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El Catoblepas, número 22, diciembre 2003
  El Catoblepasnúmero 22 • diciembre 2003 • página 6
Desde mi atalaya

El marxismo como teoría científica
de la emancipación social

José María Laso Prieto

Conferencia desarrollada en el curso Marxismo: pasado y presente,
organizado por el área de formación de la organización local de Oviedo
del Partido Comunista de Asturias, el 25 de noviembre de 2003

José María Laso durante el desarrollo de su conferencia, el 25 de noviembre de 2003

I. Inicios del pensamiento emancipador

Desde que la sociedad humana se dividió en clases antagónicas; y surgió así la explotación del hombre por el hombre, emergieron también los pensadores que se propusieron contribuir a la creación de un modelo de sociedad en el que desapareciesen la injusticia social, la opresión y la explotación del hombre por el hombre. Ni las luchas de los esclavos contra los esclavistas, ni la de los siervos de la gleba contra los señores feudales, propiciaron que en el seno de las clases explotadas surgiese un pensamiento emancipador. Hubo que esperar hasta el Renacimiento –en el que se manifestaba ya claramente la crisis de la sociedad feudal– para que surgiesen comunistas y socialistas utópicos de la talla de Tomás Moro y Tomás Campanella, que fueron seguidos por Meslier, Morelly, Mably, Esteban Cabet, Godwin, &c., hasta culminar en los grandes socialistas utópicos del siglo XIX: Saint Simon, Charles Fourier y Robert Owen.

II. Valoración por Marx y Engels del socialismo utópico

Marx y Engels, no obstante la crítica científica que realizaron del socialismo utópico, siempre valoraron positivamente las aportaciones geniales de tales socialistas utópicos a la doctrina de la emancipación social, pero dejando también constancia de que el socialismo utópico era incapaz de aglutinar una fuerza social revolucionaria o de transformación social. Realmente, ni siquiera lo pretendían los socialistas utópicos, ya que basándose en grandes ideas abstractas, expresadas siempre con mayúsculas (Justicia, Libertad, Igualdad, Fraternidad, &c.) no se dirigían a una clase social concreta sino al conjunto de la sociedad. Para los elaboradores del socialismo utópico, el problema social no radicaba en una contradicción o contraposición de intereses sociales, que por su antagonismo revestía la forma de lucha de clases, sino que su origen se debía a la ignorancia –tanto por parte de los explotadores como de los explotados–, de una concepción justa de la sociedad. Según los socialistas utópicos del siglo XIX, para disipar esa ignorancia bastaría con la realización del ideal colectivista, a través de la implantación de un modelo de comuna, falansterio, comunidad colectiva, &c.

III. La perspectiva de Marx y Engels

La perspectiva de Marx y Engels fue diametralmente opuesta a la de los socialistas utópicos. Compartiendo con los grandes socialistas utópicos la indignación moral contra la explotación, la opresión y el dominio de clase, no basaron su teoría emancipatoria en los grandes ideales éticos expresados con letras mayúsculas, sino en el estudio científico de la sociedad real a transformar. En una carta que Carlos Marx dirigió a su amigo Wedemeyer, le explicó que él no había descubierto la existencia de las diferentes clases sociales, ni elaborado la teoría que explicaba su lucha. Según Marx, su aportación a la teoría social se centraba en la culminación de la lucha de clases en la dictadura del proletariado o dominación económica, política y social de la clase obrera sobre el conjunto de la sociedad.

Sobre la base del estudio de la realidad social a transformar, Marx y Engels aportaron a la teoría del proceso emancipatorio del proletariado los siguientes puntos nodales:

1. Una concepción del mundo racional: el materialismo filosófico no mecanicista

2. Un método de análisis de la realidad: la dialéctica materialista revolucionaria.

3. Una teoría del desarrollo social: la concepción materialista de la historia y la función de la lucha de clases como motor de la historia.

4. La especificidad de la función del proletariado en la lucha de clases. Su misión como clase universal.

5. El descubrimiento de las leyes que rigen el origen y desarrollo del Capitalismo, así como las leyes de la acumulación y concentración del capital.

6. La teoría de la plusvalía como fundamento del desenmascaramiento de la explotación capitalista.

7. El principio universal del internacionalismo proletario.

8. La formulación de las premisas generales para lograr el tránsito del Capitalismo al Socialismo.

IV . Valoración de Marx

La mayoría de los filósofos e historiadores contemporáneos, coinciden en considerar que junto con Newton, Darwin, Einstein y Freud, Marx ha contribuido decisivamente a configurar nuestra época. A partir de Marx ha cambiado nuestra concepción de la filosofía, de la Historia, de la economía, la sociología y la política e incluso, de la ética y de la estética. Los hombres actuales casi no somos capaces de concebir que, prácticamente cuando hablamos o pensamos, utilizamos conceptos y categorías marxistas. En esta situación están también incluidos algunos empresarios capitalistas.

De hecho, el impacto de la obra de Marx sobre la sociedad ha sido tan considerable como notoria su influencia sobre el destino de los trabajadores y de los pueblos. En ese sentido, el haber dotado a la clase obrera, y a los pueblos en general, de los instrumentos teóricos necesarios para que éstos puedan abordar su proceso autoemancipatorio, ha constituido un verdadero hito de la historia universal. Las grandes revoluciones sociales de nuestra época se han desarrollado bajo la inspiración y la bandera del marxismo: Revolución Soviética de Octubre, Revolución China, Revolución Vietnamita, Revolución Cubana. También las luchas contra el colonialismo y por la emancipación de los pueblos dependientes, han tenido una fuerte impregnación de la teoría emancipatoria marxista.

Los trabajadores que siguen sometidos al régimen de explotación capitalista también se han beneficiado del impacto del marxismo sobre la sociedad. Aunque, por una ironía de la historia, las teorías revolucionarias de Marx han tenido una mayor incidencia sobre los países subdesarrollados, no por ello tal incidencia es despreciable en Occidente. Si bien es cierto que la fuerte implantación de la clase dominante en los países occidentales ha impedido profundos procesos revolucionarios de transformación social en tales países, sin embargo el marxismo ha proporcionado a los trabajadores occidentales conciencia de su fuerza social y orientación de como aplicarla. Ello ha obligado a la clase dominante a hacer importantes concesiones en la lucha de clases, que no cambia la esencia del sistema capitalista, ya que subsiste la explotación de los trabajadores. El «Estado del Bienestar» (Welfare State), que ha sido una de las consecuencias de tales concesiones, no obstante sus limitaciones, que varían según los países, ha supuesto una cierta mejoría del nivel de vida de los trabajadores. De ahí que la actual ofensiva neoliberal contra tales conquistas sociales trata de retrotraer a los trabajadores al estado de indefensión en el que se encontraban a comienzos del siglo XIX.

V. Causas de la permanente significación del marxismo

Según el gran historiador marxista británico Eric Hobsbawm, las causas de la permanente significación del marxismo, son:

1. Su abierta crítica del sistema capitalista. Si el Capitalismo hubiese resuelto los problemas de muestra época, nadie se ocuparía ya de una teoría, como la marxista, cuya esencia sigue siendo la critica del Capitalismo.

2. La transformación del mundo que han emprendido personas inspiradas por Marx ha sido efectivamente colosal. Un tercio del mundo ha sido, de una u otra forma, transformado, y este es un elemento que hace mantener el interés por el marxismo. Por esa razón, el marxismo continúa siendo una alternativa de forma de vida.

3. El marxismo es una forma de pensar, la cual ha inspirado a diversas generaciones. Reviste una importancia particular la concepción materialista de la historia.

VI. Crisis y vigencia del marxismo

Los procesos de crisis del denominado modelo de socialismo real que culminaron con la desintegración del Bloque de Estados socialistas de Europa central y oriental, ha suscitado con fuerza la existencia de una crisis global del marxismo que conduciría a su obsolescencia definitiva como teoría del desarrollo social.

En realidad, el tema de la eventual crisis del marxismo no es nuevo, ya que puede remontarse hasta los propios orígenes del marxismo como teoría revolucionaria. Ello suscitó la afirmación irónica de Lenin, de que la vitalidad y vigencia del marxismo encontraba su mejor confirmación en el hecho de que sucesivas generaciones de profesores se habían dedicado a refutar el marxismo, o a darlo por fracasado, muerto u obsoleto. Así se produjeron diversas batallas ideológicas contra la denominada «hidra marxista». Esta lucha ideológica no obtuvo nunca resultados definitivos. Este fenómeno ha quedado muy bien caracterizado por el sociólogo Ramesh Mishra en su obra El Estado de Bienestar en crisis. Pensamiento y cambio social, cuando dice:

«El marxismo quizás sea la aventura política e intelectual más fascinante de muestro tiempo. Política revolucionaria, religión secular, fantasía utópica, teoría social, análisis duro y teórico del capitalismo, filosofía de la historia, socialismo científico, y muchas cosas más a la vez, ha estado amenazando al capitalismo por más de un siglo. En más de una ocasión, sus contrincantes burgueses han estado convencidos de que al fin descansaba en el cementerio de la historia de las ideas. En todas las ocasiones, ha regresado de la muerte para burlarse de la ciencia social «burguesa» y para cuestionar sus vanas pretensiones. La buena suerte ha sonreído al marxismo, cuando la buena fortuna del capitalismo palidecía. No es de extrañar, por lo tanto, que en la década del 70, cuando la economía capitalista se enfrentaba a graves problemas, la sombra del marxismo volvía a ocupar un puesto importante.»

En ese sentido, el fenómeno que se había denominando, durante muchas décadas, la «crisis del marxismo» –también en algunos casos, «crisis y obsolescencia del marxismo»– había constituido, fundamentalmente, una batalla ideológica promovida por los enemigos del marxismo para neutralizar su operatividad revolucionaria. De ahí su rechazo académico, durante más de un siglo, y las numerosas obras publicadas con la finalidad de refutar al marxismo o considerarlo obsoleto.

VII. La operatividad del marxismo

A pesar de la presunta obsolescencia del marxismo, no obstante, a todo lo largo de los siglos XIX y XX, el marxismo siguió demostrando su operatividad tanto en el plano de la metodología de la investigación científica como en el de la elaboración y aplicación del marxismo al análisis de la situación de diversos países. Para confirmar esta opinión, bastaría con citar el reconocimiento que muy diversos científicos –de distintos campos de la investigación científica– han realizado de la ayuda que la metodología marxista les proporcionó en sus tareas de investigación y en sus trabajos científicos. A su vez, en el plano de la praxis política, el marxismo demostró una fecundidad sin precedentes en la historia de las ideas y de las teorías políticas. Los mayores movimientos de masas de nuestro tiempo, fueron suscitados e impulsados por el marxismo. Bajo la inspiración del marxismo surgieron, se desarrollaron y adquirieron operatividad suficiente para cambiar la historia de diversos países.

Aunque no en las condiciones previstas inicialmente por Marx y Engels, como consecuencia de la directa aplicación de las estrategias marxistas, se realizaron revoluciones sociales como las que tuvieron lugar en naciones como Rusia, China, Vietnam, &c. La estrategia revolucionaria de Lenin, tan didácticamente expuesta en obras como ¿Qué hacer?, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática y en Las tesis de Abril, no constituía una desviación de los principios revolucionarios del marxismo, sino de su aplicación creadora a unas condiciones políticas concretas. La tesis de Lenin sobre la posibilidad de la ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista –basada en la profundización que Lenin realizó de los análisis marxistas del capitalismo monopolista– se confirmó plenamente con el desarrollo de la Revolución Soviética de Octubre de 1917. Contrariamente al proceso de «exportación de la Revolución» que se realizó en la década del 40, en los países de Europa oriental y central ocupados por el Ejército soviético, al liberarlos de los nazis, en los territorios dominados secularmente por el Imperio Zarista tuvieron lugar auténticos procesos revolucionarios que no contradecían las premisas objetivas y subjetivas que los clásicos del marxismo habían considerados indispensables para su éxito inicial y consolidación posterior. No obstante, tanto los clásicos del marxismo como el propio Lenin habían considerado siempre que esa consolidación, y la ulterior construcción del socialismo, sólo se podría realizar satisfactoriamente si el proceso tenía carácter universal y se desarrollaban revoluciones socialistas en diversos países europeos. Precisamente, fue el fracaso de tales procesos revolucionarios –especialmente los de Alemania–, en gran parte consecuencia del respaldo de los dirigentes socialdemócratas a sus respectivas burguesías, y la necesidad de que, por eso, se tuviese que intentar la edificación del socialismo en un sólo país aislado y atrasado, uno de los factores más relevantes que determinaron la ulterior deformación del régimen soviético que hizo crisis en el proceso de la «perestroika».

VIII. Las estrategias revolucionarias

Las estrategias revolucionarias, aplicables a los países occidentales del capitalismo avanzado, también se inspiran en el marxismo.

Tanto en las tesis originales de Marx y Engels, como en la posterior concepción de Gramsci, expuesta en su trabajo Guerra de movimientos y guerra de posiciones –utilizando una metáfora bélica, basada en los conceptos de bloque histórico, hegemonía, &c.– las estrategias revolucionarias del marxismo suscitan la posibilidad de que el marxismo, como método de análisis de la realidad social a transformar, y como proyecto emancipador de clase, haya quedado gravemente afectado por el fracaso, al menos temporal, de la experiencia socialista que de 1917 a 1991 se realizó en la URSS. Tal tesis podría encontrar un fundamento en quienes sostienen la tesis de que, sin las consecuencias que se derivaron de la Revolución Soviética de 1917, concretadas en la posterior creación de un sistema de Estados socialistas –cualquiera que fuese el grado de su deformación burocrática– Marx no habría pasado de ser uno de tantos reformadores sociales que se han dado a lo largo de la historia del género humano. De ahí que no obstante haber sido la tesis de la crisis del marxismo un tema recurrente –desde que Marx y Engels desarrollaron la tesis del socialismo científico, o marxismo–, es también cierto que la crisis y hundimiento posterior de los regímenes sociales que habían adoptado el modelo del denominado socialismo real constituye un viraje histórico suficiente para considerar la existencia real de una crisis global del marxismo.

IX . El marxismo y las consecuencias históricas de la Revolución soviética

En la más de una década transcurrida desde la desintegración de la URSS, y del sistema de Estados socialistas que en Europa central y oriental se habían nucleado en torno a su hegemonía, se han publicado diversos trabajos, del más diversificado significado político, tratando de explicar la causa de tal proceso de crisis, y las consecuencias teóricas que de ellas podrían derivarse, respecto a la vigencia del marxismo. En ese sentido ha sido quizás el filósofo y sociólogo polaco Adam Schaff quien más ha profundizado en el análisis de dicha temática.

En una síntesis periodística de su posición, publicada con el titulo de «La venganza póstuma de Marx», en el diario español El País, Schaff sostenía que la causa fundamental del hundimiento del sistema de Estados socialistas de los países de Europa central y oriental había sido que en su implantación y desarrollo no se habían respetado las condiciones objetivas y subjetivas que Marx había considerado indispensables para la edificación de la sociedad socialista. De ahí el titulo de su artículo, ya que Marx, en cierto modo, se había vengado póstumamente de esa falta de respeto. Tal metáfora suponía sostener, de hecho, que el hundimiento del modelo de «socialismo real», lejos de refutar las tesis del marxismo, constituía la más plena verificación en una práctica histórica determinada.

Debe precisarse que Adam Schaff, al analizar esa falta de condiciones objetivas y subjetivas, no se refiere a la iniciación de la Revolución Soviética de Octubre, donde sí considera que se daban tales condiciones, sino al intento posterior de edificar el socialismo, donde tales condiciones evidentemente faltaban.

Empero Adam Schaff no limitaba a Marx la necesaria referencia teórica acerca de las condiciones necesarias para la eficiente edificación de una sociedad socialista. Precisando el problema, a juicio de Adam Schaff, la constitución del proletariado como una clase dominante significa la fundación de un nuevo tipo de Estado basado en unos principios político-jurídicos nuevos y específicos suyos, lo que no está en contradicción con que este Estado nuevo pueda, si es necesario, utilizar la violencia para aplastar la resistencia de las viejas clases dominantes. Precisamente en esto era en lo que pensaba Engels cuando sostenía que la República Democrática es una forma específica de dictadura del proletariado; en esto pensaba también Gramsci, alguien de quien no se ha valorado suficientemente su calidad de teórico marxista, cuando subrayaba la contraposición entre el concepto de hegemonía político-moral del proletariado y el concepto de hegemonía administrativa. Es decir, realizada a través de la pura violencia, no apoyada en ningún consenso social.

X. Las dos hegemonías

Es obvio, sin más, que una «dictadura sin proletariado» así concebida no excluye la posibilidad del pluralismo, tanto en el terreno político (partidos), como en el ideológico, y esto es lo que tenía Engels presente cuando sostenía que la República Democrática sería la forma especifica de dictadura del proletariado en la etapa de transición del capitalismo al socialismo. Por su parte, la dictadura de la burguesía, en el marco del Estado burgués, no excluye, cuando adopta la forma de una República así, el pluralismo político interclasista.

La fórmula de Lenin, según la cual la dictadura del proletariado suponía un ejercicio del poder no limitado por ningún principio jurídico, respondía a las condiciones de la sangrienta lucha contra la contrarrevolución, que se dio en Rusia durante la guerra civil entre blancos y rojos, y era la expresión del «terror rojo» surgido como respuesta al «terror blanco». Es decir, era la expresión de una fórmula acuñada in extremis. Lenin era, sobre todo, un teórico y un práctico de la revolución, y ésta no fue la única vez que dio una configuración de definición general a una formulación muy determinada, coherente con las necesidades inmediatas de la lucha y la situación relacionada con ella. Para conseguir precisar debidamente si el proceso de deformación sufrido por el desarrollo ulterior de la Revolución Soviética suscitaba, o no, una crisis del marxismo, Adam Schaff intenta resolver también algunas de las confusiones originadas por las distintas interpretaciones que se han realizado del concepto de dictadura del proletariado. Y así argumenta:

«Como ya señalábamos en las consideraciones anteriores, no puede haber ninguna duda en lo relativo a que Marx y Engels defendían la necesidad de «una dictadura del proletariado» como período de transición, y que Marx consideraba esta tesis como su aportación fundamental y original a la teoría de la lucha de clases; pero también está fuera de toda duda que Marx y Engels le daban al concepto un carácter distinto al que posteriormente le dio Lenin, particularmente en algunas formulaciones extraordinariamente exageradas del periodo de la guerra civil, y, en particular, un contenido distinto al que adquirió el concepto de dictadura del proletariado en el periodo en que Stalin dirigió el PCUS y el Estado soviético. Por consiguiente, puesto que en ambos casos se entienden contenidos distintos, bajo los mismos términos. Pensemos en la definición engelsiana de la dictadura del proletariado como República Democrática, y en la formula leninista como un poder no limitado por ningún principio jurídico; pensemos también en la definición de Gramsci, y en su distinción entre la dictadura del proletariado como coerción administrativa, y como hegemonía política y moral. Existe el peligro de una equiparación, como fruto de un malentendido semántico. Por eso parece oportuno y justificado abandonar una designación actualmente equívoca y centrarse en la especificación de las nuevas intenciones.»

XI. La Revolución Soviética cumplió las condiciones exigidas por Marx

Estas precisiones de Adam Schaff acerca de la deformación que sufrió el concepto de «dictadura del proletariado» –y sobre todo, su práctica aplicación– no pretenden rechazar la Revolución Soviética, ya desde su fase inicial. Se refieren a la etapa histórica que se inicia con la victoria de Stalin contra Trotsky y la vieja guardia bolchevique y, sobre todo, al intento de implantar el socialismo manu militari, a pesar de que entonces no se daban las condiciones objetivas que el marxismo consideraba indispensables para construir una sociedad socialista. Respecto a la Revolución Soviética de Octubre de 1917, la posición de Adam Schaff es rotunda:

«La Revolución de Octubre fue una revolución socialista adecuada a las condiciones y circunstancias sociopolíticas de la Rusia zarista de 1917. Y, además, a una combinación muy particular de la misma, porque, como es sabido, Lenin no excluyó otro modelo posible de revolución socialista rusa: el de una evolución política hacia el socialismo sobre la base de un pluralismo político, al menos entre la izquierda.»

Globalmente, Adam Schaff llega a la conclusión, a través del análisis concreto de los procesos de deformación que el socialismo sufrió en los países de Europa central y oriental, donde se impuso el modelo de socialismo real, que la práctica histórica había confirmado la certera visión de Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista, sin haber logrado, previa o simultáneamente, el consenso ampliamente mayoritario de la población del país concernido. Consenso que sólo puede lograrse actuando en el campo de la cultura, para conseguir implantar la hegemonía cultural y moral del nuevo Bloque Histórico emergente. La aportación específica de Gramsci en el campo de la previsión científica para la transformación social, la sitúa muy bien Adam Schaff, al precisar:

«Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrollo, en un periodo posterior, aprovechando la experiencia de la Revolución Soviética, la teoría del consenso como teoría subjetiva de la revolución socialista.»

Este tema de las condiciones necesarias para la revolución socialista –tanto de las objetivas como de las subjetivas– Adam Schaff lo considera suficientemente relevante para dilucidar si el destino final de los Estados socialistas, surgidos como consecuencia de los efectos inmediatos o posteriores de la Revolución Soviética, confirman o ponen en cuestión la teoría marxista. Como consecuencia de su preocupación por esta problemática, Adam Schaff la plantea, tanto en forma general como en su especificidad concreta, en el proceso histórico que el denomina el caso polaco. En el plano general, precisa:

«La realización del socialismo, como forma de sociedad superior no es, pues, cosa puramente dependiente de la voluntad. No puede reducirse simplemente a los píos deseos de los hombres. La esencia de la cosa debe cifrarse en la tesis marxista de que, para la victoria del socialismo, no sólo es de todo punto necesario que los hombres que llevan a cabo la revolución socialista quieran tal victoria, sino que puedan asimismo alcanzarla en las correspondientes condiciones concretas. La conciencia de que el triunfo de la Revolución (en el sentido más amplio de la realización de relaciones interpersonales cualitativamente nuevas en la sociedad, no en el restringido del derrocamiento de la burguesía) no depende exclusivamente de la voluntad de quienes luchan por él, sino también de los elementos necesarios para la configuración de una nueva sociedad, diferencia –entre otras cosas– la aproximación científica del marxismo, a los problemas del socialismo, de las ensoñaciones de los socialistas utópicos y de los anarquistas. La conclusión a deducir, de todo ello, será sin duda, en cuanto altamente sobria y racional, una ducha fría para la impetuosidad de determinados exaltados extremistas: el socialismo, en modo alguno, puede –ni debe– ser realizado ad libitum, sino allí donde se dan las condiciones necesarias. Allí, en fin, donde las condiciones económicas y sociales están maduras para ello. Sobre estas circunstancias y condiciones Marx se manifestó en muchas formas: en La ideología alemana, por ejemplo, encontramos un paso, que por su pregnancia y laconismo, puede ser considerada como una aportación clásica al tema. Marx escribía entonces así: "esta alienación sólo puede ser superada, como es lógico, en base a dos supuestos prácticos:
1. Que se convierta en un poder, contra el que hay que alzarse , tiene que hacer de la masa de la humanidad una masa absolutamente 'desposeída' y, al mismo tiempo, en contradicción con un mundo presente de riqueza y cultura, cosas ambas que presuponen un gran aumento de las fuerzas productivas; un alto grado evolutivo de las mismas.
2. Por otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, es un presupuesto práctico de todo punto necesario, precisamente porque sin él sólo se realizaría la escasez, de modo pues, que con la necesidad tendría de nuevo que dar comienzo, de nuevo, la lucha por lo necesario y otra vez comenzaría la mierda anterior... El comunismo sólo es empíricamente posible 'de una vez', y simultáneamente con la obra de los pueblos dominantes".»

XII. Recapitulación de Adam Schaff

Recapitulando sus tesis sobre las posiciones de Marx, acerca de las condiciones necesarias para edificar una sociedad socialista, Schaff sostiene:

«Marx respondió a esta cuestión en la forma más general en el año 1847, cuando formuló en La ideología alemana: "Las condiciones para una revolución socialista, condiciones que hoy se evocan de muy mala gana, y que raramente se citan, fueron expresadas por Marx muy categóricamente:
1. Un nivel de desarrollo económico lo suficientemente elevado, como para poder acceder, en el plazo más breve, al bienestar general de la población.
2. Una clase obrera lo suficientemente desarrollada, como para ser soporte de la transformación social.
3. Una difusión internacional de la revolución socialista, que, para Marx, no podía ser, en modo alguno, más que 'en todo el mundo' (lo que entonces suponía el grupo de países altamente desarrollados), capaz de impedir que una ola nacionalistas anegase al socialismo.
Por consiguiente, Marx era muy restrictivo, al señalar que una revolución socialista no podía ser en modo alguno una función del voluntarismo revolucionario, y advertía, consecuentemente, que la ausencia de esas condiciones objetivas produciría el regreso de 'la vieja mierda' (die alte seisse). La ausencia de libertad del individuo, la limitación, cuando no la supresión, de sus derechos básicos, son todos éstos, sin duda, aspectos del retorno de aquel pasado maloliente.»

XIII. El caso polaco

Pasando de los planteamientos generales, al ejemplo concreto que suponía el denominado caso polaco –muy ilustrativo de los procesos desarrollados en los Estados socialistas de Europa central y oriental– Adam Schaff recuerda que en el intento de edificar al socialismo en Polonia, se cometieron los siguientes errores, que Schaff califica de «pecados»:

«I. Pecado primero y original: el intento de implantar el socialismo en un país que no poseía las condiciones objetivas y subjetivas.
II. Pecado segundo: fue el intento de edificar el socialismo sin atenerse a las condiciones de la psicología social.
III. Pecado tercero: fueron todas las acciones que llevaron a la alienación del Partido, fuerza dirigente indispensable en el sistema socialista.»

Según Adam Schaff no se pueden comprender los acontecimientos polacos –escribió ese texto en 1982– y el repentino resquebrajamiento de todo el sistema, el estallido del odio, la desaparición del escenario político de un partido de tres millones de miembros (Gierek, cuya política contribuyó decisivamente a destruir al Partido y convertirlo en algo similar al Bloque de Cooperación –organismo creado en 1928, bajo la dirección de Pilsudski, que agrupaba a quienes estaban dispuestos a colaborar con el régimen militar semifascista, era símbolo de la ausencia de ideales y de colaboración servil– decía, con orgullo, «¡Tres millones de comunistas!»), la aparición de un anticomunismo militante, la anarquía social, &c., no se pueden comprender si no se comienza por el principio, el pecado original, que fue el imponer por la fuerza (presencia del Ejército Rojo en las tierras polacas liberadas de los nazis) a una sociedad, sin condiciones objetivas para ello, y decididamente adversa a tal política. Se trataba de un país que poseía, antes de la guerra, de un 75% de población rural, y cuya clase obrera sumaba el 12% de sus habitantes, un país pobre antes de la guerra y destruido casi totalmente durante la misma, un país en el cual los nazis habían asesinado a 6 millones de los 38 millones de habitantes, aniquilando casi totalmente a la clase trabajadora.

«Era un país que, por su composición social (predominio de campesinos, su profundo catolicismo, su patriotismo dirigido históricamente contra Rusia, como potencia opresora, y el anticomunismo de amplios grupos sociales) tenía una actitud de repulsa respecto a los cambios socialistas, los cuales innegablemente aparecían como un regalo ruso. El asunto estaba muy claro, el referéndum de 1946, que debía de decidir sobre el régimen político del país, dio una respuesta rotundamente negativa; por el país paso una ola de progroms. No era una continuación del antisemitismo nazi sino una venganza contra los judíos, a quienes se identificaba con el nuevo régimen; estalló una nueva guerra civil, conocida en las obras de historia como lucha contra las bandas reaccionarias, que duro hasta 1947, y estaba dirigida por el Gobierno polaco exiliado en Londres. Había, pues, sobradas pruebas de que la población de Polonia no daba su consentimiento (el consenso que exigía Gramsci como condición para la revolución socialista) para cambiar el sistema y, aún más, que era enemiga del cambio.»

Y Adam Schaff prosigue su análisis, del caso polaco, como paradigma de una inadecuada aplicación del marxismo:

«Era una perogrullada afirmar que la realización de cambios revolucionarios socialistas, cuando faltaban las condiciones objetivas y subjetivas para ello, constituye una empresa decididamente antimarxista, aún cuando la emprendan partidos comunistas que invocan el marxismo-leninismo. Para comprenderlo, basta recordar que Marx era severamente restrictivo con respecto a las condiciones objetivas necesarias para el éxito de la revolución socialista, y lo expresó muy categóricamente: "Si no se tienen en cuenta las condiciones objetivas, la vieja mierda (die alte scheisse) volverá en nueva forma".
Esta idea la repitió en numerosas ocasiones, con particular claridad en La ideología alemana, de 1847, vale decir en una obra de su periodo maduro pero que no fue publicada hasta 1932, razón por la cual era desconocida de Lenin y de toda la pléyade de marxistas revolucionarios. En este, y en otros trabajos, Marx menciona las siguientes condiciones para la revolución socialista:
1. Un nivel de desarrollo económico que permita proceder de inmediato la distribución de la propiedad (la igualdad en la miseria no sería socialismo).
2. Un nivel de desarrollo cultural de la clase obrera que le permita dirigir una industria moderna.
3. La victoria simultánea del socialismo en los países más importantes.»

Para Adam Schaff, mientras Marx, subrayó las condiciones objetivas de la revolución socialista, Gramsci desarrollo, en un periodo posterior, aprovechando la experiencia de la Revolución Soviética, la teoría del consenso, como teoría de las condiciones subjetivas de la revolución socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución, ni mucho menos verificar la dictadura del proletariado, como hegemonía moral y política (y no como imposición violenta). Este consenso, debe lograrse mediante un trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que atribuye Gramsci a la intelectualidad, en su teoría de la revolución socialista.

XIII. La advertencia de Alfred Lampe

Según Adam Schaff, esas condiciones tan adversas, para intentar edificar el socialismo en Polonia, fueron advertidas, a su debido tiempo, por un destacado dirigente y teórico del Partido Comunista Polaco. Se trata de Alfred Lampe, que falleció en Moscú en 1943. Antes de su muerte tenía preparadas las notas de un ensayo sobre el futuro de Polonia, luego conocido como El testamento político de Lampe. El documento de Lampe comienza con una evaluación pesimista de la situación económica y social de Polonia al final de la guerra en el país, y llega a la conclusión de que «a Polonia no se le planteaba una revolución socialista, sino un gobierno pluralista de unidad nacional, que debería dirigir la reconstrucción democrática del país destruido». En ese sentido, los puntos más significativos del documento de Lampe son los apartados b y c de su punto 3:

«b) El camino de la revolución social no es el que se abre en Polonia. Las enormes destrucciones causadas por los alemanes a la economía y a la población, imponen no una guerra civil sino la mancomunidad de los esfuerzos... para la reconstrucción del país. El camino de Rusia en 1917 no es el camino de Polonia en 1943.»

«c) Polonia necesita un camino de desarrollo propio, sin copiar modelos del este o del oeste. Hay que proteger a Polonia de los ataques de la especulación, contra los intentos de imponerle desde fuera un régimen político (fascismo) o económico (dominio del capital extranjero) o de desatar una guerra civil por intereses ajenos. La primera condición del resurgimiento nacional, es la libertad de establecer caminos de desarrollo propios.»

Lampe se mostró también contrario a cualquier interferencia en los asuntos internos polacos. Así en la página 3 de su documento, decía:

«Cualquier injerencia externa debe generar en Polonia fuertes resistencias y luchas, lo cual conduciría a una injerencia permanente. Ante lo exiguo del apoyo con que se puede contar, tal estado de cosas sería sumamente indeseable, tanto para la URSS como para el desarrollo progresista normal de Polonia.»

No habiendo tomado en consideración , las advertencias de Lampe, según Adam Schaff, en parte por razones estratégicas, que impulsaban a la URSS a asegurar, a través del corredor polaco, la comunicación con la zona de Alemania que ocupaba el Ejército Soviético y, en parte, por la resistencia de los comunistas polacos a no aprovechar la coyuntura favorable existente para implantar el socialismo, se actuó de tal forma que se desató una guerra civil en la que perecieron más de 10.000 comunistas y una cifra superior de las denominadas «bandas anticomunistas». Los preliminares de esta dura confrontación, se describen muy bien en la novela Cenizas y diamantes de Jerzy Andrzejewski, magistralmente llevada al cine por Andrzej Wajda.

XIV. Dimitrov y las democracias populares

Aunque el caso de Polonia reviste peculiaridades propias muy acentuadas, en otros aspectos tiene también rasgos comunes con los demás países del Este, a donde se exportó la revolución aprovechando la ocupación por parte de los Ejércitos soviéticos que les habían liberado del dominio nazi. Tampoco se puede aplicar adecuadamente el modelo de Democracia Popular que, según la concepción de Dimitrov, debería haber constituido un régimen socialista basado en el pluripartidismo. De hecho, por decisión de Stalin y su Politburó, tales regímenes de Democracia Popular, fueron vaciados de su contenido diferencial respecto al régimen soviético. En definitiva, en el caso de los regímenes socialistas de los países de Europa central y oriental, dicho vaciamiento tuvo por consecuencia que tales países se suprimiese todo rasgo diferencial, como democracias populares, para constituir meros calcos del modelo soviético. Este tema surgió –entre otras razones– debido a que no se realizó –debido a la traición de la socialdemocracia alemana– el proceso revolucionario que hubiese extendido los efectos de la Revolución Soviética a otros países europeos, y ello, a la postre, resultó decisivo para el futuro del régimen soviético. Tal tema de la dimensión internacional de las revoluciones socialistas, aunque se aborda en el Manifiesto Comunista, se concreta todavía más en el trabajo Los principios del comunismo, de Federico Engels. En algunas alusiones de este trabajo –que antecedió al Manifiesto Comunista– originalmente se denominaba Catecismo Comunista, por la forma de preguntas y respuestas que revestía. El trabajo de Engels, Principios del Comunismo, era un proyecto previo de programa de las Liga de los Comunistas. El II Congreso de la Liga, de 8 de diciembre de 1847, encargó a Marx y Engels que redactasen su Programa, en forma de Manifiesto. Al escribir el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels se valieron de varias tesis enunciadas en Principios del comunismo. En el punto XIX de dicho texto se plantea la pregunta: ¿es posible la revolución socialista en un sólo país? La respuesta es:

«No. La gran industria, al crear el gran mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo a los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurra en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social, a tal punto que, en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la lucha principal de nuestros días. En consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia, en Alemania, la revolución se desarrollará en cada uno de estos países más rápidamente o más lentamente, dependiendo del grado en que esté, en cada uno de ellos, más desarrollada la industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se disponga de mayores fuerzas productivas. Por eso, será más lenta y difícil en Alemania, y más rápida y fácil en Inglaterra. Ejercerá también una influencia considerable en los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal»

XV. Lenin y el componente interno de las revoluciones

Lenin no desconocía la necesidad del carácter internacional de los procesos de edificación del socialismo. Con la ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista, en el Imperio Zarista, Lenin consideraba que se abría un proceso revolucionario internacional que llevaría a la clase obrera al poder en diversos países. De ahí la responsabilidad de los dirigentes socialdemócratas que, violando las resoluciones del Congreso de Basilea (1912) de la Internacional Socialista, se unieron a sus respectivas burguesías durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y, en la crisis revolucionaria de la posguerra, contribuyeron decisivamente al mantenimiento del sistema capitalista en Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Francia, Gran Bretaña, &c. Así quedó aislado el régimen soviético, sobre todo el proceso de edificación del socialismo en Rusia y demás naciones integradas coercitivamente en el Impero Zarista. Así, en su Informe al IV Congreso de la Internacional Comunista, el 5 de diciembre de 1922, titulado Cinco años de la Revolución Rusa y perspectivas de la Revolución Mundial, Lenin abordó con realismo algunos problemas derivados del aislamiento y cerco internacional que intentaba asfixiar al poder soviético: «Es indudable que hemos cometido muchas torpezas, y cometeremos todavía más, ¿por que cometemos torpezas?» se planteaba Lenin, y contestaba:

«La razón es sencilla:
1. Porque somos un país atrasado.
2. Porqué la instrucción en nuestro país es mínima.
3. Porque no recibimos ayuda de fuera. Ni uno sólo de los países civilizados nos ayuda. Por el contrarío, todos actúan en contra nuestra. Por culpa de nuestro aparato estatal. Hemos heredado el viejo aparato estatal del zarísmo y esta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que este aparato este contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios del Estado comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les regamos: "por favor, vuelvan a sus puestos." Todos volvieron a sus puestos y esa ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una verdadera masa de funcionarios, pero no poseemos elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad.»

Así finalicé mi exposición de la ponencia Vigencia o crisis del Marxismo en los Encuentros filosóficos hispano-cubanos desarrollados en la Universidad Central de Las Villas, de Santa Clara (Cuba) de 1996. En el correspondiente debate de la misma, la opinión del profesor Gustavo Bueno fue que el marxismo continuaba siendo operativo, como método de análisis de los fenómenos sociales, y que la crisis se daba únicamente en el marco histórico en que se había aplicado y desarrollado el marxismo.

XVI. Las tres fuentes y las tres partes del marxismo

Con motivo del treinta aniversario del fallecimiento de Carlos Marx, V. I. Lenin publicó en el número 3, de 1913, de la revista Prosvechenie (La ilustración), el artículo «Las tres fuentes y las tres partes del marxismo», que constituye la mejor síntesis del origen de las corrientes teóricas que culminaron en el marxismo. Comenzaba así:

«La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto oficial como liberal) que ve en el marxismo algo así como una "secta nefasta". Y no cabe esperar otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de las clases no puede haber una ciencia social "imparcial". De un modo o de otro, toda la ciencia social oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra sin cuartel a esa esclavitud Esperar una ciencia imparcial, en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios, los obreros en detrimento de las ganancias del capital.
Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que se parezca al "sectarismo", en el sentido de que sea una doctrina fanática, petrificada, surgida al margen de la vía principal que ha seguido el desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, lo genial en Marx es, precisamente, que dio respuesta a los problemas que el pensamiento de avanzada de la humanidad había planteado ya. Su doctrina surgió como la continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo.
La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es completa y ordenada, y proporciona a la gente una concepción integral del mundo, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.
Nos detendremos brevemente en estas tres fuentes del marxismo, que constituyen, a la vez, sus partes integrantes.

I

La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y en especial en Francia a fines del siglo XVIII, donde se desarrolló la batalla decisiva contra toda la escoria medieval, contra el feudalismo en las instituciones y en las ideas, el materialismo se mostró como la única filosofía consecuente, fiel a todo lo que enseñan las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la mojigata hipocresía, &c. Por eso, los enemigos de la democracia empeñaron todos sus esfuerzos para tratar de "refutar", minar, difamar el materialismo y salieron en defensa de las diversas formas del idealismo filosófico, que se reduce siempre, de una u otra forma, a la defensa o al apoyo de la religión.
Marx y Engels defendieron del modo más enérgico el materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que significaba toda desviación de esa base. En las obras de Engels Ludwig Feuerbach y Anti-Dühring, que –al igual que el Manifiesto Comunista– son los libros de cabecera de todo obrero con conciencia de clase, es donde aparecen expuestas con mayor claridad y detalle sus opiniones.
Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII, sino que desarrolló la filosofía llevándola a un nivel superior. La enriqueció con los logros de la filosofía clásica alemana, en especial con el sistema de Hegel, el que, a su vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. El principal de estos logros es la dialéctica, es decir, la doctrina del desarrollo en su forma más completa, profunda y libre de unilateralidad, la doctrina acerca de lo relativo del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en perpetuo desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales –el radio, los electrones, la transformación de los elementos– son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx, quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus "nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo.
Marx profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la arbitrariedad que imperan hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que muestra cómo, en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo.
Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza (es decir, la materia en desarrollo), que existe independientemente de él, así el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas concepciones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, &c.), refleja el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado, que ha proporcionado a la humanidad, y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber.

II

Después de haber comprendido que el régimen económico es la base sobre la cual se erige la superestructura política, Marx se entregó sobre todo al estudio atento de ese sistema económico. La obra principal de Marx, El Capital, está con sagrada al estudio del régimen económico de la sociedad moderna, es decir, la capitalista.
La economía política clásica anterior a Marx surgió en Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo, en sus investigaciones del régimen económico, sentaron las bases de la teoría del valor por el trabajo Marx prosiguió su obra; demostró estrictamente esa teoría y la desarrolló consecuentemente; mostró que el valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción.
Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de una mercancía por otra), Marx descubrió relaciones entre personas. El cambio de mercancías expresa el vínculo establecido a través del mercado entre los productores aislados. El dinero, al unir indisolublemente en un todo único la vida económica íntegra de los productores aislados, significa que este vínculo se hace cada vez más estrecho. El capital significa un desarrollo ulterior de este vínculo: la fuerza de trabajo del hombre se trasforma en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de las fábricas, de los instrumentos de trabajo. El obrero emplea una parte de la jornada de trabajo en cubrir el costo de su sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista.
La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx. El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al obrero, arruina a los pequeños propietarios y crea un ejército de desocupados. En la industria, el triunfo de la gran producción se advierte en seguida, pero también en la agricultura se observa ese mismo fenómeno, donde la superioridad de la gran agricultura capitalista es acrecentada, aumenta el empleo de maquinaria, y la economía campesina, atrapada por el capital monetario, languidece y se arruina bajo el peso de su técnica atrasada. En la agricultura la decadencia de la pequeña producción asume otras formas, pero es un hecho indiscutible.
Al azotar la pequeña producción, el capital lleva al aumento de la productividad del trabajo y a la creación de una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va adquiriendo cada vez más un carácter social –cientos de miles y millones de obreros ligados entre sí en un organismo económico sistemático–, mientras que un puñado de capitalistas se apropia del producto de este trabajo colectivo. Se intensifican la anarquía de la producción, las crisis, la carrera desesperada en busca de mercados, y se vuelve más insegura la vida de las masas de la población.
Al aumentar la dependencia de los obreros hacia el capital, el sistema capitalista crea la gran fuerza del trabajo conjunto.
Marx sigue el desarrollo del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción.
Y la experiencia de todos los países capitalistas, viejos y nuevos, demuestra claramente, año tras año, a un número cada vez mayor de obreros, la veracidad de esta doctrina de Marx.
El capitalismo ha triunfado en el mundo entero, pero este triunfo no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.

III

Cuando fue derrocado el feudalismo y surgió en el mundo la "libre" sociedad capitalista, en seguida se puso de manifiesto que esa libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación del pueblo trabajador. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella, aparecieron inmediatamente diversas doctrinas socialistas. Sin embargo, el socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, imaginaba un régimen superior, y se esforzaba por hacer que los ricos se convencieran de la inmoralidad de la explotación.
Pero el socialismo utópico no podía indicar una solución real. No podía explicar la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, no podía descubrir las leyes del desarrollo capitalista, ni señalar qué fuerza social está en condiciones de convertirse en creadora de una nueva sociedad.
Entretanto, las tormentosas revoluciones que en toda Europa, y especialmente en Francia, acompañaron la caída del feudalismo, de la servidumbre, revelaban en forma cada vez más palpable que la base de todo desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista.
El genio de Marx consiste en haber sido el primero en deducir de ello la conclusión que enseña la historia del mundo y en aplicar consecuentemente esas lecciones. La conclusión a que llegó es la doctrina de la lucha de clases.
Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden –y, por su situación social, deben– constituir la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la lucha.
Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo.
En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el Japón y desde Suecia hasta el Africa del Sur, se multiplican organizaciones independientes del proletariado. Este se instruye y educa al librar su lucha de clase, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, está adquiriendo una cohesión cada vez mayor y aprendiendo a medir el alcance de sus éxitos, templa sus fuerzas y crece inconteniblemente.»

 

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