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El Catoblepas, número 22, diciembre 2003
  El Catoblepasnúmero 22 • diciembre 2003 • página 15
Artículos

José Enrique Rodó:
metamorfosis del crítico

María Gracia Núñez Artola

Se aborda la obra de José Enrique Rodó teniendo en cuenta su labor de crítico literario, especialmente en lo referente a su discurso a propósito de las antologías de textos representativos de la cultura latinoamericana

«La índole del libro (si tal puede llamársele) consiente, en torno de un pensamiento capital, tan vasta ramificación de ideas y motivos, que nada se opone a que haga de él lo que quiero que sea: un libro en perpetuo «devenir», un libro abierto sobre una perspectiva indefinida.» J. E. Rodó. (1967:309).

Introducción

Puede notarse tanto en los artículos en la «Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales» (1895-1897), como en sus consagradas obras Ariel (1900), Motivos de Proteo (1909) y El Mirador de Próspero (1913), y hasta en las páginas póstumas de El Camino de Paros (1918) y Últimos Motivos de Proteo (1927), el lugar preponderante que la crítica literaria ocupa en la obra de José Enrique Rodó (1871-1917).

Según Ardao, Rodó se abocó a «la organización de la comunicación, de la historia y de la crítica literarias en el continente» (1970:18-19), aunque si bien antes debió asumir las limitaciones de la crítica contemporánea, la situación de aislamiento regional y el desconocimiento del pasado que afectaba a los jóvenes Estados latinoamericanos.

«El americanismo literario» es el título del artículo que Rodó publica en 1895 en la Revista Nacional y que posteriormente reescribe y convierte en «Juan María Gutiérrez y su época», ensayo que figura en El Mirador de Próspero (1913), en el que reúne varios estudios relativos a la literatura rioplatense. El mencionado trabajo es objeto del artículo «Rodó, crítico y estilista" que Emir Rodríguez Monegal publica en Número en 1952, en el que recuerda una opinión de Pedro Henríquez Ureña, quien lo consideró [el] «mejor estudio sobre un período literario en la América Española» (1952:366).{1}

Al comparar el ensayo de 1913 con las fuentes inmediatas, Rodríguez Monegal concluye que en el curso de la actividad literaria de Rodó se produce una indiscutible madurez: «madurez de sus puntos de vista y madurez de sus procedimientos estilísticos» (1952:378). Bajo el punto de vista de Ardao, las fases «americanistas» que se distinguen en la obra de Rodó{2} «no se sustituyen, etapa por etapa, sino que se adicionan sin desaparecer ninguna, de suerte que a través del proceso se va integrando en una sola unidad el conjunto de su americanismo a secas» (1970:17).

El presente trabajo se propone estudiar algunos de los aspectos relativos a la noción de «americanismo literario» –el concepto es de A. Ardao–, especialmente sus implicancias en relación con la crítica y la didáctica de la literatura. Para ello, es necesario tener en cuenta que, si bien Rodó apela al procedimiento de la cita del autor examinado, no se limita a la crítica o interpretación de la obra, sino que antepone y expone orgánicamente conceptos referidos al «deber ser» del campo literario integrado por los críticos, los profesores, los colectores, los libros, los diarios, los lectores, etc. Parecería que tales nociones permitirían un abordaje casi independiente del autor o la obra en cuestión, ya que en ocasiones el tratamiento de la obra aparece subordinado al concepto teórico que Rodó desarrolla.

A partir de esto último podría establecerse un paralelismo con el rol que H-G. Gadamer asigna a la reflexión conceptual. Ésta tiene la misión de cuestionar la obviedad –inductora del error de los conceptos– y de fomentar la conciencia crítica frente a la tradición histórica. También Rodó parece establecer que los conceptos arriba aludidos deben tratarse en relación con la tradición y el conjunto de prácticas discursivas en el cual se producen. De este modo, simultáneamente los conceptos constituyen documentos de la realidad e importantes factores de cambio de la misma.

1. La crítica como disciplina

En «El que vendrá» (1896) Rodó se plantea que la vida literaria «como culto y celebración de un mismo ideal, como fuerza de relación y de amor entre las inteligencias, se nos figura a veces próxima a extinguirse» (1967:150). Comprueba una divergencia entre la actividad literaria y los requerimientos de la sociedad y el tiempo en los que vive el escritor, por lo cual la creación termina por mostrar su retraimiento e individualismo:

«Ya no se profesa el culto de una misma Ley y la ambición de una labor colectiva, sino la fe del temperamento propio y la teoría de la propia genialidad. [...] Las voces que concitan se pierden en la indiferencia. Los esfuerzos de clasificación resultan vanos o engañosos. Los imanes de las escuelas han perdido su fuerza de atracción, y son hoy hierro vulgar que se trabaja en el laboratorio de la crítica. Los cenáculos, como legiones sin armas, se disuelven; los maestros como los dioses, se van... (1967:153).{3}

1.A. La teoría del crítico

En «La crítica de «Clarín»» (1895) somete a análisis aquellos elementos que influyen negativamente en el ejercicio de la crítica literaria. Al oscilar entre dos polos «que en diverso sentido la apartan de su tradicional objeto, y por igual la desnaturalizan o anulan», la crítica se debate entre normas de investigación que asocian la actividad literaria a cuestiones distanciadas de sus resultados artísticos y el individualismo doctrinal que toma como fundamento del juicio, el impresionismo o la irresponsable genialidad del que comenta (1967:772).

Por su «sólida unidad de criterio y la entereza dogmática de sus convicciones»(1967:772) Leopoldo Alas («Clarín») (1852-1901) se convierte en paradigma de la crítica. Entendió la literatura como un trabajo constante y minucioso de gran contenido ético, conjugó el idealismo con la filosofía positivista y la búsqueda del sentido metafísico y censuró con ironía el mal gusto y la vulgaridad de la España de su época.

Es interesante notar que Rodó, ya desde sus primeros escritos, no se muestra contrario al reconocimiento de la excelencia de la labor de críticos extranjeros, sino que valora, como en el caso de «Clarín», la renovación en el estilo, la «idealidad» con respecto a la enseñanza y la reflexión sobre su tiempo y sus contemporáneos, así como sobre las manifestaciones estéticas de la literatura española.

El ejercicio de la crítica literaria propuesto por Rodó no supone el regreso a una concepción platónica de la obra bella y aislada, independiente de convenciones, épocas, autores y del «imperio de las influencias naturales y sociales...» (1967:773). Al distanciarse de lo artísticamente necesario la crítica se transformaría en una tarea de investigación científica del ambiente, en un estudio de las relaciones sociales y políticas y en materia de observación moral o experimento psicológico. En su opinión, la crítica literaria alcanzará el status de juicio de arte, siempre que el crítico remita la obra a determinados principios que considera verdaderos y que le permitan aprobarla o desaprobarla, por supuesto, sin confundir punto de vista con parcialidad.

No es cuestión de generar una crítica estrecha de criterio que se detenga en la consideración del elemento formal más exterior y mecánico (1967:775), que no muestre interés por el sentido y la comprensión profunda de la obra. En «El Americanismo Literario» escribió que la manifestación de independencia que puede reclamársele a una cultura naciente es «el criterio propio, de lo que conviene adquirir como modelo, lo que hay de falso e inoportuno en la imitación» (1967:788).

En «La facultad específica del crítico», –Libro VI de Nuevos Motivos de Proteo– define a la crítica como la «expresión consumada y perfecta de la aptitud de contemplación artística, y ese elemento activo que en la pura contemplación germina, en el gran crítico se magnifica y realza hasta emular la potencia creadora del grande y soberano artista» (1967:963). Este ejercicio constituye una operación estética, y como el actor con relación al texto dramático que representa, el crítico literario debe aportar a la interpretación «una parte considerable de espontaneidad, de iniciativa, de invención propia» (1967:964) con la finalidad de hacer explícitas aquellas analogías no perceptibles para la generalidad de los lectores. En este sentido, el fundamento de la visión genial «es la fuerza sublime que nos impulsa a pasar el límite de nuestro ser para participar de lo íntimo y personal del ser ajeno, ya sea éste real o imaginario» (1967:966), de modo que la facultad de juzgar permitirá el ejercicio de la imparcialidad, la capacidad de comprender y valorar más allá de los límites impuestos al crítico por su personalidad y su época.{4}

1.B. La práctica de la crítica

Rodó expresa en 1910 a Rafael Barrett (1876-1910) su beneplácito por la franqueza y el ingenio con los que el anarquista enaltece las crónicas de La Razón. Afirma:

«[...] hay en el espíritu de su ironía un fondo afirmativo, una lontananza de idealidad nostálgica, un anhelante sueño de amor, de justicia y de piedad, que resultan más penetrantes así, en el tono de una melancolía sencilla e irónica, que si se envolvieran en acentos de entusiasmo y de fe, o de protesta declamatoria y trágica (1967:654).

Dos años antes que Rafael Barrett expusiera con asombro el hecho de que en Paraguay no hubieran leído Ariel,{5} «la gran obra del primer crítico continental», Rodó le había escrito:

«...aun aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni nada de eso, en la esfera de la acción ni en la doctrina, llevamos dentro del alma un fondo, más o menos consciente, de protesta, de descontento, de inadaptación, contra tanta injusticia brutal, contra tanta hipócrita mentira, contra tanta vulgaridad entronizada y odiosa, como entretejidas en su urdimbre este orden social trasmitido al siglo que comienza por el siglo de advenimiento burgués y de la democracia utilitarista»{6} (1967:654).

Asimismo, en una carta que dirige al dominicano D. F. García Godoy y que figura en El Mirador de Próspero con el título «Una bandera literaria» (1912) Rodó subraya la función social de la literatura respecto a la afirmación de la personalidad colectiva en naciones de reciente formación. Nuevamente, surge el reclamo por la urgencia de «un arte hondamente interesado en la realidad social, una literatura que acompañe desde su alta esfera, el movimiento de la vida y de la acción, pueden ser las más eficaces energías.» (1967:643).

Bajo el título «Juan María Gutiérrez y su época» Rodó reunió varios artículos del período de la Revista Nacional.{7} El título queda justificado al considerar que la generación de J. M. Gutiérrez se caracterizó por la reivindicación de la autonomía intelectual, el notable esfuerzo por forjar una independencia material y al mismo tiempo garantizar, además de la libertad de pensamiento, la libertad de expresión y de forma (1967:710). De este modo, la búsqueda de principios autónomos, es decir, de definición cultural, de superación de la imitación por la originalidad y por el poder de transformación de lo extranjero en lo propio, constituyen las características más representativas de las formulaciones de Rodó. Si bien insiste en que la imitación de los procedimientos constructivos y estilísticos, termina en la deformación del modelo original, la innovación literaria no exige prescindir de las influencias: éstas configuran la expresión de ideas y sentimientos que coexisten en el ambiente de una época y como lo afirma A. Ardao: «determinan la orientación de la marcha de una sociedad humana» por tratarse de «una preocupación cualquiera del espíritu colectivo» (1970:21).

El «americanismo literario», como manifestación del espíritu colectivo, incluye trascendentes funciones sociales. Se trata de un instrumento de adquisición de conocimiento y de promoción de actividad intelectual,{8} lo cual no implica ninguna restricción en cuanto a los temas o géneros empleados por el escritor, sino la tendencia expresa a la independencia cultural que permitirá asimilar y transformar la materia literaria en original.

«Sólo han sido grandes en América aquellos que han desenvuelto por la palabra o por la acción un sentimiento americano» (1967:208), afirma Rodó en el ensayo titulado «Montalvo». A propósito de tal afirmación, puede llamar la atención que la poesía gauchesca no sea tratada en la obra de Rodó.

Si bien adopta recursos formales tradicionales, la poesía gauchesca –especialmente con Lussich y Hernández– incurre en desviaciones de las normas lingüísticas. En la prédica de Rodó queda de manifiesto su respeto hacia la sintaxis, el léxico y la gramática del idioma español y su reconocimiento del legado histórico. Con respecto a esto, en el ensayo citado anteriormente, afirma:

«La ciencia vasta y prolija, el sentimiento profundo del idioma, que semejante evocación supone, son verdaderamente incomparables. La obra de rehabilitación de las buenas y sabrosas tradiciones de la sintaxis y el léxico, realizadas en lengua española por Montalvo, no representa mérito inferior a la que, en lengua francesa, llevó a cabo, algo anteriormente, Pablo Luis Courier...» (1967:610).

El Martín Fierro (1872) como paradigma literario no estaría en condiciones de integrar el proyecto americanista de Rodó. Tal americanismo se opone al regionalismo y, por lo tanto, al empleo de dialectos y a la exaltación de un personaje bárbaro e inadaptado. Bajo este punto de vista, la invención de la escritura gauchesca infringiría las normas que permirían la unificación americana: las del idioma común. Una prueba en favor de este argumento puede encontrarse en la siguiente afirmación de Pedro Henríquez Ureña:

«Observemos, de paso, que el habla gauchesca del Río de la Plata, substancia principal de aquella disipada nube, no lleva en sí diversidad suficiente para erigirla siquiera en dialecto como el de León o el de Aragón: su leve matiz la aleja demasiado poco de Castilla, y el «Martín Fierro» y el «Fausto» no son ramas que disten del tronco lingüístico más que las coplas murcianas o andaluzas.»{9}

En resumen, la pretensión de un emprendimiento intelectual y colectivo americanista y la manifestación de la autonomía literaria son los dos fundamentos que determinan los aspectos críticos del proyecto literario de Rodó.

La norma de integración entre elementos divergentes que aparece a lo largo de toda su obra permite una síntesis que Zum Felde llama «conciliación dialéctica» que llega a ser imperativamente normativa (1967:70-72). Al parecer, impulsado por el desaliento y las dificultades que enfrentaba su proyecto, escribió en Roma el mismo año de su muerte:

Somos, para los antiguos, gatos para fieras. Reproducimos su genio y su cultura, como el gato los rasgos del felino indómito y gigante. Para dar voz a otros hombres y otros tiempos, el Ramayana, la Ilíada, la Comedia. Para expresar la democracia utilitaria y niveladora, la Gatomaquia. [...]
El patriotismo romano, propagandista y conquistador, fue un inextinguible anhelo de espacio, y rebosando sobre el mundo, hizo nacer de la idea de la patria el sentimiento de la humanidad. Nuestro patriotismo, contenido y prudente, egoísta y sensual, ¿no tiene mucho del apego del gato a la casa donde disfruta su rincón?... ¡Oh, tú, que te levantas allá enfrente!, sombra del Coliseo, erguido fantasma de la antigüedad, genio de una civilización de águilas y leones: no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos? (1967:1299).{10}

2. Las Antologías

2.A. El caso Ugarte

En una carta fechada en abril de 1896 dirigida al argentino Manuel Ugarte que fue publicada con el titulo «Por la unidad de América», Rodó habla de la internacionalidad americana y lo exhorta –como director de la Revista Literaria de Buenos Aires– a terminar con el «desconocimiento de América por América misma» y a trabajar para que «se estrechen los lazos de confraternidad que una incuria culpable ha vuelto débiles» (1967:831).

En la misma carta afirma que la labor de unificación intelectual de los pueblos americanos fue iniciada en Argentina «por los trabajos de investigación, de divulgación, de propaganda, con que la incansable y fervorosa actividad de Juan María Gutiérrez tendió a formar en todas las literaturas del América una literatura, un patrimonio y una gloria de la patria común» (1967:831). Y se despide de Ugarte con la siguiente demanda: «Grabemos, entre tanto, como lema de nuestra divisa literaria, esta síntesis de nuestra propaganda y nuestra fe: por la unidad intelectual y moral hispanoamericana» (1967:832).{11}

Algunos años más tarde, con el título de «Una nueva antología americana» (1907) Rodó comenta la compilación de textos hispanoamericanos que Ugarte publicó en París. En este ensayo expone que una antología tiene la responsabilidad de ser un medio de propaganda destinado a formar la conciencia del público, mostrando el pensamiento literario contemporáneo e incluyendo referencias históricas y críticas.{12} Según Rodó, Ugarte no realiza una «obra de síntesis que sirva de guía fiel a quien quiera formar idea de nuestro espíritu», ni una «obra de selección donde se congregue lo poco, lo muy poco, que, literariamente, tenemos digno de ser mostrado sin rubor...» (1967:637).

Es a propósito de esta antología donde reflexiona acerca del complejo carácter que vincula las diversas manifestaciones culturales americanas con las europeas:

Es indudable que, dejando aparte superioridades de excepción, el pensamiento hispanoamericano no ha podido ni puede aspirar aún a una autonomía literaria que lo habilite a prescindir de la influencia europea. No siendo la literatura una forma vana, ni un entretenimiento de retóricos, sino un órgano de la vida civilizada, sólo cabe literatura propia donde colectivamente hay cultura propia, carácter social definido, personalidad nacional constituida y enérgica. La dirección, el magisterio del pensamiento europeo es, pues, condición ineludible de nuestra cultura. (1967:635).

El comentario de la antología sirve de ocasión para la reivindicación de la labor de dos personajes «despreciables»: el colector y el traductor. «Ugarte pudo ser el colector de alta religiosidad literaria», afirma Rodó, pero no lo fue; en su opinión, puede notarse a simple vista lo «mucho que está de más y lo no poco que se echa de menos» (1967:633). Si bien disculparía la inclusión de autores filipinos, le resulta imperdonable que se omita a Reyles: «Entre los escritores de mi país, nadie desadvertirá la ausencia de Carlos Reyles, cuyo alto valer se realza, para el caso, con la consideración de ser, en América, quien ha infundido en la novela espíritu más innovador y más característico de la sensibilidad literaria de las generaciones jóvenes. (1967:634).

Si la antología del escritor argentino carece de criterios apropiados en cuanto a la selección de los autores y sus obras y no representa la unidad histórica y espiritual de la época, Ugarte se transforma por lo tanto, en la antítesis del colector.

2.B. ¿Por qué Reyles?

La fórmula de la verdad artística no ha de ser como el ritual inmóvil en que pretenda legarse al porvenir la revelación del procedimiento definitivo e invariable. J. E. Rodó (1967:157).

En «La novela nueva. A propósito de «Academias» de Carlos Reyles» (1896), pueden encontrarse algunas claves para la defensa del innovador novelista que Rodó consideró en Reyles (1868-1938). En el prólogo de Primitivo, Reyles afirmaba que se proponía la escritura de narraciones cortas, ensayando un «arte que no permanezca indiferente a los estremecimientos e inquietudes de la sensibilidad fin de siglo, tan refinada y compleja, y que esté pronto a escuchar los más pequeños latidos del corazón moderno, tan enfermo y gastado» (1967:155).

Es necesario recordar que, para Rodó, la autonomía literaria debe comenzar por reconocer «la necesidad de la vinculación fundamental de nuestro espíritu con el de los pueblos a quienes pertenece el derecho de la iniciativa y la dirección, por la fuerza y la originalidad del pensamiento, será, además de inútil, estrecho y engañoso» (1967:161).

Rodó afirma que «las fronteras del mapa no son las de la geografía del espíritu» y que «la patria intelectual no es el terruño» (1967:156). Reivindica al narrador de la región, al novelista de la «universalidad humana (1967:163)», de donde se infiere que Reyles es considerado una figura opuesta al aislamiento receloso e individualista que origina la incomunicación intelectual.

2.C. América desde España

Otra de las antologías analizadas por Rodó pertenece al literato, filólogo y crítico literario español Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), a quien le reconoce el mérito de «estrechar los lazos de fraternidad intelectual de España y América» (1967:831). El cuarto tomo de la Antología de líricos americanos, publicado bajo los auspicios de la Academia Española{13} motiva el artículo que Rodó publica en 1896, titulado «Menéndez Pelayo y nuestros poetas», donde expone una serie de comentarios preceptivos de gran importancia.

¿Qué debe proponerse un autor de antologías que pretenda que su obra sea más que la acumulación inorgánica de obras y autores? Rodó enumera: un orden que guíe la elección; la representación total de estilos y tendencias; la sujeción a un método histórico; lograr que cada autor se destaque adquiriendo su nota propia y personal; dar idea fiel del tránsito de una a otra época o escuela literaria (1967:824-825).

Pero, la desaprobación a la antología de Menéndez y Pelayo surge por la omisión del nombre de Juan Carlos Gómez y de su composición en versos alejandrinos titulada La Libertad.

2.D. Falta un nombre en la Antología.

Juan Carlos Gómez, que en concepto de muchos debió ocupar en esta parte de ella puesto de honor, no es siquiera aceptado a participar de la representación del sentimiento lírico de su pueblo. –Proscripto él mismo, en la realidad de la vida, y aun en el sueño de la muerte, que duerme en tierra extraña, estábale reservada de esta manera, a su obra de poeta, la dura suerte de una proscripción no menos injusta (1967:828).

No es tanto, entonces, el valor lírico de La Libertad sino la emblemática figura que es doble objeto de proscripción: «creo que difícilmente podía haberse excluido de la colección nombre que más la honrara y que reuniese más valor representativo» (1967:828).

Para Rodó se trata del vivo organismo lírico de la composición de Juan Carlos Gómez, lo cual compensa sus problemas de forma y sus presumibles «faltas contra el gusto»: «Podría comparársele con un corazón que, al palpitar, da sones melodiosos. –Es, además, tomando el americanismo poético en un amplio sentido, una composición esencialmente americana» (1967:829).

2.E Juan Carlos Gómez, El Periodista

¿Por qué Rodó insiste en censurar la exclusión de Juan Carlos Gómez de la mencionada antología?

En «Juan Carlos Gómez», que figura en El mirador de Próspero, había afirmado que la tarea periodística realizada por J. C. Gómez (1820-1884), es equiparable al trabajo de hombre de letras desempeñado por Juan María Gutiérrez, a la labor de Alberdi como pensador y a la de Sarmiento como estadista (1967:506-507). Gómez representa al periodista constantemente identificado con el pueblo, así como al «espíritu literario sacrificado a la necesidad suprema de la acción y la lucha, en la existencia de sociedades forzosamente inhospitalarias para las manifestaciones desinteresadas del espíritu...» (1967:507).

En ocasión de ser repatriados los restos del periodista, Rodó pronuncia un discurso en representación del «Ateneo» de Montevideo en el Cementerio Central en octubre de 1905. En este artículo, que llevará por título «La vuelta de Juan Carlos Gómez» Rodó refiere:

Pudo ser un gran escritor, dotado de todas las seducciones y todos los prestigios con que la palabra que maneja el arte burila sentimientos e ideas en el corazón y el pensamiento de los hombres; y lo fue, sin duda, pero de la manera esbozada y fragmentaria como cabe serlo en la vertiginosa improvisación del diarismo (1967:512).

El periodista debe dar cuenta, desinteresadamente, como en el caso de Juan Carlos Gómez, del espíritu colectivo y de los conflictos de su época, además de aportar su visión personal y, al mismo tiempo, objetiva de los hechos.

En «Cómo ha de ser un diario» (1914) escribe sobre la función del periodismo –en tanto órgano de información, de opinión, de propaganda- y afirma que debe entenderse como un «complemento de todas las funciones que interesan, material o moralmente, al organismo social»:

Soy partidario, pues, del diario que define su opinión en todo cuanto importe un interés humano, nacional, gremial, o de cualquier otro alcance colectivo, que sea propuesto al debate por hechos de oportunidad. [...]
La fórmula de la futura evolución periodística no puede ser otra que la «concentración»: mantener la sustancia de los hechos y del comentario, con superior densidad, eliminando lo prolijo, lo vano, lo superfluo.
Cada vez más identificada con la vida compleja de una sociedad, pero en forma necesariamente somera y cambiante, la Prensa diaria ha de ser como la sombra del cuerpo social: verdadera y fiel como la sombra y como la sombra leve y pasajera (1967:1999-1201).

3. La Educación Literaria

En «La Enseñanza de la Literatura» (1909){14} Rodó critica el carácter «subalterno y adaptado a un mero fin de utilidad» que acompaña a la producción de las «obras didácticas», donde «la pobreza, la insipidez, la frialdad y la inmovilidad rutinaria» son comunes en los libros convencionales y retóricos empleados habitualmente en la teoría de la literatura (1967:532). Considerando los manuales en su época, sus clasificaciones y «vetustas» jerarquías, Rodó reclama la producción de obras modernas.

Los textos usuales de literatura se caracterizan por su «petrificación» y «deplorable insuficiencia», por lo cual debían sustituirse por un «libro humilde y benéfico», elaborado «cuando algunos de los que son capaces de escribirlo tengan la abnegación de quererlo escribir» (1967:533). Pero no se trata sólo de un libro de instrucción, sino también de «educación de la sensibilidad estética y del gusto», escrito con el propósito de comunicar al lector «la virtud sugestiva, el don de interesar, la simpatía pedagógica; y cuando así fuese realizado, su campo de acción podría traspasar los límites de la cátedra y servir de lectura popular que difundiese la buena nueva de lo bello y preparase el espíritu de la generalidad para recibir la influencia civilizadora y dignificadora de las buenas letras» (1967:533).

Este texto de «iniciación literaria» iría acompañado de una Antología –«compuesta con objeto y plan esencialmente didáctico» – de modo tal, que se ajuste al libro de teoría, permitiendo «corroborarlo con la eficacia irreemplazable de los ejemplos» (1967:533). Y el tercero de los textos proyectados consiste en una historia literaria con escasos nombres y pocos juicios bibliográficos, pero donde quedara claramente expuesta la relación «de la actividad literaria con los caracteres de raza, de país, de sociabilidad, de instituciones, que concurren a imprimir su sello en la literatura de cada nación y cada época» (1967:533).

En 1899 en «Decir las cosas bien» Rodó ya había anticipado el cuidado de la forma y la búsqueda de la sencillez:

«Hablad con ritmo, cuidad de poner la unción de la imagen sobre la idea, respetad la gracia de la forma, ¡oh pensadores, sabios, sacerdotes!, y creed que aquellos que os digan que la Verdad debe presentarse en apariencias adustas y severas son amigos traidores de la Verdad» (1967:569).

Rodó se pregunta por qué la gramática resulta una de las disciplinas que menos goza de la predilección de los estudiantes. En «La enseñanza del idioma» (1910){15} explica el enigma: «Es indudable que a este descrédito han contribuido considerablemente, por una parte, la condición de la gran mayoría de los textos usados para la enseñanza de la gramática, y por otra parte, la medianía y estrechez de espíritu que han solido caracterizar a aquellos que la han profesado como maestros o la han cultivado como teóricos» (1967:651). En su opinión, los hábitos intelectuales del gramático se relacionan, por lo general, con «la estrechez, la nimiedad y la intolerancia» (1967:652).

Es necesario que la gramática abandone el estudio de los elementos inertes de la elocución –los vocablos– para aproximarse al estudio de las combinaciones organizadas en que consiste «la esencia del hablar». Esto supone una concepción del lenguaje como un organismo con capacidad de interesar a la razón y de mostrar asimismo su orden real y animado, de modo que la gramática deje de ser una ocupación improductiva que sólo educa a la memoria en conceptos abstractos y en reglas artificiales «de dudosa exactitud y dudoso valor» (1967:652).{16}

En opinión de Rodó al estudio de la gramática debe anteponerse el ejercicio de la lectura; ésta predispone a romper la unidad consecuente y monótona de la personalidad, escapando de los límites de la individualidad:

«... la identificación imaginaria con los personajes del novelista y el poeta no sólo nos transporta a menudo a condiciones de vida distintas de las que la severa realidad nos impone, sino que, produciendo la misma mutación ilusoria por lo que respecta a nuestro ser interior hace que aparezcamos, por una hora, ante nuestra propia conciencia, con alma y corazón diferentes de los que recibimos de la naturaleza...» (1967:926).

El lenguaje no debe estar únicamente al servicio de la forma y la retórica porque es un elemento vivo que pertenece a la tradición, no un mero instrumento susceptible de jerarquizaciones. Mediante la enseñanza y la difusión de la cultura propia, se debería tratar de generar un sentimiento de unidad, caracterizado por la búsqueda de la originalidad –que supone un proceso de selección crítica de los elementos que van surgiendo con el paso del tiempo–, la conservación de la tradición –en la que están las bases del futuro– y la inscripción de la literatura nacional en el ámbito de la comunidad cultural americana, tal como afirma Emir Rodríguez Monegal (1967:104).

Bibliografía

Ardao, Arturo. Rodó, su americanismo, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970.

Ardao, Arturo. «La conciencia filosófica de Rodó» en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950, pp. 65-92.

Barrett, Rafael. «Motivos de Proteo» y «El libro de Rodó», en Al margen, Montevideo, O. M. Bertani Editor, 1912, pp. 25-34.

Real de Azúa, Carlos. «Ambiente espiritual del 900», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950, pp. 15-36.

Rodríguez Monegal, Emir. «Rodó y algunos coetáneos», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950, 300-313.

Rodríguez Monegal, Emir. «La generación del 900», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950, pp. 37-64.

Rodríguez Monegal, Emir. Introducción, prólogo y notas a Obras completas de José Enrique Rodó, Madrid, Aguilar, 1967 (Segunda edición).

Rodríguez Monegal, Emir. «Rodó, crítico y estilista» en Número, Montevideo, Año 4, Nº 21, Octubre-Diciembre, 1952, pp. 366-378.

Rodríguez Monegal, Emir. Prólogo a Los gatos del foro trajano y otras páginas. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1998.

Zum Felde, Alberto. «José Enrique Rodó», en Proceso Intelectual del Uruguay, II La generación del Novecientos, Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo, 1967, pp. 43-90, (3ª edición).

Notas

{1} Las obras de J. E. Rodó que aparecen citadas corresponden a la segunda edición de Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1967.

{2} Afirma A. Ardao: «Es hasta cierto punto habitual distinguir en ese americanismo dos aspectos: el literario y el político. Cabe considerar dos más, que convencionalmente llamamos el cultural y el heroico. [...] En suma: «El americanismo literario», de 1895; Ariel de 1900; «Magna Patria» de 1905; «Bolívar» de 1911, son los textos que van marcando, lustro por medio, cada una de las cuatro etapas, a través de las cuales, por enriquecimientos sucesivos, el americanismo de Rodó fue estableciendo y unificando sus cuatro grandes dimensiones." (1970:16).

{3} Y agrega: «La Duda es en nosotros un ansioso esperar; una nostalgia mezclada de remordimientos, de anhelos, de temores; una vaga inquietud que entra por mucha parte el ansia de creer, que es casi una creencia... Esperamos; no sabemos a quién. Nos llaman; no sabemos de qué mansión remota y oscura. También nosotros hemos levantado en nuestro corazón un templo al dios desconocido. En medio de su soledad, nuestras almas se sienten dóciles, se sienten dispuestas a ser guiadas; y cuando dejamos pasar sin séquito al maestro que nos ha dirigido su exhortación sin que ella moviese una onda obediente en nuestro espíritu...» (1967:154).

{4} Rodó escribe: «Diferenciar, dentro de lo humano, el espíritu del artista y de su obra, y apurar la diferenciación hasta precisar lo individual y característico de ellos, es tarea previa a todo juicio de arte que aspire a ser justo. Si esa tarea se propusiera alguna vez, aprendería el crítico estrecho que la naturaleza humana es infinitamente más compleja y capaz de lo que él la imagina; sentiría la honda realidad y la virtud poética de estados de alma que él califica de falsos o monstruosos porque los juzga con relación a los límites de su propia personalidad...» (1967:968)

{5} R. Barrett escribe en Al margen: «Temo que Rodó, a pesar de su Ariel, no sea conocido en el Paraguay; donde circulan muchas sandeces europeas, sólo por ser Europeas, mientras se ignora tal vez la mejor de la actual literatura sudamericana. [...] Pensad que se trata ahora del primer crítico continental. No perdáis la ocasión de enriquecer vuestra inteligencia y sobre todo vuestros sentimientos y vuestro carácter. Porque no es el crítico y el psicólogo quien únicamente os habla desde las páginas de «Proteo»; es también el poeta y moralista» (1912:25).

{6} Ardao sostiene, que en este contexto, el término utilitarismo, aplicado en su tiempo a una forma de civilización, a un régimen social, a un tipo de democracia, resulta equivalente al de capitalismo, aunque este término no figure en su léxico (1970:36).

{7} Afirma E. Rodríguez Monegal: «Para integrar hacia 1913 su ensayo sobre «Juan María Gutiérrez y su época», Rodó echó mano a cuatro trabajos redactados unos quince años antes y publicados en la Revista Nacional en el lapso de unos dos años. Estos trabajos eran:
«Juan María Gutiérrez (Introducción a un estudio sobre literatura colonial), publicado los días 20 de marzo y 5 de abril de 1895.
«El americanismo literario», publicado los días 10 de julio, 10 de agosto y 10 de noviembre de 1895.
«El Iniciador» de 1838. Andrés Lamas – Miguel Cané, publicado los días 25 de agosto, 10 y 25 de octubre de 1896.
«Arte e Historia». A propósito de «La loca de la guardia» de D. Vicente Fidel López, publicado el día 25 de junio de 1897
(1952:367).

{8} Afirma Ardao: «En otros términos, la literatura que atendiese los palpitantes reclamos de la vida y la realidad de nuestros pueblos, desde lo político y social hasta lo moral y espiritual. En suma, función social de la literatura americana, por la interpretación veraz del espíritu americano: he ahí su americanismo literario.» (1970:22).

{9} En «El descontento y la promesa», La Nación, Buenos Aires, 29/8/1926. En Seis ensayos en busca de nuestra expresión, 1928.

{10} Los siguientes versos pertenecen al poeta romántico cubano Juan Clemente Zenea: «Mis tiempos son los de la antigua Roma, / y mis hermanos con la Grecia han muerto.»

{11} «Expone Taine que cuando en determinado momento de la historia, surge una «forma de espíritu original», esta forma produce, encadenadamente y por su radical virtud, «una filosofía, una literatura, un arte, una ciencia», y agreguemos nosotros, una concepción de la vida práctica, una moral de hecho, una educación, una política» (1967:519).

{12} «Siempre he pensado que, entre cuantos medios de propaganda puedan emplearse para contribuir a formar en la conciencia del público que habla castellano una noción exacta de nuestro pensamiento literario en la actualidad, tan vaga e insuficientemente conocido, aun sin salir del continente, ninguno de más urgencia y eficacia que la publicación de una antología de contemporáneos, breve, bien hecha, y editada en condiciones propias para su vulgarización, donde se reuniera alguna parte de lo mejor y más característico de nuestras letras en los últimos veinte años, sin olvidar las indicaciones históricas y los comentarios críticos pertinentes.» (1967:631).

{13} Rodó fue nombrado miembro de la Real Academia Española en 1913. Puede verse «Carta a la Academia Española», Montevideo, 28 de febrero de 1913 dirigida al Sr. Alejandro Pidal (1967:1194).

{14} En El mirador de Próspero, Obras Completas (1967:503-647).

{15} En El mirador de Próspero (1967:651-653). Con motivo de la Gramática razonada del idioma castellano, de Francisco Gómez Marín.

{16} A propósito del idioma puede recordarse la distinción que realiza Wilhelm von Humboldt (1767-1835) entre ergón y energeia. En su opinión, la lengua es una entidad dinámica que se encuentra en constante devenir y evolución (energeia) y no algo estático y fijo (ergón).

 

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