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El Catoblepas, número 20, octubre 2003
  El Catoblepasnúmero 20 • octubre 2003 • página 18
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Estivalia 2

Pelayo Pérez García

Final de verano pasado por Murcia

Se va el verano y escribo como en una despedida. Vaya usted a saber donde se va, pero el verano se va. La luz sigue siendo intensa, pero menos extensa en su recorrido. Eso debe ser, la fuga del verano digo. El calor insiste. Todo es transparente, radiante, como en esas implosiones que anuncian un final que quisiera dejar su huella imperecedera. Pensándolo bien, no todo es transparente ni radiante, claro; pero con todo y con eso, irradia el sol que da gusto, incluso aunque por ello mismo uno busque el sosiego de los espacios sombreados, el atardecer, la suave noche.

En la costa de Granada, al pie de las Alpujarras, en otro tiempo lugares hermosos y propicios y hoy invadidos de «invernaderos», de turismo fácil, de mezclas y suciedad, disfruté de unos días con todo hermosos. Había sosiego en la casa alpujarreña, sobre la costa, con su jardín de almendros incluido. Y también mosquitos y arañas. Inevitable, pero estaban los rumores, el pueblo antiguo a nuestra vera, los alcohólicos anónimos con matrículas inglesas que se apoyaban en la barra de la única taberna como en los mejores tiempos de mi juventud añeja y franquista. Había hombres en las aceras que, a la sombra, desde la madrugada, no miraban a ningún sitio y no hablaban de nada, prendidos, cogidos por la plaza y las calles, por el espacio donde aún permanecían al atardecer. Las playas estaban empedradas, la mar límpida. El resto era luz.

Me bañé en el mar; paseé y preparé mi intervención para el Congreso de Murcia, que sospeché hace un tiempo no debía llevar a cabo. Y no lo hice. Pero eso fue después, a la semana siguiente y en Murcia. Desde Granada a Murcia, las explotaciones industriales hortícolas ocupan laderas y valles hasta la misma línea de playa. Ahí el centro nuclear es El Ejido. No extraña que la violencia xenófoba exista con tal pujanza. Los conflictos humanos no sólo se inscriben en las relaciones con los temporeros inmigrantes, en su modo de vida, en la explotación de su necesidad superpuesta a la necesidad de explotación perentoria de los lugareños. Es que el conflicto ya estaba allí. Está implicado en el cambio socioeconómico de la región, en el salto hacia modos de producción, y consumo, 'salvajes', desmesurados, que llevan a cabo sujetos aún enraizados con el modo de producción y de convivencialidad anterior. Aún no han crecido las generaciones que sólo hayan conocido los invernaderos y que accedan a modos de formación y organización diferentes. Aquí se ve aún el almendro y las cabras, las casas blancas, las calles y los pueblos apenas «urbanizados», desprovistos de infraestructuras pertinentes, de medios y de modos adecuados a esa explosión demográfica, industrial y económica, que exige almacenes, camiones, viviendas, ordenadores e inmigrantes, médicos, técnicos, consumo eléctrico, de agua, &c. Aquí, sobre una piel tan antigua se ha inscrito, como un tatuaje a lo bárbaro, directamente y sin mediación, la marca del capitalismo depredador y mundializado, pues de aquí parten hacia Londres o Amsterdam miles de toneladas, centenares de camiones, cosecha tras cosecha. Y son los hijos de esos hombres vacíos que me encontraba en la madrugada y al anochecer, desarraigados, perdidos, significantes vivos de un mundo que ya no pertenece a su discurrir, que ha trasladado el sentido hacia el extremo opuesto de su memoria, y son esos hijos, digo, los que faenan sin descanso en esos mismos lugares de su infancia, transformados ahora y transformados ellos en productores-consumidores, en nuevos ricos, en patronos que aún no han dejado, en muchos casos, el olor de las cabras que cuidaron de niños. Y entonces esa violencia que en ellos se instala, ese descarnamiento del pueblo originario sin abandonarlo al mismo tiempo, esa dinámica exigida por los mercados urbanos, financieros, seculares de Europa, imprime en ellos modos y maneras que se enfrentan a sus pares, a esos «moros» o rumanos que necesitan para mantener su propia esclavitud, eso sí con veloces y potentes automóviles diferenciadores, con ropas y modales a la última, con móviles al oído y con putas y alcohol ...a la mano.

Septiembre, 15

Leo en recuerdo de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, tras nuestras conversaciones y reencuentro en Murcia, «Fuga de Muerte» de Paul Celan. A mí me gusta Celan, incluso antes de que Heidegger lo incluyera en su olimpo poético. Me gusta más René Chair, también olímpico, pero que a nuestro amigo filósofo le gusta menos que a mí. No sé, voy a tener que decidirme a publicar mis propios poemas inéditos y así acaso deshagamos el entuerto. Hablando de poesía, espero se disculpe el guiño vanidoso. Al fin y al cabo, esto no es nada frente a otras vanidades tan exentas de poesía...:

«(...) Todemsfuge
Un hombre habita la casa él juega con las culebras él
Escribe mientras oscurece a Alemania tu pelo dorado
Margarita
Lo escribe y sale de la casa y fulguran las estrellas silba a
Sus perros
Silba a sus judíos hace abrir una tumba en el aire
Nos manda tocad ya para el baile
Leche negra de la madrugada te bebemos de noche
Te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos de tarde
Bebemos y bebemos
Un hombre habita la casa él juega con las culebras él
escribe
él escribe mientras oscurece a Alemania tu pelo dorado
Margarita
Tu pelo ceniciento Sulamita abrimos una tumba en el aire
Ahí no se yace incómodo
Grita cavad más hondo en la tierra los unos y los otros (...)»

Queda este poema incompleto como recuerdo y también señal para cuantos carecen de sindéresis y, aún menos, de sentido poético. O quizás uno conlleva a lo otro, al sentido estético de la vida me refiero.

Acaso todo comenzó con mi viaje a Granada y su costa desaforada que el viaje a Murcia fue, por cierto, paliando al ir adentrándome en su extensa, fértil, hermosa llanura, como una vega inmensa desplegada bajo el sol. Murcia estaba en fiestas y llegué al Congreso de Filosofía (que organizó la pujante Sociedad Murciana de Filosofía sobre la obra de Gustavo Bueno y titulado «Filosofía y cuerpo»), con retraso, aunque espléndidamente recibido por el amigo Peñalver, preocupado y atento a todo como es natural en él. Al pronto supe de la impresión causada por la ponencia de Urbina, no se hablaba de otra cosa. Por eso lo miento aquí sobre el poema, pues leí a mi vuelta la copia de la conferencia magistral que él tuvo a bien darme. Necesitaré volver a leerla y encajarla a su vez en el entramado que, por otra parte, se tejió en las ponencias restantes, en las comunicaciones, en las conversaciones colaterales, tan jugosas, tan ricas, tan amistosas a veces... que uno no sabe si esto no será el 'núcleo' de todo congreso que se precie.

Ahí, para combatir los 'efectos colaterales', Alberto Hidalgo cataba vinos de Jumilla o Yecla, vaya usted a saber, mientras Fernando Pérez Herranz departía sonrisas y distensiones con Isabel, Jorge Emilio Nanclares y el amigo Silverio, al tiempo que atendía a las puyas irónicas de Felicísimo Valbuena o a los destripamientos del cuerpo político con los que, entre plato y plato, Francisco José Martínez nos aderezaba una cena, la del día 11 de setiembre por cierto, que se presentaba agraz por lo ocurrido en el salón de conferencias un par de horas antes, no tanto con la intervención de Fernando P. Herranz, cuanto por la desproporción y falta de estética de algunos respondientes. Pero de esto será mejor hablar en un aparte.

Cenar, digo, en una hermosa plaza de Murcia al lado de Urbina, Alberto, Fernando o Felicísimo, por caso, fue un colofón que a su vez ponía las cosas en su sitio mediante la conversación distendida, fluida e irónica donde el Yecla, o el Jumilla a saber, iba poniendo en boca de los enólogos perlas que ni Celan ni yo suscribiríamos, pero que vaya uno a saber por qué, hacían el trago más jugoso, más paladino, con cuerpo. Y eso que apunto estuve de ingresar en la orden de 'los neumáticos', aunque se acordó permaneciera en la de los 'psíquicos', ya que nuestros 'materiales' se iban alimentando y gozando de la velada...

Septiembre, 16

Por razones que no vienen al caso, tuve que viajar a Toledo al día siguiente, con lo cual me perdí la intervención esperada de David Alvargonzalez y, claro, la clausura por parte de Gustavo Bueno de un congreso que se dedicó enteramente a su obra filosófica, cosa que se olvidó a veces. Es decir, cuantos estábamos allí lo hacíamos, aunque solo fuera con nuestra presencia, como un acto de reconocimiento hacia la figura y la obra del propio Gustavo Bueno. Nadie compareció para socavar semejante textura, pero algunos mostraron que su telar tiene nombre propio y esto es, paradójicamente, la prueba y el homenaje más alto que un autor puede desear, máxime cuando puede además ser testigo en vida de semejante hecho: que haya autores, que haya cabezas pensantes que toman el materialismo filosófico como 'plataforma e instrumento' de su discurso propio, incluso cuando este choca o diverge del propio discurrir de su autor. Y a todo esto se llama «vida», se llama «enriquecimiento», se llama «futuro». Lo demás, lo contrario, es la arterioesclerosis, la ecolalia y la falsa filosofía, por cuanto sólo es filosofía 'ex contactu'. Es la muerte, la cosificación, por reiteración, de lo mismo... Pero de lo 'mismo' que otro, en este caso Gustavo Bueno, ya dijo mil veces y mil veces mejor.

No quería irrumpir en el nudo de la cuestión, pero tampoco lo quiero eludir. Queda hora mentado, y continúo con mi viaje no vaya a ser que se acabe el verano y esté aún en los preámbulos.

En Toledo intenté sosegarme, pero hacía demasiado calor y recordaba una lipotimia que me tumbó hace años tras otro viaje, precisamente de Murcia a Toledo, que me recibió con 44º centígrados de temperatura. Ahora la temperatura venía dada por las intoxicaciones congresuales. Intenté en una terraza de la plaza mayor toledana, tras una siesta imposible, leer la copia que me facilitó Ortiz de Urbina y a las cinco páginas tuve que dejarlo. Requerían otro ambiente, otra disposición. Hay sin embargo en ellas algo que debemos reconsiderar para el caso: es el asunto acerca de «la incorrección» de Bueno, de su pensamiento, de él mismo por tanto, frente a los «ideólogos», pero copio de nuestro autor: «(...) unos son radicalmente filósofos, mientras que otros suelen partir de presupuestos más bien científicos, articulados en lo que en fenomenología se conoce como «instalación natural» y esto hace que, «frente al encastillamiento ideológico de unos, la postura filosófica aparezca como escandalosamente incorrecta. Bueno escandaliza no por su «vehemencia», sino por su «incorrección.» Esto ya lo sabíamos, pero queda aquí espléndida y adecuada, enmarcadamente expuesto y precisado. Esta «incorrección» ineluctable no empece para que en muchas ocasiones hayamos sido testigos de la exquisita «corrección» de Bueno, así como en muchos otros casos desearíamos lo hubiese sido más.

La «incorrección», lo intempestivo del pensamiento (de Bueno) es acaso la señal de su misma «instalación crítica» frente a la ideologizada «instalación natural», lo cual es muy distinto, como comprobamos en Murcia, de algunas incorrecciones exentas de pensamiento.

Fernando M. Pérez Herranz, para concatenar con lo expuesto por Ortiz de Urbina, fue absolutamente «incorrecto», intempestivo, y lo fue por exceso de corrección académica, a mi modo de ver, y pese al desaforado despropósito de quien calificó su intervención, entre otras lindezas, de «indecencia dialéctica». Las intervenciones extemporáneas suelen hacerse fuera de lugar y tiempo y por ello se olvida no ya sólo el discurso sustancial expuesto, su tesis, su cadena argumentativa, la posibilidad incluso de su acierto, que lo es incluso si Fernando Herranz estuviera equivocado, pues el acierto es plantear «correctamente, y desde el propio materialismo filosófico, el problema que le causó la lectura de la obra en cuestión de Bueno», se olvida insisto la cadena causal:

La cadena causal, según estimo, nace en el libro de Bueno en cuestión: «España frente a Europa», en el cual confluyen, claro, otros hilos y otras fuentes. Tiene, en lo que a Fernando se refiere, efluencias en la revista Daymon, que yo sepa, y en otras intervenciones del autor, de donde que este «curso» interrogativo vino a cobrar «cuerpo» en su ex-sección de El Catoblepas, donde y por ello mismo, expuso correctamente su tesis y su crítica. Cumpliendo con la «decencia dialéctica», Fernando Perez Herranz expone su discurso, así pues, en un medio «interno» al materialismo filosófico, por público y abierto que este sea, y lo hace según los modos académicos apropiados, y también claro está, propios de una revista que se supone no es mero ámbito de cotilleo. Yo no sé si Bueno debía o no contestar, pues creo que está en su derecho de no hacerlo. Lo que no tengo nada claro es porqué otros, que tienen el derecho a hacerlo por supuesto, lo hacen desde «el deber» de contestar por Bueno. Y nada digamos del aviso para navegantes que se le lanzó a Fernando Pérez Herranz tras abandonar, según su libre criterio, la sección que habíamos celebrado tantos y tantos lamentaremos no tenga continuidad. Ante esto, ¿cómo no esperar de un hombre cabal la respuesta «viril» en defensa de su deber filosófico frente a los «derechos incoados» por quienes, en este caso al menos, debían haber esperado y ejercido la temperancia, dado quien era el que escribía y lo que postulaba en ese artículo?

Si Ortiz de Urbina elevó el vuelo filosófico, tengo para mí que Pérez Herranz cimentó el suelo que permite recorrer la senda perdida por medio de tantas alharacas, tantas fidelidades donde se encalla el único pensamiento posible, el que recoge ante la muerte y el olvido al pensamiento vivo que otros nos legan y así lo transforman, dedicándole lo mejor de sus propias vidas, en pensamiento actualizado, en crítica, en el futuro de un presente que nos exige calma, para que el tiempo haga su labor sosegante ahora que el otoño se acerca y así podamos retomar escritos, imágenes y recuerdos, retornando al curso de las horas y los días e intentar, unos mejor que otros, vivificar el legado que sin duda Gustavo Bueno nos deja incesante e inagotable.

Septiembre, 17

Mañana cumplo años, acaso ya demasiados para estos desgajamientos generacionales que, por otra parte, no puede uno eludir precisamente por mor de lo cumplido. He ido ayer a la librería de costumbre para recoger unos libros y encargar otros que me ayuden en las vías que Urbina y Fernando, en esas comidas y cenas, me insinuaron. He escrito sendas cartas amistosas a ambos y también a Patricio Peñalver, tan moderado y ecuánime como siempre y del cual no me pude despedir, pero ahora comprenderá mejor porqué no leí mi comunicación que, sin embargo, ahí consta y será publicada, donde tanto de su amistad como de la generosa y enriquecedora de Bueno quise, y quiero, dejar constancia de mi público reconocimiento y de mi gratitud.

Es hora de dejar los nombres propios, y también los impropios; es hora de sombrearse, de salir del circuito obnubilante del 'yo'. Hay muchas otras cosas, además de esto y aquello, del yo y yo mismo, de los viajes y las anécdotas. Están ni más ni menos que los «otros». Y los libros, el cine, los artículos. Está, intempestiva siempre, la filosofía.

Estos excursos se acaban, como el verano que los suscitó. Para qué os cuento, ahora voy hacia el territorio de la «esquizofrenia», de su fenomenología. Comenzaré con el estudio de la obra de Binswager, «Delire», y me espera Jaspers y sus alocados genios. Antes rescataré un texto que Alberto Hidalgo, hablando del «cuerpo interno y el cuerpo externo» expuesto por Ortiz de Urbina en su conferencia, me recordó como ejercicio de una conciencia herida, de una conciencia de esa corporeidad escindida, en este caso la mía. Pues escribí hace unos años un texto, «La herida», que formaba parte de un ensayo inédito que espera mejor ocasión y pulimento y cuyo título, «La mirada invisible», acaso a Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina le complazca. Ese texto quizás venga bien para iniciar aquí el otoño y abandonar un poco las rarefacciones del calor, sus espejismos.

Tras las fiestas murcianas, con sus «moros y cristianos», aquí en Oviedo disfrutamos de un San Mateo luminoso, como una exageración o, tal vez, un paréntesis necesario y vivificante. Una promesa tal vez, de que el Otoño será mejor para todos, pues el tiempo habrá pasado e irá poniendo las cosas en su sitio, ayudándonos a rectificar, concibiéndose como memoria, transformándose en olvido.

Septiembre, 18

Ya que el tiempo se cierne, otoñal y diverso, sobre mi estricta geometría, iré terminando este excurso para volver al centro, al núcleo mismo desde donde lo ejerzo. Y citado René Char, buscando entre sus poemas, transcribo este que trata, entre otras cosas, del tiempo. No es una confrontación, es continuar con las asociaciones, abrir vías que hay que recorrer de vez en cuando, como cenar o tomar un buen vino con los amigos. El poema se titula «Huésped y amo»:

«¿Qué podría consolarnos? ¿Y qué necesidad hay de consuelo? El hombre y el tiempo nos han revelado todo. El tiempo no es en absoluto votivo y el hombre sólo cumple designios ruinosos.
Deseo de un corazón cuyo umbral no se modifique.
Ibamos a tomar lo que anhelábamos. Pero la mano brillante se rendía, parecía fea.
Fuente verde suele dar frutos podridos.
Nuestro sueño era un lobo entre dos ataques.
Habíamos prolongado poderosamente el camino. No llevaba a ninguna parte. Habíamos multiplicado los destellos. Al fin y al cabo, ¿dónde llevaba? A las brumas disipadas, a la evocada niebla. Y la naturaleza entera estaba aquejada de pandemia.
Incluso en el mejor, en uno u otro momento, encarnaba el crimen.
Astros y desastres, cómicamente, se han enfrentado siempre en su desproporción.
Hombres de presa altamente civilizados se afanaban por cubrir el rostro embrutecido de la desgracia con la máscara de la espera afortunada. ¡En qué términos su invitación! ¿Que perfil porcino el de su prosperidad?
¿De nuevo a solas con lo que llama desde tan lejos, tan evasivamente?
Tiempo, amo mío y huésped mío, ¿a quién ofreces, si es que lo haces, los días gozosos de tus fuentes? ¿Al que viene secretamente con su acre olor, a vivirlos cerca de ti, sin falsedad, y sin embargo delatado por sus irreparables?»

Y otoño

Se diría que el verano agostó los ánimos. Los comentarios sobre el tiempo y los cambios climáticos son muy curiosos, pese a su reiteración. He oído ayer, nublada y fresca ya la tarde ovetense, dar las gracias por un verano tan excesivo para nosotros. Hemos sacado las chaquetas que aquí nunca guardamos del todo. La luz vertical extiende su horizontalidad con irremisible caída, pero los verdes intensos reflejan su translucidez invisible y parecen extasiados por el fulgor que así traspasa las copas de los árboles como en un cara a cara que anuncia sin embargo su final próximo.

He vuelto sobre Merleau-Ponty, pasando por Sartre y la mala fe, y así retomar el curso de la fenomenología, tras la reinmersión en Heidegger como ya comenté. «Lo visible y lo invisible» me espera de nuevo y habrá que dialogar con el amigo Ortiz de Urbina acerca de las efluencias de Merleau-Ponty que, en el Congreso de Murcia comentado, lo han recuperado por la actualización misma de la idea del Cuerpo.

Dejaremos el asunto de la 'mala fe' para entonces, pues las uvas agraces que aún rechinan en nuestros dientes tienen mucho que ver con esto. Pero también, como quiere la aforismática referencia clásica, tienen más que ver con las jóvenes dentaduras. Para terminar, he recuperado una antigua antología literaria de mi biblioteca paterna acerca de los llamados angry young men. Hoy han muerto la mayoría y nosotros, adolescentes cuando ellos ya habían sido asimilados, vamos camino del otoño sin agraces frutos, melladas nuestras dentaduras y sin mirar hacia atrás, menos aún con ira.

El verano ha sido intenso y su luz extensa espero a todos nos haya sido útil, madurando en unos los frutos, fulgiendo en otros como el verdor de los árboles enfrentados al horizonte solar. El resto, ya se ve en el Otoño propicio, es la hojarasca que deja desnudas las ramas sobrecargadas del estío.

 

El Catoblepas
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