Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 29, julio 2004
  El Catoblepasnúmero 29 • julio 2004 • página 19
Artículos

Sobre España como nación política
(una aproximación histórico-filosófica)

José Manuel Rodríguez Pardo

Se contrapone una visión histórico-filosófica de España a la visión «gastronómico-sentimental» planteada por Jorge Casesmeiro Roger en el número 27 de El Catoblepas

Las presuntas excelencias culinarias de la «cocina posmoderna» (demasiado frugal y repleta de apariencias falaces para mi gusto) de Ferrán Adrián, junto a una breve consulta al Diccionario de la Real Academia Española, sirven a Jorge Casesmeiro Roger para plantear la pertinencia de una negociación con los máximos representantes del separatismo, caso de los partidos nacionalistas de Vascongadas y Cataluña, cara a su secesión de España. Lo que aquí sigue es una réplica a tales veleidades culinario-políticas, que amenazan con causar una indigestión a quienes no se hallen excesivamente versados en cuestiones políticas, históricas o filosóficas.

Para comenzar tal labor, resulta interesante tomar el concepto «deconstrucción», que utiliza Casesmeiro como hilo conductor de su discurso. Según nos dice la cita de la Real Academia Española, deconstruir consiste en «el desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades. Deconstruir es, por lo tanto, la acción y efecto de deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual. Y el deconstruccionismo, la teoría que sostiene la imposibilidad de fijar el significado de un texto o de cada una de sus partes, debido a que cada lectura implica una nueva interpretación de lo leído. Pero al margen del deconstruccionismo como escuela filosófica (ver Jacobo Derrida), la deconstrucción es, en resumen, un concepto de naturaleza crítica, que define el todo de un sistema en función de la tensión establecida entre sus partes, considerando dicho sistema como algo abierto, equívoco, desdibujado, siempre contradictorio».

En el caso del concepto a deconstruir, «España», habría que ver, antes de señalar cuáles son las partes en las que habría que deshacerlo analíticamente, en qué contexto hay que realizar tal analítica. Si lo que se propone es la metáfora de las claras y yemas de huevo de la tortilla española, más afortunada sería la metafora consistente en deshacer la palabra «España» en sus morfemas, de tal modo que obtuviésemos Esp-aña, o en sus sílabas para obtener Es-pa-ña, o incluso en sus letras, en total cinco distintas: dos vocales, e y a, y tres consonantes, e, p y ñ.

Desde la perspectiva de Saussure (fuente de la que sin duda bebe Derrida para hablar de la famosa «deconstrucción») que distingue significante y significado, atribuyendo al primero la posibilidad de separarse por completo del segundo, «España» no sería más que una palabra arbitraria, y arbitrarios los signos lingüísticos que la componen. Pero tal análisis es sumamente ficticio y evacúa los componentes históricos y políticos que nos proponemos desentrañar. La palabra «España» denota un significado concreto, la realidad de un estado del que ya se hablaba hace más de mil años, así como su gentilicio «español», de origen provenzal. Sumamente significativo resulta que sea en Francia, nuestra enemiga histórica, donde hayan surgido los conceptos para postular nuestra unidad y, finalmente, nuestra disolución.

Por lo tanto, acudiremos a los elementos históricos y políticos para analizar lo que sea España, más concretamente como nación canónica (en el sentido que el materialismo filosófico lo propone en España frente a Europa). Para tal fin habremos de regresar a algún momento histórico concreto. Por ejemplo, si partimos de las posiciones de los actuales constitucionalistas, el regressus culminaría en el estado de las autonomías, del que España surgiría «por consenso» como «nación de naciones». Pero este regressus se torna problemático, pues no explica los orígenes de España como nación política, y sería tan artificioso como constituir España a través del mapa provincial que diseñó Javier de Burgos en 1833, tras la caída del Antiguo Régimen, cuando España ya existía efectivamente.

Igualmente, si tratamos de regresar a los orígenes de España como nación política, tampoco parece adecuado remontarse ni al Big Bang ni a los primeros homínidos (caso del idealismo histórico de Fernando García de Cortázar en la serie televisiva Memoria de España) ni a la Reconquista (por más que ésta sea el origen de España como estado), sino establecer el regressus en época más cercana, en concreto en los Decretos de Nueva Planta establecidos por Felipe V en 1716, que suponen la culminación de la unidad de los diversos reinos peninsulares fraguada ya desde la citada Reconquista. La unidad canónica de España, que se convierte en nación política una vez deshecho el Imperio con la caída del Antiguo Régimen, a partir de 1808, habría que remontarla a esa fecha. Quedarnos en este punto resultará más propio que remontarnos al siglo XVI y pasarnos más de trescientos años buscando «decadencias» donde en rigor no existen ni influyen en la problemática particular de España como nación.

Una vez planteado el hecho de España como nación canónica, surgen los problemas que ponen en peligro su continuidad. Pero, ¿por qué desistir ante los intentos de vascones y catalanes por una independencia que aún no han intentado conquistar en el campo de batalla? Ello equivaldría a falta de firmeza y generosidad, en el sentido espinosiano que considera al estado como un individuo compuesto que ha de perseverar en el ser, durar y sostenerse frente a amenazas que son ajenas a su naturaleza. Realmente es falta de firmeza que el estado ceda ante tan débil amenaza, no defendiendo a los españoles de esas regiones frente una amenaza tan grave contra la integridad territorial, dejando un limbo jurídico en esas regiones; y es falta de generosidad para con los españoles postular una negociación con políticos tan mezquinos y cobardes, y a la postre no deseosos de una independencia que les obligaría a tomar decisiones y asumir riesgos.

Y precisamente es la mezquindad lo que mueven a los secesionistas: buscan la discriminacion del resto de ciudadanos españoles, por ejemplo para que no puedan trabajar en la función pública de tales autonomías sin conocer el catalán o el vasco (o el gallego y el valenciano en otros lugares), aunque eso no evita que catalanes y vascones se sigan entendiendo entre sí con el resto de España, dado que la inmersión lingüística no ha llegado a calar tanto como realmente se dice. Convertir, por lo tanto, sus regiones en feudos medievales con sus fieles servidores, aunque se dé la paradoja de que en la época del Antiguo Régimen, dado el analfabetismo imperante, existieran muchos lugares en la Península en los que no se hablaba español, sino variedades dialectales de lo que hoy se llama catalán (gramático) o gallego (gramático), y ello no evitaba que existiera una fuerte cohesión respecto a España (del mismo modo que los enemigos de lo hispano denominaban a la América española como Hispanoamérica, sin perjuicio de que la mayoría de sus habitantes no hablasen el español).

Una vez postulada la amenaza, se pregunta retóricamente Jorge Casesmeiro: «¿Que hay España? Juguemos ¿Que caminamos juntos? Adelante ¿Que no? Pues hasta luego». Leyéndole, parece como si la soberanía sobre el territorio que hoy llamamos España fuera cuestión de negociación. Juan Bodino decía claramente que la soberanía es innegociable, aunque le desmintamos diciendo que no es absoluta, pues existen muchos estados que se codeterminan y limitan los unos a los otros. Pero de ahí a que se regale como quien regala la paga extraordinaria navideña a los funcionarios, es de una frivolidad por desgracia muy corriente hoy día entre nuestros intelectuales y periodistas impostores.

Igualmente, la frase «todas aquellas regiones que democráticamente manifiesten un deseo mayoritario de emanciparse de España», es una contradicción. Para empezar, la democracia hoy día sólo puede aplicarse a la nación canónica que es España, por lo que serán todos los ciudadanos, o sus representantes legítimos salidos de las urnas, quienes han de decidir sobre semejantes proyectos emancipatorios, por otro lado sostenidos sólo por la clase política en Vasconia y Cataluña, y con el consenso tácito de los habitantes de tales regiones, ya sea en forma de miedo o en forma de desinterés respecto a tales proyectos. La ciudadanía corriente no desea experimentos sino vivir según el statu quo imperante, que no es otro que el de España.

Casesmeiro señala asimismo que «Un modelo federal, por otra parte, sólo funciona cuando existe un profundo sentido nación que cohesiona espiritualmente su estructura; tal es el caso de los Estados Unidos, y en cierto modo el de Alemania». Afirmación que nuevamente establece un análisis no política. Pues si regresamos desde la historia de Estados Unidos y Alemania, comprobaremos que la primera surgió no de la transformación de una sociedad ya conformada morfológicamente durante el Antiguo Régimen, sino de un proceso revolucionario que supuso la emancipación de Inglaterra, con la posterior agregación de territorio hasta la costa pacífica.

El caso de Alemania es similar, sólo que en esta ocasión fue la evolución desde un conglomerado de feudos, el Sacro Imperio, hasta una estructura estatal moderna, la que configuró Alemania. Es decir, que en ambos casos nos encontramos ante unos estados formados por agregación de territorio, nunca por disgregación del mismo. España no puede conformarse como estado federal porque surge históricamente a partir de un reino unitario, el Reino de España; carece de sentido separar lo que está unido para volverlo a unir. Como bien señaló Felipe Giménez criticando las erradas ideas de José María Laso Prieto, federalizar España sería dar el paso hacia su desaparición definitiva, pues históricamente la tesis del federalismo supone romper la propia estructura de España, como se pudo comprobar en las dos repúblicas que en España han sido.

Por último, y respecto a la formación de estados libres asociados con las comunidades autónomas que se secesionen. Ciertamente, un estado libre asociado no dejaría de ser una parte formal administrada por la propia España, al modo como Puerto Rico es administrado por EEUU. Sin embargo, de lo que no tendríamos que preocuparnos, como dice Gustavo Bueno en la primera de sus Diez propuestas para el próximo milenio, es de que Vasconia o Cataluña pudieran independizarse una vez que aborreciesen todos sus habitantes el español y el considerarse españoles: en ese caso, la independencia de iure de gente que no desea ser española, de facto sería ya un hecho consumado. 

 

El Catoblepas
© 2004 nodulo.org