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El Catoblepas, número 30, agosto 2004
  El Catoblepasnúmero 30 • agosto 2004 • página 21
Artículos

Iberoamericanismo según Vasconcelos

José Vitelio García Maldonado

Se recuerda La Raza Cósmica de José Vasconcelos Calderón

José Vasconcelos Calderón, La Raza Cósmica En la posibilidad de hurgar la obra escrita de algunos conspicuos mexicanos, encontramos ideas y tesis con las cuales pudiésemos estar de acuerdo o discrepar, pero que de todos modos es interesante conocer, ya que nos mueven a reflexión, tal es el caso de José Vasconcelos{1} y su tesis desarrollada en La Raza Cósmica, publicado por la Agencia Mundial de Librería en Madrid, Barcelona y París 1925, y por Espasa-Calpe Argentina en Buenos Aires 1948 (en la colección Austral).

Posteriormente al descubrimiento de América, Vasconcelos habla de un predominio latino, cuando dice «ni España ni Portugal permitían que a sus dominios se acercase el sajón» ni para guerrear, ni tan siquiera para tomar parte en el comercio. «El predominio latino fue indiscutible en los comienzos. Nadie hubiera sospechado, en los tiempos del laudo papal que dividió el Nuevo Mundo entre Portugal y España, que unos siglos más tarde ya no sería el Nuevo Mundo portugués ni español, sino más bien inglés».

Nadie hubiera imaginado que los humildes colonos establecidos en las riberas de los ríos Hudson y Delaware poco a poco se irían expandiendo, presionando a las naciones que les ayudarían a liberarse del control inglés. Francia y España fueron los primeros países que vieron mermadas sus posesiones en América del Norte. La Louisiana y las Floridas fueron adquiridas en su momento por gestiones diplomáticas. Después tuvieron el campo abierto para lanzarse sobre México, que ya sin ser la Nueva España y sin formar parte del Imperio Colonial español fue presa del expansionismo anglosajón.

Para Vasconcelos, esa pugna de latinidad contra sajonismo, sigue «siendo en nuestra época, pugna de instituciones, de propósitos y de ideales. Crisis de una lucha secular que se inicia con el desastre de la Armada Invencible y se agrava con la derrota de Trafalgar».

Aunque el conflicto comenzó en Europa, éste empezó a desplazarse y se trasladó al nuevo continente en donde tuvo episodios fatales. «Las derrotas de Santiago de Cuba y de Cavite y Manila son ecos distantes pero lógicos de las catástrofes de la Invencible y Trafalgar».

Esto es así, agrega Vasconcelos, porque «en la historia, los siglos suelen ser como días, nada tiene de extraño que no acabemos todavía de salir de la impresión de la derrota. Atravesamos épocas de desaliento, seguimos perdiendo, no sólo en soberanía geográfica, sino también en poderío moral. Lejos de sentirnos unidos frente al desastre, la voluntad se nos dispersa en pequeños y vanos fines. La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos»; además nos conquistan con las pequeñas ventajas del comercio.

«No sólo nos derrotaron en el combate, ideológicamente también nos siguen venciendo». Para Vasconcelos la mayor de las batallas se perdió «el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia, vida desligada de sus hermanos, concertando tratados y recibiendo beneficios falsos, sin atender a los intereses comunes de la raza. Los creadores de nuestro nacionalismo fueron, sin saberlo, los mejores aliados del sajón, nuestro rival en la posesión del continente».

Después de que todas las ventajas estaban de parte de los iberoamericanos en el Nuevo Mundo, ya que España había dominado la América, «la estupidez napoleónica fue causa de que la Louisiana se entregara a los 'ingleses del otro lado del mar', a los yanquis, con lo que se decidió a favor del sajón la suerte del Nuevo Mundo». Napoleón «el genio de la guerra» no miraba más allá de las miserables disputas de fronteras entre los estados europeos, no advirtió que la causa de la latinidad que él pretendió sostener, fracasó el mismo día de la proclamación del Imperio. «La traición de Napoleón a los destinos mundiales de Francia, también hirió de muerte al Imperio español de América en los instantes de su mayor debilidad. La gente de habla inglesa se apoderó de la Louisiana sin combatir y reservó sus pertrechos para la ya fácil conquista de Texas y California».

«Sin Napoleón no existirían los estados Unidos como imperio mundial y la Louisiana todavía francesa, tendría que ser parte de la Confederación Latinoamericana. Trafalgar entonces hubiese quedado burlado». Sin poder tomar como base las riberas del Misisipi, los yanquis no hubieran llegado hasta el Pacífico, tal vez se hubiesen quedado en una especie de Holanda transplantada a la América «y el Nuevo Mundo sería español y francés, Bonaparte lo hizo sajón».

Respecto a nuestras guerras de Independencia, Vasconcelos dice que «nos rebelamos contra el poder político de España y no advertimos que, junto con España, caímos en la dominación económica y moral de la raza que ha sido señora del mundo desde que terminó la grandeza hispana».

Nuestra guerra de emancipación significó una crisis peligrosa «en México, fuera de Francisco Javier Mina, casi nadie pensó en los intereses del continente, el patriotismo vernáculo estuvo enseñando durante un siglo que triunfamos de España gracias al valor indomable de nuestros soldados y casi ni se mencionan las Cortes de Cádiz, ni el levantamiento contra Napoleón que electrizó a la raza, ni las victorias de los pueblos hermanos del continente». Aquí reflexionamos: bien se pudo haber trabajado en las Cortes de Cádiz para organizar una Federación Castellana.

Respecto a los conquistadores hispanos, Vasconcelos afirma que «los españoles fueron al Nuevo Mundo con el brío que les sobraba después del éxito de la Reconquista. Los hombres libres que se llamaron Cortés y Pizarro y Alvarado y Belalcázar no eran césares ni lacayos, sino grandes capitanes que al ímpetu destructivo adunaban el genio creador. En seguida de la victoria trazaban el plano de las nuevas ciudades y redactaban los estatutos de su fundación. Más tarde, a la hora de las agrias disputas con la Metrópoli, sabían devolver injuria por injuria, como lo hizo uno de los Pizarros en un célebre juicio. Todos ellos se sentían los iguales ante el rey, como se sintió el Cid, como se sentían los grandes escritores del siglo de oro, como se sienten en las grandes épocas todos los hombres libres».

Respecto a los latinoamericanos, Vasconcelos expresa su pesar: «En cambio, nosotros los españoles, por la sangre, o por la cultura, a la hora de nuestra emancipación comenzamos por renegar de nuestras tradiciones; rompimos con el pasado y no faltó quien renegara la sangre diciendo que hubiera sido mejor que la conquista de nuestras regiones la hubiesen consumado los ingleses. Palabras de traición que se excusan por el asco que engendra la tiranía, y por la ceguedad que trae la derrota. Pero perder por esta suerte el sentido histórico de una raza equivale a un absurdo, es lo mismo que negar a los padres fuertes y sabios cuando somos nosotros mismos, no ellos, los culpables de la decadencia».

En el escrito de Vasconcelos encontramos una reflexión que nos conduce al iberoamericanismo. «Nosotros no seremos grandes mientras el español de la América no se sienta tan español como los hijos de España. Lo cual no impide que seamos distintos cada vez que sea necesario, pero sin apartarnos de la más alta misión común. Así es menester que procedamos, si hemos de lograr que la cultura ibérica acabe de dar todos sus frutos, si hemos de impedir que en la América triunfe sin oposición la cultura sajona. Inútil es imaginar otras soluciones».

Una última reflexión en esta época de globalización, «el estado actual de la civilización nos impone todavía el patriotismo como una necesidad de defensa de intereses materiales y morales, pero es indispensable que ese patriotismo persiga finalidades vastas y trascendentales».

Otras ideas más podemos encontrar en el ensayo de José Vasconcelos, pero ha sido nuestra intención, por su trascendencia actual, presentar a algún posible lector esta tesis sobre iberoamericanismo.

Nota

{1} José Vasconcelos Calderón (1882-1959). Escritor, filósofo y político mexicano. Rector de la Universidad de México en 1920. Ministro de Educación Pública en 1921-1924. Candidato a la Presidencia de la República. Primer presidente del Instituto Mexicano de Cultura Hispánica.

 

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