Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 21, noviembre 2003
  El Catoblepasnúmero 21 • noviembre 2003 • página 24
Libros

El mito de la izquierda indefinida
y el mito de las derechas

José Manuel Rodríguez Pardo

Contrarreseña crítica a la publicada por Felipe Giménez Pérez
sobre El mito de la izquierda, de Gustavo Bueno (Ediciones B, Barcelona 2003)

Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003 (marzo, quinta edición: octubre 2003) En el número 17 de esta revista, Felipe Giménez Pérez ha publicado una reseña sobre el reciente libro de Gustavo Bueno, El mito de la izquierda. Tal reseña, excesivamente escueta y mal orientada a mi juicio, me parece insuficiente para que los lectores se hagan una idea de los contenidos del citado libro. Su comentario sobre esta obra se basa, entre otros parámetros, en considerar el libro de Gustavo Bueno como una suerte de «arqueología trascendental», según indica el título de su reseña. Y para dar fe de su afirmación realiza una cita de Ensayos materialistas a la que me referiré más adelante. Sin embargo, después de revisar detenidamente El mito de la izquierda, no encuentro ni representada ni ejercida esa supuesta «arqueología» atribuida al profesor Bueno por Felipe Giménez. Sobre todo porque, a juicio de Gustavo Bueno, la distinción derecha/izquierda tiene aún valor, aunque no absoluto, para definir determinadas Ideas y corrientes que aún actúan en nuestro presente. Para centrarnos en el problema, señalaremos dos defectos principales de los que, a mi parecer, adolece el resumen de Felipe Giménez: su concepción de la izquierda como algo indefinido, y su sustancialización de las distintas facciones de derecha, como si cada una de ellas inaugurara una nueva estructura, a modo de un nominalismo renovado.

Respecto al primero de los defectos, es curioso que Felipe Giménez señale que la oposición entre izquierda y derecha comienza con el Antiguo Régimen, pero no preste atención a las condiciones que enuncia Bueno para que se dé esa contraposición. Tal circunstancia se da en el proceso denominado por Gustavo Bueno holización. Es decir, un proceso de racionalización aplicable a la totalidad del Género Humano. En las páginas 108 a 151 del cuerpo del libro y en las páginas 309-310 pertenecientes al glosario de El mito de la izquierda, se explica como una reconstitución de la sociedad estamental del Antiguo Régimen a partir de sus átomos racionales, es decir, los ciudadanos. Del mismo modo que Lavoisier o Prestley aceleraban la constitución de la Química en base a la descomposición de los cuatro elementos de la Filosofía Natural clásica en los átomos y moléculas de los compuestos y gases, Robespierre o Sieyes inauguraban la Nación política como una construcción basada en los individuos sin consideración de su extracción social o su linaje.

Evidentemente, este proceso de holización tiene como canon la ciencia química, y por lo tanto está extraído de la Teoría del Cierre Categorial. En base a ello, siempre podría objetarse que tal proceso de holización puede ser asumido por otras corrientes políticas, caso del feminismo, como ha señalado Bruno Cicero Poo en su artículo Feminismo y Holización: feminismo definido e indefinido. Sin embargo, esto no desdice que la izquierda política va unida necesariamente al concepto de holización del género humano y sus diferentes modos de intentar ponerla en práctica. Sin embargo, como Felipe Giménez no plantea, y ni siquiera señala, el proceso de holización hay que suponer que se está refiriendo a una izquierda indefinida, sin cánones políticos que la determinen ni histórica ni ideológicamente frente a otras opciones políticas.

Siguiendo con la reseña de Felipe Giménez, se puede contemplar que, a pesar de todo, señala la distinción entre izquierdas indefinidas e izquierdas definidas, pero seguidamente naufraga al enumerar, muy escuetamente eso sí, las seis generaciones de izquierda definida enunciadas por Bueno. Así, señala una tras otra dichas generaciones, pero ya en la segunda comete un error importante al afirmar que el liberalismo, en general, constituye la segunda generación de la izquierda. Sin embargo, es bien sabido que no todos los liberales pueden ser considerados como una generación de izquierda, al margen de que el punto de vista emic, de los contemporáneos de esa segunda generación, considerara a éstos como derecha. Sin ir más lejos, en España ha triunfado un liberalismo de cuño conservador, representado en políticos de la talla de Cánovas del Castillo, Antonio Maura y otros, que históricamente ha defendido la familia, la jerarquía, la existencia de Dios y las instituciones tradicionales, incluyendo la monarquía (el trono) y el catolicismo (el altar), sin caer en los excesos de la derecha absoluta o derechona, que podría simbolizarse en el famoso Padre Vélez, ni identificarse con los adalides de la izquierda de segunda generación, como José María Queipo de Llano (el Conde de Toreno), Baldomero Espartero, Prim, Emilio Castelar, &c. Hoy día, el liberalismo conservador tiene a nuestro juicio un inequívoco representante en España en el periódico Libertad Digital.

Otro detalle que deja en evidencia la incomprensión de Felipe Giménez es su criterio historicista a la hora de señalar el final de la distinción derecha/izquierda, como algo enmarcado entre las fechas de 1789 y 1989. El propio Bueno rechaza tal criterio como insuficiente:

«Un procedimiento muy prometedor es el procedimiento histórico, es decir, el procedimiento de exposición según el orden histórico de la aparición, desarrollo y vicisitudes de las diferentes corrientes de la izquierda a lo largo de un intervalo significativo, por ejemplo, el intervalo de doscientos años que transcurren desde 1789 (Asamblea revolucionaria francesa) hasta 1989 (hundimiento de la Unión Soviética). [...] El procedimiento histórico, imprescindible sin duda, es necesario pero no suficiente, puesto que él mismo necesita de criterios distintivos del inmenso material que remueve. El ejemplo anterior [Bueno se refería a la II República española] nos muestra la insuficiencia del criterio "republicanismo" (a pesar de que se trata de un criterio vinculado al criterio principal que hemos escogido: el Estado). Es en la historia real en donde tiene lugar la confusión de corrientes y partidos y, en consecuencia, sólo un ingenuo miembro del gremio de los historiadores puede reivindicar como necesario, y suficiente para un propósito "conceptualizador", el "método histórico"» (El mito de la Izquierda, págs. 52-53.)

Felipe Giménez se revela próximo al individuo que describe Bueno, pues considera que sólo tiene sentido la distinción derecha/izquierda como algo acaecido entre 1789 y 1989. Hubiera sido deseable que Felipe Giménez hiciera referencia a este fragmento de Bueno donde señala tal caracterización historicista, para luego criticarla si es lo que realmente deseaba. Pero sin estos referentes, cualquier crítica se vuelve necesariamente huera. Asimismo, es precisamente el criterio historicista el que le lleva a afirmar que el libro de Gustavo Bueno es una suerte de arqueología trascendental, siguiendo la expresión que utilizó Bueno en Ensayos materialistas en el año 1972. Sin embargo, hemos de reconocer que las distintas generaciones de izquierda no pueden ser consideradas como los sistemas filosóficos dados históricamente. Y ello porque las generaciones o géneros no están clausurados, salvo excepciones como el jacobinismo, y aún actúan en nuestro presente, un presente que no cabe definir como fin de la Historia.

Por otro lado, Felipe Giménez se muestra opuesto a considerar que haya una sola derecha estructuralmente, y postula como contraejemplo a la afirmación de Gustavo Bueno la pluralidad de partidos de derechas. Sin embargo, la existencia contingente de la multiplicidad de derechas no garantiza consiguientemente su pluralidad estructural. De hecho, los partidos políticos de derechas pueden rivalizar perfectamente entre sí para alcanzar el poder, del mismo modo que la ecualización entre derecha e izquierda en el estado del bienestar no impide la rivalidad entre unos y otros para alcanzar el gobierno. Sin embargo, estructuralmente las derechas pueden agrupar fuerzas y concebir proyectos comunes, algo que a las distintas generaciones de izquierda les está vedado.

A este respecto, resulta interesante leer el siguiente fragmento:

«Es evidente, por tanto, que las derechas absolutas han de entrar en conflicto entre sí, incluso cuando los grupos sometidos buscan su emancipación (el caso de Espartaco en Roma, el caso de la emancipación de las colonias inglesas en América en el siglo XVIII) no por ello tienen una orientación de izquierda, sino de derecha; lo que explica la "paradoja" de que la democracia americana, a raíz de la Declaración de Virginia, tomase una inspiración derechista, la propia de una burguesía incipiente que estaba en competencia con la aristocracia de sangre [...] Las derechas absolutas están en conflicto mutuo en cuanto "todas ellas quieren lo mismo". Si establecen alianzas entre sí no es tanto en virtud de su condición homogénea (en virtud de su condición fraterna, como supuestas herederas de un mismo origen étnico), sino por solidaridad frente a terceros» (El mito de la Izquierda, pág. 288.)

Ahora bien, siguiendo este razonamiento, el que existan varias derechas no significa que existan también distintas Ideas de derecha. La derecha, estructuralmente, es una, pues la cualidad que la define es la apropiación postulada desde el Antiguo Régimen, por lo que la lucha entre facciones de derecha no modifica la identidad de sus gobiernos ni de sus proyectos:

«La voluntad de apropiación es, en todos los casos, la misma. Es decir, es una voluntad unívoca, pertenece al mismo género, cualquiera que sea la naturaleza de los objetos apropiados. La multiplicidad de las derechas, incluso cuando entran en conflicto mutuo, no modifica la identidad de sus respectivas voluntades. Ellas conocen, por decirlo así, el principio y el fin de esas voluntades» (El mito de la Izquierda, pág. 293.)

De este modo, mientras que la derecha siempre ve el objetivo de sus planes y programas, las diversas generaciones de izquierda no conciben la «nueva sociedad» más allá de la propia formulación positiva que sus diversos proyectos vayan tomando:

«Pero la voluntad de la negación de las propiedades creadas por la derecha, en tanto que únicamente cobra su sentido, más allá del nihilismo, en función de la reconstrucción racional que de aquellas propiedades sea posible obtener, ya no podrá considerarse idéntica en cada uno de sus actores. Y esto es debido a que no se conoce, ni puede conocerse, la estructural del fin al cual va orientada la negación revolucionaria [...] Definimos así, en cierto modo, una disposición diametralmente opuesta a la disposición utópica. En la disposición utópica el objetivo pretende estar perfectamente prefigurado; pero lo que se desconoce es el camino o método que conduce a él. Ahora, en cambio, diremos que la izquierda conoce el método revolucionario, pero no sabe, ni puede saber, adonde va a llevarle, porque puede llevarle a muy distintos lugares. Por eso las izquierdas son múltiples y la derecha una» (El mito de la Izquierda, págs. 293-294.)

Multitud de ejemplos se dan en la Historia de la validad de esta afirmación, aunque podría ponerse como piedra de toque clarísima la II República y la Guerra Civil españolas, temática sobre la que se ha polemizado en varios números de esta revista, y que ha sido ignorada extrañamente por Felipe Giménez. Si leemos el desarrollo de la citada polémica, comprobaremos cómo la desunión de las izquierdas es la que lleva al derrumbe de la II República: primero los anarquistas, al oponerse a liberales y socialistas, considerados como cómplices de la explotación; después, la coalición de comunistas, socialistas y anarquistas en el golpe de estado de 1934, que asimismo apenas dura dos semanas en Asturias y fracasa, entre otros motivos, por tal desunión; y finalmente, con la nueva coalición denominada Frente Popular, se produce un radicalismo político e ideológico que culmina en la reanudación de la guerra civil y la liquidación del régimen republicano, cuando en julio de 1936 la izquierda de segunda generación se convierte en el tonto útil de socialistas y comunistas, entregándoles armas para que ejerzan la violencia de forma indiscriminada.

Es más, una vez planteada la guerra civil, se contempla muy pronto cómo son las divergencias entre las distintas generaciones de izquierda las que provocan su derrota, y no el presunto aislacionismo o ausencia de materiales bélicos frente a los franquistas. De hecho, la derecha, que es la gran olvidada en la polémica sobre la II República y la Guerra Civil, apenas sufrió contratiempos de carácter político u organizativo. Y ello porque tanto monárquicos alfonsinos, como carlistas, falangistas y corporativistas, engarzaban sus proyectos políticos con la época más gloriosa de la Historia de España, es decir, su etapa imperial, que como todos sabemos va ligada al Antiguo Régimen. En cambio, la izquierda española, ya desde su fundación con las Cortes de Cádiz en 1812, defendía una Historia de España puramente mitológica, en la que el pueblo español había sido oprimido desde el siglo XVI por monarcas extranjeros [sic] que habían propiciado su estancamiento y oscurantismo. Para las izquierdas de segunda generación, por supuesto, la solución estaba clara: refundar España, ignorando todo la Historia anterior.

Y si esto podemos decir de la segunda generación, qué decir entonces de los anarquistas (tercera), que aunque su auge se ha basado en una característica aversión hispana al centralismo, con un proyecto que buscaba destruir el estado sólo hubieran conducido a la consolidación de corrientes más autoritarias, como así fue. Así, tanto los socialistas (cuarta generación) como los comunistas, entran en escena concibiendo a España como una república proletaria los primeros, y los comunistas como una de las Repúblicas soviéticas que ya existían en la antigua Rusia. Es decir, que defendían que España fuera engullida por la URSS. En estas condiciones, lo que provocó la derrota de la izquierda en la guerra civil fue su desunión y sus proyectos políticos contrapuestos. De hecho, fue una coalición representada por el General Casado, antiguo jefe de la Casa Militar formada por Manuel Azaña y por lo tanto republicano, el General Mera, de tendencia anarquista, y Julián Besteiro, socialista, quien le plantó cara a los comunistas para expulsarlos de España y firmar la rendición con Franco. Por lo tanto, fueron tantas las divergencias entre los proyectos socialista, republicano, anarquista y comunista, que los tres primeros prefirieron rendirse ante Franco que aceptar la sumisión a los proyectos soviéticos en España. Curiosamente, Felipe Giménez plantea como primer contraejemplo de la unidad de la derecha la presunta inestabilidad del bando franquista durante la guerra civil y en la posguerra, algo que hay que desechar como diametralmente opuesto a la verdad.

El otro contraejemplo formulado por Felipe Giménez se refiere a la lucha producida entre derechas en la Alemania de entreguerras, con el triunfo del NSDAP o Partido Nazi. Podemos ver que efectivamente los nazis ilegalizaron al resto de la derecha alemana, formando un partido único, pero eso no fue óbice para que los demás derechistas se acabaran infiltrando en él. En el NSDAP, el partido nazi, estaban los mayores aristócratas de Alemania, no sólo los obreros. Es más, aun en el caso de haberse configurado una derecha nazi al margen de otras derechas, tal conflicto no dice nada acerca de la presunta pluralidad estructural de la Idea de derecha. En todo caso, tales luchas eran, como afirma Bueno en la ya citada página 293 de su libro, por mantener una voluntad de apropiación que es únivoca, no por destruir esa apropiación para sustituirla por una nueva sociedad. Y en eso se puede decir que los nazis no podrían reemplazar sustancialmente el orden anterior a ellos, pues su legitimidad estaba en relatos de superioridad racial y de exaltación al caudillaje de un líder dotado de un carisma (por decirlo acertadamente al modo de Weber) análogo al que pudieran tener, estructuralmente, el Trono y el Altar del Antiguo Régimen.

Al margen de estas dos flagrantes equivocaciones de Felipe Giménez, es interesante señalar cómo comenta el término ecualización, acuñado por Gustavo Bueno para definir la situación de la izquierda en las actuales democracias de mercado (página 273 y ss., páginas 303-304). En base a la ecualización producida entre derecha e izquierda en la actual coyuntura política, donde se acepta la sociedad de mercado, el estado de bienestar, &c., las diferencias entre proyectos de izquierda y derecha parecen haberse difuminado, lo que da pie para que Felipe Giménez diga que no tiene sentido siquiera hablar de la existencia de una izquierda. Sin embargo, Felipe Giménez no deja muy claro a qué generaciones de izquierda pueda referirse con tal afirmación, pues ni siquiera las expone con la suficiente prolijidad, como hemos comprobado más arriba.

Asimismo, afirma que la ecualización entre derecha e izquierda obliga a dejar de calificar las políticas como de izquierdas o de derechas y calificarlas simplemente como políticas sensatas o estúpidas respecto al buen gobierno o eutaxia. Sin embargo, ambas distinciones (derecha/izquierda; políticas sensatas/estúpidas) no coinciden, pues las políticas de derecha no equivalen a la sensatez ni a la estupidez, y lo mismo cabría decir de las políticas de izquierda. Históricamente han existido proyectos de derecha buenos y malos, y proyectos de izquierda también buenos y malos. A mi juicio, si Felipe Giménez piensa que las distinciones entre derecha e izquierda son las mismas que entre buenos gobiernos y malos gobiernos, lo único que postula es la gruesa reducción de cualquier concepción de izquierda a una suerte de izquierda indefinida. La distinción entre derecha e izquierda, a tenor de lo dicho por Bueno, no es una distinción entre políticas ineficaces y eficaces, o entre políticas buenas o estúpidas, pues estos adjetivos no se identifican ni con la derecha ni con la izquierda. Es más, ¿cuál es el criterio para definir lo que es políticamente sensato o insensato? Ni siquiera lo aporta. Incluso cabría pensar que Felipe reduce su concepción de izquierda indefinida a la llamada izquierda fundamentalista, que se autoconcebiría como la bondad plena, al tiempo que considera la derecha como el mal absoluto. En el caso de Felipe Giménez, el mal por definición se encontraría en la izquierda (páginas 242-244).

Finalmente, cabría señalar, a tenor de su valoración sobre El mito de la izquierda, que Felipe Giménez parece preso de concepciones historicistas de corte hegeliano, que consideran a la Historia acabada, al menos en lo referente al problema tratado en el libro, que es el desarrollo de las múltiples Ideas de Izquierda. Si consideramos con Gustavo Bueno que la izquierda política se desarrolla según el canon de la racionalidad asociada a los procesos de holización o totalización del género humano, ya sea desde la Nación política (jacobinismo, socialdemocracia, liberalismo radical), la negación del Estado (anarquismo) o su máxima afirmación en forma de Imperio (URSS y China), hay que señalar que tal proceso de holización no se completado. Ello implica que existe la posibilidad (no sabemos desde qué parámetros) de que los planes y programas de alguna de las izquierdas puedan recomponerse. De ahí que Bueno defienda la posibilidad de una séptima generación de la izquierda. Sobre dicha generación resulta difícil pronunciarse, aunque sí parece claro que su desarrollo dependería de plataformas políticas continentales:

«[...] el Continente anglosajón, en donde está asentado el único Imperio universal hoy realmente existente; el Continente islámico, que se mantiene totalmente al margen de la distinción entre izquierdas y derechas, tal como ella se formó en Europa; el Continente asiático, continuador de la sexta generación de la izquierda, y que es acaso el verdadero antagonista, mayor aún que el islam, para el imperialismo norteamericano; y el Continente hispánico, que muchos consideran como una plataforma virtual cuyo porvenir, por incierto que sea, no puede ser descartado en cuanto al papel que pueda jugar en el futuro en el concierto universal» (El mito de la Izquierda, págs. 297-298.)

Cabría no obstante aventurar que estas plataformas continentales descartan a todas las generaciones de izquierda, salvando la quinta y la sexta. Pero, a mi juicio, resulta complejo que sistemas como el comunista, cuyas contradicciones llevaron al hundimiento de la URSS (crecimiento cero de la economía y dictadura perpetua del Partido Comunista) puedan llegar a competir nuevamente con la actual globalización de EEUU. Sobre el comunismo chino me resulta difícil pronunciarme por mi desconocimiento actual sobre el tema, pero pienso que la sección que actualmente funciona sobre la República Popular China en esta revista puede servir para esclarecer algunas ideas. En todo caso, suponiendo que la primera generación (jacobinos) está ya clausurada, no parece que la segunda (liberalismo radical), la tercera (anarquismo) o la cuarta (socialdemocracia) admitan un desarrollo continental, salvando fuertes ecualizaciones de ellas con la quinta o la sexta, que en cualquier caso se resolverían en el dilema consistente en su liquidación o su deserción, como ya sucedió en la Guerra Civil española.

En cualquier caso, todo esto me lleva a concluir, como último defecto de la lectura que Felipe Giménez ha realizado de El mito de la izquierda, que no contempla otros conceptos fundamentales como la distinción que Bueno formula entre Ideas de izquierda y «corrientes» de izquierda, es decir, entre sus estructuras normativas y sus formulaciones y desarrollo histórico efectivos (páginas 18-24). Que hoy día las corrientes de izquierda hayan sufrido una inflexión importante e incluso comprometedora para su continuidad en este momento de nuestro Presente, ¿autoriza a decir, como Giddens o Toffler, que no existe ninguna Idea de Izquierda? No creo que ello pueda deducirse del libro, salvo que se participe de una visión histórica de corte hegeliano, máxime teniendo en cuenta que la Historia, lejos de haber concluido, ofrece diversas posibilidades:

«En nuestro presente es imposible admitir que el proceso de racionalización de la Humanidad haya avanzado tanto y de modo armónico, como algunos optimistas quieren creer. La miseria y la pobreza de muchos pueblos, por un lado, y la superstición, el vudú, el tarot, los horóscopos, las falsas creencias y la ignorancia en creciente aumento en el seno de las propias sociedades del bienestar, obligan a concluir que la historia está muy lejos de haber encontrado su fin» (página 298).

Y doy aquí por concluida mi contrarreseña a la publicada por Felipe Giménez. Mi único objetivo era no tanto criticar sus posiciones, sino resaltar su incomprensión del último libro de Gustavo Bueno. Pienso que, si no se ha comprendido una obra, como es el caso, es imposible llegar a criticarla con exactitud, y creo imprudente abordar semejante proyecto en dichas condiciones.

 

El Catoblepas
© 2003 nodulo.org