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El Catoblepas, número 12, febrero 2003
  El Catoblepasnúmero 12 • febrero 2003 • página 16
Libros

Jovellanos:
justicia, estado y constitución

Javier Ignacio Cimadevilla Álvarez

Sobre el libro de Santos M. Coronas González, Jovellanos, justicia, estado y constitución en la España del antiguo régimen, Foro Jovellanos, Gijón 2000

Cuando se hace la reseña de un libro, de las características del presente, a fecha un tanto distanciada de su publicación, es obligado partir de la asunción de un prejuicio que invoca la valía, no común, de tal obra; pues, en otro caso, desmerecería la preocupación tardía.

Esos peculiares méritos se manifiestan al converger el propósito del autor con el resultado alcanzado.

El profesor Santos M. Coronas, historiador del derecho, avanza en su investigación sobre la figura de Jovellanos fiel a los cánones de su profesión, en la que constituyendo el Derecho el objeto, es la Historia la que marca la perspectiva, es decir, la metodología. De este modo profundiza en su objeto de estudio sin desviarse del aspecto público, profesional, de Jovellanos; sin acudir a familiaridades, ni novelizar. Lo cual, habría que decir, ni confiere frialdad, ni priva de emoción al relato por razón de los juicios de valor, que se puede conceder lícitamente el autor, y, sobre todo, por permitir, en su ocasión, voz propia a los contemporáneos del personaje retratado. El resultado es un bello y pulcro libro de lenguaje cuidado; más allá del cual sólo restan los propios documentos en que se asienta.

Consta el libro de dos partes bien diferenciadas. La primera está constituida, propiamente, por el trabajo del autor. La segunda comprende un apéndice documental dividido en cuatro apartados que recogen, respectivamente: I Festejos y regocijos públicos por el ascenso de Jovellanos al Ministerio de Gracia y Justicia. II Odas en honor de Jovellanos por su ascenso al Ministerio de Gracia y Justicia. III Juntas de la Diputación del Principado en que se trató de celebrar con monumentos y regocijos públicos los ascensos del Sr. Jovellanos. IV Iconografía judicial y política de Jovellanos.

El autor dedica ya la primera página de su estudio a mostrar el perfil del personaje: «Magistrado, ministro de Gracia y Justicia y consejero de Estado, Jovellanos supo encarnar a lo largo de su vida profesional los valores de la Justicia, del Estado y de la Constitución en la España de finales del Antiguo Régimen.» «Si como juez (...) asumió la herencia de probidad y conocimientos de la magistratura tradicional, inspirándole el aliento humanitario de la Ilustración; como ministro de Gracia y Justicia intentó culminar en el corto período de su mandato algunas de las reformas de sus grandes predecesores (...) Jovellanos, consejero de Estado y vocal de la Junta Central, intentó conciliar los nuevos aires políticos liberales con las instituciones del Antiguo Régimen, abogando por un constitucionalismo moderado de base histórica...»

Se deja ver, de esta manera, una especie de escala, a la que, como por acto reflejo, instintivamente, tendemos a dotar de una cierta jerarquía, que justifica el título y la estructura de la obra. Justificación derivada no de la carga poética encerrada en ella, o de un supuesto alarde conceptual, sino, lisa y llanamente, porque tales fueron los pasos dados por el personaje en su cursus honorum. «Justicia, Estado y Constitución» conllevan el poder de hacernos evocar un cierto «camino de perfección» porque suponen la progresión que va de lo más concreto a lo más abstracto. La «Justicia» aferrada al caso concreto. El «Estado» como presión de arrostrar la globalidad de todas las concreciones. La «Constitución» como idea que se hace norma y se superpone al sentimiento de un pueblo, de una Nación.

Como bien se dijo, esas tres etapas tanto lo son de la biografía atendida como de la estructura del trabajo. Tras un breve primer capítulo en el que se nos ofrece esquemáticamente el panorama de la época, con una digna presentación del conflicto entre el derecho academicista y romanista, y el «real» derecho del reino, sobre los que ha de incidir con fuerza grave el derecho ilustrado, esto es, el Derecho Natural y de Gentes, pasa, el autor, a desbrozar las tres etapas de la vida de Jovellanos a las que se viene haciendo referencia. Así, el segundo capítulo está dedicado a «Jovellanos, magistrado»; comenzando por sus estudios, y mostrándonos ya a un hombre que si bien da sus primeros pasos guiado por la inercia de su condición, habrá de oponer al mero arrastre de la corriente, voluntad, trabajo y rectitud, materias primas que supondrán su gloria. El capítulo tercero, breve por necesidad, y más que lo fuera de ser cierto y haber tenido éxito el intento de envenenamiento en la corte, está dedicado a «Jovellanos, ministro de Gracia y Justicia». Por último, se dedica el cuarto a «Jovellanos, consejero de Estado y vocal de la Junta Central», enmarcado durante los convulsos y tristes tiempos que van desde su liberación de la prisión mallorquina, pasando por la guerra napoleónica, hasta finalizar con su misma muerte.

Contiene el apéndice documental una buena muestra de la retórica de la época. En ocasiones inspirada, normalmente inflamada y rígida. Otro tanto cabría decir de los poemas, los cuales, más de una vez le dan la razón a Ceán Bermúdez cuando dijo: «Hasta en la sepultura fue perseguido con tan insulsos é insipientes versos, quien los había hecho llenos, sábios y armoniosos»{*} Lo que no quita para que no me resista a reproducir algunos versos como los que le dedicó su amigo Juan Meléndez Valdés cuando fuera nombrado ministro y que tan notablemente nos hablan de la personalidad de Jovellanos:

«Vilo, sí, yo lo vi; pueblos sabedlo,
y acatad la virtud: yo vi a Jovino
triste, abatido, desolado, al mando
ir muy más lento que a Gijón le viera
trocar un día por la corte. Nunca
más grande lo admiré; por sus mejillas
de la virtud las lágrimas corriendo,
yo atónito y lloroso le alentaba.» (pág. 327)

o aquéllos con los que comienza el suyo Manuel José Quintana, y que tan bien servirían de pie para el famoso cuadro de Goya de 1798:

«Escucha a un poeta, que no pronunciará
en tu elogio una palabra sola de que deba
avergonzarse.» (pág. 332)

Pero, a no dudarlo, los más frescos y vivaces versos se los tributó su hermana Josefa, probablemente por la libertad que le otorgó el recurrir al bable. Véase como describe el, por otra parte, poco efectivo nombramiento como embajador en Rusia:

«Fixeronlu Baxador
D'un llugar mui escondiu
Cuatro llegües mas abaxu
Del Pulgatoriu y del Llimbu.» (pág. 318)

Con todo, como un eco: «¡Dios, que buen vasallo si oviese buen señor!» Al profesor Santos M. Coronas resta agradecerle su esfuerzo, pues: «Con la lectura de los libros buenos se ahorra mucho en el largo camino de las ciencias» (De Meléndez Valdés a Jovellanos, nota 179, pág. 64).

Nota

{*} Juan Agustín Ceán Bermúdez, Memorias para la vida de Jovellanos, Silverio Cañada editor, Gijón 1989, pág. 124.

 

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