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El Catoblepas, número 12, febrero 2003
  El Catoblepasnúmero 12 • febrero 2003 • página 11
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Culpa y responsabilidad

Sigfrido Samet Letichevsky

Sólo los seres humanos, dotados de libre albedrío, son sujetos de culpa. Esta puede ser legal o moral. La culpa legal es individual, nunca colectiva. Pero la culpa moral puede ser colectiva, y debe señalarse, para evitar en el futuro la destrucción social, e iluminar el camino constructivo. Se contrapone el caos generado por el populismo en Argentina a la prudencia realista que está mostrando Lula en Brasil, probablemente poniendo las barbas en remojo ante el espectáculo de su vecino del sur

En España suelen decirse cosas como: «Se produjeron numerosos accidentes de tráfico por culpa de la lluvia» o «La temperatura descendió bruscamente por culpa del fuerte viento».

Solo puede tener culpa quien dispuso de otra opción, es decir quien tiene libre albedrío{1}, pues la culpa implica intención. Los fenómenos de la naturaleza pueden ser coadyuvantes (porque, v. gr., las lluvias no causan necesariamente choques; también interviene el estado de las carreteras, de los automóviles y de los conductores).

La culpa puede ser legal o moral. La culpa legal puede ser también moral, o no serlo. (Si alguien mata en defensa propia o para proteger seres indefensos, la justicia puede considerar que se extralimitó y castigarlo, pero su acción fue moralmente inobjetable).

Los psicoanalistas estudian los «sentimientos de culpa» pues, sea la culpa real o imaginaria, perjudica a quienes tienen estos sentimientos. Pero nadie irá a la cárcel por sus sentimientos ni por sus creencias, sino por sus actos, aunque estos no fueran vividos con sentimiento de culpa. Los hechos claramente especificados en el Código Penal y en las leyes, son los únicos pasibles de responsabilidad penal (sean o no objeto de condena moral). Muchos hechos y tendencias condenados por la moral, no son ni deben ser condenados legalmente (v. gr.: la avaricia, la falta de afecto, el egoísmo, &c.).

Al parecer, el 80% de los alemanes apoyaron (con amplia gradación de intensidad y participación) a Hitler y al Holocausto. Ha habido propuestas de castigarlos colectivamente (el bombardeo de Dresde en 1944 tuvo este sentido; luego Stalin propuso reducir Alemania a una economía agraria). Pero se impuso la tesis de que para la ley las culpas son individuales, pues se condenan hechos concretos y probados. Esto deja muchos culpables sin castigar, lo cual es preferible a que se castigue a un solo inocente por error.

En Argentina, Hebe de Bonafini dijo con respecto a los crímenes de la dictadura militar argentina y a las medidas que llevaron al país a su situación actual, que se quiere culpabilizar al «pueblo», que no hay culpas colectivas; el «pueblo» es inocente: los culpables (militares y políticos) tienen nombres y apellidos.

Desde el punto de vista jurídico es muy cierto que no hay responsabilidad colectiva. Pero la hay desde el punto de vista moral. Sin el apoyo de millones de alemanes (legalmente inocentes) no habría habido nazismo, ni Segunda Guerra Mundial, ni holocausto judío.

Sin el apoyo de millones de argentinos (legalmente inocentes) Perón no habría podido despilfarrar el oro que en 1945 abarrotaba los pasillos del Banco Central Argentino, ni las presiones sindicales introducir en las empresas a muchos miles de personas innecesarias, ni improvisados empresarios lograr el proteccionismo (a costa de los compradores) que los indujo a despilfarrar fortunas en fábricas obsoletas. Y estas acciones concretas (cuya responsabilidad legal atañe a los políticos) crearon el clima de corrupción que generó déficits (algunos lo llaman «keynesianismo») que se cubrieron con préstamos, con el resultado conocido.

El señalar la responsabilidad moral colectiva, no tiene por objeto colgar sambenitos, sino comprender la dinámica que lleva a los países por un buen camino o por un mal camino (que, sea que desemboque en guerras o en caos económico, implica destruir el futuro, las posibilidades de nuestros hijos).

Los gobernantes, para llegar al poder o para mantenerse en él, a menudo no vacilan en satisfacer los reclamos inmediatos del «pueblo» aunque esto implique sacrificar el futuro{2}. Por eso el fascismo es la tendencia espontánea (podríamos decir termodinámicamente favorecida). La Democracia, en cambio, requiere cultura, circunspección, autocontrol y respeto por el prójimo (en especial por las generaciones futuras).

Notas

{1} Se trata de una concepción muy reciente. En su magnífico libro «Civilizaciones», Felipe Fernández-Armesto dice (pág. 566): «Hasta hace unos trescientos años, en Europa Occidental todavía era habitual que los animales todavía tuvieran derechos legales prácticamente equiparables a los de los humanos. Las ratas que saqueaban los graneros, los saltamontes que hacían estragos en las cosechas, las golondrinas que defecaban en los santuarios y los perros que mordían a la gente eran juzgados en un tribunal por sus «delitos», tenían representación legal y, a veces, eran absueltos.(...) Los defensores de los derechos animales de la actualidad son revolucionarios ultraconservadores que quieren que el reloj se retrase cien años». Esta última observación es más general de lo que parece. Casi siempre los revolucionarios son ultraconservadores, como sucede con los «antiglobalizadores», que quisieran que el mundo vuelva a ser como fue hace siglos.

{2} Como es sabido, en Brasil Lula fracasó en tres intentos de llegar a la presidencia utilizando un lenguaje revolucionario. Lo acaba de lograr utilizando un lenguaje no sólo más moderado, sino que evidencia reflexión acerca de los problemas concretos, avalado por a candidatura como vicepresidente de un industrial «conservador». Lula acaba de dirigirse a los trabajadores (El País, 28 noviembre 2002) diciéndoles: «Vais a tener que dividir con el Gobierno responsabilidades y entender que el sindicalismo moderno no es sólo pedir aumentos de sueldo (...) y que «no va a aceptar el carácter exclusivamente reivindicativo del sindicato y su vieja mentalidad paternalista.» Incluso dijo que el vicepresidente «es más de izquierdas que la media de vosotros...» e hizo advertencias similares al Movimiento de los Sin Tierra. «Añadió Lula que, más importante que pedir un 10% de aumento salarial, es contribuir a hacer ciertas reformas políticas importantes: desde la fiscal a la de previsión social, si quieren de verdad crear un Brasil mejor para todos.»

«Cardoso deja un país mejor» (como dijo El País el 25 de octubre de 2002) y Lula parece disponerse a avanzar en este camino. El PT que gobernaba Río Grande del Sur y Porto Alegre, introdujo el gobierno comunal participativo. Parece una excelente escuela de educación política, porque los ciudadanos deciden en qué quieren que se inviertan los impuestos. Pero lo que es aún más importante, a mi parecer, es que eso los enfrenta forzosamente a la realidad de que el presupuesto no alcanza para todo, y no tienen posibilidad de presionar al gobierno. El presupuesto lo hacen ellos mismos: si no alcanza, estarán abocados a aumentar los impuestos, que también ellos mismos pagan.

Argentina debería tener en cuenta este ejemplo de realismo. El País publicó (24 de noviembre de 2002) en «Los responsables del hambre en Argentina» que «Los analistas económicos calculan que una minoría de argentinos mantiene unos 160.000 millones de dólares depositados en el exterior. La deuda pública del país es de 135.000 millones...» Parecen sugerir que lo que está en el exterior debería estar en el interior y que esto implicaría la cancelación de la deuda.

Lo importante no es donde están los bienes. Dentro de Argentina hay empresas que valen mil veces más (y los exportadores están teniendo beneficios fabulosos): pero sólo irresponsables propondrían confiscarlos. El envío de patrimonio al exterior no es causa sino consecuencia del descalabro argentino. Mucho más capital ha perdido el país en la forma de profesionales, técnicos y trabajadores calificados que han debido exilarse. El dinero puede volver; las personas, difícilmente..

Argentina fue arruinada por políticas económicas equivocadas (desde 1945). Se construyeron decenas de fábricas (v. gr. de etileno a partir de alcohol –que es como fabricar lana a partir de colchones–, fenol, ácido salicílico, hidrosulfito e sodio, cerámica, minas de hierro, altos hornos, aviones, automóviles, &c.) con tecnología obsoleta, al amparo del proteccionismo, despilfarrando cientos de miles de millones de dólares. Por la presión sindical, muchas empresas incluyeron en nómina el triple de los «trabajadores» necesarios. El Estado argentino esta lastrado por taras anacrónicas que producen despilfarro: requiere urgente reforma. Toda esa corrupción estructural es el caldo de cultivo para la inoperancia de los Radicales y la corrupción de las mafias peronistas y sindicales (y no se corrige con apelaciones a la moral, sino con leyes, empezando por la Reforma del Estado).

Lo malo de las pseudoexplicaciones es que dificultan la identificación de las causas reales: son trampas que impiden ver las soluciones.

 

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