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El Catoblepas, número 13, marzo 2003
  El Catoblepasnúmero 13 • marzo 2003 • página 21
Artículos

Ideología y cambio real indice de la polémica

Sigfrido Samet Letichevsky

Como la Historia no tiene un curso preestablecido y los cambios
se deben a la tecnología introducida por acción empresarial,
no tiene sentido pretender cambiar el mundo según ideologías

«Ventilador. Aparato que transforma la energía eléctrica en viento. No se excluye que esta misma energía se obtenga de un molino de viento.» Ivetta Gerasimchuk, Diccionario de los vientos.

Como la Historia no tiene un curso preestablecido y los cambios se deben a la tecnología introducida por acción empresarial, no tiene sentido pretender cambiar el mundo según ideologías. Lo que logró el primer mundo puede lograrlo el tercero si soluciona los problemas políticos. Avanza la igualdad legal, pero la económica no es por ahora posible ni deseable (pero que todos puedan tener una vida decente). La paz en Cercano Oriente sería posible si todos se implicaran en el crecimiento económico Palestino.

La undécima tesis

En 1845, Federico Engels publicó sus Once tesis sobre Feuerbach. La undécima, que llegó a ser una de las citas más frecuentes de los autores marxistas, dice: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.» Sería difícil expresar esta idea con más claridad y concisión de lo que lo hizo el joven de 25 años que era entonces Engels. Pero dado el tiempo transcurrido y las transformaciones que el mundo ha experimentado, podemos preguntarnos si esa idea, además de clara y concisa, es verdadera.

El 21 de Junio de 1941, al lanzar sus tropas contra la URSS, Hitler las arengó diciendo: «Iniciamos una marcha que cambiará el curso del próximo milenio.» Sólo cuatro años después, había muerto Hitler y casi todo su auditorio de entonces. Cambió el curso de varias décadas, pero en un sentido muy diferente del que Hitler esperaba. La Historia muestra la decisiva importancia del liderazgo: hombres de fuerte carácter y rápida percepción de la compleja y cambiante realidad, son capaces de aprovechar las circunstancias (son oportunistas). Pero no muestra un solo caso en el que alguien haya conseguido, partiendo de concepciones ideológicas, transformar el mundo por su voluntad y la de sus seguidores.

Puesto que no es posible «transformar» (radicalmente) el mundo de una manera preconcebida y voluntarista, no es esta la función de la política. Política es negociación y su finalidad dirimir los problemas que surgen entre individuos y grupos debido a sus diversos intereses y objetivos.

Los filósofos ayudan a entender –poco a poco y cada vez algo mejor– el mundo. Pero aunque «no han hecho más», nunca lo lograrán del todo. Si ni siquiera pueden interpretarlo completamente, mal podrían transformarlo según teorías previas.

Sin embargo, el mundo cambia, y cada vez más rápidamente. Cambia por la acción de los hombres, sobre todo de algunos muy especiales. Gordon Moore, de INTEL, dijo en 1973: «Nosotros somos los verdaderos revolucionarios del mundo actual, no los chicos de pelo largo y barba que destrozaban las escuelas hace unos años.» (ref 1 pág. 187). El microprocesador de INTEL es el corazón de los ordenadores (y de muchos otros aparatos) que han disminuido los costos de casi todos los productos y servicios. Y a su vez el ordenador es el corazón de la globalización, que ha permitido, entre otras cosas, la rápida concentración de los «antiglobalizadores» en cualquier lugar de la tierra. Se podrían mencionar muchísimos casos similares, pero hay uno más antiguo que parece más adecuado –tal vez por ser más conocido– para extraer conclusiones generales.

Henry Ford y el modelo T

Gross dice (ref 1, pág. 44): «El coche que salió finalmente de la sección de diseños secretos de la fábrica Ford cambiaría a los Estados Unidos para siempre. Por 825 dólares, los clientes del modelo T podían llevarse a casa un coche que pesaba apenas 545 kilos, relativamente potente, con un motor de cuatro cilindros y 20 caballos de fuerza, fácil de conducir, con transmisión «planetaria» de dos velocidades controlada con el pie.» Y en pág. 45:

«Voy a democratizar el automóvil», había dicho Ford en 1909. «Cuando haya terminado, todo el mundo podrá comprar uno y casi todo el mundo tendrá uno.» La forma de lograr este objetivo fue reduciendo constantemente el precio. En 1912, cuando se vendía por 575 dólares, por primera vez el Modelo T costaba menos que el salario medio anual en los Estados Unidos. Haciendo caso omiso de la sabiduría tradicional, Ford sacrificaba continuamente los márgenes de beneficio para aumentar las ventas.»

Luego explica cómo se inspiró en el funcionamiento de los frigoríficos de carne para crear su sistema de montaje en cadena. Al aumentar la velocidad de producción, logró una importante disminución de costos. Pero los trabajadores solo ganaban 2,38 dólares por nueve horas diarias de trabajo, cuya simplificación lo hizo más aburrido y ocasionó una alta rotación de personal. Entonces, dice Gross en pág. 48: «El 5 de Enero de 1914, Henry Ford anunció un nuevo salario mínimo de 5 dólares por ocho horas de trabajo al día, además de un plan de participación en los beneficios. «Además de gratificarlos, convirtió a los trabajadores en compradores de coches, con lo que contribuían al aumento de la producción, y, por lo tanto, a bajar los costos por coche».

¿Qué pensaba Ford? ¿Cuáles eran sus «ideas»? «[En 1919] compró un diario, el Dearborn Independent, el cual se convirtió en vehículo de su notorio antisemitismo. El diario se lanzó contra la Internacional Judía e informaba de difamatorias teorías, como, por ejemplo, Los Protocolos de los Mayores de Sion» (pág. 49). No son precisamente ideas «progresistas». Generalmente los racistas son individuos llenos de odio que «justifican» con creencias irracionales.

Si la actividad de Ford se hubiera limitado a la difusión de sus «ideas», habría sido un individuo insignificante y probablemente nadie lo recordaría. Pero Ford hizo contribuciones a la industria que la revolucionaron y que, efectivamente, «cambiaron a los Estados Unidos para siempre» y también, en buena medida, al resto del mundo. Por eso le valieron el aprecio de Gramsci (ref 2, págs. 285 y 291). El coche barato, al alcance de todos, hizo que no fuera imprescindible vivir próximo al lugar de trabajo, con lo que amplió los horizontes de los trabajadores. Al mismo tiempo hizo posibles los supermercados, en los que se podía comprar para toda la semana, ahorrando tiempo y dinero. Transformó el tiempo libre, enriqueciendo la vida de la gente y su visión del mundo, y dio lugar a la industria del turismo y del tiempo libre (que es actualmente, en todas partes, la más creciente).

Ningún «revolucionario» podría haber aspirado jamás a lograr transformaciones tan radicales y progresivas como las que desencadenó la actividad de Edison, Ford, Gates, y muchos otros. Ellos no se propusieron «transformar el mundo» ni «hacer al bien». Actuaron en busca del lucro, pero no menospreciemos su talento, laboriosidad, espíritu lúdico y aventurero; la inmensa creatividad que los impulsó a poner toda su energía en la solución de problemas.{1} Y para ganar dinero, hay que satisfacer las necesidades y gustos de los compradores.

Pierre Curie descubrió la piezoelectricidad. Pero no pudo haber inventado los relojes digitales porque en su tiempo no se conocían los cristales líquidos. Los ingleses investigaron las microondas poco antes de la Segunda Guerra Mundial, y eso los llevó a inventar el radar. En 1957 los rusos lanzaron el Sputnik. La combinación de satélites artificiales, microondas y cristales líquidos, dieron lugar al teléfono celular, cuyas consecuencias sociales apenas podemos entrever.{2} Y nadie podía haberlo previsto, como nadie puede saber qué se inventará en el futuro.

Pero si el futuro no esta predeterminado ni se lo puede modelar, ¿qué hacen los partidos políticos?, y ¿cuál es la función de las ideologías?

«Una teoría económica de la acción política»

En 1957, Anthony Dawns (ref 3, pág. 96) publicó el ensayo del epígrafe en el Journal of Political Economy, en el que dice que «En una democracia los partidos políticos formulan su política estrictamente como medio para obtener votos. No pretenden conseguir sus cargos para realizar determinadas políticas preconcebidas o de servir a los intereses de cualquier grupo particular, sino que ejecutan políticas y sirven a grupos para conservar sus puestos.» Y luego en pág. 100:

«En esencia, dada la distribución desigual de la riqueza y la renta en la sociedad, la desigualdad de influencia política es una consecuencia necesaria de la información imperfecta. Cuando el conocimiento es imperfecto, la acción política efectiva exige los recursos económicos necesarios para hacer frente a los costes de información. Por lo tanto, quienes poseen esos recursos pueden tener un peso mayor que su peso político proporcional. Este resultado no es consecuencia de la irracionalidad o la deshonestidad. Por el contrario, a falta de una información perfecta, es una respuesta bastante racional en una democracia, como lo es también la sumisión de los gobiernos a las exigencias de los grupos de presión. Suponer otra cosa es ignorar la existencia de costes de información (es decir, es teorizar acerca de un mundo mítico en vez de un mundo real). El conocimiento imperfecto permite que, en un mundo donde se supone que reina la distribución igual de los votos, la distribución desigual de la renta, de la posición y de la influencia (todas ellas inevitables en una economía caracterizada por una extensa división del trabajo) tengan una participación en la soberanía.»

Los ciudadanos intuyen que los de más recursos económicos tienen más poder. Pero Dawns explica que esto no es necesariamente debido a la deshonestidad o irracionalidad y «Por lo tanto –pág. 107– alcanzamos la sorprendente conclusión de que es irracional que la mayoría de los ciudadanos adquieran información política con propósitos de voto. (...). La probabilidad de que su voto determine qué partido va a gobernar es tan baja que incluso un coste trivial de procurarse información sobrepasará su ingreso. Por consiguiente, la ignorancia en política no es consecuencia de una actitud apática y poco patriótica; es, más bien, una respuesta completamente racional a los hechos de la vida política en una democracia amplia.»

La ignorancia en política es racional, dada la distribución desigual de la renta, de la posición y de la influencia. Esto parecería apuntar al igualitarismo como objetivo, pero Dawns dice: «todos ellos inevitables en una economía caracterizada por una extensa división del trabajo». Antes de discutir por qué son «inevitables», veamos cómo relaciona Dawns la falta de información con las ideologías en pág. 101:

«De esta manera, la falta de información crea una demanda de ideologías en el electorado. (...) Cada partido inventa una ideología para atraer los votos de aquellos ciudadanos que desean reducir sus costes votando ideológicamente. (...) Finalmente, los partidos no pueden adoptar ideologías idénticas, porque deben crear diferencias suficientes para que su producto (la ideología) se distinga del de sus rivales y así atraer votantes a sus urnas. Sin embargo, igual que en un producto del mercado, cualquier ideología que tenga un éxito considerable es imitada muy pronto, y las diferencias se producen a niveles más sutiles.»

De modo que las ideologías son etiquetas que nos permiten ubicar de manera apenas aproximada (pero económica) los partidos y personas con los que podemos simpatizar, aún sabiendo que las diferencias reales son cada vez menores (en los partidos que actúan dentro del sistema político, por lo que el PSOE es mucho más afín al PP que a IU). Además las ideologías cumplen las mismas funciones que las religiones; según Rifkin (ref 4, pág. 75): «El historiador Rushton Coulborn señala que «las sociedades conservan el vigor mientras mantienen un firme compromiso religioso y se debilitan cuando disminuye su fervor religioso.» En tiempos más modernos la ideología ha desempeñado un papel similar a la hora de movilizar las energías colectivas de un pueblo.»{3}

Ahora podemos discutir las desigualdades y considerar si son «inevitables».

Igualdad y desigualdades

Según Bobbio (ref 5, pág. 140) «cuando se dice que la izquierda es igualitaria, no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierda sea preciso proclamar el principio de que todos los hombres deben ser iguales en todo...»

La igualdad a la que la humanidad se va acercando desde hace tres siglos (por no decir desde a antigua Grecia) es la igualdad jurídica, la igualdad ante la ley. La igualdad económica como objetivo, parte de preconceptos éticos (sería «justo», sería «bueno»). Pero hacerla realidad hoy es imposible e indeseable.

Aparentemente, habría dos maneras de lograr la igualdad económica. La que suelen adoptar los igualitaristas una vez en el poder, es «nivelar hacia abajo». «Una consigna característica de la época de Mao (ref 6, pág. 207) era la de comer todos del mismo tazón de hierro». Hebe de Bonafini dijo (ref 7): «La sociedad que imagino es una sociedad donde podamos compartir (...). Una sociedad en la cual, si hay poco, todos tengamos poco, aunque creo que en un país tan rico como este eso no va a pasar.» Por la misma época declaró (ref 8): «No he escuchado ni a un solo político decir «vamos a luchar contra la riqueza». Todos se limitan a luchar contra la pobreza.» Según H. de Bonafini, habría que luchar contra la riqueza para que todos seamos igualmente pobres. Subyace la idea de repartir lo que «hay», nunca la de crear riqueza.

«El propio Fidel Castro (ref 9) advirtió recientemente en un discurso que "hace muchísimo daño ese exceso de dinero que tiene mucha gente", y llamó a adoptar medidas para evitar que las desigualdades se incrementen (...) los dueños de restaurantes privados, popularmente llamados paladares y otros trabajadores por cuenta propia que pueden llegar a ganar 1000 dólares mensuales, equivalentes a 20.000 pesos, cuando los maestros, médicos y policías que trabajan para el Estado solo ganan entre 140 y 400 pesos mensuales (...). Y más insólito es lo que ocurre desde julio a los «programadores de equipos de cómputo». Pueden programar pero no «impartir docencia en esta materia» ni prestar servicio de mecanografía en documentos.»

Casi todos los gobiernos van comprendiendo que la educación, y muy en especial la informática, es decisiva para el progreso económico. Cuba es el único país que prohibe enseñar a quienes pueden hacerlo. Ya que no se puede enriquecer a todos, tal vez empobrecer a algunos aplaque las envidias.

La otra manera de «lograr la igualdad económica» es la reedición de la leyenda de Robin Hood. Suele quedarse en la fantasía, pero, en caso de materializarse, conduce también a la «nivelación hacia abajo» en versión aún más grave. Periódicamente aparecen quienes opinan que la fortuna de Bill Gates alcanzaría para acabar con el hambre en el mundo. Supongamos que hay en nuestro planeta 1.000 personas que tienen un patrimonio de 10.000 millones de dólares cada uno (ref 10) y que se los expropia totalmente. Se obtendrían así 10 billones de dólares. Si hay 2.800 millones de personas que viven con 60 dólares mensuales, habría que darles, digamos, 300 dólares mensuales para que vivan mucho mejor (pero apenas en lo que se considera el límite de la pobreza en España). Para eso se necesitarían 840.000 millones de dólares mensuales, o sea, 10 billones de dólares anuales.

El dinero expropiado alcanzaría entonces para pagar la Renta Básica a los pobres durante un año. ¿Qué harían después? Pero esto no es todo ni lo más grave. Supongamos que se ha recaudado esa escalofriante cifra. ¿Cómo se haría llegar a los pobres? ¿Se entregaría, por ejemplo, a los gobiernos de Africa subsahariana? Se sabe que muchos son corruptos y belicistas (una de las principales causas de la pobreza). Se lo apropiarían, o lo dedicarían a fines bélicos. ¿Se entregará a cada ciudadano, uno por uno, en mano? ¿Quiénes harían este trabajo hormiga? ¿Serían confiables?¿Cuánto tardaría y qué costo tendría esa distribución?

En lugares tan pobres casi no hay Bancos. Si, de repente, tantos millones de personas se encontraran con dinero, ¿hay alguna duda de que bandas de asaltantes se lo robarían apenas cobrado? Y si así no fuera (?), esas personas, naturalmente, comprarían algunas cosas de las que carecen (alimentos, ropas, muebles y enseres, materiales de construcción) Esa brusca quintuplicación de la demanda, haría desaparecer la mayoría de los bienes de los mercados y elevaría los precios de una manera astronómica. Si la demanda fuera sostenida, no faltarían inversores que aumentarían la producción, con lo que los precios irían bajando. Pero los posibles inversores sabrían que solo hay dinero para una año (mucho menos, en realidad, debido al encarecimiento).

Pero no llegaríamos a esa situación, porque partimos de un imposible. La riqueza de esos 1.000 «super ricos» es capital (edificios, máquinas, mercancías, tecnología, etc.). Transformarla en dinero implicaría «vender», pero, ¿a quién, si ya hemos «expropiado» a quienes lo tenían?

Es evidente que el reparto de la riqueza no soluciona el problema de los pueblos que viven en la miseria, pero empobrecería al primer mundo, por lo que también sería una nivelación hacia abajo (y la vuelta de toda la humanidad al medioevo).

Si recordamos que hasta hace dos siglos gran parte de la población de Europa era casi tan miserable como lo es hoy el tercer mundo (incluyendo el trabajo infantil), no podemos dejar de admirar el inmenso progreso logrado. Y no se debió a ninguna ideología ni a «ideas» preconcebidas, sino a la acción empresarial.

La riqueza es muy desigual. Pero como se vio hace un siglo con Rockefeller y Morgan, y ahora con Gates, Moore y otros, se enriquecen quienes han logrado innovaciones deseadas por muchos y que favorecen a todos. Y, lo que es aún más importante, la riqueza de estas personas toma la forma de capital («medios de producción») y se dedica a aumentar las escalas de producción y al desarrollo e investigación; muy poco se dedica al consumo. En un proceso inverso al «reparto» que comentamos, la concentración en las manos adecuadas (los innovadores con talento empresarial) es capital que produce bienes y disminuye costos, aumentando el nivel de vida de todos. El problema de los gobiernos populistas (v.gr. Argentina) es que, en vez de aumentar la productividad (lo que requiere capitalización), promueven el consumo de capital. El tercer mundo puede seguir una evolución similar a la que tuvo Europa, pero más rápida, siempre que solucione sus problemas políticos. Que todos sean igualmente ricos o igualmente pobres, no es un objetivo razonable. lo es el que todos tengan lo necesario para vivir.

Estructuración

No sólo no hay igualdad económica (ni es deseable por ahora). Tampoco hay igualdad social. En los antiguos imperios –que surgieron gracias a la posibilidad de almacenar cereales– los campesinos debían, en el antiguo Egipto, entregar sus excedentes a los almacenes del Faraón (lo que dio nacimiento a la escritura jeroglífica y a la clase de los escribas). Cuando había malas cosechas, el Faraón redistribuía el grano. Sin una organización rígidamente centralizada, habrían muerto de hambre. El feudalismo surgió a raíz de que los avances del Islam y las incursiones de otros aventureros impedían el comercio a distancia. Debieron restringirse a una economía de autoabastecimiento (con un nivel técnico y económico muy bajo). Ante las reiteradas incursiones, los campesinos buscaban la protección de los señores feudales y la pagaban con impuestos en especie o prestaciones personales. Luego, el capitalismo desarrolló la producción. La inseguridad cotidiana disminuyó. La producción, cada vez más compleja, se fue estructurando. La división del trabajo y su organización, se jerarquizaron. No es una arbitrariedad: una empresa no funcionaría si cada cual hiciera lo que le pareciera. El trabajo debe ser planificado, organizado y supervisado por especialistas.

De la misma manera, la administración de los Estados es también una organización jerárquica, y no puede ser de otra manera. La estructuración de todos los aspectos de la vida está asociada a la división del trabajo y ambas promueven la creciente productividad.

Hemos visto que, según Dawns, la ignorancia en política es racional, debido al costo de la información. Este costo está bajando muchísimo gracias a Internet. Además la informática fomenta las comunicaciones horizontales a expensas de las verticales (por lo cual las empresas ya han eliminado muchos puestos jerárquicos). De modo que la tecnología ha comenzado ya a disminuir estas desigualdades.

Mientras tanto, además de las etiquetas ideológicas, hay otra estructura que guía (para bien o para mal) a la opinión pública. Antiguamente se veía a la aristocracia como ejemplo a imitar (su vestimenta, costumbres, lenguaje, &c.). Ahora ha surgido una nueva aristocracia: los «famosos».

Todos influyen, pero en cuanto a «ideas», atendemos sobre todo a los intelectuales. También ellos están estratificados. Hannah Arendt, Isaiah Berlin, Ernest Gellner, Anthony Dawns, John Rawls, Robert Dahl, por ejemplo, son muy influyentes. Pero no son «populares»; influyen a otros intelectuales y periodistas, que comentan y difunden sus ideas. Mario Vargas Llosa y Fernando Savater ejemplificarían (en su faceta periodística) al intelectual leído ampliamente por el público general y admirado por su coraje cívico. Hay casos como José Stiglitz, Humberto Eco, Stephen Hawking, Carl Sagan, o Stephen Jay Gould, que, siendo investigadores de primera magnitud, han logrado comunicarse masivamente con el público. Hay un numeroso sector de ciudadanos que ni siquiera leen el periódico. Les suele llegar la influencia de los intelectuales por el contacto personal con ese público masivo que lee a ciertos intelectuales y periodistas inteligentes.

Pero no hay duda de que las ideas, aunque se difunden en libros y en la prensa, se van propagando a través de una jerarquía de intelectuales hasta lograr la aceptación popular debido a la autoridad e influencia de esos líderes de opinión. En Alemania, el nazismo triunfó cuando entró en la universidad y logró la aceptación de profesores y estudiantes. Por eso dijo Popper (ref 13, pág. 242):

«¿Por qué creo que nosotros, los intelectuales, podemos ayudar? Sencillamente porque nosotros, los intelectuales, hemos hecho el más terrible daño durante miles de años. Los asesinatos en masa en nombre de una idea, de una doctrina, una teoría o una religión, fueron obra nuestra, invención nuestra, de los intelectuales. Sólo con que consiguiésemos dejar de enfrentar a unos hombres con otros –a menudo con las mejores intenciones– ganaríamos mucho.»

Paz en la Tierra

Hasta hace poco tiempo, las guerras en Europa eran muy frecuentes, y Francia y Alemania, enemigos tradicionales. En 1939 Hitler cohesionó a los alemanes ofreciéndoles riquezas en base a la rapiña y esclavización de Europa. Fracasó, con enorme costo de vidas, bienes y dignidad humana. La construcción de la Unión Europea, en cambio, concuerda con las ideas de los mejores pensadores desde hace siglos. El impulso real provino de los empresarios del hierro y del carbón, y luego de todos los demás, y de los gobiernos. Eso sucedió porque en la posguerra quedó en evidencia que la riqueza puede conseguirse mediante la cooperación –el comercio– y no mediante la guerra. Ahora contemplamos sin sorprendernos la amistad creciente entre los enemigos tradicionales.

Si Francia y Alemania pueden ser socios y amigos, ¿por qué no pueden serlo Israel y Palestina? Que la violencia genera más violencia, es una frase manida, pero, además, es cierto. Es imposible (además de inhumano) aniquilar al otro y no tiene sentido exigir que el otro sea el primero en terminar con sus ataques terroristas. El más culto y el más fuerte –Israel– debe dar el ejemplo de grandeza moral. En mi opinión, la principal dificultad radica en el gran desnivel cultural y económico entre ambos. Por eso, creo que la única posibilidad de alcanzar la paz, consiste en que Israel y la comunidad internacional se comprometan seriamente en el progreso económico y cultural de Palestina. Si se invierten capitales para desarrollar masivamente la producción de bienes y servicios en Palestina, los jóvenes irán a trabajar y no tendrán ningún interés en dedicarse al terrorismo. Sólo una política sincera de cooperación y amistad, avalada por inversiones, entre Israel y Palestina, traerá, a mi parecer, la paz.

Notas

{1} El concepto de empresarialidad fue formulado por L. Von Mises (ref 11, pág. 835) quien dijo que «empresarialidad» no debe confundirse con «gestión». Tampoco con «capitalista» ni «propietario» ; incluso sus beneficios tienen diferentes orígenes. Para Israel Kirzner (ref 12) en un mundo de conocimientos y predicción perfectos, no habría lugar para la empresarialidad. Consiste esta en la perspicacia para encontrar oportunidades hasta ahora inadvertidas de beneficio empresarial. «El descubrimiento de una oportunidad de ganancia significa el descubrimiento de algo que se puede obtener a cambio de nada.» El consumidor capaz de encontrar como comprar a mejor precio y con mejor calidad, también actúa empresarialmente. En mi opinión, además de la perspicacia, se requieren rasgos de personalidad que empujen a concretar en realidades lo percibido; y la introducción de nuevas materias primas, productos y procesos, también sería actividad empresarial. Ford tuvo beneficio empresarial al introducir la cadena de montaje, hasta el momento en que fue seguido por los demás industriales; luego, se volvió el procedimiento standard de fabricación de automóviles. El resultado de la acción empresarial (además de producir esporádicos beneficios empresariales) es bajar continuamente los precios, en beneficio del consumidor.

{2} Las consecuencias económicas inmediatas del teléfono celular son el aumento de eficiencia y disminución de costos en actividades como médicos, enfermeros, fontaneros, &c. Gracias al móvil no pierden llamados y necesitan un local y secretaria. También en la facilidad de ubicación hay obvias ventajas se seguridad (aún sin llegar al GPS). Pero hay otras consecuencias imprevisibles. Si toda la población lleva un móvil (que puede conectarse a Internet) hay disponibles cantidades inmensas de información para todos en todo momento y lugar. Los seres humanos siempre han sido como «células» del organismo social. Pero ahora todos estaríamos permanentemente unidos en redes. No creo que seamos capaces de imaginar las consecuencias de todo tipo (incluso las psicológicas). Recordemos que las consecuencias de la introducción de la imprenta aún no están agotadas. Entre los jóvenes ya se empiezan a notar algunas consecuencias de esta forma de comunicación, incluso en su lenguaje.

{3} Efectivamente, las ideologías comparten con las religiones el ser sistemas estructurados y sustentados en la fe. Dan lugar a los integrismos (islámico, cristiano, judío, nazismo, comunismo, y otras formas de nacionalismo). Solzhenitsin escribió (citado por Savater: «En Shakespeare, la imaginación y la fuerza espiritual de los malvados no pasan de una docena de cadáveres. Porque no tenían ideología.» El País (12 febrero 2003) dice que «El fanatismo religioso de la actual administración de EE.UU. determina su estrategia en Oriente Próximo». Además esa ideología conecta con la de Sharon, un integrismo religioso que ve en la Biblia el mandato divino para que el Gran Israel ocupe toda Palestina. En ambos casos, las ideologías incluyen gratificaciones al orgullo nacional y promesas de seguridad para los ciudadanos. También el petróleo influye, tanto en el belicismo de Bush como en el pacifismo de Putin y Chirac. Abel Posse publicó (El País, 13 febrero 2003) un artículo (Otra vez «Moby Dick» y el asunto del mal) en el que no hace otra cosa que resumir la novela de Melville. Pero además de que es un excelente resumen, nos muestra que las grandes obras de ficción lo son porque reflejan aspectos reales de los seres humanos, que todos sentimos y percibimos. Dice, entre otras cosas: «Achab es un capitán mercante, su barco ha sido pagado por los armadores de Nantucket y su objetivo es pescar ballenas comercialmente. Sin embargo Achab salta las singladuras sensatas que unen las zonas reconocidas de pesca. Sus rumbos se tuercen detrás del mito del mal. La tripulación y los armadores serán víctimas de ese autoritarismo de la «causa sagrada». Achab sólo mora en el Absoluto.» «Se olvida de sus mandantes y de su mandato comercial. Melville lo sigue en su carrera obsesiva, que terminará en catástrofe.»

Referencias

1. Daniel Gross, Historias de Forbes, Ediciones Gestión 2000 (2002).

2. Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno, Editorial Nueva Visión (1980).

3. Sydney Verba, Diez textos básicos de ciencia política, Ed. Ariel (1992)

4. Jeremy Rifkin, La economía del hidrógeno, Ed. Paidós (2002).

5. Norberto Bobbio, Derecha e Izquierda, Ed. Taurus (1996).

6. Enrique Fanjul Martín, Revolución en la revolución, Alianza Editorial (1994).

7. Resumen Latinoamericano, nº22, marzo-abril de 1996.

8. El País, 2 abril 1996.

9. «Ofensiva en Cuba contra los millonarios socialistas», El País, 6 agosto 1998.

10. En 1996 había en todo el mundo «447 individuos o familias que tienen más de mil millones de dólares» (El País, 2 julio 1996).

11. Ludwig von Mises, La acción humana, Unión Editorial (1995).

12. Israel Kirzner, «El Empresario», en Jesús Huerta de Soto, Lecturas de Economía Política, vol. I, Unión Editorial (1986).

13. Karl Popper, En busca de un mundo mejor (1984), Editorial Paidós (1994).

 

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