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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 15
Artículos

La evolución humana, virtudes y miserias

Eduardo García Morán

Se enumeran algunos de los puntos de discusión
sobre el origen de la vida y el origen del hombre

Una prueba del «dogmatismo» y el «psicologismo» de muchos paleontólogos, paleoantropólogos y antropólogos físicos en la práctica de sus «ciencias» es la insistencia de un grupo de ellos en la teoría «multirregionalista» en la aparición del hombre actual. Pero no sólo porque aseveren que en el plazo, corto en términos geológicos, de unos 400.000 años (a.) el espécimen de Zhoukoudian (el Hombre de Pequín) hubiera mutado en el Homo erectus del sudeste asiático y, durante ese intervalo, fuese capaz de aparearse con éxito con Ngandong (Hombre de Java), con H. daliensis, con H. neanderthalensis, con H. sapiens «arcaico» –más tarde nos referiremos a la cuestión del arcaísmo–, con H. rhodesiensis e, incluso con H. sapiens «moderno», como única alternativa a que hoy todos los hombres formen una única especie; no es sólo esto, sino que también, H. neanderthalensis hubo de mutar para hacerse Hombre de Cro-magnos, y hubo de hacerlo en 150.000 a. como máximo. Lo que queremos dar a entender es que la evolución humana es de tal complejidad y las pruebas fósiles tan escasas y distanciadas en el tiempo que el sostenimiento a ultranza de hipótesis es una actitud más propia de «niños» que de «adultos» que, además, se mueven en el territorio del método científico. Para dar dos nombres: el español Juan Luis Arsuaga, con «su» Atapuerca, y el francés Yves Coppens, con La odisea de la especie, emitida el pasado mes de junio por TV, están en la línea del dogmatismo y el psicologismo, que entrarían a formar parte de las «miserias» con que hemos titulado este trabajo, en contraposición a las «virtudes» que sin duda existen en el campo de la paleoantropología. Pero vayamos por partes al objeto de «iluminar» nuestro planteamiento.

Lo primero que se ha de establecer es que el alimento constituye el cordón recio que orienta las variaciones propias de la evolución, alimento que se entreteje con las condiciones geológicas dadas en cada momento. Por ejemplo, hace 4.000 millones de años (m.a.) los protoorganismos «comían» azufre, ácido sulfúrico, hierro, etcétera, que era lo único disponible en la Tierra que aún no había terminado de formarse y que carecía de otras fuentes de energía, bien vegetal, bien animal. Y son precisamente estas fuerzas de la naturaleza las que nos permiten seguir el rastro del proceso de hominización, porque la deriva continental (Wegener, Origen de los continentes y de los océanos, 1915: la teoría del geólogo alemán sólo fue aceptada plenamente a mediados de la década de los 60 del siglo pasado, cuando se constatá la existencia de placas en la corteza terrestre, que flotan sobre el manto exterior, que es «líquido» hasta una profundidad de unos 1.000 kilómetros) ocasionó, hace unos 20 m.a. que África y Eurasia colisionasen, levantándose los Pirineos, y, paralelamente, que se iniciase el resquebrajamiento de la parte oriental africana, presentando 8 m.a. más tarde una falla, conocida como el valle del Rift, con una cadena montañosa al oeste y un altiplano al este.

Tenemos, entonces, dos acontecimientos: el origen de la vida y el origen del hombre, y, para concretar sus respectivos desarrollos, los esquematizaremos en una serie de puntos, doce para la vida y once para el hombre.

  1. Todos los seres vivos procedemos de un antepasado común (bacteriano) de hace unos 4.000 m.a., que se fue diversificando a medida que se replicaba.
  2. En la replicación no se dan copias idénticas y, tras la aparición del sexo, la recombinación de los genes de los progenitores varió aún más la descendencia. Al mismo tiempo, acaecen mutaciones importantes al azar. Este conjunto de hechos es el punto de partida de la evolución.
  3. La enorme riqueza genética que resulta de la replicación en cada generación es «seleccionada» por el medio físico, donde sobrevivirán unos pocos individuos, los que se han adaptado mejor, que pasarán a los hijos sus genes «competitivos».
  4. Como los cambios se dan en poblaciones constituidas por sujetos únicos (genéticamente), la evolución es continua y gradual. Estos primeros cuatro puntos resumen la teoría de Darwin.
  5. Los cambios continuos y graduales generan nuevas especies desde dos parámetros: el tiempo y el espacio. Por el primero, se produce una nueva especie cuando adquiere características propias (evolución filética); por el segundo, esa especie nueva es posible porque desarrolla sus características en lugares determinados, alejados o separados por barreras (geográficas, entre otras) del territorio de sus de los padres. A este parámetro espacial se le llama especiación.
  6. La variación no dibuja una línea evolutiva, sino un árbol filogenético ramificado (dendograma). Las ramas, de mayor a menor grosor, representan fila (estructuras de diseño básicas o bauplanes), clases, órdenes y, así, hasta las especies. Todas las ramas salen de un tronco común en cuya base está el antepasado común, que dotó a toda forma de vida del mismo principio elemental: el ADN. La raíz del tronco, que corresponde al primer ser vivo (no necesariamente del que derivó el antepasado común), permanece en el anonimato.
  7. El ADN no se ve modificado por los caracteres adquiridos durante la existencia de un organismo (lamarckismo) ni tiene un objetivo intrínseco (teleología). El ADN pasa de padres a hijos (herencia mendeliana) por puro mecanismo natural «ciego», que denominamos genotipo (información codificada), por el que se forman las proteínas, el fenotipo, que se somete a la competencia con otros en un ambiente cambiante, de donde surge la selección (no aleatoria).
  8. Aunque la norma es la evolución continua y gradual, de cuando en cuando se dan mutaciones drásticas que alteran por completo un bauplan (el «equilibrio puntuado» de Eldredge y Gould sería una de estas teorías). No obstante, la clave de la evolución no es una suerte de «saltacionismo», sino de la interacción de genes con el medio, sobre la que actúa la selección natural.
  9. El hombre está constituido por células eucariotas (con núcleo), al igual que el resto de animales, plantas y hongos, entre otros. Las arqueobacterias y bacterias son procariotas (células sin núcleo), y fueron los que «alumbraron» a los eucariotas unicelulares, de los que emergieron los pluricelulares (animales), entre hace 1.500 y 700 m.a.
  10. Hace unos 560 m.a. aflora un animal (los científicos le han puesto el nombre de Urbilateria) con una dotación de genes Hox (genes «arquitecto», porque dirigen a los demás) extraordinaria, por la que se podía dibujar cualquier tipo de cuerpo, y uno de esos tipos fue el cordado, al que pertenece el hombre. Urbilateria ya tenía simetría lateral, en lugar de radial (esponjas, medusas...)
  11. Unos 300 m.a. atrás, los reptiles (cordados) se dividieron en diápsidos y sinápsidos; de éstos últimos, surgieron los morganucodóntidos, de los que evolucionaron los mamíferos. Hace 125 m.a., un espécimen, bautizado Eomaia scansoria («madre primigenia»), abrió la ruta de los mamíferos placentarios, separándose así de los monotremas (equidna y ornitorrinco) y de los marsupiales (canguros, koalas y zarigüeyas).
  12. Después de la extinción de los dinosaurios, hace 65 m.a., unos mamíferos nuevos, los primates estrepsirrinos (desnudez en la zona de la nariz y del labio superior, éste escindido), empezaron a vivir parte de su tiempo en los árboles, aunque es casi seguro que esto se produjo 10 ó 15 m.a. antes, con los adápidos. De estos prosimios (lémures, loris, ayeayes, tarseros) se infieren, en el Oligoceno intermedio, los primeros antropoides, los simios pequeños o monos (titís, capuchinos, macacos, colobos). Hace 26 m.a., a inicios del Mioceno, entran en escena los simios grandes o simios antropomorfos (como Ramapithecus) e, incluidos en ellos, 10 m.a. después, aparecen los hominoideos: gibón y siamang (16 m.a.), orangután (15), gorila (12) y chimpancé y bonobo (8 ó 7 m.a.).

Despejado mediante sinopsis un camino evolutivo de 4.000 m.a., se abordarán ahora las referencias más «espinosas» y las lagunas más «extensas» del espacio La odisea de la especie, que ayudarán a comprender mejor el complejo proceso de hominización.

  1. En torno a los 6 m.a. antes del presente se inicia la era de los homínidos (de un precursor de chimpancés y bonobos), cuya característica más importante es su bipedismo: Orrorin tugenensis (6 m.a.), Ardipithecus ramidus kadabba (5.5), A. r. ramidus (4.4), Australopithecus anamensis (4), A. afarensis (3.9), A. africanus (3), Homo habilis (2.4), H. ergaster (2), H. erectus (1.9), H. antecessor (800.000 a.), H. heidelbergensis (500.000), H. neanderthalensis (200.000) y H. sapiens, nosotros (150.000).
  2. Es arbitrario situar los antecedentes del arranque del hombre hace 10 m.a.: si atendemos a la formación de la falla del Rift, en el este de África, y de norte a sur, habría que remontarse otros 10 m.a. De tomar como referente el cambio climático (glaciación), la fecha sería 8 m.a.
  3. Tampoco fue muy acertado insistir sólo en la desaparición del bosque como la causa del bipedismo, no en vano pudieron existir otras razones, como las ventajas selectivas que pudieron tener las hembras de homínidos, con las manos liberadas, para cuidar mejor a sus crías indefensas durante el largo tiempo que duraba su infancia, y, a la vez, elegir para aparearse a los machos más capaces para obtener comida, precisamente por utilizar sus manos para ello. De hecho, es más que probable que Orrorin habitase el bosque y no la sabana, al igual que A. r. kadabba, y que fuese la conducta maternal, y no las herramientas, la que «reforzase» la postura erecta, porque la más indicada definición que encuentro de mamífero es la de ser «la mejor madre».
  4. Es esta especie, y no Toumaï (Sahelanthropus tchadensis), como se apuntó, la candidata, por ahora, a ser la precursora de la posición erguida. Mientras que no se han encontrado fósiles suficientes de Toumaï que avalen su candidatura, y su datación de 7 m.a. es demasiado lejana, en Orrorin hay pocas dudas: el cuello de su fémur presenta el característico surco de los bípedos, incluido el hombre, producido por el músculo obturador externo al andar, y, además, sus 6 m.a. de antigüedad coinciden con la fecha máxima que los genetistas dan a la separación entre chimpancés y homínidos.
  5. El propio acto de ponerse de pie no fue tratado muy «científicamente» en el documental, donde se dio la impresión de ser «voluntario», cuando fue debido a alteraciones en las secuencias moleculares.
  6. También fue aventurado decantarse por A. anamensis como el probable «abuelo» de los hombres, en detrimento de A. afarensis. Hoy por hoy, ambos parten con las mismas posibilidades y, en todo caso, de argumentar que A. anamensis comía más carne que A. afarensis, y esto es clave en la «humanidad», hay otra especie, Australopithecus garhi, que fue el primero en utilizar herramientas para cortar carne.
  7. Tal vez por imprecisión involuntaria, el reportaje data a Homo habilis en 3 m.a., cuando es 600.000 a. posterior.
  8. Resulta insatisfactorio que no se haya indicado que la inmensa mayoría de los paleontólogos y la totalidad de los genetistas (los que han secuenciado el ADN de diferentes etnias actuales) apuestan por un único origen africano del hombre, al objeto de no dar la misma credibilidad a la hipótesis que sostiene que el hombre que hoy habita África, Asia (y Oceanía, y América) y Europa evolucionó por separado de tres ramas distintas de homo (teoría multirregional).
  9. No dar resquicio a una edad más temprana en el descubrimiento del fuego, no fue prudente: de los 500.000 años habría que dar un margen hasta el millón de años.
  10. Asimismo, no es creíble que el Homo neanderthalensis articulase tan bien las palabras, como se oyó en el documental, puesto que su hueso hioides estaba aún colocado en una posición que impedía la formación de una musculatura suficiente para esa articulación.
  11. Por último, trazaré el eje cardinal del paso del «mono al hombre»: cambios geológicos y climáticos alteran el hábitat en África oriental; algunas especies de grandes simios se adaptan tras sufrir mutaciones en el ADN nuclear: bipedestación, reducción de los caninos, etcétera; con las manos libres, varió la conducta maternal y se empezaron a usar de modo más eficaz piedras, huesos, palos; se va incrementado la carne en la dieta, que favorece cerebros mayores y, sobre todo, reorganización de los complejos neuronales; la inteligencia crece con la ayuda de la fabricación de instrumentos cada vez más avanzados y se potencia la cohesión de los clanes; el australopitecino se hace homo (habilis y rudolfensis), sale del viejo continente (2 m.a.): es, quizá, el H. ergaster, que se convierte en H. erectus en Asia y en H. antecessor en Europa (discrepo de la idea de Arsuaga de que éste sea el «antecesor» de neandertales y hombres actuales, que se aproxima más al terreno del chauvinismo que al de la ciencia); otro homo, el heidelbergensis, abandona África hace unos 600.000 años (en el sureste asiático, para algunos, es el H. daliensis, y, en la propia África, en el sur, H. rhodesiensis) y, mientras en nuestro continente evoluciona a H. neanderthalensis, en el valle del Rift pasa el «testigo» al sapiens, a través de intermedios: se acaban de encontrar fósiles de sapiens «primitivo» en Herto (Etiopía), de unos 160.000 años de antigüedad; entre 100.000 y 40.000 años atrás, otro homo emprende el que será el último viaje desde África: H. sapiens «moderno» toma la dirección noreste, cruza el Sinaí, se divide para coger varias direcciones, sustituye (o elimina) a todas las poblaciones que va encontrando a su paso y se hace el «amo del mundo»: somos nosotros.

 

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