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El Catoblepas, número 16, junio 2003
  El Catoblepasnúmero 16 • junio 2003 • página 21
Libros

Retórica democrática

Julián Arroyo Pomeda

Sobre el libro de Luciano Canfora, Crítica de la retórica democrática, traducción castellana de M. Pons Irazazábal, Crítica, Barcelona 2003, 129 páginas

Luciano Canfora, Crítica de la retórica democráticaLeí este libro durante la fresca mañana del 25 de mayo, día de las elecciones locales. Si todavía no había concluido mi jornada de reflexión, el contenido de este trabajo la incrementó en una indefinida extensión mayor. Quizás constituye un adecuado contexto de lectura, que hace tomar conciencia más profunda de la necesidad de implicarse en este asunto público prioritario de elegir a los representantes políticos para el próximo periodo de nuestra vida ciudadana. A pesar de todas las ambigüedades que afectan a todo sistema político.

«Tenemos un régimen político que no emula a las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia». Así se expresaba el magnífico orador y gobernante Pericles, según ha fijado por escrito Tucídides. Y proseguía que «la igualdad... alcanza a todo el mundo».{1} De esta forma trataba Pericles de levantar el ánimo de los ciudadanos griegos, sin duda afligidos por la muerte de sus compatriotas en aquella también «maldita» guerra, al tiempo que pedía a los vivos su contribución en la defensa de la ciudad y la disposición a entregar la vida por los asuntos públicos para no caer en la inutilidad o el idiotismo.

Canfora ha escrito igualmente un buen discurso, dirigido a los ciudadanos planetarios del siglo XXI, ofreciendo sus pensamientos críticos sobre la democracia, aunque suavice el titular con la fórmula de «la retórica democrática». Quizás también, como en el caso de Nietzsche, –Canfora es igualmente filólogo de la universidad de Bari– la retórica sirva para comprender su concepción y fundamentación crítica del tema tratado acerca de la pretensión de verdad de los interesados mantenedores de la democracia. Si el lenguaje es siempre retórico, en el caso de la política resulta bien significativa la necesidad de persuadir a través de la palabra. Claro que tal persuasión se reduce a doxa, no alcanzando prácticamente nunca el lugar de la episteme. Y no digamos cuando lo que se desea comunicar al auditorio son las medidas de los atributos viriles, que están bien puestos. El nivel intelectual es aquí más que evidente, así como la sensibilidad puramente machista de muchas féminas, que disfrutaban hasta rebosar con la gracia.

Presenta Canfora una panorámica espléndida, que se extiende en el tiempo desde Sócrates hasta Bush. ¿Acaso es posible semejante hazaña? Cuesta afirmarlo, pero la gran sabiduría del autor muestra claramente de su posibilidad. Sólo el riguroso dominio de la historia permite tal realización, que viene acompañada de la última documentación para interpretar los acontecimientos. Además, la narración transcurre por veredas de la actualidad, pero asentando los cimientos en paradigmas de una antigüedad recordada y nunca olvidada. El dominio intelectual de este profesor italiano hace que se mueva con idéntica comodidad y maestría en ambos terrenos. Tendremos ocasión de ilustrar esto con algunos ejemplos.

Su entrada es la formulación de la vieja pregunta de si puede equivocarse la mayoría, que es uno de los instrumentos de la democracia representativa. Ahora bien, esto puede expresarse mejor y sin polémicas desde la presentación de la historia de un personaje griego, tan querido por Canfora como Sócrates. En efecto, una mayoría de 500 jueces lo condenó, exactamente por 280 votos contra 220, de acuerdo con la información de Voltaire{2}, que considera la acusación como un conjunto de vaguedades. En cambio, Canfora la califica de «estrictamente religiosa y oscurantista» (página 15): Sócrates es ateo por no creer en los dioses de la ciudad y corromper a los jóvenes. En cuanto a lo primero, los romanos eran mucho más prácticos y laicos, con su conocido lema: Deorum offensa diis curae. En efecto, sólo a los dioses corresponde decidir sobre las ofensas que se les hacen. Lo segundo si puede resultar verdaderamente peligroso, cuando se consiga que los jóvenes sean 'corrompidos' por el acicate de un pensamiento crítico que les haga rebelarse contra tanta bazofia como nos invade. Ahora bien, lo valioso de la persona de Sócrates es que aceptó el error de sus jueces hasta morir, cosa que no hicieron, por cierto, ni Anaxágoras ni Aristóteles.

Así que lo «justo» –decisión de un tribunal de jueces– no es siempre «bueno» –entendido como un concepto de valor absoluto. ¿Qué hacer entonces? Muchos responden con la necesidad de una educación política, lo que no sería poco, aunque nuestras actuales sociedades pueden eliminar mediante la inoculación de recursos manipuladores de las mentes, con la propaganda machacona y repetitiva, lanzada cotidianamente por los «medios». La TV gana elecciones y la prensa poderosa puede inclinar las opiniones a los centros que interese.

Otras veces a las mayorías se las hace pasar por el aro, como ocurrió en noviembre de 2000, cuando la Corte Suprema de Estados Unidos impuso la decisión política de nombrar presidente a Bush, aunque el ganador de las elecciones fuera Al Gore. Sin duda, eran otros los intereses que primaban en la democracia norteamericana, como se está empezando a ver, aun a costa de «vaciar de contenido la 'soberanía popular'» (página 52).

Casi siempre son los mercados los responsables del plebiscito de un candidato, ya que el gasto electoral, que es ingente, no podría soportarse sin un fuerte sistema de financiación. En esto ganan siempre las clases con posibilidades económicas y las elites poderosas. Esta es una de las grandes paradojas de la democracia, cuya concepción habría que modificar de modo importante, si no se quiere que la misma legitime al capitalismo. Además, el circulo es profundamente infernal, ya que el turbocapitalismo{3} de la actualidad hace florecer nuevas elites, enriqueciendo a unos pocos, que, como nuevos neófitos, mantendrán con pulso firme el control limitador de la democracia creciente. Con expresiones fuertes y casi internamente contradictorias, si no fuera por la refrescante lucidez de su reflexión, Canfora habla de «democracias oligárquicas», donde la ley y el consenso son despreciados por el mantenimiento de una «política única» (página. 50), que puede hundir hasta la garantía de subsistencia, como ocurre ya en continentes enteros. Eso sí, hay un objetivo noble que justifica la actuación final, el establecimiento de un sistema democrático.

Ante semejante dislate, Canfora se pregunta, con Gramsci, si no será necesario contemplar sistemas «representativos no parlamentarios», cuando se reduce, sin ningún pudor, la democracia al derecho de participar en los debates, cortando radicalmente toda posibilidad de dar un paso más. La democracia no puede ser el fin y la esencia, sino un recurso de procedimiento o una sensibilidad actual, nunca una fundamentación axiológica, precisa la carta Fides et ratio.

Grupos de presión ocultos y poderes mafiosos globales, bien compenetrados, se alían para impedir el avance de la utopía, tensionando «las dos almas de la izquierda: la revolucionaria y la reformista» (página 96). En este sentido expone Canfora su valoración de la izquierda y lo hace con no menos desencanto que realismo: «Parece, pues, que la izquierda está condenada en Occidente a una política mediocre y, por tanto, a un fracaso periódico: a hacer una política cauta y decepcionante para sus propios seguidores, tímida y, sin embargo, irritante para las fuerzas que le son hostiles y que periódicamente consiguen arrancarle, aprovechándose de su escasa fuerza incisiva, su propio electorado 'natural'» (página 99).

Ante semejante diagnostico, ¿qué futuro cabe esperar? Nadie piense que es pesimista este profesor italiano, quedan rayos de luz y esperanza. Ha comenzado un nuevo ciclo, cuyo avance no será rápido ni sucederá pronto. «Lo importante no es estar presente, lo importante es saberlo» (página 107). Se trata del fenómeno de la inmigración hacia Occidente, que enfrenta a este continente con el resto del mundo, estableciendo nuevamente la relación entre explotadores y explotados. Incluso en el primer mundo hay igualmente estratos influyentes explotados. Todo esto convierte en ingobernable la situación presente e impulsa los deseos de una igualdad necesaria.

Canfora, que empezó con Grecia, termina ahora recordando la revuelta de los esclavos en Roma, capitaneados por Espartaco. No triunfó este movimiento, manteniéndose el imperio siglos más, hasta que convergieron «grandes migraciones de pueblos y de nuevas espiritualidades». Y se pregunta: «¿Acaso podemos leer nuestro futuro en este precedente?» (página 115). Hasta ahora las oligarquías ganan, mientras que las ideologías pierden, pero el mundo sigue con su proceso de movimiento imparable. Aquí terminan las sugerencias de Canfora, que me parecen de un alto interés teórico para la inteligencia de nuestro tiempo.

Notas

{1} Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Gredos, Madrid 1990, pág. 447.

{2} Voltaire, Tratado de la tolerancia, Crítica, Barcelona 1976, Capítulo VII, pág. 46.

{3} Véase E.N. Luttwat, Turbocapitalismo: quienes ganan y quienes pierden en la globalización, Crítica, Barcelona 2000.

 

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