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El Catoblepas, número 30, agosto 2004
  El Catoblepasnúmero 30 • agosto 2004 • página 2
Rasguños

«Estamos motivados»

Gustavo Bueno

Un comentario a las declaraciones
del general Sánchez, destacado en Kabul

La democracia de mercado pletórico en la que felizmente vivimos, ha propiciado, si no iniciado, el incremento espectacular de la judicialización de los conflictos públicos y de la psicologización de la vida cotidiana, ya sea privada, ya sea pública.

La judicialización se lleva a efecto a costa de la neutralización de los poderes ejecutivos; la psicologización a costa de la distanciación de los mecanismos causales (económicos, políticos, religiosos...) que pueden estar actuando en cada conducta.

Ambos procesos tienen sin duda conexiones profundas, en las que no vamos a entrar. Pero tienen de común el formalismo. En virtud de este formalismo el testigo de vista que acaba de presenciar el asesinato de un amigo por un terrorista, ya no dirá: «Vi a un terrorista encapuchado asesinar a mi amigo», sino: «Vi a un presunto terrorista encapuchado disparar contra mi amigo.» Lo que de este modo se ha logrado es evacuar los contenidos materiales del proceso, es decir, eliminar todos los mecanismos obvios que intervienen en el escenario del asesinato, manteniendo únicamente la forma jurídica del proceso (es decir, como si el testigo se pusiera en el punto de vista del juez); lo que se logra transformando en variables, mediante el adjetivo «presunto», a los protagonistas del suceso, y encomendando a la policía, y a los jueces, el determinar los verdaderos y no presuntos argumentos.

Este formalismo tiene seguramente algo que ver con la inhibición que sistemáticamente se practica, cada vez más, de los individuos privados respecto de la vida pública, y con la ideología que acompaña a tal inhibición: «En realidad lo verdaderamente importante es el presunto proceso delictivo, el que se haya conculcado el ordenamiento jurídico, rozándose un tipo delictivo bien determinado; el agente concreto de este roce es secundario, porque en cualquier caso la acción de ese agente es accidental, y sólo pasajeramente imputable a él, puesto que su personalidad, en cualquier caso, se mantiene íntegramente intacta, juntamente con sus derechos; de lo que se trata es de reinsertar rápidamente al asesino en el plazo más breve posible.»

Un crimen es importante como delito, y no por el criminal, que pudiera serlo cualquiera. A la manera, podría añadirse, como un presunto enfermo de legionela o de sida es importante por las bacterias o virus que transporta, cuando se supone que la medicina podrá curar al enfermo en el plazo más breve posible, lo que es un modo de decir que no hay enfermos, sino enfermedades. Así, tampoco habrá criminales, sino crímenes.

La judicialización es, en todo caso, un proceso paralelo al de la psicologización de la vida. Si la judicialización representa la «toma de protagonismo», en todo cuanto concierne a los problemas públicos, de los jueces –el «juez» es de hecho, entre los tres poderes, el supremo, el que tiene la última palabra–; la psicologización representa la «toma de protagonismo», en todo cuanto se refiere a los asuntos personales, del psicólogo, que sería quien dice la última palabra, el que tiene la solución última. Un tren descarrila, una casa se incendia: allí acudirá de inmediato el equipo de psicólogos, para «dar cobertura» a las víctimas. Los psicólogos sustituyen aquí a los clérigos, como los jueces a los políticos.

Pero el formalismo psicologista va mucho más allá, y penetra, como ideología, en los mismos agentes responsables de la marcha de las instituciones sociales o políticas, de las instituciones deportivas o de las instituciones militares, por ejemplo. El entrenador de un equipo de fútbol de primera división manifiesta, ante las cámaras, al enfrentarse con los problemas de la preparación del próximo campeonato de liga: «Mis jugadores no están todavía suficientemente motivados.» El general jefe de las tropas que van a la zona de Kabul declara, según recoge la prensa del 19 de agosto de 2004: «Estamos motivados.» No dice: «tenemos motivos, o buenas razones (entre ellas las patrióticas, las económicas, las religiosas) para ir a Afganistán»; o bien: «tenemos motivos, o buenas razones (entre ellas las económicas, es decir razones materiales) para participar en las acciones militares con todas nuestras fuerzas»; o en su caso, para jugar en el campeonato deportivo «dando todo lo mejor de nosotros mismos». No dice el general «tenemos motivos», sino que dice «estamos motivados», que es como decir: «los motivos nos tienen a nosotros.»

Entrenadores de fútbol y generales, jugadores y soldados dirán ante las cámaras de televisión, en el mejor de los casos: «Estamos motivados.» Es decir, asumirán la perspectiva del psicólogo conductista o del etólogo cuando logra haber motivado a la rata para que pulse una palanca. Porque la motivación es una categoría etológica de carácter formal o genérico, a la que se llega mediante la evacuación de los contenidos específicos, es decir, de las causas motoras, o de los motores específicos o motivos (objetos motivos, se decía en la tradición escolástica).

No importa que estos motivos, en las ratas, sean bolas de alimento real o sean bolas de alimento simulado; lo importante es que desencadenen, tras el entrenamiento adecuado, la reacción deseada. No importan tanto, en consecuencia, las causas o razones objetivas (los motores o las razones motoras), las causas o razones reales que son capaces de mover justificadamente a la acción a jugadores o soldados.

Lo que importa es que los jugadores o los soldados estén formalmente motivados tras los entrenamientos correspondientes, cualquiera que sean las causas objetivas, aquellas que precisamente se cuidan muy bien los entrenadores o generales de poner entre paréntesis, porque no hace falta «meterse en berenjenales» acerca de las causas o razones específicas por las que se celebra un campeonato de fútbol o por las que comienza o se entretiene una guerra en Afganistán.

Con el peligro de pasarse ellos mismos, entrenadores y jugadores, generales y soldados, una vez abandonadas las perspectivas deportivas o políticas, al punto de vista propio del psicólogo conductista o del etólogo, es decir, una vez lograda la transformación de los jugadores o de los soldados en una especie de palomas o de ratas de Skinner.

 

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