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El Catoblepas, número 21, noviembre 2003
  El Catoblepasnúmero 21 • noviembre 2003 • página 17
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El inconsciente y la televisión.
El fantasma publico

Pelayo Pérez García

¿Qué relación hay, si es que la hay, entre lo inconsciente y la televisión?

Persiguiendo el vínculo que nos permita superar el psicologismo, y sus figuras diversas, como puedan ser las del neurologismo a lo Damassio y otras versiones mentalistas, como las de Oliver Sacks por ejemplo, nos hemos encontrado ante la televisión como escenario del «fantasma público», donde las emociones y fantasías individualistas del «sujeto flotante» arriban como a un puerto de acogida. Ese vínculo buscado no es otro que la técnica y su implantación ideológica como dominio tecnológico del mundo. Estas líneas no son sino una reflexión a partir de las experiencias del espacio global tanto de la televisión cuanto de los sistemas informáticos, de telefonía móvil, etcétera, que convierten en deletéreos a los cuerpos mismos, convertidos en carne de ese fantasma público aquí mentado.

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Señalemos en principio los esbozos más destacables: la relación del Inconsciente, en el sentido freudiano, y la aparición del cine que era, en los años de esplendor del psicoanálisis, mudo. En esa época, desde 1900, fecha de la publicación de la Traumdentung, a 1939, fecha del comienzo de la segunda guerra mundial y de la muerte de Freud, adquieren gran preeminencia y difusión dos obras que, entre otras influencias, contribuirán sin duda al desarrollo de la obra y desafección de Carlos Gustavo Jung de la ortodoxia freudiana. Esas obras son, según creemos, La Decadencia de Occidente de Spengler y La Rama Dorada de Frazer aparecida al final de la guerra. El «Inconsciente colectivo» y la idea de los Arquetipos son las grandes aportaciones jungianas, a partir de fuentes míticas principalmente. Como se sabe, Carlos Gustavo Jung formaría parte de un grupo de hermeneutas entre los que destacó el mitólogo Mircea Eliade, que nos muestra la deriva del Ello freudiano hacia un místico Inconsciente cósmico. Tótem y tabú y El Malestar en la Cultura, fueron respuestas a estos y otros problemas por parte de Freud. Cuando Freud escribe este último y pesimista, desencantado libro, el cine había dejado de ser mudo y, al volverse sonoro, adoptará, vulgarizará, convertirá al psicoanálisis en una moda.

La moda psicoanalítica alcanzó su cota máxima en los años 60 y 70 del pasado siglo cuando, por otra parte, la industria cinematográfica había abandonado el filón psicoanalítico, al menos expresamente, relegándolo a un asunto marginal, que tiene aún en Woody Allen su espacio de existencia, justamente como espacio irónico, ámbito tragicómico como corresponde al universo de lo privado. El psicoanálisis se refugió en Lacan, como se sabe, y en Argentina. Pero en esta época de esplendor y caída ha sucedido algo digno de nota: la industrialización masiva del cine, por un lado, y el triunfo ecuménico de la televisión por el otro. Y ante todo ello, esta es la cuestión que se nos ocurre plantear: ¿qué relación hay, si es que la hay, entre 'lo inconsciente' y la televisión?

¿Cabría hablar, dándola por supuesta, una relación tal que, a diferencia de lo que pensara Jung, el Inconsciente se nos mostrara hoy en día no como colectivo, sino como un inconsciente colectivizado y desenmascarado precisamente por la televisión?

La técnica y su despliegue mundial y diverso, alcanzará en este final del siglo XIX su tercer estadio, en el sentido de Lewis Mumford, o neotecnia. La fotografía o el cine, en nuestro caso, y como partes de este fenómeno tecnológico, iniciaban entonces la conquista de su público. Pero tanto la fotografía como el cine eran mudos, aunque ambos mostraban rostros, escenas, situaciones. Pareciera que ahí pudiéramos encontrar los signos de ese inconsciente que Freud «hizo hablar». Ya se ve como «la voz» era ya un fenómeno muy judio. Freud provenía de la neurología y sus estudios histológicos iban a la zaga de los de Ramón y Cajal, pero el biologicismo en el cual se formó, el de Nietzsche y Darwin entre otros, lo puso ante 'eso' que habla en el lenguaje, 'eso' que desborda al hablante, 'eso' que 'se' escenifica en el sueño. El hablante tenía que reproducir la escena soñada, ahí 'vista' y ponerle voz o, al menos, ponerle 'subtítulos'. Luego llegaría el fonógrafo, la radio y, como ya dijimos, el cine sonoro. Pero cuando esto sucede, Jung se ha escindido de la tutela del maestro y Freud padece, oh paradojas, un cáncer mandibular que lo llevará a la tumba, es decir, al silencio. Jung no era judío, por cierto. Ni Spengler, ni Frazer, ni Mircea Eliade.

«El Inconsciente se estructura como lenguaje», dirá en los años cincuenta del pasado siglo Lacan. Es el triunfo de la semiología estructuralista. Sin embargo, tanto la cibernética como la televisión acaparan ya el espacio objetivo y articulan la exterioridad misma donde los cuerpos hablan. No en vano, Lacan participará en unas entrevistas que, pese a su divismo culterano, no lograron penetrar en el escenario, pero que resultan esclarecedoras respecto al movimiento mismo de «lo inconsciente». Esas entrevistas quedaron recogidas en el libro «Radio/Televisión». Destaquemos también que ya en una época temprana, como son los años del discurso de Roma y siguientes, alrededor de 1954, Lacan se pregunta con quién habla, con quién se relaciona el jugador de las tragaperras y el usuario de las primeras máquinas cibernéticas, puesto que no es con la máquina precisamente. Con el Otro, con la muerte. «Como esa anciana que, en el parque, alimenta a las palomas y habla, no con ellas como creería un observador ingenuo, sino con el tercero ausente, la muerte.» Así, entre el yo y el ello, la máquina.

Esta trama es un motivo de reflexión, tras la publicación por parte de Gustavo Bueno de Telebasura y democracia y, sobre todo, Televisión: apariencia y verdad, de una génesis que, en su extremo, cuestionará el concepto mismo de «inconsciente», según creemos, pero también el neurologismo triunfante que resultara de estos dominios psicologistas, por un lado, y psicoanalíticos por el otro, teniendo como espacio intermedio, a la antropología, que en Levi-Strauss alcanzará su cima semiológica, estructural, frente a los intentos ya apuntados de carácter hermenéutico, cuando no místicos. El desarrollo de las técnicas y de las ciencias, como hemos insinuado, es el que nos permite recorrer estas lagunas, estos espacios vacíos e imposibles de vincular, cuando el vínculo se da, se postula o indefectiblemente aparece implicado entre unos fenómenos y otros: el cuerpo viviente, el habla, la imagen, las relaciones entre los individuos, la necesidad y la supervivencia, la reproducción, el sexo y la muerte... La imaginación, así pues, articula este movimiento productivo, creador, mediante los cuerpos vivientes enfrentados a las cosas y a los otros seres vivos. La imaginación habla. Y Freud interpretó ese 'campo de la palabra' en el silencio de la escena familiar, en la mirada, en la presencia de un cuerpo infantil, 'inconsciente', en medio de otros cuerpos concientes, que lo miran, que le hablan, le ordenan, reprimen, dirigen e incluso desean. Es la escenografía del síntoma.

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Hoy día, sin embargo, el dominio de la informática, del presente «presente», de la simultaneidad mundial que permite la televisión, situándose entre los hechos, el lugar de los mismos y los televidentes de cualquier parte del Mundo, convierte a las relaciones humanas en una llanura de la imaginación, en tanto que no hay nada ahí que imaginar, así pues, nada que «producir». Cabría preguntar si, en otro tiempo, la «imaginación productiva» kantiana no era una sublimación del propio Kant debido a la carencia tecnológica en la que aún vivía. Es decir, los ilustrados no podrían ver el Mundo sino como «progreso», como el despertar a las ciencias y a las técnicas que su imaginación soñaba, cubriendo los «huecos» que hoy en día, por ejemplo, llena la televisión y el ordenador. Los cuerpos pensantes no podían sino reducirse a su propio pensar subjetivo, cosa que hoy, paradójicamente, va resultando cada vez más imposible. Es decir, cada vez más imposible en cuanto camino de retorno re-flexivo. No es que por causa de las tecnologías implantadas la reflexión sea imposible, 'nos robe tiempo' y cosas así, psicológicas, subjetivas ellas mismas, sino que la exterioridad misma de esta subjetividad, de las emociones, de las pasiones del alma, ciegan el camino posible de vuelta y denotan una 'inconsciencia' colectiva que transmuta el concepto jungiano de Inconsciente en su contrario, como ya dijimos: ahora asistimos a la colectivización del Inconsciente. Por eso mismo, la vuelta re-flexionante, el trayecto posible que las relaciones entre los seres humanos propiciaba mediante el lenguaje, es decir, mediante la producción de significados, del espacio semántico, se desenraíza de los cerebros mismos, de las relaciones de transitividad que por ellos intervienen, abatiéndolos y aplanándose él mismo como tal espacio, haciendo que la relación destacada precisamente por Lacan: «el hombre es un significante para el hombre», resulte hoy día sumamente comprometida, precisamente por la inter-calación de la televisión o de los ordenadores. Aquí nos referimos, naturalmente, al ejercicio actual dominante en estos medios, productos al fin de la sociedad democrático-capitalista en la que vivimos y que, como señala Bueno en Telebasura y Democracia, por la televisión formal se nos impone la tiranía del mercado y las elecciones que como tal nos permite. Tiranía del mercado de la audiencia. Y aquí queríamos llegar. ¿Es la 'audiencia' el correlato sintético-actual del inconsciente diádico Freud-Jung?

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El concepto de «fantasma», como se sabe, está vinculado a la imaginación y a la «fantasía», según su uso. Esta doble vertiente es la que en Freud lo vuelve ambiguo. Ambigüedad que nos conviene en estas reflexiones, que no van más allá de la complicidad con el lector. Hemos hablado de la 'imaginación productiva', de su esterilización posible hoy en día, así como de la también posible pérdida o desvanecimiento de la función de «significante» que los hombres mantienen entre sí, con lo cual la estructura semiológica del pensamiento, de la existencia misma, parece comprometerse o acaso, como sugiere Sloterdijk, acaso sucede que el hombre nuevo 'autooperable' está ya ante el límite de sus morfologías, asistiendo al desbordamiento del propio dialelo antropológico, trazando figuras que aún es demasiado pronto para que, desde su mismo movimiento, desde su presente 'presente' las podamos 'ver', juzgar, volver siquiera consciente. Pues el fondo desde el cual esa figura de futuro se esboza no es otro que el propio 'dialelo', nosotros mismos y nuestro obrar.

Con estas consideraciones, retomemos la idea de «fantasma», pues acaso ella nos sirva de criterio para analizar, ante los fenómenos técnicos de la televisión y la informática y su dominio del espacio antropológico, social y político, las figura «psicológica», la figura subjetiva que se exterioriza en las audiencias, por un lado y, por el otro, la presencia de ese mismo público, masivo y escenificador de sí mismo, en los platós televisivos. Por supuesto, estos dos polos, tecnológicamente relacionados, no dudamos tienen repercusión en los medios escritos, sean diarios, mensuales, filosóficos, científicos o literarios. Pues acaso, en definitiva, lo que esa misma televisión, ese mismo cine del presente, esa red mundial informática, etcétera, nos muestra no es sino «el fantasma (de lo) público». Es decir, el «público como fantasma». El público actúa ante las cámaras, incluso cuando ni siquiera la cámara nos enfoca como parte del público, pero me muestra a uno cualquiera, al 'man', al maltratador normal, al asesino con el que nos cruzamos a diario, a la seducida y abandonada, al neurótico, al depresivo, al narcisista inclemente e insaciable que cada uno es. Alguien dijo que un actor es un cuerpo que da vida a un fantasma. Ahora pues, la cuestión es saber a qué fantasma está dando cuerpo el público con su carne.

«La novela familiar del neurótico» y su escenario peculiar, a la mano y ante los ojos, que todavía, tanto el psicoanálisis como la psicología clásica pretendían interpretar como núcleo genético del mundo subjetivo, reduciéndolo a la escala del interprete, se ha convertido, en consonancia con lo que venimos diciendo, en el «teatro del mundo del sujeto flotante», donde predomina el débil mental o el psicótico borderline, troceados por una buena dosis de narcisismo vulgar que ningún otro escenario podría mostrar y acoger, entre otras cosas porque la llamada escena familiar se ha descompuesto en su propia evolución, debida por lo demás a los efectos de esas mismas técnicas, de sus procesos de producción y de mercado, que estamos comentando.

De hecho, cuando la industria cinematográfica tiene que competir con la pujante televisión, estamos asistiendo a un fenómeno social ya cristalizado que se enraíza en las consecuencias de la segunda guerra mundial que nos servió de marco histórico: el dominio del capitalismo norteamericano. Esta «megamáquina» , por seguir con los conceptos introducidos por Mumford, arrasó con los procedimientos clásicos respecto a la subjetividad, la conducta y, en fin, el fenómeno psicológico al completo, incluido desde esta perspectiva, la cognición o el problema de la 'mente y el cuerpo', que hemos recogido al hablar de neurologismo. Desde el conductismo de Skinner al dominio del Prozac, pasando por la sociobiología o el imperio de las llamadas neurociencias, la llanura del ego resulta ser el efecto de esa megamáquina y su atomización de los cuerpos pensantes. De donde que no resulte, según este esquema de «colectivización del Inconsciente», nada extraña la aventura del Gran Hermano Simio y que además éste practique el Ameslan, que no el Hispalan, por caso. Caso que no viene al caso, pues el predominio tecnológico del Mercado Mundial se prescribe en inglés como no podía ser menos en la actual fase de tal imperialismo maquínico.

Ahora, así pues, la cuestión acerca de lo Inconsciente se nos plantea como la carne de ese «fantasma público» al que hemos aludido y que la televisión nos muestra en escena, pero no se agota, sino al contrario. Pues, entre otras cosas, habrá que ver a que figuras sociales, políticas e ideológicas está dando vida este fantasma. Por otro lado, qué sea el Inconsciente sigue estando en el alero de su ausencia. Y es esa ausencia lo que lo vuelve problemático, pues de la muerte sólo nos queda el cadáver, que es su exterioridad, como las tumbas y los símbolos que estas neotecnias, lo estamos viendo, allanan y succionan, convirtiendo las relaciones entre los cuerpos en un imaginario que gira y actúa en el vacío...

Post-Scriptum

Cuando daba por finalizada la breve reflexión anterior, recibo el número de Octubre de Magazine Littéraire, dedicado a Maurice Blanchot, el cual como se sabe falleció el pasado mes de febrero. El dossier Blanchot, que la citada revista nos presenta en esta ocasión, se ve enriquecido con la aportación de un texto inédito de Jacques Lacan, la trascripción de una intervención oral en uno de sus Seminarios, en éste caso la última lección correspondiente al Seminario de 1962 titulado «L'Identification». En esta última intervención, Lacan evoca la figura de Blanchot y lee unos párrafos de «Tomás el Oscuro» a propósito, y he aquí la coincidencia con nuestro texto, de la «realización del fantasma», título además de la inédita intervención lacaniana.

Así pues, la célebre tríada lacaniana, «lo imaginario, lo simbólico y lo real» sufriría en esta compulsión teleinformática una merma simbólica, de donde la 'colectivización del Inconsciente', el abatimiento del espacio semántico al cual ya hemos aludido. Claro que proseguir esta anotación desbordaría los límites abordados por nuestra reflexión. Pero indicado esto, y en relación con las operaciones de los sujetos y con las técnicas resultantes y vinculantes (o no), remitimos al artículo de Gustavo Bueno titulado «Imagen, símbolo y realidad», aparecido en El Basilisco, 1ª época, número 9, 1980.

Y ya que hago esta aclaración, que la feliz coincidencia propicia, aclararé también, como es de rigor, la fuente inspiradora del presente texto y que rescato de una «nota a pie de página» de mi redacción primera. El texto fontanal es un artículo de Prieto Ratto, aparecido el pasado mes de Abril en Il Giardino dei Pensieri, titulado «Il símbolo é morto? Viva il símbolo!», alarmante y alarmado cuadro clínico sobre el actual estado de salud de la Imaginación, reza el subtítulo. En esta reflexión del filósofo italiano, por lo demás desde perspectivas opuestas a las nuestras, se destaca el papel de la TV, de la colectivización de la conciencia, del déficit de lo simbólico, &c.

 

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