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El Catoblepas, número 16, junio 2003
  El Catoblepasnúmero 16 • junio 2003 • página 8
Arco de medio punto

Olvidar, descubrir, inventar España indice de la polémica

Fernando Pérez Herranz

Con ocasión de un ciclo de conferencias celebrado en Alicante
los días 12, 13, 14 y 26 de mayo de 2003... una despedida

«...porque quando algund grave é detestable crimen es cometido
por algunos de algund colegio é universidad, es razón
que el tal colegio é universidad sean disolvidos é anichilados,
e los menores por los mayores é los unos por los otros pungidos...»
(Decreto de expulsión de los judíos en castellano antiguo adaptado)

Introducción

No deja de ser sorprendente que Hegel, que conceptualizó la historia como una cuestión filosófica, se «olvidara» del papel que jugó España en la Historia Universal. Por eso, cuando Menéndez Pelayo quiso descubrir al mundo el lugar central que lo español debería tener, aspirase «a que alguien hiciese con el pensamiento hegeliano lo que con el aristotélico habían hecho San Alberto Magno y Santo Tomás» en palabras de Laín Entralgo. Pues es, sin duda alguna, gran insolencia presentar una historia universal en la que España vaya de comparsa, cuando había sido la muralla del poniente europeo cristiano resistente al Islam, la avanzadilla heroica que había descubierto e incorporado el mundo americano a la iglesia de Roma mediante planes y programas de cristianización (es decir, civilización). El que pueda regatearse un papel tan decisivo, desde el punto de vista histórico, sólo puede justificarse si ese proyecto ha quedado derrotado y extinguido, y desvalidos conceptualmente sus descendientes. Eso es lo que quizá pensaron los idealistas alemanes y, a fortiori, los anglosajones, aunque no tanto los románticos que reivindicaron la concepción sobre la naturaleza humana del teatro español del siglo XVII –en especial de Calderón– y del simpar Don Quijote de la Mancha. Si España queda al margen de la historia como un país oscurantista, inquisitorial, brutal y exótico, los nacidos en este país tendremos que elegir, por lo menos, entre: integrarnos en la Europa modernizadora; ser meros espectadores de un mundo que lleva su propia dinámica; o contemplarnos como las víctimas del megalómano «invento» de fuerzas explotadoras, conservadoras o reaccionarias que necesitan un territorio soberano para incorporarse a las instituciones mundiales de la producción y los intercambios.

Ante un planteamiento tan radical, las respuestas se han ido a los extremos: la de quienes asumen un complejo de culpa por las barbaries hechas por los españoles históricos, aceptando la «leyenda negra» o las de quienes fanáticos y celosos de la España imperial, se sienten menospreciados y perseguidos injustamente con ánimos de venganza. En cualquiera de los dos casos se llega al mismo discurso lastimero, victimista e intimista, que se lame las heridas mirándose al ombligo, con consecuencias, en general, negativas para la autoestima de quienes habitamos en esta piel de toro. La literatura sobre la «cuestión de España» es bien larga en el tiempo y abundantísima en el espacio (una antología bien surtida se encuentra en Dolores Franco, España como preocupación). Siguiendo la costumbre de habitar los extremos, unos tratarán de «olvidarse» de España, un término reemplazado por otros más asépticos como Estado, País, Administración, Gobierno central..., pero también por otros más universales como Cristiandad, Tierra evangelizadora y misional...; y otros tratarán de «descubrir», por detrás de afirmaciones exaltadas o negaciones rotundas, algún elemento que obligue a hablar de España sin recelos ni titubeos.

Olvidar, descubrir, inventar España

Olvidar, inventar, descubrir España, Alicante, mayo 2003Precisamente «Olvidar, inventar, descubrir España» es el título bajo el cual durante los días 12, 13, 14 y 26 de mayo se han reunido en la Universidad de Alicante cuatro prestigiosos historiadores –José Álvarez Junco de la Universidad Complutense de Madrid, Justo Beramendi González, de la Universidad de Santiago de Compostela, Juan Sisinio Pérez Garzón, de la Universidad Castilla-La Mancha y Josep Maria Fradera Barceló, de la Universidad Pompeu Fabra– para reflexionar sobre estas cuestiones. Organizado por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria, el secretariado de Cultura y el Departamento de Humanidades Contemporáneas, y coordinado por los profesores José Miguel Santacreu y quien esto subscribe, este ciclo forma parte de un proyecto más general, que tiene como objetivo reflexionar sobre lo que hemos llamado en alguna ocasión la «complejidad de la nación española», de una nación que tiene características históricas singulares. La confluencia de un profesor de historia –José Miguel Santacreu– y de un profesor de filosofía –yo mismo– puede parecer extemporáneo en la sociedad de especialistas en la que vivimos, pero creemos que ambas perspectivas pueden fertilizarse mutuamente. Y así, a las magníficas investigaciones de la historiografía contemporánea sobre España, incorporamos una visión inspirada en las estimulantes reflexiones filosóficas de Gustavo Bueno, fundamentalmente de su artículo «España» (1998) y de su libro España frente a Europa (1999). Acogimos con gran interés la tesis de que España no es originariamente una nación, sino un imperio y, concretamente, un imperio generador, no depredador a la manera de los imperios que compiten con él: el holandés y el inglés. Esta tesis la hemos utilizado el profesor Santacreu y yo mismo en un artículo titulado «La "cuestión de España" a las puertas del siglo XXI» (2001), lo que nos ha permitido articular un concepto de complejidad para clarificar la historia de España en el siglo XIX.

Tras de seguir la obra de Gustavo Bueno con dedicación desde hace muchos años, y de considerar la Teoría del Cierre Categorial como una de las construcciones teóricas de mayor calidad intelectual de nuestra época, de tal modo que la he incorporado de manera normalizada en mis análisis de las ciencias (especialmente en topología) y de la que he dado cuenta en bastantes ocasiones,{1} sin que nadie me haya puesto ningún «pero»{2}, era para mí obligado entrar en la filosofía de la historia, que Gustavo Bueno había planteado con maestría en su artículo «El individuo en la historia» (1980).

Lo poco que haya aportado al pensamiento del materialismo filosófico lo he intentado hacer siempre desde sus mismas coordenadas, por lo que muchas veces éstas no están explícitas. Lo que no significa que no quede mucho margen para las argumentaciones, pues esta actividad nuestra es cosa intelectual y crítica, y no un dogma religioso que exige decir amenes, reverenciar iconos y no salirse del guión programado por la iglesia de turno, ante el temor de que se inicie contra uno el «Ad abolendam» papal.

En el curso de la lectura de España frente a Europa encontré dos cuestiones que ya anteriormente no me encajaban y que, a mi parecer, seguían sin estar clarificadas, ni como exposición positiva y lineal de la historia, ni como exposición dialéctica que asimila sus propias negaciones: Por un lado, nada se decía de la «cuestión judía» (algo que Felipe Giménez ya vio en una primeriza reseña de España frente a Europa), ni, que yo sepa, hubiera sido abordada en ningún otro sitio, lo que chocaba de manera abrupta con la reivindicación que hace Bueno de Espinosa como filósofo español. Pero la «expulsión de los judíos» hería de manera total una teoría moderna del Sujeto –en el sentido de una teoría fundamentada en un principio racional establecido al margen de toda reducción teológica– que partiera de un sujeto dado entre otros sujetos, y que yo he querido ver en el ius comunnicationis de Vitoria. No debía ser fácil para el pensamiento europeo de la época tomarse en serio esta «evidencia» epistemológica viniendo de los teólogo-juristas de un imperio incapaz de asimilar una de sus partes, a la que niega ontológicamente (por definición misma de imperio universal). Ésta es una posición más propia de un reino o de una nación excluyente que de un imperio, y a fortiori si éste se define como católico y se ejerce como generador. Mi ingenuidad me conducía a formular la siguiente pregunta: ¿Cómo pretendía un imperio la organización política de todo el mundo, si era incapaz de asimilar en su propio centro una de sus partes?

Y, por otra lado, el rechazo y la ausencia de la ciencia galileana y newtoniana en un imperio que necesitaba del desarrollo tecnológico para mantener su poder –militar, naval, arquitectónico...– lo justificaba Gustavo Bueno con un «había cosas más importantes que hacer» que, a mi parecer, es poco convincente.

Así que he ido tratando de aclarar estas cuestiones, aceptando que aquella España tenía grandes posibilidades de haber sido el germen de una civilización más «humana», es decir, recortada a escala corpóreo-humana –asiento la razón y norma de la ética universal–, que la desarrollada por el capitalismo de cuño anglosajón, recortada a escala del beneficio individual y particularmente cuantificado. Una forma de civilización que hubiera «superado» incluso la barbarie y la violencia de la Iglesia Romana y de las naciones cristianas –franceses, alemanes, normandos, venecianos...– que habían utilizado en las cruzadas, en la represión contra los cataros («Matadles a todos, Dios reconocerá a los suyos») o la propia persecución a los judíos. Quizá una superación de los inquisidores (por catábasis) desde el propio Santo Domingo de Guzmán que se negó a participar en la cruzada contra los albigenses y continuó con sus métodos de predicación racional y de dar ejemplo de vida y pobreza. (No es suficiente argumento decir que los otros también cometían tropelías, por aquello de «mal de muchos...»). Una civilización cuyas aportaciones en las artes o en la literatura (el Barroco) fueron muy valiosas.

Sin embargo, he querido entender que aquel imperio no pudo configurar el concepto de Sujeto de la modernidad, lugar que ocupó el cogito cartesiano. Y me pareció ver el fundamento filosófico de ese Sujeto «dado entre otros sujetos» en el ius comunnicationis, un concepto que quedaba determinado en Vitoria por el título de «sociedad y comunicación natural». Los españoles (y por extensión todos los humanos, si queremos transformar el dicho título en Idea filosófica) tienen derecho a comunicarse con los bárbaros (y, por intensión, con cualquier hombre), sin hacerse daño, porque el Otro no ha de contemplarse como un enemigo, un diablo, un ser repugnante (que, por ejemplo, haya matado a Dios en el monte Sinaí), sino como un huésped y transeúnte y nada, ni siquiera la propiedad privada, puede negar la intercomunicación de bienes. Este ius comunicationis era un buen inicio para alcanzar un sujeto definido según las coordenadas de los conceptos conjugados diaméricamente: unos sujetos dados por intermediación de otros sujetos también dados, sin destrucción de ninguna de las partes de un mundo creado por Dios con Inteligencia y Bondad, y en el que cada una de las partes tiene asignada una misión, por así decir, sagrada. Esta Idea (semilla) que ejerció el pensamiento desde el lado católico, podía desarrollarse (germinar) a través del Amor en Cristo, que actúa como elemento mediador (diamérico), a lo que apela el propio Vitoria al concluir su primera proposición: «Agustín dice: "Cuando se dice amarás a tu prójimo, es evidente que todo hombre es prójimo"» (A destacar, todo.) En La mística española (siglos XVI y XVII), Patricio Peñalver señala que los místicos españoles no se sostenían en los arrebatos del alma sola, sino en el amor entre las almas; y cita un precioso texto de Fray Luis de León: «(el amor al Amado) nos provee a todos y nos rodea de amigos que, olvidados por nosotros, nos buscan, y no conocidos, nos conocen, y ofendidos, nos dessean y nos procuran el bien, porque su desseo es satisfacer en todo a su Amado, que es el Padre de todos.» Antonio Regalado ha mostrado la riqueza del mundo (res dramática) de Calderón, tanto frente al mundo inerte (res extensa) como a la conciencia (res cogitans) de Descartes, una conciencia ávida de certezas, que desenmascara las certidumbres, pero –concluyo yo– sin que sobre el extraordinario despliegue de la conciencia calderoniana (probabile, dubia, opinativa, scrupulosa, falsa...) se construyera una filosofía alternativa a la de Descartes. Los estudiosos de Gracián han destacado el dominio del Desengaño en el mundo; una Idea que funciona como guía frente a los «peligros del existir». Así cómo el ingenio ha de «embellecer» y «hermosear» la experiencia, &c.

La formulación del ius communicationis quedaba herida de muerte, según mi interpretación –que no dudo sea idealista– pues procedía de un Estado que había negado el principio de la comunicationis en la práctica, pues afectaba a una de sus partes internas, alimentando, al mismo tiempo, al enemigo exterior. El proceso que habría de concluir en una definición del Sujeto, tal como lo defiende Gustavo Bueno, de una totalidad dividida en partes conjugadas diaméricamente con otros sujetos dados también en partes (y con partes de otros objetos, &c.) y que parecía esbozado en el ius comunicatonis no podía cerrarse por la negación ontológica de una parte en forma de «expulsión de los judíos», con todas las secuelas que dejaba en la vida pública y cotidiana de los españoles de los siglos XVI y XVII («expulsión de los judíos» lo escribo entrecomillado con el fin de resaltar que es un concepto). En una época en que tantas cosas estaban por hacer –entre otras, desarrollar la ciencia y la tecnología– los sujetos españoles recelaban entre sí, hasta el punto de que se denunciaban a sí mismos, por si un acaso, se perseguían implacablemente los unos a los otros, por si comían tocino o encendían las lámparas los viernes, por hacerse con el estatuto de limpieza de sangre antes de que llegase en mala hora la denuncia, o por toda aquella maledicencia sobre robos de hostias o crucifixiones de niños... y, en fin, de tantas cosas (la eutaxia, como el ser, se dice de muchas maneras, pues muchas son las maneras de organizar la convivencia y los conflictos). Descartes cerró todo ese mundo de dudas y de sospechas, desde un cogito sustantivo, que luego pudo totalizarse por medio de las teorías del pacto y de la nación (sin perjuicio de promover las dificultades consiguientes): un proceso que ha explicitado Bueno en El mito de la Izquierda bajo el título de holización. Pero, en principio, Descartes cortó de raíz todos los derechos de los sujetos pseudo-operatorios que pululaban por la época: seres malignos, ángeles, animales y ... judíos que habían pseudo-matado a Dios e hizo inútiles los tribunales de la Inquisición. (Por contraposición de lo que dice Bueno en su artículo «España»: «Además, podría decirse que en España, si no hubo un Descartes es porque no hacía falta: los tribunales españoles de la Inquisición controlaban las supersticiones mucho más que los franceses en Francia.»)

Los estímulos que me han conducido a escribir sobre esta cuestión no han sido otros que los derivados de mi preocupación por hallar los núcleos materiales que bloqueaban o impedían la construcción tanto de una ontología que facilitara el desarrollo de la ciencia moderna (vinculado a los dogmas de la Iglesia, en especial al dogma de la transubstanciación), como de una epistemología, que estando ya configurada por los teólogos de Salamanca, en el arranque mismo de la construcción del Sujeto moderno y en ruptura con el Sujeto medieval cristiano. Esta idea de Sujeto, sin embargo, no fructificó y, ni siquiera es reconocida hoy en ninguna historia de la filosofía al uso.

§ § §

Pues bien, cuando se trata de comprender la Idea de Sujeto moderno y se escandaliza uno por no encontrar en los textos habituales las aportaciones de los filósofos hispanos a la modernidad, es obligatorio preguntarse no solo por su causa, sino también por los propios obstáculos que el desarrollo del imperio español se ponía a sí mismo. Lo que me ha movido a escribir algunos artículos, no ha sido otro que el de aclarar los problemas que me han surgido en la comprensión de esta «complejidad» de la nación española.{3} Y, junto al profesor José Miguel Santacreu, hemos organizado algunos ciclos de conferencias para analizar lo más finamente posible ciertos conceptos que pudieran clarificar los problemas apuntados.

Sobre los conceptos de imperio y globalización reflexionamos el año pasado. Durante los días 25 de febrero y 4 de marzo de 2002, en la Universidad de Alicante, tuvo lugar el forum que titulamos Entre imperios anda el juego, y en el que intervinieron los filósofos Gustavo Bueno y Josep Lluis Blasco (desgraciadamente fallecido hace unos meses: vaya desde aquí mi cariño y admiración por su persona y su obra) y los historiadores Julio Pérez Serrano (Universidad de Cádiz y presidente de la Asociación Historia Actual), Antoni Marimón (Universitat de les Illes Balears), cuyas conferencias serán publicadas en breve por el Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert» de Alicante.

Este año hemos querido plantear el concepto de nación y, concretamente, el de nación española. ¿Cómo se forma la nación española a partir de un imperio generador derrotado? Esta no es una pregunta tautológica ni vulgar, me parece. Es una cuestión complicada. Porque desde el punto de vista (al menos emic) del resto de Europa, España era un país oscurantista, pagano, supersticioso, pirrónico e incluso inmoral. Y, sin embargo, se nos dice, España conformó un imperio, siquiera en los fundamentos jurídicos y teológico-filosóficos, generador de pueblos y civilización, justo lo que niegan hoy una gran mayoría de los historiadores, antropólogos e intelectuales del mundo entero, empezando por los propios hispanoamericanos, a los que nuestros antepasados «civilizaron». La mayoría de ellos consideran (emic, faltaría más, y alienados por el contubernio de rigor) aquella acción un genocidio, un brutal expolio y una vergonzosa explotación. Desde luego yo no me creo la leyenda negra; pues como enseñaba el poco sospechoso Marqués de Lozoya hablando de la expulsión de los judíos, es preciso dar a este «error indefendible de los reyes, de sus consejeros y del pueblo español» sus debidas proporciones; pero de ahí a considerar que la leyenda negra era toda ella propaganda e invento, va un buen trecho. Pues el «error» ahí estaba. Como el propio Bueno dice, toda creencia, por cuanto contiene el esquema mismo de la constitución de la realidad, habrá de tener algo de conocimiento y, por tanto, un fundamento de verdad, un fulcro. Lo que me interesa descubrir es, precisamente, lo que contengan de verdad estas «opiniones negras».

La Nación española, una cuestión abierta

Pues bien, los invitados que tuvieron la amabilidad de participar en el ciclo «Olvidar, inventar, descubrir España» –con ciertos matices diferentes, como es de esperar entre investigadores de primera línea–, han coincidido en señalar algunas características fundamentales al abordar un tema tan complejo como el del nacionalismo español. Quien quiera conocer sus tesis de primera mano puede acceder fácilmente a sus obras que se encuentran en cualquier biblioteca universitaria, lo que me excusa intentar siquiera una reseña de sus ponencias y argumentos que siempre simplificaría y no haría justicia a sus méritos. En cualquier caso, no creo que me pongan ninguna objeción mayor si digo que la formación de la nación española en el siglo XIX la estudiaron como una cuestión compleja y abierta.

Arco de medio punto y punto final

Hace algunos meses inicié esta sección a la que denominé Arco de medio de punto. Siguiendo el agudo principio materialista de que «todo lo que comienza, acaba», me parece que ha llegado el momento de dar por concluida mi colaboración con El Catoblepas, pues otras ocupaciones y preocupaciones me invitan a mirar al cielo. Agradezco la buena acogida que me dispensó Pelayo Pérez; la amabilidad de María Santillana, directora de la revista, así como su esfuerzo por presentar con claridad los cuadros e imágenes de mis artículos; y la generosidad de los lectores que han perdido su precioso tiempo en la lectura de estas «cosas mías», que no tienen más importancia. Muchas gracias a todos.

Notas

{1} Lenguaje e intuición espacial, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Alicante 1996. «Emigración / Inmigración, conceptos conjugados» en J. M. Santacreu y M.D. Vargas (coords.), Las migraciones del siglo XX, ECU, Alicante 1999, págs. 1-15; «La filosofía de la ciencia de Gustavo Bueno», El Basilisco, nº 26, abril-diciembre 1999, págs. 15-42, entre otros.

{2} Excepto si interpreto en este sentido el que no me haya sido publicado un artículo entregado hace ya varios años en El Basilisco titulado «La gnoseología "circularista" de Blaise Pascal», cuyo título es suficientemente expresivo.

{3} «"España" como provocación filosófica. Aproximación a la filosofía de Gustavo Bueno», Daímon. Revista de filosofía, nº 20, 2000, págs. 137-156; «Reflexiones sobre la historia a partir de la obra de Rafael Altamira», en Rafael Altamira, hijo adoptivo de San Vicente del Raspeig, 1910, Plecs del Cercle, nº 17, Club Universitario, 2001, págs. 235-258; «Del fin de la historia al pensamiento único», Actas del XIIIè Congrés Valencià de Filosofia, Valencia 2001, págs. 163-176; «La ontología de El Comulgatorio de Baltasar Gracián», Baltasar Gracián: ética, política y filosofía, Pentalfa, Oviedo 2002, págs. 44-102; «A propósito de la capitalidad cultural de Salamanca: Francisco de Vitoria, Descartes y la expulsión de los judíos», El Catoblepas, nº 12, febrero 2003; «Acerca de la tradición ontológica del pensamiento español», Actas del XIVè Congrés Valencià de Filosofia, Valencia 2003, págs. 439-454. Y junto a José Miguel Santacreu, «La "cuestión de España" a las puertas del siglo XXI», Anales de Historia contemporánea, Universidad de Murcia 2000, págs. 173-197.

 

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