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El Catoblepas, número 11, enero 2003
  El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 20
Libros

Volviendo sobre Bateson y la cismogénesis

Analía Brandolín

Sobre el libro de Gregory Bateson (1904-1980),
Naven, un ceremonial Iatmul (1936), Júcar Universidad, Gijón 1990

Gregory Bateson (1904-1980) Publicado en 1936, Naven fue un tremendo fracaso principalmente porque se separó del «espíritu de la época», en cuanto al tratamiento de los datos etnográficos y al formular la construcción de una crítica cultural reflexiva que subvertía el dominio incuestionable de la corriente funcionalista vigente (véase, Y. Winkin, La nueva comunicación, Kairós, Barcelona 1987).

NAVEN, nos dirá su autor en la introducción, es el nombre de un ritual específico practicado por los Iatmul, una tribu de cazadores de cabezas de Nueva Guinea. Es una ceremonia en la cual hombres y mujeres de la tribu se trasvisten y que se celebra para destacar las acciones y los logros del Iaua (hijo de la hermana), sobre todo cuando su acción es ejemplar y por primera vez en su vida, recibiendo las felicitaciones de su Wau (hermano de la hermana). Las ocasiones para esta felicitación son frecuentes y numerosas y las acciones y logros que se pueden celebrar son muchas, entre los cuales figura, en primer lugar, el homicidio. Otras acciones pueden ser dar muerte a animales, alardear, en presencia del Wau, cambios en el status social, &c. Es de las relaciones entre Wau-Iauna también clasificatorios (los términos comprenden otros parientes del festejado) que trata principalmente este libro.

Desde el comienzo de su libro Bateson se muestra preocupado sobre su enfoque teórico y si bien se reconoce en deuda con sus maestros (Malinowski y Radcliffe-Brown), a quienes declara admirar, propone modificar las categorías teóricas edificadas sobre el trabajo de ellos. Su reflexión de los procesos de equilibrio y desequilibrio, de los fenómenos circulares, de las posibilidades de crisis y estallidos, que prefigura las formas de la cibernética (que incluirá definitivamente en su epílogo de 1958) y aquí agrupados bajo la forma de «cismogénesis» no puede convenir al funcionalismo estático, equilibrado y armonioso que reinaba al momento de la publicación de Naven.

Al decir de Menéndez, la situación de la antropología social del período que va de la década de 1930 hasta la de 1960 supuso el deterioro final del evolucionismo y el descrédito de los modelos macrosociales; la emergencia de escuelas a-históricas tanto de raíz funcionalista como fenomenológica y el desarrollo de tendencias teóricas denominadas entonces «irracionalistas», tuvo lugar.

Será esta producción antropológica la que, en función de una lucha teórico-ideológica generada contra las teorías étnico-racistas, propondrá la diferencia cultural como uno de sus ejes. El relativismo e historicismo antropológicos, el énfasis en la racionalidad cultural, el extremo particularismo y el «empirismo» de gran parte de la producción antropológica deben ser referidos a una diferencia cultural que pretendía no sólo ser cuestionada teóricamente, sino eliminada biológicamente por el nazismo.

Las influencias teóricas determinantes procederán de Durkheim, Freud y el historicismo alemán. Los conceptos claves manejados serán: cultura, necesidad, ethos, personalidad, ritual, tema cultural, mito, comunidad, aculturación, socialización, &c. considerando a la cultura como una realidad objetiva que se expresa a través de sujetos hipersocializados (véase, E. L. Menéndez, «Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes», en Alteridades 1 (1), 1991, págs. 21-32).

Sus contemporáneos esperaban que Bateson les proporcionara, según la antropología de la época ya bien definida por Menéndez, «un estudio de la estructura global y cultural de los iatmul, y lo que él vino a ofrecerles es un análisis parcial y a menudo especulativo de las relaciones rituales entre el hermano de la madre y el hijo de la hermana (véase, J. Zulaika, Prólogo a la edición española, en Naven).

Por tanto, NAVEN se constituye así en un intento por interpretar los datos obtenidos del trabajo de campo a la luz de su elaboración teórica, la Cismogénesis, y efectuar con esto una autocrítica sobre los métodos de trabajo en cuanto a la manera de lograr que los datos «encajen» en lo que se pretende explicar. Esto es, la ceremonia ritual es empleada por Bateson como «excusa», para tomar datos que le permitan «teorizar sobre lo que le interesa» cuestión esta que revela en el prefacio de 1936: «Estoy poniendo de relieve aquí la falta de método en mi trabajo de campo con el fin de satisfacer a aquellos que pudieran decir que 'he seleccionado mis datos para hacer encajar mis teorías'.»

Nada le resulta más interesante que el error propio. Y ello quedará formulado claramente en ambos epílogos del libro (1936 y 1958) donde nos confiesa sus permanentes intentos de recomponer errores teóricos, confesándonos que ya no es el travestismo iatmul lo que le interesa sino proponer métodos sobre cómo pensar sobre materiales antropológicos. Cuestiones de epistemología, cuáles son los límites de nuestros conocimientos, son preocupaciones que han dominado su obra de principio a fin (véase también Espíritu y Naturaleza, Amorrortu, Barcelona 1990 y Pasos hacia una ecología de la mente, Lohlé, Buenos Aires 1986).

En este marco, propondrá su concepto de «cismogénesis» –al cual suelen estar hechas la mayoría de las referencias de este libro– que supone un vaivén permanente entre individuo y sociedad, en procesos de interacción que él denomina simétricos y complementarios. Distingue una cismogénesis simétrica, en la que los interactuantes responden a la dádiva por la dádiva, a la violencia por la violencia, &c.; de una cismogénesis complementaria, en la que los asociados se hunden cada vez más en papeles del tipo dominación/sumisión o exhibicionismo/voyeurismo. En uno u otro caso, la exacerbación de los comportamientos inscriptos en esos movimientos pueden conducir a desequilibrar e invertir el sistema social. Preguntándose sobre estos dos tipos de interacción entre los iatmul, lo que pretende es preguntarse de qué manera los comportamientos de los hombres promueven los de las mujeres y al revés. Los datos etnográficos recogidos no pretenden otra cosa que venir a ilustrar estas preocupación central.

Bateson agrega, además, la consideración de un enfoque multidisciplinario: la psicología social se mezcla íntimamente con la antropología, también con la psiquiatría y la ciencia política, y lo que es más aún, la epistemología con la cual examina las bases conceptuales y supuestas de sus propias descripciones, mostrando los errores teóricos en que ha caído. Los datos etnográficos escasos –y que el admite en su epílogo de 1936, también fragmentarios e inconexos– se consideran como datos sólo ilustrativos, no como los «hechos incuestionables» de una etnografía preparada siempre para mostrarnos la «autoridad experiencial». Estas hipótesis junto con la idea de cismogénesis como factor de desequilibrio de la sociedad entera, obviamente que se constituirá en contestataria, como dijimos, de costumbres intelectuales de la época.

Que los hechos contradigan la elaboración teórica importa poco para Bateson, al contrario: nos confiesa: «es un experimento, o más bien una serie de experimentos, en los métodos de pensar sobre materiales antropológicos.»

Más tarde esta actitud y postura de observación permanente de los límites epistemológicos existentes se convertiría en referencia obligada para los autores posmodernos preocupados en desentrañar cuestiones de retórica textual y crítica literaria. Aun cuando Bateson no coincidiría hoy con esta corriente en cuanto a suposición antagónica respecto de los clásicos de la disciplina antropológica, puesto que su crítica epistemológica refiere más bien a destacar las falacias «en las que uno mismo ha incurrido» pero sin dejar de ser holista e informada por las ciencias formales y su propia lógica.

 

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