligro de establecerse como un principio ciego a las diferencias personales, sociales y culturales. Esto se produce al intentar insertar a todas las personas, negando así sus identidades, en una masa homogénea que no sea más que el reflejo de una cultura principal, suprema o hegemónica. En este sentido, la discriminación ya se hace evidente hacia ciertos sectores minoritarios.

Esta es la recriminación más importante que se hace desde el punto de vista del segundo tipo de política nombrada, según Taylor, la de la diferencia. Este otro discurso, sin perder nunca de vista el hecho supremo, de la dignidad intrínseca de la persona, se guía mejor por el camino de la intimidad en busca de una identidad que lleve a las personas y las culturas, en general, ha desarrollarse plenamente en sí mismos y por tanto auténticamente. Esto se observa en cualquier sociedad actual que se precie, donde las diferentes partes y por consiguiente las minorías, buscan su lugar (supervivencia lo nombra Taylor) en un todo supuestamente organizado desde una mayoría muy arraigada. Es evidente, como comúnmente se observa, diariamente, en los medios de comunicación, los conflictos y las tensiones se van a convertir en un hecho necesario dentro de las relaciones tan complejas y difíciles de estructurar. Taylor propone el ejemplo de Quevec y los francocanadienses, pero hay otros muchos más evidentes en donde las tensiones son más ostensibles, tal es el caso, preocupante, de la India (donde el mosaico de culturas y etnias es impresionante) o sin ir más lejos lo que ocurre con el problema vasco en España.

La pregunta que nos planteamos tras analizar el planteamiento tan complejo que se hace Taylor: ¿Cómo poder estructurar dentro de unas sociedades multiculturales tan complejas, como las ejemplificadas, estos dos tipos de políticas en las cuales, sin despreciar a los individuos y los pueblos como tal (es decir, sin negar el valor intrínseco que hay en cada uno de ellos), a la vez podamos seguir manteniendo su identidad para que pueda desarrollarse auténticamente sin ser cohibidos desde ninguna instancia suprema o absoluta? Es indudable, como muy bien resalta Taylor, que todo ello comienza, sin ir más lejos, con el diálogo. Se insta, obligatoriamente, a que se produzca un diálogo intercultural, en el cual por todas las partes se tenga bien claro que ninguna de ellas posee, en absoluto, la verdad (moral, religiosa o como se quiera entender). Solo sentando esta base, creemos, podrá comenzar sin restricciones la posibilidad de diálogo por todas las partes en juego. En cualquier caso, cuando una de las partes no respete la opinión de los demás al creerlas falsas o incorrectas y se niegue a escuchar el razonamiento de quien omite tal opinión, el diálogo, a causa de tal integrismo, será nulo. Así debemos partir siempre de un reconocimiento recíproco entre iguales, donde uno no es más que otro, ni tiene la razón sobre los demás. Solo reconociendo el valor intrínseco que una cultura tradicional se ha ganado a lo largo de la historia y no la despreciemos de forma arrogante (por la superioridad que a priori esgrimimos sobre ella) podremos hablar de una sociedad multicultural bien integrada. Y esto, claro está, se hace a través del respeto mutuo. Pero, ¿cómo lograr este respeto?

Es indudable que no todos los individuos, culturas o religiones tienen los mismos valores y fines en la vida y es evidente, igualmente, que dentro de un grupo enraizado constitucionalmente, tal constitución deberá regirse principalmente por esos valores y principios que persigue. Ahora bien, la mayoría de la población que constituye tal grupo estará de acuerdo con tal decisión ya que comparte, tal como ha sido arraigado históricamente en ese grupo, los mencionados valores y fines; pero que ocurre con esas minorías (muy comunes en las sociedades democráticas liberales europeas) que difieren, por muchos motivos, de esos valores ¿están obligados a cumplirlos sin aceptarlos moralmente a causa de su credo o costumbre? La respuesta no deja dudas: no. Tal como propone Taylor, y nosotros compartimos, debemos ratificar una política del respeto igualitario más tolerante. De este modo, cada cultura deberá defender su autonomía, para poder sobrevivir como cultura (en estos términos biológicos{2} lo propone Taylor) dentro siempre de unos límites razonables que se impongan por ambos bandos, esto es, la mayoría y las minorías. Así como muy bien sintetiza Taylor, «la exigencia radica en permitir que las culturas se defienden a sí mismas dentro de unos límites razonables. Pero la otra exigencia que tratamos aquí es que todos reconozcamos el igual valor de las diferentes culturas, que no solo las dejemos sobrevivir, sino que reconozcamos su valor».{3}

¿Cómo conseguir esto? Ya lo hemos dicho, solo a través del diálogo tolerante que permita el ansiado reconocimiento que una minoría necesita para que no desaparezca irremisiblemente y se hunda en el mar intolerante de una mayoría arrogante, ciega y sorda. Eso, sin caer nunca, claro está, en un absurdo relativismo que no se rige, ni mucho menos, por la tolerancia, sino por la indiferencia. De este modo una sociedad que se rija por tal principio, por su ceguera, puede estar tolerando actos que por sí no pueden ser tolerados ya que infligen seriamente (y con ello volvemos a nuestro punto de partida) el principio de dignidad humana. Aquí es donde deben alzarse como muros, y no en otro sentido, los límites de los que habla Taylor en el texto antes comentado.

Notas

{1} Ch. Taylor, El multiculturalismo y la «política del reconocimiento», pág. 59, FCE, México 2001.

{2} Como vemos, al igual que ocurría con Ortega y Gasset o E. Durkhein se van a utilizar para la teoría política, social o cultural constantemente términos con mucha carga simbólica extraídas de la jerga científica como la medicina o la biología prioritariamente.

{3} Ch. Taylor, op. cit., pág. 95.

 

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