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El Catoblepas, número 23, enero 2004
  El Catoblepasnúmero 23 • enero 2004 • página 23
Libros

¿Es posible una escuela sin exclusión
y con calidad para todos?

Julián Arroyo Pomeda

Sobre el libro de José M. Esteve, La tercera revolución educativa. La educación
en la sociedad del conocimiento,
Paidós, Barcelona 2003, 262 páginas

José M. Esteve, La tercera revolución educativa Este trabajo proporciona una perspectiva de largo alcance sobre el mundo de la educación en una línea abierta y positiva. Esta es la primera sorpresa en el contexto de fracaso, situaciones violentas, presiones y abandono general por donde dicen que circulan los centros docentes, vistos desde dentro. Afortunadamente, Esteve presenta su panorámica con datos suficientes y objetivos, que, sin embargo, seguirán sin convencer a los empeñados en dar una imagen desastrosa o insuficiente de nuestra situación docente. Sin ir más lejos, el autor presentó de modo sintético el contenido de este libro en la XVIII Semana Monográfica de la Educación de la Fundación Santillana, celebrada en Madrid el pasado mes de noviembre, y el puntilloso coordinador general del encuentro le acusó de retórico, contraponiendo a la exposición la idea del malestar docente del mismo Esteve para atarle así en su propia cuerda. Tal malestar es una realidad que ensombrece y desmiente el éxito de los sistemas educativos, continuaba Pérez Díaz. Lo curioso del caso es que Esteve acababa de explicar en qué consistía la crisis, lo que no evitó que la polémica estuviese servida.

Esteve parte de la situación en que nos encontramos: una sensación de profunda crisis, de desastre general y de desconcierto del profesorado. Para analizarla es necesario estudiar los contextos históricos, que el autor concreta en el contexto macro, el político y administrativo y el de la práctica. Su metodología es acudir a los indicadores estadísticos y a las informaciones de la prensa internacional. Su tesis es que «los espectaculares avances de nuestro sistema educativo han planteado problemas nuevos que no hemos sido capaces de asimilar, probablemente por la falta de una visión de conjunto de los avances y de los nuevos retos que ha supuesto ese profundo proceso de cambio que he llamado tercera revolución educativa» (página 17).

El cambio ha comenzado, pero avanza espectacularmente, mientras que nuestros aprendizajes siguen siendo medievalistas, sin tomar conciencia de que nos encontramos en una tercera revolución educativa. Esto explica la valoración de Esteve: «Colectivamente, los cuerpos de profesores obtienen éxitos sin precedentes; individualmente, los profesores llevan el peso de unas reformas mal diseñadas por la falta de una visión de conjunto y de unas previsiones mínimas sobre los nuevos problemas emergentes» (página 25). Por todo ello, es necesario hacer un debate sobre los sistemas educativos y los retos que presenta el futuro.

El libro tiene dos partes internamente unidas, pero con posibilidad de diferenciarse. La primera incluye cuatro capítulos. Parte de las revoluciones silenciosas, ante las que ya nada podrá seguir siendo igual, y continúa con la descripción de las revoluciones educativas. En la primera, el aprendizaje estaba reservado a minorías privilegiadas. Es en el siglo XVIII cuando llega la segunda revolución en la que el Estado se responsabiliza de la educación, aunque sigue siendo para elites. Hasta los años 60, en nuestro caso, los alumnos con dificultades eran excluidos del aprendizaje. El autor pone rotundos ejemplos de esta fortísima selección, en los que puede comprobarse que en una media de tres años de estudio eran expulsados del sistema algo más del 50% de los que habían comenzado. (naturalmente de los poco y ciertamente privilegiados que podían empezar). La tercera revolución educativa trabaja en la extensión de la educación primaria a toda la población y convierte en obligatoria la Secundaria, hasta los dieciséis o dieciocho años, sin exclusiones. Constituye un éxito sin precedentes, según Esteve, «concentrar en treinta años avances que en otras épocas eran cuestión de siglos» (página 75). Naturalmente, esto implica dificultades importantes y reales. Sin embargo, los problemas han sido generados por causa del crecimiento y el éxito, precisamente.

Ha cambiado el entorno social y seguimos empeñados en ofrecer un sistema de enseñanza selectiva con absoluta falta de perspectiva, porque esto ha terminado, aunque nos desconcierte. Esta reacción de desconcierto del profesorado era el efecto espectacular presentado en su obra de 1987, El malestar docente, pero queda estudiar las causas de semejante situación, su fondo, «que la capacidad de cambio de todos nuestros sistemas educativos es menor que la del entorno social» (página 110). No sirven, pues, las soluciones del pasado, hay que analizar las demandas del nuevo contexto. Esto se hace en la segunda parte, que trata de los modelos educativos, las exigencias de nuevas situaciones sociales y los retos del futuro.

Respecto a los modelos educativos contemporáneos, Esteve los reduce a cuatro: el modelo molde, el modelo enseñanza, el de libre desarrollo y el de iniciación. Al autor sólo le parece valioso este último modelo, según el cual «los educadores tenemos el deber de iniciar a los alumnos en aquellos valores, actitudes y conocimientos que hemos descubierto como valiosos» (página 143). Este modelo prioriza la educación (ésta es el fin) sobre la enseñanza (el medio). Sin embargo, armoniza bien los dos polos, ya que los contenidos transmitidos implican valores y los valores no pueden quedar en el vacío, sin contenidos. Por eso propone Esteve «recuperar el equilibrio» (página 150).

Las nuevas situaciones sociales se traducen en el aula en un aumento considerable de responsabilidades del profesorado. Esto no sólo es agobiante y estresante, sino que conduce sencillamente a una situación de impotencia por parte de gran número de profesores. La valoración que hace de ellos la sociedad seguramente se deduce de la cantidad de exigencias que les demanda. Y eso lleva, a veces, al abandono o a la petición de jubilación anticipada, por confesar la imposibilidad de atender a alumnos tan heterogéneos, con diferentes niveles de conocimientos y diversidad cultural y lingüística, además de tener que resolver el aumento de la violencia en las aulas y otras situaciones en extremo complicadas. Además de los contenidos de las materias, «los profesores han comenzado a preocuparse por la integración social, por el desarrollo de valores, por la formación de hombres y mujeres capaces de afrontar con autonomía su propia vida» (página 205).

En cuanto a los retos del futuro se proponen vías de intervención prioritarias. La primera es la formación de los profesores, de quienes depende la calidad de la enseñanza. ¿Formación en el dominio de materias específicas? La formación científica es imprescindible, naturalmente, pero no lo es todo. Hace falta mucho más. Hay que atender a la conformación de la identidad profesional, a convertir al profesor en interlocutor entre el aprendizaje y sus alumnos, al dominio de la disciplina, a saber adaptar los contenidos a los estudiantes que los tienen que aprender. Dominar todas estas destrezas hará del profesor un «maestro de humanidad» (página 227).

Unido a lo anterior, está el reconocimiento social del trabajo docente, que no puede medirse exclusivamente en horas lectivas, dadas las nuevas exigencias que debe atender. Poner a su disposición los nuevos materiales de aprendizaje electrónico puede facilitar la labor y satisfacer perspectivas futuras. Esta es, según Esteve «la era de los profesores» (229). Finalmente, la sociedad debe comprender que la educación es una tarea compartida.

Una última palabra para coronar este ensayo: «que la pedagogía de la exclusión debe quedar en la historia de la educación como una etapa del pasado y que una atención educativa de calidad para todos, también para los niños más difíciles y más conflictivos, es la gran tarea educativa de la escuela del futuro» (página 205). Por esta línea va el modelo que yo también deseo y que, además, tengo la profunda convicción de que es posible y está en nuestras manos. Otra educación escolar es también posible.

 

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