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El Catoblepas, número 23, enero 2004
  El Catoblepasnúmero 23 • enero 2004 • página 20
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Lo que no sucedió el 11-S

José Antonio Cabo

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos sorprendieron a la opinión pública como pocos otros actos terroristas lo habían hecho en el pasado. En la estela de desorientación y confusión que siempre sigue a este tipo de hechos, una variedad de teorías conspiratorias descabelladas brotaron como hongos. Sometemos las principales «teorías alternativas» a un análisis racional que revelará su endeblez fundamental

Apenas unas horas después de que los telespectadores de multitud de países pudiesen ver desde sus casas el impacto de los dos aviones comerciales contra la mole de las Torres Gemelas, los rumores y las teorías más extravagantes ya se habían disparado. Esto sucedía con especial intensidad a través de Internet, un medio particularmente apto para la diseminación de todo tipo de bulos. Uno de los primeros implicaba al Mossad. Nada extraordinario, si se piensa que desde hace siglos los judíos encabezan la lista de presuntos conspiradores, y nunca escasean quienes están dispuestos a revivir los «Protocolos de los Sabios de Sión».{1} Otro fue el de que las imágenes de ciudadanos palestinos celebrando gozosos el ataque ofrecidas por la cadena CNN eran en realidad imágenes de archivo que se remontaban a la Primera Guerra del Golfo. El mito se mantuvo, a pesar de que en el vídeo podía oírse cómo los manifestantes palestinos vitoreaban a Osama Bin Laden, un nombre que habría sido desconocido para ellos en 1991. Al final, el estudiante brasileño que había puesto en circulación la falsa noticia se retractó, pero la leyenda pervive aún en muchos foros radicales. Como sucede con el mito de que Bin Laden fue (o sigue siendo) agente de la CIA,{2} o con la falsa idea de que Bush entregó 43 millones de dólares a los talibanes, cuando la motivación ideológica o emocional es lo suficientemente fuerte, uno puede prescindir del engorroso trámite de buscar pruebas.

Fue sin embargo al año siguiente, un año de helicópteros negros y estúpidos hombres blancos, cuando la eclosión de teorías conspiratorias llegó a los límites del ridículo. El activista negro y poeta laureado estadounidense Amiri Baraka levantó una considerable polémica el 19 de septiembre de 2002 cuando leyó en público unos versos que incriminaban a Israel:

¿Quién sabía que las Torres gemelas iban a ser destruidas?
¿Quién dijo a 4.000 empleados israelitas de las Torres
que se quedasen en casa aquel día?
¿Por qué Sharon se mantuvo a distancia?

Los versos que acabamos de citar, además de ganarse un lugar en la antología de los peores ripios políticos, se hacían eco de un rumor según el cual «ningún judío» habría muerto en los atentados. En una ciudad con tanta presencia judía como Nueva York, esto habría sido extraordinario. La realidad, sin embargo, es bien distinta, pues las víctimas judías fueron numerosas.{3}

También durante el año 2002 vio la luz un curioso éxito editorial: el libro La gran impostura. Ningún avión se estrelló en el Pentágono, del agitador político (algunos prefieren llamarle «politólogo») francés Thierry Meyssan. A pesar del enorme éxito de ventas en su país, es difícil saber cuántos de sus conciudadanos realmente tomaron en serio sus tesis. Dado que «hablar mal del yanqui» es un deporte tan extendido, es posible que muchos lo leyesen como un mero entretenimiento, sin dar crédito a sus sorprendentes afirmaciones (de lo contrario tendríamos poderosas razones para dudar de la salud mental del francés medio e impugnar todos nuestros acuerdos con el país vecino). ¿Cuáles eran estas afirmaciones extraordinarias? Meyssan sostenía que los daños materiales que se observan en las fotografías del Pentágono no podían haber sido causados por un Boeing 757 y sí por un misil norteamericano, y tejía una red de explicaciones absurdas para dar a entender que nos hallábamos ante un golpe de Estado en la democracia más antigua del mundo. Para dar un aspecto de solidez a su teoría, Meyssan debía saltarse olímpicamente toda una montaña de pruebas en su contra, entre otras:

¿Problemas? ¡En absoluto! Para un «conspiranoico» veterano como Meyssan, hacer caso omiso a las pruebas más directas se ha vuelto tan natural como patear un balón lo es para Beckham. En realidad estos individuos elaboran sus teorías exclusivamente sobre pequeñas discrepancias de los testigos, extrañas coincidencias reales o aparentes, y esas áreas de incertidumbre que frecuentemente impiden reconstruir hasta el menor detalle de cualquier hecho traumático que cause un lógico «shock» y confusión mental en las personas implicadas. En cuanto a sus métodos, Meyssan jamás explica dónde adquirió los conocimientos necesarios para juzgar qué tipo de destrozos debe causar un frágil «jet» de aleación ligera al estrellarse a gran velocidad y cargado de fuel contra el edificio de oficinas más grande y más sólido de los EE. UU.{4} L. Kirk Hagen, el profesor universitario que criticó el libro de Meyssan en la revista Skeptic{5} me ofreció por correo electrónico una muestra de la destreza investigadora del francés. «En la página 20, nos muestra lo que él denomina una "fotografía de satélite" del Pentágono después del ataque. ¡Qué impresionante! Debe ser un reportero verdaderamente intrépido si ha conseguido imágenes de satélite que no están disponibles para el resto de la gente. Sin embargo, basta una mirada para darnos cuenta de que no se trata de una foto de satélite, sino de una simple foto aérea. Tampoco hizo Meyssan nada especial para encontrarla: está publicada en la propia web del Pentágono, a la vista de todos. Incluso tiene un pie de foto con el nombre del autor, un tal Sargento Rudisill. [...] Quizá Meyssan cree que los satélites del Pentágono están habitados por diminutos soldados norteamericanos.» ¡Ah, las maravillas de la red de redes! El periodista tecnológico Paul Boutin y su amigo el astrofísico Patrick Di Justo decidieron aceptar el desafío de encontrar el Boeing en la serie de fotografías que Raphael, el hijo de Meyssan colgó en la red. «Hunt the Boeing», que así se llama la página de Internet, es un pasatiempo ingenioso que resume los argumentos del «best-seller» francés, pero que no resiste un mínimo análisis informado. «Lo diremos claramente: creemos que el vuelo 77 se estrelló contra el Pentágono porque tenemos demasiados amigos y colegas en Washington que vieron el avión sobrevolar la autopista –algunos directamente sobre sus cabezas– y que sintieron temblar la tierra cuando penetró el Pentágono. Y pensamos que todo aquel que crea que puede esclarecer la verdad sobre cualquier cosa navegando en la red está engañándose a sí mismo de manera peligrosa.» A continuación responden a cada una de las siete «preguntas incómodas» de los Meyssan con argumentos tan devastadores como el daño real producido en el edificio, abriendo con ellos una monumental vía de agua en las teorías de La gran impostura. Recordemos que los Meyssan no ofrecen datos sobre cuándo se tomaron las fotografías que han seleccionado para su «puzzle» particular, y que se dejan en el tintero muchas otras que comprometen sus tesis. ¿Cómo pudo un Boeing 757-200 dañar solamente el exterior del Pentágono? Sencillamente, no fue así. Boutin y Di Justo explican cómo partes del avión penetraron en los pisos bajos del segundo y tercer anillo del Pentágono, cosa que no se pudo apreciar en las fotos aéreas hasta que se derrumbaron los techos. También mencionan el boquete de tres metros y medio producido por uno de los motores del aparato en la pared interior del segundo anillo del Pentágono. La colosal escala del edificio hace parecer pequeña la zona dañada, cuando en realidad podría albergar «varios edificios de oficinas de Silicon Valley o una terminal de un aeropuerto», según estos dos expertos. Se asombran de que los Meyssan hagan tanto énfasis en las dimensiones y el peso del avión, sin compararlas con las dimensiones y la masa del Pentágono. Cada lado del edificio contiene más de 100.000 toneladas de arena del Potomac mezclada con el hormigón sobre estructuras de acero detrás de la fachada de piedra caliza. Una estructura que había sido recientemente reforzada con una especie de celosía de tubos de acero diseñada por ordenador. ¿Debería el avión haber salido por el otro lado? En las imágenes de televisión los aviones de las Torres gemelas, que viajaban a la mitad de la velocidad que el vuelo 77 (una cuarta parte de su energía cinética), se introducen en el edificio como si fuese de queso, y apenas nada sale por la cara opuesta. En el caso del Pentágono, parece que el avión golpeó el suelo antes de estrellarse contra el edificio en un ángulo de 45 grados. Lo lógico es que las alas se plegasen sobre el propio avión con el impacto. El aparato desapareció en el interior del edificio, según Dave Winslow, un reportero de Associated Press que presenció los hechos. El área de impacto (que en una de las fotos seleccionadas por los Meyssan parece menor al estar parcialmente oculta por el agua que arrojan los bomberos) encaja así con las declaraciones de los testigos. Declaraciones que Meyssan manipula hábilmente en el caso del capitán de bomberos Ed Plaugher, a quien cita contestando a un periodista que le preguntó por los restos visibles del avión en una rueda de prensa al día siguiente de los atentados. La cita completa (incluyendo las palabras que omite Meyssan) es esta:

Pregunta: ¿Queda algo del avión?
Respuesta: En primer lugar, a la pregunta sobre el avión, hay algunos pequeños trozos de avión que se vieron durante los trabajos de extinción de los que les estoy informando pero no segmentos grandes. En otras palabras, no hay segmentos del fuselaje ni cosas así. Sabe usted, prefiero no hablar de eso. Tenemos testigos que pueden darles una mejor información sobre lo que sucedió con el avión al acercarse. Así que nosotros no lo sabemos. Yo no lo sé.
Pregunta: ¿Dónde está el combustible del avión?
Respuesta: Ahí tenemos lo que creemos que es un charco... lo que creemos que es el morro del avión.

Así que el Jefe de Bomberos contestó correctamente: había un charco de metal fundido (el combustible ya se habría quemado como es obvio) y algunos trozos del aparato, pero no de gran tamaño. Una de las preguntas más ineptas que hace Meyssan es «¿por qué el Ministro de Defensa creyó necesario esparcir arena sobre el césped, que no había sido dañado por el ataque?» En primer lugar, no consta en ninguna parte que Donald Rumsfeld diese semejante orden (Boutin cree que Meyssan inventó el dato para levantar más sospechas), y en segundo lugar, extender arena, grava y planchas de metal es una práctica común en toda zona en obras para evitar que la pesada maquinaria acabe atascada en un barrizal.

A los conspiranoicos les parece increíble que los controladores aéreos perdieran la pista del vuelo 77 durante unos 40 minutos, mientras sobrevolaba el estado de Ohio. En su artículo, Hagen nos recuerda que miles de aviones habían despegado o estaban próximos a aterrizar en aeropuertos de la costa este del país. Si hay algo sorprendente en esta historia es precisamente que reaccionasen con la rapidez con que lo hicieron, dice Hagen. «Para las 9:17 ya habían cerrado todos los aeropuertos cercanos a la ciudad de Nueva York, y para las 9:40 todo el tráfico aéreo del país había sido paralizado. Los controladores seguían los movimientos del vuelo 77 mientras se aproximaba a Washington e incluso habían alertado a la Casa Blanca.» Meyssan cree que aquel vuelo fue interceptado y abatido por cazas del ejército estadounidense, y que la administración Bush está ocultando los hechos. Pero si recordamos que desde un principio se advirtió que cualquier aparato sospechoso de ser un avión suicida sería derribado, esta tesis se desinfla como un globo pinchado. ¿Qué ganaría Bush con ocultar algo que previamente había admitido que haría, sabiendo además que nadie le reprocharía una decisión así? No olvidemos que no había posibilidad alguna de salvar las vidas de los secuestrados, dado que los terroristas no deseaban negociar, y sí podían evitarse nuevas víctimas en tierra.

Otro tema favorito para los conspiranoicos es el de las extrañas maniobras bursátiles que, al parecer, se produjeron en los días anteriores al ataque. José María Laso Prieto,{6} quien obviamente da crédito a más de una teoría conspiratoria, señala que «las acciones de la United Airlines cayeron artificialmente un 42%; las de American Airlines cayeron un 39%. Ninguna compañía aérea del mundo ha sido objeto de maniobras comparables, salvo la KLM.» De esto deduce que los terroristas (para él, golpistas de la extrema derecha que a la vez odian al Gobierno de EE.UU. y están infiltrados en él) habrían elegido desviar un quinto avión perteneciente a dicha compañía holandesa. ¡Extraña lógica la que ante un dato que no cuadra, en vez de cuestionar la hipótesis inicial opta por ampliarla! Sea como fuere, lo cierto es que al día de hoy la relación entre tales manejos bursátiles y los atentados sigue sin confirmarse. Todo ello a pesar de que para la administración Bush sería un golpe de efecto propagandístico considerable el poder presentar la más mínima prueba de que Bin Laden no sólo asesinó a miles de personas sino que se lucró con los crímenes. ¿No es obvio que si hubiese el más pequeño indicio ya habríamos oído algo al respecto? Una de las «pruebas» que Meyssan aduce al afirmar que alguien importante ya sabía que iban a producirse los atentados es que la dirección de internet www.wtc2001.com ya había sido registrada antes del 11 de septiembre. Claro que si hubiese visitado dicha página sabría que aquí WTC no son las siglas de «World Trade Center» sino de «World Track Championship», un campeonato de ciclismo en pista.

Con mayor o menor fortuna, otros autores europeos intentaron igualar el éxito editorial de Thierry Meyssan. Andreas Von Buelow y Gerhard Wisniewski en Alemania, Pilar Urbano y Bruno Cardeñosa en España han contribuído a mantener la llama de la conspiración, que tan buen rendimiento económico aporta. Mathias Broeckers, experto en cannabis –que cree que Bush es la reencarnación de Hitler– y antiguo editor de la publicación alemana Tageszeitung, sostiene la curiosa teoría de que los secuestradores aún viven. Esto parece concordar con ciertas teorías que pretenden que los aviones fueron dirigidos desde tierra por control remoto. Desgraciadamente, Broeckers y su colaborador Andreas Hauss confesaban que ni ellos ni ningún otro investigador habían podido ponerse en contacto con ellos. Sin duda habían descartado recurrir al espiritismo. ¿Pero no había informado la BBC de que un Walid al-Shari y un Said al-Ghamdi estaban vivitos y coleando en Arabia Saudí? ¿Tendría razón aquel ministro saudí cuando afirmaba que ninguno de sus compatriotas había tomado parte en los ataques, o sería mera retórica para prevenir posibles represalias del Gobierno estadounidense contra su reino? El misterio se deshizo días después, cuando el FBI hizo públicas las fotografías de los sospechosos, cuyos nombres son tan corrientes en aquel país como Juan García y José Fernández en el nuestro. Ahítos de escuchar necedades, varios periodistas de la conocida revista Der Spiegel decidieron pinchar la burbuja conspiratoria con un excelente artículo que revelaba las incoherencias de los autoproclamados «investigadores alternativos».{7} El artículo apareció el 8 de septiembre de 2003.

¿Por qué este auge del conspiracionismo? Para el historiador Dieter Groh,{8} las teorías conspiratorias son «una constante tentación» en la historia de Occidente. Judíos, herejes, brujas, de nuevo judíos, comunistas, capitalistas, y servicios secretos. La lógica subyacente no es otra que la de que a las grandes tragedias hay que buscarles grandes causas. El presidente Kennedy no pudo ser un político convencional asesinado por un vulgar desequilibrado, sólo una confabulación al más alto nivel pudo acabar con Camelot. Los todopoderosos USA no pueden haber sido golpeados por un grupo de islamistas chiflados, tiene que haber sido un «trabajo interno» –¿cómo va a pilotar tan bien un árabe? El pensamiento crítico tiene poco que hacer frente a quien necesita creer en maléficas fuerzas ocultas. De nada sirve insistir en que, aunque hayan existido planes conspiratorios reales (y generalmente fallidos: pensemos en la «operación Northwoods»,{9} abortada por Kennedy, o el asunto Irán-Contra, que acabó en los tribunales), nunca es razonable aceptar de manera acrítica este tipo de fantasías. Nada de esto desanima a los creyentes. Internet se ha convertido en su fuente de «información», su manantial inagotable de rumores. En un mundo cada vez más complicado, las teorías conspiratorias tienen la ventaja de proporcionar una explicación para todo,{10} y de señalar a un enemigo claro como fuente de todos los males (EE.UU., los judíos, la Trilateral, la OMC, el FMI...). Así proporcionan sentido a las vidas de quienes creen en ellas.

En el fondo, todos los «investigadores alternativos» mencionados, aunque dicen estar buscando la verdad no hacen otra cosa sino huir de ella, seleccionando de entre la evidencia disponible aquellos fragmentos que parecen confirmar sus propios prejuicios e ignorando todos los demás.

Notas

{1} Documento conspiratorio fraudulento elaborado por la policía zarista en 1905 para agitar el antisemitismo en Rusia, será utilizado después en otros países (la Alemania nazi entre ellos). Según estos «protocolos», los judíos conspiran para dominar el mundo.

{2} Por mucho que combatiesen en el mismo bando, sería absurdo que la CIA contratase a alguien que ya entonces se había declarado enemigo irreconciliable de EE.UU. Tal cosa supondría admitir la existencia de conspiraciones cada vez más inverosímiles. La ley de la parsimonia nos aconseja descartarlas, mientras no se presenten pruebas tan extraordinarias como los hechos que pretenden probar. En cuanto a la ayuda de Bush a los talibanes, inventada por el columnista Robert Scheer, jamás existió. El dinero fue entregado a organizaciones humanitarias y agencias de Naciones Unidas para contribuir a paliar el hambre en Afghanistán. Aún habiendo sido desmentida, esta noticia falsa sigue en el repertorio del cómico Michael Moore.

{3} Este bulo, ampliamente aceptado entre los árabes, fue introducido por la cadena de TV libanesa al-Manar, enemiga acérrima de Israel. En realidad, se estiman en varios cientos las víctimas judías de la tragedia. Abraham Foxman, de la Liga Anti-Difamación calcula unos 400, aunque es difícil saberlo con exactitud. Por otra parte, hay datos que indican que al menos 50 de las víctimas eran árabes.

{4} Mete Sozen, especialista en construcciones de hormigón reforzado en la universidad de Purdue declaró a Der Spiegel que el fuselaje del avión habría ofrecido tanta resistencia al choque como la piel de una salchicha.

{5} Su crítica aparece en el nº 4, vol. 9 de Skeptic, con el título «French Follies: A 9/11 Conspiracy Theory Turns Out to Be An Appalling Deception.» («Locuras francesas: una teoría conspiratoria del 11-S resulta ser un atroz engaño»). L. Kirk Hagen es profesor de filología francesa en la Universidad de Houston, Tejas.

{6} Cita extraída de su artículo «Las contradicciones de la administración Bush», publicado en El Catoblepas, nº 6, agosto 2002, página 6.

{7} «Colección de absurdos», por Dominick Cziesche, Jürgen Dahlkamp, Ulrich Fichtner, Ulrich Jaeger, Gunther Latsch, Gisela Leske y Max Ruppert en Der Spiegel, 8 de septiembre de 2003.

{8} Según declara a Der Spiegel en el artículo citado.

{9} En 1962, el «año caliente» de la crisis de los misiles cubanos, se llamó así a un plan secreto del alto mando norteamericano que sugería hacer explotar un falso avión de pasajeros y culpar al ejército de la isla. La idea fue rechazada por el presidente.

{10} Según uno de sus ayudantes, el principal teórico conspiracionista del caso Kennedy, el fiscal Jim Garrison, «comenzaba por una conclusión y luego organizaba los hechos. Si los hechos no encajaban, le gustaba decir que habían sido alterados por la CIA».

 

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