Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 24, febrero 2004
  El Catoblepasnúmero 24 • febrero 2004 • página 22
Libros

El mito de la izquierda
según Ramón Cotarelo indice de la polémica

José Manuel Rodríguez Pardo

Comentario a la reseña de El mito de la izquierda
realizada por Ramón Cotarelo en Revista de Libros

Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003 (marzo, quinta edición: octubre 2003) En el número de Febrero de 2004 de Revista de Libros, a lo largo de las páginas 13 a 15, el profesor de Teoría Política Ramón Cotarelo ha realizado una reseña al libro de Gustavo Bueno El mito de la izquierda (Ediciones B, 2003), titulada de forma ambigua y nada casual «La(s) izquierda(s)». Pasaremos directamente a comentarla en sus párrafos fundamentales, pues todo aquel que lo desee dispone de ella en edición de libre acceso en las páginas de la Fundación Gustavo Bueno, concretamente dentro de la sección dedicada a los comentarios sobre El mito de la izquierda. Comencemos, por lo tanto, con las afirmaciones de Ramón Cotarelo.

«El objeto del vapuleo es ahora la idea de «la izquierda». Cosa, en sí, poco novedosa porque la(s) izquierda(s) suele(n) ser materia de controversia. No pasa año o mes, quizás semana o día, en que alguien no publique algo u organice algún seminario, mesa redonda o jornadas de reflexión sobre la crisis de la(s) izquierda(s), su agónico estado, su lamentable situación, sus perspectivas o falta de ellas, su unión, desunión o perdición. A las izquierdas les ocurre, con bastante lógica, lo mismo que al marxismo que, para ser una doctrina fracasada, ha movido más letra impresa que el Credo de Nicea». [...]«Pero, aunque el tema no sea original, el tratamiento de Bueno sí lo es».
«El mito de la izquierda quiere huir de las tres querencias e inaugurar una cuarta: un tratamiento sistemático, riguroso y científico [...] La obra se sitúa decididamente en el tercer modo, el del enfoque sistemático y académico. El tratamiento del objeto es, en efecto, muy riguroso y extremadamente especulativo. El afán de precisión conceptual de Bueno le lleva a una clasificación tan intrincada, compleja y matizada que recuerda el famoso aparte de Polonio en Hamlet, II, 2, 206, "Though this be madness, yet there is method in 't'". Y, como el agua derramada, los otros enfoques acaban encontrando también algún aliviadero. El 'aquí y ahora' évènementiel de España late a lo largo de toda la obra y, como trataré de sostener más adelante, es el que le insufla su auténtico sentido; y tampoco está ausente la experiencia personal que, a veces, asoma con alguna virulencia.»

Llama la atención que Ramón Cotarelo destaque la escasa novedad sobre el tema de la izquierda, pero más adelante subraye la novedad del enfoque. Y destacamos esto porque tal afirmación contrasta con lo que afirma de semejante enfoque, a saber: que es «muy riguroso y extremadamente especulativo», además de señalar que su clasificación sobre las distintas Ideas de Izquierda es «tan intrincada, compleja y matizada que recuerda el famoso aparte de Polonio en Hamlet, II, 2, 206...». Seguramente Cotarelo se queja de la clasificación de las distintas corrientes e ideas de izquierda porque no es capaz de entenderla. Pero si intentamos reseñar un libro y no comprendemos uno de sus puntos fundamentales, es que no transitamos por buen camino.

De hecho, la intrincación y complejidad es ya una constante en la propia caracterización del material fenoménico, emic, de «las izquierdas», lo que obliga a trazar unas coordenadas etic, esenciales, para su taxonomía. Sin embargo, la tabla que aparece en la página 62 distingue tres criterios: el primero relativo a si la determinación izquierda es accidental o sustancial a una sociedad política (criterio lógico modal), el segundo relativo a si la izquierda puede aplicarse a campos políticos y no políticos (criterio intensional), y el tercero acerca de si es aplicable a todas las sociedades humanas (criterio extensional).

En base a esta tabla pueden extraerse dos postulados que van a funcionar tanto ejercidos como representados en la obra, a saber: en primer lugar, que la Idea de izquierda, en sus distintas modulaciones, puede aplicarse a campos políticos y no políticos, pero la primera será una izquierda definida, es decir, con unos proyectos referidos al estado, mientras que la segunda será una izquierda indefinida, que a veces toma forma política (izquierda extravagante) y a veces ni se molesta en esa precisión (izquierda divagante); en segundo lugar, que la izquierda en su sentido político necesita de plataformas políticas continentales y su aplicación a todo el Género Humano, proyecto que implicaría el concepto de holización (ver págs. 108-151 y 309-310 de El mito de la izquierda) en cuanto reconstitución de la sociedad estamental del Antiguo Régimen en una sociedad de ciudadanos cuyo rango y valía no depende de su extracción social o linaje.

Ciertamente, de la clasificación de teorías de izquierda, no es que obtengamos algo intrincado y complejo: es que obtenemos el punto de vista para poder entender el propio libro. Y si no se entiende esta clasificación, o se repudia sin antes haber propuesto otra taxonomía alternativa, va a resultar casi imposible transitar por esta vía habiendo entendido algo, como va a ser el caso de Ramón Cotarelo.

Después de esta presentación realizada por Ramón Cotarelo, continúa éste criticando lo que es la tesis fundamental del libro, es decir, la pluralidad de las izquierdas y la unidad de la derecha:

«Según avisa el autor ya en el tercer párrafo del libro, la tesis fundamental de éste es que 'mientras cabe reconocer una unidad unívoca, de fondo, a las derechas, en cambio no cabe reconocer una unidad semejante a las izquierdas' (pág. 7). Ese postulado de la unidad unívoca de la derecha no me parece tan claro como se afirma. Si se observa la realidad, se verá que la derecha suele ser una donde también lo es la izquierda (como en Estados Unidos o el Reino Unido), grupos marginales en su sitio, al margen. Donde la izquierda no es unitaria (Francia, Italia, Holanda, &c.), tampoco lo es la derecha. Queda algún caso que es excepción, como el de Alemania, donde, desde la caída del muro, coexisten unas izquierdas diversas con una derecha unitaria. Y aun así, no debe olvidarse que esta situación excepcional se produce desde la caída del muro y que la unidad de la derecha se constituye sobre una alianza de dos partidos, siempre que se quiera situar al Liberal en algún limbo equidistante entre la derecha y la izquierda. Bueno contestará que él no se refiere a los partidos de derechas, sino a la 'idea' de la derecha (emic y etic) que consiste en lo esencial en profesar respeto al principio de 'apropiación'. Apropiación privada, es de suponer. Casi todas las izquierdas (la revolucionaria/radical, la liberal, la socialdemócrata, la comunista actual en los países occidentales y la asiática), sin embargo, sostienen también este principio, aunque estén inclinadas a dar mayor peso que la derecha a alguna forma de apropiación colectiva y/o pública. Que en algo habían de diferenciarse izquierdas y derechas».

Cotarelo aquí vuelve a errar en su comentario del libro, pues no se da cuenta que la pluralidad de partidos de derecha no implica que exista pluralidad de derechas. De hecho, yerra tanto, que no percibe que Gustavo Bueno no identifica sin más a la derecha con la apropiación, sino con la apropiación característica del Antiguo Régimen, en la que sí se muestra la univocidad de la derecha, que permite que sus distintos grupos puedan establecer pactos y solidaridad entre terceros con mucha mayor facilidad que las distintas generaciones de izquierda. Como señala el propio Gustavo Bueno: «Las derechas absolutas están en conflicto mutuo en cuanto 'todas ellas quieren lo mismo'. Si establecen alianzas entre sí no es tanto en virtud de su condición homogénea (en virtud de su condición fraterna, como supuestas herederas de un mismo origen étnico), sino por solidaridad frente a terceros» (El mito de la izquierda, pág. 288).

Asimismo, hemos señalado ejemplos muy significativos de tal unidad de la derecha en otras reseñas, como El mito de la izquierda indefinida y el mito de las derechas, así como en la polémica sobre la república y la guerra civil mantenida en esta revista, donde se ha señalado como piedra de toque de esta afirmación lo acontecido durante la II República y la Guerra Civil españolas: la II República se hunde por las divergencias entre los distintos proyectos de izquierda, y la guerra civil la pierde el Frente Popular precisamente por esa divergencia, mientras que la derecha, representada en el bando franquista, a pesar de estar formada por distintos partidos (monárquicos, carlistas, corporativistas, &c.), mantuvo su unidad con mucha mayor facilidad, logrando así vencer el conflicto. Y es que la derecha invocaba durante la Guerra Civil el Imperio, la etapa más gloriosa de la Historia de España, ligada como sabemos al Antiguo Régimen, por lo que sus propuestas ya tenían unos resultados que las de las distintas generaciones de izquierda no habían podido mostrar. Por lo que «La voluntad de apropiación es, en todos los casos, la misma. Es decir, es una voluntad unívoca, pertenece al mismo género, cualquiera que sea la naturaleza de los objetos apropiados. La multiplicidad de las derechas, incluso cuando entran en conflicto mutuo, no modifica la identidad de sus respectivas voluntades. Ellas conocen, por decirlo así, el principio y el fin de esas voluntades» (El mito de la izquierda, pág. 293).

No obstante, prosigue Cotarelo señalando sus dudas acerca de la pluralidad de las izquierdas:

«Pero lo que importa al autor es ahondar en la distinción entre los diversos 'géneros' (o generaciones) de izquierdas, de los que llega a distinguir hasta seis (seis clases de izquierda 'definida'; la 'indefinida' es otra cosa): la izquierda radical, la liberal, la libertaria, la socialdemócrata, la comunista y la asiática (págs. 165 a 233). De ese modo se opone al mito del carácter unitario de la izquierda, que se le antoja oscurantista y confusionario, además, claro está, de ser un mito, esto es, algo que, aun teniendo un logos, es caprichoso e inventado. Pura fantasía. No obstante, cabe preguntarse si esta distinción es de tanta importancia que se explica sea la 'tesis fundamental' de un libro tan denso. Porque, a veces, da la impresión de que el uso del sustantivo 'izquierda' en singular o plural (además de los empleos partidistas y circunstanciales) obedece a razones retóricas o meramente eufónicas, como cuando la llamada 'cuestión social' se perfilaba como el problema 'del obrero' o el feminismo se refería a los problemas de 'la mujer'. [...] Que el asunto no parezca quitarle el sueño a nadie se prueba con un reciente artículo de Gaspar Llamazares Trigo, para quien la unidad de las izquierdas es tan necesaria, conveniente y natural que, en el mismo escrito aboga por la unidad de 'la izquierda' (en un bloque electoral de IU con el PSOE y otras fuerzas) para derrotar al PP en las próximas elecciones legislativas españolas de marzo de 2004[...]».

Curiosa señalización de Cotarelo: utiliza en este párrafo la distinción emic/etic, citando además su definición como nota al pie, y no se da cuenta que en El mito de la izquierda, cuando se transcriben opiniones de personajes autodenominados «de izquierda», casi del mentado Gaspar Llamazares, se usa la versión emic, es decir, la que ellos postulan fenoménicamente (a veces autoconcebidos como genuinos representantes de la única y verdadera izquierda), y que la definición «las izquierdas», al tratar de reconstruir etic la problemática, ya desde la clasificación de la página 62, está encontrándose con la pluralidad no sólo fenoménica, de diversidad de partidos, sino de Ideas (en su sentido filosófico) de izquierda. Primera consecuencia negativa de no haber comprendido la taxonomía de las distintas concepciones de izquierda. Por otro lado, una segunda consecuencia se muestra al ver que Cotarelo pasa por alto, pues apenas la menciona, una distinción fundamental, como es la existente entre las izquierdas definidas y las indefinidas (explicadas estas en las páginas 236-248 de El mito de la izquierda).

A continuación, Ramón Cotarelo pone en cuestión que la Revolución Francesa deba ser el criterio a utilizar para iniciar el recorrido de la distinción derecha/izquierda:

«Bueno sitúa el origen histórico de la izquierda en la Revolución Francesa, a la que llama repetidamente la 'Gran Revolución'. De haber retrocedido algo más en el tiempo, se hubiera encontrado con la otra revolución, la inglesa del siglo XVII, y a lo mejor hubiera considerado que la división del «New Model Army» (curiosamente, el mismo nombre que dieron los comunistas chinos al Ejército Popular) en una 'derecha' (los puritanos del propio Cromwell y su yerno, Ireton), un 'centro' (los levellers) y una 'izquierda' (los diggers), no carecía de interés; especialmente porque dicha división o fractura se produce en torno a dos cuestiones que son importantes para la(s) izquierda(s): el sufragio universal o condición de ciudadanía y la apropiación privada de la tierra, cuestionada por los diggers de Lilbume, que proponen un régimen comunal. Admitido: mencionar el precedente inglés hubiera difuminado la intención de Bueno, consistente en subrayar el elemento esencial de la Revolución Francesa, lo que confiere a ésta su carácter único, su grandeza y su irradiación sobre los siglos posteriores: la fundación de la 'Nación política'. Y este es, a mi entender, el meollo de la obra. Lo latente».

Sin embargo, el profesor de teoría política parece no darse por enterado, y retoma los defectos de no distinguir las distintas facciones de derecha de la Idea de derecha misma. La revolución inglesa, a efectos de la distinción derecha-izquierda, tiene la misma importancia que pueden tener la independencia portuguesa de España en 1641, la Guerra de Sucesión española de 1700, o la Rebelión de Tupac Amaru en América en 1780: todas ellas buscaban restaurar u ocupar un trono, manteniendo intactas las instituciones del Antiguo Régimen, es decir, el Trono y el Altar. Parece haber olvidado Cotarelo que en 1788, el reverendo Richard (Ricardo) Price, celebró el centenario de la Gloriosa destacando que gracias a ella se habían conservado intactos los principios de lo que se denomina Antiguo Régimen: la familia, la propiedad privada, la religión, &c. Por lo tanto, nada tiene de relevante la revolución inglesa de 1688 respecto a la cuestión de la izquierda política, circunstancia en la que debería haberse explayado Cotarelo para dar credibilidad a su argumentación. Sin embargo, sobre la «cuestión latente» del estado nación o nación política, creemos que Cotarelo, a pesar de su extensa exposición, yerra en lo esencial sobre ella. Ahora veremos por qué.

«Comparado con esta aportación de la Nación política, todo lo demás palidece o se hace irrelevante. Hasta la revolución norteamericana, anterior a la francesa, recibe un trato desdeñoso de Bueno, que no cree que la creación de los Estados Unidos haya supuesto una innovación política importante de las dimensiones de la francesa, sino sólo la aparición de un imperio más en la línea de los que inauguró el de Alejandro. Este menosprecio de los Estados Unidos no es enteramente justo. Haciendo a un lado la cuestión de si éstos se basan o no en un concepto de nación similar al francés, merece la pena resaltar una de las innovaciones político-constitucionales norteamericanas que ha tenido una importancia decisiva en la configuración del mundo posterior, a saber, el control judicial de constitucionalidad de las leyes. Gracias a él, la norteamericana es hoy la constitución escrita en vigor más antigua del mundo y el país que organiza ha tenido más de doscientos años de estabilidad institucional».

Y efectivamente, aquí es donde se ve que los lacónicos comentarios sobre la revolución inglesa de 1688 le dejan al descubierto, pues con la revolución norteamericana sucedió algo similar que con la inglesa: la burguesía ascendente no puso en cuestión la problemática de la apropiación del Antiguo Régimen, cosa que sí sucedió en la francesa. La aristocracia de raza fue sustituida en EEUU por la burguesía de raza y posteriormente vindicadora del darwinismo social y la «supervivencia del más apto» de personajes como Andrés Carnegie o Rockefeller. Así lo manifiesta Gustavo Bueno: «Es evidente, por tanto, que las derechas absolutas han de entrar en conflicto entre sí, incluso cuando los grupos sometidos buscan su emancipación (el caso de Espartaco en Roma, el caso de la emancipación de las colonias inglesas en América en el siglo XVIII) no por ello tienen una orientación de izquierda, sino de derecha; lo que explica la 'paradoja' de que la democracia americana, a raíz de la Declaración de Virginia, tomase una inspiración derechista, la propia de una burguesía incipiente que estaba en competencia con la aristocracia de sangre [...]» (El mito de la izquierda, pág. 288).

De hecho, el concepto de nación política que Gustavo Bueno postula se identifica con la holización (término que por cierto Cotarelo apenas cita una sola vez), la reconstitución de la sociedad política estamental del Antiguo Régimen, en una sociedad de individuos con los mismos derechos. Sólo a partir de entonces se hablará, por analogía, de las distintas naciones políticas. Así, las referencias a la jurisdicción constitucional que realiza Cotarelo, pueden ser muy útiles para los politólogos, para sentirse en su ambiente, pero dudo mucho que aclaren nada: bien sabemos que el control judicial de la constitucionalidad de las leyes no implica que a su vez los jueces dejen de estar subordinados a su nombramiento por la jefatura de gobierno y su sanción por la jefatura del estado.

Prosigue Cotarelo su escrito, creyendo haber hallado más contradicciones en El mito de la izquierda:

«Pero no es la estabilidad o continuidad institucionales lo que importa a Bueno, sino el carácter taxativo de la idea de Nación política, único y verdadero criterio para distinguir lo moderno de lo premoderno o, por utilizar figuras marxistas, la prehistoria de la historia. Lo dice él mismo, ya olvidado de la primera 'tesis fundamental' que anunciaba en la página 7: 'El análisis de la vinculación interna y permanente entre la Izquierda política, originalmente republicana y la Nación política es el objetivo de este libro' (pág. 13l)».

Habría que señalar, en primer lugar, que esa noción de la Nación política como «único y verdadero criterio para distinguir lo moderno de lo premoderno o, por utilizar figuras marxistas, la prehistoria de la historia», es invención propia de Ramón Cotarelo, no apareciendo bajo ninguna forma en El mito de la izquierda. Asimismo, cree Cotarelo haberse topado con una contradicción al señalar que Gustavo Bueno habla de la izquierda política, en lugar de las izquierdas. Sin embargo, Cotarelo no parece haberse percatado de que en El mito de la izquierda se analiza la izquierda como un género plotiniano, evolutivo, que tiene un origen común, pero no es una sola rama. Así, a la izquierda le sucede como a los Heráclidas, que forma un género, pero no por su carácter común, sino por ser del mismo tronco. En este sentido, hay un género denominado izquierda política, pero éste a su vez se subdivide en seis generaciones que pertenecen al mismo tronco de la primera de ellas: la izquierda jacobina.

No obstante, Cotarelo prosigue su reseña y encuentra contradicción nuevamente en la enunciación de la Nación política:

«Esa idea de Nación es nueva y privilegiada. Hasta entonces, las nationes eran concepto eclesiástico (en los concilios) o universitario, que venía a ser parejo, en la organización de los colegios mayores. La holización que agrupa a todos los individuos-átomos que viven en un Estado en una sola entidad 'nacional' es el gran avance revolucionario. Nótese: el Estado (organizado durante la monarquía absoluta) precede a la Nación; no a la inversa. Esa creencia inversa es la que convierte a Mancini de clarividente heraldo de la mentalidad nacional liberal en un potencial fanático del villorrio. Además, constitutivamente, la Nación es republicana y supone el verdadero punto de engarce de todas las izquierdas que se distinguen así de la derecha que era, y siguió siendo, el partido del rey. A riesgo de acabar admitiendo que la política, si es ciencia, lo sea oculta, hay que advertir que esta última distinción (y fuera de la muy problemática de la 'apropiación') no es convincente del todo. ¿Acaso no son «nacionales» en este sentido de Bueno las derechas de hoy? ¿No hablan los gaullistas y liberales franceses de las 'virtudes republicanas'? ¿No se han hecho democráticas las monarquías, por intrincado que ello pueda ser? ¿No son monárquicas, al menos en un sentido 'paulino' muchas izquierdas? Este asunto puede ser colateral, aunque no insignificante, porque es dudoso que el criterio propuesto para distinguir a las izquierdas (o la izquierda) de la derecha sirva a tal menester».

Aquí Cotarelo mezcla dos afirmaciones que no tienen nada que ver: el origen izquierdista de la nación política con sus diferentes versiones, tanto desde el punto de vista de la derecha como de las izquierdas. Sin embargo, suponer que la izquierda se identifica con la nación y la derecha no, equivaldría a pensar que la derecha no evoluciona, aunque dentro de sus propios parámetros de la apropiación, y que sólo se produce evolución en los distintos géneros de izquierda. Es más, no olvidemos que la quinta y sexta generación de izquierda, la comunista y la asiática, se caracterizan por desenvolverse en plataformas continentales, imperiales, por lo que el problema de la Nación política se diluye por completo.

Sin embargo, tanto evoluciona la derecha, que hoy día Gustavo Bueno la considera desaparecida. Detalle este que Cotarelo, curiosamente, no señala en ningún momento. Además, que la génesis de la Nación política tenga que ver con la izquierda, no reduce la Nación a la izquierda, del mismo modo que la génesis de los números digitales está en los dedos de la mano (dígitos), sin que la numeración digital se reduzca a contar con los dedos. Pero prosigamos para seguir mostrando el análisis de Cotarelo.

«Para lo que sí sirve y, al parecer, importa al autor por encima de todo, es para encontrar un hilo de oro que recorra a todas las izquierdas que han ido sucediéndose a lo largo del tiempo: el hilo de oro del Estado-nación que en Bueno ha de entenderse no como la coincidencia material de un Estado como entidad jurídico-política con una nación en sentido territorial/cultural/lingüístico, sino como la sublimación del concepto Estado en la perfección de lo nacional. Porque las seis generaciones citadas de las izquierdas se suceden pero no se anulan unas a otras, sino que coexisten, como casi todos los inventos de la humanidad y en contra de las profecías de los agoreros. La radio iba a acabar con la prensa escrita; la televisión con la radio; Internet con todos ellos. Nada de eso es cierto. Los medios de comunicación conviven unos con otros, más o menos como las izquierdas, que forman un bullicio multicolor en el que, según Bueno, lo que tienen en común es el objeto de sus desvelos, esto es, el Estado-nación. Por razones de espacio no es posible analizar aquí el intrincado razonamiento por el que el autor incluye en el redil izquierdista al anarquismo señalando que su referencia es, asimismo, el Estado-nación. Pero es una hazaña dialéctica.»

Evidentemente, si no se utilizase el criterio del estado, Gustavo Bueno sólo podría analizar las izquierdas indefinidas, pero nunca hablar de las izquierdas definidas. Curioso resulta el subterfugio que utiliza el profesor de teoría política para no analizar detalladamente este apartado de El mito de la izquierda: lo denomina hazaña dialéctica, algo para lo que él mismo no parece, vista su reseña desde el comienzo, excesivamente dotado.

«Nada tiene, pues, de extraño que, llevado de su admiración por el legado de la Nación liberal francesa, Bueno haga suyas las palabras de Mehring: 'La suprema meta de la emancipación proletaria pasa, como condición ineludible, por la formación de grandes estados nacionales' y remacha el autor, completando el cuadro con el objeto de su interés, que es el latente y esencial del libro, a saber, la Nación española indiscutible: 'de ahí el desinterés de Marx y Engels por lo que consideraban 'pueblos sin historia' (entre ellos, el vasco)' (pág. 206). Esta afirmación que, con sus considerables vuelos filosóficos, trata de probar que la izquierda para serlo ha de ser verdaderamente nacional (frente a las acusaciones, como las de César Alonso de los Ríos, de que se ha hecho culpable de lesa patria), se da de bruces con una realidad histórica para la que los nacionalismos son todos iguales: los de los demás entre sí y con el de uno mismo, y el de uno mismo con el de los demás, nos guste o no. Como buena prueba, un parrafito que se publica en un periódico vasco independentista en el día en que escribo esta recensión: 'Cuando hablan del estado-nación como una teoría política fruto de un determinado período histórico, no lo hacen más que para tratar de santificar la historia de la caverna humana, la de su caverna, donde se mata todo lo diferente, vasco, bretón o amerindio. Homosexual, verde o biodiverso, antes y después de la revolución francesa'. Me pregunto qué actitud se adopta frente a quien así piensa: ¿ilegalizarlo? ¿Impedirle hablar? ¿Obligarle a hacerlo en un sentido y en una lengua que quizá no sea la suya? ¿Encarcelarlo? ¿Ejecutarlo?».

Aquí Ramón Cotarelo, desde posturas esencialmente relativistas que caracterizan a la socialdemocracia nacional, siente especial conmiseración hacia el nacionalismo fraccionario y étnico. Demostración de que Cotarelo no entiende el concepto de nación política, y menos aún el de holización. Cotarelo se muestra aquí afín a los tópicos de la Transición y de los padres de la Constitución de 1978, responsables de que hoy día existan varias comunidades en España con distinto derecho civil y de reducir al resto de españoles (castellanos, andaluces, &c.) a la condición de ciudadanos de segunda, situación opuesta por completo a la holización analizada en El mito de la izquierda. Ahora podemos ver que Ramón Cotarelo no ha entendido nada en absoluto de este libro que reseña, El mito de la izquierda. Pero la reseña prosigue.

«Y aquí viene a cuento de nuevo el asunto de las lenguas que antes quedó pendiente. El desprecio de Bueno por las lenguas vernáculas y el intento de los nacionalistas de ampararlas a través de Estados independientes y propios (sea esto mejor o peor visto) frisa en la falta de respeto por los derechos de las personas. Parece creer que no hay más derechos que... los de los ciudadanos, no de los individuos. Y ello le lleva a utilizar incluso un lenguaje más propio de una arenga que de un discurso reposado. El alemán de Goethe es el idioma que 'todos los alemanes hablan con orgullo y como garantía de la justicia de sus tribunales' (pág. 147). Respecto a la justicia de los tribunales tengo mis dudas; no, sin embargo, respecto a eso de que las gentes hablen 'con orgullo' su lengua materna».

No parece ser excesivamente conocedor Cotarelo de la situación de Alemania o Francia, países en los que existe una pluralidad de lenguas, pero ninguna de ellas, salvo el francés y el alemán, es reconocida como cooficial. De haber leído libro tan interesante como el de Santiago González Varas, España no es diferente, publicado en Tecnos, Madrid 2002, y reseñado por Daniel Muñoz Crespo en el número 8 de El Catoblepas, donde se señalan estos y otros detalles, su opinión sería bien distinta. Aun así, parece olvidar Cotarelo que la lengua materna de los españoles es el español, producto necesario para que España haya llegado a donde se encuentra. Además, esa unificación lingüística, sufrida en primer lugar en Francia, es parte del proceso de holización. Proceso al que no fueron ajenas las repúblicas iberoamericanas, y consecuencia inmediata de que hoy día 400 millones de personas utilicen el español como su lengua materna.

Asimismo señala, ya casi en el final de la reseña, ciertas afirmaciones emparentadas con el marxismo que le sorprenden:

«El marxismo, por ejemplo, implícito siempre, si no me engaño, le hace decir cosas sorprendentes. Hablando de la Revolución Francesa, afirma que desmontó el orden feudal, pero 'dio paso a un orden social y económico todavía más injusto y cruel, el orden burgués, el de la explotación capitalista sin límites, el orden que Marx analizó en su inmensa obra' (pág. 149). ¿Más injusto y cruel el capitalismo que la servidumbre de la gleba, los diezmos, los pechos, las alcabalas, los señoríos jurisdiccionales, las lettres du cachet, las penas infamantes, la tortura, la arbitrariedad o el pillaje, por no hablar de las ejecuciones sin juicio y en masa o de los autos de fe? Quizá se trate de un tropo pero, en tal caso, hay que ver qué figura se emplea en una afirmación una página después, cuando se dice que, 'el proletariado habría podido organizarse y su vanguardia pudo poner más tarde los cimientos, en la Revolución soviética, de una sociedad verdaderamente justa' (pág. 150). Es posible que el condicional esté empleado al modo francés, pero el indefinido que atribuye a la revolución soviética el haber puesto los cimientos de una sociedad 'verdaderamente justa' deja atónito al lector a más de diez años de la caída de la Unión Soviética, cuando ya se saben muchas cosas que antes quizá se ignoraran desde las fosas de Katyn al archipiélago Gulag».

Sorprende que Cotarelo, autoproclamado marxista en muchas ocasiones, no haya leído El Capital, o que desfigure las sentencias de Gustavo Bueno (como en el caso de las palabras acerca de la URSS, que cualquier lector podrá comprobar en la misma página de El mito de la izquierda que son más una transcripción emic de lo que en aquella época se pensaba, que una tesis del propio autor). Respecto a la tesis marxista sobre la abolición de la esclavitud, no debemos olvidar que con el esclavismo también se abolieron los gremios, institución del Antiguo Régimen que daba protección a los trabajadores, una de las causas del debate acerca de la «cuestión social» mentada por Cotarelo anteriormente.

Además, no debemos olvidar que la esclavitud, y no sólo la servidumbre, fue ejecutada con mayor ahínco por las potencias del naciente capitalismo (Holanda, Inglaterra, Francia, que han dejado auténticos monumentos a la esclavitud como Surinam, diversos países africanos, la Martinica o Haití, el país más pobre de América, de los que hoy día se habla tanto), y que si accedieron a liberar sus esclavos no fue por humanitarismo, sino por librarse de la carga de su mantenimiento, y que los esclavos mismos, convertidos en consumidores y trabajadores asalariados, vendiesen su fuerza de trabajo individual. Como señala acertadamente Carlos Marx: «Su salario [el del obrero] se realiza en medios de consumo, se gasta en renta y, tomando a la clase obrera en su conjunto, se vuelve a gastar constantemente como renta» (Carlos Marx, El Capital, Tomo II, Libro II, ed. de Akal, Madrid 1977, pág. 129).

Siguiendo el razonamiento de Marx, la diferencia entre la esclavitud clásica y la esclavitud asalariada existente en el capitalismo clásico, se encuentra en las diferentes consideraciones que recibe la mercancía, es decir, la fuerza de trabajo individual. En una, la mercancía se vende de una vez y pasa a estar a disposición de su amo; en la otra, el trabajador se tiene que vender cada día para poder subsistir: «El hecho de que un hombre se vea constantemente obligado a vender a otro su fuerza de trabajo, es decir, a venderse a sí mismo, demuestra, según estos economistas, que es un capitalista, porque constantemente tiene «mercancía» (a sí mismo) que vender. En este sentido, también el esclavo es un capitalista, aunque un tercero lo vende de una vez para siempre como mercancía; pues la índole de esta mercancía –del esclavo de trabajo– conlleva que su comprador no sólo lo haga trabajar de nuevo cada día, sino además que le suministra los medios de subsistencia gracias a los cuales puede trabajar siempre de nuevo» (Carlos Marx, El Capital, Tomo II, Libro II, ed. de Akal, Madrid 1977, pág. 128).

Por lo demás, sólo alguien carente de la más mínima perspectiva histórica y social colocaría en un mismo plano instituciones tan diversas como la servidumbre de la gleba, los diezmos, los pechos, las alcabalas, los señoríos jurisdiccionales, las lettres du cachet, las penas infamantes o los autos de fe.

Respecto a las escasas y espúreas líneas dedicadas a Unificación Comunista de España o a la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas que les dedica al final, sorprende su fijación en ellas, y que con ellas Cotarelo pretenda finiquitar el libro, dejando de lado lo más importante de éste (la clasificación de las distintas Ideas de izquierda, la holización, &c.) y recreándose en detalles tan poco significativos respecto a su estructura fundamental. Cosas de disponer de un intelecto tan poco dotado para estas lides, suponemos.

Bromas aparte, Ramón Cotarelo no señala un detalle muy importante del libro, a saber: que Gustavo Bueno no da por cerrada la cuestión de la izquierda, sino que supone que, desde una plataforma continental, imperial, aún puede existir una séptima generación de la izquierda, precisamente la tesis más discutible de la obra, por estar enunciada sin un referente positivo (salvo que consideremos al materialismo filosófico como una doctrina profética). Y eso por no señalar el olvido casi total e intencionado que realiza Ramón Cotarelo de la sexta generación de la izquierda, la maoísta, que sigue operando de forma efectiva en el presente. Quizás la que esté operando efectivamente en su reseña sea la cuarta generación, la socialdemócrata, que siempre se oponía a una derecha concreta, y que al ver lo que Bueno señala sobre ella, se ha sentido desencantado. A saber: que la generación séptima de izquierda no se reconstituirá en los lugares en los que hubo distinción derecha/izquierda (distinción pequeñoburguesa a decir de Lenin), sino en los lugares donde tal distinción no existió. Es decir, que América y Asia, contando sus diferencias culturales y políticas, son perfecto caldo de cultivo para que una séptima generación de la izquierda las aproveche como plataformas. Así, obviando todos estos detalles, Ramón Cotarelo culmina su reseña de la siguiente manera:

«En resumen, un libro de sumo interés, escrito con elegancia, claridad y mucha vehemencia. Un libro que sacude, zahiere, critica, reprocha y cuestiona todo cuanto toca y frente al que es muy difícil, por no decir imposible, mantener una actitud de desapasionado distanciamiento. Un libro, por último, en el que la función manifiesta no resulta patente, pero la latente sí resulta manifiesta».

Efectivamente, El mito de la izquierda sacude, zahiere y es imposible mantenerse al margen de él. Tanto es así que un politólogo como Ramón Cotarelo, a pesar de su manifiesta incapacidad para entenderlo, ha tenido que salir a la palestra para intentar reivindicar esta temática política como «de su propiedad». El fracaso de su intento salta a la vista.

 

El Catoblepas
© 2004 nodulo.org