Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 20, octubre 2003
  El Catoblepasnúmero 20 • octubre 2003 • página 17
Comentarios

¿Ortodoxos y heterodoxos? indice de la polémica

Joaquín Robles López

Crónica de un Congreso sobre Gustavo Bueno
celebrado en Murcia del 10 al 12 de septiembre de 2003

«Sócrates, dijo, yo (Protágoras) me he encontrado en combate de argumentos con muchos adversarios ya, y si hubiera hecho lo que tú me pides: dialogar como me pedía mi interlocutor, de ese modo, no hubiera parecido superior a ninguno, ni el nombre de Protágoras habría destacado entre los griegos.
Entonces yo
(Sócrates), que me había dado cuenta de que no estaba satisfecho de sí mismo y de que no quería de buen grado dialogar respondiendo, pensé que no era cosa mía permanecer en la reunión». (Platón, Protágoras. 335 a, b. Traducción de Carlos García Gual.)

Nuestro propósito es este: aplicar el parámetro expresado en la pregunta titular de este artículo a una serie de ponencias desarrolladas en el congreso «Filosofía y Cuerpo» para mostrar, a través del desarrollo mismo de dicha aplicación, su «insolvencia» que, como trataremos de demostrar, se desprende del resultado que arroja. Y lo hace porque estos parámetros no son de naturaleza filosófica sino sociológica e incluso psicológica. Queremos decir que los mismos parámetros sólo tienen validez como criterios extra-filosóficos por lo que la clasificación de las distintas ponencias en un lado u otro es artificiosa e insuficiente. Artificiosa porque hay que forzar las interpretaciones desde los mismos parámetros postulados a priori cayendo en flagrante petición de principio. Insuficiente, pues muchas ponencias quedarían fuera de la clasificación no pudiendo estar en ninguna de las dos clases especificadas.

Se nos podría objetar que actuamos tramposamente al elegir un criterio de clasificación, sabiendo que no es válido, pudiendo elegir otros, pero si lo hacemos es porque consideramos que este criterio está operando, de facto, en la concepción que sobre el devenir del método filosófico de Gustavo Bueno, en sus desarrollos ulteriores, tienen quienes, obviamente, no son Gustavo Bueno, pero de alguna forma están vinculados al Materialismo filosófico.

O sea, que es un criterio realmente existente (es posible que, además, vagamente representado) con una influencia decisiva –hasta el punto de ser la causa del abandono de las reglas de la dialéctica en más de un debate abierto en esta misma revista– a la hora de representarse la situación, el estado actual, de un sistema filosófico, el construido por Bueno, que no tiene parangón con ningún otro al haber desbordado ampliamente el «arco de los dientes» del constructor y haberse convertido (y esto es ya innegable muy a pesar del ninguneo sistemático al que la mayoría de autoridades académicas le han condenado) en un operador capaz de dar cuenta del incesante tejer y destejer de los materiales constituyentes de los conceptos y, a través de éstos, de las Ideas.

Un sistema filosófico que ha adquirido un nivel de complejidad tal que es posible y necesaria su reexposición constante (doxográfica, y dogmática como es toda reexposición de un sistema filosófico) que, dada esta complejidad, genera muchos problemas y nuevos análisis, y, al mismo tiempo, posibilita su aplicación en progressus a nuevas situaciones o a otras Ideas no presentes en el discurso regresivo del propio compositor. Esto ya da una razón orientativa de lo que queremos demostrar aplicando estos parámetros: que al hacerlo todo queda desvirtuado («sociologizado», «psicologizado») y los argumentos filosóficos pasan a un segundo plano.

Si estas consideraciones nuestras en torno a un Congreso tienen algún interés éste habría que situarlo no tanto en la negación de la utilidad y pertinencia del parámetro con el que las clasificamos cuanto en el distanciamiento crítico, que dicha negación supone, respecto a quienes pensamos que, de facto, están dándolo por bueno sin haberlo examinado atentamente. Y al paso, señalar cómo el Congreso sobre Gustavo Bueno celebrado en Murcia es por sí mismo la constatación efectiva de su impotencia (la del parámetro, claro, no la de Bueno) e insuficiencia.

Es de suponer que se me agradecerá no extender más de lo debido las cuestiones preambulares de este asunto. Cuestiones que tienen que ver con los adjetivos ortodoxo y heterodoxo. Se me concederá de principio (lo que no es obligatorio) que, ciñéndonos al asunto que nos ocupa, serían ortodoxos quienes, al menos en sus ponencias, describieron algunos cursos del Materialismo Filosófico (bien metodológicos, bien doctrinales) re-exponiendo los argumentos de su compositor, y heterodoxos quienes partiendo de alguna exposición de Bueno, precisan, puntualizan, corrigen y, en el límite, niegan, algunas tesis sostenidas por el autor. Dando como buena esta división tendríamos entre los primeros a Íñigo Ongay, Silverio Sánchez y quien esto suscribe. Entre los segundos Alberto Hidalgo, Fernando Pérez Herranz y David Alvargonzález.

El resto de ponencias no se ajustan ni al primero ni al segundo: Pedro Insua y Atilana Guerrero, por ejemplo –recientemente acusados, bien que veladamente y sin nombrarlos directamente, por parte de Pérez Herranz, de seguidismo dogmático, en esta revista digital– no caben, por sus ponencias de Murcia al menos, ni en el primero, pues no hicieron re-exposiciones o doxografía sino que plantearon el desarrollo de dos cuestiones (el darwinismo y el dogma de la Encarnación, respectivamente) desde una perspectiva interna al materialismo filosófico pero sin repetir ningún análisis que sobre ellas hubiera trazado Bueno previamente sino, antes bien, aplicando a los materiales por ellos seleccionados los criterios del Materialismo Filosófico. Ni en el segundo, pues sus ponencias no suponían ninguna corrección o desviación del sistema que precisamente están ejerciendo.

Tampoco los dos primeros conferenciantes, Elena Ronzón y Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina satisfacen las exigencias del parámetro. Ronzón camina el sendero de la Antropología Filosófica de Bueno más, como los anteriores, se para en unos recodos específicos, en su caso, la constitución de la Idea moderna de «Hombre» en el XVI. Sánchez Ortiz de Urbina despliega la ontología de Bueno sobre el mapa husserliano en una densa y difícil exposición que sin duda merece una lectura paciente pero que, para nuestros fines y en cualquier caso, resultaría grosero encasillarla en un lado u otro. ¿Y cómo clasificar en un lado u otro las originales y divertidísimas disertaciones de Felicísimo Valbuena sobre la vigencia de las controversias cristológicas o de Francisco Giménez Gracia –estupendo su libro La cocina de los filósofos– sobre el pregón del queso l'afuega el pitu? ¿Y las exposiciones de Mariano y Patricio Peñalver? El primero compuso un homenaje a Gustavo Bueno a partir de aforismos sobre los cuerpos pensantes en la mejor de las tradiciones de la filosofía verdadera: la de Gracián. El segundo planteó problemas muy fértiles e insospechados sobre las religiones terciarias en su especificación como religiones con teología. Tampoco para ellos es apropiado el parámetro.

Que tal cantidad de ponencias y comunicaciones no quepan en ninguno de los dos grupos creados a partir del parámetro ortodoxia/heterodoxia ya dice bastante sobre su validez, al menos, por relación a este campo fenoménico constituido por las diferentes exposiciones habidas en el Salón de actos de Cajamurcia. Sin embargo nos sigue pareciendo pertinente mantenerlo, de momento, aunque sólo sea porque siguen habiendo seis que lo cumplen a primera vista y porque, y no es menos importante, podría ampliarse el campo fenoménico con las diferentes aportaciones que los ponentes y otros que, o no estuvieron en Murcia o callaron, estando como estaban allí (por diferentes motivos entre los que cabe destacar el ofrecido por Pelayo Pérez que adujo necesitar al menos 25 minutos cuando se le informó que sólo disponía de 20), han realizado en otros lugares. Esta ampliación del campo podría remitir a unos y otros a un subconjunto u otro.

Lo que nos interesa, empero, es llamar la atención sobre el hecho de que esta ampliación del campo oscurece aun más la cuestión dado que quienes pueden ser calificados de heterodoxos por artículos recientes (Pérez Herranz en su artículo sobre Vitoria, Descartes y el Imperio) resulta que en otros artículos anteriores serían ortodoxos (el mismo Pérez Herranz en su pulcra y original explicación de La filosofía de la ciencia de Gustavo Bueno, en El Basilisco, nº 26, 1999). Y sin embargo este mismo parámetro inválido está siendo utilizado como excusa para no entrar a discutir cuando al plantear, por parte de Insua, Guerrero y yo mismo, algunos «peros a Pérez» la reacción del crítico criticado consiste en insinuar prejuicios derivados del fervor ortodoxo de quienes critican al crítico. Reaccionando con indignación y espanto a las críticas y repitiendo los mismos argumentos en su exposición de Murcia, como si las respuestas críticas no hubieran existido (y exigiendo, además, que fuera Gustavo Bueno y no unos becarios quienes contestaran).

Fernando Pérez Herranz cometió una indecencia dialéctica, tal y como manifesté en el coloquio posterior a su ponencia, a saber: la propia del método sofístico de un Protágoras al que le preocupa más su fama que la verdad y, temiendo perderla a manos de segundones, prefiere no mancharse las manos y ofenderse por el aluvión de datos (en rigor se trataba más bien de argumentos históricos) que Insua y Guerrero ofrecían en sus contraargumentaciones. Por descontado que la mera suposición de que éstos o quien esto suscribe actuamos a las órdenes o por encargo de Bueno hay que interpretarla como un insulto a repartir. Las críticas y argumentos pueden ser repasados en las páginas de El Catoblepas: nada hay en ellos que pueda resultar injurioso. Nada que pueda interpretarse como seguidismo dogmático, pues el único dogmatismo es el de Pérez Herranz, al que considerábamos capaz de hacer frente a estas críticas sin importarle de donde vinieran. Si Pérez Herranz no quiere medir sus fuerzas dialécticas defendiendo sus afirmaciones de los argumentos contrarios debe ser por otros motivos a los aducidos por él mismo porque: si los críticos repiten los argumentos buenistas sin ninguna originalidad ¿a qué viene pedir que el propio Bueno los repita otra vez? Y si son argumentos diferentes ¿cómo sostener la acusación de dogmatismo y seguidismo acrítico de quienes los formularon?

No queremos decir que Pérez Herranz no tenga el derecho a callar (aunque tal derecho no nos parece tal sino, antes bien, la renuncia al derecho de contrarréplica) sino que el ejercicio de ese derecho lo obliga a dejar totalmente la cuestión. La falta de sindéresis está aquí en la repetición de los mismos argumentos del principio, como si no hubiera pasado nada, en un ejercicio de tolerancia extrema: «tolerancia» que no es ninguna virtud, sino arrogancia del que pasa olímpicamente de los argumentos de unos becarios (a los que por otra parte estima capaces de reproducir la doctrina buenista, cosa que, personalmente, no considero nada insultante –ojalá que fuera así: es un elogio para el pianista que le digan que interpretó a Listz como el propio Listz) insolventes. Gustavo Bueno nos parece que contestó en Murcia y dio por buenos los argumentos de Insua y de Guerrero: ¿se defenderá ahora Pérez o seguirá fundamentando sus críticas en la necesidad de no ser ortodoxo o dogmático respecto a Bueno? Porque llevado este delirio de originalidad a su extremo resultaría que la mejor forma de ser buenista consistiría en, ¡¡partiendo de su método de análisis demostrar la falsedad del método de análisis!! (J. B. Fuentes se ha convertido en un verdadero especialista en esto).

De diferente naturaleza fueron las intervenciones de Hidalgo y Alvargonzález: el primero no criticó ninguna tesis de Bueno sino que estableció dos periodos en su producción: el primero académico –en donde Bueno habría desarrollado su ontología y filosofía de la ciencia, esbozando además el proyecto de una noetología– y un segundo, mundano, coincidente con su retiro forzoso, en el que habría tratado otras cuestiones como la Televisión o España. En qué medida esto supone una crítica a la producción de Bueno es algo que se nos escapa: ahora es Bueno el heterodoxo de sí mismo. Sin embargo nos parece que la división que propone Hidalgo carece de fundamento. Nos parece que el método ejercido en los cinco tomos publicados de la Teoría del cierre categorial no difiere mucho del empleado en Televisión: Apariencia y Verdad o España frente a Europa, salvo en las peculiaridades propias de las diferentes Ideas tratadas en uno u otro caso. La división de Hidalgo creemos que está fundada en aspectos extrafilosóficos: si la Idea de Ciencia, por ejemplo, sugiere un análisis académico se debe a que la Filosofía de la Ciencia es una disciplina cultivada de modo muy prolijo en las distintas facultades de filosofía mientras que son mucho más raros los análisis sobre la Televisión o España en ese contexto. Pero este interés se basa en factores sociológicos o derivados de la diferente complejidad y abundancia de análisis disponibles en uno y otro lugar. Nos parece que Hidalgo y otros consideran mucho más importante la culminación del proyecto de una Noetología, esbozado en El papel de la filosofía en el conjunto del saber, que el despliegue del Materialismo Filosófico en otras Ideas como Basura pero, y desde el punto de vista filosófico, que no es otro que el defendido por Parménides en su diálogo con Sócrates, la cuestión filosófica está en determinar por qué la verdadera filosofía académica ha de centrarse en unas ideas y no en otras. Esta cuestión quedó inédita en la exposición de Hidalgo.

David Alvargonzález, en una espléndida y clara exposición, rectificó la tesis central de El animal divino según la cual el núcleo verdadero de la religión estaría en el eje angular del Espacio antropológico aduciendo que en la génesis de las religiones estarían actuando mecanismos circulares, de falsa conciencia –cuya referencia fisicalista serían los teriántropos– y sugiriendo con ello que la tesis sobre la existencia de una verdad en las religiones es, cuando menos, problemática. Nos parece que estas observaciones de Alvargonzález, que obligan a precisar algunos aspectos relativos al concepto de Espacio antropológico, suponen una rectificación no sólo de las tesis de Bueno sobre la existencia de los númenes sino, sobre todo, de los principios ontológicos de una filosofía materialista de la religión. No podemos decir nada más al respecto aquí pero reconocemos que Alvargonzález nos obliga, con sus importantes observaciones, a volver sobre la cuestión precisando tal cantidad de análisis que se hace imposible tratar, en este lugar, con más extensión la cuestión. Lo que subrayamos es que las tesis del profesor de Oviedo no son una rectificación de Bueno sino la negación de los mismos parámetros de la filosofía materialista aplicados a un caso concreto: nos parece que si Alvargonzález tiene razón, entonces, el proyecto de una filosofía materialista de la religión tendrá que ser dado por muerto. Por ello tampoco creemos que el adjetivo heterodoxo tenga ninguna relevancia ni que opere ningún mecanismo sociológico o psicológico en esta negación, sino que hay unas dificultades bien apreciadas por Alvargonzález que obligan, si no se neutralizan, a abandonar uno de los desarrollos más importantes del Materialismo Filosófico.

De la parte de los ortodoxos la cuestión es todavía más oscura: insistíamos al principio en la necesidad de reexponer los análisis de Gustavo Bueno, de difundirlos (y tanto más en un congreso dedicado al filósofo y celebrado en «la academia» de Murcia) pero ¿no es toda reexposición de un sistema o doctrina filosóficos necesariamente dogmática? ¿acusaríamos de dogmatismo a quien explica a sus alumnos la deducción trascendental de las categorías de Kant o las cinco vías de Santo Tomás, por ejemplo? ¿Acaso serían distintas las exposiciones doxográficas de un kantiano o tomista que las de quienes no lo son?

La originalidad aquí no está, ni puede buscarse, en la corrección o rectificación (que por otro lado puede ser más intencional que efectiva) de las tesis explicadas sino en la composición formal y objetiva del análisis que, de forma necesaria, tenderá a privilegiar unos aspectos sobre otros, introducirá ejemplos o analogías diferentes según el tipo de público al que se dirija o según la prudencia de cada cual y que, fundamentalmente, recorrerá unos caminos distintos llegando a unas conclusiones que podrían estar previstas previamente en lo explicado o podrían no estarlo sin que esto último suponga ninguna rectificación o crítica.

Que este tipo de análisis lo hayan hecho individuos que no mantienen vínculos con la Universidad es un factor sociológico importante: el profesor de bachillerato no es claro por cortesía sino por obligación. ¿Acaso no tiene importancia sociológica que el bando heterodoxo esté compuesto en su totalidad por profesores universitarios? No nos atrevemos a decirlo tajantemente pero este fenómeno está presente: que se puede analizar de diferentes maneras es también claro. J. B. Fuentes en su crítica a la totalidad –Cuaderno de Materiales (versión digital)– lo interpreta como apoyo dogmático de profesores de bachillerato que al no poder entrar en la Universidad ven en Bueno a una especie de azote de las cátedras y se alinean con él como pago al pábulo que Bueno nos dio con sus críticas a los verdaderos cultivadores de la filosofía académica.

Pero este argumento sociológico-psicológico puede ser puesto del revés apareciendo, entonces, los profesores universitarios como individuos que tienen la necesidad de criticar a Bueno como respuesta a sus ataques a la institución de la que comen, o bien como medio para obtener prestigio, y cátedras, entre los profesionales de la filosofía. Vamos, haciendo méritos para algún día poder decir: yo superé (rectifiqué, critiqué o derrumbé) a Gustavo Bueno. Si esta última interpretación es una grosería (sociologista, psicologista) ¿no lo es también la primera? ¿Acaso no lo es también cuando se distingue entre dogmáticos y críticos –ortodoxos y heterodoxos– y se postula la necesidad y originalidad de los segundos y la cerrazón y seguidismo de los primeros? ¿Y qué decir del que pudiendo tener razón en sus críticas se niega a sacar del error a quienes las cuestionan considerándolos inferiores, perros guardianes que repiten compulsivamente la voz de su amo? ¿puede alguien explicar a este miserable profesor de bachillerato dónde y en quienes está la falta de sindéresis, de decencia dialéctica?

Concluimos en que, como en la apreciación de Galileo sobre los aristotélicos de su época, «es más buenista el que dice esto es verdad porque lo puedo argumentar y sostener responsablemente ante las críticas –vengan de donde vengan– que el que dice esto es verdad, o mentira, porque lo dice Gustavo Bueno».

 

El Catoblepas
© 2003 nodulo.org