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El Catoblepas, número 16, junio 2003
  El Catoblepasnúmero 16 • junio 2003 • página 22
Libros

Los antagonismos absolutos
dificultan la comprensión

Sigfrido Samet Letichevsky

Sobre el libro de Mario Bunge,
Crisis y reconstrucción de la filosofía (2001), Gedisa 2002

La filosofía está estancada y Bunge señala algunas causas y posibles soluciones. Pero parece necesaria más flexibilidad para aprovechar la riqueza de aportes como, v. gr., los de Popper y Freud. Conviene evitar algunos antagonismos absolutos: una teoría metafísica puede ser extraordinariamente útil; y la filosofía idealista puede ser muy estimulante para la ciencia, aunque el materialismo (o el realismo) tengan más fundamento.

El profesor argentino, radicado en Canadá, premio Príncipe de Asturias, con 14 títulos de doctor honoris causa y cuatro de profesor honorario, ha sumado un libro más a los 40 que ya tenía publicados (además de 500 artículos).

Señala el actual estancamiento de la filosofía, algunas de sus causas y caminos de solución y nos recuerda que «todos los seres humanos filosofan a partir del momento en que cobran conciencia». Sostiene con firmeza y pasión el humanismo secular, el materialismo sistémico y emergentista (por oposición al vulgar o fisicista y al dialéctico).

A mi juicio tan valiosos propósitos, se ven empañados por actitudes que llamaría dogmáticas. Que un lego se permita criticar a tan prestigioso profesor, puede ser muestra de audacia, pero yo creo que es un mérito de Bunge el incitarle a salir al ruedo con su discurso provocativo y su admisión de todo ser humano como filósofo.

I) Acerca de Popper

«La persona que lee un libro comprendiéndolo es una criatura excepcional.»
Karl Popper

Dice Bunge en pág. 80:

«(...) la tercera Guerra Mundial no dejará una brizna de la 'mente objetiva' de Dilthey o del igualmente imaginario 'mundo 3' de Popper.»

Popper explicó (ref. 1, pág. 136):

«Con 'mundo 3' me refiero al mundo de los productos de la mente humana. Aunque incluyo las obras de arte en el 'mundo 3' y también los valores éticos y las instituciones sociales (...) me limitaré, principalmente, al mundo de las bibliotecas científicas, a los libros, a los problemas científicos, y a las teorías, incluidas las erróneas.»

También previó la situación que menciona Bunge (ref. 4, pág. 107):

«Examinaré dos experimentos mentales:
Experimento 1: Todas las máquinas y herramientas han sido destruídas, junto con todo nuestro aprendizaje subjetivo, incluyendo el conocimiento subjetivo sobre las máquinas, las herramientas, y cómo usarlas. Sin embargo, sobreviven las bibliotecas y nuestra capacidad de aprender en ellas. Está claro que, tras muchas penalidades, nuestro mundo puede echar a andar de nuevo.
Experimento 2: Como antes, han sido destruídas las máquinas y herramientas, junto con nuestro aprendizaje subjetivo que incluye nuestro conocimiento subjetivo de las máquinas, las herramientas y cómo usarlas. Pero, esta vez, también han sido destruídas todas las bibliotecas, de manera que nuestra capacidad para aprender de los libros se hace inútil.
Si reflexionamos acerca de estos dos experimentos, tal vez se vea un poco más clara la realidad, significación y grado de autonomía del tercer mundo (así como sus efectos sobre el segundo y el primero). Esto es así porque, en el segundo caso, nuestra civilización no volvería a emerger hasta al cabo de muchos milenios.»

El «mundo 3» de Popper tiene como gran antecedente el mundo de las Ideas platónico. A diferencia de este, para Popper las ideas no originan los objetos ni son más reales que estos. Pero son reales como creación humana (así como son reales los nidos y otras obras de los animales) y sobre todo porque pueden, indirectamente, actuar sobre la materia (ref. 2, pág. 248).

Las ideas objetivas son las ideas en si mismas, sus contenidos, no sus procesos psicológicos. Platón vivió hace más de 2000 y casi nada sabemos de él. Pero en sus obras encontramos sus ideas, que podemos evaluar independientemente de quien las produjo. Siguen teniendo gran influencia en los hombres de hoy; en ese sentido son reales.

Sin embargo Bunge dice en pág. 186: «Pocos escépticos han dudado del poder de la razón para establecer fórmulas matemáticas más allá de la sombra de la duda. La razón de ello es que la matemática no nos es dada sino que la construimos y se halla, por lo tanto, totalmente bajo el control humano.»

Popper dice expresamente (ref. 2, pág. 249) que la secuencia de los números es creación humana, pero que estos presentan propiedades (al ser pares o impares, primos, al cumplir la conjetura de Goldbach y el teorema de Euclides según el cual no hay un primo máximo, &c.) que nadie hubiera imaginado y hubo que descubrir. La matemática no se halla en absoluto «totalmente bajo control humano» (ver ref. 6) (a pesar de haber sido creada por el hombre) y esto es lo que Popper llama «la relativa autonomía del mundo 3».

En pág. 163 dice Bunge:

«Por lo tanto, los datos sirven para refutar hipótesis. Popper y los otros deductivistas afirman que esta es la única función de la observación y el experimento: eliminar hipótesis. Pero esto, obviamente, es falso, puesto que estamos más interesados en cosechar verdades que en hallar falsedades. Y una hipótesis puede ser considerada verdadera, al menos con cierta aproximación, cuando se corresponde con un cuerpo sustancial de pruebas empíricas. Este es el motivo por el cual los científicos se interesan por la confirmación tanto, al menos, como por la refutación.
(...) Aún así, la confirmación empírica puede ser concluyente en el caso de las hipótesis existenciales, tales como «hay átomos», «hay genes», «existen oligopolios» y «hay democracias políticas». En tales casos, un único ejemplo favorable basta para confirmar la hipótesis.
(...) examinar la compatibilidad de la nueva hipótesis con el grueso del conocimiento antecedente. En efecto, uno no se toma la molestia de diseñar la puesta a prueba empírica de la hipótesis en juego a menos que esta sea plausible, es decir, compatible con el mejor conocimiento disponible.»

Popper no dice –que yo sepa– que eliminar hipótesis sea «la única función de la observación y el experimento». Pero no lo hace verdadero o falso el que estemos más interesados en cosechar verdades. Popper –siguiendo en esto a Hume– sostenía que la inducción no tiene fundamentación lógica. Por eso, una hipótesis queda refutada por un solo caso negativo, pero no se «demuestra» por casos positivos, cualquiera sea su número. La experiencia diaria, repetida durante miles de años, muestra que el sol sale todos los días. Por inducción, podríamos asegurar que saldrá dentro de mil o de diez millones de años. Sin embargo, no es así. Sabemos que en un período muy largo el sol se extinguirá y desaparecerá la vida sobre la tierra.

Que las hipótesis existenciales se confirmen con un único ejemplo, parece una trivialidad. Sin embargo, los ejemplos que da Bunge, no son hipótesis existenciales. Para Epicuro, la teoría atómica era una hipótesis indemostrable. Para Dalton, fue una deducción indirecta, a partir de fenómenos químicos, y constituía una teoría instrumental. Actualmente ya hay múltiples evidencias, pero se trata de otro «átomo» (pues se llamó así por considerarlo indivisible, la partícula última). Lo mismo sucedió con los genes; Mendel nunca «encontró» un gen que confirmara la hipótesis de su existencia, sino que dedujo su existencia de manera indirecta. Y la existencia de democracias políticas depende de una definición previa (nada fácil). Para muchos, EEUU es una democracia política. Para otros, es una plutocracia, y las elecciones son puramente formales. Nadie duda de que «hay terrorismo»; pero aún no se ha lograda definirlo adecuadamente.

Y en cuanto a que solo se pone a prueba una hipótesis si es «compatible con el mejor conocimiento disponible», recordemos que la teoría de la relatividad era incompatible con el conocimiento de la época, pero sus predicciones –las que pudieron ponerse a prueba– resultaron acertadas. Es cierto que en el marco de la «ciencia normal» las nuevas hipótesis son compatibles con el mejor conocimiento disponible (como sucedió incluso con descubrimientos de primera magnitud, como la estructura del ADN); pero no sucede así con las «revoluciones científicas» (ver más adelante), como la teoría de la relatividad.

Pero esto lo dice el mismo Bunge en pág. 242 (y no es el único caso en el que se contradice):

«La física de campos era radicalmente heterodoxa cuando se la propuso por primera vez, a mediados del siglo XIX, porque estaba en desacuerdo con las teorías dominantes de acción a distancia. Pero era un genuino campo de investigación, repleto de hipótesis contrastables y sorprendentes nuevos experimentos, y preñado de poderosas tecnologías jamás soñadas: la corriente eléctrica, la televisión y el correo electrónico. Lo mismo puede decirse de todas las heterodoxias científicas que le siguieron, tales como la teoría de la evolución de Darwin, el análisis del capitalismo clásico de Marx, la mecánica estadística, la genética, las dos relatividades, la teoría sintética de la evolución, la teoría cuántica, la biología molecular, la neurociencia cognitiva, la sociología económica, &c.».

A mi parecer, el incluir «el análisis del capitalismo clásico de Marx» entre las principales teorías científicas, no tiene mucho sentido. Bunge mismo rechaza el materialismo dialéctico, que es la base filosófica del marxismo. Y la piedra angular de su economía es la teoría de la explotación (que parte de Ricardo y la enunció en realidad Rodbertus) fue refutada en 1913 por Eugen von Böhm-Bawerk (ref. 3).

En pág. 189 atribuye a Popper el sostener «que las leyes científicas eran en el mejor de los casos, conjeturas aún no refutadas, en nada mejores que las fantasías seudocientíficas jamás puestas a prueba».

Según Popper (ref. 4, pág. 22) «debemos considerar todas las leyes o teorías como hipótesis o conjeturas; es decir, como suposiciones». Considera que la ciencia comienza con mitos y su crítica (ref. 2, pág. 77). Como los mitos son descartables por la crítica o refutables experimentalmente, Popper no se ocupó de «fantasías seudocientíficas» (como la existencia de Dios, que no es demostrable ni refutable). En cambio, utilizó la falsabilidad como criterio de demarcación entre la ciencia y la no-ciencia (o pseudociencia) (ref. 5, pág. 214). Las teorías de Marx (sus predicciones) y Freud no son científicas porque no son refutables (lo que no niega su valor intelectual e incluso su utilidad). Después (pág. 199) dice: «(...) el grueso de la filosofía de Popper se comprende mejor si se la considera caracterizada por la negación (...) podemos conocer la falsedad, más no la verdad; no hay lógica inductiva; en asuntos de conocimiento lo improbable es preferible a lo probable (...) el determinismo es falso; la biología evolutiva no es científica (...)».

Ya hemos comentado que una teoría queda refutada por un solo ejemplo en contra, mientras que mil ejemplos favorables no aseguran que sea verdadera. Pero si ha resistido numerosas tentativas de falsación, es «corroborada»: es más probablemente verdadera que las que han sido refutadas. Todo científico querría encontrar la verdad y le interesaría «confirmar» teorías. Pero ¿qué hecho se podría considerar «confirmatorio»?¿Cómo se puede saber si una teoría es verdadera? La teoría de Newton fue probablemente la más exitosa de la historia y explicó muchísimos fenómenos. Muchos científicos la consideraron «verdadera» hasta que fue desplazada por la teoría de la relatividad. Es tan exacta que todavía se usa en los viajes espaciales. Pero no es (solo) cuestión de «exactitud». El espacio-tiempo de Einstein es conceptualmente diferente de las entidades independientes de Newton (y del sentido común), aunque la teoría de Newton puede considerarse un caso particular de la de Einstein. Por eso, aunque la teoría de Newton siga teniendo valor instrumental, no es «verdadera». La de Einstein es superior, pero eso no asegura que no vaya a ser refutada en el futuro.

No es que «en asuntos de conocimiento lo improbable es preferible a lo probable». Lo que, según creo, dice Popper, es que una teoría ad hoc tiene poco contenido, y una tautología no puede contrastarse empíricamente (ref. 5, pág. 285). Estas son las de más alta probabilidad. La corroborabilidad de una teoría es inversamente proporcional a su probabilidad lógica. Lo que es muy probable, es trivial: no aporta novedad. El conocimiento progresa cuando se logra corroborar una hipótesis improbable. Con palabras de Popper (ref. 6, pág. 107): «También podríamos decir que si la clase de los posibles falsadores de una teoría es «mayor» que la correspondiente de otra, la primera teoría tendrá más ocasiones de ser refutada por la experiencia; por tanto, comparada con la segunda, podrá decirse que aquella es «falsable en mayor grado», lo cual quiere decir, asimismo, que la primera teoría dice más acerca del mundo de la experiencia que la segunda, ya que excluye una clase mayor de enunciados básicos (...). Así pues, puede decirse que la cantidad de información empírica que nos aporta una teoría, es decir, su contenido empírico, aumenta con el grado de falsabilidad».

En cuanto a que «el determinismo es falso», Popper dedica un libro entero (ref. 1) a exponer «Un argumento a favor del indeterminismo». En pág. 146 dice:

«Pero otra forma de indeterminismo pasó a formar parte del credo oficial de los físicos. El nuevo indeterminismo que, introducido por la mecánica cuántica, supone la posibilidad de sucesos elementales fortuitos que son causalmente irreducibles.»

Y en la página siguiente:

«Los diversos resultados, tales como la desintegración de un átomo con la consiguiente emisión radiactiva, no están predeterminados y, por tanto, no pueden ser predichos por muy grande que sea nuestro conocimiento de todas las condiciones pertinentes previas al suceso. Pero podemos hacer predicciones estadísticas contrastables sobre esos procesos. Aunque no creo que la mecánica cuántica permanezca como la última palabra en física, sí creo que su indeterminismo es fundamentalmente correcto. Yo creo que la mecánica clásica newtoniana es indeterminista en principio.»

Y, finalmente, en pág. 149:

«Si el hombre es libre, al menos en parte, también lo es la naturaleza; y el 'Mundo 1' físico es abierto. Y hay muchas razones para considerar al hombre al menos parcialmente libre. La concepción contraria –la de Laplace– lleva a la predestinación. Lleva a la percepción de que hace miles de millones de años las partículas elementales del 'Mundo 1' contenían la poesía de Homero, la filosofía de Platón y las sinfonías de Beethoven de la misma manera que una semilla contiene una planta; que la historia humana está predestinada y, con ella, todos los actos de la actividad humana.»

Popper no considera que «el determinismo es falso», pero cree que (pág. 148) «los acontecimientos se suceden unos a otros según las leyes físicas, pero que hay a veces una cierta holgura en su conexión, que se rellena con secuencias impredictibles (...)». También Chaitin (ref. 7) dice: «Luego, hace bastante poco, se descubrió, con los sistemas dinámicos, que la mecánica clásica contenía también azar o más exactamente impredecibilidad (...)». Y termina diciendo: «En la física moderna, el azar y la imprevisibilidad juegan un papel fundamental; el reconocimiento y la caracterización de este hecho, que podría percibrse a priori como una limitación, son un progreso. Estoy convencido de que ocurrirá lo mismo en matemáticas puras.»

¿Dice Popper que «la biología evolutiva no es científica»? En ref. 2, pág. 225 leemos: «Siempre me he sentido enormemente interesado por la teoría de la evolución, y muy dispuesto a aceptar la evolución como un hecho. También me he sentido fascinado por Darwin y el darwinismo (...)». En pág. 230: «considero al darwinismo como metafísico, y como un programa de investigación». «Es metafísico porque no es contrastable». Y continúa en pág. 231:

«Tomemos la «adaptación». Parece, a primera vista, que la selección natural la explica, y de algún modo lo hace; pero apenas de un modo científico. Decir que una especie que ahora vive está adaptada a su ambiente es, de hecho, casi tautológico. Usamos ciertamente los términos «adaptación» y «selección» de una manera tal que podemos decir que si la especie no estuviera adaptada, habría sido eliminada por selección natural. Y similarmente, si una especie ha sido eliminada es que debe haber estado mal adaptada a las condiciones que la rodeaban. La adaptación o aptitud es definida por los evolucionistas modernos como valor de supervivencia, y puede ser medida por el actual éxito en sobrevivir: difícilmente hay posibilidad alguna de contrastar una teoría tan débil como esta.
Y sin embargo esta teoría es inestimable. No alcanzo a ver como sin ella podría haber aumentado nuestro conocimiento del modo en que lo ha hecho desde Darwin. Al tratar de explicar experimentos con bacterias que lograron adaptarse, por ejemplo, a la penicilina, resulta bastante claro que la teoría de la selección natural nos sirve de gran ayuda. Y aunque sea metafísica, arroja un raudal de luz sobre investigaciones muy concretas y muy prácticas. Nos permite estudiar la adaptación a un nuevo ambiente (tal como un ambiente impregnado de penicilina) de una manera racional: pues sugiere la existencia de un mecanismo de adaptación, y nos permite incluso estudiar con detalle el mecanismo puesto en juego. Y hasta ahora es la única teoría que puede hacer todo esto.
(...) Ahora bien, en la medida en que el darwinismo crea la misma impresión {de que se había logrado una explicación última, como lo hace el teísmo}, no es mucho mejor que la concepción teísta de la adaptación; resulta, por tanto, importante mostrar que el darwinismo no es una teoría científica sino metafísica. Pero su valor para la ciencia como programa de investigación metafísico es muy grande, especialmente si se admite que puede ser criticada y mejorada.»

Esta larga cita muestra que para Popper el que una teoría no sea científica según su criterio de demarcación, no implica necesariamente infravalorarla.

Bunge se refiere a la sociedad abierta (pág. 200 y 205) en términos al parecer aprobatorios de este concepto popperiano. Y en pág. 207 dice: «Aún así, cuando dudan {los practicantes de la ciencia y la tecnología} lo hacen apoyándose en la fuerza de otras ideas o prácticas que se tienen por firmes hasta próximo aviso». Parece aceptar que las teorías científicas no son definitivas; sin embargo en pág. 216 escribe: «El refutacionismo afirma que la característica de la ciencia es la refutabilidad, o sea, tratar únicamente hipótesis que son, en principio, refutables. Pero si la ciencia fuese realmente refutacionista deberíamos aceptar como científicas todas aquellas creencias refutadas, tales como la astrología y la grafología, y rechazar, en cambio, sin mayor discusión, las teorías científicas más generales por no ser refutables».

Según Popper una teoría refutada es «científica» pero falsa. Tienen mayor contenido de verdad las que han resistido más intentos de refutación. La astrología no es refutable, como lo son las teorías científicas. Las observaciones de Eddington durante el eclipse de 1919 coincidieron con lo predicho por Einstein; de no ser así, habrían refutado su teoría (que, por lo tanto, es «refutable»).

Las condiciones de validez de una teoría (que sea refutable pero que no haya sido refutada) me recuerdan la famosa especificación M32J de Ford (creo que era de 1962) para esmaltes acrílicos: «Un esmalte pulible que no necesite ser pulido.»

Para terminar con este tema, unos comentarios relacionados con Thomas Kuhn. Dice Bunge en pág. 219: «La vaga noción de paradigma de Thomas Kuhn o, mejor dicho, la posterior noción de ejemplar, puede elucidarse del siguiente modo: un paradigma (o ejemplar) es un proyecto de investigación que, habiendo dado pruebas de ser exitoso en el pasado, es imitado (tomado como modelo) para realizar otras investigaciones.» Kuhn (ref. 8) dice en pág. 271: «Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica comparten, y, recíprocamente, una comunidad científica consiste en hombres que comparten un paradigma». Cuando Newton generalizó los resultados de Galileo y de Kepler, instauró un nuevo paradigma. Es lo que, a mi entender, dice Bunge en pág. 242, como ya hemos comentado. Y en pág. 221 dice: «De igual modo, Crick y Watson, trabajando en un paradigma definido, construido por otras personas y en un problema planteado también por otros, realizaron un descubrimiento monumental cuando conjeturaron la estructura básica de las moléculas de ADN. Aún así, si aceptásemos las ideas de Kuhn, los cuatro hombres de los ejemplos solo se hallaban envueltos en modestas búsquedas de «ciencia normal», o sea, llenando huecos».

Es interesante notar que Bunge considera un «descubrimiento monumental» el que Crick y Watson «conjeturaron» la estructura, &c. Efectivamente, Crick recuerda (ref. 16, pág. 102): «Aunque estábamos exaltados cuando descubrimos la doble hélice, ninguno de nosotros dos ni nadie más pensó en un gran éxito. En realidad, a Jim le preocupaba que estuviéramos equivocados y volviéramos a hacer el ridículo. En consecuencia, las celebraciones y felicitaciones son mero producto de la imaginación del guionista {de la película que se hizo acerca del descubrimiento de la doble hélice}. La mayoría de la gente hubiera calificado la estructura como «interesante» o «muy sugestiva», pero muy pocos en aquel momento estaban seguros de que la doble hélice fuera realmente correcta.»

Kuhn (ref. 8, pág. 64) muestra los «muchos problemas teóricos fascinantes a los sucesores de Newton» y dice que «Estos problemas de aplicación representan probablemente, el trabajo científico más brillante y complejo del siglo XVII». Crick y Watson trabajaron, efectivamente, dentro del paradigma vigente. Pero su contribución no fue una «modesta búsqueda» ni «llenar huecos», sino que buscaron y encontraron la información clave para el desarrollo impetuoso de la biología molecular. Haciendo ciencia «normal» tuvieron un logro de primera magnitud.

II) Economía

«El sistema mundial nació el 12 de Octubre de 1492 y se consolidó en el curso del siglo XIX (...). Curiosamente, les llevó cinco siglos a los estudiosos percatarse de la existencia del proceso de globalización: tan cegadora fue su atención enfocada en los individuos y los estados nacionales.» Mario Bunge (pág. 140)

Bunge critica al holismo y dice en pág. 39: «Así pues, se habla de memoria colectiva, voluntad del pueblo, e ideas producidas por grupos sociales enteros y no por cerebros individuales (...). Esta contaminación holística es evidente en supuestos como que todo agente actúa de acuerdo con la situación en la que se encuentra, y que dos agentes sociales interactúan por medio del mercado y no persona a persona.»

Del mercado emergen los precios, que son índices para los agentes. Si un panadero sabe que el pan se está vendiendo a 1€ el kg y él no puede fabricarlo a un costo menor, se abstendrá de ofrecerlo, a menos que se le ocurra cómo disminuir su costo (v.gr. mudando su panadería a un barrio donde los alquileres sean más bajos, introduciendo mejoras técnicas, &c.). Esta decisión no la toma en virtud de una relación «persona a persona», sino, precisamente, por medio del mercado. Si, supongamos, se le ocurre como reducir sus costos a la mitad (digamos que descubre una variedad de trigo de mucho mayor rendimiento –GMO, o no–, o introduce hornos solares para ahorrar energía) le bastará vender a algo menos del precio de mercado para hacerse con buena parte de éste. Tendrá beneficios extraordinarios. Pero le durarán poco tiempo, pues sus competidores descubrirán su secreto y hasta podrían encontrar recursos aún mejores. Nuevamente bajarán los precios para ganar cuota de mercado (que, si el margen de beneficio era alto, tendrá lugar aún sin mejoras técnicas ulteriores, hasta alcanzar la tasa media de beneficio del capital). Esto es lo que realmente ocurrió y sigue ocurriendo con casi todos los productos (v.gr., automóviles, ordenadores, &c.). De modo que el mercado enriquece a los empresarios perspicaces y favorece a los consumidores. Pero tiene sus leyes emergentes, como sucede con todo sistema, como dice Bunge en pág. 94.

En pág. 111 dice: «El biologismo subyace también tras la creencia común entre los economistas ortodoxos, de que el hombre es un capitalista natural, por lo cual debe realizarse la transición entre el socialismo de estado y el capitalismo de libre mercado de manera instantánea y para el beneficio de todos».

El hombre es un productor, que intercambia con otros productores en el mercado. La vida social se articula alrededor del mercado, lo que resultó de una evolución espontánea. El «socialismo» fue una ortopedia social voluntarista que, al fracasar, obligó a volver a los cauces conocidos y (relativamente) exitosos. No había experiencia de cómo hacer este recorrido inverso. Seguramente es preferible ser prudente y no hacer cambios instantáneos. Pero al comenzar por los cambios políticos, hubo presión para acelerar los cambios económicos para no paralizar la economía. China está haciendo solo los cambios económicos (y no todos) por ahora. Y, al parecer, está funcionando bien.

Dice Bunge en pág. 150: «Un ejemplo actual de esta clase de propuesta es la de acabar con la pobreza conectando a los pobres a Internet. Otros proponen el libre comercio como la clave del desarrollo de las naciones pobres.»

El Banco Grameen (Muhamad Yunus), junto con los micropréstamos, está difundiendo en Bangladesh la comunicación por teléfono celular. La comunicación y la información son fundamentales. Sirven a esa gente pobre para pedir auxilio y consejo médico; para obtener información agrícola y sanitaria . No se si alguien sostiene que basta con conectar a los pobres a Internet para acabar con la pobreza, pero sin duda es un factor favorable, sobre todo si va unido a otros, como los microcréditos y el libre comercio. Lo malo es que el 1º Mundo, sobre todo EE.UU., pregonan el libre comercio pero tienen políticas proteccionistas que impiden el acceso de alimentos y materias primas del tercer Mundo a sus mercados. La paradoja es que ese proteccionismo perjudica también a los ciudadanos del primer Mundo. Los países pobres no necesitan limosnas sino mercados para sus productos.

En pág. 167 dice Bunge: «Este es el motivo por el cual {los interpretativistas} no pueden explicar satisfactoriamente como emergieron la división del trabajo y las clases sociales, por qué el excedente agrario hace posible y necesario el estado (...), por qué los precios de las materias primas y los alimentos quedan cada vez más rezagados con respecto al de los bienes manufacturados (...)».

Ciertamente, quienes no reconocen la emergencia no pueden explicar estos fenómenos. Pero el último mencionado pertenece a las tesis de Raúl Prebisch y la CEPAL. Para otros, no es así. Por ejemplo. Paul Johnson (ref. 9, pág. 166) dice: «El concepto de que la industrialización, contrapuesta a la producción primaria, es la única vía para llegar a un elevado nivel de vida, se ve desmentido por la experiencia de ex colonias como Australia, Nueva Zelanda, gran parte de Canadá y el medio Oeste norteamericano, regiones donde las exportaciones de carne, lanas, trigo, productos lácteos y minerales han creado los países más prósperos del mundo».

Bunge dice (pág. 264) algo que es característico de muchos «izquierdistas» en temas económicos: «Por ejemplo los ciudadanos de una democracia tienen derecho a conocer por qué luchar contra la inflación a cualquier costo debería ser preferible a tolerar tasas modestas de inflación si esto permite un nivel decente de empleo y el mantenimiento de los servicios sociales básicos».

Quien quiera conocer los efectos de la inflación, debe leer las obras de Hayek, von Mises y otros. La inflación es un proceso que se autoacelera, de modo que tasas modestas de inflación conducen a la hiperinflación si no se toman medidas enérgicas y adecuadas. La inflación es un impuesto general (injusto por ser indiscriminado), pero lo más grave es que desquicia el aparato productivo y conduce al uso ineficiente del capital y a su destrucción. Bunge plantea, a mi juicio, una falsa alternativa, como si hubiera dos posiciones antagónicas, absolutamente opuestas: 1) los partidarios a rajatabla del «déficit cero» y 2) los que aceptan tasas modestas de inflación para mantener el empleo y los servicios sociales. Pero la riqueza social no está constituida por papeles que el gobierno imprime, sino por lo que la sociedad produce. La inflación no permite mantener el empleo ni los servicios sociales. Aumenta el déficit, lo que exige mayor financiación (y a más alto interés); deforma las señales del mercado, lo que conduce al despilfarro de capital. El déficit cero es el objetivo razonable. Pero no es cuestión de mantenerlo a rajatabla. El Estado y los particulares pueden endeudarse para adquirir bienes de capital y tecnología que permitan desarrollar actividades cuya rentabilidad sea mayor que el interés que haya que pagar por los créditos. En resumen: no endeudarse para financiar consumo (que es lo que suelen hacer los gobiernos populistas), pero si para capitalizarse (si esto conduce a una rentabilidad mayor que los intereses) (ref. 10 y ref. 12).

En pág. 281 Bunge comenta la máxima utilitarista: «la mayor felicidad para el mayor número de personas». «Para examinar esta idea, imaginemos toda la felicidad como un pastel a ser dividido entre n personas en porciones iguales de tamaño h, donde h es el tamaño de la porción en radianes. Puesto que el tamaño de todo el pastel es 2Π, la restricción de presupuesto es nh(2Π {será nh=2Π?}. Obviamente, un incremento en n determinaría una disminución en h, y viceversa. Por consiguiente, no es posible maximizar n y h al mismo tiempo. En resumen, la máxima utilitaria que tan lindo suena es absurda (...)».

Si lo entiendo bien, el error consiste en repartir lo que «hay», mientras que, para cumplir el lema utilitarista, habría que hacer un pastel más grande.

III) Sociología

«Mi punto de vista es moderno y ateo, lleno de desconfianza hacia toda ideología.»
Witold Gombrowicz, 1969

Dice Bunge en pág. 215: «(...) campos que están llenos de conceptos que representan entidades –tales como los átomos, los genes y las clases sociales– (...) que no son directamente observables.»

Nuestro conocimiento de la realidad se basa en las percepciones sensoriales (a menudo auxiliadas por instrumentos). Como tenemos unos pocos y limitados sentidos, nada es en realidad «directamente observable». Interpretamos nuestras percepciones (cosas que para los científicos son evidentes, carecen de significado para quien no conoce los instrumentos y la teoría subyacente), Pero las «clases sociales» son conceptos y no entes. Los conceptos suelen ser muy útiles, pero son construcciones mentales: no tienen existencia real.

En pág. 253 da un curioso ejemplo para ilustrar lo que es una regla moral. Para aumentar las ventas, disminúyase el precio; para aumentar el precio, disminúyase el abastecimiento. «En este caso {aumentar el precio}, la aprobación de esta ley tecnológica exige poner en práctica una regla moral, debido a que es antisocial –y de allí moralmente objetable– acumular alimentos en tiempo de escasez.»

En pocos casos el aumento de precios da beneficios que superan las pérdidas por disminución de ventas. Aún así, para obtenerlos, hay que ser monopolista, lo cual es muy difícil, sobre todo por un tiempo prolongado (en la economía de mercado, porque los gremios feudales hacían precisamente eso: limitaban la oferta. Y la regla ética era entonces que quien introducía novedades que disminuyeran los costos, hacía competencia desleal: se impedía que el comprador obtuviera precios mejores). Bunge comenzó refiriéndose aparentemente al comercio en general, pero al finalizar el párrafo, lo restringe a «alimentos en tiempo de escasez». Tal vez tenía presentes las escenas de «I promessi sposi» de Alejandro Manzoni, que describe el hambre y los asaltos a panaderías en el norte de Italia, poco antes de la peste de 1630. Pero hoy hay un intenso comercio internacional y lo que escasee en un lugar (temporal o habitualmente), se importa de otros (lo cual también impide que suban excesivamente los precios). Ninguna regla moral los fija, como sí lo hacían los gremios medievales. La economía de mercado abolió esa regla y estableció otras, como las que exigen pagar las deudas, y suministrar productos y servicios de la calidad convenida.

Aún más curioso es el ejemplo de la página siguiente. Dice que para reducir el crimen, es necesario promover la creación de empleo. Para aumentar el crimen, debería favorecerse políticas que destruyan el empleo. «La decencia común indica que solo la primera regla debe ponerse en práctica (...). Pero ¿por qué objetamos el crimen? A primera vista, por temor a ser su víctimas (...). El principal motivo es de principio antes que de prudencia: nos oponemos naturalmente a la muerte (...) debido a nuestra empatía con la víctima (...)».

Empatía es ponerse en el lugar del otro (la víctima). Por lo tanto, está muy cerca del «temor a ser sus víctimas». La introducción de mejoras tecnológicas es una política que destruye el empleo, puesto que al aumentar la productividad hace el mismo trabajo con menos personal. Pero su objeto no es «aumentar el crimen». Lo lógico –y lo que viene sucediendo desde la revolución industrial en los países que la hicieron– es aumentar el consumo y disminuir la jornada laboral, es decir, mejorar el nivel de vida. Si algún depravado se propusiera aumentar el crimen, lo puede hacer fácilmente y con beneficios, por ejemplo, distribuyendo drogas.

Y en pág. 259 dice: «Toda cosa que contribuye a ejercer derechos o deberes morales es correcta aún si implica el quebrantamiento de la ley del lugar.»

Me parece un consejo peligroso: hay que cumplir las leyes, y si se las considera injustas, luchar por vía política para cambiarlas. Además, lo que se considera «derechos o deberes morales» varía con la época, la cultura, y la persona.

IV) Igualdad

«La Democracia distribuye la igualdad a iguales y desiguales por igual.»
Platón, La República

Mario Bunge dice en pág. 261:

«En efecto, sin igualdad algunas personas dominarán a otras y así pondrán en peligro la libertad de la mayoría. Sin igualdad no puede haber solidaridad, que consiste en la reciprocidad o ayuda mutua, no en la caridad. Sin igualdad no puede haber autogobierno (democracia), porque el poderoso gobernará a los demás. Sin igualdad tampoco puede haber justicia, pues los gobernantes tendrían la posibilidad de inclinar las leyes o su aplicación en beneficio propio. Por último, sin igualdad, la pericia técnica favorecerá a los poderosos, porque los tecnólogos, como suele decirse, son siempre indios, nunca caciques». Estas palabras parecen apuntar no solo a la igualdad política (base de la democracia) sino también a la igualdad económica. Si es así, se contradice con lo que dice en la página siguiente: «Sin embargo, no es necesario interpretar al igualitarismo literalmente, como la real igualdad de todos en todos los sentidos {«individuos casi idénticos»}.(...).
Ahora bien si se tolera la diversidad, entonces algunos individuos se destacarán y por consiguiente se los considerará, correcta o incorrectamente, más meritorios que otros. Y, desde ya, el mérito debe ser recompensado porque –como Durkheim y Rawls han argumentado– es del interés de todos que las personas capacitadas brinden servicios distinguidos a los demás. Sin embargo, el reconocimiento del mérito no implica la meritocracia o gobierno de los miembros más ilustrados o útiles de la sociedad (...).»

En mi opinión, la evolución política del mundo, muestra una contínua aproximación a la igualdad política así como lo razonable de este proceso (con todas sus imperfecciones y problemas). En lo económico, el objetivo es que todos disfruten del mínimo bienestar material que asegure una vida digna: el contínuo aumento de la productividad lo hace posible. En cambio, la «igualdad por decreto» (el repartir lo que «hay» entre todos por igual), no tendría ningún efecto visible entre los pobres, pero empobrecería a los ricos y destrozaría el aparato productivo. Con lo cual, sin mejorar el presente, hundiría el futuro (incluso el inmediato) de todos. Me remito al artículo de ref. 11, donde discuto detalladamente la igualdad económica y menciono las ideas de Dawns sobre algunos intrigantes aspectos de la política.

V) Psicoanálisis

«Flectere si nequeo Superos, Acheronta movebo.»
Virgilio, Eneida

Bunge dedica al psicoanálisis el apartado 8.7 (pág. 232-237) y además, lo menciona doce veces a lo largo del libro. Algunas de sus afirmaciones parecen exabruptos, como (pág. 235): «Y puesto que la «teoría edípica» es falsa, no hay necesidad alguna de terapia psicoanalítica, excepto como actividad rentable». «Por lo tanto, tal como dice la vieja cantilena, lo que es verdad del psicoanálisis es viejo, y lo que es nuevo es o imposible de poner a prueba o falso».

Comienza su refutación del complejo de Edipo diciendo (pág. 234): «La hipótesis acerca de la sexualidad infantil es falsa: el centro del sexo es el hipotálamo y en los niños no está aún completamente desarrollado».

El suplemento Tentaciones, de El País, tiene una columna de consultas sobre sexo, a cargo de Vampirella. El 14 de marzo de 2003 trata el tema «Masturbarse es normal», y tranquiliza a los padres de una niña de 10 años diciendo que «Lo anormal sería que la niña no lo hiciera.(...) Los niños –ya antes de los 10 años– exploran el cuerpo, descubren sus genitales y les agrada tocarlos; como les gusta, repiten (algunos, mucho)».

No se si Vampirella sabe cuando madura el hipotálamo, pero si que parece haber visto niños. Freud no atribuyó a los niños una sexualidad igual a la de los adultos. En ref. 15, pág. 319, describe las etapas que recorre la sexualidad infantil, caracterizadas por el sucesivo predominio de distintas zonas erógenas. Y luego dice: «Podemos ahora darnos cuenta del aspecto que reviste la vida sexual del niño antes de la afirmación de la primacía de los órganos genitales, primacía que se prepara durante la primera época infantil anterior al período de latencia y comienza luego a organizarse sólidamente a partir de la pubertad.»

Habiendo «refutado» así la sexualidad infantil, Bunge considera también falsa, como consecuencia, la hipótesis de que «nuestros padres y hermanos son los más cercanos, y por ende, los primeros objetos de nuestro deseo sexual (confundiendo nuevamente las características de la atracción infantil con la adulta). Pero reconoce que la hipótesis de que «el tabú del incesto es una construcción social» es independiente. Para su refutación apela a la hipótesis de Westermarck («hay una notable ausencia de sentimientos eróticos entre las personas que viven juntas desde la infancia»), que habría sido confirmada en 1995 por Arthur P. Wolf. ¿Cómo lo hizo? Aprovechó un laboratorio natural, la sociedad del norte de Taiwán.

«Esta es [dice en pág. 235] –o mejor dicho, fue– algo así como un laboratorio porque se acostumbraba a concertar los matrimonios de dos modos diferentes. En tanto que algunas niñas permanecían con sus padres hasta el día de la boda (clase de casamiento «principal»), otras eran trasladadas a sus futuros hogares de casadas siendo aún lactantes, con el fin de criarlas junto a sus futuros maridos (clase de casamiento «secundaria»)(...).
Wolf (1995) estudió la historia de 14.402 casamientos de ambas clases (...). Halló que los matrimonios de clase secundaria –los que implicaban una asociación íntima temprana– fueron significativamente menos exitosos que los de clase principal, medidos por baja fertilidad, adulterio y divorcio. Así pues, «lejos de desarrollar una atracción sexual por los miembros de la misma familia, los niños desarrollan una aversión sexual activa como resultado de una asociación inevitable. Concluyo, por tanto, que la primera premisa de la teoría edípica es errónea y que todas las conclusiones alcanzadas tomando como base la presunta existencia del complejo de Edipo son también erróneas.»

Para opinar sobre el trabajo de Wolf, habría que leerlo todo. Pero la cita de Bunge deja una gran duda metodológica. Las niñas «trasladadas a sus futuros hogares de casadas siendo aún lactantes» fueron abandonadas por sus padres, lo cual es bien sabido que produce desequilibrios emocionales. Como el factor «abandono» no está presente en el grupo de control, el experimento no estuvo «controlado».

En pág. 287 dice: «(...) el dogma freudiano de que la infancia es el destino: que uno jamás puede recuperarse de los traumas infantiles (...).» Los psicoanalistas dan mucha importancia a los primeros años y ubican en ellos el origen de muchos trastornos. Pero si afirmaran que «uno jamás puede recuperarse», ¿cuál sería la función de los psicoanalistas? Deberían dedicarse a otra «actividad rentable».

En pág. 75 dice Bunge: «Un ejemplo {de dualismo} es el psicoanálisis, con su discurso acerca de entidades inmateriales, tales como el yo, el ello y la líbido morando en el cuerpo y ejerciendo influencias psicosomáticas.»

El yo, el super yo, el ello y la libido, no son «entidades» (salvo metafóricamente) sino conceptos (como ya dijimos de las clases sociales), y tan inmateriales como todos los conceptos. Se puede discutir su grado de adecuación al funcionamiento real de los seres humanos, y seguramente serán reemplazados por nuevas categorías con el progreso de la neurobiología.

La crítica de que «los psicoanalistas rehuyen el experimento, aduciendo que su doctrina es puesta a prueba día a día en el diván» (pág. 235) coincide con la de Popper (ref. 5, pág. 203-214) si se hacen dos precisiones:

1) Popper aprecia la obra de Freud («...contiene, fuera de toda duda razonable, un gran descubrimiento. Yo, al menos, estoy convencido de que existe un mundo del inconsciente y de que los análisis de los sueños de Freud en su libro son fundamentalmente correctos (...)».

2) El capítulo se titula «Un caso de verificacionismo». Popper señala que Freud se propuso demostrar que todos los sueños representan satisfacciones de deseos. Aún los que no lo parecen, como los sueños de angustia. «Sin embargo, Freud nunca llevó a cabo su programa; y al final, renunció por completo a él, aunque sin decirlo explícitamente» (pág. 205). Y considera (pág. 207) que la razón es que «al final él mismo no lo veía así». Popper dice (pág. 204) que «Las observaciones siempre se recogen, ordenan, descifran y pesan a la luz de nuestras teorías. En parte por esa razón, nuestras observaciones tienden a apoyar nuestras teorías. Este apoyo {es} de poco o ningún valor a menos que adoptemos conscientemente una actitud crítica y busquemos refutaciones a nuestras teorías, en vez de «verificaciones».

Freud se propone «demostrar» que los sueños representan satisfacciones de deseos. Para incluir los sueños de angustia tiene que hacer una ligera modificación: «un sueño es la satisfacción (enmascarada) de un deseo (suprimido o reprimido)». Este es el centro de la crítica de Popper. Siempre será posible encontrar ejemplos que «verifiquen» cualquier teoría. La «demarcación» entre ciencia y no-ciencia consiste en que en la primera se pueden intentar refutaciones y en la segunda no (v.gr. no se puede demostrar la existencia de Dios ni su inexistencia; ambas hipótesis son irrefutables). Sin embargo (pág. 212): Pienso que La interpretación de los sueños de Freud es un gran logro (...). Muestra ciertamente que incluso una teoría metafísica es infinitamente mejor que la carencia de teorías {como ya dijo acerca del darwinismo}; y, supongo, es un programa para una ciencia psicológica, comparable al atomismo y al materialismo, o a la teoría electromagnética de la materia, o la teoría de campos de Faraday, que fueron todas ellas programas para la ciencia física. Pero es un error fundamental creer que, porque está «verificándose» constantemente, tiene que ser una ciencia basada en la experiencia.»

Cuando Bunge dice que los psicoanalistas «rehuyen el experimento» no aclara por qué la «puesta a prueba día a día en el diván» no constituye experimento, ni que tipo de experimento consideraría posible y aceptable. En cambio Popper les critica su búsqueda de verificación en vez de refutación, no el que no experimenten.

En su interesante relato sobre los comienzos de la genética molecular, Francis Crick (ref. 16) muestra la importancia de la refutación. Dice en pág. 84: «Otra ventaja era que habíamos desarrollado métodos de colaboración tácitos pero provechosos, algo que no existía en el grupo de Londres. Si alguno de los dos {Crick o Watson} sugería una idea, el otro, tomándola en serio, intentaría rebatirla abiertamente pero sin hostilidad. Esto resultó fundamental».

Da luego varios ejemplos que concuerdan con la opinión de Popper de que las teorías no surgen de observaciones, sino de cerebros. Por ejemplo, en pág. 112 dice:

«Yo propuse, en consecuencia, una teoría según la cual había veinte adaptadores (uno para cada aminoácido) junto con veinte enzimas especiales (...) Más tarde llegué a publicar un comentario corto introduciendo brevemente la idea y sugiriendo que el adaptador podía ser un pequeño ácido nucleico (...). Paradójicamente, no me di cuenta de forma inmediata que esas moléculas de RNA de transferencia eran el adaptador predicho (...).»

¡La ocurrencia de Crick resultó cierta, pero le costó reconocerla en la realidad! En pág. 110 dice: «(...) conseguí refutar todas las versiones posibles del código de Gamow, usando la pequeña cantidad de datos de secuencia disponibles y suponiendo (sin mucha base) que el código era «universal», es decir, que era el mismo en todos los organismos.» ¡Algo tan asombroso como la universalidad del código genético, Crick lo supuso «sin mucha base»! Y en pág. 114:

«En el curso de la síntesis de proteínas ¿cómo podía un aminoácido acercarse lo bastante al siguiente para poder ser unidos, teniendo en cuenta que al no estar solapados sus tripletes, deberían estar a una cierta distancia? Sydney sugirió que los adaptadores postulados podrían tener cada uno una pequeña cola flexible al final de la cual se le unía el aminoácido apropiado. Sydney y yo, al principio, no nos tomamos en serio esta idea (...). En este caso resultó que Sydney estaba en lo cierto. Cada RNA de transferencia tiene una pequeña cola flexible a la que se le une el aminoácido.»

VI) Idealismo

«Amicus Plato, sed magis amica Veritas.»

Dice Bunge en pág. 279: «Aunque el idealismo es una de las filosofías académicas dominantes, está tan agotado como el marxismo: no ha producido una sola idea nueva en tiempos recientes». Y en pág. 286: «El idealismo es incompatible con las ciencias fácticas (o empíricas) y las tecnologías (...). Por consiguiente, una filosofía acorde con la ciencia y la tecnología deberá ser materialista, aunque no vulgar (fisicista) sino emergentista (...)».

Para los marxistas, esa particular característica de las doctrinas filosóficas –el ser materialistas o idealistas– importa una diferencia abismal que separa el bien de el mal. El idealismo es rechazado en bloque, y algo así parece hacer Bunge. Es muy cierto que la experiencia tecnológica y las ciencias naturales apoyan la visión materialista. Pero no se plantea aquí una cuestión ética, y los filósofos idealistas tienen sus razones. Platón veía cambiar continuamente al mundo físico y encontraba difícil discriminar leyes donde no hay permanencia. No negaba la existencia del mundo real, pero consideraba que era un reflejo (corruptible) del mundo de las Ideas (incorruptible, inmutable). La geometría euclidiana se relaciona con esas Ideas inmutables: describe «cuerpos» ideales, cuya perfección puede imaginarse, pero no se encuentra en la realidad, como tampoco existen los puntos inmateriales ni los planos sin espesor. Así como, según Whitehead, la filosofía europea es una glosa de Platón, sus ideas y la geometría de Euclides inspiraron a todos los pensadores y científicos posteriores. A nadie se le ocurre que Newton fuese idealista; sin embargo, lo fue en algunos aspectos. Sus métodos eran platónicos. Dijo que un cuerpo que se mueve sin acción de una fuerza, lo hace indefinidamente en línea recta. Pero ningún cuerpo puede independizarse de la acción de fuerzas. Sobre la tierra actúan la gravedad y el rozamiento. Una bola arrojada, describirá una trayectoria curva por ser atraída; al continuar rodando sobre la tierra, seguirá describiendo la curvatura de la tierra y se irá deteniendo por el rozamiento (o rodadura). Para calcular movimientos, se parte de una ley que describe un movimiento ideal y se le aplican correcciones para pasar de la Idea a su reflejo real.

Kant se dio cuenta de que la mecánica de Newton no podía deducirse ni inducirse de ningún número de observaciones y por eso dijo que el hombre impone las leyes a la naturaleza. Por supuesto, no es que las «imponga», sino que las teorías y leyes son inventadas (por cerebros humanos). Si sus consecuencias se observan en los fenómenos reales, la ley se «corrobora» (pero nunca se «demuestra»). Si no corresponden a la realidad, la ley queda refutada (o falsada). Kant reconocía la existencia real del mundo material, pero consideraba al tiempo no objetivamente real, sino un marco conceptual. Por estas razones pasó a la historia como filósofo idealista. Sin embargo, Kant no era idealista.

El obispo Berkeley sí era idealista, incluso solipsista, pues opinaba que las cosas no son más que «complejos de sensaciones». No obstante, hizo críticas muy justas a Newton (acerca del movimiento «absoluto», de las fuerzas como «causas ocultas», &c.) (ver ref. 13, pág. 208-217). Berkeley tuvo un continuador directo en Ernest Mach, quien influyó notablemente a Heinrich Hertz, Werner Heisenberg y Albert Einstein. Einstein reconoció a Mach como un antecedente y que podía haber llegado a la relatividad.

Es curioso que el idealismo inspiró las teorías de los más grandes físicos, cosa que no se puede decir del materialismo. «Si los científicos soviéticos hubieran seguido escuchando a los filósofos marxistas, decía Kapitza {en 1962}, la exploración soviética del espacio hubiera resultado imposible». (ref. 14).

En mi opinión, aunque uno se sienta materialista (o «realista») debe hacer un esfuerzo para entender las razones de los filósofos idealistas, pues la filosofía refleja problemas reales (aunque tratados de una manera muy amplia) y no siempre es fácil pronunciarse por un enfoque materialista o idealista, ni por una concepción determinista o indeterminista.

Bibliografía

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7. Gregory G. Chaitin, «El azar de los números», Mundo Científico, nº115, julio-agosto 1991 (dedicado a «La ciencia del caos»).

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11. Sigfrido Samet, «Ideología y realidad», El Catoblepas, nº 13.

12. Emilio Ontiveros, «No hipotecar la convergencia real», y Juan Manuel González-Páramo, «Equilibrio presupuestario: ¿fundamentalismo irracional?», ambos en El País, 20-octubre-2002.

13. Karl S. Popper, Conjeturas y refutaciones (1972), Ed. Paidós Ibérica S.A., 1989.

14. Martín Gardner, Alianza Editorial (1981).

15. Sigmund Freud, Introducción al psicoanálisis, Obras Completas, tomo II. Ed. Biblioteca Nueva.

16. Francis Crick, Que loco propósito (1988), Tusquets Editores, 1989.

 

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