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El Catoblepas, número 14, abril 2003
  El Catoblepasnúmero 14 • abril 2003 • página 20
polémica

Ideología e irenismo indice de la polémica

José Manuel Rodríguez Pardo

Se critican y comentan las tesis mantenidas por Sigfrido Samet Letichevsky
en su artículo del número 13 de El Catoblepas

Nuestro colega habitual en esta revista, el Sr. Sigfrido Samet Letichevsky, ha publicado en el anterior número un trabajo titulado «Ideología y cambio real». Como se puede deducir de sus colaboraciones, el citado autor sigue unas líneas doctrinales divergentes de las de otros autores que aquí publican. Nada tienen de extraño tales divergencias, pues son incluso deseables para intentar facilitar la confrontación de ideas. Dada esta posibilidad, hemos considerado que este era el momento de someter a crítica las afirmaciones del Sr. Samet Letichevsky, pues ha tocado un tema no sólo clásico, como la cuestión de la ideología, sino que lo ha relacionado con el problema de la guerra y la paz, que hoy día, cuando vivimos un nuevo conflicto, tiene mayor interés si cabe.

Nuestra crítica se ceñirá a los tres puntos fundamentales, tanto representados como ejercidos, que aparecen en su artículo. Son los siguientes:

I. Las ideologías no son un factor de cambio de la Historia.

II. Sólo la tecnología introducida por medio de la acción empresarial puede lograr el cambio real de los acontecimientos.

III. Por lo tanto, el bienestar y desarrollo que disfruta actualmente el primer mundo, puede ser alcanzado por el tercero. Como ejemplo, se establece una colaboración económica que podría ser fructuosa para el entendimiento entre israelíes y palestinos.

§. I

El primer aserto del Sr. Letichevsky, el afirmar que las ideologias no son un factor de cambio de la Historia, resulta un tanto ambiguo. Lo que afirmo se justifica al leer en su propio texto que, por un lado, niega la posibilidad de cambiar el mundo mediante ideologías, pero a un tiempo no define adecuadamente lo que pueda ser dicho término. Se afirma primero que «las ideologías son etiquetas que nos permiten ubicar de manera más aproximada (pero económica) los partidos y personas con los que podemos simpatizar». Pero en la Nota 3, muy cercana a este texto, se afirma que «Efectivamente, las ideologías comparten con las religiones el ser sistemas estructurados y sustentados en la fe. Dan lugar a los integrismos (islámico, cristiano, judío, nazismo, comunismo, y otras formas de nacionalismo)».

Tal ambigüedad podría explicarse debido a la concepción economicista de la tesis del Sr. Letichevsky, sobre la que nos explayaremos más adelante. Básicamente, el Sr. Sigfrido Samet viene a considerar las ideologías como un objeto más de demanda en el mercado, que puede fabricarse y venderse a voluntad. Como afirma el economista Anthony Dawns, citado por el propio autor del texto: «... la falta de información crea una demanda de ideologías en el electorado (...) Cada partido inventa una ideología para atraer los votos de aquellos ciudadanos que desean reducir sus costes votando ideológicamente (...) Sin embargo, igual que un producto del mercado, cualquier ideología que tenga un éxito considerable es imitada muy pronto, y las diferencias se producen a niveles más sutiles».

Semejante tesis, que se corresponde con la concepción no sólo de Von Mises, citado por el autor del artículo que criticamos, sino también con la de José Schumpeter, es que la democracia, en tanto que forma de gobierno presente en las sociedades capitalistas, «es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo»{1}. No podemos detenernos aquí sobre una tesis que resulta muy sugerente, y que algunos podrían calificar de dogma imprescindible. Evidentemente, ha de criticarse la inexactitud del adjetivo democrático aplicado a semejante gobierno, pues es en realidad un gobierno aristocrático, una serie de élites gobernantes, más o menos diferenciadas, equiparadas en cuanto a acción y función a los empresarios y otros poderes económicos, que se disputan el favor de la ciudadanía en las elecciones. Ahora bien, y pasando a lo que realmente nos interesa, ¿por qué reducir el término ideología a una simple invención empresarial para lograr réditos electorales? ¿Acaso todas las ideologías son un producto mercantil? De seguir esta definición, hemos de afirmar que no es comensurable con la religión, contradiciendo así lo afirmado por el propio Sr. Letichevsky, a no ser que pensemos que Mahoma o Jesucristo eran en realidad unos capitalistas avanzados, con una visión de futuro que ya quisieran para sí Ybarra, Botín o Gates.

A nuestro juicio, es necesario establecer una conceptualización precisa, aunque no rígida y dogmática, sobre lo que pueda ser la ideología. Ello no resulta excesivamente complejo si analizamos de forma somera la Historia de la Filosofía. En ella hallaremos a Bacon y su teoría de los idola en tanto que falsas percepciones que deforman el conocimiento de la realidad, las ilusiones trascendentales kantianas y, entre otras, en su vertiente más positiva, las teorías de los ideólogos franceses, que llegan hasta Marx y su doble acepción del término ideología: por un lado, y en su vertiente positiva, se trata de la concepción que un grupo social tiene de su lugar en el mundo y sus intereses; por otro, en su vertiente negativa, se trata de la concepción deformada de la realidad o falsa conciencia. En este sentido, lo que pensamos es que la ideología no puede cambiar el mundo por sí misma, ni tampoco influir sobre las conciencias individuales, y ni mucho menos es una creación de una persona sola, algo que parece insinuar Letichevsky con la confusa cita de Popper que incluye en su trabajo:

«¿Por qué creo que nosotros, los intelectuales, podemos ayudar? Sencillamente porque nosotros, los intelectuales, hemos hecho el más terrible daño durante miles de años. Los asesinatos en masa en nombre de una idea, de una doctrina, una teoría o una religión, fueron obra nuestra, invención nuestra, de los intelectuales. Sólo con que consiguiésemos dejar de enfrentar a unos hombres con otros –a menudo con las mejores intenciones– ganaríamos mucho».{2}

La cita de Popper es completamente idealista y totalmente confusa, y no nos servirá para ir «en busca de un mundo mejor», sino para empantanarnos aún más de lo que estamos. Al margen del término intelectual, que puede aplicarse a cualquiera de los más de 6.000 millones de habitantes del planeta, lo curioso es que Popper y el Sr. Letichevsky al citarle, piensen que la gente mata por ideas. Ello es inexacto: la gente mata, en cualquier caso, no porque se lo diga Marx o Hobbes, sino porque tiene unos planes y programas determinados de los que participa y en los que se desenvuelve. En este sentido, tanto las ideologías como la religión se asemejan en ejercer función de lo que Gustavo Bueno ha definido como ortogramas. Es decir, determinadas doctrinas que ejercen el papel de molde a ciertos grupos sociales. Los propios ortogramas que condicionan a los grupos sociales pueden convertirse en máquinas argumentativas viciadas, que deforma los argumentos contrarios hasta ser incapaz de comprenderlos. Tales doctrinas deformadoras de la realidad y a veces incapaces de ser rectificadas, son lo que conocemos por falsa conciencia{3}.

En este sentido, puede decirse que la ideología y la religión tienen puntos en común, pues ambas delimitan diferentes ortogramas. Ahora bien, la religión puede ejercer la labor no de un ortograma sino de varios, pues también incluye componentes filosóficos, nematológicos, &c. Tomaremos como ejemplo una cita del historiador Pío Moa, que hemos utilizado en otro contexto muy diferente, para ver lo que son dos ortogramas distintos, sugeridos por ideologías revolucionarias o por doctrinas religiosas:

«Puede decirse que una diferencia básica entre la religión y la ideología consiste en la actitud ante el mal. La religión sostiene que el mal, y por consiguiente la culpa, es intrínseco al individuo, y que atenuarlo o, en casos ya muy difíciles, superarlo por completo, exige un combate interno y permanente. La ideología niega tal cosa, y considera el mal un hecho accidental, nacido de la ignorancia, la miseria u otras limitaciones. Superando esas limitaciones mediante mecanismos sociales (desde la revolución comunista a la "ingeniería social", pasando por el adoctrinamiento desde la infancia), el mal desaparecerá. La lucha interna del individuo queda descartada así como un absurdo, generador de obsesiones e histerias (y como a veces así ocurre, buena parte de la crítica de las ideologías a la religión se basa en la absolutización de esos casos). El hombre es naturalmente bueno, y en ese sentido la ideología ofrece una liberación radical de la culpa. De ahí su atractivo sobre mucha gente»{4}.

El texto de Moa citado, aunque muestra de forma sesgada el problema y acierta ocasionalmente, contrapone falsamente ideología y religión. Es evidente que no hay una sola ideología ni una sola religión. Al menos, desde postulados ateos, que seguramente no sean los de Pío Moa, más próximo a posiciones agnósticas o de carácter católico integrista, casi protestantes. En este caso particular, las teorías o las religiones quedarían descartadas como segregaciones de un solo individuo. Si precisamente la gente mata por esas doctrinas, teorías o religiones será porque han dejado de ser simples ocurrencias y han engranado en determinadas comunidades políticas o sectores de ellas, es decir, en la capa conjuntiva de las sociedades políticas imperialistas, con pretensiones de universalizarse, y se convierten en programas en marcha que orientan a sucesivas generaciones.

Pongamos el ejemplo de lo que fue el Imperio inglés, capitalista y protestante, que en una mano llevaba la Biblia mientras con la otra masacraba indígenas. Esta matanza producida bajo motivaciones bíblicas (el prestigioso hispanista Juan Dumont afirma que fue proyectada sobre los españoles en forma de leyenda negra), que justificaría algunos de los asertos sobre el Génesis realizados por Sánchez Dragó en su libro Carta de Jesús al Papa reseñado por nosotros en el anterior número, y que incluyó a los católicos de las Islas Británicas a manos de Cromwell, podría dar fe de que «las ideas matan», para seguir las palabras de Popper. Sin embargo, tras la independencia, fueron los EEUU quienes recogieron los planes y programas que había puesto en marcha la metrópoli británica en su día. Así, impulsados por su ortograma liberal y protestante, prosiguieron la masacre indígena con la Biblia en la izquierda (igual que en los juicios) y el revolver en la derecha, identificaron la moral y el derecho, siguiendo la doctrina empirista del famoso derecho consuetudinario o common law, dando origen a un sistema rigorista (en el que ni siquiera se permite fumar en las cafeterías) y una potencia militar y económica sin parangón en la actualidad. La misma potencia que, a partir de 1948, y bajo la coartada del derecho de los pueblos a su autogobierno y los derechos humanos, desmontó el imperio británico y las demás intentonas imperiales entonces existentes, salvando la URSS.

Todo ello se tradujo en la aplicación de forma muy sutil de un imperialismo de hecho, bajo los términos económicos del FMI y el Banco Mundial (ambos con sede en Nueva York). Para entender varios de estos procesos, sugiero que se lea también el artículo de Pablo Huerga Melcón del número 10. Sin embargo, no estaría de más señalar que los efectos más destacados de esta política se han vivido en la América hispana, que pasó a partir de entonces a ser el «patio trasero» del Imperio. Para EEUU era un lugar de especial relevancia, pues las oligarquías dirigentes de esos países, obsesionadas por copiar a ingleses y franceses a costa de esquilmar las riquezas de sus respectivos países, eran incapaces de acumular capital propio, y permitían la irrupción de capital norteamericano. Ello sin embargo se traducía también en la incapacidad de los EEUU de cobrarse las deudas que contraían dichos países, algo que fue posible bajo la mascarada de la deuda externa que impone el Fondo Monetario Internacional, realizando así lo que Maeztu llamaba «la diplomacia del dólar»:

«La América española no había acumulado capitales propios. En parte, a causa de la idolatría de París, "la capital del Amor, el reino del Ensueño", que había devorado las fortunas de los Nababes sudamericanos y donde 15.000 familias argentinas, antes de la guerra, se gastaban sus rentas [...], y en algunos países han creído los políticos que convenía al progreso de sus pueblos la importación de capitales extranjeros, y en otros se ha estimulado este convencimiento con las comisiones que recibían de los capitalistas. Lo que se ha llamado "la diplomacia del dólar" ha tenido que prevalecer en estos años. Ni la libra, ni el franco, podían disputarle la hegemonía en Sudamérica»{5}.

Del mismo modo, podríamos entender que la URSS, el Imperio recientemente fenecido, a pesar de los millones de muertos que ha provocado, aún tenga predicamento entre determinados grupos sociales, mientras otras ideologías también genocidas, como el nazismo, estén totalmente denostadas. Sin embargo, el comunismo, la quinta generación de la izquierda a decir de Gustavo Bueno, tenía un proyecto universalista, aplicable a todos los hombres, al contrario del ortograma racista de los nazis, restringido a la raza aria. Quizás todas estas explicaciones sirvan para entender la ideología en el sentido de un programa orientador de los grupos sociales, y no una cuestión de simple fascinación o de perversiones varias que producen las ideologías en los individuos, como piensan en definitiva los liberales afines a Popper{6}.

§. II

El segundo punto de la argumentación del Sr. Letichevsky se refiere a un tema más concreto y sectorial. Se trata de una cuestión casi de ciencia económica que aquí no podemos tratar en profundidad, pero sobre la que hemos de realizar algún juicio. En concreto, se trata de la tesis que afirma la importancia de la innovación tecnológica para la actividad económica, pues diversas invenciones son capaces de lograr un ahorro de capital que repercute positivamente en el beneficio. Esta tesis ha sido mantenida con diferentes matices no sólo por Von Mises, citado por el Sr. Letichevsky, sino también por el ya mencionado por nosotros José Schumpeter:

«Y, prescindiendo de las perturbaciones posibles en el proceso de ahorroinversión, que está de moda exagerar, esto no es diferente en el caso de los descubrimientos que economizan el empleo de bienes de capital por unidad de producto final. En realidad, puede decirse, sin apartarse mucho de la verdad, que casi todo nuevo procedimiento que es practicable económicamente ahorra tanta mano de obra como capital»{7}.

En términos schumpeterianos, lo que provoca el avance de la economía es la competencia entre oligopolios, que genera innovaciones tecnológicas y aumento del capital en relación a la población. Proceso del que la democracia que ya mencionamos más arriba sería un fiel reflejo. Lo más curioso, y lo que resulta de más interés para realizar la crítica al Sr. Letichevsky, es que Schumpeter pensaba que estos procesos llevarían al socialismo, en concreto a un modo de socialismo alternativo al existente en tiempos de la guerra fría. Y ello sería el producto del ocaso de la función del empresario. Siendo el hombre de negocios un puntal de la teoría schumpeteriana, el selector de la tecnología que permitiera el aumento del beneficio, éste desaparecería en cuanto el proceso de innovación se convirtiera en algo automático{8}. En este caso, la teoría de Schumpeter se acerca mucho al concepto de «empresarialidad» de Von Mises, citado por el Sr. Sigfrido Samet en la Nota 1 de su artículo.

Sin embargo, existe una falla importante en la teoría de Schumpeter, que es también atribuible a lo que mantiene Sigfrido Samet. Ella es la constante apertura de nuevos mercados, y la imposibilidad de desarrollar en todos ellos la misma labor innovadora ya realizada en países desarrollados. Si prestamos atención a la conceptualización de Schumpeter, vemos que señala dos efectos de la innovación tecnológica: el ahorro de mano de obra y el ahorro de capital. Se supone además que, en contra de lo afirmado por Marx, el cambio tecnológico aumentará los salarios y la posibilidad de mantener al ejército de reserva capitalista con los beneficios acumulados. Con tal tesis pensaba Schumpeter estar ventilando buena parte de los postulados de El Capital de Marx. Sin embargo, y aunque no podemos argumentar con demasiado conocimiento de causa, la perspectiva de Marx y Schumpeter era puramente metamérica. Es decir, que si el de Trevéris suponía que los obreros y los capitalista eran dos bloques homogéneos y totalmente antagónicos, Schumpeter atribuía a la sociedad capitalista un carácter homogéneo allá donde se desarrollaba, de tal modo que incluso negaba la teoría marxista de la colonización, pues las colonias, según el economista norteamericano, llegarían algún día a alcanzar el nivel económico de la metrópoli{9}.

Sin embargo, sabemos que esto no es así, y que no sucederá nunca. Lo que ocurre desde hace tiempo es que, como decía Marx, los avances tecnológicos provocan una ventaja del capitalista y una excusa para reducir los salarios y apuntalar el capital respecto al trabajo. Sólo que ahora la oposición no es entre capitalistas y proletarios (metamérica), sino entre ciudadanos de los países desarrollados, que se liberan de la producción, y ciudadanos de los países pobres, que reciben las empresas desmanteladas para producir a bajo coste (diamérica). Apoyándonos en los datos estadísticos de los que disponemos, descubrimos que las colonias encubiertas bajo el eufemismo de «deudores del FMI», cada vez están mas lejos de nuestro nivel de vida. Por ejemplo, hoy día más de la mitad de la humanidad vive en la pobreza y la quinta parte en la pobreza más absoluta. Sabemos asimismo que la tasa de renta mundial que ha de compartir este 20% de personas supone el 1.1%, mientras que hace treinta años era el 2.3%. Además, La quinta parte de la población mundial se reparte el 85% de la riqueza, cuando hace treinta años era el 70%. Las diez primeras fortunas mundiales suponen una vez y media la renta nacional del conjunto de países en desarrollo. La tercera parte de la población mundial carece de conexión a la red eléctrica, la mitad no ha telefoneado nunca y cuatro de cada cinco seres humanos carecen de acceso a los medios de telecomunicaciones básicos, &c.

Y lo que es más grave y destruye toda posibilidad de diálogo y armonía: si la totalidad de la población mundial accediese al modo de vida de los países avanzados, serían necesarios tres planetas Tierra para permitir el ritmo actual de consumo de recursos. La innovación tecnológica y el aumento de beneficios y de empresas también es algo vedado a esos países, pues se calcula que el 99% de los tres billones de dólares que circulan diariamente por las redes financieras pertenecen a inversiones especulativas frente al 1% de inversiones reales{10}. En esta situación, podría aseverarse que ciertos estados se unirán para beneficio propio en «comunidades de intereses o Commonwealths, o en Comunidades anglosajonas o hispanoamericanas, en estructuras diaméricas, pero siempre frente a terceros que no disfrutarán de las ventajas que sí gozan cada día los mismos que sueñan con el irenismo y la paz perpetua de la innovación tecnológica.

§. III

Culminaremos nuestra crítica analizando el tercer punto de las tesis del Sr. Letichevsky, que viene a ser una deducción de los dos anteriores. Se trata, ni más ni menos, que asegurar que el primer mundo podrá convivir con el tercero gracias a esos avances tecnológicos. Pudiera pensarse que tal afirmación está ya refutada al haber criticado las dos primeras tesis. Sin embargo, no debemos dejar pasar este último punto para ver las conclusiones que sacamos de nuestra crítica. Por ello, lo primero que hemos de reseñar es la endeble conceptualización del Sr. Letichevsky acerca de la paz. Por ejemplo, cuando afirma que «Hasta hace poco tiempo, las guerras en Europa eran muy frecuentes, y Francia y Alemania, enemigos tradicionales. En 1939 Hitler cohesionó a los alemanes ofreciéndoles riquezas en base a la rapiña y esclavización de Europa. Fracasó, con enorme costo de vidas, bienes y dignidad humana. La construcción de la Unión Europea, en cambio, concuerda con las ideas de los mejores pensadores desde hace siglos. El impulso real provino de los empresarios del hierro y del carbón, y luego de todos los demás, y de los gobiernos. Eso sucedió porque en la posguerra quedó en evidencia que la riqueza puede conseguirse mediante la cooperación –el comercio– y no mediante la guerra. Ahora contemplamos sin sorprendernos la amistad creciente entre los enemigos tradicionales».

Primera deficiencia que encontramos: el afirmar que la Unión Europea se ha formado por simple cooperación, olvidando que los franceses han acometido políticas depredadoras en África y los Balcanes, respectivamente. Además, no conviene olvidar que la paz, lejos de ser un resultado de la simple negociación, es consecuencia de una guerra. Por algo ha afirmado recientemente Gustavo Bueno que hay tantas formas de paz como potencias que sean capaces de imponerlas. En realidad pax significa pacto, es decir, suspensión de las hostilidades. Si vis pacem para bellum, era la consigna bajo la que actuaba el Imperio Romano. Y cualquier Imperio ha actuado bajo esa consigna, pues si la paz es un pacto, siendo uno más fuerte que el otro, la paz será imposible, pues se incumplirán sistemáticamente esos tratados. Sabía muy bien de ello Esquines cuando le habló a la Asamblea ateniense del juramento de Filipo de Macedonia... y de sus falanges acorazadas.

Centrémonos ahora en el caso del llamado conflicto árabe-israelí, situación que nos viene como anillo al dedo al tener aquí con nosotros al Sr. Gustavo Daniel Perednik. Pero antes de afirmar nuestro parecer sobre lo que sucederá con tal conflicto, consideramos obligado manifestar nuestra perplejidad ante determinadas afirmaciones del Sr. Perednik, tanto respecto a las múltiples dudas y críticas que le han sido planteadas, como respecto a los escritos que hemos tenido oportunidad de leer. Para que nadie se lleve a engaño, nuestro interés por Israel y los judíos es el mismo que el del entomólogo que estudia cómo la araña teje su tela, para citar la imagen que utilizaba otro judío, de ascendencia hispana como Perednik, llamado Benito Espinosa. Precisamente por eso se manifiesta nuestra extrañeza al ver que un hispano, un individuo nacido en Argentina, prefiera abrazar una religión que, debido a su aislamiento secular respecto a las comunidades en las que han vivido los judíos, ha adquirido en muchas ocasiones un carácter cercano al de una secta.

En nuestra opinión, que no tiene por qué ser la del Sr. Perednik, resultaría más racional abrazar el catolicismo, culto al que se adhirieron famosos judíos hispanos como el ilustre jurista Francisco de Vitoria o el gran inquisidor Tomás de Torquemada, así como José de Acosta, el Plinio del Nuevo Mundo, y otros muchos ilustres judíos que se convirtieron en los más importantes comerciantes de España y Portugal{11}. Ni que decir tiene que ni compartimos ni repudiamos el judaísmo. Pero debemos criticar ciertas afirmaciones del Sr. Perednik, sobre todo relativas a la concepción de los judíos como «el pueblo elegido» que retornará a su patria tras la diáspora. En particular, nos llama la atención que afirme de Benito Espinosa que «en 1670 declaraba que los judíos recuperarían Israel». Después de consultar la bibliografía de Espinosa, encuentramos que el único escrito suyo publicado en 1670 es el Tratado teológico-político, que no afirma en ningún momento que los judíos volveran a la «tierra prometida». Todo lo contrario, esta obra de Espinosa está consagrada a defender la libertad de expresión frente a las sectas protestantes y demás sectas de libro que la impedían en la Holanda de entonces. Y sobre los judíos señala que no son el Pueblo de Dios más que otros muchos pueblos:

«[...] los judíos no eran más queridos de Dios que las otras naciones; que incluso Dios se dio a conocer a otras naciones con milagros más que a los judíos de entonces, los cuales habían recuperado parcialmente su Estado sin milagros; y que, además, las naciones tuvieron ritos y ceremonias con las que eran gratas a Dios. [...] Por consiguiente, cuando en la Escritura (ver Deuteronomio, 4, 7) se dice que ninguna nación tiene Dioses tan cercanos a ella como los judíos tienen a Dios, hay que entender que eso sólo se refiere al Estado y a aquella época, en que les sucedieron tantos milagros. Pues, en cuanto a la inteligencia y a la virtud, es decir, en cuanto a la beatitud, Dios, es como ya hemos dicho y hemos probado racionalmente, igualmente propicio a todos.»{12}

Por lo tanto, Espinosa nunca podía considerar a los judíos como el pueblo elegido que volvería a su patria originaria tras la diáspora. Nos resultaba sospechoso que alguien expulsado de la sinagoga, bajo maldiciones de su familia y sucesivas generaciones, además de racionalista, pudiera haber afirmado lo que el Sr. Perednik le atribuye. Es más, sobre sus preferencias estatales, hay que señalar que Espinosa escribía y leía en español, y ante españoles mostró grandes deseos de conocer España{13}. Habría que solicitarle a Perednik que nos aclare cómo llegó a concluir que Espinosa defendía la mitología judaica, cuando él mismo es calificado de irreligioso. Sería de gran interés que el Sr. Perednik cotejara e hiciera públicas sus fuentes, pues las que conocemos contradicen sus afirmaciones.

Podría pensarse, a la luz de lo que afirmamos, que estamos en contra de Israel y que somos judeófobos. Sin embargo, renegamos absolutamente de tal afirmación, al igual que renegamos de la mitología religiosa que justifica la vuelta de los judíos a su patria perdida. Desde nuestro punto de vista, y situándonos en 1948, y no en la época bíblica, los judíos no tenían ni más ni menos derechos que cualquier otra comunidad en el mundo para ocupar su lugar en Oriente Próximo, del mismo modo que tampoco lo tienen los hoy llamados palestinos (y hábilmente desenmascarados por Perednik en su anterior trabajo). Según nuestro criterio, la creación del estado de Israel no es, ni por asomo, la reparación de una injusticia histórica. Tal afirmación es totalmente anacrónica. Ni las circunstancias en las que sufren la diáspora los judíos son las actuales, ni Israel es una nación étnica como lo era Judea, Palestina o como quiera denominarse la región que ocupaban.

La única legitimidad que tiene Israel, como bien afirma el propio Perednik, es la que le dieron los dos estados que dominaban en la zona, el Imperio otomano y el Imperio británico. En 1923, y por aplicación de las sanciones resultado de la Gran Guerra, Palestina deja de ser parte del estado otomano y se convierte en un protectorado británico, para después pasar a ser la zona donde se construiría Israel. No hay mito escatológico que justifique a los judíos, y menos aún a los palestinos. Lo único cierto, lo que está sucediendo incluso ahora mismo, es un conflicto, o una guerra, la única guerra que defienden los denominados por Perednik como criptodrinos. Por ello, y en situación de guerra, la única legitimidad que tienen los israelitas no es su supuesto derecho a reparar una infamia milenaria, sino la fuerza que puedan hacer frente al terrorismo palestino y la Liga Árabe y otras instancias que lo financian. Como puede ver el Sr. Perednik, no tenemos la más mínima judeofobia, pero tampoco simpatizamos incondicionalmente con la mitología judía, que no tiene valor alguno para justificar la actual existencia del estado de Israel. En este mismo sentido hablaron Espinosa y Marx, dos judíos integrados en las comunidades políticas en las que les tocó vivir, y que renegaban de la cuestión judía tal y como la plantea en ocasiones el Sr. Perednik.

No obstante, nos atrevemos a dar un juicio sobre los motivos que llevan a los israelitas a tildar de judeófobos a sus críticos. Viendo la enorme cantidad de judíos que se integraron en las sociedades a las que arrivaron, nuestra impresión es que no existe tal judeofobia, al menos en los términos obsesivos que parece verla el Sr. Perednik. Más bien lo que detectamos es que Perednik proyecta una supuesta fobia a los judíos sobre los europeos en abstracto, ignorando las distintas tradiciones de españoles, franceses, alemanes, &c. que impiden hablar de una "Comunidad Europea" salvo por vía de representación imaginaria. Tal obsesión no es sino el propio recelo de una comunidad en situación de aislamiento cultural, como la judía, que sospecha de todo aquel que no defienda a los judíos como el Pueblo de Dios o el pueblo elegido. Para decirlo en términos del propio Espinosa:

«Aunque el Estado de los hebreos, tal como lo hemos concebido en el capítulo precedente, pudo ser eterno, sin embargo ya nadie lo puede imitar ni es aconsejable hacerlo. [...] Por otra parte, tal forma de Estado sólo podría ser útil, quizá, a aquellos que quisieran vivir por sí solos y sin comunicación exterior, encerrados dentro de sus fronteras y separados del resto del mundo; pero, en modo alguno, a aquellos que necesitan comunicarse con los demás. Es decir, que esa forma de Estado sólo a muy pocos resultaría aplicable»{14}.

Podría parecer que nos hemos salido del tema a tratar al comentar las afirmaciones del Sr. Gustavo Daniel Perednik. Sin embargo, sus afirmaciones nos han venido estupendamente para desglosar lo que es el ortograma judío y la situación de falsa conciencia en la que viven los que piensan que la fundación del estado de Israel es en realidad una prueba de que son el pueblo elegido, y que Dios está con ellos. Realmente, hace falta mantener esas creencias de forma ciega para aguantar durante casi dos mil años esperando el momento del «retorno». Pero si falsa conciencia existe entre los judíos, no menos entre los suicidas palestinos que consideran que, al matarse en una discoteca llena de adolescentes, demuestran su bondad y alto civismo, y ello les otorgará una vida de felicidad en el paraíso. Tal concepción, realmente incomprensible para una tradición como la católica, respetuosa con el cuerpo individual, no puede sino ser tildada de necio fanatismo.

Sin embargo, podría afirmarse, obviando todo lo dicho hasta el momento, que tales concepciones sólo pueden calar hondo en una sociedad empobrecida, que vea en el islamismo más fanático una manera de salir de su pobreza eliminando al enemigo, en este caso el judío. Debemos afirmar que, en tiempos, muchas veces nos hemos planteado la cuestión en esos términos economicistas tan vulgares: bastaría con que los israelitas les cedieran algunas de sus industrias a los palestinos (por ejemplo, las fábricas de ordenadores Intel que poseen en gran número) para acabar con los problemas de convivencia. Sin embargo, análisis más profundos nos han hecho desechar la inicial ocurrencia. El llamado «conflicto de Oriente próximo» es todo él un problema que desborda por completo esas coordenadas economicistas. Para empezar, la creación de Israel y la presunta creación de un estado palestino, no son instancias que dependan únicamente de israelíes y palestinos. Dependen, por un lado, de EEUU, que apoya a los israelíes, y por otro, de la Liga Árabe, que apoya a los palestinos. Si Israel fue creado en parte para frenar el avance del islamismo radical (y también de la URSS durante la Guerra Fría), Palestina es el contrapunto a esa estrategia. Desde esa perspectiva, es imposible el diálogo, pues los dos quieren lo mismo pero desde distintas posiciones.

Llegado a este punto, ¿qué juicio nos merece la situación del conflicto árabe-israelí? Nuestro juicio es que sólo puede acabar con la postración de uno de los contendientes. Y ello porque los ortogramas en que se mueven los judíos y árabes son totalmente contrapuestos. Como contrapuesto al nuestro es el ortograma del Sr. Letichevsky, una ideología, en el peor sentido del término, que le impele a pensar que todos los hombres podrán entenderse los unos con los otros algún día, en una suerte de irenismo aún no conocido.

Notas

{1} José A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Tomo II. Orbis, Barcelona 1983, pág. 343.

{2} Carlos Popper, En busca de un mundo mejor. Paidós, Barcelona 1994, pág. 242.

{3} Ver los términos ortograma y falsa conciencia en Pelayo García Sierra, Diccionario Filosófico, Pentalfa, Oviedo 2000.

{4} Pío Moa, «Proyección de la culpa», en Revista Digital, 08/07/2002. Disponible en http://revista.libertaddigital.com/

{5} Ramiro de Maeztu, «Entre los yanquis y el soviet», en Defensa de la Hispanidad.

{6} Un ejemplo de esta confusión lo tendríamos en Pío Moa, «La fascinación del marxismo», en Revista Digital, 16/11/2003.

{7} José Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Tomo I. Orbis, Barcelona 1983, pág. 166.

{8} José Schumpeter, op. cit. , págs. 180 y ss.

{9} José Schumpeter, op. cit., pág. 82.

{10} Ver Paul Kennedy, Hacia el siglo XXI. Plaza y Janés, Barcelona 1993.

{11} Julio Caro Baroja, Inquisición, brujería y criptojudaísmo. Círculo de Lectores, Barcelona 1996, págs. 30-31.

{12} Benito Espinosa, Tratado teológico-político. Alianza, Madrid 1986, págs. 123-124.

{13} Julio Caro Baroja, op. cit., pág. 109.

{14} Benito Espinosa, op. cit., pág. 381.

 

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